Otras cosas

Pido que Polonia me denuncie

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Quiero que Polonia me denuncie a mi también

que me demande, me acuse y me crucifique

porque digo públicamente que:

fueron polacos los que no devolvieron a mi hermanito

fueron polacos los que se apropiaron de las casas y de todo lo que había adentro una vez que los judíos había sido deportados

fueron polacos los que no dejaban a mi mamá caminar por las veredas y la echaban a la calle “por donde van los animales”

fueron polacos los que cuando vieron vivos a mis padres profirieron con desprecio “¿ah? ¿sobrevivieron?”

fueron polacos los que pedían sobornos cuando descubrían a un judío

fueron polacos los que lo denunciaban aún después de sobornados

Quiero que Polonia me denuncie

que me demande, me acuse y me crucifique porque

fueron polacos los que quemaron a sus vecinos en Jedwabne

fueron polacos los que mataron a los que volvían a Kielce

fueron polacos los que no dejaban que ningún judío integre sus grupos rebeldes

fueron polacos los que iban atentos por las calles esperando cazar algún judío para ganarse la recompensa

fueron polacos los que escondieron judíos a cambio de dinero y los que, cuando el dinero se terminaba los denunciaron

fueron polacos los que vendían agua a precios exorbitantes cuando los trenes se detenían en su camino a Treblinka y Auschwitz

Quiero que Polonia me denuncie

que me demande, me acuse y me crucifique porque

fueron polacos los que se burlaban de sus alumnos y compañeros judíos en las escuelas

fueron polacos los curas que predicaron siglo tras siglo el odio bajo la acusación de deicidio

fueron polacos los que aplaudían a las hordas nazis que arrancaba a los judíos de sus casas

fueron polacos los contratados para hacer cruzar ríos y fronteras a los judíos y los que los abandonaban en parajes desconocidos

fueron polacos los que después de abandonarlos los denunciaban

Que Polonia me denuncie

que me demande, me acuse y me crucifique

aunque diga también que

el gobierno polaco en el exilio no fue cómplice del nazismo y que

también fueron algunos polacos los que no se sometieron y ayudaron a los judíos

también algunos polacos los escondieron, alimentaron y cuidaron arriesgando sus vidas

también fueron algunos polacos los que les proveyeron de documentos falsos

también algunos polacos integraron la red de salvación Zegota

sin esos polacos casi ningún judío podría haber sobrevivido

fueron miles esos polacos que iluminan por contraste y con crudeza a los millones de polacos cómplices, responsables y culpables por acción u omisión

Por todo eso

Quiero que Polonia me denuncie a mi también

que me demande, me acuse y me crucifique.

 

Repercusiones en los medios:

Editorial de Alfredo Leuco

Nota en Pagina 12

Nota en Urgente 24

The Guardian

Noticias de Israel (2021) 

Radio Pública israelí, KAN en español, a partir del minuto 38

Carta del rabino Nissenbaum:

Bs As 22 de Adar de 5778

09 de marzo de 2018

 Mi muy querida Diana: Estoy en USA de vacaciones y mi secretaria me envió hace días tu texto sobre la nefasta ley del gobierno polaco respecto al Holocausto. No podía dejar de escribirte, en primer lugar porque lloré como un chico mientras lo leía. Mis bisabuelos llegaron a la Argentina entre 1870 y 1890, por lo tanto no tenemos en nuestra familia victimas o sobrevivientes conocidos de la Shoah. Mientras mi padre desde pequeño me contaba historias bíblicas, mi madre en cambio, a partir de mis 7 años empezó a contarme las atrocidades de los nazis en los campos y en los ghettos y los experimentos médicos con los niños judíos, por eso me considero un sobreviviente del texto.

Tu escrito es para mí una proclama ejemplar acerca de nuestra especie, que puede llegar  a los grados más terroríficos de la deshumanización por su crueldad y violencia despiadada pero también cuenta de aquellos otros de nuestra misma especie capaces de desafiar el deterioro moral y con valentía solidaria, aún a riesgo  de sus vidas pudieron convertirse en jasidei umot olam, es decir,  superar la especie y construirse en la muy rara categoría llamada "ser humano" desafío al que todos somos llamados a construir con nuestras mistéricas existencias.

Aunque se ha dicho que después de Auschwitz no hay poesía, para mí tu texto es un asombroso poema, porque solo la poesía posee un metalenguaje, más allá del sentido que le damos a las palabras, porque donde ninguna de ellas alcanzaría a explicar lo inexplicable y lo imperdonable, tu texto se manifiesta como una epifanía más del misterio  del mundo y del hombre.  Creo que tu texto habría que incorporarlo en la liturgia de conmemoración de la Shoah. Sería maravilloso que en todas las escuelas y universidades, los maestros y alumnos judíos y no judíos pudieran recitarlo como un himno. Creo que en las inútiles Naciones Unidas cada representante de su respectivo país se sintiera moralmente obligado a recitarlo.

Inmensas gracias nuevamente mi muy querida y admirada Diana, porque lloré, porque volví a sentir una nueva experiencia mística de lo profundo religioso y de lo sagrado de la vida, y por que sentí profundamente que no lo estaba leyendo sino rezándolo, gracias por este legado que nos diste y que sin duda es tu propia escritura, pero al mismo tiempo tengo la sospecha que Dios se expresó secretamente entre tus palabras para poder perdornarse a sí mismo por su inexplicable silencio y ausencia en la terrible oscuridad de lo que nunca debió haber sucedido.         

Con inmenso amor   

Rabbi Reuben Nisenbom.

Presidente, Fundador y Rabino del C de E J M

Carta del embajador de Polonia en Argentina al presidente de AMIA.

Buenos Aires, 7 de marzo de 2018
Sr. Agustín Zbar, Presidente de la Asociación Mutual Israelita Argentina

Del artículo “Repudio unánime” publicado en Página12 del 7 de marzo, me enteré que AMIA publicó en su fanpage de Facebook el artículo de Federico Pavlovsky „Rostros familiares”, publicado por primera vez el 18 de diciembre de 2017 en Página 12.

¿Sería tan amable y podría explicar a quiénes se puede ver en la foto que ilustra el texto de Federico Pavlovsky? ¿Son cadáveres de judíos que habitaban Jedwabne asesinados por polacos? No, son polacos, miembros de la conspiración anticomunista, matados por funcionarios del Ministerio de Seguridad Pública en 1950, 9 años después de la masacre de Jedwabne. Se conoce bien sus nombres y apellidos. No tuvieron nada en común con el cruel acto cometido por los habitantes de Jedwabne en 1941. ¿Por qué Página 12 decidió hacer semejante manipulación? No lo sé.

Escribí con relación a ese asunto al director de Página 12, Ernesto Tiffenberg, el 19 de diciembre, al día siguiente de la publicación del artículo „Rostros familiares”. Sin ninguna respuesta. Escribí nuevamente el 12 de enero. El director Tiffenberg nuevamente no consideró adecuado contestar, en mi opinión, mi cortés carta que le había dirigido.

Considero que es una cuestión importante, puesto que en realidad es esa foto utilizada para ilustrar el artículo sobre la masacre de Jedwabne, y no el artículo en sí mismo lo que provocó a Reduta Dobrego Imienia (Reducto de Buen Nombre) en Polonia acusar judicialmente a Página 12.

