El ojo que me cubro es el que vio o abominable, lo inenarrable.
El que dejo libre, sin cubrir, es el que me une a la vida,
el que me convierte en testigo, es el que me hace hablar…
Testigo es el que da testimonio, el que atestigua con su voz, su persona y sus recuerdos que algo ha sucedido. La Shoá, así como todo hecho histórico, tiene varias fuentes de conocimiento y validación. Una son las evidencias de los hechos mismos, los restos físicos, los documentos, las huellas de bombardeos, las construcciones bélicas, los artefactos. Otra las fotografías y películas que brindan una evidencia gráfica incontrovertible. Y otra son los registros escritos personales y los relatos de los sobrevivientes y testigos.
El testimonio de un sobreviviente no es necesariamente un documento de un testigo, puede llegar a serlo. La memoria se nutre de recuerdos y olvidos, no es una crónica fija de un momento determinado ni una foto fidedigna, dialoga con el presente. Según sea el contexto, la audiencia, las vivencias del testimoniante ese día y a esa hora, el relato incluirá algunas cosas o despertará otras que estaban olvidadas. La memoria es dialogal, es móvil y cambiante. Para que un testimonio sea un documento, es preciso que varios testimonios de personas que no se conozcan entre sí refieran lo mismo sobre un determinado hecho.
Para que un sobreviviente se convierta en testigo debe cumplir varias condiciones. Haber estado donde dice haber estado, haber vivido lo que dice haber vivido, tener la capacidad y la voluntad de recordar, y tener la capacidad de ponerlo en palabras. De entre los sobrevivientes devenidos en testigos, hay unos pocos que suman a las condiciones anteriores la capacidad de proponer y estimular la reflexión. Son los que tienen claro que contar el horror crudo y desnudo es obsceno e imposible. Saben también que aún si lo pudieran contar, tendría un efecto contrario al esperado, sería tan abrumador, caería con tal peso aplastante sobre el oyente que, aunque escuchara el despliegue morboso con fascinación, sus terminales reflexivas se irían apagando hasta quedar totalmente desconectadas. No se puede pensar ni aprender del crudo espanto. Este puñado de sobrevivientes-testigos que lo saben, han desarrollado otras maneras de decir, de contar, de transmitir.
Una de ellos es Lea Novera. Su voz, su énfasis, su convicción, su capacidad de conceptualizar y señalar lo que es importante, su cuidado en no buscar horrorizar sino hacer pensar, la han transformado en un referente privilegiado de lo que un testimonio debe brindar.
Bernardo Kononovich, que ya tiene una colección de films en los que explora el sentido y los límites del relato y el testimonio, ha emprendido en “Los últimos testigos” un nuevo desafío en su trayectoria de abridor de reflexiones, de cuestionador, de cineasta y psicoanalista que no teme entrar en algunas junglas de la memoria, haciéndolo con cuidado, agudeza y sensibilidad. Esta vez hace una propuesta innovadora: toma un testigo que dialoga con jóvenes y muestra ese diálogo. Son las voces, las preguntas y las inquietudes de un grupo de docentes y alumnos de la Facultad de Psicología que tienen a “Auschwitz”como tema de su materia, Dinámica de Grupos II. Son jóvenes sensibilizados e interesados en una exploración más profunda, cosa que solo pueden conseguir en un diálogo con alguien que haya estado allí y que lo quiera contar. Kononovich hace la propuesta exploratoria, posibilita el encuentro y lo registra con su cámara.
Se ve en el film que el encuentro entre los jóvenes y la testigo tuvo jornadas previas de preparación, que de todo el grupo que podría haber participado solo lo hicieron ocho. Es curioso que, habiendo integrantes judíos en la materia, ninguno de los ocho que aceptaron el desafío de dialogar con Lea lo sea. Nos dicen que los judíos, docentes y alumnos, cuestionaron la elección de la temática, que ellos ya sabían, que para los judíos era un tema habitual, que no les interesaba. Los que trabajamos con la temática y vamos a escuelas, a grupos, a instituciones, conocemos este sesgo de muchos judíos. Creen que saben. No saben que no saben. No saben cuánto y hasta dónde no saben. Nuestras visitas, clases o testimonios en instituciones judías no tienen la riqueza ni la trascendencia que tienen cuando vamos a instituciones no judías. Los no judíos saben que no saben, lo que abre canales de indagación y sensibilidad que hacen que la clase y el testimonio tenga un vuelo que no siempre se alcanza en sitios judíos. Fenómeno que invita a ser investigado. No tengo una respuesta.
El film tiene tres momentos. La preparación de los jóvenes, el momento en que comparten sus preguntas e intereses, sus miradas expectantes, su sed por conocer a Lea, por oírla e impregnarse de ella. Luego el encuentro mismo con Lea, su llegada, su frescura, las preguntas, el relato desacartonado, potente, espontáneo de esta testigo que tiene claro lo que debe decir y lo hace con énfasis, con inteligencia y con humor. El tercer momento es la visita de Lea al aula magna de la Facultad de Psicología con la presencia de todos los docentes y alumnos de la cátedra, momento en que la emoción la sobrecoge y se llena de alegría al ver a todos los jóvenes atentos y se recuerda a sí misma a esa edad y hace un canto conmovido por la libertad.
“Los últimos testigos” se están yendo. Bernardo Kononovich tuvo la virtud de registrar este rito de pasaje en el que Lea traslada a los jóvenes sus reflexiones y su mensaje.
Tuvimos el privilegio de compartir el estreno el pasado 28 de octubre de 2017 en el auditorio Borges de la Biblioteca Nacional. La sala repleta de gente vibró de emoción ante cada palabra, rió con delectación ante el fino y oportuno humor de Lea con esa virtud de bajar a tierra lo que vivió, de tender la mano a cada uno e invitar a que se sume a la gesta de mantener el diálogo y la fraternidad como banderas de resistencia. La presencia de Lea fue una nota conmovedora para todos. Un aplauso cerrado y prolongado hacia ella y hacia el director del film fue la culminación del estreno.
Presentó el film Denise Najmanovich, con su proverbial calidez e inteligencia, puso en contexto el valor y la importancia de este testimonio tan alejado de una memoria estereotipada de frases hechas vacías de contenido. No es así el testimonio de Lea. Lea viva. Lea abierta. Lea dice cuando habla. Lea llega cuando mira. Lea, un canto a la vida.
Bernardo Kononovich tiene la gran virtud de mostrarlo en este nuevo trabajo.
Por ello, y por su empeño en registrar en tantos films los laberintos y vericuetos de la memoria de los sobrevivientes y por convertirlos en testigos, muchas gracias.