EL PREJUICIO ANTIJUDÍO Y LOS JUDÍOS PÚBLICOS

Los judíos somos como todos los demás. Los judíos somos personas como todos. Hay entre nosotros buena gente y mala gente. Alegres y tristes. Honrados y delincuentes. Heterosexuales, homosexuales y bisexuales. Profesionales, comerciantes, empleados, banqueros, obreros y desempleados. Miembros de clase acomodada, de la progresivamente evanescente clase media -los nuevos pobres-, los desposeídos -los pobres estructurales- .Estudiantes, drogadictos, deportistas y rockeros. Lectores y miradores de televisión. Intelectuales y pragmáticos. Generosos y avaros. Narigones y ñatos. Creyentes, ateos, fundamentalistas, agnósticos. Banqueros, médicos, empleados, amas de casa, mendigos. Filántropos, asesinos, prostitutas, poetas. Hipermétropes, miopes y con visión normal. Liberales, izquierdistas, menemistas, no sabe/no contesta. Religiosos, ateos, escépticos, cientificistas, racionalistas, tecnócratas. Neuróticos, psicóticos, psicópatas y perversos. ¿Para qué seguir? Somos igual que cualquiera. Como los católicos, o los morochos, o los que miden 1,64m de altura, o los que tienen sangre grupo A. No existe una “raza” judía. Los judíos no alcanzamos a ser una categoría que nos diferencie del resto de la población (no existen razas en los seres humanos. Desde el punto de vista biológico -el concepto raza pertenece a ese dominio de la ciencia-, los humanos somos todos iguales, sólo nos diferenciamos en rasgos exteriores, anecdóticos -colores y formas- insuficientes para diferenciarnos genéticamente.

A pesar de la fructífera prédica del ideario antisemita (más propiamente: antijudío, y así lo seguiré llamando), ni nuestro aspecto ni nuestra conducta ni nuestra vida nos distingue del resto de la gente. Yo siempre lo supe puesto que recibo habitualmente el dudoso elogio: “no parecés judía”.

No parecer judío. ¿Cómo es “parecer” judío?: ¿es la nariz? ¿es tener un apellido terminado en “man” o en “vitsky”? ¿es la relación con el dinero? ¿es la “natural” tendencia conspirativa para cambiar el orden mundial?

¿Por qué no parezco judía? ¿y, lo que me resulta especialmente doloroso admitir, por qué, por momentos, no parecer judía me parece una suerte? (-¿Dijiste “una suerte”?-, -Sí...-, - ¿Estás loca?, ¿renegás de tu origen?-, -No, no es eso, es que en la Argentina, en mi experiencia, muchas veces fue de verdad una suerte..., no quiero ofender a nadie, lo siento-)

No parecer judía me libera de una sospecha. No parecer judía me otorga una libertad desconocida porque no debo probar nada, no debo defenderme ni responder a ninguna acusación. (-¿De qué acusación estás hablando? ¿Quién te acusa?¿De qué?) Creo que se trata del prejuicio antijudío que incorporé. Es como si viviera dialogando con un texto secreto, una especie de entrelíneas constante, desde el cual me voy confrontando con el tal prejuicio que prescribe cómo es un judío. Se trata de una persona oscura, artera, traicionera, que se cree superior, aprovechadora, despreciable. La frase “no parecés judía”, en realidad, no dice nada de mí, habla más bien de la persona que la enuncia, puesto que descubre la fuerza de su prejuicio antijudío. En algún punto mío, pasaba por alto esta consideración y atendía al aparente “elogio”, lo cual hablaría de la fuerza y vigencia que el mismo prejuicio tiene en mí. Tiene que ver, quizás, con la prisión que representa la mirada del otro.

La mirada del otro. “El infierno son los otros” es la frase con la que culmina A Puerta Cerrada, la obra de teatro de Sartre. La mirada del otro determina en gran medida mi conducta, la contextualiza, le atribuye un sentido, una intencionalidad. Si soy mirada como ladrón -o mentirosa, o fúlmine o depresiva, o lo que sea-, lo acepte o no, me guste o no, quedo prisionera de esa calificación y a ella se referirá toda conducta mía; si la atribución me disgusta, me agravia, deberé probar a cada paso que no soy eso. No sólo con los demás, incluso a solas porque sigue funcionando en mi interior. La mirada del otro es un referente poderoso que se interioriza y con el que se establece un diálogo constante.

En el momento en que menciono mi condición de judía, percibo que algo se dispara en el otro, una cierta mirada que amenaza con quitarme humanidad, me constriñe, me obliga a jugar al juego de “yo no soy así” (así se refiere, por supuesto, al prejuicio antijudío claramente negativo, nunca a lo positivo), siento que debo probar que soy igual que cualquiera y, al mismo tiempo, que ello no me es permitido, que no hay manera de probarlo, mi causa está perdida de antemano, lo irracional no es soluble en la racionalidad. Ello a menudo de maneras delicadamente sutiles, como el polvillo casi transparente de los árboles en primavera que sólo en los sensibilizados despierta una irritante alergia; los no-sensibilizados no lo registran. Porque no me refiero al ataque antijudío directo -ése es más fácil de reconocer porque es frontal, inequívoco, objetivo-, sino a la mirada incorporada, atávica -la del otro y la propia-, transmitida desde todos los intersticios de la vida familiar y social y confirmada con espanto enceguecedor por lo sucedido bajo el dominio nazi. Aunque no sólo allá y entonces. También aquí y ahora, hay quienes se refieren a los judíos como “poderosos delegados del diablo”, como “seres peligrosos complotados en cofradías conspirativas con tentáculos invisibles y de alcances universales”.

LOS JUDÍOS PÚBLICOS.

La cuestión se me complica y se potencia, con la actuación pública de otros judíos, el tratamiento que reciben de la sociedad en general y, por sobre todo, con mis propios prejuicios acerca de ellos, mi expectativa acerca de cuáles debieran ser sus conductas “apropiadas” o “inapropiadas” y el lugar en el que siento que me colocan en uno y en otro caso.

Manías secretas. ¿Por qué tengo la costumbre de mirar los avisos fúnebres en el diario y buscar primero los encabezados por una estrella? ¿busco parientes, amigos? ¿me siento hermanada de alguna manera especial porque se trata de otro judío? ¿Por qué me quedo al final de la película leyendo los créditos viendo cuál apellido es judío y cual no y me gusta cuando se trata del guionista o el director y me incomoda cuando es el productor?¿Por qué la manía de repasar con minuciosidad el listado de alguna obra social o pre-pago médico o comisiones de fundaciones o clubes o partidos políticos para ver qué porcentaje de judíos incluye?

Cosas que hago casi a escondidas de mí misma, con vergüenza por descubrirme en una posición tan “irracional” como el prejuicio, tan dolorosamente discriminatoria como la del antijudío -o del anticualquier cosa- que detesto. Tal vez ande buscando, como tantos antijudíos, que el prejuicio se confirme: así como los antijudíos buscan en cada judío una confirmación de su natural malignidad, yo podría estar buscando la comprobación de lo antijudío que es el medio en el que vivo, cuánto del pre-juicio es “pre”-previo a la reflexión- y cuánto es “juicio” -evaluación objetiva de la realidad-.

La “hermanación”. Hago mío lo expresado por Daniel Muchnik el 12 de junio de 1997 en Tzavta, citado en “Comentarios y Opiniones”(publicación del ICUF de junio 1997):

“El judaísmo es un extenso archipiélago, con infinidad de islas que no se comunican entre sí. ¿Qué tengo que ver yo con los judíos argentinos que tienen actividad en el entorno de Menem? ¿Qué me une a un judío que se resiste a salir del siglo XVII o a un judío que no conoce las razones y las consecuencias del Holocausto?

Pese a todo, pese a las diferencias, la condición judía nos hermana. Somos judíos por igual.

¿Qué es lo que comparto con los judíos fascistas (que los hay, los hay y en grandes cantidades), con los judíos racistas, con los judíos imperialistas? ¿Puedo sentirme relacionado con los judíos financistas de Wall Street que elaboran modelos económicos que nos hacen vivir en un ajuste permanente?”

Cuando la “hermanación” duele. Pese a todo - y repito las palabras de Muchnik- pese a las diferencias, la condición judía nos hermana. Esta “hermanación” se ha vuelto para mí, un forúnculo que necesito apretar.

A mi me gusta, me hace bien cuando personajes prominentes que dan una imagen pública valorada y apreciada, como por ejemplo Albert Einstein, Woody Allen y Jonas Salk, son judíos. Complementariamente, me disgusta, me hace mal cuando algunas personas públicas, controversiales, fundamentalmente si son compatriotas como por ejemplo Carlos Corach, Elías Jassán, Alberto Kohan, son judías (el pobre Kohan está en esta lista por infausta portación de apellido; aunque diga que no es judío, no tiene mi “suerte”). Algunas personas -mucho más susceptibles, irritables, desconfiadas (léase paranoicas) que yo- sostienen la maquiavélica teoría conspirativa de que el actual gobierno colocó a estos judíos en semejantes puestos candentes, a modo de fusible. Los judíos conocemos nuestro histórico rol de fusibles, esto no sería nuevo: cualquier cosa que pase, el responsable es un judío, la culpa es, casi, de la proverbial perversidad de los judíos, y no del gobierno.

Lo cierto es que, dejando de lado este nivel extremo de susceptibilidad, a mí me molesta que un personaje público, sospechado, sea judío, me toca directamente, me agravia, me hermana en una fraternidad que no acepto como propia. Tal vez lo mío sea un caso raro, tal vez seamos sólo unos pocos los que nos sentimos tan directamente implicados cuando algunas judíos públicos son cuestionados y tememos que ello amenace reavivar en nuestros compatriotas, ávidos de explicaciones simples y de culpables, el prejuicio antijudío y sus efectos pragmáticos. (¿Pero qué decís? ¿que los judíos debiéramos ser buenos, sin tacha, a toda prueba, “mejores”, para tener el derecho a ocupar un lugar en el mundo y no poner en peligro a los demás judíos? ¿No dijiste que no sos como los antijudíos, que creés que somos todos iguales, entonces, si somos argentinos por igual, no tenemos el mismo derecho de portarnos mal igual que cualquiera? ¿Creés acaso que somos vistos antes como judíos que como argentinos? ¡Salí del ghetto, sos una perseguida, lo tuyo es subjetivo, te rendiste a tu paranoia, es una cosa personal! Encima sos discriminatoria y racista, igual que los antijudíos. Padecés de un caso agudo de identificación con el agresor, hacéte ver).

¿Les pasará algo de esto a los gallegos, a los musulmanes, armenios, coreanos, en fin, a miembros de otras colectividades? ¿Son sólo ideas mías o es verdad que no miramos igual -ni judíos ni no judíos- las inconductas de todos, que cuando se trata de un judío público es su condición de judío lo que se pone en primer término, como una rúbrica, una confirmación? Por ejemplo, hay mucha gente que lo odia a Cavallo, lo llaman “el pelado”, sin embargo no pareciera que los pelados se sientan implicados, ni los cordobeses, ni los de ojos celestes, ni los católicos, ni los que estudiaron en el exterior, ni los economistas, ni los que miran fijo, etc. Por el contrario, si del ministro del Interior se dice “el judío Corach”, esta calificación -o más bien, descalificación- se vuelve un juicio lapidario, incontrastable, definitivo que nos involucra a todos los judíos. (Recordemos a modo de ejemplos recientes el “es un judío piojoso” de Pierri cuando pretendió descalificar al periodista Roman Lejtman, o la “sinagoga radical” frase con la que se pretendió acusar al gobierno de Raúl Alfonsín).

De lo individual a lo colectivo. El tema que me preocupa intensamente es que para mí, si un judío es sospechado, en esta sociedad calladamente antijudía, se produce un deslizamiento y una amplificación del caso individual a ese colectivo social creado por el antijudío, llamado “los judíos”, en virtud del cual, corremos el peligro de pasar a ser sospechosos todos. Y me espanta. Me espanta que estas figuras públicas ubicadas hoy en el centro de las sospechas, vean potenciada su “sospechabilidad” por el hecho de ser judíos, repito, como una esperada confirmación. Rápidamente podemos ser mirados “los judíos” como sospechosos, tal vez peligrosos, tal vez culpables y volvernos -situación harto conocida y temida- chivos expiatorios manipulados por alguna dirigencia ávida de calmar a una población desesperada que vive en la carencia y en la pauperización creciente. En este contexto social y económico, temo conductas antijudías. Temo que mi hija vaya a una escuela judía. Temo el tercer atentado.

Como judía no soy ingenua. El pasado reciente nos ha provisto de una evidencia incontrastable de lo que puede pasar con nosotros dadas: 1) las condiciones contextuales -situación social crítica-, 2) la necesidad adecuada -encuentro de un culpable- y 3) un eficaz mecanismo manipulador. Puede decírseme que las cosas no son igual que bajo el nazismo, que hoy existe Israel, que todo es diferente. Por cierto, el mundo no es igual para los judíos con la existencia del Estado de Israel. Aunque ello no fue así para las víctimas de la embajada de Israel ni para las de la AMIA. Tampoco lo es para mí, argentina, judía, que visualizo a mi país como un peligroso polvorín que, en caso de explotar, puede volver a tomarnos como víctimas propiciatorias.

El forúnculo. Me perturba que Corach sea el ministro del Interior, me perturba que Jassán haya sido el ministro de Justicia y me perturba que Kohan sea el secretario de la presidencia en un gobierno que hay quienes creen que podría pasar a la historia como el que más convivió con la corrupción generalizada, los negociados y la impunidad. Y me da vergüenza que me pase esto. No tiene relación con lo que pienso. No está bien sentir así, me pone en una posición profundamente discriminatoria. Mis ideas y mis principios entran en colisión con otro plano de mi experiencia y me contradigo y no sé qué hacer con eso.

Lo que pienso es que cualquiera tiene el derecho de actuar públicamente, de ser honesto o deshonesto, bueno o malo, ofensivo o inofensivo, sea del color que sea, sea de la religión que sea, sea su sexo o preferencia sexual cual sea.

Sin embargo, lo que me pasa es que la conducta pública de un judío, cuando es cuestionada o sospechada, incrementa mi necesidad de defenderme, de gritar que no somos todos iguales, que ese funcionario actúa como ciudadano argentino, no como judío, que nada de lo que haga o diga puede ser tomado, comprendido o valorado desde el contexto de “lo judío”.

¿A quién hablarle? ¿A quién explicarle todo esto si parece que sólo está sucediendo en mi mente afiebrada? Por otra parte, desgraciadamente no creo que sea explicando que se diluyen los prejuicios (véase por ejemplo lo ineficaz de la campaña para el uso de preservativos). Mi pretensión, mi necesidad de explicar es irracional. Tanto como el prejuicio. Pero no lo puedo evitar: ni puedo evitar la molestia ni puedo evitar la necesidad de explicar.

Ciertas figuras públicas judías me recuerdan que “los judíos” podemos ser sospechados, que tenemos que estar demostrando nuestra inofensividad, nuestra confiabilidad, porque en cualquier momento podemos volver a ser “culpables” de cobrarnos una libra de carne, de la muerte de Jesús, de desangrar a niños cristianos para nuestros horripilantes rituales, de envenenar el agua de la población, de conspirar para conseguir el poder mundial y transformar al mundo en nuestro esclavo, que merecemos ser exterminados, gaseados y vueltos polvo.

