Shoa

¡Aleluya! ¡Una nueva! (Carta abierta al Sr Jorge Altamira)

El Holocausto, fuente inagotable de insultos mediáticos

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Que los términos relativos al Holocausto son herramientas usadas para cualquier fin está siendo una cuestión que parece que llegó para quedarse. Hitler, Goebbels, Cámaras de Gas, Auschwitz, Holocausto, nazis son palabras a las que los políticos y comunicadores nos tienen acostumbrados, las toman de la repisa y las usan para cualquier fin, generalmente como insultos. Ahora se sumó usted (ver la nota) agregando al rico acervo popular holocáustico, la palabra Judenrat. ¡Aleluya! Un nuevo insulto ha nacido.

Sospecho que debe haber escuchado en sus contactos con el mundo judío que “Judenrat” quería decir “traidor”. Infiero que debe haberlo creído y tal vez no se molestó en averiguar si era cierto. Hoy volvió a su memoria la palabra, tal vez porque suena bien o por lo que alude o por ambas cosas. Y, como hicieron sus predecesores con las otras palabras, debe haber considerado que usarla sería un buen golpe. Entonces, cuando se refiere a José Pablo Feinmann, que para más felicidad también cae en la sospecha de ser judío, le viene como anillo al dedo y le tira al bulto sin detenerse siquiera a apuntar con cuidado.

No me referiré al contenido de su texto, sino exclusivamente al uso en el que incurrió de la palabra Judenrat. Empecemos por el significado. Rat quiere decir “consejo” en alemán y Juden, quiere decir “judío”,  es decir, “consejo de judíos”. Durante siglos los judíos se auto-regulaban internamente en cada comunidad por un Consejo de notables, que se ocupaba de cuestiones menores, de litigios internos y de las relaciones con el exterior, básicamente, el pago de impuestos que siempre eran más altos para ellos. El ocupante nazi encontró que cada una de las comunidades, grandes y pequeñas, tenían un Consejo constituido, decidió entonces, a la hora de la constitución de los guetos, que serían los intermediarios naturales. Su tareas eran ocuparse de lo relativo a la higiene, la alimentación, la salubridad, la reubicación de las familias, el trabajo. Recién cuando comenzó la así llamada “solución final” (el plan de exterminio de todo el pueblo judío), los nazis agregaron a sus órdenes, la “cuota” diaria para la relocalización hacia el este (así es como lo decían, nadie sabía al comienzo, que el destino de los deportados era la muerte). Cuando conocieron la verdad los miembros de los “Judenraete” que se negaron a obedecer fueron muertos y designaron a otros. Quien no obedecía era matado in situ. No hubo homogeneidad empero en las conductas, cada lugar y cada momento tuvo su particularidad. La mayoría trató de engañar a los ocupantes haciendo como que obedecían pero implementando subrepticiamente medidas para salvar a la gente. El engaño duraba poco y el dirigente era muerto y se ponía a otro y a otro y a otro más. Muchos Consejos participaron activamente en las resistencias, tanto armadas como desarmadas, pero la mayoría se vio impotente para defender a su gente. Son contadísimos los casos en los que hubo actos de traición y entrega. Claro que los hubo. Algunos dirigentes creyeron que de esa manera podrían salvar a sus familias, aunque al final, los mataron igual a todos. Los judíos, como usted bien sabe, somos personas igual que todas las personas del mundo. Hay entre nosotros buena gente y mala gente. Le juro Sr Altamira que hay criminales, prostitutas, estafadores, ladrones, mafiosos, proxenetas y pistoleros. Uno no se enorgullece de ellos, así como los italianos no se enorgullecen de la cosa nostra ni andan exhibiéndola por ahí como un galardón. Y es verdad que hubo en algunos Judenraete en algún momento algún dirigente que no hizo las cosas bien. Pero lamento informarle que fueron los menos. La gran mayoría tuvo que enfrentar uno de los más grandes dilemas éticos a los que los nazis nos enfrentaron: tener que elegir quién debía vivir y quién no, delegando en las propias víctimas la sucia tarea de la selección que igualmente era transitoria porque al final moriríamos todos. Los dilemas éticos del holocausto son uno de los temas más desgarradores del estudio de la Shoá. El de los dirigentes de los Consejos Judíos es de los más importantes y sigue siendo material de reflexión por la dureza de lo que tuvieron que enfrentar.

Así que Sr Altamira, si lo que quiso decir hablando de J.P.Feinmann es que tenía que tomar una decisión desgarradora que socavaba las bases de su sistema ético y que corroía lo que era su sostén moral en la vida, pues entonces ha aplicado bien el término y lo felicito y me retracto de mis palabras en este mismo acto. Ahora, si lo que quiso decir –según lo que infiero por el contenido de su texto- es que la conducta de su acusado ha sido traicionera, le informo que ha dirigido el chorro de su ira fuera del recipiente adecuado.

Finalmente déjeme decirle –a riesgo de que me llame “maestra siruela (sic)- que se escribe Judenrat, no jüdenrat, va con mayúsculas, los sustantivos en alemán siempre se escriben con mayúsculas. Y no lleva diéresis. Lo puede ver en Wikipedia.

Atentamente,

Diana Wang

Presidenta de Generaciones de la Shoá

Hija de sobrevivientes del Holocausto

Sobre la banalización de la Shoá

banalizacion.jpg Introducción[1].

Observamos en la arena política y en los medios masivos de comunicación el uso habitual de conceptos que nombran y evocan hechos de espanto como nazi, hitler, goebbels[2],  la imagen de la esvástica y otros, vertidos como epítetos insultantes. Descargados de su malignidad esencial, se ofrecen al mercado de las ideas como productos light, superficiales y de poco peso, que, en su reiteración y abuso, han perdido su toxicidad original. La Shoá es un hecho extraordinario que, como parte del habla común, se transforma en ordinario, incorporado al escenario cotidiano, degradado en una progresiva invisibilización. Cuando lo extraordinario se vuelve ordinario se mueve la frontera entre lo que está bien y lo que está mal, cambian los umbrales, los sentidos y los significados. Usar las palabras referidas a la Shoá fuera de su contexto, aplicarlas a la ofensa personal, a modo de proyectiles destinados a descalificar a alguna persona o institución, abarata a la Shoá, afecta su potencia reflexiva y educativa. Cuando este paradigma del MAL ABSOLUTO se usa como arma, estamos en presencia de la banalización de la Shoá.

¿Qué es la banalización?

La banalización es un concepto propuesto por la filósofa y escritora alemana Hannah Arendt. Enviada por el semanario New Yorker para cubrir el juicio a Eichmann. Sus entregas periódicas fueron publicadas en 1963 como “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal[3]”.  Lo define como aquel estado en el que se mata (se tortura, se esclaviza, se oprime, se humilla) no por odio, codicia, envidia, celos o venganza sino como consecuencia de una orden impartida por un superior. No se mata como consecuencia de una emoción violenta sino fríamente, como parte de un trabajo, en estado de obediencia debida. Ello requiere la anulación del juicio moral y el atenerse estrictamente al cumplimiento de la orden. El contexto del MAL ABSOLUTO genera las condiciones para que el perpetrador haga el mal de manera banal, sin sentirse responsable. La misma condición de banalidad es aplicable a todos los que cumplen órdenes aberrantes insertos en un aparato o institución dentro del cual su única responsabilidad es obedecer.

Hasta ese momento los perpetradores eran considerados como individuos con alguna alteración psicopatológica o, tal vez, una monstruosidad innata, autistas sociales incapaces de responsabilidad o culpa. La locura o maldad innata los eximía de culpa y adicionalmente nos liberaba a todos los demás. Resultaba tranquilizador creer que si se trataba de locos o malos, eran una excepción, una monstruosidad de la que el resto del mundo, la gente común, normal y cuerda, no se veía afectada. Arendt echó por tierra esta tranquilidad, nos enfrentó con esta noción de que en determinadas circunstancias nadie estaría exento de hacer daño de manera banal, es decir, sin responsabilidad o culpa; abrió nuevas preguntas sobre nuestra propia condición y los límites sociales de la depravación y la crueldad.

Arendt transformó el sentido de la palabra “banalización” para siempre y hoy se refiere a la trivialización de conceptos y hechos que naturalmente indignan, causan disgusto o son delito. Pero, al usarlos de ese modo,les quita peso, más ligeros se digieren mejor,  pueden ser incorporados sin generar inquietudes ni incomodidades;no requieren del cansador trabajo de la reflexión. La banalización transforma algo importante en intrascendente, lo normaliza, lo vuelve sustantivo común. Cuando se banaliza a Hitler y se lo esgrime como arma, no se habla ya de ese déspota que hace algunas décadas quiso cambiar la estructura social y biológica del mundo en un delirio autocrático y megalomaníaco, ahora es hitler, un bufón histérico y algo ridículo con un bigote minúsculo que gesticula y habla escupiendo palabras guturales y da órdenes como un payaso risible. Hitler se banaliza en hitler[4].

El banalizador de la Shoá instala, tal vez sin quererlo, la idea que cualquier cosa es válida cuando se requiere centimetraje periodístico, efectos veloces e impacto inmediato. En el derrame impune de las palabras elegidas para tales efectos -goebbels, nazi, hitler- se advierten dos cosas. Una, la ignorancia del proceso de banalización puesto en marcha y sus consecuencias, lo que es grave para un político o comunicador social, porque desciende los umbrales sociales de aceptación de lo inaceptable. Dos, el conocimiento pobre, superficial y estereotipado sobre la Shoá; no se pretende que todos seamos expertos pero, al menos aquéllos que pretenden representar a la gente, cuando hablan, debieran saber de qué hablan para que sus palabras y sus personas no pierdan credibilidad y confianza.

La Shoá, el MAL y la Humanidad.

Arendt no estuvo sola. Muchos otros más tarde –Todorov[5], Agamben, Bauman por ejemplo- han elevado la voz ante lo que significó y representa la Shoá. La han inscripto en la sociedad humana como una evidencia de su intrínseca fragilidad moral, lo que nos fuerza a revisarnos en nuestra propia vulnerabilidad y quiebre. Ante determinadas condiciones sociales y políticas, la así llamada “ética” se desmorona y revela la fractura de los modelos morales impartidos con las mejores intenciones por los dispositivos escolares, religiosos y familiares.

Zygmunt Bauman[6] argumenta que la Shoá no es ajena a lo humano ni a lo occidental, por el contrario, aunque totalmente evitable, ha sido una consecuencia de la modernidad. Las mismas estructuras y modos de operar que hicieron tan eficiente la industria de la muerte, eran las que ya regían previamente y son las que siguen rigiendo en nuestro mundo, siguen siendo los fundamentos de nuestra sociedad. El nazismo y su solución final no fue un “rayo fatídico”, una excrescencia azarosa de la sociedad. Bauman sacude nuestra comodidad con su demostración de que este sistema criminal, su invención y realización, está inserto en la civilización y que es una de sus consecuencias lógicas aunque, repito, absolutamente evitables.

Ciertamente, el nazismo fue parte de la sociedad, participó de sus logros y los utilizó en beneficio de sus políticas bélicas y de exterminio. No se creó un aparato social nuevo ni dispositivos sociales diferentes sino que se utilizaron los que existían: organización, planificación, verticalidad, jerarquización y división del trabajo, aceptación de órdenes, burocracia, eficiencia, rapidez, evaluación de costos y desarrollo tecnológico, la noción de que el fin justifica los medios. Todo este aparato contó con la complacencia, complicidad y/o indiferencia de la gran mayoría de la población que admitió, explícita o implícitamente, la política de exterminio total del pueblo judío como un mal necesario. El uso de los dispositivos sociales existentes y conocidos permitió que las acciones fueran llevadas a cabo con frialdad y eficacia, dejando de lado los aspectos personales, eliminando cualquier sentimiento de culpa, estimulando más bien el gusto por haber cumplido la tarea encomendada. Merced a refinadas técnicas de propaganda (cuyos mismos principios siguen utilizándose en la propaganda política y en la publicidad comercial) se transformó la conciencia colectiva en una masa maleable dispuesta a encolumnarse detrás de algunas decisiones que normalmente habrían determinado oposiciones y disidencias. En todas las etapas se contó con la colaboración, muchas veces de muy buen grado, de técnicos, operarios, profesores, académicos, científicos, intelectuales y ciudadanos de buena fe, personas que, en otras condiciones, no habrían aceptado las acciones de crueldad en las que participaron. Los mismos elementos enunciados previamente, son los que constituyen nuestro mundo actual y constituyen tanto su fuerza como su debilidad. Son las instituciones y los dispositivos sociales los que determinan qué está bien y qué está mal, qué hecho se premia y cuál se castiga y mucha de la educación está dirigida a silenciar el espíritu crítico de los educandos, los estimula a obedecer y tomar lo que el maestro enseña como verdades reveladas[7]. Como sucede en la actualidad, también el lenguaje del III Reich, que tan agudamente describió Viktor Klemperer[8],se cuidaba muy bien de enunciar con eufemismos (hoy diríamos “palabras banales”) las acciones emprendidas con la intención de conservar un estado de aparente normalidad que mantenía anestesiada la conciencia crítica colectiva.

