Comentario sobre “La conquista del honor”
(Flags of our Fathers) 2006, Clint Eastwood.
Esta nueva película de Clint Eastwood podría ser vista desde varios ángulos o géneros.
Es ciertamente una película de guerra con sus escenas excelentemente logradas y que no ahorran al espectador el horror de la carne destrozada, la confusión de los momentos de ataque, el caos entre el humo y la angustia. Para quién no lo sabía, para quién sigue teniendo imágenes edulcoradas de la guerra tipo serie norteamericana de los cincuentas y sesentas, con soldados limpios y recién afeitados, tomas luminosas y gestos trascendentes, podrá ver acá que la guerra es deprolija, sucia, que la guerra es un infierno, que las decisiones de matar a un enemigo no son banales, que el miedo, la indefensión, la crueldad, la pregunta de ¿qué estamos haciendo acá?, acosa a los protagonistas y luego los persigue toda la vida.
Es sin ninguna duda una película crítica al gobierno norteamericano, que revisa el uso político de la guerra en la exhibición sin pudor de los soldados y de algunos hechos como meras piezas de marketing; lo verdaderamente sucedido pierde importancia ante la necesidad de “vender” una imagen determinada. Lo vivido por los muchachos en el frente se desdibuja, se pierde en el relato y en el uso que se hace del mismo, se tergiversa, se bastardea. Es en este sentido también una película sobre la complejidad y la forma en que ésta es simplificada para –según creen los “expertos”- que pueda ser leída por el “gran público” que quiere pocas palabras, blancos y negros, buenos y malos, si es posible una imagen que resuma todo y que no sea necesario bucear demasiado para saber –o creer saber- de qué se trata. Esta película transcurre entre los grises de lo que se dice y de lo que se es, entre las razones alegadas y las que nos mueven –individual y políticamente- de verdad y es, en este sentido, perturbadora e inquietante.
El tema del héroe, es otro ángulo desde donde ver la película. Los soldados protagonistas del hecho son “heroificados” en los relatos porque “es lo que la gente quiere oír” pero fundamentalmente porque la gloria hace más fácil “abrir sus bolsillos”. El show patético se arma para recaudar dinero, con la escena simbólica de la plantación de la bandera que hace contrapunto con frases tiradas como al pasar que deshacen el concepto de héroe, lo revisan y proponen ideas menos gloriosas, menos románticas, más pedestres sobre la conducta heroica atribuida. “Uno no lo hacía por la patria, lo hacía por el compañero que tenía al lado” explica uno. “Me uní a los Marines porque era el uniforme que más me gustaba” dice un soldado cuando le preguntan por qué se unió al cuerpo. Son los libros de historia, los creadores de héroes los que después lo cuentan de otra manera. Los protagonistas no se reconocen en lo que se dice que hicieron. Hay gran distancia entre lo que guardan en su memoria y el show mistificador escenografiado. Pero entran en la variante y ésa es su debilidad, se dejan convencer sobre la necesidad “patriótica”, no pueden sucumbir a la presión ni a la tentación de la notoriedad y se hacen cómplices de la mentira o no la pueden denunciar, lo que es otro de los ejes revulsivos del film. (Por ejemplo esta escena en la que durante un acto de recaudación les sirven helado con la forma de la famosa foto con la bandera y el mozo pregunta: ¿salsa de frutilla o de chocolate? Y se ve el helado blanco cubriéndose de color rojo).
Estas posibles miradas tienen cada una lo suyo para calificar a esta película como un aporte más a la revisión del lugar de los medios en la determinación de conductas y procederes y sobre el sentido de las guerras, en un mundo en el que la industria bélica determina la necesidad de mantener frentes de conflicto constantemente. (ver “El señor de la guerra”, -Lord of the War- 2005, de Andrew Niccol, con Nicolas Cage )
Pero de entre las diferentes perspectivas posibles, como hija de sobrevivientes de la Shoá, se me abre la perspectiva desde los hijos. La línea argumental, efectivamente, está dada precisamente por James Bradley, el hijo de “Doc”, autor del libro, que es el protagonista entre las sombras, el que tira del hilo, el que busca, el que entrevista a los sobrevivientes preguntando por su padre. Demasiado tarde. Como muchos de nosotros, su curiosidad despierta cuando no tiene a quién preguntar. Encuentra objetos en una caja, fotos, una medalla, igual que nos pasa a nosotros cuando nos encontramos con cosas atesoradas por nuestros padres que no sabemos qué son, por qué estaban guardadas, qué representaban para ellos, qué historia de ese paso que nos es esquivo están ahí escondidas en una huella muda. La figura del hijo aparece primero a contraluz, o sea que no se ve su cara y a lo largo de las dos horas de la película se va iluminando, va cobrando perfiles reconocibles hasta que lo podemos ver claramente. Es una metáfora visual de lo que nos sucede a los hijos cuando investigamos algo de las vidas de nuestros padres, algo significativo que nos ha constituido y que desconocíamos. Quedan en nuestras manos, algunas revisiones, comprensiones, armados de piezas desarticuladas que no pudieron ser organizadas por nuestros padres y que nos permitan comprender algunas de sus banderas de luchas o de silencios.