Memoria Activa, discurso 1997

Estamos en la Plaza Lavalle y hay a nuestro alrededor una ciudad que empieza la semana, coches, colectivos, gente que pasa por la calle, gente que entra o sale del palacio de los tribunales, los policías que nos cuidan. Todo normal, tranquilo, pacífico. Pero es otro el escenario que hay en nuestras conciencias. Desde nuestras conciencias, no es límpido el aire que respiramos: estamos tsvishen falendike vends, entre paredes que se derrumban.Hay paredes derrumbadas a nuestro alrededor, las paredes de la embajada de Israel y las paredes de la casa de la AMIA. Pero no son las únicas, hemos convivido antes con otras paredes que se nos iban derrumbando, y junto con ellas, iban cayendo para algunos las esperanzas de un mundo mejor. Estoy pensando en las paredes de la ESMA, las del pozo de Banfield, las de automotores Orletti, las de la Perla... Pero ayer nomas aparecieron nuevos escombros: con el asesinato de Cabezas y la firme decisión del periodismo independiente de no dejarlo pasar esta vez, se van fortaleciendo algunas de nuestras peores sospechas. Por ejemplo algunas inquietantes connivencias del poder político con el poder económico, la flagrante falta de independencia de algunos miembros del poder judicial, la trama de complicidades y corrupción dentro de la policía. Estos muros que se nos vienen encima no están, además, ubicados en un oasis paradisíaco. Por el contrario, son paredes que caen en un contexto estremecedor de despidos y falta de trabajo, globalizaciones y mafias, un panorama que nos pone cada vez más escépticos y desesperanzados. Sí, estamos parados entre todas estas paredes que se derrumban. Y me pregunto, por qué estamos acá a pesar de todo, por qué esta insistencia en pararnos frente al palacio de los tribunales todos los lunes dando cuenta de algunas paredes derrumbadas. Esta canción se canta tsvishen falendike vends, entre paredes que se derrumban, dice el himno del partisano que se ha hecho símbolo de la suprema decisión de vivir con dignidad. Y ésa es la respuesta que me doy todos los lunes cuando decido estar acá: es por la dignidad. A pesar del descreimiento, de la dolorosa convicción de que la justicia que esperamos no será posible, vengo todos los lunes por una cuestión de dignidad. Estoy acá, ij bin du todos los lunes para sumarme a estos empecinados que insisten en decir que las cosas no están bien, que estamos siendo engañados, que aún hay valores por los cuales vivir, que no está bien robar, que no está bien violar, que no está bien torturar, que no está bien matar. Estoy acá, ij bin du, porque necesito sentir que aún hay paredes que siguen de pié, que aún hay gente dispuesta a luchar por aquello que considera justo y necesario. Estoy acá, ij bin du, para reencontrarme con algunas caras cuyos nombres desconozco pero con quienes se ha estructurado una especie de hermandad muda, hecha de gestos y presencias. Estoy acá, ij bin du, por tantos que ya no pueden estar; por ejemplo mis padres. Mis padres. Mi papá ya había muerto el día del atentado a AMIA, pero mi mamá aún vivía. Creo que, al igual que todos los que estamos acá, no olvidaré nunca las circunstancias en las que lo supe. Estaba trabajando cuando sonó el teléfono. Contrariamente a mi costumbre, ese lunes, no me pregunten por qué puesto que no lo sé, ese lunes dije “disculpe” a la persona que estaba viendo y atendí:

- “Perdoname, perdoname hija, por Dios perdoname, perdoname...”-escuché a mi mamá con la voz quebrada por los sollozos, -“perdoname, llamalo a tu hermano, a los chicos, qué hice Dios mío, qué hice, por qué vinimos acá, papá no quería, papá me decía ‘a dónde? ¿Argentina? ¿qué hay allí? indios, prostíbulos, ¿qué vamos a hacer allí? ¿en qué idioma vamos a hablar? ¿y dónde queda?’ y yo insistí, que es un país nuevo, que allá no hay guerras, que me dijeron que hay muchos judíos, que viven bien, que nadie los molesta, que hay sinagogas, y cementerios y... mirá qué estúpida que fui...” Yo no entendía nada. Su angustia me lastimaba. No era común que mamá hablara así ni dijera esas cosas. ¿De qué me hablaba? - “pará mamá...., ¿qué te pasa?” - “¿cómo qué me pasa? Todo pasa otra vez, las bombas, el odio, la muerte, ¿por qué nos quieren matar? ¿qué les hicimos? ¿por qué este odio nos persigue a donde vamos? Perdoname nena, perdoname, te quiero, te juro que te quiero, a todos, cómo quisiera dar vuelta atrás el reloj, no sabía, no sabía que los traía al infierno, otra vez al infierno, no sabía...” - “mamá, por favor, qué pasa, decime qué pasa...” - “la AMIA, bombardearon la AMIA, otra vez las bombas, otra vez el miedo, ya creí que me había olvidado, pero no, todo está acá, toda la casa tembló, mirá los muertos, mirá en la televisión, se levantó un humo negro que veía desde la ventana, no escuchaba los gritos pero ya conozco esos gritos, no puedo dejar de escucharlos....” En esa mañana de ese lunes 18 de julio, para mi mamá fue otra vez el infierno. Después de cincuenta años era otra vez Polonia, otra vez el terror, otra vez la pérdida de su primer hijo, ese hermano que nunca conocí. Para los sobrevivientes de la shoá, para nosotros, sus hijos, el atentado fue una confirmación lacerante. Nosotros no éramos inocentes, la shoá nos enseñó una dura lección, sabemos que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro, llevamos en la carne las heridas de una memoria que parece aletargada pero que renace con suma facilidad y nos enciende, otra vez, las mismas preguntas. Son preguntas desesperadas y, probablemente sin respuestas. Nos preguntamos por la naturaleza humana, por la maldad, por la arbitrariedad y la injusticia, por el afán de poder, por la crueldad favorecida y estimulada en la impunidad... Son preguntas desesperantes, mejor no pensar en ello, mejor ocuparse de la dieta, del fútbol o distraerse con la televisión. ¿Para qué sirve protestar? por otra parte, ¿para qué sirve sumergirse obstinadamente en la memoria del dolor?, ¿para qué sirve amargarse si al final no pasa nada, si la fiesta del poder sigue su curso, si no hay nada que podamos hacer? Pero es por estas preguntas desesperadas que estoy acá, porque es difícil enfrentarse con estas cosas estando solo, uno necesita del calor de un otro, de una mirada, de una actitud solidaria, de una mano. Dina Wardi dijo que los hijos de sobrevivientes de la shoa somos como velas conmemorativas, las velas del iur tsait, las que los judíos encendemos en cada aniversario de la muerte de nuestros seres queridos. Dice Dina Wardi que somos velas conmemorativas porque nacimos cuando a nuestro alrededor no había más que escombros, cenizas y muerte, que recuperamos para nuestros padres la esperanza de un futuro aún posible pero que, al mismo tiempo, somos un perenne recordatorio de los que ya no están. Curioso destino el nuestro, de luces y sombras, de pasado y futuro, de muerte y vida. Este ritual de todos los lunes podría ser pensado también como un encendido colectivo de velas conmemorativas, un acto de resistencia ante paredes que se derrumban, memoria y acto, decisión de vivir con dignidad, nada heroico ni demasiado ruidoso, nada más ni nada menos que nuestras presencias, nuestros cuerpos de pie diciendo: ¡estamos acá!, ¡mir zenen du!

Claroscuro (Shine) (1996)

Las culpas y los misterios en “Claroscuro”

Fui a ver “Claroscuro” luego de haber recibido reiteradas sugerencias de hacerlo. “No te la podés perder!” era la frase más frecuente. No sabía si era debido a mi actividad como terapeuta familiar o a mi condición de hija de sobrevivientes de la shoá.

La ví. Me gustó. La música era maravillosa. También las actuaciones, especialmente la del protagonista, David Helffgot caracterizado por Geoffrey Rush, que ganó el Oscar por este trabajo, y la del padre, el siempre potente Armin Muehler-Stahl. Algunos personajes secundarios, como la escritora rusa que toma al adolescente bajo sus alas o el maestro de música en Londres, el magistral John Guielgud, me deleitaron. La película me entretuvo, me emocionó. Hubiese querido que continuara, que la música siguiera por siempre.

Sin embargo, me quedó un gusto amargo en la boca. Al principio no entendí por qué ya que el mensaje era optimista.

El mensaje optimista. La película trata acerca de la superación de las adversidades. Un padre superando al suyo y a las imborrables pérdidas de seres queridos en la guerra. Un hijo superando una educación severa. Un joven superando primero el pánico y después una aparentemente inexorable promesa de incapacitación mental. Una mujer superando los prejuicios y atreviéndose a amar a un “diferente”. Es una película que trata, en este nivel, acerca de la posibilidad de recuperación del ser humano. Habla de la esperanza y de la salvación por el amor. Uno se siente bárbaro. Si tan sólo uno encontrara a alguien que creyera en uno así, lo amara de esa manera, un incondicional...., pero bueno, si el protagonista lo encontró, ¿por qué no yo?

Porque se trata de una historia verdadera. Tanto es así que el protagonista aún vive. Merced al éxito de la película, se agotaban las entradas para sus conciertos en las salas más importantes de los Estados Unidos aunque no se trate, según dicen los expertos, de un gran concertista. ¿A qué va la gente, entonces? ¿A ver al que volvió de la “locura” y tiene el tupé de subirse a un escenario como si fuera una persona común? ¿Al que masculla y gesticula incesantemente mientras interpreta su eterno concierto de Rachmaninoff sin importarle quién y cuántos lo están mirando? ¿Al símbolo de la capacidad de resurrección del ser humano? ¿A quién van a ver las personas que llenan los teatros? Tal vez sea “ un misterio...” como repiquetea distraídamente el protagonista.

El argumento. Sucede en Australia, en la década del cincuenta. Un niño es educado por su padre en el amor por la música. Toca el piano con dedicación y pasión hasta que finalmente gana un premio que le posibilita ir a Londres a continuar sus estudios. El padre se opone terminantemente a ello: teme la separación de la familia y, probablemente, la pérdida del control sobre su hijo. Las instrucciones que le da tienen que ver con la idea de que hay un mundo muy malo allí afuera, que hay que estar alerta en todo momento, preparado, que hay que ser fuerte para sobrevivir y que hay que desconfiar de todo y de todos. “Nadie te va a querer como yo” repite una y otra vez. En los intersticios del diálogo aparecen, como sin querer, algunos datos que el guión quiere que tengamos en cuenta. Sabemos que se trata de una familia judía porque el niño celebra su bar-mitzvá. Son pobres, no sabemos si el padre trabaja ni cómo obtienen su sustento cotidiano. Tenemos algunos datos de la infancia del padre que cuenta la anécdota de su propio padre destrozando el violín que había comprado con sus ahorros; justifica en distintos momentos su conducta cruel mencionando cosas terribles que le pasaron en la guerra, pérdidas, sufrimientos, oscuridades. La madre, por el contrario, aparece deliberadamente desdibujada, como si hubiera la expresa intención de no distraer nuestra atención con otra cosa que la relación padre-hijo; lo mismo pasa con las hermanas y otros personajes. Uno se queda sin saber bien cómo juegan los distintos miembros que arman la estructura familiar. Lo que uno tiene es la parte de la historia que nos están queriendo contar. El hecho es que el adolescente consigue ir a Londres, con lo cual rompe con su familia y con su historia pues esa decisión es castigada por su padre con el destierro del vínculo familiar. Queda a merced de sí mismo, solo en el mundo. Cuando culmina sus estudios y prueba su talento en un concierto consagratorio, algo parece quebrarse en él. No sabemos bien de qué se trata ni qué le pasó. Lo que sí sabemos es lo que hizo la medicina por él en ese momento: lo internó y comenzó a tratarlo con electroshocks. Siguió internado varios años en una clínica psiquiátrica, principalmente, como dice una enfermera “porque no tiene otro lugar a dónde ir”. Cuando es liberado, deambula sin destino pero siempre consigue la protección de algunas personas. Nos encontramos con una persona desordenada, desprolija, impredecible, ocurrente, irreverente, desvergonzada; con toques de humor y una mirada provocativamente inocente. Masculla, murmura por lo bajo “es un misterio, es un misterio....”. Vive de su piano, de su música; cumple horarios, hace la rutina que se espera de él, es responsable en su trabajo y súmamente torpe en sus relaciones con las personas. Nada de su conducta indica que se trata de un psicótico, más bien un distraído, un bohemio, un genio, un Groucho Marx desaliñado, un soñador, un caminante de los márgenes. Aparece la astróloga y se enamoran. Ese hombre que juega a conducirse como un niño grande y sorprendente la seduce, la enternece con su desborde de cariño, con su apertura y su talento; debe haber sido irresistible para ella la tentación de ser la salvadora de un intérprete genial con quien la vida había sido tan cruel. Él a su vez, re-encuentra en ella un puerto protector y eficiente, algo que le recuerda tal vez a la escritora rusa que le tendió los brazos en su adolescencia y que le dio la fuerza necesaria para oponerse a los férreos mandatos del padre, alguien que se va a ocupar de él, alguien que cree en él.

Se casan y viene el “the end” con una música hermosa y un límpido cielo azul prometedor de venturosos futuros y fértiles mañanas. Como en los cuentos infantiles, termina con el casamiento y con la derrota de los malos (¿el padre? ¿los nazis? ¿la psiquiatría? ¿la sociedad?). Y salimos felices del cine. Hemos recibido un nuevo aliento para seguir viviendo la vida que a cada uno le toca, nos han hablado de esas cosas que tanto necesitamos, del amor, de la esperanza, de la bondad, de la confianza, de los sueños.

Nos conmueve el desvalido protagonista, tratado tan injustamente en su lucha contra el poder. Recordamos los momentos en que fuimos tratados de maneras similares y nos gusta que él haya podido sobreponerse. Los que hicieron la película -productores, guionista, etc- saben que es siempre seguro apostar y ponerse del lado de las “víctimas”, ofrecen un fuerte espejo de identificación y reivindicación. Lo saben muy bien los manipuladores de masas, los líderes de uno y otro bando, los gestadores de movimientos populares no sólo políticos, los expertos en las tácticas del poder. En este mundo de salvajes escepticismos y mayorías excluídas del banquete, es bueno ponerse del lado de las víctimas, hace bien.

Sin embargo, me ha quedado un gusto amargo en la boca. Y me acuso de contracorriente, de buscarroña. “Si a todo el mundo le pareció tan fantástica, ¿qué te pasa que a vos no? ¿siempre en los márgenes, che, siempre?” me decía. “Pensemos”, me dije.

Y pensé. Pensé que podemos hacer varias lecturas más de esta película, que el gusto amargo que sentía tenía que ver con que la película da por sentadas algunas hipótesis acerca de las causas de algunas cosas. Son hipótesis sustentadas en ideas/prejuicios opinables, controversiales que, sin embargo, son a menudo esgrimidos como certezas:

1) Los padres severos causan traumas psíquicos severos en sus hijos.

2) Los sobrevivientes del holocausto son personas severamente perturbadas.

1) La culpa de los padres. Un lugar común en el dominio de lo “psi” es que hay más probabilidad de desarrollos patológicos en familias con ‘padre ausente’. Éste es un caso contrario, un caso en el que un padre asume activamente la educación de sus hijos, está presente, se hace responsable, no está cansado ni distraído ni desinteresado de lo que sucede en su familia, no es un inquilino que viene a comer, a dormir y a que le laven la ropa sino alguien que toma en sus manos las riendas de su gente. No quiero decir con esto que considero su estilo pedagógico como conveniente o aconsejable. Sólo quiero decir que se trata de un modelo de padre severo, estricto pero asumido totalmente en su paternidad y en su intento de inculcar en sus hijos los valores que considera importantes. No se sale indemne, por cierto, de un padre tan duro como éste. Pero en el mundo hubo muchos padres similares y no fue una consecuencia necesaria que los hijos hubiesen quedado con severas perturbaciones psíquicas. De cualquier manera, las personas nos vamos forjando en una compleja red de relaciones, nunca con una sola persona como parece que nos quieren hacer ver en la película, simplificando hasta el grado del absurdo, la intrincada dramática de la vida.

Cuando un hijo está mal, ¿de quién es la culpa? ¿del padre que estuvo desmasiado o del que estuvo demasiado poco? ¿de la madre que no protegió lo suficiente o la que ahogó a su cría con la anticipación y el temor? ¿de la misteriosa articulación de las posibilidades genéticas en su intersección con un contexto hostil o en su encuentro con circunstancias favorecedoras? ¿de la suerte? ¿de la constelación astral? ¿de qué depende, cómo prevenir, la desdicha de un hijo? Aunque sepamos algunas cosas, -que el castigo físico no es bueno, que la victimización, la humillación, la desvalorización minan aspectos esenciales de las personas, que entre las alternativas de premio/castigo, mejor es optar por el polo del premio, aunque es siempre preferible predicar con el ejemplo, el propio modelo lo menos declarativo posible....- aunque sepamos todo eso, digo, es tan sólo una parte. Como insiste el protagonista, el resto... “es un misterio... es un misterio...”.

Los sufrimientos, la injusticia, la crueldad ¿conducen fatalmente a la patología? ¿Por qué algunas situaciones son sentencias irreversibles para algunas personas, o desafíos que estimulan la creatividad y fuerza defensiva para otras?

¿Es acaso cierto aquello de que “los padres comieron dulces y los hijos tienen caries”? ¿Hasta dónde? ¿Y dónde queda nuestra libertad y nuestras decisiones? ¿Somos fatalmente lo que nos han hecho? ¿No hay salida?

Claro que una cierta lectura tergiversada de las enseñanzas de la psicología viene en nuestro auxilio con la idea de que la culpa de todo la tienen nuestros padres, los primeros años de vida nos forjan hasta los más mínimos detalles, luego, no tenemos de qué preocuparnos, no somos responsables, es “el edipo”, “los traumas”, un “padre cruel”, una “madre abandónica”, etc.