Agamben[9] postula que los campos de concentración y exterminio nazis son el paradigma de la modernidad, han instalado la excepcionalidad jurídica como entidad. El universo concentracionario fue el ámbito de la experimentación médica donde se introdujo una nueva disciplina que llama la bio-política: el prisionero se veía reducido a la “nuda vida”, es decir, excluido de la condición de miembro de la comunidad, era despojado y amputado de su vida privada y del derecho; estaba, existía, pero sin ningún derecho ni siquiera sobre su propio cuerpo. Sostiene Agamben que, en la política de genocidio del pueblo judío, el nazismo instaló este modelo que se replica en la actualidad en grupos de individuos que, como los concentracionados, subsisten de manera dual, también están y no están, dentro y fuera de la ley (piensa en colectivos humanos relacionados con control de la natalidad, venta de órganos, desnutrición, eutanasia, explotación, esclavitud, tortura, genocidio).

El camino a la banalización.

La banalización de la Shoá es un fenómeno reciente, pero comenzó incluso antes todavía de que el plan de exterminio hubiera sido pensado[10]. A partir de 1933 y hasta 1945 los judíos fueron señalados, marcados, perseguidos, echados, acorralados y por último asesinados en el reino de terror del nazismo. Los sobrevivientes, decididos a hablar y contar lo vivido, debieron callar durante décadas porque, entre otras cosas, no había nadie dispuesto a oír. Cuando finalmente se quebró este dique de silencio, sus testimonios derramaron sobre nosotros un espanto indecible. Además de sus voces, decenas de películas prestaron imágenes que recorrieron el mundo. Luego, miles de documentos, investigaciones, tesis de grado y posgrado, textos académicos intentan conocer primero y comprender después, lo que pasó y cómo fue posible. La Shoá ya es de público conocimiento y algunos de sus hitos y conceptos se han vuelto lugares comunes que se dicen pero en los que, infortunadamente poco se reflexiona. Los políticos y comunicadores que necesitan renovar las metáforas de su discurso para concitar la atención de los medios, se apropiaron de estas palabras tan pregnantes. Así Auschwitz, Campos de Exterminio, Gueto de Varsovia, Hitler, Goebbels, Nazi, sucedidos con mayúsculas, son nombres propios que se refieren a lo que ha ganado su triste lugar en la lengua y en la historia, se han minusculizado en su devaluación, se han vuelto banales. En este contínuum que va de los hechos al silencio, del silencio a la aceptación, de la aceptación a la difusión, de la difusión al lugar común irreflexivo, se ha agregado la banalización.

Evolución de las palabras.

Las palabras son materia viva, nominan hechos y relaciones pero, al mismo tiempo, las construyen y las constituyen en un proceso de entretejido permanente. El paso del tiempo y las incidencias de su uso, hacen que las palabras vayan adquiriendo nuevos significados, se tiñan de diferentes cualidades, sean aplicadas por las nuevas generaciones en una permanente y viva actualización. Son materia y producto de la comunicación humana y siguen los derroteros de las interacciones y necesidades. Es tanto lo que se dice acerca de la banalización que hasta ya se ha banalizado a la banalización misma. En parte, y esto también se planteará más adelante, es un desafío para quienes estamos comprometidos en rituales y mecanismos de memoria y ritualización, puesto que requieren de repetición,  y la repetición misma lima los bordes agudos y disminuye la fuerza de lo que se dice. Lo que está sucediendo con las palabras relativas a la Shoá, y mientras estemos vivos los sobrevivientes y sus descendientes directos, requiere de nosotros un alerta activo y la decisión de abrir una y otra vez el archivo aludido y volver a las fuentes, o al menos, proponer la discusión cuando se advierta una alteración significativa del sentido.

Cuando se utilizan conceptos relativos a hechos extraordinarios y se los aplican a contextos ordinarios, se banaliza. En la intención de subrayar o enfatizar una idea, es válido y legítimo el uso de la metáfora y la analogía. Un concepto conocido y auto-evidente, con un peso específico que hace innecesaria una aclaración, es un atajo comunicacional de gran potencia. Pero cuando su uso se degrada en insulto o se usa en cualquier contexto o para cualquier fin, la licencia poética pierde sentido. La palabra esgrimida cumple la función de arma pero, en el trayecto, sufre el efecto secundario de la pérdida de su contenido original, se vuelve ruido, ese tren que pasa cada tanto y ya no se advierte, se ha vuelto parte del escenario cotidiano.

Ya el Ministerio de Propaganda del III Reich había enunciado las leyes y principios que debían regir toda propaganda que pretendiera construir opinión y consensos. Uno de esos principios era que debían enunciarse pocas ideas, de manera binaria, con muy pocas palabras y que pudieran ser entendidas por los iletrados, debían ser ideas o conceptos simples que tuvieran eco universal para que pudieran ser incorporadas, metabolizadas y, luego de una insistente repetición, aceptadas por todos como verdades per se. La propaganda política y la publicidad comercial sigue estos mismos principios. Si se quiere cubrir de lodo a alguien o insultarlo, el recurso de apelar a términos relativos a la Shoá asegura que el mensaje será recibido. La exageración, la sobredimensión, el estiramiento de las ideas hasta grados inverosímiles forman parte de la intención: pintar con un trazo grueso inequívoco y terminante. Por ejemplo llamar holocausto prenatal[11] a la ley del aborto.

Contenidos y falsificaciones.

Se acusa de goebbels a todo aquel que sea visto manejando la información de modo sesgado o autoritario. Aplicar alegremente el apelativo de goebbels es una clara evidencia del más absoluto desconocimiento de lo que se está hablando. ¿Quién fue y qué hizo Goebbels? El Ministro de Propaganda del III Reich montó un operativo tan exitoso que consiguió encolumnar a todo un pueblo tras los delirios megalomaníacos de Hitler y convertir a gente común en ejecutores y cómplices de asesinatos masivos. Cualquiera sabe que sin el apoyo de la población civil ninguna medida impopular podrá ser aceptada y ningún estado dictatorial puede mantenerse en el poder. El Ministerio de Propaganda nazi encontró esa veta en la teoría “racial” e instaló la idea y la necesidad de la reingeniería humana para mejorar la “raza”: se mataría así a gitanos, homosexuales, discapacitados físicos y mentales y, por supuesto y de manera central, a todo el pueblo judío. El plan quedó trunco merced a la derrota del nazismo pero, si hubiera triunfado, habría continuado con el exterminio del resto de los “inferiores”: los negros, los amarillos, los marrones, los rojos…, todo el que no fuera blanco, rubio y “ario”[12]. ¿Puede un plan de esta enormidad compararse siquiera con cualquier medida tomada por alguno de nuestros políticos?

La palabra nazi es usada como sinónimo de autoritarismo, obcecación, rigidez y como tal es disparada a diestra y siniestra. Pero el nazismo fue otra cosa que un arranque o estilo autoritario o caprichoso, fue una ideología política impuesta por un estado dictatorial, que propendía a la supremacía de Alemania, primero sobre Europa y, finalmente, sobre todo el planeta. La teoría “racial” y el consecuente asesinato de los considerados “inferiores” no tiene ni un pequeño e insignificante punto de comparación con nada de lo que pudiera acusarse a ninguno de nuestros políticos, por más autoritarios, caprichosos o antidemocráticos que sean.

Los judíos son noticia.

Los conceptos relativos a la Shoá tienen el valor agregado de tocar un tema judío, lo que los hace privilegiados por su pregnancia y peso emocional. Jews are news es una conocida frase del mundo periodístico: los judíos son siempre noticia, la mención a algo judío le da a la información, a la conversación, al intercambio, un plus, un sobreentendido aceptado que genera una complicidad silenciosa. Se puede disentir con casi todo, pero la judeofobia está hondamente arraigada en la cultura occidental, es un atajo privilegiado puesto que genera una inmediata comunidad de opinión. Debemos, en consecuencia, distinguir a la banalización de la Shoá de la judeofobia, el antisemitismo, el antisionismo y el negacionismo, aunque no siempre es una tarea fácil porque las fronteras son porosas o sus territorios se superponen.

La judeofobia es el odio o rechazo hacia los judíos, desde lo religioso o étnico. El antisemitismo está basado en la superchería de la “teoría racial” que atribuye causas biológicas a las diferencias morfológicas o culturales de los pueblos. El antisionismo, una expresión travestida de la judeofobia ahora desde lo político, es la oposición a la existencia del Estado de Israel. El negacionismo es la línea de pensamiento que niega la existencia del plan nazi enunciado como la “solución final del problema judío” y alega que es una creación de los judíos, que no existieron los hornos crematorios ni los campos de exterminio. No necesariamente quien incurra en la banalización de la Shoá es judeófobo, antisemita, anti sionista o negacionista pero, en el acto de la banalización abona, tal vez sin quererlo, los objetivos de aquéllos.

Podría decirse en este punto de la argumentación que, dado que soy judía, me caben las generales de la ley y soy pasible de recibir la misma crítica que han recibido otros judíos al momento de señalar alguna conducta como judeófoba o antisemita. Hay quienes dicen que los judíos somos muy susceptibles, que leemos como antijudías las referencias anti israelíes o que entendemos como antisemitas todo y cualquier comentario adverso que nos incluya o mencione. Se nos acusa de extremadamente sensibles, de exagerados, de aprovechadores, de víctimas profesionales, y de pretender serlo de manera excluyente y autorreferencial. Convengamos que tenemos buenas razones para encender los alertas y emprender alguna acción, ante el menor esbozo de lo que puede desembocar en lo que, tristemente, conocemos como posible. Convengamos también en que la judeofobia y el antisemitismo siguen vivos y sus signos se advierten por doquier. No es de extrañar. Esta noción, alimentada a lo largo de 16 siglos, es lo que conocemos como el prejuicio antijudío y ha sido sumamente útil para explicar cosas complejas. Un  prejuicio así no se disuelve de la noche a la mañana, está hondamente arraigado en la cultura occidental y, en el mejor de los casos, podrá irse diluyendo con un arduo y lento trabajo pedagógico y reflexivo. Esperemos que esta dilución demore menos que los 16 siglos de su instalación, difusión y prédica constante.

La banalización de la Shoá, tiene este aditamento de referirse a algo judío, lo que suma un ingrediente importante. Occidente está habituado a aceptar el prejuicio antijudío, contra el que, todavía, no lucha con demasiado entusiasmo. El judío culpable de todos los males, ese Otro de una otredad absoluta, sigue siendo útil, una conveniente explicación y desplazamiento que quita peso y responsabilidad a los verdaderos ideólogos y ejecutores de políticas cuyas injusticias sociales asumen el grado de escándalos morales o delitos francamente criminales.

Sin precedentes, pero se ha vuelto precedente.

La Shoá no ha sido un hecho ordinario en la civilización. Si bien puede encuadrarse como uno de los genocidios (y de eso el siglo XX tiene muchos ejemplos), ciertas características lo diferencian de los demás. Yehuda Bauer[13] enunció que nunca antes –y hasta ahora, nunca después- hubo un genocidio con estas características. No se refiere a la cantidad de muertos ni a los mecanismos de los asesinatos ni al sufrimiento humano involucrado; la Shoá no es original ni única ni extraordinaria por esas razones. Dice que su condición de extraordinaria estriba en cuatro razones: 1)tuvo una causa ideológica delirante: pretendía fundar una nueva biología, la así llamada teoría racial, una superchería científica, una falsedad; 2) no tuvo determinantes pragmáticos: ni económicos, ni territoriales, ni religiosos ni políticos, solo motivos ideológicos; 3) el grupo afectado sería la totalidad de los judíos: serían exterminados todos los miembros de su pueblo sin posibilidad de redención, conversión o traslado (los otros grupos designados para la muerte no lo eran de manera total); 4) el exterminio de los judíos tenía un alcance extraterritorial, universal, no habría fronteras: sea donde estuviere, el judío sería apresado y asesinado, era un plan planetario. Ya el genocidio perpetrado sobre algún grupo humano es un hecho extraordinario pero estas cuatro características de la Shoá enfatizan su particularidad y señalan su lugar como paradigma del MAL. Su gran importancia, dice Bauer, se debe a que, si bien la Shoá no tiene precedentes, ha sentado un peligrosísimo precedente en la historia de la humanidad, ha marcado un camino que cambió la frontera de lo que era imaginado como posible, ensancha los límites del MAL.

Un éxito y un fracaso.

Vemos con preocupación que la difusión de la Shoá, comporta una doble consecuencia: es un éxito y es también un fracaso.

