10 Claves y 5 ejes para conversar con tu pareja
La palabra es muy poderosa. Puede desatar una guerra o estimular una caricia. Esto se pone en juego cotidianamente en la vida de una pareja a veces desde el comienzo mismo, otras, a medida que las circunstancias van complejizando las situaciones y la mecha se va acortando. Las diferencias tanto personales como familiares y sociales requieren negociaciones cotidianas casi siempre implícitas y poco satisfactorias. Si no se pueden encarar, se transforman en conflictos, frustración y sufrimiento. ¿Cómo hablarlos? ¿Cómo hacerlo de modo que no se caiga en discusiones y peleas? ¿Es la evitación el mejor camino? ¿Cómo poner en palabras lo que sucede sin que ello provoque un estallido y que invite al diálogo y a la resolución?
Haciendo siempre lo mismo se conseguirá siempre lo mismo. Presionar al otro miembro de la pareja para que cambie, con reclamos y acusaciones, no solo no conduce a su cambio sino que provoca que responda de manera airada e inclusive violenta.
Creemos que el amor todo lo puede. Si no puede todo, creemos que el amor se ha terminado, damos por terminada la pareja y nos hundimos en un doloroso sentimiento de fracaso. Pero todo esto, o casi todo, puede evitarse aprendiendo a conversar.
¿Aprender? ¿Si todos sabemos conversar? Cierto, pero no del todo. Hay toda una serie de cosas que pasamos por alto, que no consideramos ni implementamos a la hora de emprender una conversación, en especial, una conversación tan emocional como la que sucede con nuestra pareja. A continuación propongo 10 claves que le dan una oportunidad a la conversación y que evita los habituales enfrentamientos hirientes.
Habilitar la escucha. Asegurarse de que el otro está disponible y con la intención de escuchar, evitar sorprender e irrumpir sin previo aviso ni permiso. Tocar el timbre y esperar que la puerta nos sea abierta y recién entonces entrar.
Desconfiar de la espontaneidad. El entretejido de una pareja es complejo y hay que prepararse: tener claro lo que se quiere decir, controlar la propia reacción. La emoción nos puede jugar malas pasadas si no estamos preparados. Fundamentalmente tener claro qué es lo que uno no quiere que pase.
Evitar descargar. Si va de descarga no es conversar sino atacar. Conversar es dialogar, pensar juntos. Eso no es posible si lo que se quiere es recibir reconocimiento, tener razón, descargar una molestia o acusar, no se está proponiendo una conversación sino una batalla. Querer ganar no es una propuesta de conversación sino de guerra.
Asegurar la paz: deponer las armas. Toda propuesta de conversación levanta una amenaza, se espera el reproche, el ataque. Es preciso anticipar ese temor, informar explícitamente que se intentará un diálogo no una batalla y prestar atención todo el tiempo para que se mantenga así. El más mínimo gesto de hostilidad es un indicador que se debe registrar y disolver.
No me lo hace a mí. Conocer, reconocer y aceptar al otro que no es como uno, no ve las cosas igual, no piensa igual, no tiene el mismo estilo de manejo de conflictos, ni las mismas capacidades o recursos. Las más de las veces lo que hace o no hace es solo lo que puede, casi nunca le está destinado voluntariamente al otro aunque sea el otro el lastimado. Si se entiende que el daño fue voluntario el dolor de la herida impide una verdadera conversación. Solo entendiendo que se debió a quien es, como es, qué puede y con qué recursos y habilidades cuenta, que “no me lo hace a mi” se podrá no atacar. Ante la duda: preguntar, no darlo por sentado.
No pedirle peras al olmo, expectativas reales. Si conocemos al otro, si respetamos y aceptamos sus capacidades y habilidades, no esperaremos que haga lo que no puede hacer, regularemos nuestras expectativas según sus reales posibilidades. Esta ceguera respecto del otro es fuente de mucho sufrimiento y frustración porque se entiende que “no quiere” cuando en realidad “no puede”. Si se necesitan peras, es preciso recurrir a un peral, los olmos no tienen.
Distinguir verdad de opinión. Todos creemos que nuestra visión del mundo es LA correcta, LA verdad, LO normal. El otro cree exactamente lo mismo. Esta creencia es la fuente privilegiada de enfrentamientos y peleas. Quien cree poseer la verdad avasalla y se impone sobre un otro a quien inferioriza y descalifica. La descalificación es un ataque, ante un ataque se contraataca, la guerra está declarada. Cuando la visión del mundo, o lo que sea, se enuncia como una opinión, se implica que puede haber otras. Naturalmente el tono y el gesto son menos tajantes, más amables y se le ofrece al otro la alternativa de la paridad. Solo así se abre la posibilidad de un diálogo.