Todo eso sucedió varias semanas antes de que el parlamento de Polonia haya aprobado la ley sobre el Instituto de la Memoria Nacional, que actualmente se volvió objeto de crítica. Crítica que –deseo añadir– durante los trabajos sobre esta ley antes de promulgarla surgió también en mi país, y no solamente en el entorno de los judíos. Las vacilaciones ocasionadas en aquel momento llevaron al Presidente Andrzej Duda a dirigir la nueva ley al Tribunal Constitucional, para que éste decida si se viola o no el derecho constitucional a la libertad de palabra. Si la viola, la ley va a tener que ser cambiada. La sentencia del Tribunal Constitucional, ojala esté otorgada lo antes posible, la espera mucha gente en todo el mundo. No creo que antes de que se dicte la sentencia sobre la constitucionalidad, algún tribunal en Polonia entable una acción judicial sobre la violación de la nueva ley, sin importar cuantas organizaciones no gubernamentales, como Reduta Dobrego Imienia (Reducto de Buen Nombre), instruyan una causa contra alguien en cualquier lugar del mundo. No puedo escribir que „con toda la certeza no va a proceder”, puesto que Polonia -contrariamente a las opiniones manifestadas por el sobresaliente periodista argentino- es un estado de derecho que respeta la soberanía de los tribunales, y no es un país nazi.

En la carta que escribí al director Tiffenberg presenté las informaciones sobre la investigación del caso Jedwabne y las reflexiones sobre el impacto que ese asunto tuvo en la sociedad polaca. No es muy elegante citarse a uno mismo, sin embargo permítame recordarle un fragmento de mi carta:

El libro de Gross y las posteriores investigaciones de IPN generaron en Polonia la más importante discusión, y la más profunda desde 1989, sobre la historia contemporánea del país. Hubo una fuerte voz que condenaba a los perseguidores y perpetradores de los judíos que habían sido asesinados, y pedían una evaluación justa de las infames páginas del pasado polaco. No hay razón para ocultar que también han aparecido declaraciones que niegan la magnitud de la responsabilidad polaca de Jedwabne. Otro hilo de la discusión fue recordar que también muchos polacos salvaron las vidas de los judíos, a menudo pagando con sus vidas. En 2001, el entonces Presidente de la República de Polonia, Aleksander Kwaśniewski, rindió homenaje a los judíos asesinados, diciendo estas importantes palabras: “Como hombre, como ciudadano y como Presidente de la República de Polonia, pido perdón. Perdón en nombre propio como por el de esos polacos, cuya conciencia está afectada por este crimen. En el nombre de aquellos que piensan, que no se puede estar orgulloso de la grandeza de la historia polaca, sin sentir al mismo tiempo dolor y vergüenza por el mal que los polacos le hicieron a otros”. Recuerdo esto para subrayar, que el asunto de Jedwabne fue un profundo avance en la conciencia de los polacos. Nos acercó a la verdad sobre nosotros mismos. Mostró a nuestros amigos y adversarios que somos capaces de hablar sobre cosas positivas, pero también sobre las páginas oscuras de nuestra historia.

Adjunto el texto entero de la carta. Voy a estar satisfecho, si Usted gustaría tomar el conocimiento de la misma. Me parece que honradamente me referí a la responsabilidad de aquellos de mis paisanos, cuya consciencia está cargada con la masacre de Jedwabne, al igual que con otros actos infames en contra de los compatriotas judíos en otros lugares de Polonia.

No puedo terminar esas observaciones sin la reflexión de que AMIA en su justa lucha contra la censura y tergiversación de la historia decidió reproducir el artículo de Pavlovsky junto con la foto que lo ilustraba, con lo que, desgraciadamente, divulgó la ímproba manipulación de Página 12. Estaría agradecido, si en nombre de la verdad quisiera Usted tomar medidas para eliminar esa dolorosa falsificación.

Permite Usted que al asegurarme que esta carta llegó a sus manos, podré facilitarla también a otros lectores.

Marek Pernal, Embajador de Polonia

marzo 13: de Polish League Against Defamation - Reduta dobrego imienia.

Estimados Señores:

La Fundación Reducto del Buen Nombre - Liga Polaca contra la Difamación se ha establecido para corregir la información falsa sobre la historia de Polonia, especialmente la de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo ahora, recordamos cuando la marea de falsas acusaciones en contra de los polacos, así mismo en contra del Reducto del Buen Nombre, ha inundado directamente los medios argentinos.

Recordemos los hechos. En el texto de Federico Pavlovsky Znajome twarze (Rostros Familiares), en el que describe el crimen contra los judíos en Jedwabne (1941), había una fotografía póstuma de soldados de la resistencia independista polaca, quienes después de la Segunda Guerra Mundial luchaban contra los comunistas y el 25 de febrero de 1950 fueron asesinados por agentes de la Oficina de Seguridad. En la foto se muestra a los héroes polacos que no tenían nada que ver con el asesinato de los judíos en Jedwabne, por lo que la ilustración de los crímenes contra los judíos con estos personajes es una manipulación, una acción que falsifica la historia y viola el buen nombre de los soldados polacos. Sobre el asunto de cambiar la foto han intervenido repetidamente polacos y la misma embajada polaca. A pesar de las solicitudes, los editores todavía no la han cambiado. En esta situación, por el bien de la verdad histórica, el Reducto del Buen Nombre ha puesto una intervención legal.

El Reducto no está exigiendo cambios en el texto de Federico Pavlovsky y, por lo tanto, no niega el crimen en Jedwabne, sino que exige disculpas en relación con la manipulación de la fotografía que ilustra el texto. El artículo en el portal Página 12 sigue erróneamente ilustrado y ofende la memoria de los soldados que luchaban contra los comunistas.

Mientras tanto, tras las intervenciones anteriores sin éxito en la editorial y la intervención legal, el Reducto del Buen Nombre se ha encontrado con muchos ataques de los medios de comunicación argentinos defendiendo las mentiras. Definen nuestra organización como "nacionalista", "revisionista", como partidarios de la "negación", e incluso como una institución "fascista". En sus comentarios, incluso está la frase "Polonia nazi" con referencia a nuestro país. Estamos sorprendidos de ver la cantidad de estos epítetos, así como las acusaciones contra nosotros mismos. Las acusaciones más comunes contra nosotros están, entre otras, de modo que supuestamente golpeamos la libertad de expresión, limitamos el debate histórico y tratamos de censurar la historia de Polonia.
Estas acusaciones son completamente infundadas.

Si por el hecho de demandar la verdad y exactitud histórica el Reducto del Buen Nombre es llamada una organización "fascista", "negacionista" y "revisionista", entonces, ¿cómo llamar a los defensores de las mentiras históricas? El conocimiento de la historia de Polonia es imprecisa en el mundo, lo que se confirma en el caso descrito por nosotros del error cometido en las páginas del portal Página 12. El Reducto exige la verdad histórica, y no tiene nada que ver con la censura y un ataque a la libertad de expresión. La imagen que ilustra el artículo fue seleccionada incorrectamente e insulta la memoria de los héroes polacos. Los editores de Pagina 12 persisten en mentir.