Infortunadamente para quienes viven tranquilos con estas ideas que los eximen de asumir las riendas de sus propias vidas, creo que hay mucho que no sabemos todavía; creo también que el proceso de construcción no cesa nunca, que no es nunca completo, que lo vamos haciendo constantemente, que somos responsables por nuestra propia vida y por lo que le hacemos a quienes están cerca.

Yo sé que no es ésta una noción popular. Lo sé y lo comprendo. Vivimos buscando certezas, recetas seguras, blancos y negros, buenos y malos -los malos si es posible afuera de nosotros-, sostenes y anclas firmes pues confiamos bien poco en nuestras propias fuerzas, en nuestros propios criterios, en nuestro corazón.

No sé si este padre es culpable de lo que le sucedió al protagonista en la vida. Tampoco sé para qué podría servir la búsqueda de culpables. Lo que sí sé con certeza, es que si fuera culpable, seguramente no es el único.

2) La culpa de la shoá. En esta película hay una pretendida justificación de la conducta cruel del padre como sustentada en los padecimientos que sobrellevó durante la shoá (palabra que muchos preferimos a la popular “holocausto”) y los recuerdos resentidos que lo acosan. Me evoca peligrosamente el “sindrome del sobreviviente” que tuvo tanto popularidad en los años sesenta y que tanto daño causó a gran parte del millón de judíos que salieron vivos de la ordalía nazi. El tal sindrome adjudicaba a los sobrevivientes todo tipo de patologías psiquiátricas (despersonalización, rigidez, disociación, obsesiones, fobias, somatizaciones, etc). Ésta fue una de las causas del silencio de los sobrevivientes, de su sostenido y persistente esfuerzo de vivir como los demás, de no hablar acerca de lo que habían pasado, de poder darles a sus hijos la misma vida que tenían los hijos de la gente común. Nosotros, esos hijos, sabemos de ese esfuerzo, tanto que fuimos cómplices. Nosotros también callamos, raramente preguntamos, recién hoy estamos queriendo saber, comprender, resignificar. Nací y crecí entre sobrevivientes de la shoá. Hay muchas cosas, que hoy sé, cosas que nos son comunes a los que vivimos en un tal contexto (rincones en la memoria donde no se debía entrar, preguntas que no había que hacer, cumpleaños sin familiares sanguíneos, etc) pero una de ellas no fue, ciertamente, la patología de nuestros padres.Así como no podemos -no debemos- pensar el fenómeno nazi desde la psiquiatría, tampoco podemos pensar el de los sobrevivientes desde esta óptica sospechosamente simplificadora. Hubo algunos que tuvieron síntomas, pero no más que el común de la gente. Hubo, claro que sí, psicóticos, suicidas, obsesivos, fóbicos, pero no en proporción distinta al resto de la población ni, aparentemente, debido a sus experiencias en la shoá. En la película algo se sugiere, pero no suficientemente por cierto, del pasado, de la infancia de este padre y del recuerdo resentido de su propio padre, mucho antes de la shoá. Creo que el padre del protagonista de “Claroscuro” era, según lo pintan en la película, un señor que, por decirlo delicadamente, no estaba del todo bien. Pero protesto con fervor ante la teoría sugerida de que ello se deba a su pasaje por la shoá. Pudo haber encontrado justificaciones en ello para perdonarse su severidad y crueldad. Nosotros no tenemos por qué creerlas. No es la shoá la que impele a un padre a ser sádico con su hijo.

Los descendientes de la shoá nos preguntamos con insistencia el por qué de lo que vivieron nuestros padres. Esa pregunta nos lleva a otros por qués lacerantes, por qués que la humanidad se viene preguntando desde que el primer hombre se enfrentó con la maldad, con la injusticia, con la arbitrariedad. Con la ajena y también, lo que es mucho más insoportable, con la propia. ¿Por qué la gente es buena o mala? ¿por qué la gente es severa o permisiva? ¿por qué la gente es loca o cuerda? ¿por qué tantos perecieron y estos se salvaron? Acá también, vuelvo a hacer mías las palabras puestas en boca del protagonista: “es un misterio... es un misterio”.

Violación Excrementicia

 autor: Terrence Des Pres [1]

Traducción del inglés: Diana Wang

Comentario de los editores John K. Roth y Michael Berenbaum:

Terrence Des Pres (1939-1987) escribió sólo un libro acerca del Holocausto, pero es un clásico. The survivor: An Anatomy of Life in the Death Camps (El sobreviviente: una anatomía de la vida en los campos de muerte), que apareció en 1976, exploró detalladamente los testimonios escritos de quienes soportaron l’univers concentrationnaire, según lo denominara David Rousset. El resultado es el propio testimonio de Des Press acerca de qué se requería para ser un sobreviviente. Su interpretación de los relatos de los sobrevivientes muestra que lugares como Auschwitz revelaron, no sólo la depravación de la existencia humana, sino también la grandeza que puede encontrarse en el rehusarse a caer en la desesperanza o a morir.

Un ensayista hábil y un erudito literario, Des Press tenía lo que Elie Wiesel llamó “un modo melancólico de interpretar  relatos desesperanzados y un acercamiento sensible a las memorias de muerte”. Pero el trabajo de este hombre -durante muchos años fue profesor de inglés en la Colgate University- está siempre al servicio de la vida. Estas características son evidentes en la selección que sigue, en la que Des Press acuña una frase - violación excrementicia- que deberá formar parte, lamentablemente, del vocabulario requerido para hablar acerca d el Holocausto.

Des Press demuestra que no ha sido una mera coincidencia que Auschwitz ha sido denominado annus mundi. “El hecho es”, concluye con firmeza, “que los prisioneros fueron sometidos sistemáticamente a la suciedad”. Fueron blanco deliberado de violaciones excrementicias con el objetivo de la “completa humillación y degradación de los prisioneros”. Los asesinos triunfaron -demasiadas veces, demasiado- pero no completamente. Este hecho constituye otro factor clave que Des Press quiere que sea recordado. Cuando las víctimas reconocían la violación excrementicia como tal, resistían. Esta resistencia incluía el énfasis en el intento, a pesar de todas la dificultades, en permanecer limpios. Pero este esfuerzo extraordinario podría haber sido la diferencia entre el aferrarse a anclas de dignidad que permitían seguir con vida y el rendirse que tenía como conclusión la muerte. Nada, por supuesto, garantizaba la supervivencia en los campos de muerte. La anatomía de Des Press sobre la violación excrementicia establece esta evidencia de modo claro e incontrovertible. Sin embargo, está en lo cierto cuando escribe “la vida misma depende de mantener intacta la dignidad, y esto, a su vez, depende de la batalla diaria, nunca terminada de mantenerse visiblemente humano”

A fines del verano de 1976 tuvo lugar una conferencia sobre el trabajo que llevó a cabo Elie Wiesel en Long Island. El libro de Terrence Des Press había aparecido recientemente, y él estaba allí. También estuvo Emil Fackenheim. En un momento la conversación se focalizó en el libro de Des Press. Según lo recuerda Harry James Cargas, Fackenheim se refirió específicamente al capítulo crucial sobre la violación excrementicia. En una voz susurrante, dijo: “nunca en mi vida usé la palabra ‘mierda’, pero Terrence Des Press la usa de tal modo, que se ha vuelto una palabra sagrada”.

Mientras la columna regresa del trabajo

después de un día entero pasado al aire libre,

el hedor del campo es abrumadoramente ofensivo.

A veces, aún varias millas antes de llegar, te golpea el aire envenado.

Seweryna Szmaglewska, “Smoke over Birkenau” (Humo sobre Birkenau)

Había dejado de lavarse mucho tiempo antes...

y ahora, los últimos restos de su dignidad humana

 se estaban quemando en su interior.

Gustav Herling, “A World Apart” (Un mundo aparte)

Comenzaba en los trenes, en los vagones cerrados -de ochenta a cien personas en cada coche- atravesando Europa rumbo a los campos en Polonia:

La temperatura comenzaba a elevarse debido a que el vagón del terror estaba cerrado y el calor de los cuerpos no tenía salida... El único lugar para orinar era a través de una ranura en la claraboya aunque los que lo intentaban habitualmente no acertaban y derramaban su orina en el piso... Cuando llegaba finalmente el amanecer... estábamos muy enfermos y doloridos, golpeados no sólo por el peso de la fatiga sino por la atmósfera sofocante y el olor hediondo de los excrementos.... No había letrinas ni provisiones... Encima, mucha gente había vomitado en el piso. Debíamos vivir durante días respirando estos inmundos olores y nos íbamos convirtiendo nosotros mismos en inmundicia. (Kessel, 50-51)

En el caso de muchos prisioneros soviéticos, el transporte por barco era aún peor: “mucha gente se mareaba y tenía que vomitar sobre los que estaban más abajo. Era también la única manera de aliviar sus otras necesidades corporales” (Knapp, 59).

Desde el comienzo, el sometimiento a la inmundicia era un pilar de la ordalía[2] de los sobrevivientes. En los campos nazis especialmente, la mugre y los excrementos eran la condición permanente de la existencia. En las barracas, por ejemplo de noche,

había baldes de excrementos en un estrecho pasillo próximo a la salida. No eran suficientes. Al amanecer, el piso entero estaba cubierto de orina y heces. La inmundicia estaba en nuestros pies, la llevábamos por toda la barraca, el hedor hacía que algunos se desmayaran” (Birenbaum, 226).

Las enfermedades hacían las cosas aún peor:

Todos tenían tifus... en Bergen Belsen se daba del modo más violento, doloroso y mortal. La diarrea consecuente era incontrolable. Se derramaba del borde de las cuchetas y se filtraba por entre las maderas sobre las caras de las mujeres que yacían en las cuchetas inferiores, y mezcladas con sangre, pus y orina, formaban un barro fétido y resbaloso sobre el piso de las barracas (Perl, 171)

Las letrinas eran un espectáculo en sí mismas:

Había una letrina para entre treinta y treinta y dos mil mujeres y sólo las podíamos usar en ciertas horas. Nos parábamos en fila para entrar en la diminuta construcción, hundidas hasta las rodillas en excremento humano. Puesto que todas sufríamos de disentería, raramente podíamos esperar nuestro turno y nos ensuciábamos en nuestros harapos, nunca podíamos sacar la suciedad de nuestro cuerpo, lo que agregaba al horror de nuestra existencia, el terrible olor que nos rodeaba como una nube. La letrina consistía en una zanja  profunda con tablones que la atravesaban a ciertos intervalos. Nos agazapábamos sobre estos tablones como pájaros encaramados sobre los cables del telégrafo, tan cerca unas de las otras que no podíamos evitar ensuciar a nuestra vecina. (Perl, 33)

Los prisioneros que tenían la suerte de trabajar en uno de los hospitales del campo, capaces de disfrutar por ende en alguna medida de la privacidad, no estaban eximidos por ello del horror especial de las letrinas:

“Tenía que caminar sobre excreciones humanas, orina mezclada con sangre, sobre deposiciones de personas que padecían enfermedades extremadamente contagiosas. Sólo entonces conseguía llegar al agujero, rodeado por la suciedad más inexpresable”(Weiss, 69).

La iniciación de un prisionero recién llegado a la vida del campo se completaba cuando “se daba cuenta que no había papel higiénico”-que no había papel en todo Auschwitz y que estaba forzado a encontrar “alguna otra manera”.

Desgarré de mi chalina un trozo y lo lavaba después de cada uso. Conservé este pedacito de tela a lo largo de todos mis días en Auschwitz; otros hacían lo mismo. (Unsdorfer, 102)

Problemas de este tipo se veían intensificados por el hecho de que, en un momento o en otro, todos sufrían de diarrea o disentería; para prisioneros hambreados y exhaustos como estos, ello era frecuentemente fatal:

“Los que tenían disentería se derretían como velas, se aliviaban en sus ropas y se transformaban lentamente en esqueletos malolientes y repulsivos que morían en su propio excremento” (Donat, 269).

A veces, toda la población del campo se enfermaba de esta manera, y entonces el horror era sobrecogedor. Hombres y mujeres no podían más que ensuciarse a sí mismos y al vecino. Los que estaban demasiado débiles para trasladarse se aliviaban allí donde se encontraban. Los que no se recuperaban se iban envolviendo lentamente en su propia descomposición:

“Algunos morían incluso antes de llegar a las cámaras de gas. Muchos estaban cubiertos con su propio excremento puesto que no había baños ni alternativas sanitarias y no podían mantenerse limpios” (Newman, 39).

La diarrea era una enfermedad mortal y una constante fuente de suciedad, pero era también peligrosa por otra razón -forzaba a los prisioneros a infringir reglas:

Muchas mujeres con diarrea se aliviaban en los tazones de sopa o en los cuencos para “café”; después escondían el utensilio bajo el colchón para evitar el castigo que podían recibir: veinticinco golpes en las nalgas desnudas o una noche entera arrodilladas sobre la grava rugosa sosteniendo ladrillos. Estos castigos culminaban frecuentemente con la muerte de la “culpable”. (Birenbaum, 134).

En otro caso, un grupo de hombres fue encerrado día tras día en un cuarto sin ventilación ni facilidades sanitarias de ningún tipo. Descubrieron un agujero en el piso ubicado cerca de la ventana por la que pasaban los guardias. Para usarlo, un hombre debía arriesgar su vida, puesto que quien eran descubierto era golpeado hasta morir.

“El espectáculo de estos infortunados, temblando de miedo mientras se arrastraban sobre sus manos y rodillas hasta el agujero y se aliviaban acostados es uno de mis recuerdos más terribles de Sachsenhausen” (Szalet, 51).

La angustia de la existencia en los campos se veía intensificada por el fluir mineral de la vida misma. La muerte estaba concebida en el contexto de una necesidad -la evacuación intestinal- que no podía, como otras necesidades, ser suprimida o postergada o vivida pasivamente. Las demandas de los intestinos son absolutas y bajo tales circunstancias, hombres y mujeres debían resistir, incluso acomodar de algún modo, sus propias y más íntimas necesidades a las posibilidades:

Imaginen lo que significa que esté prohibido ir al baño; imaginen también que estén sufriendo de una severa y progresiva disentería, causada y agravada por la dieta de sopa de repollo y por el frío constante. Naturalmente, uno trataría de ir a algún lado para aliviarse. A veces uno hasta podía tener éxito. Pero tus ausencias podían ser notadas y serías golpeado, derribado y pisoteado. Ya sabías a qué riesgos te exponías pero la urgencia te obligaba a repetir el intento, a cualquier costo... Aprendí pronto a convivir con la disentería atando una soga alrededor de la parte baja de mis calzoncillos (Maurel, 38-39).

Hasta tanto yo sé, los estudios psicoanalíticos acerca de la experiencia en los campos, mantienen, con una sola excepción, que la vida se caracterizaba por una regresión a niveles de conducta “infantiles”. Esta conclusión se basa, en principio, en el hecho de que los hombres y las mujeres en los campos de concentración se preocupaban “anormalmente” por la alimentación  y las funciones excrementicias. Los niños exhiben una preocupación similar y la comparación sugiere que los hombres y las mujeres reaccionan frente a la situación límite con una “regresión y fijación a estadios pre-edípicos” (Hope, 77). Aquí, como sucede en general con el punto de vista psicoanalítico, el contexto no se ha considerado. El hecho de que la situación del sobreviviente era anormal en sí misma está simplemente ignorado. Que la preocupación por la comida estaba causada por la inanición literal no cuenta; y el hecho de que los internos de los campos eran forzados a vivir en la mugre tampoco entra en consideración.

El argumento de “infantilismo” fue planteado con energía por Bruno Bettelheim. Una tesis importante de su libro The Informed Heart (El corazón informado) es que en situaciones extremas, las personas están reducidas a la infancia; y en la parte titulada “La conducta infantil” iguala simplemente la categoría objetiva de los prisioneros a una conducta inherentemente regresiva. Bettelheim observa, por ejemplo -cosa que era, por cierto, verdad- que las regulaciones del campo estaban diseñadas para hacer de la actividad excretoria un momento de crisis. Los prisioneros debían pedir permiso para poder aliviar sus cuerpos, lo que los hacía vulnerables a los caprichos del guardia SS con quién hablaban. A lo largo de la jornada de trabajo de doce horas, los prisioneros no tenían permitido responder a sus necesidades naturales o eran forzados a hacerlo mientras trabajaban y en el mismo lugar donde estaban. Como dice una sobreviviente:

“Si alguna de nosotras, atormentada por su estómago, intentaba acercarse a una zanja cercana, los guardias le soltaban los perros. Humilladas, laceradas, las mujeres no dejaban su lugar y nadaban en su propio excremento” (Zywulska, 67). 