Éxito. Es un éxito que se haya convertido en el paradigma del MAL, que su difusión instalara la concepción del matar organizado y banal, ejecutado como quien cumple un horario de trabajo, como quien saluda al entrar o se despide al salir, como el cerrar los ojos al disponerse a dormir; invisible y estereotipado, parte del escenario de lo cotidiano, posible y permitido. Este MAL que la Shoá ha encumbrado como modelo está en el imaginario colectivo universal. Las investigaciones, libros, testimonios, tesis de doctorado, textos académicos, films de ficción y documentales sobre ello se multiplican porque es un laboratorio privilegiado para investigar los alcances de la crueldad humana y la fragilidad de los sistemas políticos y morales en los que vivimos. Este éxito es el que, por otra parte, con el mal uso y abuso, ha abierto las puertas de la banalización.

Fracaso. Es un fracaso porque la difusión misma, construida a veces con frases hechas, de manera simplista, binaria y superficial, atenta contra la cabal comprensión de los hechos. La repetición e insistencia en los lugares comunes, verbales y audiovisuales, puede producir el efecto contrario al deseado y conducir al hartazgo. Tanta película de guerra, tanto insistir con las mismas escenas y símbolos amputa la condición de extraordinario, banaliza, y lo expresado pierde la potencia cuestionadora de interpelar a la Humanidad. El filósofo Alain Finkielkraut[14] lo expresó de este modo:  Nosotros los europeos, nosotros los franceses, queríamos extinguir las llamas del antisemitismo con el agua de la memoria. Y, de pronto, parece que estamos añadiendo, con la memoria, más leña al fuego. Cuanto más conmemoramos, invocamos, y enseñamos el dolor del Holocausto, cuanto más escudriñamos estos tiempos oscuros, más enfurecemos a los países, a los continentes, a las comunidades y a las minorías que no se sienten responsables de estos acontecimientos. Cada conmemoración incrementa el enojo en otras partes del mundo, mayormente en nuestros suburbios, en los barrios no europeos de nuestras ciudades, la ira crece con la buena fortuna de los reyes de la desgracia: los judíos” . Y agrega: no muestran su disgusto por lo que se hizo en Auschwitz, sino ante el recuerdo de Auschwitz y boicotean Auschwitz por considerarlo un producto israelí”. Tal vez no se haya llegado en el cono sur de América a un tal estado de cosas. La Argentina no tiene razones para reprocharse ninguna complicidad en el asesinato de judíos planificado por el nazismo (aunque existieron gestos que revelan simpatías y complicidades)[15]. Sin embargo, dado que la banalización de la que estamos siendo testigos y víctimas es un efecto negativo del conocimiento superficial y estereotipado de la Shoá, quizá sea cuestión de tiempo el que, lo descripto por Finkielkraut en Francia, llegue a nuestras orillas. La banalización prepara la tierra para que estas ideas prosperen.

Si la difusión y repetición ha generado estos efectos, nos vemos frente a un serio dilema respecto a nuestro ejercicio de memorialización. Es un camino de difícil salida puesto que callar está fuera de cuestión y tanto hablar no sólo termina por hartar sino que banaliza el sentido de lo dicho. Una de las frases hecha repetidas hasta el cansancio es que es preciso recordar para no repetir. Hemos aprendido que la realidad la contradice una y otra vez. No es repitiendo que se evita la repetición. Al menos, no es repitiendo de esta manera. La pregunta acuciante que surge es: ¿entonces cómo hacerlo?

Conclusión.

“Nunca más” dijo el mundo luego de la masacre genocida sobre los judíos. Frase contundente que hoy es aplicada a cuanto fenómeno genocida o de terror de Estado se produzca. La Shoá como paradigma del MAL es el modelo supremo de la capacidad destructiva de la humanidad que, además de establecerse como precedente, revela que no hay límites para lo que el hombre puede hacerle al hombre. La Shoá se ha vuelto un alerta, un piloto que debiera estar siempre encendido, un patrón de medida que calibre las conductas asesinas de países y organizaciones.

La banalización quita potencia reflexiva y los contenidos tóxicos se vuelven elementos de consumo habitual, lo que cierra las puertas al aprendizaje consecuente. La banalización conduce a la habituación y la aceptación de acontecimientos similares como “naturales”, cambia el umbral del horror ante lo extraordinario y permite que, en caso de esbozarse o suceder efectivamente, la mirada esté poco atenta, sea más benévola, no se despierte el juicio crítico y la reacción consecuente sea, por fuerza, más tardía.

Cualquier cosa que atente contra la vida y la convivencia civilizada debe ser encarada en su justa medida e importancia. Banalizar el consumo y el tráfico de drogas, la desnutrición infantil, la trata de blancas, la violencia doméstica, la industria bélica, el trabajo esclavo, las dictaduras, la tortura, los genocidios, es convertirlos en hechos ordinarios y comunes, que ya no producen ni indignación ni espanto, lo que atenta gravemente contra su tratamiento y eventual erradicación. Si se los ve como comunes, normales, aceptables, comienza a caminarse por la vereda en donde un desdichado duerme a la intemperie en una misérrima cucha de cartón rodeado de la suciedad y el abandono más degradantes y ya no se lo ve, integrado al paisaje urbano, es invisible. En la misma línea, banalizar la Shoá, este serio precedente de lo que la sociedad humana puede llegar a hacer, es dejar que el monstruo exterminador y genocida se prepare para el próximo ataque sin que los dispositivos sociales, institucionales y  políticos adviertan sus amagues con el tiempo suficiente de hacerles frente y desactivarlos.  Si banalizamos seguimos indefensos, vulnerables e impotentes. Si banalizamos seguiremos declamando “nunca mas” a los vientos y nuestras palabras se diluirán en el aire. Si banalizamos estamos haciendo oídos sordos a lo que anticipó Heinrich Heine en 1820: “donde se queman libros, después se quema gente”. Parecía tremendista, exagerado y susceptible, pero 120 años después, su amargo vaticinio se hizo realidad.

Buenos Aires, Abril 2011



[1] La autora agradece la lectura crítica y las valiosas sugerencias de Aída Ender, José Blumenfeld, Susana Luterstein y Jonathan Karszenbaum, miembros de Generaciones de la Shoá en Argentina.

[2] Están en minúsculas porque se usan como sustantivos comunes.

[3] Aunque la autora se refería, como se verá, a los perpetradores y no al MAL; el famoso subtítulo le fue impuesto, aparentemente, por la editorial.

[4] Dijo Charles Chaplin que de haber sabido lo que pasaba bajo el nazismo, no habría filmado “El Gran Dictador” (es de 1940)

[5] Todorov, Tzetan: “Los abusos de la memoria”. “Frente al límite.”
[6] Bauman, Zygmunt: “Holocausto y Modernidad”.

[7] A Michel Foucault le debemos el señalamiento de los dispositivos de vigilancia, control y poder de la sociedad, una especie de 'prisión continua', en la que todo está conectado y vigilado tendiendo a la generalización de la “normalidad”. (En Vigilar y Castigar).

[8] Klemperer, Viktor: “LTI. La lengua del III Reich”. “Traslado” en lugar de deportación, “solución final” en lugar de asesinato masivo, “carga” en lugar de personas transportadas, y así sucesivamente.
[9] Agamben, Giorgio: “Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida”. “Homo Sacer II. Estado de Excepción.” “Homo Sacer III Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo”.

[10] La “solución final” fue decidida recién en enero de 1942 en la Conferencia de Wansee.

[11] Eduardo Bieule en su Carta de Lectores, La Nación publicada el 24/3/11

[12]  Lo “ario” denomina una categoría lingüística: las lenguas tienen raíces arias, semitas u orientales, aplicarlo a la biología, como hace la teoría racial, es una falsificación científica (fue extrapolado en el siglo XIX por Wilhelm Marr y aceptado como válido dado que brindaba un supuesto soporte científico a la judeofobia pre-existente). De hecho, la raza humana es una sola, no hay razas o sub-razas en ella, como lo ha probado el Proyecto de Genoma Humano. Raza, ario y semita, aplicado a la biología de los humanos, debería ser mencionado siempre entre comillas.

[13]Bauer, Yehuda: Conferencias en www.generaciones-shoa.org.ar
[14]Finkielkraut, Alain: “Recordación y resentimiento” Discurso inaugural del 7º Congreso Internacional sobre Educación y Memoria del Holocausto, Yad Vashem, 12/6/2010

[15] Solo dos ejemplos de entre muchos: la Circular 11 emitida secretamente en 1938 que impedía el ingreso de refugiados judíos, hecha pública y derogada recién en 2005 y el Acto Nazi en el Luna Park el 10 de abril de 1938, con la presencia de 20.000 personas (el mayor acto nazi fuera de Alemania).

NUEVOS INSULTOS POLITICOS

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Puede observarse con estupor que Goebbels, Hitler y nazi se han vuelto palabras/proyectiles disparadas como insultos tanto por comunicadores como por políticos de diversas arenas partidarias. Buscando un efectismo mediático contundente no parece importarles la invalidez de la analogía. Banalizan impunemente al nazismo y sus figuras prominentes, reducidos a íconos a los que nadie quiere parecerse. Al establecer la comparación hacen gala de un grave desconocimiento tanto de Goebbels y Hitler como de la ideología nazi.

Goebbels. Se acusa de Goebbels a todo aquel que sea visto manejando la información de modo sesgado o autoritario. Hemos escuchado estas acusaciones dirigidas al actual gobierno y a sus amigos, de parte de Jorge Lanata, Joaquín Morales Solá, Jorge Fontevecchia, Carlos Reutemann y Carlos Menem; pero también fue acusado Hermes Binner en boca de Carlos Mercier. Aplicar alegremente el apelativo de Goebbels es una clara evidencia del más absoluto desconocimiento de lo que se está hablando. ¿Quién fue y qué hizo Goebbels? El Ministro de Propaganda del III Reich montó un operativo tan exitoso que consiguió encolumnar a todo un pueblo tras los delirios megalomaníacos de Hitler y convertir a gente común en ejecutores y cómplices de asesinatos masivos. Cualquiera sabe que ninguna medida impopular podrá ser aceptada y ningún estado dictatorial puede mantenerse en el poder sin el apoyo de la población civil. El Ministerio de Propaganda nazi propagó la teoría “racial” e instaló la idea y la necesidad de la reingeniería humana para mejorar la “raza”: se mataría así a gitanos, homosexuales, discapacitados físicos y mentales y por supuesto y de manera central, a todo el pueblo judío. El plan quedó trunco merced a la derrota del nazismo, pero si hubiera triunfado, habría continuado con el exterminio del resto de los “inferiores”: los negros, los amarillos, los marrones, los rojos…, todo el que no fuera blanco, rubio y germano. ¿Puede un plan de esta enormidad compararse siquiera con cualquier medida tomada por un político local?

Hitler. ¿Puede ser válida la asimilación que algunos hicieron del ex presidente Néstor Kirchner con la figura de Hitler (de lo que tal vez, a pocos días de su muerte, prefieran olvidarse)? Previamente a su deceso, Elisa Carrió lo comparó con el Führer y también la revista Noticias lo puso en la tapa con uniforme y pose hitleriana. El ex presidente podía caer simpático o no, verse negociador o autoritario, democrático o fascista, pero compararlo con el que pretendía la instalación del imperio de los mil años y la conquista del mundo bajo la supremacía de la “raza” superior mediante el asesinato de millones de personas no resiste el menor análisis ni merece siquiera ser considerado.

Nazi. La palabra nazi es usada como sinónimo de autoritarismo, obcecación, rigidez. Marcelo Parrilli llamó nazi a Mauricio Macri, Miguel Ángel Pichetto a Liliana Alonso de Negre, Beatriz Rojkes de Alperovich y Gerardo Morales a los que se les opusieron en el congreso. Pero el nazismo fue otra cosa que un arranque o estilo autoritario o caprichoso, fue una ideología política impuesta por un estado dictatorial, que propendía a la supremacía de Alemania primero sobre Europa y finalmente sobre toda la humanidad. La teoría “racial” y el consecuente asesinato de los considerados “inferiores” no tiene ni un pequeño e insignificante punto de comparación con nada de lo que pudiera acusarse a ninguno de nuestros políticos, por más autoritarios, caprichosos o antidemocráticos que sean. El insulto proferido revela, nuevamente, que quien lo dice no sabe nada del nazismo. El insulto califica a quien lo dice pues muestra su ignorancia y el oportunismo efectista y la devaluación de su palabra.

Boudou no está solo. Amado Boudou y su desdichado improperio hacia los periodistas a quienes acusó de ser como “los que limpiaban las cámaras de gas” no está solo. Hitler, Goebbels y nazi se han vuelto malas palabras comunes. Y aunque es bueno que en el imaginario popular el nazismo sea visualizado como algo malo, la banalidad del insulto reduce su significación de tal manera que oculta su verdadera dimensión. Hitler, Goebbels y nazi se han vuelto solo dardos inofensivos destinados a producirle sarpullido al adversario.