Usar el idioma de la necesidad. Hablar en primera persona usando el verbo necesitar y decidirse a pedir. Si se habla en el idioma de la queja, el reclamo, la acusación o la burla lo que se dice es respecto del otro, enunciado en segunda persona, es un ataque. Ataque, contraataque, guerra. Imposible conversar. El uso del idioma de la necesidad junto con el verbo necesitar por el contrario se dice en primera persona: “yo necesito, a mi me hace falta” no habla del otro sino que expone los propios sentimientos, las propias carencias y vulnerabilidades, no es acusatorio, es un puente, una mano tendida que el otro puede tomar o no, pero no se le impone la violencia.
Descartar la primera orina de la mañana: frenar la reacción. La espontaneidad es la peor enemiga en conversaciones de pareja en las que tantas veces se ha caído en los mismos argumentos y escaladas de las que se ha salido lastimado y frustrado una y otra vez. Ante una reacción o gesto hostil, tener preparada una salida no violenta ni reactiva. Perder el control echa por tierra cualquier posibilidad de dialogar. Desde respirar hondo hasta dejar el lugar un momento para recuperarse y evitar esa reacción que enciende la mecha y convierte el encuentro en un incendio.
No insistir si el clima no es pacífico. Si no se consigue un clima receptivo y amistoso, si en medio de la conversación se enturbia, dejarlo para otra vez. No siempre es fácil apaciguar un momento hostil. Insistirse en los mismos argumentos con la esperanza de conseguirlo hace las cosas peores. Una vez encendida la mecha bélica no se la puede apagar con los mismos recursos de siempre, los que antes no funcionaron. Es mucho mejor abandonar y dejarlo para otra vez.
En resumen, si queremos conversar, es decir dialogar en lugar de atacar, es preciso ubicarnos alrededor de estos 5 ejes:
Tener presente las necesidades propias y cómo es el otro y qué puede.
Si no lo hicimos al comienzo de la relación, debemos pagar ahora el peaje mandatorio por el cual nos comprometemos a “Aceptar a mi pareja como es y no pretener que cambie”.
Considerar al otro como otro, con el mismo derecho que uno, lo que implica respetar sus decisiones y opiniones, darle el tiempo que necesita según sus capacidades, pedirle de modo amable lo que sus habilidades y características le permitan, abrir nuestras emociones y expresarlas en primera persona.
Usar las dos P como llaves maestras: preguntar y pedir.
Y, como decía John Lennon: darle una oportunidad a la paz.
Publicado en Clarin
Elegir la libertad de pensar
¿Usted es un hombre de izquierda?
No, no quiero ser de ninguna parte para poder ser de todas partes. No ser de ninguna parte es no estar comprometido con ninguna ideología y solo si no estoy comprometido con ninguna ideología puedo pensarlo todo porque no tengo las respuestas pre hechas a mis preguntas sino que me tengo que detener a observar, a entender. La ideología se opone a la reflexión.
¿Y nunca ha creído en una ideología?
Cuando chico.
Humberto Maturana (1928-2021)
Papá era del Betar, una organización judía en la Polonia de preguerra. Avergonzada, lo oculté durante muchos años. ¿Cómo decir que era hija de semejante monstruo que había elegido a la derecha en lugar de a la impoluta izquierda? ¡Si había sido la juventud de izquierda al mando de Mordejai Anielevich la protagonista del heroico levantamiento del gueto de Varsovia! Supe años más tarde que la narrativa oficial había ocultado que la derecha malsana del Betar, tanto o más protagonista, había sido silenciada, desaparecida, cancelada como diríamos hoy.
La izquierda ganó la batalla cultural y sigue partiendo aguas. Pertenecer al clan da patente de interés en los pobres para proteger la justicia social y los valores humanistas. La tribu identitaria te acogerá y cobijará siempre y cuando te sometas a sus designios, te homegeinices con el resto y pongas a las otras tribus de uno u otro lado, es decir, a cada uno en “su lugar”.
El mundo se ha vuelto una estructura con casilleros binarios. Carnívoros o vegetarianos. Machirulos o feministas. Progres o fachos.