Aún peor eran los días de las marchas de la muerte cuando los prisioneros que se detenían por cualquier razón eran instantáneamente asesinados. Para seguir viviendo debían simplemente seguir caminando:

El orín y las heces se derramaba por las piernas de los prisioneros y a la noche, del excremento que se había congelado en nuestros miembros emanaba un fuerte hedor. Ya no éramos seres humanos. Ni siquiera animales. Éramos cuerpos putrefactos que se movían sobre dos piernas (Weiss, 211)

Bajo tales condiciones, la evacuación intestinal se transformaba ciertamente, como dice Bettelheim, “en un evento cotidiano importante”; pero la conclusión necesaria no es, como él dice, que los prisioneros estaban reducidos “al nivel previo a la adquisición del control de esfínteres” (132). Aparentemente sí; hombre y mujeres estaban muy preocupados por las funciones excrementicias, igual que los niños; los prisioneros estaban “forzados a mojarse y ensuciarse encima”, del mismo modo que lo hacen los niños -sólo que los niños no están forzados. Bettelheim concluye que para los internos de los campos, la ordalía de la crisis excrementicia “les hacía imposible verse ya como adultos” (134). No distingue entre conductas en condiciones extremas y conductas civilizadas; puesto que, por supuesto, en circunstancias civilizadas, la preocupación de un adulto acerca del estado de sus intestinos, o la sensación de que su camino al baño es un tipo de ordalía, revelaría un estado de neurosis evidente. Pero en el campo de concentración, la conducta estaba gobernada por la amenaza de muerte inminente; la acción no respondía a deseos infantiles sino que era una respuesta a las  espantosas condiciones.

El hecho era que los prisioneros eran sometidos sistemáticamente a la inmundicia. Eran el blanco deliberado de una violación excrementicia. La violación, la profanación, era una constante amenaza, una condición de vida cotidiana y, en cualquier momento, podía tomar formas malignas y a veces fatales. El pasatiempo favorito de un Kapo era detener a los prisioneros justo antes de que alcanzaran la letrina. Forzaba a cada uno a estar firme y atento al interrogatorio, luego lo hacía “poner en cuclillas hasta que el pobre hombre no podía ya contener sus esfínteres y ‘explotaba’”, entonces lo golpeaba y sólo después “cubierto con sus propios excrementos, la víctima tenía permiso de arrastrarse hasta la letrina” (Donat, 178). En otra instancia, los prisioneros eran forzados a acostarse en fila sobre el piso, y cada hombre, cuando finalmente le era  permitido ponerse de pie, “debía orinar sobre las cabezas de los demás”, y hubo una noche en que “refinaron su tratamiento forzando a cada hombre a que orinara en las bocas de los que estaban a sus pies” (Wells, 91). En Birkenau, arrebataban con frecuencia a los prisioneros los tazones para sopa y los arrojaban a las letrinas de donde los tenían que recuperar:

Cuando lo acercás a tus labios la primera vez, no olés nada sospechoso. Otros pares de manos tiemblan con impaciencia por él y esperan tomarlo ni bien terminás. Sólo después, mucho después, ese olor repulsivo golpea tu nariz” (Szmaglewska, 154).

Y, como hemos visto, los prisioneros que padecían disentería, infringían con frecuencia las reglas del campo y se contaminaban a sí mismos al usar sus utensilios alimenticios como recipiente de sus heces:

Los primeros días nuestros estómagos se sublevaban ante el pensamiento de usar nuestras tazas de noche para comer. Pero el hambre manda y estábamos tan hambreados que estábamos dispuestos a comer cualquier comida. No podíamos evitar que tuviera que estar dentro de esos recipientes. Durante la noche muchos de nosotros hacíamos uso de los tazones en secreto. Teníamos permiso de ir a las letrinas sólo dos veces por día. ¿Cómo podíamos evitarlo? Sin importar cuán intensa fuera nuestra necesidad, si salíamos en el medio de la noche, nos arriesgábamos a ser capturados por el SS que tenía la orden de disparar primero y preguntar después (Lengyel, 26).

Este tipo de degradación no tenía fin. El hedor de los excrementos se mezclaba con el olor y el humo de los hornos crematorios y el rancio deterioro de la carne. Los prisioneros de los campos nazis eran sumergidos virtualmente en su propia basura lo que, por sí mismo, conducía muchas veces a la muerte. En Buchenwald por ejemplo, las letrinas eran zanjas de siete metros y medio de largo, tres metros y medio de profundidad y tres metros y medio de ancho[3]. Había una especie de baranda para sostenerse y “uno de los juegos favoritos de los SS era el sorprender a los hombres en el acto de la evacuación y arrojarlos dentro del pozo: en Buchenwald, diez prisioneros se ahogaron en excremento de esta manera en octubre de 1937" (Kogon, 56). Los mismos pozos, siempre desbordados, eran vaciados por los prisioneros a la noche con pequeños cubos:

El lugar era resbaloso y  oscuro. De los treinta hombres asignados, un promedio de diez caía en el pozo en el curso de cada noche de trabajo. A los otros no les era permitido sacarlos. Cuando el trabajo estaba terminado y el pozo vacío, entonces y sólo entonces, podían extraer los cuerpos (Weinstock, 157-158).

Repito, tales condiciones no eran accidentales; estaban determinadas por una política deliberada cuyo objetivo era la humillación más completa y la degradación de los prisioneros.

La causa de que ello fuera necesario no es aparente en una primera mirada puesto que ninguno de los fines del sistema concentracionario -sembrar terror, proveer mano de obra esclava, exterminar poblaciones- requería tal tipo de brutalidad y tales condiciones de envilecimiento. Pero también aquí, con toda esta locura, había método y razón. Este modo especial de maldad es un producto natural del poder cuando es absoluto, y en el mundo totalitario del campo, el poder ciertamente lo era. Los SS podían matar a todo aquel con quien tropezaran. Los kapos criminales caminaban en grupos de dos o tres, haciendo apuestas entre ellos acerca de quién mataría a un prisionero de un solo golpe. El grado de patología de tales hombres, su furia incontrolable ante la infracción de reglas, es una evidencia del deseo desatado de aniquilar, destruir, aplastar cualquier cosa que estuviera en la esfera de su autoridad. Inevitablemente, el mero acto de matar no es suficiente, puesto que si un hombre muere sin haberse rendido, si algo permanece intacto en él, el poder que lo ha destruido no consiguió arrasar, después de todo, con todo. Algo escapó a su alcance y es precisamente ese algo -llamémoslo “dignidad”- lo que debe morir para que los detentadores del poder alcancen la cima orgástica de su poderosa dominación.

Junto al incremento del poder, aumenta más y más la hostilidad hacia todo lo exterior a él. Su lógica es inherentemente negativa, debido a lo cual termina destruyéndose a sí misma (un consuelo que no significa mucho ya que el perímetro de la destrucción atómica es infinito). El ejercicio del poder totalitario, en cualquier caso, no se detiene con el ofrecimiento de la sumisión. Busca aplastar el espíritu, arrasar ese principio interno y activo cuyo vigor se sostiene en la libertad de ser determinado por fuerzas exteriores, en su independencia. De allí la compulsión sentida por hombres con gran poder, de salir a buscar y destruir toda resistencia, toda autonomía espiritual, todo signo de dignidad en sus cautivos. No era suficiente con asesinar a los viejos bolcheviques; Stalin necesitaba del espectáculo de los juicios. Tenía que demostrar públicamente que estos hombres de enorme energía y espíritu se habían quebrado tan profundamente que repudiaban abiertamente tanto a sí mismos como a la causa por la que habían luchado. Igual sucedió en los campos. La destrucción espiritual se transformó en un fin en sí mismo, muy lejos de los requerimientos del asesinato en masa. El objetivo era la muerte del alma. Sería llevado a cabo por medio del terror y la privación, pero en primer lugar por el implacable ultraje a la pureza y al valor. El ataque excrementicio, la inducción física al asco y al auto-disgusto, era el arma principal.

Pero la degradación tenía también su lógica más degradada: “En Buchenwald”, dice un sobreviviente,

“el principio consistía en deprimir la moral de los prisioneros al nivel más bajo posible, impidiendo al mismo tiempo, el desarrollo de la solidaridad o la cooperación entre las víctimas” (Weinstock, 92).

¿Cuánta autoestima puede uno sostener, con cuánta rapidez puede uno responder con respeto a las necesidades del prójimo, si ambos huelen mal, si ambos están cubiertos de barro y heces? Tendemos a olvidar el modo en que los prisioneros de los campos se veían y el modo en el que olían, especialmente los que ya habían renunciado al deseo de vivir; ello nos impide comprender la intensa revulsión y el disgusto que existía entre los prisioneros. Era éste un mecanismo efectivo para intensificar la ya existente irritabilidad entre los internos, ahogando en el disgusto común el impulso hacia la solidaridad.  Dentro del mundo concentracionario todo signo visible de belleza humana, de orgullo corporal o brillo espiritual, debían ser eliminados. El prisionero era llevado a sentirse sub-humano, a verse a sí mismo reflejado sólo en el hedor y la mugre de su vecino. Los SS, por el contrario, aparecían superiores no sólo en virtud de sus armas y seguridad, sino por la elegancia que los mantenía visiblemente aparte de la inmundicia del mundo de los prisioneros. En Auschwitz, los prisioneros eran forzados a marchar sobre el barro mientras que el camino limpio era sólo  para los SS.

Y ahí aquí una razón final y de enorme significación para comprender por qué los prisioneros debían ser tan degradados en los campos. Hacía más fácil hacer el trabajo. El asesinato en masa era menos terrible para los asesinos porque las víctimas aparecían menos que humanas. Parecían inferiores. En las entrevistas que realizara Gitta Sereny a Franz Stangl, comandante de Treblinka, hay momentos de reconocimiento escalofriante. Éste es uno de los más reveladores:

“¿Por qué” le pregunté a Stangl “si los iban a matar de todos modos, cuál era el sentido de toda esa humillación, por qué la crueldad?”

Para proteger a los que debían llevar a cabo las políticas”, dijo, “para hacerles posible hacer lo que hicieron” (101)

En una conferencia en la New School (New York, 1974), Hannah Arendt señaló que es más sencillo matar a un perro que a un ser humano, más fácil aún matar una rata que un sapo y ya no hay ningún problema en matar a un insecto - “es la mirada, está en los ojos”. Quiere decir que la percepción de la subjetividad en la víctima despierta algún tipo de identificación en el perpetrador; ello dificulta la realización de su acción en proporción directa con la capacidad de sufrimiento y resistencia que percibe. Inhibido por la lástima y la culpa, el acto mortal se hace difícil de llevar a cabo y produce cierto daño psíquico en el mismo asesino. Por el contrario, si la víctima exhibe auto-disgusto; si no puede elevar la mirada debido a la humillación o si al hacerlo muestra sólo vacío, su muerte puede ser administrada con comodidad o aún con la convicción de que sólo se está extirpando tejido podrido. Y es un hecho que el procedimiento de “selección” en los campos -a la izquierda, vida, a la derecha, muerte- se basaba en la apariencia física de la víctima o en una cierta percepción del grado de renuncia o capacidad de recuperación de la víctima. Un sobreviviente de Auschwitz lo dice así:

Sí, aquí uno se pudría en vida, no había dudas, así como lo había predicho el SS en Bitterfield. Era sin embargo vitalmente importante mantener limpio el cuerpo... Todos (en la “selección”) debían desvestirse y desfilar desnudos ante ellos. Mengele con sus guantes blancos inmaculados señalaba con su pulgar a veces a la derecha, a veces a la izquierda. Cualquiera con manchas en el cuerpo, o un ligero muselmann, era enviado a la derecha. Era el lado que llevaba a la muerte. El otro lado era para los que seguirían pudriendose un tiempo más (Hart, 65).

La carencia de agua era constante, las letrinas estaban cubiertas sumergidas en su propia inmundicia, abundante diarrea y barro por todos lados, en tales condiciones era imposible mantener una limpieza estricta. El mero hecho de tratar de permanecer limpio requería un esfuerzo extraordinario. Como dice un sobreviviente:

 “Ponerse de pie, lavarse y limpiarse,  parece la cosa más simple del mundo, no?, y sin embargo no lo era. Todo en Auschwitz estaba organizado para que estas cosas fueran imposibles. No había donde apoyarse; no había un lugar donde lavarse. Tampoco había tiempo” (Lewinska, 43).

Que las condiciones estaban “tan organizadas” fue un descubrimiento espantoso:

A la salida de los lugares donde dormíamos, las zanjas, el barro, las pilas de excremento detrás de las barracas, me espantaron con su espantoso hedor... Y después ví la luz! Me dí cuenta de que no era una cuestión de desorden o falta de organización, sino que, por el contrario, había un propósito consciente y deliberado que sostenía la existencia de los campos. Nos habían condenado a morir en nuestra propia mugre, en el barro, en nuestro propio excremento. Querían denigrarnos, destruir nuestra dignidad humana, borrar todo vestigio de humanidad, llevarnos al nivel de los animales salvajes para llenarnos con el horror y el desprecio hacia nosotros mismos y nuestros semejantes (Lewinska, 41-42).

Este reconocimiento llevaba o bien a que el prisionero se rindiera o bien a que decidiera resistir. Para muchos sobrevivientes, este momento marcó el nacimiento de su deseo de librar batalla:

Pero desde el instante en que entendí el principio motivacional... fue como si me hubiera despertado de un sueño... como si estuviera recibiendo la orden de vivir... y si moría efectivamente en Auschwitz, sería como un ser humano, aferrada a mi dignidad. No me iba a convertir en el ser bruto, despreciable y disgustante que mi enemigo deseaba que fuera... y comenzó una lucha terrible tanto durante el día como durante la noche  (Lewinska, 50).

Otro sobreviviente lo dice de la siguiente manera:

Allí y entonces decidí que si no era el blanco de una bala o si no me colgaban, haría cualquier esfuerzo para sostenerme. No sucumbiría nunca más a la apatía. Mi primer impulso fue el de concentrarme para estar más presentable. Bajo las circunstancias esto puede sonar ridículo; ¿qué relación real podía haber entre mi recién adquirida resistencia espiritual y los espantosos harapos en mi cuerpo? Pero en un sutil sentido había una relación, y desde ese momento en adelante, el resto de mi vida en los campos, lo tomé como un hecho. Empecé a mirar a mi alrededor y veía el principio del fin cuando encontraba una mujer que podía haber tenido la oportunidad de lavarse y no lo había hecho, o a otra que sentía que atarse el cordón del calzado era ya una pérdida de energía (Weiss, 84)

Higienizarse, no sólo en un sentido ritual -aparte de las cuestiones de salud- era algo que los  prisioneros necesitaban hacer. Lo encontraban necesario para la supervivencia, y, aunque parezca extraño, los que dejaban de hacerlo morían pronto:

Era el primer paso hacia la tumba. Era casi una ley férrea: los que dejaban de lavarse todos los días morían pronto. Si esto era la causa o el efecto de un quiebre interno, no lo sé; pero era un síntoma infalible (Donat, 173).

Otro sobreviviente describe la desaparición inicial de la preocupación por su apariencia y la progresiva toma de conciencia de que sin ese cuidado, no sobreviviría:

¿Por qué debería lavarme? ¿Estaría en mejor situación de la que estoy? ¿Le agradaría más a alguien? ¿Viviría un día más, una hora más? Seguramente viviría un poco menos tiempo porque lavarse era un esfuerzo, una pérdida de energía y calor... Pero después comprendí.... En un lugar como este, con el agua escasa, turbia y maloliente, el acto de lavarse no tiene que ver con la higiene y  la salud, es el síntoma más importante de lo que queda de vitalidad, es un instrumento de supervivencia moral (Levi, 35).

Al pasar a través de la degradación de los campos, los sobrevivientes descubrieron que en tal situación límite no podían darse el lujo de perder el sentido de la dignidad. Sobrellevaron un daño indescriptible, una enorme humillación. Pero en un cierto punto debían elevar una firme resistencia a la pretendida negación como seres humanos de que eran objeto. Aprendieron además que cuando el contexto de inmundicia es tan fuerte, la suciedad del cuerpo parece representar a la suciedad del alma. Y terminaron reconociendo que cuando ese sentimiento particular -ese algo interno intocable, la “dignidad”- era quebrado definitivamente, con ello muere el deseo de vivir.  Cuidar la apariencia, entonces, se transformó en un acto de resistencia y un momento necesario en la compleja estructura de la supervivencia. La vida misma dependía de mantener intacta la dignidad, y esto dependía a su vez, de la batalla infinita para mantenerse visiblemente humano:

Debemos entonces lavar nuestras caras sin jabón y con agua sucia y secarnos con nuestras ropas. Debemos lustrar nuestros zapatos, no porque nos lo exige alguien, sino por la dignidad y lo que debe ser. Debemos caminar erguidos sin arrastrar nuestros pies, no en homenaje a la disciplina prusiana sino para mantenernos vivos, para no empezar a morir (Levi, 36).

