reflexion navidad

Te deseo paz y bien.

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Te deseo paz y bien

autor: Dr. Ricardo Rabinovich.

Otro año ha pasado.

Una vuelta más alrededor del Sol.

Se adorna el pino (en general, falso).

Se encienden las velas de Janucá.

Se arma el Pesebre de Belén.

O sólo se reflexiona.

Tierra, que debió llamarse Agua, está cansada.

De todas sus criaturas la más inteligente,

la más sabia, le ha jugado sucio, 

ha mordido la mano nutricia, 

ciega de lucros y codicia, 

de poder y de soberbia.

Cada vuelta le duele.

Si el Sol fuera Inti, 

si fuera Helios o Shamash, 

en vez de solamente una estrella, 

lloraría lágrimas de fuego al verla pasar, 

despreciada y condenada al olvido cósmico.

Los humanos son nubes de asombro.

Millones de ellos observan, con veneración, 

la escena milenaria de un niño pobre que nace, 

entre paja y animales, en un pesebre miserable. 

Esa familia humilde del recio carpintero nazareno, 

que hoy pare en un establo al calor de las bestias 

(generosas donde los hombres no lo han sido), 

mañana se salvará por poco de un exterminio

(matar niños es una pasión de todo genocida)

y pasado será refugiada, exiliada en el Egipto.

Ese pequeño hebreo, 

vástago de trabajadores callosos, 

brote de un árbol despreciado y sometido, 

ese judío, ese circuncidado, ese israelita, 

crecerá entre hambre, persecuciones, 

abuso de poder, masacres y exilio. 

Verá, desde el lomo del jumento, 

quedar lejos la patria conquistada, 

seca y dura pero misteriosamente dulce, 

porque es una irregularidad de las razones, 

una paradoja que espanta a los filósofos, 

a los matemáticos y a los oficinistas, 

que a la tierra natal se la extrañe, 

aunque su memoria huela sangre.

Llegará, con su padre sin lezna ni martillo, 

con su madre, la más pobre de las reinas, 

a un paisaje próspero y vastamente ajeno.

Serán refugiados, fugitivos de la tiranía, 

sobrevivientes del exterminio y del odio.

Pedirán un retazo de sombra y de pan, 

José aceptará trabajos de esos que, 

tú sabes, un egipcio no los toma.

María lavará ropas por monedas.

Quizás consiga pisos para barrer

(y eso sería casi como el Edén).

Procurarán prostituirla. Es joven,

es bonita, es inmigrante ilegal, 

una judía sin poder ni patria.

Pero Miriam, la Luz del Mar,

podrá huir de ese destino.

Otras refugiadas no.

Ese niño emergerá del asco. 

No será producto del oro, de la mirra, 

del incienso de los reyes legendarios, 

sino de las lágrimas del destierro paterno, 

de la sangre en las manos arruinadas de Miriam, 

del eco, que ha quedado persistente, de las madres, 

en la Judea de Herodes, rogando por sus hijos, 

en vano, porque los hijos de los diferentes, 

de los pobres, de los sometidos, 

no suelen conmover tanto.

Será un rabino no forjado en las escuelas, 

en el impoluto manto de las letanías sabáticas, 

sino en el barro agrio de la servidumbre humana.

No le darán horror las putas, en especial las pobres, 

las tristes mujeres a las que la desgracia llevó a venderse, 

o a ser vendidas. La dulce Miriam pudo haber sido una de ellas, 

en las horas atroces del exilio miserable en medio del Nilo trigueño.

Otra Miriam, la de Magdalá, sí lo será, y devendrá su gran amiga.

Caminará, con ropas sencillas, entre el pueblo, 

pescará con los hombres galileos, compartirá la comida, 

les hablará de cosas que ellos entienden, porque esa fatiga, 

ese desprecio de los poderosos, ese si te mueres fuiste un número, 

él los ha sentido en la propia carne, ha intuido la humillación de Iosef, 

la resignación del abuelo Yejoiajim, que dicen que criaba jazmines, 

de la anciana Hannah, que creía que una mujer debía saber leer,

inclusive las pobres y campesinas de la agobiada Palestina, 

según insinúan las innumerables imágenes que la pintan, 

aún moza, enseñando las letras a su hija Miriam.  

La resignada madre del Pesebre de Beth-le-hem, 

que sólo vestirá con lujo mucho después de muerta, 

cargará una tarde el cuerpo vacío de Yeshúa, 

víctima de la horrenda soberbia religiosa, 

del poder sin límites, del prejuicio ciego.

El Rey de los Judíos, una lágrima.

Miriam y Iosef, en el exilio alejandrino, 

alumbrarían en estas tardes las velas de Janucá, 

una por una, una por día, devotos, rezando cánticos.

¿Te acuerdas, Miriam, de aquella noche, en esta época?

Hacía frío... Suerte que hallamos ese establo, gracias a Dios.

Ella bajaría la mirada, de dulzura infinita, ojos semitas morenos, 

la depositaría en Yeshúa, que crecía inquieto en el destierro pobre.

Sí, Iosef, hacía frío. 

Ojalá (inshallah)  

alguna tarde aprendamos de las Fiestas, 

y no sólo las celebremos. 

Te deseo Paz y Bien.

 

El Dr Ricardo Rabinovich que me honra con su amistad, me hizo llegar este poema (él dice que no es un poema sino "algunas palabras") en relación a estas fiestas. Me conmovió tanto y me llegó tan hondo que lo quiero compartir porque habla de las mismas cosas por las que nosotros estamos y hacemos Generaciones de la Shoá. 

Ricardo Rabinovich es Abogado (UBA); Doctor de la Universidad de Buenos Aires (Área: Filosofía del Derecho). Profesor del Doctorado de la Facultad de Derecho (UBA). Profesor Titular de Cátedra de la UBA (Historia del Derecho; Principios Generales del Derecho Latinoamericano), de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (Derecho Civil, Parte General), de la Universidad del Salvador (Historia del Derecho) y de la Universidad de Belgrano (Derechos Humanos). Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Derecho (UBA) y sigue y sigue, vean acá. el enormísimo curriculum...