Reducto del Buen Nombre - Liga Polaca contra la Difamación

Si prohibo decirlo, desaparecerá - If prohibited, it will disappear

Siguiendo el camino marcado por  el parlamento polaco, declaro y ordeno que está

Prohibido hablar de la muerte
Prohibido decir cáncer o sida o parkinson o cuadriplejía
Prohibidos los resultados médicos desfavorables
Prohibidos los resfríos, las diarreas y constipaciones
Prohibidos los embarazos sorpresivos y las erecciones fallidas
Prohibidos los juramentos de amor o las confesiones de traición
Prohibido decir diablo, bruja, ogro, genocidas y dictador
Prohibido lluvia, tormenta, granizo, helada, inundación
Prohibido terremoto, tsunami, volcán en erupción
Prohibido siquiera susurrar pis, caca, moco, pedo
Quiero prohibir todo lo que no me gusta
Y cuando esté prohibido, desaparecerá.

 

English translation:

Just like the Polish Parliament, I am declaring and ordering as follows:

I order the prohibition of everything I dislike.

It is prohibited to speak of death
It is prohibited to say cancer or AIDS or Parkinson's or quadriplegic
It is prohibited to have negative medical results
It is prohibited to have colds, diarrhea or constipation
It is prohibited to have unwanted pregnancies or erectile dysfunction
It is prohibited to lie when saying I love you
It is prohibited to say devil, witch, ogre, genocide and dictator
It is prohibited to have rain, storms, hail, ice, floods
It is prohibited to have earthquakes, tsunamis, volcanic eruptions
It is prohibited to even whisper pee, poop, booger, fart

And when it is prohibited, it will simply disappear.

(Thanks Natasha Zaretzky for the translation)

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¿Quiénes son las víctimas de la Shoá?

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Las víctimas del Holocausto fueron los judíos masacrados y asesinados solo porque eran judíos, o porque lo eran sus padres o lo habían sido algunos de sus abuelos.

Las víctimas del Holocausto fueron los sobrevivientes, los que salvaron sus vidas contra toda expectativa y se  han empeñado en dar sus testimonios de manera incansable.

Pero hay víctimas del Holocausto que permanecen en las sombras y que hoy quiero sacar a la luz. Son las esperanzas puestas en el progreso, el humanismo y la educación. Estas esperanzas suponían que después de la Gran Guerra el mundo habría aprendido que la guerra no era el camino. Que las personas comunes respetarían la moral más elemental. Que los ingenieros, médicos, académicos y burócratas se opondrían con firmeza a construir y hacer funcionar la maquinaria asesina. Que la gente común, los testigos pasivos, los que vieron y no pudieron o no quisieron hacer nada, no sucumbirían presos del terror o la indiferencia, haciéndose cómplices por omisión. Que el efecto poderoso de la propaganda no podría lavar los cerebros de un modo tan trascendental. Que los gobiernos de tantos países no harían la vista gorda ni permitirían la ejecución de este horroroso plan exterminador. Todas esas esperanzas se hicieron trizas durante el Holocausto, hirieron de muerte a la fe en el progreso y al poder de la educación, nos dejaron desnudos, desvalidos e impotentes frente al derrame de la iniquidad.

Porque la gran víctima del Holocausto es la Humanidad toda que debe digerir que la vara de lo imposible descendió hasta el infierno, que el asesinato industrial, arbitrario, racional, burocrático y planificado, integra hoy las expectativas de lo posible.

El Plan Maestro Planetario del nazismo era la la supuesta reingeniería social que tergiversaba hasta el ridículo las ideas de Darwin en la pretensión de dejar en el mundo solo a “la raza” superior, erradicar las enfermedades y malformaciones creando un universo de super humanos cuasi dioses. Para lograrlo había que exterminar a los elementos impuros y tóxicos: los opositores políticos, los testigos de Jehová, los masones, los comunistas; los discapacitados físicos y mentales, los homosexuales, los gitanos pero, sobre todo, los judíos. Su política “purificadora” se concentró en este pueblo del que no podría quedar ninguno vivo en todo el planeta, especialmente la simiente del futuro, los niños.

Pero ahí no terminaba el plan. Era solo el comienzo. Continuaría con los no blancos, los que no correspondían con el estereotipo de “raza” superior pergeñado por el nazismo: los afrodescendientes negros, los orientales amarillos, los nativos e indígenas americanos rojos, australianos y asiáticos, los marrones de India. Tarde o temprano, todos estaban destinados a la esclavitud, al sometimiento y al exterminio.

Aunque el Plan Maestro Planetario se frustró por la derrota en la guerra, la idea de que era posible quedó instalada en la Humanidad. Por eso a las víctimas del Holocausto se suman hoy los asesinados en Guatemala, en Ruanda, en los Balcanes, en Darfour, en Siria, en Nicaragua, en la Argentina, en Armenia, en Timor Oriental, en Chile, en el Holodomor de Ucrania, Camboya, los Roma y los Sinti, los Herero y Namaquas, en México, en Congo, los Rohingyas en Birmania y la lista sigue porque el infierno habilitado por el nazismo continúa con las puertas abiertas.

El mundo entero es víctima del Holocausto porque fue entonces que se estableció que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro, que los límites impuestos por la educación y la convivencia son frágiles, que las sociedades humanas son sumamente vulnerables. En manos de líderes carismáticos, la codicia, el ansia de poder y la convicción de la propia supremacía, son estímulos letales. No importa la razón. Sea geopolítica, sea económica, sea religiosa o, como en el caso del Holocausto, una mentira como el falso concepto de “raza”, TODOS somos potenciales víctimas, ninguno de nosotros sabe si en algún momento de su vida no quedará del lado equivocado y entonces, cuando vengan por uno, ya no quede a quien recurrir. Porque como bien dice Jorge Drexler “todo es cuestión de lugar y momento, yo podría haber sido el pianista del gueto de Varsovia”.

Disertación pronunciada en el acto de homenaje realizado el 29 de enero en AMIA y el 2 de febrero en Córdoba. 

 

Sobre el proyecto de la cámara baja polaca para prohibir mención de complicidades

El proyecto presentado por la cámara baja del parlamento polaco se suma al malestar que ya han expresado distintas franjas oficiales polacas sobre la complicidad de los polacos en la perpetración del nazismo durante la Shoá.

El historiador Jan Gross se ha dedicado a revisar una parte del pasado polaco respecto de los judíos durante el Holocausto. En su libro "Vecinos" se interna en el asesinato de todos los judíos del poblado de Jedwabne en manos de sus vecinos cristianos, crimen que había sido atribuido oficialmente a los nazis pero que Gross devela que había sido obra de polacos. Causó un hondo malestar en Polonia. Pero su labor investigativa continuó y en su siguiente trabajo, La Cosecha Dorada, muestra de manera exhaustiva y desgarradora la forma en que muchos ciudadanos polacos se aprovecharon de la situación que vivían los judíos para expoliarlos, robarles, chantajearlos, exigir sobornos, denunciarlos, ocupar sus viviendas, apropiarse de sus posesiones y en no pocos casos matar a los antiguos propietarios en caso de que hubieran sobrevivido y volvieran con un reclamo.

Lo que relata en su escalofriante trabajo, fruto de innúmeras entrevistas y de una exhaustiva investigación histórica, es verdad. Pero es una verdad muy dura de oír para muchos polacos con la conciencia sucia. Siguen siendo muchos los que creen que sus padres o abuelos no pudieron haber hecho tales cosas, que se trata de una patraña. Tal vez, volviendo a la luz su histórica judeofobia, se digan que es  una “nueva patraña como las que nos acostumbran los judíos tan expertos en victimizarse”. 


Gross fue atacado y vilipendiado por los estamentos oficiales y en enero de 2016, el presidente Andrzej Duda, solicitó que se le revoque la Orden del Mérito de la República de Polonia por su trabajo como historiador. 