Boludo. Pasó con la palabra boludo. En su origen era sinónimo de mogólico debido a la hiperplasia testicular de los que padecen el Síndrome de Down. Son “boludos” por el tamaño de sus testículos. Olvidado su origen lesivo hacia quienes padecen la mencionada alteración genética, ya ni “suena” a mala palabra, hasta ha sido incluido en el diccionario de americanismos de la Real Academia como sinónimo de tonto. Tal vez en poco tiempo Hitler, Goebbels y nazi también serán palabras coloquiales vaciadas de historia, pompas de jabón insustanciales que se desvanecerán en gotitas minúsculas antes de tocar el suelo.

En otros países no se consigue. No pasa igual aparentemente en otros países, en donde Hitler, Goebbels y nazi siguen correspondiendo a lo que designan y no se han abaratado en el uso ligero de la esgrima verbal ofensiva y vacía de sentido de nuestra clase política.

Insultos disponibles.

Tal vez habría que refrescar el repertorio de insultos y malas palabras que quieren decir lo que quieren decir sin necesidad de hacer alarde de creatividad alguna ni de falsear la historia o aprovecharse de sus anti-próceres. Por ejemplo: estúpido, ladrón, asesino, tramposo, corrupto, avivado, traicionero, falluto, hipócrita, mala persona, poco confiable, manipulador, sinvergüenza, mal bicho, indecente, ímprobo, intolerante, estafador, bribón, atorrante, vividor, aprovechador, vago, irrespetuoso, bruto, criminal, coimero…. ¿no son

mucho más elocuentes?

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UNA JUDÍA ACONSEJA A POLÍTICOS Y COMUNICADORES

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Si no han aprendido hasta ahora, es hora de que lo hagan y se ahorren problemas. Eviten mencionar a los judíos o a cualquier cosa atinente a nosotros. No se metan en problemas, es complicado. Cualquier cosa que digan puede sonar mal. Mencionando algo relacionado a los judíos –religión, holocausto, nazismo y así- sin saber bien de qué se está hablando puede traer consecuencias no buscadas. E inmediatamente se enciende un alerta y se disparan las sirenas. La cosa no es caprichosa ni aleatoria, tiene una explicación. Se trata de un secreto milenario: hemos desarrollado un dispositivo protector de transmisión oral, la ABEJA -sigla de Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente- que, a modo de sismógrafo sutil y sensiblemente calibrado, incorpora, estudia, evalúa y nos pone en guardia, ante el más mínimo atisbo de ignorancia o discriminación anti judía.  La ABEJA está siempre alerta, es una cuestión de supervivencia.

Aunque su necesidad tiene más de dos mil años, la ABEJA así como lo conocemos hoy –aunque más primitiva- tiene su origen en Europa. Nació en el siglo IV bajo el imperio de Constantino el que instaló a la Iglesia como religión del imperio e impuso a mis antepasados el rótulo de asesinos de Cristo. A partir de allí la ABEJA se fue perfeccionando durante los siglos de bulas papales y peleas feudales y principescas, que llevaron a la prohibición de poseer tierras, la imposición de ocuparse solo de finanzas, artesanías y comercio para después señalarnos como usureros. La ABEJA fue recalibrada durante las Cruzadas, con la difusión del libelo de sangre (que nos acusaba de secuestrar niños cristianos y desangrarlos para nuestros rituales demoníacos), tuvo otro momento rutilante en la Inquisición, las conversiones forzosas, las matanzas, las torturas, y luego en los exilios y las deambulaciones de mis tatarabuelos; sufrió un nuevo ajuste con las teorías raciales que condujeron al así llamado antisemitismo, y luego con el invento de los Protocolos de los Sabios de Sión, los pogromos asesinos que se llevaron a mis abuelos –la ABEJA había quedado desactualizada- hasta el final de fiesta a toda pompa y sangre que fue el nazismo y la Shoá donde se masacró a casi toda mi familia. Luego de eso la ABEJA, nuevamente perfeccionada, pareció haber alcanzado su calibración definitiva y hasta se creía que nunca más iba a ser necesaria. Pero no. Cuando los sobrevivientes se sacudían las cenizas que ensombrecían sus memorias y ya Israel era un sueño hecho realidad, aplaudido por todos mientras estaba en las malas, bastó que ganara su primer guerra, la de los Seis Días, para que la mirada benévola se volviera acusación. Los técnicos se abocaron a recalibrar nuevamente a la ABEJA ahora a un nuevo nivel: mientras nos dejamos matar, está bien, pero cuando decidimos que una parte de la tribu sea un país como cualquier otro, eso sí que no. El ajuste actual incluyó en consecuencia al antisionismo que enarbola el sucio dedo de la culpa señalándonos, pero con un evidente alivio, un “ya lo sabíamos, no son de fiar estos judíos”. La ABEJA revela en sus registros que el judeófobo  justifica así su mala conciencia y su odio ancestral. Y no digo que acuerde con el gobierno de Israel ni con lo que pasa allá, no tengo por qué defender ni justificar ni participar de sus decisiones. No los voté, soy argentina y voto acá. Aunque pertenezco a la misma tribu de los judíos que viven en Israel, no soy israelí, pero como de la misma tribu me afecta lo que allí suceda y me toca lo que de ello se diga aunque no sea responsable. (Israel es un país, no es “los judíos”). Sí, ya sé, no es fácil. Y la ABEJA hubo de ser ajustada nuevamente porque nos “toleran” mientras seamos débiles, víctimas, estudiosos, comerciantes o prestamistas, pero no somos “tolerados” si no nos dejamos matar, si queremos ser igual que cualquiera. Y llegamos al día de hoy con la nueva palabreja del mundo políticamente correcto, la tolerancia. Qué espantosa palabra, ¿no?. Se tolera al que no se quiere, al que no se acepta, al que se aguanta.

Y ni qué decir de las bombas a la embajada de Israel y a la mutual judía, el mayor atentado terrorista que sufrió la Argentina, cuando se dijo, otra vez con alivio, que murieron judíos e inocentes. La ABEJA tuvo mucho trabajo esos días y hubo de sufrir una nueva recalibración.

Por todo esto, queridos políticos K, no-K o anti-K, queridos candidatos a políticos, queridos asesores de los candidatos a políticos, queridos periodistas y comunicadores sociales, tengan cuidado cuando nos usan con ligereza en sus declaraciones. La ABEJA saca el aguijón, se pone a vibrar como loca y se vienen los comunicados, los reclamos, los pedidos de disculpas, los medios levantan la noticia y la acomodan para atacar a unos y a otros. No hay ganancia. Mejor no digan nada. Háganme caso. No se metan en camisa de once varas que aprieta y enseguida se le saltan los botones.

Publicado por El diario de Leuco, 1 de septiembre 2020

Carta de Lectores publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?

Carta de Lectores - Boudou/nazismo

Publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?

Si supiera todo eso –es lo que espero de un ministro del poder ejecutivo de mi país- ¿cómo se atreve, cómo pudo ocurrírsele semejante analogía? Los pobres prisioneros que se ocupaban del trabajo más abyecto de los criminales nazis no tenían elección alguna, querían vivir un día más y tener la posibilidad de rebelarse y cuando llegara su hora, morir de manera digna y honorable luchando por la recuperación de su humanidad. ¿Pensará Boudou lo que dice o lo dice porque supone que tampoco tiene elección y también quiere estar un día más…? Y si lo consigue, ¿será que acaso espera rebelarse algún día y recuperar su honra y su dignidad? Si fuera así, vale la pena contestarle.

Diana Wang.

Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina.

¿Por qué recordar la Shoá en la Argentina? [1]

Nota: ponencia presentada en el seminario "La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: enseñanzas para los juristas" organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia y el Mémorial de la Shoah de Paris. Es la transcripción de mi presentación oral según como fuera publicada en el libro. No recuerdo por qué la mención a Daniel Goldman, tal vez él debía venir y no pudo y fui convocada en su lugar, pero no lo recuerdo (hablando de recordar....). Muchas gracias a los organizadores por haber confiado en mí, especialmente a Andrea Gualde y a Roxi Perel. En tan poco tiempo, que fui notificada de esta participación, haré lo posible por compartir con ustedes algunas reflexiones. Tengo algunas cosas parecidas con el rabino Dany Goldman y otras muy diferentes. El rabino Dany Goldman es quien tendría que estar acá en este momento. Soy judía como él. Y soy hija de sobrevivientes igual que él. Pero no soy rabina y no tengo su ilustración y su hondura filosófica, así que no van a contar con esto de mi parte.

Desde mi lugar de hija de sobrevivientes, como presidenta de una organización que se ocupa de transmitir y educar sobre el tema de la Shoá, y también un poquito desde mi lugar de psicóloga, que es inevitable (soy todo eso), hay toda una serie de cosas que querría compartir con ustedes.

Obviamente, la memoria es indispensable. Recordar y saber qué pasó forma parte del conocimiento que todas las sociedades tenemos que tener. Pero, ya a esta altura del partido, aquel lugar común de recordar para no repetir, sabemos que es una vana ilusión. Se recuerda y se recuerda, y se repite y se repite, y se mejora incluso. Así que recordar solo no es suficiente. Hay algo más que debemos hacer. 

La pregunta es por qué recordar la Shoá en la Argentina. Esto es lo que dice en el programa. Como buena judía, lo primero que contestaría es por qué no. Por qué la Argentina tiene que ser diferente de otros países. En este momento la Shoá está siendo un tema tomado por casi todos los países porque porta una serie de lecciones e informaciones que cambiaron definitivamente la mirada que tenemos los seres humanos sobre las sociedades. Hay un antes y un después de la Shoá con respecto a la concepción de lo humano. Pero déjenme decirles, antes, que me quedé pensando qué interesante que un lugar como la Argentina, en el sur del Cono Sur, tan lejos de los escenarios europeos en donde sucedió la Shoá, estamos teniendo un simposio sobre la Shoá y estamos hablando de la Shoá. Y creo que es absolutamente pertinente hablarlo acá y en todas partes.

Qué hubiera pasado si el Ejército Rojo no hubiera detenido el avance del ejército alemán en Stalingrado. Qué hubiera pasado si el general Patton no hubiera triunfado en el norte de África y hubiera entrado en el sur de Italia. Qué hubiera pasado si los Aliados no hubieran ingresado en Normandía. Qué hubiera pasado con el mundo si el nazismo hubiera triunfado, a casi ochenta años de su instauración en 1933. Probablemente, muchos de nosotros no estaríamos vivos, no estaríamos acá. No sé cuántos judíos hay en la sala pero no hubiera quedado ni un judío en el mundo. El nazismo tenía un plan que era universal, que no tenía fronteras geográficas. El plan de la creación de la raza superior no tenía fronteras. Era un plan planetario, iban allí como demiurgos, como semidioses, querían construir lo que ellos llamaban “la raza superior”. No habría discapacitados físicos, no habría discapacitados mentales, no existirían homosexuales. Y bueno, irían por más. No existirían negros, ni amarillos, ni rojos, ni marrones, ni gente con los ojitos así. Vaya uno a saber en qué mundo viviríamos si el nazismo hubiera triunfado. Entonces, por esto es pertinente hablar de la Shoá acá y en cualquier lugar del mundo. Porque simplemente se detuvo porque perdieron la guerra. Entonces, no tenemos que perder de vista que la Shoá estuvo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a que la perdieron, el mundo pudo seguir, bien o mal, como ha seguido. Pero, seguramente, mejor que si hubiera estado bajo el nazismo.

Pero también, hablar de recordar la Shoá en la Argentina y también en otros países tiene sentido por las varias lecciones que comporta. Nos ha enseñado, y todavía no sé cuánto hemos aprendido, del alcance de los sistemas políticos totalitarios y de la enorme vulnerabilidad de las sociedades humanas frente a eso. Nos enseña sobre el fracaso de los dispositivos educativos que tenemos, sobre la fragilidad de los individuos y las sociedades para contrarrestar los poderosos efectos de este sistema, para no someterse al aparato de la propaganda y al hondo lavado de cerebro que éste determina. A la dificultad de la lucha,, tanto individual como grupal, a la presión grupal y social –y acá habla la psicóloga– por esta necesidad que tenemos los seres humanos de ser aceptados, de pertenecer a un grupo. Esto se ha probado por infinitos estudios, que determinan la aceptación y el sometimiento a ciertas normas del grupo aun cuando algunos individuos no estén de acuerdo.

Nos enseña sobre el entumecimiento del juicio crítico, que es una consecuencia de todo lo anterior. Sobre la comodidad, sobre la burocracia. Sobre los aparatos que nos dicen que nosotros confiemos en alguien que nos dice que sabe lo que hace y que nosotros simplemente hagamos lo que tenemos que hacer. No miremos el cuadro grande. Sobre todo esto nos enseña la Shoá permanentemente. Y la Shoá debe ser un ejemplo, y debe ser mostrado como un ejemplo de a lo que se puede llegar si se siguen las últimas consecuencias de lo que esto propone.