Esta película de Clint Eastwood es sobre la guerra y la política pero también es sobre un hijo que quiere saber. A diferencia de nosotros, los hijos de sobrevivientes de la Shoá, su padre había sido un héroe, sabía que había sido famoso en su tiempo, pero, igual que nosotros, se preguntaba por qué no hablaba sobre eso, por qué se hacía negar cuando le preguntaban, por qué se mantenía en silencio. Se confirma algo que propuse en “El silencio de los aparecidos” (1998) como una de las causales del silencio: más que el dolor o el horror, hay a veces humillación, otras, vergüenza. Los protagonistas de “Banderas de nuestros padres” no pudieron hablar porque, enredados en la mentira, sintieron la vergüenza de no haber sido capaces de decir la verdad, se acusaron de haber sido cómplices al avalar una versión equivocada con el objetivo de su supuesta utilidad política. Desde otra orilla los hijos de sobrevivientes de la Shoá sabemos que el dolor de la impotencia inheroica cierra las bocas. “Callaban porque no podían olvidar” dice alguien en un momento. Un silencio construido como dique frente a la avalancha de la memoria que duele.
Un último comentario sobre la increíble traducción al título original. ¿Cómo “"Flags of our fathers" –banderas de nuestros padres-, pudo transformarse en “la conquista del honor”? ¿cuál es el traductor instantáneo que usaron? ¿cuántas películas bélicas tienen en su título la palabra “honor”? ¿qué misteriosos designios operan en las mentes de los distribuidores? Probablemente creyeron que el título con la palabra honor sería más convocante, o que tal vez la gente no entendería –como no lo entendieron ellos- que la mención de la palabra “banderas” es crucial porque toca varios niveles de la película.
La búsqueda del hijo de “Doc” se da a partir de la famosa foto de los soldados plantando la bandera en Iwo Jima. Fue tomada el 23 de febrero de 1945 por Joe Rosenthal, fotógrafo de la Associated Press y recorrió el mundo como símbolo del triunfo de los aliados sobre el eje del mal cuando la guerra se había desplazado al Pacífico. “Doc” estaba en esa foto junto con otros cinco que también protagonizan el film. Se revela en la película que en realidad hubo dos fotos, dos banderas, que los mismos soldados no estuvieron en ambas fotos y que la historia se mantuvo secreta. Por eso el título lleva la palabra “banderas” en plural. Pero también habla de las banderas metafóricas, las razones de nuestros padres, las verdaderas razones y la deconstrucción de los mitos de gloria posteriores en una re-lectura más realista y despojada. Todo esto no aparece en el “mejorado” título que eligieron los creativos distribuidores argentinos, con lo cual, inadvertidamente, corroboran una línea de la película al cambiar las cosas para hacerlas más “digeribles”, más “potables”, en suma, más vendibles. También al quitar la palabra “padres” del título, desaparece la clave del autor para pensar su relato como un relato de un hijo (en España se mantuvo el original de Banderas de nuestros padres).
Lloro por las guerras, por la injusticia, por la impotencia que uno siente ante todo esto. También por la historia y algunos de sus cronistas, los constructores de mitos, los “mejoradores” de la realidad, los inventores de héroes y modelos imposibles de emular. Nuestros padres han sufrido mucho cuando se comparaban con estas construcciones en las que ellos no podían identificarse. Se recordaban vulnerables, abandonados, asustados, carentes de recursos, muy poco heroicos. El trabajo de Easwood basado en el libro de Bradley, nos devuelve a personas de carne y hueso con una mirada ácida sobre el contexto pero cariñosa sobre la vulnerabilidad humana. Elige prescindir casi del color y de las definiciones nítidas. Es una película en gris. En el gris profundo de nuestra conducta, tan imperfecta, reconocible y vulnerable.