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Pedir Justicia

Hace años que estamos marchando. En aquellos jueves de la Plaza las Madres pedían la aparición con vida. En los noventa Catamarca marchó en un silencio desgarrado por la impunidad ante el asesinato de María Soledad Morales. Cuando una bomba derrumbó la AMIA, la indignación por el ataque y luego por los encubrimientos cómplices, la calle gritó Justicia, Justicia perseguirás. Pero hicieron falta unos años más para que el reclamo generalizado pidiera Justicia. 

Enero de 1997 nos golpeó con el asesinato de Jose Luis Cabezas y sus archivos de componendas y nuevos encubrimientos. En 2004 el reclamo fue por el asesinato a mansalva de Axel Blumberg, en 2006 por el esclarecimiento de la desaparición del testigo protegido Julio López y, por citar los más notorios. En 2015 fue debido al asesinato con el burdo disfraz de suicidio de Alberto Nissman horas antes de defender su denuncia contra los firmantes del (mal)entendimiento con Irán. Nada menos que un fiscal asesinado. Las sospechas hicieron temblar el piso de nuestra república. La justicia había sido lacerada, herida, subvertida e impunemente acallada. El reclamo fue, entonces sí,  por la Justicia.

Las protestas y las marchas por muertes debidas a diferentes causas, a diferentes víctimas y a diferentes victimarios, se encolumnan ahora unánimemente bajo el pedido de justicia. Ya no contra la inseguridad, contra la impunidad, contra la complicidad o la inacción. 

La exigencia de justicia elevó la demanda a un nivel superior. No se reclama por privilegios de algunos, por componendas políticas o corruptas, por gatillo fácil de fuerzas policiales venales o mal formadas. Se pide, se exige Justicia, o sea, la garantía de un Poder Judicial efectivo y confiable, ese paraguas común que nos resguarda. Una Justicia que vuelva a ponerse la venda y nos asegure que será para todos, que no importará a quién beneficia ni a quién perjudica, que sostendrá y garantizará una convivencia pacífica.  

Se ha comprendido que con la víctima muerta, no hay fuerza ni marcha que la vuelva a la vida. Pero la indignación, el dolor y la impotencia requieren del alivio de la pena y la rabia en el abrazo colectivo de empatía, sostén y acompañamiento. Por eso las marchas. Por eso la gente. Por eso las calles.

Diana Cohen Agrest eligió otro camino. Se internó en los laberintos de las leyes y su imposición tantas veces quebrada, pervertida e inútil y creó la Usina de Justicia. Luego del asesinato de su hijo y de la liberación de su asesino, buscó en la recomposición de la Justicia el camino que la reconciliara con la humanidad.

El nuevo mensaje es que cuando en las marchas se pide justicia, se instala la noción de que el daño no solo fue individual, también fue social, nos toca a todos y una a una van sumando una nueva consigna: “para que no vuelva a pasar”. Es que recién cuando a uno le pasa, uno se da cuenta de cómo es eso que estaba tan lejos cuando le pasaba a otros. Y los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que parecían abstractos se vuelven concretos y entendemos que cuando funcionan y se equilibran nos garantizan la continuidad de la vida en una sociedad organizada. 

El cachetazo que recibimos cuando lo que le pasaba a otros ahora nos pasa a nosotros, nos sacude, nos despierta y nos impulsa a la acción. Y marchamos. Y gritamos. Pero ahora, por fin, con la Justicia como horizonte. Por eso en todas las marchas se pide Justicia, una Justicia justa que funcione en el cabal entendimiento de que solo así no volverá a pasar. 

Publicado en Clarín, en El Diario de Leuco, y en la Revista Gallo.