Kipur, shabat y mi abuelo

Antes de que terminara el viernes, cuando el shabat era inminente, Eliezer dejaba sus libros, lapiceras y tintas, se quitaba el delantal de trabajo, dejaba el negocio de cueros donde llevaba las cuentas y salía a hacer su recorrido habitual. Iba con su campanita anunciando la llegada del shabat, conminando a los comerciantes y artesanos a que terminaran su trabajo, a las amas de casa que sacaran la jalá del horno, terminaran el chulent, cubrieran la mesa con el mantel blanco, arrearan a sus hijos, los bañaran y vistieran para recibir al shabat, la novia con la que terminaba la semana. Eliezer era el shulklaper, cuidador del shabat.

Había perdido a su esposa por causa de una pulmonía y de sus 6 hijos tenía especial predilección por la más chiquita, Chipele, mi mamá. Pero también él se fue temprano, a los 14 años mi mamá ya era huérfana de ambos padres. Mi abuelo Eliezer murió en 1927, en Stryj que entonces era Polonia. No conoció al novio que iba a tener mi mamá, mi papá, no supo que se casaron y tuvieron a Zenus. No supo que lo perdieron durante la Shoá ni de mi nacimiento, ni de nuestra llegada a la Argentina en 1947 ni del nacimiento de mi hermanito más chico unos años después.

Pasé el ritual de Izkor en Mishkan, junto a Marisha con quien nos hermanan tantas cosas, una de las cuales es que nuestras dos madres nacieron el mismo día. Leer la plegaria por los muertos en medio del hondo silencio de la meditación compartida me elevó a alturas insospechadas y a lágrimas nuevas. Y de pronto mi abuelo Eliezer, fallecido hacía 90 años, ahí, a mi lado, me tenía de la mano y me sonreía complacido. Papá era totalmente anti religioso y mamá debió plegarse a ello salvo en Iom Kipur. Ayunaba, encendía la vela del iurtzait e iba al shil, sola y en silencio. “¿Por qué mamá?” le preguntaba yo año tras año. “Por los muertos, me decía, para recordar a los muertos. Y para honrar a mi papá”.

Mi abuelo Eliezer, el papá de mi mamá, estuvo conmigo durante el Izkor en Iom Kipur y yo sentí que habitaba un linaje, que allí, junto a toda esa gente, lo estaba honrando yo, que era mi turno. Y me gustó. Me gustó mucho.

Gracias a Reuben Nissenboim y a Diana Grzmot por su cálida recepción, por el espacio y por el cariño. Y la música, ¡qué maravilla! Gracias Eliezer. Gracias mamá.