Durante el paleolítico era cuestión de vida o muerte saber si quien estaba cerca era amigo o enemigo, si pertenecía a una tribu que haría lo posible por robarnos el secreto del fuego o si venía en son de paz. Había que advertirlo a simple vista porque si te equivocabas no seguirías vivo un minuto más. Dicen los neurólogos que nuestra estructura cerebral sigue siendo la misma de entonces, que los cambios culturales, sociales, tecnológicos, no alteraron ni las circunvoluciones ni las hormonas, ni los sentidos. Esta necesidad tribal binaria es un resabio de aquello, de cuando éramos cazadores-recolectores, vivíamos en cuevas y nuestro único interés era mantenernos vivos.
Hoy es un fenómeno global saber de qué lado está cada uno. Debe estar respondiendo también a una cuestión de supervivencia. Las redes sociales lo han generalizado de modo pandémico y estamos infectados con esa necesidad de identificar enemigos, de convivir solo con los de nuestro mismo (c)olor. Como en el paleolítico.
Pero hay algunos raros especímenes, como Maturana, que no admiten ser encasillados, empeñados en moverse a su aire, libres para pensar, evaluar y decidir. Son los desencasillados, los inmunes al contagio tribal, los disruptivamente sospechosos que enuncian impúdicamente lo que ven y se animan a decir, cuando el rey está desnudo, que está desnudo.
Nos cubren nubes de corrección política represivas y totalitarias que reeditan el Malleus Maleficarum, la biblia de la caza de brujas y el opresivo “big brother is watching you” de Orwell. Nadie resiste el escrutinio de toda su conducta. Es preciso cuidarse de palabras, gestos e intenciones para no ser encasillado.
La mirada ideológica y etiquetadora, ese ejercicio de poder y sometimiento encasillador, nos encierra en prisiones tribales. Pero somos más que miembros de una tribu, tenemos identidades múltiples, complejas y a veces cambiantes. Podemos elegir. Elijamos, junto al maestro Maturana, la libertad de pensar.
Publicado en Clarin.
Publicado en Gallo con esta Ilustración.
Jose Moskovits Z'L
La lapicera desaparecida (nueva versión) - Video del Sholem
Con un viejo texto mío relativo a la culpa y al perdón (está abajo), ahora abreviado, Carina Toker, Claudia Wolowski y Eliana @enmodolupa con sus dibujos maravillosos, gente querida del Sholem, hicieron este conmovedor video:
Cuando era chica no había biromes. Para escribir con tinta había que llevar un tintero a la escuela y mojar allí la pluma para escribir. Y un día aparecieron las lapiceras fuente, ¡venían con la tinta adentro! y me regalaron una, “cuidala mucho” me dijo papá. En la escuela fue genial, los “¡uuuus!” y “¡aaaas!” de las chicas al ver esa maravilla.
Cuando volví a casa quise hacer los deberes, saqué la cartuchera y la lapicera fuente no estaba. Vacié la mochila, revisé todos sus bolsillos y no, no estaba. La lapicera había desaparecido.
Lloré toda la tarde y cuando vino papá y le dije me miró fijamente “¿Seguro que la pusiste en la cartuchera?” me preguntó.”Sí”, le dije “ y todavía me acuerdo que la enrollé en un papel glacé de color celeste para que no se rayara y que Nilda, mi compañera de banco, me cargó por eso”. “Te dije que la cuidaras” me retó y me morí de la vergüenza por haber sido tan descuidada.
Un día fui con mi nieta al shopping y caminando por el pasillo escuché que me decían “¿Wang?”, era una mujer que no reconocía. “Soy Espósito, de la primaria, me sentaba atrás tuyo” y ahí sí, me acordé. Nos saludamos, nos contamos si habíamos estudiado, si nos casamos, si teníamos hijos, nietos. Y listo, nos despedimos y cada una siguió su camino. Di cuatro pasos y oí otra vez “Wang…”, me dí vuelta. Espósito con los ojos húmedos me dijo “Fui yo. La lapicera fuente me la llevé yo” y se fue.
Mi nieta tenía nueve años como nosotras entonces. Y pensé que tantos años después, ya no me acordaba de la lapicera desaparecida, pero Espósito sí porque había cargado 60 años con la culpa. Le llevó 60 años contármelo y pedirme perdón.