La estructura básica de la civilización occidental,-o tal vez de cualquier civilización, puesto que los procesos de cultura y sublimación son uno-, es la división entre el cuerpo y el espíritu, entre la existencia concreta y las maneras simbólicas de ser. En la situación límite, sin embargo, este tipo de divisiones colapsan. El principio de compartamentalización ya no se sostiene y el ser orgánico es el principal asiento de la vivencia de ser. Cuando esto sucede, el cuerpo y el espíritu son piso uno del otro, cada uno carga con las necesidades del otro, con las penas del otro y cada uno es consecuencia directa de la condición total del otro. Si la capacidad espiritual de recuperación declina, también decae la resistencia física. Si el cuerpo se enferma, el espíritu pierde asideros. Hay una extraña circularidad acerca de la existencia en la situación límite: los sobrevivientes preservan su dignidad para “no empezar a morir”, se preocupan por su cuerpo como una cuestión de “supervivencia moral”.

Para muchos de nosotros, la palabra “dignidad” no quiere decir mucho a estas alturas; junto a palabras como “conciencia” y “espíritu” ha generado sospechas y se la usa raramente en el discurso analítico. Ciertamente, si por “dignidad” entendemos la proyección de pretextos y  vanaglorias, o la forma en que el poder se oculta tras la pompa y el orgullo ritual, si se trata de una forma paródica del principio que los hombres usan para justificar o conquistar -así como el honor y la conciencia son explotados y parodiados, aunque sean tan reales- entonces, el reclamo por la dignidad a que nos referimos es falso. Pero si hablamos acerca de una resistencia interior frente a determinaciones exteriores; si nos referimos a un sentido de inocencia y valor, un sentimiento que no puede ser violado, autónomo e intocable y que se hace más vigoroso cuando es amenazado, entonces, y tal es el caso de los sobrevivientes, estamos tratando con uno de los constituyentes esenciales de lo humano, uno de los elementos irreductibles de la vivencia de ser. La dignidad en este caso aparece como una facultad auto-conciente, auto-determinada, cuya función es la insistencia en el reconocimiento de uno mismo como tal.

Los SS ciertamente lo reconocieron, de allí su intento por destruirlo, aunque no del todo exitosamente en el caso de los sobrevivientes; fue ése uno de los peores aspectos de la ordalía en los campos. Cuando la higiene se vuelve imposible y los seres humanos están forzados a vivir en sus propias excreciones, el dolor es tan intenso que llega al punto de la agonía. El shock de la degradación física causa la devaluación moral, y, como podemos juzgar simplemente por los informes de quienes lo sufrieron, el sometimiento a la mugre parece producir mayor angustia que el sometimiento al hambre o al miedo o a la muerte. “Este aspecto de nuestra vida en el campo” dice un sobreviviente, “era la ordalía más terrible a la que estábamos sujetos” (Weiss, 69).  Otro sobreviviente describe el empeño de hombres forzados a yacer en sus propias excreciones: “gemían y sollozaban con vergüenza y disgusto. Su quiebre moral era abrumador”(Szalet, 78). En los casos más raros, la degradación producía una desesperación que bordeaba la locura, como cuando un grupo de prisioneros fueron obligados a “beber de los recipientes higiénicos”:

No podían obedecer esa orden demoníaca; hacían como que bebían. Pero los blockfuehrers se daban cuenta de ello; hundían las cabezas de los prisioneros bien adentro de los recipientes hasta que sus caras estaban cubiertas de excrementos. En este punto las víctimas prácticamente perdían la razón -debido a ello sus gritos sonaban tan demenciales (Szalet, 42).

¿Pero por qué es tan insoportable el contacto con el excremento? ¿Si la incomodidad real al tocar la materia fecal no es tan importante, por qué la reacción es tan violenta? ¿Y por qué es en esta situación particular que el sentimiento de dignidad está más amenazado? El incidente de los recipientes higiénicos citado antes ha sido examinado desde un punto de vista psicoanalítico con la siguiente conclusión:

las satisfacciones infantiles... pueden ser satisfechas sólo por medios contra los cuales la cultura ha erigido fuertes prohibiciones... La renuncia forzada a estas barreras era capaz de llevar a los prisioneros a la desintegración mental (Bluhm, 15)

El sufrimiento extremo de estos hombres, era resultado, entonces, del quiebre de un tabú cultural. Sus gritos demenciales se debían a que se veían forzados a volver a estructuras subliminales en respuesta a la violación de los “hábitos de limpieza”, estructuras “reforzadas por cualquier cultura en un temprano estadío” (17). La lucha de los sobrevivientes contra esta fatalidad excremental, para decirlo llanamente, aparece como una función del “entrenamiento higiénico” -aunque este término no esté usado en el artículo que estoy citando-, y el grado de reduccionismo que implica, aún desde una perspectiva psicoanalítica, parece completamente desproporcionado a la violencia de la experiencia de los prisioneros. El artículo continúa, sin embargo, sugiriendo que la hondura de la que surge el grito original puede revelar, más allá de las demandas relativas y flexibles de la cultura, la violación de un límite o una frontera cultural:

sin embargo, el adulto normal de nuestra civilización comparte con sus iguales el disgusto hacia el contacto con los excrementos de los miembros de la tribu de niveles culturales inferiores. El disgusto parece ser una línea demarcatoria, cuya transgresión puede producir efectos mucho más devastadores que la aparición de síntomas regresivos más o menos aislados (17).

Desde el punto de vista psicoanalítico, la angustia moral es un producto del conflicto entre las demandas culturales y el deseo regresivo de subvertirlas. Pero si tenemos en mente que toda regresión está al servicio del placer o de la liberación del dolor (que así era como definía Freud el placer) entonces toda la teoría de la regresión infantil, en el caso de los sobrevivientes, se vuelve absurda. El grito de aquellos hombres desesperados era por cierto una defensa contra la disolución, pero reducir su extraordinario dolor a la violación de un tabú o a alguna restricción impuesta parece dejar afuera el punto esencial. De cualquier manera, la autoridad inhibitoria del entrenamiento en reglas higiénicas no parece ser tan central como para que su infracción cause la desintegración de la personalidad. Sólo una vez en la cultura occidental fue visto en términos de crisis psicótica - entre las clases burguesas en el siglo diecinueve con su confianza extrema en la rigidez de lo corporal y, en consecuencia, sus formas irritantes de satisfacción sexual. Yo sugeriría, finalmente, que ese entrenamiento es la organización ritual de un proceso biológico inherente. Muchos tabúes se fueron por la borda en los campos de concentración, pero no éste, la transgresión de una “línea demarcatoria” que corre más hondo que la imposición cultural. Aquello que los seres humanos toleren o no, depende, hasta este punto, de los más variados tipos de entrenamientos. Aparte de ello, sin embargo, hay cosas absolutamente inaceptables cuando algo - mantengamos la palabra “dignidad”- algo en nuestra naturaleza más profunda se subvierte. Y la vida depende enormemente de una tal subversión.

Es, creo, una buena descripción de lo que sentían los sobrevivientes cuando eran amenazados por el ataque excremental. Ricoeur dice que el sentimiento de violación contiene conceptos tales como “pecado” y “culpa” y que finalmente como “el más antiguo símbolo del mal”, la profanación “puede significar analógicamente todos los grados de la experiencia del mal” (336). Por cierto, ¿por qué nuestras ideas acerca de la santidad y la purificación espiritual están asentadas sobre el imaginario de la higiene y la purgación física? ¿Por qué usamos imágenes asociadas con excrementos -imaginería de corrupto y deteriorado, de sucio contagioso, contaminado, podrido o echado a perder- para encarnar nuestras percepciones del mal? Ricoeur concluye que toda esta imaginería es sólo simbólica, que representa estados internos del ser, y nosotros no dudamos en concordar con ello. Pero en los campos de concentración, la profanación era una condición real que se percibía con la vista, el tacto y el olfato, y de ahí la cuestión: cuando los sobrevivientes reaccionan tan violentamente al contacto con los excrementos, ¿están respondiendo a lo que ello simboliza o es la ordalía de su experiencia concreta en los campos lo que originó el simbolismo del mal?

La implicancia del análisis de Ricoeur es que “la conciencia de uno mismo parece constituirse en su nivel más inferior por medio del simbolismo; el lenguaje abstracto es sólo un producto subsecuente” (9). Pero, sin embargo, ¿dónde se origina el simbolismo? ¿de qué manera la profanación llegó a simbolizar el mal? Ricoeur puede sólo responderlo diciendo que en el comienzo era el símbolo, que la conciencia de lo humano se dio a través de una simbólica objetivación de su propia estructura y condición. Este tipo de punto de partida, sin embargo, es también una culminación; es nada menos que el objetivo de la civilización, el resultado de un proceso de sublimación o trascendencia o espiritualización (llámese como sea) por el cual los sucesos reales y los objetos se vuelven imágenes, mitos y metáforas que constituyen el espíritu universal del hombre. La transformación del mundo en símbolos es perpetua; internalizamos los hechos y estamos en conexión espiritual, cuando no concreta, con aquellas experiencias primarias de las que, como seres civilizados, nos hemos separado.

Pero esta actividad puede revertirse. Cuando la civilización se derrumba, como sucedió en los campos de concentración, la “mancha simbólica” es una condición de profanación literal, verdadera; y el mal es lo que produce la real “pérdida de la coraza personal del propio ser”. En condiciones extremas, el hombre es despojado de su extensa identidad espiritual. Sólo permanecen formas de existencia concretas, la vida verdadera y la muerte verdadera, el dolor verdadero y la profanación verdadera; y son ellos los que sustituyen el medio del ser moral y espiritual. El espíritu no desaparece así como así cuando falla la sublimación. A costa de gran parte de su libertad vuelve al sustento y origen del significado; es decir que vuelve a la experiencia física del cuerpo. Que es otra manera de decir que, en la situación límite, los símbolos tienden a ser realidad.

Podríamos decir, entonces, que en la situación límite, el simbolismo como simbolismo pierde su autonomía. O, para decirlo de otro modo, que en este caso especial todo es sentido como inherentemente simbólico, intrínsecamente significativo. De cualquier manera, el significado ya no existe por sobre y por debajo del mundo; re-ingresa en la experiencia concreta, se vuelve inmanente e inviste a cada acto y momento de una profunda urgencia. De ahí el insólito carácter “literario” de la experiencia en la situación límite... Es como si entre el humo de los cuerpos ardientes las grandes metáforas de la literatura mundial fueran “puestas en escena” de hechos terribles, muerte y resurrección, daño y salvación, todo el dolor espiritual y el triunfo pasando a través de la noche oscura del alma.

El siguiente suceso, por ejemplo, parece literario hasta el grado del desconcierto. Es el tipo de incidente que podríamos esperar en el clímax de una novela, válido como una ficción que porta un significado más que por su misma realidad, aceptable por ello a través del planteo simbólico que hace, del drama psíquico que encarna. El evento sin embargo, fue real. Sucedió durante los últimos días del levantamiento de ghetto de Varsovia, fue el destino de muchos hombres y mujeres. Armados con pistolas y botellas con combustible, los luchadores del ghetto se sostuvieron durante cincuenta y dos días contra tanques, artillería de campo y ataques aéreos. Resistieron tan encarnizadamente que los alemanes finalmente decidieron quemar casa por casa, calle por calle, hasta que todo -toda vida, todo signo humano- hubiera desaparecido. La última oportunidad para escapar era a través del sistema de alcantarillas y allí se sumergió, en la oscuridad inmunda, lo que quedaba del ghetto:

Al día siguiente, domingo 25 de abril, bajé... a la cañería subterránea que conducía al lado “ario”. Nunca olvidaré lo que se me presentó ante la vista en el primer momento del descenso. Docenas de refugiados... buscaban refugio en los canales angostos y oscuros cubiertos del agua mugrienta de las letrinas municipales y de los baños de los edificios privados. En estos canales de poca altura, angostos, que sólo permitían que una persona se arrastre doblada hacia adelante, docenas de personas yacían juntas apiñadas y confundidas dentro del barro y la inmundicia (Friedman, 284).

Permanecieron allí abajo, a veces durante días, buscando su salida hacia el lado “libre”; por momentos algunos se daban cuenta del lugar en el que estaban, bajo qué intersección de calles; el tiempo pasaba, simplemente, esperando. Muchos murieron, pero gracias al esfuerzo combinado de los partisanos judíos y polacos, algunos fueron rescatados y sobrevivieron:

El 10 de mayo de 1943, a las nueve de la mañana, se abrió de repente la tapa de la alcantarilla que estaba  sobre nuestras cabeza y entró un torrente de luz. A la salida estaba Krzaczek (un miembro de la resistencia polaca) que, después de más de treinta horas de estar sumergidos, nos decía que saliéramos afuera. Empezamos a trepar, uno por uno, y subimos enseguida a un camión. Era un hermoso día de primavera y el sol nos calentaba. Estábamos cegados por el brillo del sol puesto que no habíamos visto la luz del día durante semanas y habíamos pasado casi el tiempo completo en total oscuridad. En las calles había gente y .... estaban quietos mirando a estos seres extraños, a duras penas reconocibles como humanos, que se arrastraban fuera de la alcantarilla (Friedman, 290).

Si perteneciera a una novela, con cuánta facilidad podríamos hablar de los ritos de pasaje; del descenso al infierno; del viaje subterráneo a través de la muerte. Podríamos responder a todos los simbolismos de la oscuridad y de la luz, al renacimiento y a la nueva vida como bendecidos por la primavera y por el sol, estas criaturas cubiertas con cieno emergiendo de los intestinos de la tierra. Y no estaríamos leyendo mal. Puesto que a pesar del horror, todo parece familiar, muy cerca de los arquetipos que conocemos a través del arte y los sueños. Para el sobreviviente en cualquier caso, la inmersión en el excremento marca el nadir de este pasaje a través del límite. No parece ser posible una peor violación moral al ser. Aún en este caso, en que a pesar de todo aún había vida y deseo, estos cuerpos untados de mierda fueron la imagen exacta de cuánta mutilación puede soportar el espíritu humano, a pesar de la vergüenza, la abominación, el trauma de la repugnancia violenta y aún mantener el sentido de ese algo interno inviolado, intacto. “Sólo nuestros ojos afiebrados”, dijo un sobreviviente de las alcantarillas,

“mostraban todavía que éramos seres humanos vivos” (Friedman, 289).

REFERENCIAS.

Bettelheim, Bruno, “The Informed Heart”, Glencoe, Ill.: Free Press, 1960.

Birenbaum, Halina, “Hope Is The Last To Die”, trans. David Welsh. New York: Twayne, 1971.

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Hart, Kitty, “I Am Alive”, London and New York: Abelard-Schuman, 1962.

Herling, Gustav, “A World Apart”, trans., Joseph Marek. New York: Roy, 1951.

Hoppe, Klaus D., “The Psychodynamics of Concentration Camps Victims”, The Psychoanalitic Forum 1 (1966), pp. 76-85.

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Lengyel, Olga, “Five himneys: The Story of Auschwitz”, trans. Paul P. Weiss. Chicago: Ziff-Davis, 1947.

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Lewinska, Pelagia, “Twenty Months at Auschwitz”, trans. Albert Teichner. New York: Simon & Schuster, 1958.

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Newman, Judith Sternberg, “In the Hell of Aus hwitz”, New York: Exposition, 1964.

Perl, Gisela, “I Was a Doctor in Auschwitz”. New York: International Universities Press, 1948.

Ricoeur, Paul, “The Symbolism of Evil”, trans Emerson Buchanan. New York: Harper & Row, 1967.

Sereny Gitta, “Into That Darkness”. New York: McGraw-Hill, 1974.

Szalet, Leon, “Experiment “E” trans. Catherine Bland Williams. New York: Didier, 1945.

Szmaglewska, Seweryna, “Smoke over Birkenau”, trans. Jadwiga Rynas. New York: Henry Holt, 1947.

Unsdorfer, S.B., “The Yellow Star”, New York and London: Thomas Yoseloff, 1961.

Weinstock, Eugene, “Beyond the Last Path”, trans. Clara Ryan. New York: Boni and Gaer,l 1947.

Weiss, Reska, “Journey Through Hell”. London: Vallentine, Mitchell, 1961.