A fuer de justos y objetivos, es preciso dejar sentado también que lo que hicieron muchos polacos durante la Shoá debe mirarse y evaluarse junto con lo que hicieron los que arriesgaron sus vidas para ayudar o salvar a judíos. Yad Vashem, con sus estrictas condiciones, ha honrado a cerca de 7 mil, la mayor parte de los Justos de la Humanidad fueron polacos. Hay decenas de miles más que no se ajustan a las condiciones de Yad Vashem pero que colaboraron activamente en la salvación de los judíos polacos, entre ellos la familia que escondió a mis propios padres durante casi dos años. 

En cuanto a la proyectada ley polaca, debemos diferenciar las decisiones personales de la gente de las decisiones políticas y las directivas emanadas de poderes gubernamentales. El nacionalismo polaco tiene poderosos ingredientes anti judíos, sentimiento que forma parte de su cultura hace varios siglos. Los ejércitos que lucharon contra el nazismo, tanto la Armia Krajowa (nacionalistas) como la Armia Ludowa (populares) no se lucieron por su cálida aceptación de los judíos, más bien todo lo contrario. 

¿Se puede acusar al Estado Polaco por la conducta de una parte de sus ciudadanos? Es cierto que los campos de exterminio, todos instalados en suelo polaco, fueron obra de los nazis. También es cierto que muchos polacos (y también ucranianos, lituanos y otros) integraron los engranajes asesinos, pero no se trató de una política oficial del gobierno en el exilio sino que fue a título personal. A diferencia del gobierno de Francia, que no solo se alió al nazismo sino que muchas veces se anticipó a sus órdenes en el señalamiento y detención de los judíos, el gobierno polaco no puede ser acusado de lo mismo. Los campos de exterminio nazi fueron instalados en Polonia pero no fue una decisión de ningún gobierno polaco. Por ello acusar a Polonia como estado cómplice y perpetradores no se ajusta a los hechos.

Los polacos han convivido con la memoria de la Shoá viéndose como víctimas de los nazis, casi como equiparándose con lo sufrido por el pueblo judío. Verse como víctimas los exoneraba de toda responsabilidad o culpa y es el discurso oficial que aún se sigue oyendo en Polonia. Todo esto es lo que está detrás de este proyecto del Sejm, la cámara baja que espera ser refrendado por la alta. Me parece absurdo el proyecto porque huele a cola de paja, es como suponer que si no se dice algo no pasó. El absurdo de esta ley que lacera el derecho a la libre expresión, se choca además con el acceso a las redes sociales, con su infinita y poderosa capacidad de llegada y difusión. No hay ley que impida que la gente diga lo que tiene ganas de decir, sea verdad o no, se ajuste a los hechos o no. 

Y si el gobierno polaco está tan preocupado por su propia autoestima, sería muy importante que establecieran la obligatoriedad de que, junto con las visitas que hacen todas las escuelas polacas al maravilloso museo Polin que muestra los mil años de vida judía en Polonia, se instruya a todos acerca de qué pasó en la Shoá, quiénes colaboraron y quiénes no, señalando a los culpables y enalteciendo a los valientes. La verdad es una sola. La derecha y los nacionalismos están queriendo recuperar el lugar protagónico que solían tener, no solo en Polonia. Los populismos le han hecho un magro favor y el péndulo socio político está moviéndose hacia el otro lado, aunque tal vez se junten lo peor de cada uno y se construyan contextos populistas-nacionalistas, una nueva amenaza que se cierne sobre nuestra pobre Humanidad. Veo que la cámara baja polaca quiere jugar el moderno juego de la pos verdad y así construir un pasado más agradable de recordar. Pero, aunque no podemos achacarle al gobierno polaco la complicidad con el nazismo ni la construcción y el funcionamiento de los campos de exterminio, sí podemos hacerlo con muchos polacos que hoy quieren vestirse de seda. Y ya se sabe, si la mona se viste de seda, mona queda.

Sobre la autora: Diana Wang es titular de Generaciones de la Shoa. Es nacida en Polonia e hija de sobrevivientes del Holocausto. Es psicoterapeuta, escritora y conferencista.

Texto publicado por JAI.

Te deseo paz y bien.

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Te deseo paz y bien

autor: Dr. Ricardo Rabinovich.

Otro año ha pasado.

Una vuelta más alrededor del Sol.

Se adorna el pino (en general, falso).

Se encienden las velas de Janucá.

Se arma el Pesebre de Belén.

O sólo se reflexiona.

Tierra, que debió llamarse Agua, está cansada.

De todas sus criaturas la más inteligente,

la más sabia, le ha jugado sucio, 

ha mordido la mano nutricia, 

ciega de lucros y codicia, 

de poder y de soberbia.

Cada vuelta le duele.

Si el Sol fuera Inti, 

si fuera Helios o Shamash, 

en vez de solamente una estrella, 

lloraría lágrimas de fuego al verla pasar, 

despreciada y condenada al olvido cósmico.

Los humanos son nubes de asombro.

Millones de ellos observan, con veneración, 

la escena milenaria de un niño pobre que nace, 

entre paja y animales, en un pesebre miserable. 

Esa familia humilde del recio carpintero nazareno, 

que hoy pare en un establo al calor de las bestias 

(generosas donde los hombres no lo han sido), 

mañana se salvará por poco de un exterminio

(matar niños es una pasión de todo genocida)

y pasado será refugiada, exiliada en el Egipto.

Ese pequeño hebreo, 

vástago de trabajadores callosos, 

brote de un árbol despreciado y sometido, 

ese judío, ese circuncidado, ese israelita, 

crecerá entre hambre, persecuciones, 

abuso de poder, masacres y exilio. 

Verá, desde el lomo del jumento, 

quedar lejos la patria conquistada, 

seca y dura pero misteriosamente dulce, 

porque es una irregularidad de las razones, 

una paradoja que espanta a los filósofos, 

a los matemáticos y a los oficinistas, 

que a la tierra natal se la extrañe, 

aunque su memoria huela sangre.

Llegará, con su padre sin lezna ni martillo, 

con su madre, la más pobre de las reinas, 

a un paisaje próspero y vastamente ajeno.

Serán refugiados, fugitivos de la tiranía, 

sobrevivientes del exterminio y del odio.

Pedirán un retazo de sombra y de pan, 

José aceptará trabajos de esos que, 

tú sabes, un egipcio no los toma.

María lavará ropas por monedas.

Quizás consiga pisos para barrer

(y eso sería casi como el Edén).

Procurarán prostituirla. Es joven,

es bonita, es inmigrante ilegal, 

una judía sin poder ni patria.

Pero Miriam, la Luz del Mar,

podrá huir de ese destino.

Otras refugiadas no.

Ese niño emergerá del asco. 

No será producto del oro, de la mirra, 

del incienso de los reyes legendarios, 

sino de las lágrimas del destierro paterno, 

de la sangre en las manos arruinadas de Miriam, 

del eco, que ha quedado persistente, de las madres, 

en la Judea de Herodes, rogando por sus hijos, 

en vano, porque los hijos de los diferentes, 

de los pobres, de los sometidos, 

no suelen conmover tanto.

Será un rabino no forjado en las escuelas, 

en el impoluto manto de las letanías sabáticas, 

sino en el barro agrio de la servidumbre humana.