Shabat Shalom, gmar jatimá tová
Rab. Reuben Nisenbom - prédica Kipur
El rabino Nisenbom me hizo llegar esta prédica que preparó para Iom Kipur de hace dos años al que no pudo asistir por un inconveniente de salud. Luego vino la pandemia y ya no pudo estar presente en Mishkan, la sinagoga de su congregación. Me llamó este Kipur que acaba de pasar diciendo que quería que yo conociera ese texto que hizo pensando en mí. Me lo envió en su propia voz.
Acerca de pedir perdón
¿Por qué los judíos honramos el Día del Perdón una vez por año?
Pedir perdón es uno de los ejes centrales de la convivencia humana en el que reconocemos y aceptamos que somos del otro y para el otro y que somos responsables de nuestras conductas.
No todo pedido de perdón lo es en realidad. Estamos tan centrados en nosotros mismos que salirnos de nuestro ego desvalido y de verdad considerar al otro, ponernos en su lugar, nos es muy difícil. Creemos -tememos- que si lo hacemos nos mostraremos débiles y vulnerables y nos pondremos en sus manos y se aprovechará de nosotros. Es cierto, nos ponemos en manos del otro y podrá aprovecharse de eso. Así es el juego de la convivencia, siempre un desafío, siempre una lección, siempre un aprendizaje. Podemos hacer falsos pedidos de perdón con un “fue sin querer”, “me provocaste”, “no es para tanto”, pretextos exculpatorios, acusaciones encubiertas, sin arrepentimiento ni compensación alguna.
Cuando pedimos perdón, cuando es de verdad, estamos haciendo varias cosas. La primera es reconocer y aceptar que hicimos algo que no estuvo bien. Sea “al propósito o sin querer” como decíamos en mi barrio, si lo hicimos, hecho está.
También expresamos nuestro desacuerdo con aquella conducta, es decir nos arrepentimos, decimos que no nos gusta ser esa persona que hizo aquello que hicimos.
Al pedir perdón ubicamos al afectado en un lugar jerárquico superior, dependemos de su perdón, es nuestro dueño porque nos puede perdonar o no. ¿Cómo conseguir el perdón? No alcanza con reconocer, arrepentirse y pedirlo. También implica alguna acción reparatoria concreta que compense el daño e indique que nuestro pedido de perdón es sincero. Recién cuando a quien dañamos u ofendimos nos perdona, la deuda está saldada y, nos enseña la tradición judía, volvemos a ser dueños de nosotros mismos.
Es un perdón terrenal e interpersonal, que se pide por una acción concreta a una persona concreta.
Pero por qué entonces el Día del Perdón? ¿No alcanza con pedirlo a quien se dañó? Pues no. No alcanza. El ayuno, el ritual de reunirse con otros en esa jornada de silencio, lamentos y promesas, refiere que se trata de algo más grande. Todo daño particular (mentir, robar, engañar, ofender) quebranta la ley de la convivencia humana. El daño al tejido social hace necesario un ritual y un compromiso colectivo. No solo a la sociedad, también a la Tierra, a este planeta que dicen las escrituras nos fue dado en préstamo, no nos pertenece. Ese pedacito de tierra que creemos poseer, es nuestro temporalmente y no tenemos derecho a maltratarlo. Sólo en un ritual colectivo y coral podemos restablecer el pacto con el planeta que nos cobija y prometer, un año más, que lo trataremos mejor. A nuestros semejantes y al planeta. Es tanto y tan grande que solo puede ser albergado en un ritual colectivo.
El perdón es un ejercicio exclusivamente humano que interpela lo más entrañable de nosotros mismos. Y de los demás. Nos necesitamos los unos a los otros. Para vivir. Para sobrevivir. No somos solos. Somos-con-el-otro y a ese otro nos debemos. Necesitamos su reconocimiento y aceptación porque sin el otro estamos a la intemperie, sin cobijo ni protección, sin alimentos ni abrazos. En la tradición judía sabemos que los humanos somos imperfectos y desvalidos y que a veces nos “portamos mal”. El Día del Perdón nos lo recuerda y lo hace de manera personal y concreta, no podemos mirar para otro lado porque en esas 24 horas de reflexión introspectiva asumimos que cada uno de nosotros es responsable de sus conductas hacia nuestros semejantes y por el mundo.
Publicado en La Nación como “Somos responsables de nuestra conducta” 15/9/21
¿Qué es un shone toive?