Wells, Leon, “The Janowska Road”. New York: Macmillan, 1963.

Zywulska, Krystina, “I Came Back”, trans. Krystyna Cenkalska. London: Dennis Dobson, 1951.



[1]De su libro “The survivor: An anatomy of Life in the Death Camps” (El sobreviviente: una anatomía de la vida en los campos de muerte), Oxford and New York: Oxford University Press, 1976. El presente capítulo también fue publicado en “Holocaust. Religious & Philosofical implications” editado por John K. Roth & Michael Berenbaum en 1989, Paragon House, New York, de donde se transcribe el prólogo de los editores. Apéndice de “El silencio de los aparecidos”, Diana Wang, Acervo Editorial, 1998. Nota de la traducción: El título original del capítulo es “Excremental Assault”. Si bien la traducción literal de la palabra assault es asalto, preferí traducirla como violación  para dar cuenta del compromiso corporal que implica y que la palabra asalto  no hace tan evidente en castellano. Diana Wang

[2] Ordalía: pruebas a las que en la Edad Media eran sometidos los acusados y servían para averiguar su inocencia o culpabilidad. Las pruebas eran la del duelo, del fuego, del hierro candente, del sorteo. Se llamaban también juicios de Dios. Pequeño Larrousse Ilustrado.

[3]  Las medidas inglesas en el texto original son: veinticinco piés de longitud, doce piés de profundidad y doce piés de ancho.

Violación excrementicia - Terrence Des Pres

Traducción: Diana Wang. Publicado en su libro "El silencio de los aparecidos". Acervo Editorial, Buenos Aires, 1998.

Comentario de los editores John K. Roth y Michael Berenbaum:

Terrence Des Pres (1939-1987) escribió sólo un libro acerca del Holocausto, pero es un clásico. The survivor: An Anatomy of Life in the Death Camps (El sobreviviente: una anatomía de la vida en los campos de muerte), que apareció en 1976, exploró detalladamente los testimonios escritos de quienes soportaron l´´univers concentrationnaire, según lo denominara David Rousset. El resultado es el propio testimonio de Des Press acerca de qué se requería para ser un sobreviviente. Su interpretación de los relatos de los sobrevivientes muestra que lugares como Auschwitz revelaron, no sólo la depravación de la existencia humana, sino también la grandeza que puede encontrarse en el rehusarse a caer en la desesperanza o a morir.

Un ensayista hábil y un erudito literario, Des Press tenía lo que Elie Wiesel llamó "un modo melancólico de interpretar relatos desesperanzados y un acercamiento sensible a las memorias de muerte". Pero el trabajo de este hombre -durante muchos años fue profesor de inglés en la Colgate University- está siempre al servicio de la vida. Estas características son evidentes en la selección que sigue, en la que Des Press acuña una frase - violación excrementicia- que deberá formar parte, lamentablemente, del vocabulario requerido para hablar acerca d el Holocausto.

Des Press demuestra que no ha sido una mera coincidencia que Auschwitz ha sido denominado annus mundi. "El hecho es", concluye con firmeza, "que los prisioneros fueron sometidos sistemáticamente a la suciedad". Fueron blanco deliberado de violaciones excrementicias con el objetivo de la "completa humillación y degradación de los prisioneros". Los asesinos triunfaron -demasiadas veces, demasiado- pero no completamente. Este hecho constituye otro factor clave que Des Press quiere que sea recordado. Cuando las víctimas reconocían la violación excrementicia como tal, resistían. Esta resistencia incluía el énfasis en el intento, a pesar de todas la dificultades, en permanecer limpios. Pero este esfuerzo extraordinario podría haber sido la diferencia entre el aferrarse a anclas de dignidad que permitían seguir con vida y el rendirse que tenía como conclusión la muerte. Nada, por supuesto, garantizaba la supervivencia en los campos de muerte. La anatomía de Des Press sobre la violación excrementicia establece esta evidencia de modo claro e incontrovertible. Sin embargo, está en lo cierto cuando escribe "la vida misma depende de mantener intacta la dignidad, y esto, a su vez, depende de la batalla diaria, nunca terminada de mantenerse visiblemente humano"

A fines del verano de 1976 tuvo lugar una conferencia sobre el trabajo que llevó a cabo Elie Wiesel en Long Island. El libro de Terrence Des Press había aparecido recientemente, y él estaba allí. También estuvo Emil Fackenheim. En un momento la conversación se focalizó en el libro de Des Press. Según lo recuerda Harry James Cargas, Fackenheim se refirió específicamente al capítulo crucial sobre la violación excrementicia. En una voz susurrante, dijo: "nunca en mi vida usé la palabra mierda, pero Terrence Des Press la usa de tal modo, que se ha vuelto una palabra sagrada".

Mientras la columna regresa del trabajo

después de un día entero pasado al aire libre,

el hedor del campo es abrumadoramente ofensivo.

A veces, aún varias millas antes de llegar, te golpea el aire envenado.

Seweryna Szmaglewska, "Smoke over Birkenau" (Humo sobre Birkenau)

Había dejado de lavarse mucho tiempo antes...

y ahora, los últimos restos de su dignidad humana

se estaban quemando en su interior.

Gustav Herling, "A World Apart" (Un mundo aparte)

Comenzaba en los trenes, en los vagones cerrados -de ochenta a cien personas en cada coche- atravesando Europa rumbo a los campos en Polonia:

La temperatura comenzaba a elevarse debido a que el vagón del terror estaba cerrado y el calor de los cuerpos no tenía salida... El único lugar para orinar era a través de una ranura en la claraboya aunque los que lo intentaban habitualmente no acertaban y derramaban su orina en el piso... Cuando llegaba finalmente el amanecer... estábamos muy enfermos y doloridos, golpeados no sólo por el peso de la fatiga sino por la atmósfera sofocante y el olor hediondo de los excrementos.... No había letrinas ni provisiones... Encima, mucha gente había vomitado en el piso. Debíamos vivir durante días respirando estos inmundos olores y nos íbamos convirtiendo nosotros mismos en inmundicia. (Kessel, 50-51)

En el caso de muchos prisioneros soviéticos, el transporte por barco era aún peor:

"mucha gente se mareaba y tenía que vomitar sobre los que estaban más abajo. Era también la única manera de aliviar sus otras necesidades corporales" (Knapp, 59).

Desde el comienzo, el sometimiento a la inmundicia era un pilar de la ordalía de los sobrevivientes. En los campos nazis especialmente, la mugre y los excrementos eran la condición permanente de la existencia. En las barracas, por ejemplo de noche,

"había baldes de excrementos en un estrecho pasillo próximo a la salida. No eran suficientes. Al amanecer, el piso entero estaba cubierto de orina y heces. La inmundicia estaba en nuestros pies, la llevábamos por toda la barraca, el hedor hacía que algunos se desmayaran" (Birenbaum, 226).

Las enfermedades hacían las cosas aún peor:

Todos tenían tifus... en Bergen Belsen se daba del modo más violento, doloroso y mortal. La diarrea consecuente era incontrolable. Se derramaba del borde de las cuchetas y se filtraba por entre las maderas sobre las caras de las mujeres que yacían en las cuchetas inferiores, y mezcladas con sangre, pus y orina, formaban un barro fétido y resbaloso sobre el piso de las barracas (Perl, 171)

Las letrinas eran un espectáculo en sí mismas:

Había una letrina para entre treinta y treinta y dos mil mujeres y sólo las podíamos usar en ciertas horas. Nos parábamos en fila para entrar en la diminuta construcción, hundidas hasta las rodillas en excremento humano. Puesto que todas sufríamos de disentería, raramente podíamos esperar nuestro turno y nos ensuciábamos en nuestros harapos, nunca podíamos sacar la suciedad de nuestro cuerpo, lo que agregaba al horror de nuestra existencia, el terrible olor que nos rodeaba como una nube. La letrina consistía en una zanja profunda con tablones que la atravesaban a ciertos intervalos. Nos agazapábamos sobre estos tablones como pájaros encaramados sobre los cables del telégrafo, tan cerca unas de las otras que no podíamos evitar ensuciar a nuestra vecina. (Perl, 33)

Los prisioneros que tenían la suerte de trabajar en uno de los hospitales del campo, capaces de disfrutar por ende en alguna medida de la privacidad, no estaban eximidos por ello del horror especial de las letrinas:

"Tenía que caminar sobre excreciones humanas, orina mezclada con sangre, sobre deposiciones de personas que padecían enfermedades extremadamente contagiosas. Sólo entonces conseguía llegar al agujero, rodeado por la suciedad más inexpresable"(Weiss, 69).

La iniciación de un prisionero recién llegado a la vida del campo se completaba cuando "se daba cuenta que no había papel higiénico"-que no había papel en todo Auschwitz y que estaba forzado a encontrar "alguna otra manera".

Desgarré de mi chalina un trozo y lo lavaba después de cada uso. Conservé este pedacito de tela a lo largo de todos mis días en Auschwitz; otros hacían lo mismo. (Unsdorfer, 102)

Problemas de este tipo se veían intensificados por el hecho de que, en un momento o en otro, todos sufrían de diarrea o disentería; para prisioneros hambreados y exhaustos como estos, ello era frecuentemente fatal:

"Los que tenían disentería se derretían como velas, se aliviaban en sus ropas y se transformaban lentamente en esqueletos malolientes y repulsivos que morían en su propio excremento" (Donat, 269).

A veces, toda la población del campo se enfermaba de esta manera, y entonces el horror era sobrecogedor. Hombres y mujeres no podían más que ensuciarse a sí mismos y al vecino. Los que estaban demasiado débiles para trasladarse se aliviaban allí donde se encontraban. Los que no se recuperaban se iban envolviendo lentamente en su propia descomposición:

"Algunos morían incluso antes de llegar a las cámaras de gas. Muchos estaban cubiertos con su propio excremento puesto que no había baños ni alternativas sanitarias y no podían mantenerse limpios" (Newman, 39).

La diarrea era una enfermedad mortal y una constante fuente de suciedad, pero era también peligrosa por otra razón -forzaba a los prisioneros a infringir reglas:

Muchas mujeres con diarrea se aliviaban en los tazones de sopa o en los cuencos para "café"; después escondían el utensilio bajo el colchón para evitar el castigo que podían recibir: veinticinco golpes en las nalgas desnudas o una noche entera arrodilladas sobre la grava rugosa sosteniendo ladrillos. Estos castigos culminaban frecuentemente con la muerte de la "culpable". (Birenbaum, 134).

En otro caso, un grupo de hombres fue encerrado día tras día en un cuarto sin ventilación ni facilidades sanitarias de ningún tipo. Descubrieron un agujero en el piso ubicado cerca de la ventana por la que pasaban los guardias. Para usarlo, un hombre debía arriesgar su vida, puesto que quien eran descubierto era golpeado hasta morir.

"El espectáculo de estos infortunados, temblando de miedo mientras se arrastraban sobre sus manos y rodillas hasta el agujero y se aliviaban acostados es uno de mis recuerdos más terribles de Sachsenhausen" (Szalet, 51).

La angustia de la existencia en los campos se veía intensificada por el fluir mineral de la vida misma. La muerte estaba concebida en el contexto de una necesidad -la evacuación intestinal- que no podía, como otras necesidades, ser suprimida o postergada o vivida pasivamente. Las demandas de los intestinos son absolutas y bajo tales circunstancias, hombres y mujeres debían resistir, incluso acomodar de algún modo, sus propias y más íntimas necesidades a las posibilidades:

Imaginen lo que significa que esté prohibido ir al baño; imaginen también que estén sufriendo de una severa y progresiva disentería, causada y agravada por la dieta de sopa de repollo y por el frío constante. Naturalmente, uno trataría de ir a algún lado para aliviarse. A veces uno hasta podía tener éxito. Pero tus ausencias podían ser notadas y serías golpeado, derribado y pisoteado. Ya sabías a qué riesgos te exponías pero la urgencia te obligaba a repetir el intento, a cualquier costo... Aprendí pronto a convivir con la disentería atando una soga alrededor de la parte baja de mis calzoncillos (Maurel, 38-39).

Hasta tanto yo sé, los estudios psicoanalíticos acerca de la experiencia en los campos, mantienen, con una sola excepción, que la vida se caracterizaba por una regresión a niveles de conducta "infantiles". Esta conclusión se basa, en principio, en el hecho de que los hombres y las mujeres en los campos de concentración se preocupaban "anormalmente" por la alimentación y las funciones excrementicias. Los niños exhiben una preocupación similar y la comparación sugiere que los hombres y las mujeres reaccionan frente a la situación límite con una "regresión y fijación a estadios pre-edípicos" (Hope, 77). Aquí, como sucede en general con el punto de vista psicoanalítico, el contexto no se ha considerado. El hecho de que la situación del sobreviviente era anormal en sí misma está simplemente ignorado. Que la preocupación por la comida estaba causada por la inanición literal no cuenta; y el hecho de que los internos de los campos eran forzados a vivir en la mugre tampoco entra en consideración.

El argumento de "infantilismo" fue planteado con energía por Bruno Bettelheim. Una tesis importante de su libro The Informed Heart (El corazón informado) es que en situaciones extremas, las personas están reducidas a la infancia; y en la parte titulada "La conducta infantil" iguala simplemente la categoría objetiva de los prisioneros a una conducta inherentemente regresiva. Bettelheim observa, por ejemplo -cosa que era, por cierto, verdad- que las regulaciones del campo estaban diseñadas para hacer de la actividad excretoria un momento de crisis. Los prisioneros debían pedir permiso para poder aliviar sus cuerpos, lo que los hacía vulnerables a los caprichos del guardia SS con quién hablaban. A lo largo de la jornada de trabajo de doce horas, los prisioneros no tenían permitido responder a sus necesidades naturales o eran forzados a hacerlo mientras trabajaban y en el mismo lugar donde estaban. Como dice una sobreviviente:

"Si alguna de nosotras, atormentada por su estómago, intentaba acercarse a una zanja cercana, los guardias le soltaban los perros. Humilladas, laceradas, las mujeres no dejaban su lugar y nadaban en su propio excremento" (Zywulska, 67).

Aún peor eran los días de las marchas de la muerte cuando los prisioneros que se detenían por cualquier razón eran instantáneamente asesinados. Para seguir viviendo debían simplemente seguir caminando:

El orín y las heces se derramaba por las piernas de los prisioneros y a la noche, del excremento que se había congelado en nuestros miembros emanaba un fuerte hedor. Ya no éramos seres humanos. Ni siquiera animales. Éramos cuerpos putrefactos que se movían sobre dos piernas (Weiss, 211)

Bajo tales condiciones, la evacuación intestinal se transformaba ciertamente, como dice Bettelheim, "en un evento cotidiano importante"; pero la conclusión necesaria no es, como él dice, que los prisioneros estaban reducidos "al nivel previo a la adquisición del control de esfínteres" (132). Aparentemente sí; hombre y mujeres estaban muy preocupados por las funciones excrementicias, igual que los niños; los prisioneros estaban "forzados a mojarse y ensuciarse encima", del mismo modo que lo hacen los niños -sólo que los niños no están forzados. Bettelheim concluye que para los internos de los campos, la ordalía de la crisis excrementicia "les hacía imposible verse ya como adultos" (134). No distingue entre conductas en condiciones extremas y conductas civilizadas; puesto que, por supuesto, en circunstancias civilizadas, la preocupación de un adulto acerca del estado de sus intestinos, o la sensación de que su camino al baño es un tipo de ordalía, revelaría un estado de neurosis evidente. Pero en el campo de concentración, la conducta estaba gobernada por la amenaza de muerte inminente; la acción no respondía a deseos infantiles sino que era una respuesta a las espantosas condiciones.

El hecho era que los prisioneros eran sometidos sistemáticamente a la inmundicia. Eran el blanco deliberado de una violación excrementicia. La violación, la profanación, era una constante amenaza, una condición de vida cotidiana y, en cualquier momento, podía tomar formas malignas y a veces fatales. El pasatiempo favorito de un Kapo era detener a los prisioneros justo antes de que alcanzaran la letrina. Forzaba a cada uno a estar firme y atento al interrogatorio, luego lo hacía "poner en cuclillas hasta que el pobre hombre no podía ya contener sus esfínteres y explotaba", entonces lo golpeaba y sólo después "cubierto con sus propios excrementos, la víctima tenía permiso de arrastrarse hasta la letrina" (Donat, 178). En otra instancia, los prisioneros eran forzados a acostarse en fila sobre el piso, y cada hombre, cuando finalmente le era permitido ponerse de pie, "debía orinar sobre las cabezas de los demás", y hubo una noche en que "refinaron su tratamiento forzando a cada hombre a que orinara en las bocas de los que estaban a sus pies" (Wells, 91). En Birkenau, arrebataban con frecuencia a los prisioneros los tazones para sopa y los arrojaban a las letrinas de donde los tenían que recuperar:

"Cuando lo acercás a tus labios la primera vez, no olés nada sospechoso. Otros pares de manos tiemblan con impaciencia por él y esperan tomarlo ni bien terminás. Sólo después, mucho después, ese olor repulsivo golpea tu nariz" (Szmaglewska, 154).