No le darán horror las putas, en especial las pobres, 

las tristes mujeres a las que la desgracia llevó a venderse, 

o a ser vendidas. La dulce Miriam pudo haber sido una de ellas, 

en las horas atroces del exilio miserable en medio del Nilo trigueño.

Otra Miriam, la de Magdalá, sí lo será, y devendrá su gran amiga.

Caminará, con ropas sencillas, entre el pueblo, 

pescará con los hombres galileos, compartirá la comida, 

les hablará de cosas que ellos entienden, porque esa fatiga, 

ese desprecio de los poderosos, ese si te mueres fuiste un número, 

él los ha sentido en la propia carne, ha intuido la humillación de Iosef, 

la resignación del abuelo Yejoiajim, que dicen que criaba jazmines, 

de la anciana Hannah, que creía que una mujer debía saber leer,

inclusive las pobres y campesinas de la agobiada Palestina, 

según insinúan las innumerables imágenes que la pintan, 

aún moza, enseñando las letras a su hija Miriam.  

La resignada madre del Pesebre de Beth-le-hem, 

que sólo vestirá con lujo mucho después de muerta, 

cargará una tarde el cuerpo vacío de Yeshúa, 

víctima de la horrenda soberbia religiosa, 

del poder sin límites, del prejuicio ciego.

El Rey de los Judíos, una lágrima.

Miriam y Iosef, en el exilio alejandrino, 

alumbrarían en estas tardes las velas de Janucá, 

una por una, una por día, devotos, rezando cánticos.

¿Te acuerdas, Miriam, de aquella noche, en esta época?

Hacía frío... Suerte que hallamos ese establo, gracias a Dios.

Ella bajaría la mirada, de dulzura infinita, ojos semitas morenos, 

la depositaría en Yeshúa, que crecía inquieto en el destierro pobre.

Sí, Iosef, hacía frío. 

Ojalá (inshallah)  

alguna tarde aprendamos de las Fiestas, 

y no sólo las celebremos. 

Te deseo Paz y Bien.

 

El Dr Ricardo Rabinovich que me honra con su amistad, me hizo llegar este poema (él dice que no es un poema sino "algunas palabras") en relación a estas fiestas. Me conmovió tanto y me llegó tan hondo que lo quiero compartir porque habla de las mismas cosas por las que nosotros estamos y hacemos Generaciones de la Shoá. 

Ricardo Rabinovich es Abogado (UBA); Doctor de la Universidad de Buenos Aires (Área: Filosofía del Derecho). Profesor del Doctorado de la Facultad de Derecho (UBA). Profesor Titular de Cátedra de la UBA (Historia del Derecho; Principios Generales del Derecho Latinoamericano), de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (Derecho Civil, Parte General), de la Universidad del Salvador (Historia del Derecho) y de la Universidad de Belgrano (Derechos Humanos). Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Derecho (UBA) y sigue y sigue, vean acá. el enormísimo curriculum... 

Cuando un joven quiere oír a un viejo

 

El Proyecto Aprendiz y su impacto en los sobrevivientes.

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Tengo 91 años, sobreviví a la Shoá, puedo contar cosas que nadie puede imaginar y si las cuento no serán más que la millonésima parte de lo que viví en una hora de uno de los cientos de días que viví en el infierno”. Esto nos dice Lea Zajac, con su energía y lucidez intactas, con su gesto firme y su mirada frontal. “Dí mi testimonio a la Fundación de Spielberg, escribí un libro, voy donde me llaman a dar mi testimonio, pero nada de esto se parece a la experiencia que tuve con los jóvenes que hicieron conmigo el Proyecto Aprendiz. Cada uno de ellos, Brian, Nicole, Rocío, Darío y Melanie, trajo a mi vida un soplo de aire fresco, cada uno abrió un poco más la ventana de la esperanza, ese ansia que siempre tuve de que lo que vivimos los sobrevivientes pueda tener algún sentido para alguien”.

El Proyecto Aprendiz comenzó en 2009 como el intento desesperado de mantener viva la historia oral de la Shoá, para que cada una de las historias de los sobrevivientes siga tendiendo una voz que la cuente por varias décadas más. Hasta diciembre de 2017 ya son 130 las parejas de Sobreviviente-Aprendiz, 130 los Aprendices que han conocido a un sobreviviente, que han interactuado con él, dialogado, preguntado, respondido, que han visto sus fotos, su casa, que han llorado recordando sus momentos tristes, que han reído con las anécdotas, que han compartido el orgullo de los logros posteriores, desarrollos personales, familias, trabajos. Estos 130 Aprendices se comprometieron a seguir contando, cada uno, lo que vivió junto con su sobreviviente.

¿Por qué hizo falta el Proyecto Aprendiz? Porque no se puede conversar con los libros y las películas ni se les puede preguntar. A alguien que uno tiene enfrente, sí. Los Aprendices serán los encargados de seguir contando cada una de las historias pero no la historia sola sino la forma en que cada una los atravesó personalmente. Será la historia de cómo el Aprendiz incorporó la historia del sobreviviente. Un testimonio de segundo nivel, un testimonio de cómo fue recibido y metabolizado el testimonio. Como decía Elie Wiesel, que es el leit motiv del Proyecto Aprendiz: “Quien escucha a un testigo se convierte en testigo”.

Los Aprendices son adultos jóvenes de entre 20 y 35 años que se entregan al proyecto de manera total. Viven como privilegio la posibilidad de conocer a un sobreviviente de la Shoá y de dialogar con él todo el tiempo que quiera. De a dos, sin interferencias, el ojo en el ojo, la piel en la piel, abiertos a la emoción y los recuerdos, respetando los silencios y la cautela, se establece una relación única e insólita, diferente a cualquier otra relación conocida.

No son amigos. No son parientes. No es una clase. No es una entrevista con fines periodísticos o literarios. La relación Sobreviviente-Aprendiz es una nueva categoría relacional tan nueva que todavía no tiene nombre. Cada encuentro, cada confidencia, cada momento compartido, va tejiendo lazos de parentesco inéditos que muchas veces continúa durante los años siguientes.

La intimidad y proximidad emocional de este joven con alguien cinco o seis décadas mayor, les enseña a ambos una nueva lección. Se conocen, se ven, conversan, se escuchan y en ese proceso cada uno redescubre dentro de sí aspectos que no sabía o que había olvidado que tenía. Los jóvenes comienzan a preguntarse por qué no tienen un contacto así de íntimo y personal con sus propios abuelos. Muchas veces vuelven sobre sus pasos y este nuevo abuelo que incorporan a sus vidas les enseña el camino de acercarse a los suyos, invita a verlos con una nueva mirada y establecer un diálogo que nunca había tenido lugar.

La relación Sobreviviente-Aprendiz es la puesta en acción del mayor mandato de la tradición judía, le contarás a tus hijos. ledor vador, generación tras generación.

Y el sobreviviente comienza el Proyecto Aprendiz sin entender bien de qué se trata porque no es fácil explicarlo, no tiene precedente, es algo nuevo. Puesto que mo es una clase, no es un testimonio, no es una entrevista, se preguntan “¿Qué es esto? ¿Alguien va a venir a hablar conmigo? ¿Y es abogado, o médico, o director de algo y viene a hablar conmigo? ¿Qué puedo decirle yo?Insistimos con la consigna de que se abra al diálogo, a la conversación, que no tiene que saber nada en particular, que el joven lo quiere conocer, quiere saber cómo es, cómo vivió y sobrevivió la Shoá y también cómo fue su infancia, cómo siguió su vida, cómo es su familia, sus intereses y actividades. “¿Y eso a quien le interesa?” se preguntan y, otra vez ls resulta difícil de entender que lo que interesa es solo y nada menos que conocerlos, incorporar su neshamá, su espíritu  su naturaleza, su estilo y perspectiva en la vida, todo lo que ningún testimonio o clase puede dar, eso que solo se logra en el contacto personal y en la conversación en un contexto de confianza y respeto.