Tenemos varios ejemplos en la Argentina. Voy a hablar solamente de uno. Podría tomar cualquier otro, pero voy a hablar de lo que pasó en la Guerra de Malvinas. Tal vez los compañeros franceses de la mesa, que no estuvieron acá, no sepan cómo fue el clima cuando comenzó la Guerra de Malvinas. El país estaba presidido por un gobierno de facto, por un presidente cuya mayor virtud era su resistencia al whisky, la cantidad de bebida alcohólica que tomaba, y se hacían muchas bromas respecto de eso. Tenía una oposición popular muy grande porque había medidas que habían sido muy impopulares. Entonces, un día se llena la Plaza de Mayo, ésta que tenemos acá a una cuadra, con una manifestación absolutamente en contra del gobierno. El gobierno declara la Guerra de Malvinas y, dos días después, la misma plaza se llena de gente vitoreando al presidente. Hay algunas cabezas que hacen así porque nos acordamos de lo que fue. Es decir, un día en contra y dos días después “el pueblo” llenando la plaza a favor de esta decisión.

Yo recuerdo los titulares de los diarios, yo recuerdo el “estamos ganando”. “Estamos ganando”, pero miren qué pretensión delirante. Al ejército británico ayudado por el ejército americano. Nosotros, la Argentinita, ese paisito chiquitito, nosotros estamos ganándoles a ellos. Se acuerdan de nuestras bravatas, de nuestra arrogancia de argentinos, diciendo “que se venga el principito”, como que nosotros lo vamos a atacar, con tango, con mate o con asado, porque no sé con qué lo íbamos a atacar. Recuerdo cuando íbamos a dar clase a las escuelas, a los chicos de diecisiete, dieciocho años. Los chicos que nacieron después de la Guerra de Malvinas no entienden esto que estamos contando. Pero cómo, ¿eran idiotas que declararon una guerra a estas potencias mundiales? Entonces les contamos. Chicos como ustedes, yo los vi en la televisión haciendo colas en el Ministerio de Guerra para ofrecerse como voluntarios. Para ir a morir a esas islas con piedras desérticas por una supuesta reivindicación histórica del robo de los piratas ingleses. Me acuerdo de la gente haciendo colas entregando medallitas y cadenitas de oro. Nos acordamos de todo esto. Bueno, esto es lo que hace un gobierno totalitario –es un ejemplo muy chiquitito– que nos toca absolutamente a todos.

Este tipo de cosas han pasado más de una vez en la Argentina, en Chile, en Uruguay, en distintos países. No voy a abundar en esto porque todos conocemos estos mecanismos afilados, desarrollados hasta grados preciosos por el Ministerio de Propaganda de Goebbels; siguen siendo usados y aplicados por la propaganda política, por la publicidad comercial. Los mismos principios desarrollados por el Ministerio de Propaganda. Y esto tenemos que ir a enseñarlo a las escuelas. Tenemos que ir a enseñar cuáles son los principios, para mostrar qué vulnerables son a la manipulación y a la formación de la supuesta opinión pública que apoya a estos gobiernos totalitarios en decisiones impopulares a través de una cuestión que inventa como la Guerra de Malvinas.

Podría decir infinidad de cosas por las cuales es importante hablar de la Shoá, pero quiero mencionar una sola más hasta pasar a otro tema que quiero tratar con ustedes. El conocimiento, el reconocimiento y el aprendizaje sobre aquellos poquitos, muy poquitos, que se atrevieron a pensar por sí mismos, que no se sometieron al lavado de cerebro y que hicieron lo que en aquel momento no había que hacer, a los que se opusieron, a los que en la Shoá salvaron judíos aun a riesgo de su propia vida, a esos que han tenido conductas casi siempre inconscientes, que si las hubieran pensado no las hubieran hecho. Pero aprender de ellos, cuáles son los resortes que se movieron, porque es ahí donde encontraremos alguna respuesta que todavía necesitamos aprender.

La otra cosa que quería decirles es algo que me llama mucho la atención, y en este foro de juristas y de pensadores sobre el tema de la Shoá quiero proponerlo como una cosa que me inquieta, que es el uso de ciertas palabras, retomando algo que comentó el juez Rozanski, que es el uso apropiado de las palabras. He escuchado acá y en otros sitios y documentos que se usan las palabras “raza”, “racismo” y “antisemitismo”. Entonces, quiero dedicarme brevemente a hablar de esas tres palabras y tratar de convencerlos a ustedes de por qué son impropias y por qué no deben ser usadas.

El concepto de antisemitismo es un concepto acuñado por Wilhelm Marr, un escritor y periodista alemán al que se le ocurrió este concepto a mediados del siglo XIX. Escribió un panfleto que rápidamente tuvo difusión, vendió en la sociedad, y entonces el concepto de antisemitismo fue instalado y empezó a tener una validez cuasi científica. Wilhelm Marr hizo un salto sofista muy interesante. Miren lo que hizo. Porque lo semita existe; existe lo semita, pero no en la biología. Wilhelm Marr plantea el antisemitismo como un concepto que tiene que ver con la biología. Hay gente que nace semita y hay gente que nace no semita: aria, negra, oriental, o lo que fuera. Lo semita es genético, es ontológico, es lo que uno es. Es semita. Si uno es semita eso no se puede cambiar, no se puede convertir, no se puede convencer. Si uno es de tal altura. Uno es lo que es y no puede cambiarlo. Resulta que lo semita es un concepto de la lingüística, lo semita son las lenguas. Hay lenguas de raíces semitas, lenguas de raíces arias y otras raíces. Hay lenguas semíticas, como el hebreo, como el árabe, y lenguas arias. Y entonces, lo que hizo este hombre fue un salto mágico: si esto se aplica a la lingüística, trasladémoslo, transpolémoslo a la biología. Esto es un gravísimo error. No existe algo así como el antisemitismo.

Lo que sí existe, la palabra que más se le ajusta, es judeofobia. Es el odio o la sospecha frente a lo judío. Esto tiene una historia, primero una historia religiosa por la judeofobia de la Iglesia Católica. Luego, la judeofobia europea por algunas características supuestamente atribuidas a los judíos, que arman el estereotipo judío del judeófobo. Pero lo que agrega Wilhelm Marr es la pretensión científica. A partir de ese momento los judeófobos europeos y los del mundo entero se quedaron tranquilos. Porque no era que ellos tenían algún prejuicio que mejor no contar y este sentimiento que no era bien visto. No; es que estaba fundado en la biología. Los judíos éramos gente diferente. De ahí a excluirnos y luego a exterminarnos son algunos pasos lógicos en la sucesión de los acontecimientos.

Y en qué se basa Wilhelm Marr en este concepto de antisemitismo. Se basa en el concepto de raza. La raza era una idea que existía con bastante anterioridad al siglo XIX. Se supone que es una idea que comenzó a conocerse en el siglo XVI, en el siglo de los colonialismos. Cuando los europeos con sus barcos salieron a conquistar África y América, a colonizar y expoliar a los dos territorios en colonias. Se encontraron con el otro, con el Otro, con un negro, con otra forma de narices, con otra forma de pelo, con otra cultura, con otra sintaxis idiomática y otras costumbres. Entonces, este Otro inmediatamente fue subsumido por la categoría de subhumano. Y aparece el concepto de raza. “Raza”, ligado a la categoría de inferior. Raza no como diferente sino como inferior, aplicada a los pueblos de África, aplicada a los pueblos primigenios de América. Y esto ¿qué permitió? Permitió el comercio esclavista, cosificó a la gente; entonces no había ninguna culpa porque no eran seres humanos iguales que los europeos, a éstos se los podía comprar, vender, manipular, esclavizar y dejar morir. No había ningún problema para ello.

Sobre este concepto del siglo XVI se monta un político francés, Joseph Gobineau, que también en la segunda mitad del siglo XIX escribe un libro que se llama Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, en donde pone sobre la mesa aquello que Wilhelm Marr había esbozado con el antisemitismo. Entonces, él habla de una desigualdad cualitativa, donde hay mejores y peores. Esta idea de Joseph Gobineau luego fue utilizada en Los protocolos de los sabios de Sión, que se basa en un escrito francés que después fue retomado por la policía zarista, en El judío internacional, de Henry Ford, y finalmente fue retomado por Rosenberg y el nazismo y su ruta, y el camino que nosotros conocemos.

Y hay una coincidencia. Tanto el antisemitismo como el concepto de racismo fueron acuñados en la segunda mitad del siglo XIX, en años muy próximos. Y uno se pregunta a qué se debe esto, ¿es casualidad? Resulta que tiene que ver con la emancipación de los judíos en Europa Occidental. La mayor parte de los países de Europa, entre ellos Alemania y Francia, había emancipado a los judíos, y en este momento de la historia, a partir de 1870, tenían los mismos derechos ciudadanos que el resto de la población. Entonces se necesitaba diferenciarlos. Por eso estos conceptos aparecieron.

Estos conceptos que estoy desarrollando en este momento son los conceptos con los que nosotros vamos a las escuelas y trabajamos, porque tienen que ver con el fundamento biológico de la discriminación. Entonces, lo que proponemos es dejar de llamar razas y racismo, no tengo otra palabra, la única palabra que puedo decir es “lo que se conoce como racismo”, porque no hay otra palabra para llamarlo, y hacer una propuesta en las Naciones Unidas para que deje de llamarse así, porque se sigue llamando así en los convenios de Naciones Unidas. Y la idea es ir a las escuelas y mostrar cómo estos conceptos están integrados a nuestra cultura y determinan conductas, miradas y prejuicios, no solamente en contra de los judíos.

En la Argentina tenemos otros grupos que en este momento están siendo mirados de manera discriminadora. En un momento, los coreanos. Tenemos inmigrantes de países vecinos, paraguayos, bolivianos. En otro momento fueron los chilenos. Todo este cuerpo de pensamiento y de información puede ser aplicado a la revisión de la forma en la que es mirado otro, cuando es visto como Otro, con mayúscula, cuando es visto como amenazante, cuando es visto como diferente de mí y tal vez inferior.

Una de las cosas que estamos haciendo en este momento, y con esto termino, desde Generaciones de la Shoá, y que quiero compartir con ustedes, es lo que llamamos el proyecto Aprendiz. El proyecto Aprendiz es una forma diferente de trabajar con la memoria. Y lo queremos proponer a esta audiencia porque creemos que es novedoso y creativo, y que compromete a la gente de una manera muy particular. El proyecto Aprendiz consiste en el emparejamiento de un joven con un sobreviviente en una relación personal, en donde el joven –con “joven” queremos decir gente de entre veinte y treinta años, no menos de veinte– aprende del sobreviviente, que será su maestro, no solamente su historia durante la Shoá, sino quién es, cómo ha vivido, sus pequeñas anécdotas, que le permitan a este joven –dentro de diez, veinte, treinta o cuarenta años más– pararse frente a un auditorio y contar la historia de la Shoá, de viva voz, como un relato personal. Lo que nosotros hemos observado, y en esto se basa el proyecto Aprendiz, es que es muy importante la información escrita, los libros, las películas, pero no hay nada que impacte y que mueva más a un auditorio que la presencia física del testigo. El testigo porta no sólo la información sino la encarnación de una historia, con una emoción que muchas veces hace a la información transmitida indeleble y persistente en la memoria. Entonces, hay algo que tiene que ver con el trabajo en la memoria que tiene que pasar también por lo emocional. Y en esto se basa el proyecto Aprendiz que estamos llevando a cabo.

 

 

 


[1] Transcripción de la ponencia de Diana Wang, en el Seminario “La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: Enseñanzas para los juristas” organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia de la Nación y el Memorial de la Shoah de Paris. 27-28 de Septiembre 2010. Está publicado en el libro homónimo.

De encierros y libertades. A propósito del hallazgo de los mineros chilenos.

Todos sentimos alegría por la constatación de que los mineros enterrados en Chile estén con vida y de que hayan comenzado las acciones para mantenerlos vivos y en un futuro, rescatarlos. Uno imagina la angustia del encierro, la desesperanza e impotencia, el temor de haber sido dados por muertos, el calor, la sed, el hambre, el vacío de la ausencia de comunicación con el exterior. El escenario es claustrófobo y terrorífico, una especie de muerte en vida. Todo esto cambió con la conexión establecida y con la reapertura de la esperanza. Es casi un milagro, renueva la fe en lo mejor de lo humano. No nos ponemos a pensar ahora en que las cuestiones de seguridad no fueron atendidas lo suficientemente, que la empresa no consideró que la vida de los mineros debía ser protegida mediante la construcción de otra salida como se hace en países con mayores controles. Es momento de alegría y regocijo. Pero vienen a mí, sin que lo pueda evitar, -y acusándome de injusta- otros hechos protagonizados por otras personas encerradas, también angustiadas, desesperanzadas, impotentes, con hambre y sed, pero, a diferencia de haber sido objeto de un accidente, su enterramiento se debía al peligro de muerte en el que estaban. Eligieron ese encierro, eligieron esas duras condiciones porque era mejor que estar en el exterior, a la intemperie como blanco del acosador asesino.