Y, como hemos visto, los prisioneros que padecían disentería, infringían con frecuencia las reglas del campo y se contaminaban a sí mismos al usar sus utensilios alimenticios como recipiente de sus heces:

Los primeros días nuestros estómagos se sublevaban ante el pensamiento de usar nuestras tazas de noche para comer. Pero el hambre manda y estábamos tan hambreados que estábamos dispuestos a comer cualquier comida. No podíamos evitar que tuviera que estar dentro de esos recipientes. Durante la noche muchos de nosotros hacíamos uso de los tazones en secreto. Teníamos permiso de ir a las letrinas sólo dos veces por día. )Cómo podíamos evitarlo? Sin importar cuán intensa fuera nuestra necesidad, si salíamos en el medio de la noche, nos arriesgábamos a ser capturados por el SS que tenía la orden de disparar primero y preguntar después (Lengyel, 26).

Este tipo de degradación no tenía fin. El hedor de los excrementos se mezclaba con el olor y el humo de los hornos crematorios y el rancio deterioro de la carne. Los prisioneros de los campos nazis eran sumergidos virtualmente en su propia basura lo que, por sí mismo, conducía muchas veces a la muerte. En Buchenwald por ejemplo, las letrinas eran zanjas de siete metros y medio de largo, tres metros y medio de profundidad y tres metros y medio de ancho. Había una especie de baranda para sostenerse y "uno de los juegos favoritos de los SS era el sorprender a los hombres en el acto de la evacuación y arrojarlos dentro del pozo: en Buchenwald, diez prisioneros se ahogaron en excremento de esta manera en octubre de 1937" (Kogon, 56). Los mismos pozos, siempre desbordados, eran vaciados por los prisioneros a la noche con pequeños cubos:

El lugar era resbaloso y oscuro. De los treinta hombres asignados, un promedio de diez caía en el pozo en el curso de cada noche de trabajo. A los otros no les era permitido sacarlos. Cuando el trabajo estaba terminado y el pozo vacío, entonces y sólo entonces, podían extraer los cuerpos (Weinstock, 157-158).

Repito, tales condiciones no eran accidentales; estaban determinadas por una política deliberada cuyo objetivo era la humillación más completa y la degradación de los prisioneros.

La causa de que ello fuera necesario no es aparente en una primera mirada puesto que ninguno de los fines del sistema concentracionario -sembrar terror, proveer mano de obra esclava, exterminar poblaciones- requería tal tipo de brutalidad y tales condiciones de envilecimiento. Pero también aquí, con toda esta locura, había método y razón. Este modo especial de maldad es un producto natural del poder cuando es absoluto, y en el mundo totalitario del campo, el poder ciertamente lo era. Los SS podían matar a todo aquel con quien tropezaran. Los kapos criminales caminaban en grupos de dos o tres, haciendo apuestas entre ellos acerca de quién mataría a un prisionero de un solo golpe. El grado de patología de tales hombres, su furia incontrolable ante la infracción de reglas, es una evidencia del deseo desatado de aniquilar, destruir, aplastar cualquier cosa que estuviera en la esfera de su autoridad. Inevitablemente, el mero acto de matar no es suficiente, puesto que si un hombre muere sin haberse rendido, si algo permanece intacto en él, el poder que lo ha destruido no consiguió arrasar, después de todo, con todo. Algo escapó a su alcance y es precisamente ese algo -llamémoslo "dignidad"- lo que debe morir para que los detentadores del poder alcancen la cima orgástica de su poderosa dominación.

Junto al incremento del poder, aumenta más y más la hostilidad hacia todo lo exterior a él. Su lógica es inherentemente negativa, debido a lo cual termina destruyéndose a sí misma (un consuelo que no significa mucho ya que el perímetro de la destrucción atómica es infinito). El ejercicio del poder totalitario, en cualquier caso, no se detiene con el ofrecimiento de la sumisión. Busca aplastar el espíritu, arrasar ese principio interno y activo cuyo vigor se sostiene en la libertad de ser determinado por fuerzas exteriores, en su independencia. De allí la compulsión sentida por hombres con gran poder, de salir a buscar y destruir toda resistencia, toda autonomía espiritual, todo signo de dignidad en sus cautivos. No era suficiente con asesinar a los viejos bolcheviques; Stalin necesitaba del espectáculo de los juicios. Tenía que demostrar públicamente que estos hombres de enorme energía y espíritu se habían quebrado tan profundamente que repudiaban abiertamente tanto a sí mismos como a la causa por la que habían luchado. Igual sucedió en los campos. La destrucción espiritual se transformó en un fin en sí mismo, muy lejos de los requerimientos del asesinato en masa. El objetivo era la muerte del alma. Sería llevado a cabo por medio del terror y la privación, pero en primer lugar por el implacable ultraje a la pureza y al valor. El ataque excrementicio, la inducción física al asco y al auto-disgusto, era el arma principal.

Pero la degradación tenía también su lógica más degradada: "En Buchenwald", dice un sobreviviente,

"el principio consistía en deprimir la moral de los prisioneros al nivel más bajo posible, impidiendo al mismo tiempo, el desarrollo de la solidaridad o la cooperación entre las víctimas" (Weinstock, 92).

¿Cuánta autoestima puede uno sostener, con cuánta rapidez puede uno responder con respeto a las necesidades del prójimo, si ambos huelen mal, si ambos están cubiertos de barro y heces? Tendemos a olvidar el modo en que los prisioneros de los campos se veían y el modo en el que olían, especialmente los que ya habían renunciado al deseo de vivir; ello nos impide comprender la intensa revulsión y el disgusto que existía entre los prisioneros. Era éste un mecanismo efectivo para intensificar la ya existente irritabilidad entre los internos, ahogando en el disgusto común el impulso hacia la solidaridad. Dentro del mundo concentracionario todo signo visible de belleza humana, de orgullo corporal o brillo espiritual, debían ser eliminados. El prisionero era llevado a sentirse sub-humano, a verse a sí mismo reflejado sólo en el hedor y la mugre de su vecino. Los SS, por el contrario, aparecían superiores no sólo en virtud de sus armas y seguridad, sino por la elegancia que los mantenía visiblemente aparte de la inmundicia del mundo de los prisioneros. En Auschwitz, los prisioneros eran forzados a marchar sobre el barro mientras que el camino limpio era sólo para los SS.

Y ahí aquí una razón final y de enorme significación para comprender por qué los prisioneros debían ser tan degradados en los campos. Hacía más fácil hacer el trabajo. El asesinato en masa era menos terrible para los asesinos porque las víctimas aparecían menos que humanas. Parecían inferiores. En las entrevistas que realizara Gitta Sereny a Franz Stangl, comandante de Treblinka, hay momentos de reconocimiento escalofriante. Éste es uno de los más reveladores:

"¿Por qué" le pregunté a Stangl Asi los iban a matar de todos modos, cuál era el sentido de toda esa humillación, por qué la crueldad?"

"Para proteger a los que debían llevar a cabo las políticas", dijo, "para hacerles posible hacer lo que hicieron" (101)

En una conferencia en la New School (New York, 1974), Hannah Arendt señaló que es más sencillo matar a un perro que a un ser humano, más fácil aún matar una rata que un sapo y ya no hay ningún problema en matar a un insecto - "es la mirada, está en los ojos". Quiere decir que la percepción de la subjetividad en la víctima despierta algún tipo de identificación en el perpetrador; ello dificulta la realización de su acción en proporción directa con la capacidad de sufrimiento y resistencia que percibe. Inhibido por la lástima y la culpa, el acto mortal se hace difícil de llevar a cabo y produce cierto daño psíquico en el mismo asesino. Por el contrario, si la víctima exhibe auto-disgusto; si no puede elevar la mirada debido a la humillación o si al hacerlo muestra sólo vacío, su muerte puede ser administrada con comodidad o aún con la convicción de que sólo se está extirpando tejido podrido. Y es un hecho que el procedimiento de "selección" en los campos -a la izquierda, vida, a la derecha, muerte- se basaba en la apariencia física de la víctima o en una cierta percepción del grado de renuncia o capacidad de recuperación de la víctima. Un sobreviviente de Auschwitz lo dice así:

Sí, aquí uno se pudría en vida, no había dudas, así como lo había predicho el SS en Bitterfield. Era sin embargo vitalmente importante mantener limpio el cuerpo... Todos (en la "selección") debían desvestirse y desfilar desnudos ante ellos. Mengele con sus guantes blancos inmaculados señalaba con su pulgar a veces a la derecha, a veces a la izquierda. Cualquiera con manchas en el cuerpo, o un ligero muselmann, era enviado a la derecha. Era el lado que llevaba a la muerte. El otro lado era para los que seguirían pudriéndose un tiempo más (Hart, 65).

La carencia de agua era constante, las letrinas estaban cubiertas sumergidas en su propia inmundicia, abundante diarrea y barro por todos lados, en tales condiciones era imposible mantener una limpieza estricta. El mero hecho de tratar de permanecer limpio requería un esfuerzo extraordinario. Como dice un sobreviviente:

"Ponerse de pie, lavarse y limpiarse, parece la cosa más simple del mundo, no?, y sin embargo no lo era. Todo en Auschwitz estaba organizado para que estas cosas fueran imposibles. No había donde apoyarse; no había un lugar donde lavarse. Tampoco había tiempo" (Lewinska, 43).

Que las condiciones estaban "tan organizadas" fue un descubrimiento espantoso:

A la salida de los lugares donde dormíamos, las zanjas, el barro, las pilas de excremento detrás de las barracas, me espantaron con su espantoso hedor... Y después ví la luz! Me dí cuenta de que no era una cuestión de desorden o falta de organización, sino que, por el contrario, había un propósito consciente y deliberado que sostenía la existencia de los campos. Nos habían condenado a morir en nuestra propia mugre, en el barro, en nuestro propio excremento. Querían denigrarnos, destruir nuestra dignidad humana, borrar todo vestigio de humanidad, llevarnos al nivel de los animales salvajes para llenarnos con el horror y el desprecio hacia nosotros mismos y nuestros semejantes (Lewinska, 41-42).

Este reconocimiento llevaba o bien a que el prisionero se rindiera o bien a que decidiera resistir. Para muchos sobrevivientes, este momento marcó el nacimiento de su deseo de librar batalla:

Pero desde el instante en que entendí el principio motivacional... fue como si me hubiera despertado de un sueño... como si estuviera recibiendo la orden de vivir... y si moría efectivamente en Auschwitz, sería como un ser humano, aferrada a mi dignidad. No me iba a convertir en el ser bruto, despreciable y disgustante que mi enemigo deseaba que fuera... y comenzó una lucha terrible tanto durante el día como durante la noche (Lewinska, 50).

Otro sobreviviente lo dice de la siguiente manera:

Allí y entonces decidí que si no era el blanco de una bala o si no me colgaban, haría cualquier esfuerzo para sostenerme. No sucumbiría nunca más a la apatía. Mi primer impulso fue el de concentrarme para estar más presentable. Bajo las circunstancias esto puede sonar ridículo; )qué relación real podía haber entre mi recién adquirida resistencia espiritual y los espantosos harapos en mi cuerpo? Pero en un sutil sentido había una relación, y desde ese momento en adelante, el resto de mi vida en los campos, lo tomé como un hecho. Empecé a mirar a mi alrededor y veía el principio del fin cuando encontraba una mujer que podía haber tenido la oportunidad de lavarse y no lo había hecho, o a otra que sentía que atarse el cordón del calzado era ya una pérdida de energía (Weiss, 84)

Higienizarse, no sólo en un sentido ritual -aparte de las cuestiones de salud- era algo que los prisioneros necesitaban hacer. Lo encontraban necesario para la supervivencia, y, aunque parezca extraño, los que dejaban de hacerlo morían pronto:

Era el primer paso hacia la tumba. Era casi una ley férrea: los que dejaban de lavarse todos los días morían pronto. Si esto era la causa o el efecto de un quiebre interno, no lo sé; pero era un síntoma infalible (Donat, 173).

Otro sobreviviente describe la desaparición inicial de la preocupación por su apariencia y la progresiva toma de conciencia de que sin ese cuidado, no sobreviviría:

¿Por qué debería lavarme? )Estaría en mejor situación de la que estoy? ¿Le agradaría más a alguien? ¿Viviría un día más, una hora más? Seguramente viviría un poco menos tiempo porque lavarse era un esfuerzo, una pérdida de energía y calor... Pero después comprendí.... En un lugar como este, con el agua escasa, turbia y maloliente, el acto de lavarse no tiene que ver con la higiene y la salud, es el síntoma más importante de lo que queda de vitalidad, es un instrumento de supervivencia moral (Levi, 35).

Al pasar a través de la degradación de los campos, los sobrevivientes descubrieron que en tal situación límite no podían darse el lujo de perder el sentido de la dignidad. Sobrellevaron un daño indescriptible, una enorme humillación. Pero en un cierto punto debían elevar una firme resistencia a la pretendida negación como seres humanos de que eran objeto. Aprendieron además que cuando el contexto de inmundicia es tan fuerte, la suciedad del cuerpo parece representar a la suciedad del alma. Y terminaron reconociendo que cuando ese sentimiento particular -ese algo interno intocable, la "dignidad"- era quebrado definitivamente, con ello muere el deseo de vivir. Cuidar la apariencia, entonces, se transformó en un acto de resistencia y un momento necesario en la compleja estructura de la supervivencia. La vida misma dependía de mantener intacta la dignidad, y esto dependía a su vez, de la batalla infinita para mantenerse visiblemente humano:

Debemos entonces lavar nuestras caras sin jabón y con agua sucia y secarnos con nuestras ropas. Debemos lustrar nuestros zapatos, no porque nos lo exige alguien, sino por la dignidad y lo que debe ser. Debemos caminar erguidos sin arrastrar nuestros pies, no en homenaje a la disciplina prusiana sino para mantenernos vivos, para no empezar a morir (Levi, 36).

La estructura básica de la civilización occidental,-o tal vez de cualquier civilización, puesto que los procesos de cultura y sublimación son uno-, es la división entre el cuerpo y el espíritu, entre la existencia concreta y las maneras simbólicas de ser. En la situación límite, sin embargo, este tipo de divisiones colapsan. El principio de compartamentalización ya no se sostiene y el ser orgánico es el principal asiento de la vivencia de ser. Cuando esto sucede, el cuerpo y el espíritu son piso uno del otro, cada uno carga con las necesidades del otro, con las penas del otro y cada uno es consecuencia directa de la condición total del otro. Si la capacidad espiritual de recuperación declina, también decae la resistencia física. Si el cuerpo se enferma, el espíritu pierde asideros. Hay una extraña circularidad acerca de la existencia en la situación límite: los sobrevivientes preservan su dignidad para "no empezar a morir", se preocupan por su cuerpo como una cuestión de "supervivencia moral".

Para muchos de nosotros, la palabra "dignidad" no quiere decir mucho a estas alturas; junto a palabras como "conciencia" y "espíritu" ha generado sospechas y se la usa raramente en el discurso analítico. Ciertamente, si por "dignidad" entendemos la proyección de pretextos y vanaglorias, o la forma en que el poder se oculta tras la pompa y el orgullo ritual, si se trata de una forma paródica del principio que los hombres usan para justificar o conquistar -así como el honor y la conciencia son explotados y parodiados, aunque sean tan reales- entonces, el reclamo por la dignidad a que nos referimos es falso. Pero si hablamos acerca de una resistencia interior frente a determinaciones exteriores; si nos referimos a un sentido de inocencia y valor, un sentimiento que no puede ser violado, autónomo e intocable y que se hace más vigoroso cuando es amenazado, entonces, y tal es el caso de los sobrevivientes, estamos tratando con uno de los constituyentes esenciales de lo humano, uno de los elementos irreductibles de la vivencia de ser. La dignidad en este caso aparece como una facultad auto-conciente, auto-determinada, cuya función es la insistencia en el reconocimiento de uno mismo como tal.