Sin embargo, aunque les cuesta entender, hay algo que les resulta atractivo y emprenden la aventura de hacer el Proyecto y recibir al joven. Y poco a poco, a medida que los encuentros se suceden, la experiencia comienza a resultarles iluminadora al tiempo que van creciendo la expectativa y el disfrute. Es que los que tienen el hábito de dar testimonios lo hacen ante una audiencia de varias, decenas o centenares de personas, mientras que en el Proyecto Aprendiz es ante una sola. Hablar con una sola persona, una persona joven que eligió hacerlo, que se moviliza hasta él, que recibe e incorpora lo que ve y oye, con delectación, respecto y reverencia, es algo que nunca antes les había pasado. No les había pasado con sus familiares, con sus amigos ni con los auditorios que los habían escuchado antes.

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La experiencia del joven que los mira y casi no respira por miedo a quebrar la magia del encuentro como si fuera un encuentro amoroso pero con otra pasión, con la pasión del descubrimiento, del amor por lo humano, del milagro de la vida y del cariño que nos va ligando a medida que nos entregamos y nos conocemos. “Gracias” dice Ruth, “gracias por esta idea maravillosa, a mi madre le han crecido nuevas alas, espera a Federico con muchas ganas, prepara todo, las masitas que sabe que le gustan, el rincón en donde suelen hablar, se arregla, se pone linda, hace tanto que no la veía así…

Y cuando termina el Proyecto Aprendiz los sobrevivientes, hoy octogenarios o nonagenarios, quedan maravillados con la experiencia, encantados con ese joven que han conocido y que se ha vuelto parte de su familia de una manera tan inesperada. Y quieren más. “Si hace falta, lo hago otra vez, me gustaría mucho” dicen y, de este modo, como sucedió con Lea, algunos tienen dos, tres, cuatro y hasta cinco Aprendices.

En una sociedad y una cultura que ve a la vejez como una patología incómoda, cuando no vergonzosa, que pone entre paréntesis a los viejos sin valorar lo que su experiencia, mirada y sabiduría podrían aportar, enseñar y alentar, el Proyecto Aprendiz los ha re instalado en el lugar del que sabe, el del Maestro. Así como los Maestros y Artesanos medievales transmitían su arte a un Aprendiz. Como los Maestros y Artesanos medievales transmitían su arte a un Aprendiz, así los sobrevivientes transmiten y delegan la historia que vivieron. Y al hacerlo inspiran y estimulan a los jóvenes brindándoles un nuevo y valioso horizonte ético. Estos jóvenes son un ramillete de promesas y futuro y SU Sobreviviente es para cada uno, el protagonista inolvidable, una estrella de su vida, documento y testigo de la dignidad, la vitalidad y el amor.

Sobrevivientes. Libro y muestra de Pablo Cuarterolo.

Propuesta poética en forma de fotografías. Prólogo

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Fotos escuetas, parcas y concisas, fotos de personas y fotos de lugares, breves comentarios como haces de luz abriéndose camino en la oscura inmensidad de lo ignorado, ésta es la colección de este trabajo emprendido por Pablo Cuarterolo luego de ponerse en contacto con la Shoá lo que lo condujo al imperativo del registro, un registro cargado de interrogantes. Caminó por Auschwitz, allá, en Europa y volvió a Buenos Aires sabiendo que encontraría, también acá, restos, marcas, personas y también lugares pregnantes que ocultan el escarnio tras fachadas inocentes. Sus fotos, a modo de ensayo o de poema visual no bajan línea ni explican, invitan a sumergirse en el universo del MAL, a cuestionarse y a reflexionar. Pero no queda ahí, convoca a algo más difícil: a intentar comprender, a sacudirse el corrosivo polvillo de la indiferencia y, lo que es infinitamente más difícil, a perdonarse por tanta mirada hacia lo lejos.

pieles, pieles arrugadas, pieles mudas
miradas fijas, detenidas, ¿acusatorias?
sombras, silencios, números
piedras, lápidas, muros, muros testigos,
pieles de personas
pieles de casas
frentes impenetrables, dolientes
alambres, alambres de púas
rieles, vías paralelas y dormidas ¿inocentes?
fotos, fotos de fotos, fotos que gritan ¿por qué?
miradas, ojos que aúllan ¿por qué?
ecos de preguntas, gritos ahogados, susurros punzantes
huellas, de allá y entonces, parece tan lejos
huellas, de acá y de hace tan poco, está tan cerca
¿dónde estaba yo?
¿donde estabas vos?
¿dónde estaba el mundo?

Es una colección personal atravesada por la sensibilidad y la mirada de Pablo Cuarterolo, su cámara aguda, honesta, bellamente despojada, registró imágenes elocuentes. Nos interpela, se cuela entre las resquebrajaduras de nuestros propios muros -los de la indiferencia-, penetra en cada poro de nuestra piel, sacude nuestra comodidad cotidiana al ponernos enfrente y recordarnos que todo hecho genocida involucra a personas, que siempre el blanco de los ataques es lo humano, eso que cualquiera de nosotros comparte con todos los demás. El crimen, el de la Shoá y cualquier otro, fue contra la Humanidad toda. Es totalmente pertinente decir, parafraseando ese compendio de enseñanzas y reflexiones rabínicas que es el Talmud, que “quien destruye una vida destruye algo del mundo entero”.

Los muros persisten mucho después de que los crímenes perpetrados en su interior parecen haberse olvidado, las casas mudas se ven inocentes e inofensivas. ¿Qué culpa tiene una casa? ¿Qué preguntarle a un muro? ¿Acaso el frasco de vidrio es responsable por el veneno que contiene? Y sin embargo ahí están, gritando que fue ahí que pasó lo que pasó.

Y las personas de estas fotos son el ADN universal, personas como yo, como cualquiera, cuando se las hiere sangran, como yo, como cualquiera, personas que no eligieron ni decidieron que les pasara lo que les pasó. ¿Importa que sean judías? ¿Importa que sean intelectuales, vendedores, actores o filatelistas? En cada milímetro de piel, en cada circunvolución de cada arruga, en cada destello y punto de luz de cada ojo, estamos todos. Porque, como bien dice Jorge Drexler: todo es cuestión de lugar y momento, cualquiera de nosotros pudo haber sido -o podrá ser, agrego yo- el pianista del gueto de Varsovia. Diana Wang

MUESTRA FOTOGRÁFICA EN LA EMBAJADA ARGENTINA EN WASHINGTON. 13 de noviembre 2018: 

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Prologo traducido al inglés expuesto en la muestra.

Prologo traducido al inglés expuesto en la muestra.

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Crónica estreno "Los últimos testigos" film de Bernardo Kononovich

El ojo que me cubro es el que vio o abominable, lo inenarrable.