Pienso en mis padres que estuvieron 22 meses hacinados en un altillo de 70 cm de altura máxima, en un total silencio para no ser descubiertos, en la oscuridad más absoluta, temiendo en cada minuto ser denunciados y asesinados; un primo escondido con ellos, a sus cinco años, cuando salió tenía atrofiados los músculos de sus piernas debido a la inmovilidad a la que estuvo obligado en sus años de crecimiento; hasta hoy renguea, pero vive; aprendió sus primeros juegos entre el horror del silencio, la quietud y la oscuridad.

Pienso en los Ackerman, un matrimonio y sus dos hijos, que sobrevivieron escondidos en las cloacas conviviendo con todo tipo de alimañas, en el lodo y la pestilencia, durante cerca de un año y medio, tiempo en el que no emergieron nunca a la superficie, jamás asomaron a las calles que estaban ahí nomás, sobre sus cabezas.

Pienso en Stan que sobrevivió escondido en un sótano lóbrego y húmedo junto con otras quince personas; tenía 11 años y domesticó a una rata que fue su compañera de juegos y mascota durante los largos meses de encierro.

Pienso en Rivka de 9 años que permaneció escondida en el fondo de la cucha del perro de una granja, sin que los granjeros lo supieran, compartiendo con el ”dueño de casa”, el noble perro, su comida y las peripecias de su vida.

Pienso en Félix que sobrevivió en un pozo cavado bajo la casa de quien fuera la cocinera de su familia, en la tierra, en un pequeño sitio junto con tres personas más, no podían ponerse de pie ni cambiar de posición porque el lugar no era suficiente, debían estar, ellos también, en total y absoluto silencio y en completa oscuridad; en ese contexto, Félix siguió sus estudios porque uno de sus compañeros de infortunio era un tío, profesor de física y matemáticas, quien le impartió las clases de ésas y otras materias, en la oscuridad más absoluta, sin papel ni lápiz, sin tiza ni pizarrón, todo de memoria y susurrado; cuando la guerra terminó llegó a Francia y fue admitido en la Sorbonne donde se graduó con honores. “Nunca tuve que estudiar” decía, “me bastaba con cerrar los ojos y escuchar al profesor, igual que en el escondite con mi tío”.

Todos ellos eligieron estar escondidos porque el mundo había enloquecido: estar libre era peligroso, estar encerrado era la salvación. Y no sé si sufrieron serios traumas, sabían que no tenían alternativa y cuando uno sabe que no tiene alternativa, de alguna manera se las arregla, pone las cosas en su debido lugar y se concentra en vivir. A diferencia de los mineros ellos no sabían si alguna vez terminaría su encierro o si podrían sobrevivir siquiera un día más, no tenían ninguna ilusión.

Me da mucha alegría que los mineros hayan sido encontrados y que se les haya abierto una esperanza, que sepan que son esperados, que se hará lo posible por rescatarlos, que el mundo está atento a ellos y a su sufrimiento. Me da tanta alegría como la pena que siento por todos los que eligieron enterrarse en vida para huir del odio, rodeados de indiferencia sin tener al menos el consuelo de saber que eran esperados en alguna parte, que alguien estaba intentado hacer algo por salvarlos. ¿Cuántos habrá hoy en las mismas condiciones? ¿Cuántos en Darfur, en la Latinoamérica de los cárteles, en el Africa diamantera, en otros confines? ¿cuántos hay encerrados en el silencio y la oscuridad y la indiferencia más total? Son afortunados los mineros que tienen a tanta gente preocupada, a todos los medios de prensa atentos.

Me dirán que ¿qué tiene que ver una cosa con otra?, ¿por qué relacionar este hecho con aquéllos?. Responderé que es parte de mi patología como hija de sobrevivientes de la Shoá. Es mi porción de locura heredada de aquella locura del mundo y con la que seguimos conviviendo. Es maravilloso advertir el espíritu humanitario despertado universalmente por los pobres mineros aprisionados. Pero me da lo que llamaría una cierta envidia retrospectiva, un poco de pena y un chiquito así de  vergüenza.

Bailar en Auschwitz, ¿burla o celebración?

bailando auschwitz

La Shoá esa enormidad que interpela a la Humanidad toda es para los judíos un absoluto, un baluarte sagrado que suele ser tratado con respeto y unción. Investido con el ropaje de lo sagrado sus reglas de conmemoración y actos de representación son ceremoniales, a menudo con grandes palabras,  prolijidad y pudor (y –sin temor a la incorrección política- con algo de hastío, un “otra vez lo mismo” que algunos piensan pero que no reconocerán ni dirán jamás). Hay poco lugar para nuevas ritualizaciones, nuevos códigos que atenten tal vez con quitarle el halo sagrado de seriedad, que amenacen con arrugar lo que siempre aparece bien planchado. Se corre el riesgo de herir, ofender y/o irritar. En general nos cuidamos muy bien de todo ello y más ante cosas como la Shoá (pongámonos de pie) y peor aún si mentamos a los sobrevivientes.

A la artista plástica australiana Jane Korman, parece no importarle nada de esto. En este video clip casero y desprolijo, con la fuerza del conocido  “I will survive” (que en castellano se tradujo “Resistiré”) muestra a su familia –su papá, sobreviviente de la Shoá, y sus hijos- siguiendo torpemente los pasos de una coreografía titubeante en los mismos escenarios de la Shoá. “Sobreviviré. Bailando en Auschwitz”,  se llama este trabajo de 4´ que subió sin empacho ni timidez a Youtube, desde donde se difundió explosivamente y tuvo su momento de gloria con múltiples comentarios disímiles, hasta notas en diarios de todo el mundo.

La propuesta es bizarra, tan diferente que uno no sabe cómo tomarla. Es por cierto muy extraño ver a este grupo de personas  de edades diversas en los escenarios del genocidio bailando al son de un tema popular en las fiestas.  Pero el haber sobrevivido la Shoá, además de un milagro, es también una fiesta. Tal vez sea ése uno de los ejes de esta “travesura” de Korman y una “respuesta personal y emocional ante recientes brotes antisemitas en Australia” según declarara en un reportaje. Su madre, que no participó del viaje familiar y por ello no aparece en el video, la apoyó diciendo “venimos de las cenizas, ahora bailamos”.

Contrariando lo que suele hacerse en los actos de memoria, este video se anima -con resultado artístico conversable por cierto- a otra cosa. Es un video casero, familiar, sin la intención de ser lo famoso que fue (si su intención hubiera sido ésa, habría habido más cuidado en su realización). No es un hecho artístico ni una proposición ética ni un intento de representación de la Shoá. Nada de eso. Sin embargo, su difusión insólita generó reacciones polares, apasionadas y controvertidas y lo ha puesto en el escenario de la discusión de la representabilidad, de la pertinencia de elegir caminos personales y de su legitimización. En la lista de distribución de Generaciones de la Shoá, todosgeneraciones@gruposyahoo.com.ar, con cientos de miembros, la polémica tuvo tres tipos de reacciones:

·      Muchos lo vieron como una ofensa a la memoria de las víctimas y una desacralización de los sitios de la Shoá señalando con vergüenza ajena los movimientos patéticos del sobreviviente intentando seguir los pasos de los más jóvenes, visto como una burla a su falta de habilidad y a las víctima que perecieron.

·      En el otro extremo, otros recibieron con alborozo lo que leyeron como un canto a la vida de las tres generaciones que mantienen, como todos, una vida imperfecta pero con un ímpetu que la hace imparable a pesar de lo vivido.

·      En el medio algunos reconocieron el valor de este video familiar siempre que quede guardado en la esfera de lo privado, pero lo desestimaron como mensaje público, tanto desde lo estético como desde lo filosófico.

Personalmente me pareció una curiosidad, algo diferente, un intento de desacralizar el tabú, de ir donde siempre se llora y bailar con toda la chutzpá en un acto de supremo triunfo. Leí una proposición que tal vez no planearon al momento de su realización: les venimos a decir aquí, en el sitio en donde sucedió, que el plan nazi falló, que no consiguieron exterminar al pueblo judío, que seguimos aquí, vivitos y coleando. Hecho y entregado en borrador y sin ninguna pretensión estética. Aunque, viniendo de una artista plástica, no estemos tan seguros de su ingenuidad, lo estético debe haber estado involucrado de alguna manera y tal vez, lo que vemos como “poco estético” sea precisamente la estética que pretendió darle. Esos movimientos descoordinados, torpes, entrecortados y poco ensayados, esa alegría maníaca en la música que no es tal en la acción, nos dice algo así como “tenemos que estar y mostrarnos contentos de volver vivos a este lugar, de que nuestra familia fructificó, aprenderemos despacio a movernos en este nuevo espacio, a juntar lo que quedó partido, desprolijamente, como podamos, como nos salga” que es más o menos lo que ha hecho toda familia de sobrevivientes. Algunos sobrevivientes (David Galante, Moisés Borowicz entre otros) dijeron que era para ellos una celebración de la vida, que no lo veían como algo inconveniente, identificados tal vez con el Sr Korman que pisaba los escenarios de la Shoá, allí donde antes había sido obligado a animalizarse, como un acto voluntario de hoy, una afirmación del triunfo de la vida.

Cada sobreviviente, cada familia de sobrevivientes, vive y convive con esa memoria como sabe y como puede, junta los fragmentos y arma con ellos la construcción que le es posible. ¿Cómo valorar un acto personal, íntimo, cómo calificarlo, desde qué lugar, y, lo que es más serio, con qué propósito? Es como cuando se critica a algún deudo que no se conduce según las reglas supuestamente estipuladas de un "duelo normal", como si hubiera formas únicas establecidas de cómo y cuándo duelar. El ojo del observador completa lo observado, lo valora, comprende y resignifica. No hay límites en el mundo de las lecturas y las opiniones: no hay verdades sino opiniones. El escenario de “la verdad” tiene sus riesgos: primero se la esgrime y después se vuelve un arma. La conversación es posible solo en contextos desarmados. Como soy una persona sociable, prefiero conversar.

¿Me voy a ir en gueto?

Así preguntó Maru, de 12 años, alumna de una escuela privada no confesional. En Historia le dieron para estudiar El Holocausto, para el lunes había que saber Guetos y Campos de Concentración. ¿Es como matemáticas o geografía? preguntó extrañada, ¿hay que cumplir los objetivos de Gueto y Campos de Concentración igual que Teorema de Thales o Isotermas e Isobaras? y terminó: si uno no la da bien, ¿se va en gueto?.

Y su pregunta, nada inocente, pone en cuestión todo el tema de la educación y la transmisión. Pone sobre el tapete también lo relativo a la representabilidad, a todos los dispositivos que se usan como herramienta pedagógica.  Obliga a discutirlo, interrogarse, repensar y revisar lo que se hace, para no caer en la estereotipia que lleva lenta pero fatalmente a la banalización.

Una ley que incluya el estudio del Holocausto en toda la red escolar es una excelente noticia. Pero está lejos de ser suficiente. Tampoco lo es los testimonios, los libros, las películas, los monumentos. Es descorazonador advertir la insuficiencia de todo lo que se hace en pos de la mentada frase “recordar para que no se repita”.

Los que estamos en las trincheras de la transmisión sobre la Shoá sabemos que no es recordando que se evita que pase algo. Recordar no alcanza. Es condición sine qua non, pero no alcanza. El “nunca más” es una expresión de deseos, nada más. Es preciso recordar, estudiar, investigar y encontrar los medios más eficaces para transmitir, conmover y promover reflexiones modificadoras. Enseñar sobre el Holocausto no es cultura general. Es, o debería ser, un tema tendiente a la formación personal. Debería atravesar diferentes materias y ser abordado desde diferentes ángulos, con un énfasis en la ética, la responsabilidad social, la propaganda, los prejuicios y sus efectos pragmáticos, la manipulación, el juicio crítico. Debería favorecer el aprender a pensar y a conducirse en la sociedad.

Y nos asaltan estas preguntas: ¿cuál es la mejor forma de transmitir, enseñar, educar? ¿qué utilidad prestan las conmemoraciones estereotipadas, los monumentos, los museos, los libros, las películas? ¿qué sentido tiene todo lo que hacemos? ¿sirve para algo? ¿cómo atraer la atención, tocar, llegar, conmover, hacer pensar?

Un recurso para concitar la atención es recurrir al “morbo”, al relato sangriento y sanguinario, a lo tortuoso, al horror. Seguramente conmoverá y será escuchado, pero es dudoso que conduzca a la reflexión y al aprendizaje real. El Mal fascina pero obtura.

