Alguien de buena familia

Luego de la desestimación de la causa Hotesur-Los Sauces que varios (¿tres? ¿cuatro?) tribunales previos habían aceptado como causa a ser juzgada.

Saber que fue protagonista de esto que tanto duele al país, duele más, si cabe porque me duele personalmente. Tiene su historia.

Duvko fue mi tío favorito. Creo que estaba enamorada de él. Tanto así que cuando finalmente se casó con la querida Nora, me vinieron a “pedir permiso”. Lo tomé bien en serio y me resultó fácil dárselo porque la quería mucho también a ella, me gustaba que pasara a ser mi tía. Nora era de esas mujeres aguerridas, fuertes y determinadas, oriunda de Grecia, había pasado la guerra en París y, después supe, con varias vidas antes de conocer a Duvko. 

Le decía tío, lo creía tío, lo sentía tío. Pero no lo era. Era el mejor amigo de papá, otro sobreviviente de la Shoá, como él. Hasta la aparición de Nora en su vida compartía la nuestra. Los fines de semana, las vacaciones, los problemas, las dificultades, la compañía, el consuelo. Era parte del grupo de esos sobrevivientes que llenaron mi infancia con tíos y primos tan solos como nosotros. Pero Duvko sobresalía entre todos. No solo porque era el único soltero sino porque era de esas personas que no les hablan a los chicos en diminutivo como si fueran flojos de entendederas. Cuando me miraba me veía y cuando me hablaba era con seriedad. Fue Duvko el responsable del nacimiento de mi hermano, fue quien insistió y sostuvo la decisión de mis padres de volver a tener un hijo, decisión que les resultaba conflictiva y dolorosa debido a la pérdida en la Shoá de Zenus, aquel primer hijo que nunca pudieron recuperar y de lo que se acusaban sin remedio ni perdón. Duvko se llamó Daniel en Argentina, tal vez mi hermano debería llamarse así. 

Era técnico dental y hacía también de dentista clandestino para todo el grupo de inmigrantes en cosas ligeras como limpiezas y caries. Fue mi primer dentista. Vuelve a mi el aroma típico a clavo de olor que inundaba el consultorio donde me encantaba ir a jugar. Estaba en la habitación del fondo de la casa de su hermano Carlos y su cuñada Greta, donde también vivía. Era un edificio viejo creo que en la calle Viamonte cerca de Pueyrredón, de ésos con un ascensor de tijera, de hierro artístico e interior de madera y espejo con la escalera al costado precedida por un cartel blanco con letras azules que decía “habiendo escalera el propietario no se hace responsable por accidentes debido al uso del ascensor”. El departamento tenía una amplia sala al frente y luego un largo pasillo que daba a varias habitaciones, no sé cuántas, pero el pasillo me parecía enorme, corría ida y vuelta por él como si fuera una pista. Creo que durante algunos meses luego de nuestra llegada a la Argentina estuvimos allí ubicados en la sala del frente, lo que era un honor, pero es un recuerdo borroso del que no estoy para nada segura porque tenía alrededor de 3 años. 

Carlos y Greta tenían dos hijos, Pupi y Chiqui, ambos adolescentes que jugaban conmigo con el mismo estilo de Duvko, es decir, con seriedad y hablándome como si fuera grande. Pupi, el mayor, un morocho lindísimo y supongo con mucho arrastre entre las chicas aunque me parecía entonces que un poco pagado de sí mismo, tal vez por eso. Chiqui era más inquieto y juguetón y el que me prestaba atención. Creo que fue él (sigo sin estar segura, todo se me hace difuso y dudoso) quien me mostró las primeras revistas “mejicanas” de Superman con las tapas lustrosas y la magia de Clark Kent cambiando de vestuario y de poderes. Sentada a su lado, lo evoco pasando una a una las páginas leyendo lo que aparecía escrito en cada globito que salía de los personajes. El mundo de las historietas hizo irrupción en mi vida para no dejarme más. Le debo esos descubrimientos y esa deliciosa sensación que uno tiene cuando es chico de que un grande -para mi Chiqui era igual de grande que mis padres o los suyos- le dedique tiempo y atención. 

No sé qué pasó pero a partir de un momento dejamos de verlos. No así a Duvko de quién estuvimos cerca siempre. Habrá sido cuando nos mudamos a Floresta a mis 6 años cuando ya había nacido mi hermano, no sé bien, pero no recuerdo que los hubiéramos visto en esa época.

Evoqué estos recuerdos y vínculos familiares cuando se hizo público el sobreseimiento de todos los acusados en la causa Hotesur y Los Sauces. Uno de los hijos de Pupi, el sobrino de mi adorado Duvko, se llama Adrián. Es Adrián Grünberg, el controvertido juez subrogante del TOF 5, miembro de Justicia Legítima y central en el fallo.