El que dejo libre, sin cubrir, es el que me une a la vida,

el que me convierte en testigo, es el que me hace hablar…

Testigo es el que da testimonio, el que atestigua con su voz, su persona y sus recuerdos que algo ha sucedido. La Shoá, así como todo hecho histórico, tiene varias fuentes de conocimiento y validación. Una son las evidencias de los hechos mismos, los restos físicos, los documentos, las huellas de bombardeos, las construcciones bélicas, los artefactos. Otra las fotografías y películas que brindan una evidencia gráfica incontrovertible. Y otra son los registros escritos personales y los relatos de los sobrevivientes y testigos.

El testimonio de un sobreviviente no es necesariamente un documento de un testigo, puede llegar a serlo. La memoria se nutre de recuerdos y olvidos, no es una crónica fija de un momento determinado ni una foto fidedigna, dialoga con el presente. Según sea el contexto, la audiencia, las vivencias del testimoniante ese día y a esa hora, el relato incluirá algunas cosas o despertará otras que estaban olvidadas. La memoria es dialogal, es móvil y cambiante. Para que un testimonio sea un documento, es preciso que varios testimonios de personas que no se conozcan entre sí refieran lo mismo sobre un determinado hecho.

Para que un sobreviviente se convierta en testigo debe cumplir varias condiciones. Haber estado donde dice haber estado, haber vivido lo que dice haber vivido, tener la capacidad y la voluntad de recordar, y tener la capacidad de ponerlo en palabras. De entre los sobrevivientes devenidos en testigos, hay unos pocos que suman a las condiciones anteriores la capacidad de proponer y estimular la reflexión. Son los que tienen claro que contar el horror crudo y desnudo es obsceno e imposible. Saben también que aún si lo pudieran contar, tendría un efecto contrario al esperado, sería tan abrumador, caería con tal peso aplastante sobre el oyente que, aunque escuchara el despliegue morboso con fascinación, sus terminales reflexivas se irían apagando hasta quedar totalmente desconectadas. No se puede pensar ni aprender del crudo espanto. Este puñado de sobrevivientes-testigos que lo saben, han desarrollado otras maneras de decir, de contar, de transmitir.

Una de ellos es Lea Novera. Su voz, su énfasis, su convicción, su capacidad de conceptualizar y señalar lo que es importante, su cuidado en no buscar horrorizar sino hacer pensar, la han transformado en un referente privilegiado de lo que un testimonio debe brindar.

Bernardo Kononovich, que ya tiene una colección de films en los que explora el sentido y los límites del relato y el testimonio, ha emprendido en “Los últimos testigos” un nuevo desafío en su trayectoria de abridor de reflexiones, de cuestionador, de cineasta y psicoanalista que no teme entrar en algunas junglas de la memoria, haciéndolo con cuidado, agudeza y sensibilidad. Esta vez hace una propuesta innovadora: toma un testigo que dialoga con jóvenes y muestra ese diálogo. Son las voces, las preguntas y las inquietudes de un grupo de docentes y alumnos de la Facultad de Psicología que tienen a “Auschwitz”como tema de su materia, Dinámica de Grupos II. Son jóvenes sensibilizados e interesados en una exploración más profunda, cosa que solo pueden conseguir en un diálogo con alguien que haya estado allí y que lo quiera contar. Kononovich hace la propuesta exploratoria, posibilita el encuentro y lo registra con su cámara.

Se ve en el film que el encuentro entre los jóvenes y la testigo tuvo jornadas previas de preparación, que de todo el grupo que podría haber participado solo lo hicieron ocho. Es curioso que, habiendo integrantes judíos en la materia, ninguno de los ocho que aceptaron el desafío de dialogar con Lea lo sea. Nos dicen que los judíos, docentes y alumnos, cuestionaron la elección de la temática, que ellos ya sabían, que para los judíos era un tema habitual, que no les interesaba. Los que trabajamos con la temática y vamos a escuelas, a grupos, a instituciones, conocemos este sesgo de muchos judíos. Creen que saben. No saben que no saben. No saben cuánto y hasta dónde no saben. Nuestras visitas, clases o testimonios en instituciones judías no tienen la riqueza ni la trascendencia que tienen cuando vamos a instituciones no judías. Los no judíos saben que no saben, lo que abre canales de indagación y sensibilidad que hacen que la clase y el testimonio tenga un vuelo que no siempre se alcanza en sitios judíos. Fenómeno que invita a ser investigado. No tengo una respuesta.

El film tiene tres momentos. La preparación de los jóvenes, el momento en que comparten sus preguntas e intereses, sus miradas expectantes, su sed por conocer a Lea, por oírla e impregnarse de ella. Luego el encuentro mismo con Lea, su llegada, su frescura, las preguntas, el relato desacartonado, potente, espontáneo de esta testigo que tiene claro lo que debe decir y lo hace con énfasis, con inteligencia y con humor. El tercer momento es la visita de Lea al aula magna de la Facultad de Psicología con la presencia de todos los docentes y alumnos de la cátedra, momento en que la emoción la sobrecoge y se llena de alegría al ver a todos los jóvenes atentos y se recuerda a sí misma a esa edad y hace un canto conmovido por la libertad.

“Los últimos testigos” se están yendo. Bernardo Kononovich tuvo la virtud de registrar este rito de pasaje en el que Lea traslada a los jóvenes sus reflexiones y su mensaje.

Tuvimos el privilegio de compartir el estreno el pasado 28 de octubre de 2017 en el auditorio Borges de la Biblioteca Nacional. La sala repleta de gente vibró de emoción ante cada palabra, rió con delectación ante el fino y oportuno humor de Lea con esa virtud de bajar a tierra lo que vivió, de tender la mano a cada uno e invitar a que se sume a la gesta de mantener el diálogo y la fraternidad como banderas de resistencia. La presencia de Lea fue una nota conmovedora para todos. Un aplauso cerrado y prolongado hacia ella y hacia el director del film fue la culminación del estreno.

Presentó el film Denise Najmanovich, con su proverbial calidez e inteligencia, puso en contexto el valor y la importancia de este testimonio tan alejado de una memoria estereotipada de frases hechas vacías de contenido. No es así el testimonio de Lea. Lea viva. Lea abierta. Lea dice cuando habla. Lea llega cuando mira. Lea, un canto a la vida.

Bernardo Kononovich tiene la gran virtud de mostrarlo en este nuevo trabajo.

Por ello, y por su empeño en registrar en tantos films los laberintos y vericuetos de la memoria de los sobrevivientes y por convertirlos en testigos, muchas gracias.

Tatuajes. El cuerpo, ¿tesoro inviolable o página en blanco?

Tenemos hoy la posibilidad de intervenir nuestros cuerpos de un modo que hace pocos años sonaría a ciencia ficción. Las posibilidades técnicas, los avances de la cirugía y los nuevos hallazgos ofrecen una sorprendente bandeja de alternativas tanto estéticas como terapéuticas.

  • Lo que era una muerte segura hoy se resuelve muchas veces en un quirófano.
  • El género sexual puede hacerse realidad en un nuevo cuerpo para que se corresponda con el vivido.
  • La edición de porciones de ADN para corregir o evitar enfermedades ya es una realidad casi al alcance de la mano.
  • Nos podemos arreglar narices, mentones, cinturas, pechos y asentaderas.
  • También nos podemos adornar con dibujos y colores, piercings y tatuajes.

El cuerpo humano puede ser una página en blanco a ser llenada y transformarse así  en una vidriera personalizada con mensajes, promesas, amores, honores. Hoy nuestro cuerpo puede ser un lugar en el que instalamos una nueva y exclusiva marca de identidad. Otro triunfo del homo sapiens sobre la naturaleza.