Carl Whitaker, decía que lo que de verdad importa no se puede enseñar, se debe aprender. Todo aprendizaje modificador es un camino de encuentro entre alguien que quiere saber y alguien que puede enseñar, el primer paso lo debe dar el “alumno”. Todo aprendizaje debe responder a una pregunta del alumno, a algo que le importe, le interese, es una interacción en la que ambas partes son activas, uno en la pregunta, otro en la respuesta. Solo así se puede aprender, es decir, incorporarlo, hacerlo propio. Si no, mucho me temo que sea estéril. O, peor aún, contrario a lo que se espera.

Vamos a escuelas y damos cifras, hechos, nombres, explicamos, testimoniamos, ¿no seremos para los chicos como la profesora de matemáticas o de lengua, alguien impuesto por la escuela, parte del programa del día, a quien hay que oír por obligación no porque interese o porque responda a alguna pregunta que urja ser respondida? 9 a 10, Lengua, 10 a 11 Gimnasia, 11 a 12 Holocausto.

¿Cómo podemos abrir preguntas, generar inquietud, interés, necesidad en la audiencia? ¿cómo podemos sacudir la indiferencia y abrir el “apetito” de conocer?

Gueto y Campo de Concentración no pueden ser objetivos programáticos a cumplir en la rutina escolar. Lo que se ganó introduciéndolo en la escuela corre el riesgo de endurecerse, estereotiparse, volverse inútil. Tal vez no pase solo con este tema lo que señalo. Tal vez se deba a que, y no recuerdo a quien corresponde la cita, nuestra escuela está diseñada en el siglo XIX con docentes del siglo XX para alumnos del siglo XXI.

El Pogrom de Noviembre

“EL DILEMA DE IRSE O QUEDARSE”[1]

En La Lengua del Tercer Reich[2], Víctor Klemperer hizo una exhaustiva descripción del lenguaje con el que el nazismo denominaba sus acciones para ocultar sus verdaderos propósitos asesinos. A la deportación se la llamaba traslado, a los campos de concentración y exterminio, nuevos destinos o campos de trabajo, a los judíos arreados y empujados dentro de los vagones, se los llamaba cargo o piezas, al asesinato planificado y legislado en enero de 1942, solución final. Estos eufemismos conseguían evitar la repulsa emocional y social ante los crímenes que tenían lugar y así mantenían el apoyo de las masas. Basado en un antisemitismo naturalizado a lo largo de siglos, primero los germano parlantes y después extensas poblaciones del resto de Europa, no veían con malos ojos el antisemitismo exclusionista aunque probablemente se opondrían por razones humanitarias al antisemitismo exterminacionista[3]. Excluir y despojar no estaba mal, pero matar, eso sí que no. Los nazis se cuidaron bien de mantener el secreto de las operaciones genocidas. Tanto ante la población no judía como ante los mismos judíos que al no saber cuál era su destino final aceptaban las nuevas condiciones impuestas creyendo que así lograrían sobrevivir. Un ejemplo es la estación de tren de Treblinka, donde llegaban, todos diariamente 3.000 judíos que serían asesinados en el mismo día, al cabo de lo cual otros prisioneros se ocupaban de dejar el “escenario” limpio para el ingreso de la nueva carga del día siguiente. Día tras día se desnudaba a 3.000 personas y se las asfixiaba con monóxido de carbono en cámaras selladas. Día tras día los miembros de los Sonderkommando despegaban el amasijo informe de cuerpos sólidamente apretados e hinchados por efectos del gas, los trasladaban uno a uno a fosas comunes, los cubrían con cal viva, seleccionaban y catalogaban las pertenencias que habían dejado para después limpiar todas las huellas del crimen. Treblinka era un campo de exterminio, no se hacía otra cosa allí que matar. El tren diario llegaba por la mañana temprano a la estación. Un paredón de madera mostraba el cartel “Treblinka” y sobre él un reloj. El reloj de la perversidad. No era un reloj de verdad con minutero y aguja horaria móviles que cambiaban de lugar según el paso del tiempo. Era un reloj pintado, un círculo con los doce números y la hora probable de la llegada del tren por la mañana. El reloj de Treblinka, el reloj de la perversidad, es un buen ejemplo de la necesidad que tenían los nazis de engañar a sus víctimas. Si los desdichados que emergían enceguecidos de los vagones, cansados, asustados, hambrientos y sedientos, hubieran sospechados siquiera que morirían en pocos minutos, no se habrían puesto en fila, no habrían caminado hacia donde les indicaban, no habrían promovido la obediencia a sus hijos. Ese reloj pintado daba la ilusión de la normalidad, les hacía creer que todo estaría bien de ahora en más.  Porque ¿a quién se le hubiera ocurrido que iban a pintar un reloj como simulacro de normalidad? ¿A quién?

Los estados totalitarios deben conseguir el apoyo popular para sostenerse en el poder y hacer realidad sus designios. No es posible si se dice la verdad. La verdad del asesino no genera simpatía ni apoyo. Para ello es preciso presentar los hechos de un modo digerible y así evitar las resistencias morales. Por eso los nazis usaron la palabra Kristallnacht.

Kristallnacht es una formulación cuasi poética, esa “noche de los cristales” más que decir, oculta lo ocurrido esa fatídica noche de noviembre. Vemos inmediatamente las fotos habituales de los frentes de negocios judíos con sus vidrieras rotas y los fragmentos de vidrios esparcidos por la calle. ¿Quiénes tiraron las piedras que quebraron los vidrios? Si tomamos la versión oficial nazi se trató de jóvenes rebeldes y aventurados o quizás buenos alemanes enojados luego de conocida la muerte de von Rath. Son imágenes que no llegan a ser delictivas, algo más que travesuras, a manos de nacionalistas y leales ungidos en espíritus vengadores por la muerte del diplomático alemán en Paris. Claro que sabemos que las cosas no fueron así, pero lo sabemos solo los que lo sabemos. Los que no lo saben, no tienen más que los rótulos, los títulos y las fotos de vidrieras rotas, no saben que no saben, no saben sobre lo asesinatos y las deportaciones, sobre el terror desatado, los incendios, los robos, sobre la organización concienzuda que produjo el estallido de violencia de una manera simultánea en toda Alemania y en Austria, no saben que fueron incendiadas 267 sinagogas, que 177 de ellas fueron totalmente destruidas, que se dañaron casi 8 mil negocios de los que casi todos quedaron en escombros, que fueron arrestados y trasladados a campos de concentración 20 mil judíos, que fueron asesinados casi cien,  que fueron profanados los cementerios judíos, que fueron humillados, golpeados y torturados decenas de miles ante la vista indiferente del público y las fuerzas del orden que habían recibido órdenes de intervenir solo si las llamas ponían en peligro edificios vecinos cuyos propietarios no fueran judíos.

 

Estas órdenes y la simultaneidad de los vandalismos revela que la pretendida espontaneidad no fue tal. La acción del 9 de noviembre de 1938 fue precedida sin lugar a dudas por una ardua y estudiada organización, provisión de recursos, armado de equipos de asalto, entrenamiento previo, motivación, sistema de comunicaciones y traslados, aparato de propaganda, difusión masiva por el medio entronizado por el nazismo como su herramienta más poderosa de penetración e influencia, la radio. Años después, en la década del noventa, la radio fue el vehículo que multiplicó la consigna asesina en toda Ruanda y gran parte de su población Hutu asesinó de manera sangrienta y a machetazos a sus vecinos y amigos Tutsis. Estas cosas no se han de manera espontánea. Son explosiones de violencia generadas, alimentadas, sostenidas y planificadas por una entidad poseedora de la logística y el poder apropiados. Fue luego de una intensa campaña propagandística, igual que en la Alemania nazi. ¿Espontáneo? Lejos de ello. Pensado, armado, estructurado y ejecutado por el aparato estatal.

 

El 9 de noviembre tenía además una gran resonancia simbólica para el partido nazi. La coincidencia de la fecha misma es hartamente reveladora. Un 9 de noviembre de 1918, 30 años antes, había abdicado el Káiser Guillermo II, y con ello el fin de la monarquía en Alemania, para Hitler y sus simpatizantes “una traición al alma alemana”. Quince años después, un 9 de noviembre de 1923, tuvo lugar el Putsch de la Cervecería, el intento fracasado de toma del poder en Munich cuya consecuencia fue el arresto de Hitler; el futuro Führer aprendió entonces que el poder solo sería conseguido mediante el voto popular, y hacia ello dedicó sus esfuerzos una vez fuera de la cárcel con el texto “Mi lucha” terminado de escribir. La fecha elegida para la acción de 1938 no fue por cierto azarosa, hasta hay una progresión aritmética precisa, de quince en quince años[4].

 

En Alemania desde fines de los 1970 el nombre oficial es Reichspogromnacht, la Noche del Pogrom del Reich. Algunos lo abrevian Pogromnacht, Noche del Pogrom, o Novemberpogrom, Pogrom de Noviembre. Pero siempre la palabra Pogrom.

¿Por qué Pogrom es apropiado? Un Pogrom se define como una explosión de violencia en manos de una turba desatada que viola, roba y asesina a mansalva a una población judía indefensa sin mediar razón real. Un Pogrom surge como providencial distractor del disgusto popular redirigido hacia un ataque a los judíos. Se da rienda suelta a la hostilidad y se ofrece un blanco que satisface tanto al gobierno impopular como a la turba hostil. Es una acción injusta y brutal sobre los judíos definidos reiteradamente como “enemigo interno”, “culpable de lo malo” en un efecto aglutinador de las masas cohesionadas frente al enemigo común. La palabra Pogrom no es una palabra del habla común como “noche”,  “cristales” y “rotos”. Para los que no saben lo que pasó, la palabra Pogrom no evoca imágenes construidas previamente ni simulacros ni disimulos usados por el nazismo para ocultar sus crímenes. Es como la palabra Shoá, una palabra que debe ser explicada pues no es evidente por sí misma.

Además del Pogrom de noviembre y de los sucedidos en Rusia en los primeros años del siglo XX, también hubo Pogroms después de la Shoá.  El 4 de julio de 1946 se desató uno brutal en la ciudad polaca de Kielce. Henryk Błaszczyk, un niño de 8 años, había desaparecido y cundió el rumor de que los judíos, los regresados de los campos de concentración, lo tenían secuestrado. Otra vez el mito del “libelo de sangre”, la acusación medieval de que los judíos secuestraban niños cristianos para desangrarlos y usar su sangre en sus rituales satánicos y en la preparación de la matsá. La vieja acusación, con resonancias míticas familiares, llevó a que la policía comunista junto con una turba enfurecida asesinara 9 judíos a balazos, 2 con bayonetas y el resto a golpes o pedradas. Murieron ese día 42 hombres, mujeres y niños, todos sobrevivientes del horror nazi y otros 40 quedaron gravemente heridos. El Pogrom de Kielce determinó la emigración de Polonia de los pocos judíos que habían regresado con vida de la ordalía asesina de la Shoá. Henryk, el niño perdido, apareció unos días más tarde diciendo que se había escapado a la casa de un tío en los suburbios.

Tal vez sería bueno revisar el modo en que llamamos a esta conmemoración. En vez de Kristallnacht, por ejemplo, Novemberpogrom -Pogrom de Noviembre-. Tal vez por unos años habrá que hacer lo mismo que hoy se hace con la palabra Shoá a la que se agrega Holocausto. Sería entonces “Pogrom de Noviembre conocido como la Kristallnacht”.

Es frecuente que se discuta acerca de cuándo comenzó la Shoá. El punto de comienzo depende de dónde se ubique el puntapié inicial, hacia cuánto tiempo atrás uno se remonta en la concatenación de la historia. Antisemitismo en el mundo cristiano, acusaciones de deicidio y libelo de sangre, prohibiciones y anatemas de la Iglesia; la Inquisición, España y la “pureza de sangre”, primera formulación de lo que después sería la teoría racial; Protocolos de los Sabios de Sión, caso Dreyfus, teoría racial (nacimiento del antisemitismo con pretensiones científicas), Primera Guerra Mundial, pacto de Versalles y la alianza de las potencias occidentales para adjudicarle toda la culpa de la guerra a Alemania, revolución bolchevique, desarme alemán y pago de terribles indemnizaciones, debilidad de la República de Weimar, hiperinflación de Alemania en la década del veinte, débacle económica del treinta, ascenso de Hitler en el 33, leyes de Nürenberg en 1935, ingenuidad de las potencias europeas que creían en el apaciguamiento de la sed de poder de Hitler al aceptar la anexión de Austria en marzo del 38 y la entrega de los Sudetes a en octubre del 1938 y la ocupación de Checoslovaquia entera en marzo de 1939. Son todos hitos necesarios, imprescindibles para entender la tortuosa cartografía que llevó a la Shoá. Pero si tenemos que marcar un punto de comienzo, el punto de inflexión, es sin duda el Pogrom de Noviembre. Fue una prueba piloto que demostró que era posible cometer fechorías criminales de manera impune y que el aceitado aparato de propaganda facilitaría al pueblo alemán tragar el duro bocado sin culpas ni críticas. Decía la propaganda que los judíos eran los culpables, el enemigo interno que había que erradicar, la fuente de todos los males. Culpables del asesinato de von Rath a manos de Herszl Grynszpan en Paris, culpables de que Alemania entrara en la Primera Guerra, culpables de la “puñalada por  la espalda” de la social democracia, culpables del desempleo, culpables de la amenaza del comunismo, culpables de la codicia del capitalismo, del asesinato de Cristo, de la peste negra, del rapto, desangrado y asesinato de los niños cristianos para cumplir sus rituales demoníacos. Todo ello se desplegó en la campaña propagandística que supo explotar el antisemitismo “naturalizado” durante 16 siglos. Un antisemitismo tomado como algo que no requiere revisión ni discusión, un antisemitismo que todos entienden, que todos saben, que todos comparten. El aparato de Goebbels desde su Ministerio de Propaganda, diseñó las estrategias y  tácticas para que el sentimiento antijudío fuera avalado, difundido y legitimado. Fue el sustento de los ataques perpetrados ese 9 de noviembre de 1938 y que hoy recordamos. La estrategia fue difundir que la muerte de von Rath fue un ataque a todo el pueblo alemán, parte de las “conspiraciones” judías para socavar al Reich y justificaba la violencia pública “espontánea” contra los judíos, porque se trataba de un castigo colectivo.