En estas fechas mamá mandaba imprimir shonetoives. No sabía entonces que shone toive era como se decía en idish shaná tová. Para mí shoinetoive era una sola palabra que quería decir “tarjetas que se mandan una vez por año”. Eran blancas, con un ligero borde dorado igual que el maguen David puesto arriba a la derecha, en el medio una frase en letras hebreas y abajo en negro y en relieve, “desean Mesio y Cesia Wang”. Cada tarjeta venía con su sobrecito igualmente blanco y del mismo tamaño en cuyo frente mamá escribía prolijamente nombres y direcciones que consultaba en una libreta con una tapa roja. Mi tarea era pasar la lengua por el pegamento de la solapa, apretar para que se pegue y encimar cada sobre al montoncito que se iba levantando a mi lado. La ceremonia terminaba con las estampillas que mamá había comprado en una plancha y que yo recortaba una por una y las pegaba en el costado superior derecho de cada sobre. Con los sobres en una bolsita, caminábamos tres cuadras hasta la esquina de la librería donde estaba el buzón rojo del barrio. La boca estaba tan alta que mamá me alzaba y yo empujaba con la mano izquierda una especie de tapa interior que tenía la boca y con la derecha iba metiendo todos los sobres en grupos de cuatro o cinco.
Unos días después empezaban a llegar los shonetoives que nos enviaban a nosotros. Eran sobres de distintos tamaños y tarjetas con variados diseños, dorados y plateados, coloridos o blanco y negro, con frases en castellano o en idish (¿o era hebreo?) y abajo los apellidos de los amigos conocidos. “¿Qué dice?” preguntaba yo con cada shonetoive que llegaba. “A guit iur” (un buen año) me decía mamá, en estos días todos nos deseamos un buen año. El que más me intrigaba era el de un pariente que vivía en Israel. Era una carta en papel finito, celeste, que tenía las palabras escritas del lado de adentro, había que despegar la solapa con cuidado para que no se rompiera el papel y se pudiera leer todo.
Mamá paraba encima del aparador los shonetoives. Hasta que llegaba el día en el que mamá no comía, encendía una vela que ardía 24 horas, a la tarde se vestía muy elegante y desaparecía con un “me voy al shil”. Mamá había aceptado a pesar suyo la oposición de papá a todo ritual religioso. Pero no ese día. “Es para mis muertos”, decía. Y papá callaba y escondía los ojos.
Se viene otro nuevo año. Los shonetoives, luego cartis brajá (tarjetas con bendiciones) ahora son videos y buenos deseos que nos mandamos por internet. No es igual porque falta la emoción de ver llegar los sobres y tenerlos abiertos alegrando nuestra vista. Pero al mismo tiempo es lo mismo, porque seguimos deseando y compartiendo la esperanza de un nuevo comienzo y una nueva oportunidad. Cuando era chica no sabía bien de qué se trataba, acompañaba a mamá en un ritual que era obviamente importante para ella, me dejaba participar y aprendí haciendo cuál era mi lugar y a qué me comprometía. Hoy sé que se trata de convivencia y responsabilidad en este horizonte judío en el que palabras y conductas se entretejen porque son lo mismo. Nos recuerda que no estamos solos, que somos del otro y para el otro, necesitamos y esperamos su presencia y compañía, y su perdón si en algo le hemos faltado, porque el otro es nuestro garante, al mismo tiempo nido y juez.
Extraño aquel despliegue colorido que había sobre el aparador de mi casa de la infancia y así como hacía mamá, iré al shil el día de la vela de 24 horas, no solo porque es el día para los muertos como decía ella, sino porque es también, y esencialmente, el día para los vivos, los que nos juntamos en este ritual milenario, interior y silencioso que nos alimenta, nos da identidad y sentido.
¡Shaná Tová Umetuká!
link de Clarin 6 de septiembre 2021
¿Quien soy? La presencia de la ausencia.
Hablamos de hablar, una charla en Mishkan
Comenzando Slijot, los días previos a los Días Terribles, “Iamim Noraim” que van entre “Rosh Hashaná” el comienzo del año y “Iom Kipur”, el día del perdón, el inicio de las reflexiones tendientes a dar un pasito más para ser mejores personas.
Charla en el Centro de Espiritualidad Judía, Mishkan, con Daniel Helft que hizo posible un intercambio fluido y relevante sobre ideas relativas a la culpa y al perdón, al hablar para comunicar en lugar del hablar para atacar y a la importancia de considerar al otro, al que escucha, del que dependemos, tanto para vivir como para ser perdonados.
La charla se transmitió online y al final (los últimos 4 minutos) el rabino Reuben Nisenbom intervino de manera conmovedora.