Pero para los que estamos atravesados por el Holocausto, la idea de elegir voluntariamente ser tatuado toca un nervio y chirría un poco. El tatuaje, el tatuaje del número, es para nosotros sinónimo de sometimiento, la marca de haber sido objeto de un otro, de haber perdido la capacidad de decidir sobre uno mismo.

Los sobrevivientes tatuados lo han vivido de diferentes maneras.

Para algunos fue y es un testimonio, un documento que pueden exhibir abiertamente o guardar pudorosamente para sí.

Para otros fue y es una incomodidad, algo que exige explicaciones que no tienen deseos de dar, especialmente a extraños.

Y  por último hay otros que lo han vivido como la huella del horror y decidieron quitárselo.

Dice el nieto de Judith “Recuerdo su cicatriz en la muñeca. Ella se quitó el tatuaje que le hicieron los alemanes cuando ingresó al campo. Para quitarse un tatuaje se utiliza un láser que quema la piel. Reemplaza la tinta por una quemadura. La cicatriz significa que ahí hubo algo y que ahora, hay otra cosa. Nadie en la familia recuerda el número que llevaba tatuado. Una capa arrugada de piel se interponía entre el pasado y el presente, entre el número y su verdadera identidad. Esos centímetros de piel rugosa, marcaron el final de una etapa y el comienzo de otra. No significaba olvidar sino avanzar”.

Csanád Szegedi, miembro fundador del partido Jobbik, el de los nacionalistas húngaros antisemitas, descubrió en 2012 que su abuela era judía y que lo había ocultado, junto con su número tatuado en el brazo siempre cubierto con mangas largas para que nadie lo viera. 

Elie Buzyn, un sobreviviente francés, harto de que le preguntaran qué era ese tatuaje, se lo quitó. Pero conservó la piel con el número, la procesó a modo de pergamino para que ese documento con su propia piel no desapareciera tras su muerte. Iba con ese pergamino toda vez que daba un testimonio, exhibido como prueba suprema del horror vivido. Pero sufrió  un asalto, y entre las posesiones que le robaron estaba el sobre con el precioso pergamino. Tenía 80 años y sentía que había perdido su posesión más valiosa, lo que pensaba dejar como herencia y testimonio. Desesperado, quiso volverse a tatuar, extraer su piel y hacer otro pergamino igual al perdido. Pero aunque el tatuaje fuera igual al original, aunque fuera en el mismo brazo, aunque fuera en su misma piel y aunque con ello hiciera el mismo pergamino que antes, no era igual. No era igual porque esta segunda vez el tatuaje era voluntario, era su decisión personal, lejos de la víctima pasiva que no podía decidir sobre su propio cuerpo. Y esto cambiaba radicalmente el sentido y el producto del acto.

Sara Rus, contó que había sido deportada a Auschwitz-Birkenau en los últimos años de funcionamiento del campo de exterminio cuando habían dejado de tatuar a los prisioneros. Su brazo no lleva la infausta marca. Curiosamente, esto le ha generado dos incomodidades. Una en el campo mismo puesto que al no estar tatuada se sentía diferente a sus compañeras. La otra fue cuando comenzó a dar testimonio y le pedían que exhibiera su número/documento y ella debía explicar que no lo tenía y por qué. Lo hacía casi como pidiendo disculpas, como si la audiencia pudiera desilusionarse y su testimonio perdiera valor.

Hay desde hace algunos años un movimiento de jóvenes, nietos de sobrevivientes, que se tatúan el número de sus abuelos. Lo hacen como una provocación en un mundo que sigue indiferente y para rendir tributo a su memoria ante la evidencia de que cuando mueran desaparecerá ese documento acuñado en tu propia piel. Durante décadas, muchos de los ahora abuelos de Auschwitz trataron de cubrir e incluso retirar quirúrgicamente sus números tatuados mientras que sus nietos lo asumen como parte de su herencia y lo exhiben orgullosos, como documento y reivindicación.

Estos jóvenes se enfrentan con dos oposiciones. Por un lado la prohibición judía de modificar el cuerpo por cuestiones estéticas o voluntarias. Solo son admitidas la circuncisión y las intervenciones quirúrgicas destinadas a salvar la vida. El cuerpo es considerado una creación divina, por ello, inmodificable, para los más observantes hacerlo es un pecado.

La segunda oposición es la acusación de que el gesto de tatuarse voluntariamente es una afrenta y una banalización de la Shoá y que es una moda que perpetúa uno de los símbolos de humillación contra el pueblo judío.

Lo cierto es que, igual que en el caso de Elie que se quiso volver a tatuar el número, se trata de un gesto individual, elegido y decidido voluntariamente, lejos del contexto de sometimiento y victimización original,  con lo que, en su esencia, está en las antípodas de lo que pretende memorializar y simbolizar.

Kipur, shabat y mi abuelo

Antes de que terminara el viernes, cuando el shabat era inminente, Eliezer dejaba sus libros, lapiceras y tintas, se quitaba el delantal de trabajo, dejaba el negocio de cueros donde llevaba las cuentas y salía a hacer su recorrido habitual. Iba con su campanita anunciando la llegada del shabat, conminando a los comerciantes y artesanos a que terminaran su trabajo, a las amas de casa que sacaran la jalá del horno, terminaran el chulent, cubrieran la mesa con el mantel blanco, arrearan a sus hijos, los bañaran y vistieran para recibir al shabat, la novia con la que terminaba la semana. Eliezer era el shulklaper, cuidador del shabat.

Había perdido a su esposa por causa de una pulmonía y de sus 6 hijos tenía especial predilección por la más chiquita, Chipele, mi mamá. Pero también él se fue temprano, a los 14 años mi mamá ya era huérfana de ambos padres. Mi abuelo Eliezer murió en 1927, en Stryj que entonces era Polonia. No conoció al novio que iba a tener mi mamá, mi papá, no supo que se casaron y tuvieron a Zenus. No supo que lo perdieron durante la Shoá ni de mi nacimiento, ni de nuestra llegada a la Argentina en 1947 ni del nacimiento de mi hermanito más chico unos años después.

Pasé el ritual de Izkor en Mishkan, junto a Marisha con quien nos hermanan tantas cosas, una de las cuales es que nuestras dos madres nacieron el mismo día. Leer la plegaria por los muertos en medio del hondo silencio de la meditación compartida me elevó a alturas insospechadas y a lágrimas nuevas. Y de pronto mi abuelo Eliezer, fallecido hacía 90 años, ahí, a mi lado, me tenía de la mano y me sonreía complacido. Papá era totalmente anti religioso y mamá debió plegarse a ello salvo en Iom Kipur. Ayunaba, encendía la vela del iurtzait e iba al shil, sola y en silencio. “¿Por qué mamá?” le preguntaba yo año tras año. “Por los muertos, me decía, para recordar a los muertos. Y para honrar a mi papá”.

Mi abuelo Eliezer, el papá de mi mamá, estuvo conmigo durante el Izkor en Iom Kipur y yo sentí que habitaba un linaje, que allí, junto a toda esa gente, lo estaba honrando yo, que era mi turno. Y me gustó. Me gustó mucho.

Gracias a Reuben Nissenboim y a Diana Grzmot por su cálida recepción, por el espacio y por el cariño. Y la música, ¡qué maravilla! Gracias Eliezer. Gracias mamá.