El historiador Hermann Graml[5] enumera varias etapas de la deshumanización nazi del judaísmo europeo: la 1ª etapa fue “la inversión de la emancipación”, durante los primeros años del Reich (1933-1935) se redujeron los derechos civiles de los judíos, derechos conquistados durante una emancipación bienintencionada que proclamaba que eran ciudadanos con igualdad de protección social, económica y política. Graml denominó a la 2ª etapa (de 1935 a 1937) el “aislamiento” de los judíos alemanes cuando pasaron a ser no-ciudadanos, sin derechos e imposibilitados de hacer reclamos al estado. La 3ª etapa fue la “expropiación” (1937-1938), cuando los nazis les quitaron a los judíos alemanes los bienes líquidos y materiales, el despojo total. La Kristallnacht representó el punto culminante de esta etapa.

Los gobiernos y la prensa internacional condenaron los vandalismos realizados de manera pública. La condena, aunque tibia, enseñó una nueva lección a los nazis: debían mantener el secreto, las violencia contra los judíos debería tener lugar fuera de la vista del público. Los campos de exterminio se ubicaron por ello lejos de la gente y fuera de Alemania: 6 en Polonia y 1 en Yugoslavia[6].

Las reacciones adversas internas fueron pocas, pobres y en general ineficaces durante la Shoá. Hubo sin embargo algunos casos que nos hacen pensar que tal vez podría haber habido otro curso de los acontecimientos si la oposición hubiera sido abierta y decidida.  Por ejemplo, el cese del gaseamiento de los discapacitados como parte del programa de eutanasia llamado Operación T4 fue consecuencia de la oposición de la población civil luego del sermón público del obispo católico Clemens August Conde von Galen del 3 de agosto de 1941. Otro hecho digno de mención es el protagonizado por las esposas “arias” en la Rosentrasse en febrero y marzo de 1943, que permanecieron a la intemperie en el frío invierno a las puertas de la Gestapo en Berlín, pidiendo la liberación de sus maridos judíos, cosa que finalmente consiguieron. Sus esposos, 1.800 judíos tomados prisioneros, les fueron devueltos y hasta 25 que habían sido deportados a campos de concentración fueron traídos de regreso sanos y salvos.  Hubo otros hechos de oposición al nazismo, por ejemplo el grupo estudiantil “La Rosa Blanca” al que pertenecieron Sophie Scholl y su hermano, pero fueron pequeños, pobres y poco efectivos. Durante 1938, no hubo ninguno. Las potencias internacionales condenaron pero dejaron hacer, tomaron por cierta la imagen poética de la Kristallnacht y la versión oficial difundida por el nazismo. Tratando de apaciguar al Führer, dejaron solos a los judíos alemanes y austríacos. Éste fue el comienzo de la Shoá: la comprobación de que al nazismo todo les sería permitido, de que no habría oposiciones ni obstáculos siempre y cuando se contaran versiones digeribles que permitieran que las buenas conciencias del mundo siguieran confiadas y cómodas confiadas en las escenografías que mantenían bien oculto el verdadero propósito del nazismo[7]. La Shoá, definida como el asesinato del pueblo judío, ideado, planificado, organizado y ejecutado por el Estado Nazi, comenzó cuando los jerarca nazis supieron que no tendrían oposición ni interna ni externa, cuando luego del Pogrom de Noviembre los judíos quedaron a la buena de Dios.

La querida, recordada y extrañada Rachel Hodara nos enseñaba sobre las preguntas que no debían hacerse sobre la Shoá porque, decía, revelaban que quien las preguntaba no sabía nada de cómo había sido la Shoá. Una de esas preguntas era ¿por qué no se fueron de Europa?, ¿por qué no se fueron en el 33 cuando ascendió al poder un hombre que no había ocultado sus ideas y propósitos en su libro “Mi lucha”? ¿Por qué no se fueron después de septiembre de 1935 cuando fueron promulgadas las Leyes de Nürenberg y los médicos y abogados no pudieron ya ejercer sus profesiones, cuando no se podía tener empleados “arios”, cuando los niños judíos fueron echados de las escuelas, cuando las restricciones les impedían casi todas las cosas que habían sido su vida normal poco tiempo antes? ¿por qué no se fueron cuando estuvieron obligados a vender sus empresas por monedas en el proceso de arianización de los capitales judíos? ¿Por qué no se fueron, finalmente, después del Pogrom de Noviembre? ¿Por qué no se fueron los polacos judíos después de la invasión de Alemania en  1939? ¿Por qué no se fueron los checos y los rumanos, los holandeses y los griegos, los franceses y lituanos, los bielorrusos, los eslovacos, los húngaros? ¿Por qué no se fueron los judíos de Europa cuando aún estaban a tiempo?

Ante todo, no es verdad que no se fueron. Algunos se fueron y así salvaron sus vidas. Pero la mayoría no se fue y de este modo perecieron seis millones, un tercio de la población judía mundial de entonces.

Charles Papiernik, un querido sobreviviente de Auschwitz que escribió varios libros con el testimonio de su historia, un luchador incansable por la causa de la memoria y la justicia, me dijo un día, casi como al pasar: “Mirá vos lo que son las cosas: los pesimistas se fueron, los optimistas nos quedamos…” y dejó su mirada celeste presa de un interrogante perturbador que me sigue acosando.  El dilema de irse o quedarse.[8]

Para irse se requería tener dinero, conexiones en el mundo no judío y un destino donde ir. Veamos cada una de estas condiciones. Con dinero se podían conseguir los pasajes y también, y fundamentalmente, los documentos necesarios, los pasaportes, visados, las llaves que abrirían las cerradas puertas de la emigración en ese mundo convulsionado, el “ábrete Sésamo” que conduciría a la salvación. Con las conexiones se podía acceder a todo lo anterior porque las documentaciones y trámites estaban enmarañadamente obstaculizados para los judíos. Pero hacía falta un destino a donde ir, tal vez la condición más difícil. A partir de 1938 todas las puertas estuvieron cerradas para los judíos. En la conferencia de Évian-les-bains, a la que asistieron más de 32 países en julio de 1938, el único que ofreció albergue a los refugiados judíos que golpeaban las puertas de las embajadas, fue la República Dominicana. Ningún otro país. En consecuencia, sin dinero, sin conexiones y sin destino, no había posibilidad alguna de escape.

Pero hay aún otro factor digno de mención y que toca el corazón de la perturbadora reflexión de Papiernik acerca del optimismo y el pesimismo, un aspecto si se quiere subjetivo, más difícil de asir y evaluar. Había que estar convencido de que se estaba en verdadero e inminente peligro, de que no había salida, de que la amenaza de muerte se cernía de manera inexorable. Porque ¿quién deja su lugar, su idioma, su cultura, sus propiedades si es que las tiene, su oficio, profesión o actividad, sus vecinos, su historia, así como así si no cree que el peligro es concreto e ineludible? No se deja todo lo que uno tiene, todo lo que uno hizo, todo lo que uno es, por una simple sospecha. La mayor parte de los judíos europeos pensaban que las cosas no podían ser peor, que la cordura finalmente se recuperaría, que el mundo no permitiría la repetición de las atrocidades cometidas durante la Primera Guerra, que nadie quería otra guerra. Y una de las características de los seres humanos es nuestra plasticidad y capacidad de adaptación a condiciones difíciles y a recuperarnos después. Es como la experiencia de la rana colocada en un recipiente con agua y puesta al fuego. A medida que la temperatura del agua asciende el cuerpo de la rana se adapta a la nueva temperatura como forma de preservarse. Cuando entra en ebullición ya es tarde para salir y salvarse. Su gran capacidad de adaptación es lo que la lleva a la muerte. La promesa de la vida es una condición con la que todos contamos, así como la expectativa del Bien. El Mal –entendido como el mal gestionado por un Estado sobre un grupo humano tomado como enemigo interno al que hay que aniquilar- es siempre una sorpresa, no es algo con lo que contemos, es un accidente inesperado porque nuestra naturaleza está orientada a la vida.

No hay respuestas a la pregunta de cuál es el mejor camino, si el pesimismo o el optimismo, no las hubo durante la Shoá ni las hay en nuestra vida cotidiana. Es un planteo dilemático, algo que no tiene una solución apropiada. Hágase lo que se haga es imposible anticipar cuál es el camino adecuado. Hay que aprender a vivir con esa incertidumbre, tomarla como parte de la vida. Es otra de las lecciones que están a nuestra mano de la Shoá y que no siempre queremos tomar, aprender e incorporar. Parecemos preferir la búsqueda de respuesta unívocas, mantener la ilusión de que alguien, alguna vez, sabrá exactamente lo que hay que hacer. Nos resulta casi insoportable la idea de no tener recetas para encontrar el camino justo en el momento adecuado y así salvarnos y salvar a nuestros seres queridos.

Quiero terminar honrando a Marek Edelman, fallecido el 2 de octubre pasado. A la edad de 23 años fue uno de los fundadores del ŻOB[9] y uno de los dirigentes del levantamiento judío del gueto de Varsovia. Perteneciente al Bund, sobrevivió a este levantamiento, participó al año siguiente del levantamiento polaco de Varsovia y decidió a diferencia de la gran mayoría de los sobrevivientes, quedarse en Polonia. Estudió medicina, fue cardiólogo y participó en el movimiento Solidaridad. No le gustaba vanagloriarse de lo hecho durante la Shoá, descreía de heroísmos y ese tipo de construcciones posteriores con objetivos ideológicos y políticos. Cuando todos los judíos sobrevivientes abandonaban Polonia, él fue uno de los pocos que se quedó allí. Le preguntaron por qué, y respondió “alguien tenía que quedarse con los muertos”.

Por la vida. Por el futuro de nuestros hijos y nietos. Porque persistamos en el intento de construir un mundo que abra las puertas a la vida, a la esperanza y al amor.

¡Am Israel Jai!



[1] Pronunciado en el Acto de Kristallnacht 2009 organizado por el Comité Venezolano de Amigos de Yad Vashem, B´nai B´rith Venezuela, CAIV y WIZO.

[2] Victor Klemperer: “LTI La lengua del Tercer Reich”, Barcelona, Minúscula, 2001.  

[3] Daniel GoldhagenLos verdugos voluntarios de Hitler”, Madrid, Taurus, 1998.

 

[4] El mismo día pero en 1989 cayó el Muro de Berlín. ¿Casualidad? ¿Planificación? Lo cierto es que el 9 de noviembre sumará este nuevo hecho, ahora positivo, a la luctuosa efemérides nacional. Además, al día siguiente se conmemora el nacimiento de Martín Lutero, sucedido en 1483 en Eisleben y muchos sobrevivientes recuerdan que los festejos solían comenzar el día anterior, es decir, el 9 de noviembre. Es curioso cómo en una misma fecha convergen tantas cosas importantes para el pueblo alemán.

[5] Hermann Graml: “Antisemitism in the Third Reich”,  USA : Blackwell, 1992. 

[6] El campo de Jasenovac en Yugoslavia fue el 7º campo de exterminio.

[7] Como sucedió en junio de 1944 cuando una delegación de la Cruz Roja visitó el campo de Theresienstadt (o Terezin) donde se le ofreció una puesta en escena de un campo “modelo” que los visitantes tomaron por cierto a pesar de serias evidencias en contra.

[8] Diana Wang: “Pesimistas, optimistas y realistas. Lecciones de la Shoá”, Mundo Israelita, Buenos Aires, 2.000. Puede encontrarse en www.dianawang.net/blog/?p=51

[9] Żydowska Organizacja Bojowa (Organización Judía de Lucha).