Los SS ciertamente lo reconocieron, de allí su intento por destruirlo, aunque no del todo exitosamente en el caso de los sobrevivientes; fue ése uno de los peores aspectos de la ordalía en los campos. Cuando la higiene se vuelve imposible y los seres humanos están forzados a vivir en sus propias excreciones, el dolor es tan intenso que llega al punto de la agonía. El shock de la degradación física causa la devaluación moral, y, como podemos juzgar simplemente por los informes de quienes lo sufrieron, el sometimiento a la mugre parece producir mayor angustia que el sometimiento al hambre o al miedo o a la muerte. "Este aspecto de nuestra vida en el campo" dice un sobreviviente, "era la ordalía más terrible a la que estábamos sujetos" (Weiss, 69). Otro sobreviviente describe el empeño de hombres forzados a yacer en sus propias excreciones: "gemían y sollozaban con vergüenza y disgusto. Su quiebre moral era abrumador" (Szalet, 78). En los casos más raros, la degradación producía una desesperación que bordeaba la locura, como cuando un grupo de prisioneros fueron obligados a "beber de los recipientes higiénicos":

No podían obedecer esa orden demoníaca; hacían como que bebían. Pero los Blockfuehrers se daban cuenta de ello; hundían las cabezas de los prisioneros bien adentro de los recipientes hasta que sus caras estaban cubiertas de excrementos. En este punto las víctimas prácticamente perdían la razón -debido a ello sus gritos sonaban tan demenciales (Szalet, 42).

¿Pero por qué es tan insoportable el contacto con el excremento? ¿Si la incomodidad real al tocar la materia fecal no es tan importante, por qué la reacción es tan violenta? ¿Y por qué es en esta situación particular que el sentimiento de dignidad está más amenazado? El incidente de los recipientes higiénicos citado antes ha sido examinado desde un punto de vista psicoanalítico con la siguiente conclusión:

las satisfacciones infantiles... pueden ser satisfechas sólo por medios contra los cuales la cultura ha erigido fuertes prohibiciones... La renuncia forzada a estas barreras era capaz de llevar a los prisioneros a la desintegración mental (Bluhm, 15)

El sufrimiento extremo de estos hombres, era resultado, entonces, del quiebre de un tabú cultural. Sus gritos demenciales se debían a que se veían forzados a volver a estructuras subliminales en respuesta a la violación de los "hábitos de limpieza", estructuras "reforzadas por cualquier cultura en un temprano estadío" (17). La lucha de los sobrevivientes contra esta fatalidad excremental, para decirlo llanamente, aparece como una función del "entrenamiento higiénico" -aunque este término no esté usado en el artículo que estoy citando-, y el grado de reduccionismo que implica, aún desde una perspectiva psicoanalítica, parece completamente desproporcionado a la violencia de la experiencia de los prisioneros. El artículo continúa, sin embargo, sugiriendo que la hondura de la que surge el grito original puede revelar, más allá de las demandas relativas y flexibles de la cultura, la violación de un límite o una frontera cultural:

sin embargo, el adulto normal de nuestra civilización comparte con sus iguales el disgusto hacia el contacto con los excrementos de los miembros de la tribu de niveles culturales inferiores. El disgusto parece ser una línea demarcatoria, cuya trasgresión puede producir efectos mucho más devastadores que la aparición de síntomas regresivos más o menos aislados (17).

Desde el punto de vista psicoanalítico, la angustia moral es un producto del conflicto entre las demandas culturales y el deseo regresivo de subvertirlas. Pero si tenemos en mente que toda regresión está al servicio del placer o de la liberación del dolor (que así era como definía Freud el placer) entonces toda la teoría de la regresión infantil, en el caso de los sobrevivientes, se vuelve absurda. El grito de aquellos hombres desesperados era por cierto una defensa contra la disolución, pero reducir su extraordinario dolor a la violación de un tabú o a alguna restricción impuesta parece dejar afuera el punto esencial. De cualquier manera, la autoridad inhibitoria del entrenamiento en reglas higiénicas no parece ser tan central como para que su infracción cause la desintegración de la personalidad. Sólo una vez en la cultura occidental fue visto en términos de crisis psicótica - entre las clases burguesas en el siglo diecinueve con su confianza extrema en la rigidez de lo corporal y, en consecuencia, sus formas irritantes de satisfacción sexual. Yo sugeriría, finalmente, que ese entrenamiento es la organización ritual de un proceso biológico inherente. Muchos tabúes se fueron por la borda en los campos de concentración, pero no éste, la transgresión de una "línea demarcatoria" que corre más hondo que la imposición cultural. Aquello que los seres humanos toleren o no, depende, hasta este punto, de los más variados tipos de entrenamientos. Aparte de ello, sin embargo, hay cosas absolutamente inaceptables cuando algo - mantengamos la palabra "dignidad"- algo en nuestra naturaleza más profunda se subvierte. Y la vida depende enormemente de una tal subversión.

Es, creo, una buena descripción de lo que sentían los sobrevivientes cuando eran amenazados por el ataque excremental. Ricoeur dice que el sentimiento de violación contiene conceptos tales como "pecado" y "culpa" y que finalmente como "el más antiguo símbolo del mal", la profanación "puede significar analógicamente todos los grados de la experiencia del mal" (336). Por cierto, )por qué nuestras ideas acerca de la santidad y la purificación espiritual están asentadas sobre el imaginario de la higiene y la purgación física? ¿Por qué usamos imágenes asociadas con excrementos -imaginería de corrupto y deteriorado, de sucio contagioso, contaminado, podrido o echado a perder- para encarnar nuestras percepciones del mal? Ricoeur concluye que toda esta imaginería es sólo simbólica, que representa estados internos del ser, y nosotros no dudamos en concordar con ello. Pero en los campos de concentración, la profanación era una condición real que se percibía con la vista, el tacto y el olfato, y de ahí la cuestión: cuando los sobrevivientes reaccionan tan violentamente al contacto con los excrementos, ¿están respondiendo a lo que ello simboliza o es la ordalía de su experiencia concreta en los campos lo que originó el simbolismo del mal?

La implicancia del análisis de Ricoeur es que "la conciencia de uno mismo parece constituirse en su nivel más inferior por medio del simbolismo; el lenguaje abstracto es sólo un producto subsecuente" (9). Pero, sin embargo, ¿dónde se origina el simbolismo? ¿de qué manera la profanación llegó a simbolizar el mal? Ricoeur puede sólo responderlo diciendo que en el comienzo era el símbolo, que la conciencia de lo humano se dio a través de una simbólica objetivación de su propia estructura y condición. Este tipo de punto de partida, sin embargo, es también una culminación; es nada menos que el objetivo de la civilización, el resultado de un proceso de sublimación o trascendencia o espiritualización (llámese como sea) por el cual los sucesos reales y los objetos se vuelven imágenes, mitos y metáforas que constituyen el espíritu universal del hombre. La transformación del mundo en símbolos es perpetua; internalizamos los hechos y estamos en conexión espiritual, cuando no concreta, con aquellas experiencias primarias de las que, como seres civilizados, nos hemos separado.

Pero esta actividad puede revertirse. Cuando la civilización se derrumba, como sucedió en los campos de concentración, la "mancha simbólica" es una condición de profanación literal, verdadera; y el mal es lo que produce la real "pérdida de la coraza personal del propio ser". En condiciones extremas, el hombre es despojado de su extensa identidad espiritual. Sólo permanecen formas de existencia concretas, la vida verdadera y la muerte verdadera, el dolor verdadero y la profanación verdadera; y son ellos los que sustituyen el medio del ser moral y espiritual. El espíritu no desaparece así como así cuando falla la sublimación. A costa de gran parte de su libertad vuelve al sustento y origen del significado; es decir que vuelve a la experiencia física del cuerpo. Que es otra manera de decir que, en la situación límite, los símbolos tienden a ser realidad.

Podríamos decir, entonces, que en la situación límite, el simbolismo como simbolismo pierde su autonomía. O, para decirlo de otro modo, que en este caso especial todo es sentido como inherentemente simbólico, intrínsecamente significativo. De cualquier manera, el significado ya no existe por sobre y por debajo del mundo; re-ingresa en la experiencia concreta, se vuelve inmanente e inviste a cada acto y momento de una profunda urgencia. De ahí el insólito carácter "literario" de la experiencia en la situación límite... Es como si entre el humo de los cuerpos ardientes las grandes metáforas de la literatura mundial fueran "puestas en escena" de hechos terribles, muerte y resurrección, daño y salvación, todo el dolor espiritual y el triunfo pasando a través de la noche oscura del alma.

El siguiente suceso, por ejemplo, parece literario hasta el grado del desconcierto. Es el tipo de incidente que podríamos esperar en el clímax de una novela, válido como una ficción que porta un significado más que por su misma realidad, aceptable por ello a través del planteo simbólico que hace, del drama psíquico que encarna. El evento sin embargo, fue real. Sucedió durante los últimos días del levantamiento de ghetto de Varsovia, fue el destino de muchos hombres y mujeres. Armados con pistolas y botellas con combustible, los luchadores del ghetto se sostuvieron durante cincuenta y dos días contra tanques, artillería de campo y ataques aéreos. Resistieron tan encarnizadamente que los alemanes finalmente decidieron quemar casa por casa, calle por calle, hasta que todo -toda vida, todo signo humano- hubiera desaparecido. La última oportunidad para escapar era a través del sistema de alcantarillas y allí se sumergió, en la oscuridad inmunda, lo que quedaba del ghetto:

Al día siguiente, domingo 25 de abril, bajé... a la cañería subterránea que conducía al lado "ario". Nunca olvidaré lo que se me presentó ante la vista en el primer momento del descenso. Docenas de refugiados... buscaban refugio en los canales angostos y oscuros cubiertos del agua mugrienta de las letrinas municipales y de los baños de los edificios privados. En estos canales de poca altura, angostos, que sólo permitían que una persona se arrastre doblada hacia adelante, docenas de personas yacían juntas apiñadas y confundidas dentro del barro y la inmundicia (Friedman, 284).

Permanecieron allí abajo, a veces durante días, buscando su salida hacia el lado "libre"; por momentos algunos se daban cuenta del lugar en el que estaban, bajo qué intersección de calles; el tiempo pasaba, simplemente, esperando. Muchos murieron, pero gracias al esfuerzo combinado de los partisanos judíos y polacos, algunos fueron rescatados y sobrevivieron:

El 10 de mayo de 1943, a las nueve de la mañana, se abrió de repente la tapa de la alcantarilla que estaba sobre nuestras cabeza y entró un torrente de luz. A la salida estaba Krzaczek (un miembro de la resistencia polaca) que, después de más de treinta horas de estar sumergidos, nos decía que saliéramos afuera. Empezamos a trepar, uno por uno, y subimos enseguida a un camión. Era un hermoso día de primavera y el sol nos calentaba. Estábamos cegados por el brillo del sol puesto que no habíamos visto la luz del día durante semanas y habíamos pasado casi el tiempo completo en total oscuridad. En las calles había gente y .... estaban quietos mirando a estos seres extraños, a duras penas reconocibles como humanos, que se arrastraban fuera de la alcantarilla (Friedman, 290).

Si perteneciera a una novela, con cuánta facilidad podríamos hablar de los ritos de pasaje; del descenso al infierno; del viaje subterráneo a través de la muerte. Podríamos responder a todos los simbolismos de la oscuridad y de la luz, al renacimiento y a la nueva vida como bendecidos por la primavera y por el sol, estas criaturas cubiertas con cieno emergiendo de los intestinos de la tierra. Y no estaríamos leyendo mal. Puesto que a pesar del horror, todo parece familiar, muy cerca de los arquetipos que conocemos a través del arte y los sueños. Para el sobreviviente en cualquier caso, la inmersión en el excremento marca el nadir de este pasaje a través del límite. No parece ser posible una peor violación moral al ser. Aún en este caso, en que a pesar de todo aún había vida y deseo, estos cuerpos untados de mierda fueron la imagen exacta de cuánta mutilación puede soportar el espíritu humano, a pesar de la vergüenza, la abominación, el trauma de la repugnancia violenta y aún mantener el sentido de ese algo interno inviolado, intacto. "Sólo nuestros ojos afiebrados", dijo un sobreviviente de las alcantarillas,

"mostraban todavía que éramos seres humanos vivos" (Friedman, 289).

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Zywulska, Krystina, "I Came Back", trans. Krystyna Cenkalska. London: Dennis Dobson, 1951.

anasimadiana

ANASIMADIANA[1] Viernes a la tarde. La cita era a las seis. Cada una llegó unos diez minutos antes, pero nos quedamos haciendo tiempo en las inmediaciones para entrar justo a la hora marcada. Ninguna tuvo en su casa de la infancia uno de esos relojes de pie grandotes de los que caían como lágrimas lánguidas, péndulos de bronce sólidos y estables que indicaban con regularidad y sin sorpresas el paso del tiempo. Ninguna tuvo un reloj así en su casa de la infancia. Tampoco lo había en ese bar de la esquina de Corrientes y Malabia, de modo que no sonaron las seis campanadas ordenadas en el momento exacto en el que nos saludamos. Esta sorprendente puntualidad fue la segunda coincidencia.

“Mi papá no quiso tener más hijos, decía que no hay que traer hijos a este mundo”. “Mi papá ya había perdido una familia antes de la guerra, tampoco quería tener hijos”. “Fue mi mamá la que no quería, en mi caso fue mi mamá…”

“Todos los chicos tenían tíos, primos…, nosotros estábamos tan solos…”. “En mi cumpleaños venían sólo los amigos, los otros sobrevivientes”. “Los que hacían de familia eran los amigos, los que también estaban solos”. “Nunca había fiestas ni reuniones familiares”. “mi mamá y mi papá estaban mal… a mí me crió mi abuela”. “¡¡¡¡CONOCISTE A TU ABUELA???!!!”

“¡Qué vergüenza con lo de la partida de nacimiento..!” “Yo no decía que era extranjera”. “Yo al revés, me mandaba la parte con eso”. “Yo mentía acerca de mi mamá”

“Mi mamá no hablaba castellano”. “Con mi mamá era un lío cuando la llamaban al colegio… siempre tenía miedo, no entendía nada”. “A mí me decían que no se tenía que notar que no era argentina”.

“En casa no se hablaba del tema”. “Mi mamá sí, ella hablaba todo el tiempo, jugaba con nosotras a la guerra, a los bombardeos, a escondernos.., era papá el que callaba”

“Cuando venían amigos, entonces sí hablaban, se contaban anécdotas en frases entrecortadas, se entendían con la mirada, había cosas que no decían, había cosas que nosotros no debíamos escuchar”.

“Yo no sabía que éramos judíos”. “En mi casa era el tema más importante”. “En mi casa también”.

“Yo era la hermana mayor”. “Yo también.” “Y yo”.

Nos abrumaban las coincidencias. Nos asustaban. Queríamos huir. Queríamos quedarnos juntas para siempre. Decidimos que era hora de saber, que basta de silencio. Debíamos hacernos las preguntas. Nos hicimos las preguntas.

¿Qué venimos a buscar?

Nos preguntábamos ¿adónde? ¿en la Fundación? ¿en el viaje a Polonia? ¿acá, en el café? No sabíamos qué decir. ¿Dónde buscar lo que queremos buscar?

Me siento frente a un desafío atípico: el deseo de saber surgido por el asombro convertido en una incógnita; podría producirme dolor o placer; me da miedo”.

¿Qué queríamos encontrar?

“Gente como yo”. “Alguien con quien hablar”. “Personas que compartan mis preguntas y que sepan de rincones oscuros”. “Poder callar con otros que callan lo mismo que yo”. “Saber”. “comprender. “Compartir vivencias”. “un lugar seguro desde el cual transmitir este acontecimiento trágico para que su recuerdo no se extinga con el tiempo”. “Buscar mi identidad”.

¿Por qué ahora?

“Porque mis hijos ya son grandes y no saben nada”. “Por la inminencia o muerte efectiva de mis padres y el compromiso con ellos de no olvidar”. “Porque necesito saber”. “porque hasta ahora no me daba cuenta de que no sabía, de que no quería saber”. “¿qué negaba sin saber y qué sé y quiero negar?”

¿Qué representa el Holocausto para mí?

“Una historia que generó en mí profundas ambivalencias: pena, bronca; que produjo efectos: miedos, resentimientos y la convicción de que es un hecho que debe inscribirse para siempre en la historia”. “Soy una judía heredera del Holocausto, ha impregnado mi vida entera: mis sobrevivientes no pudieron cargar con tanto agobio, optaron por aislarse y encerrarse en sí mismos tratando de olvidar y de borrar el recuerdo e lo padecido”. “Recién a partir de la muerte de papá, hace unos seis años, el tema empezó a ser figura en mi vida. Está enterrado en Tablada, en el sector de los sobrevivientes; fue eso lo que le hizo adquirir una nueva identidad para mí, descubrí que el Holocausto era parte de mi historia, que fui gestada e su seno, que mi propia existencia, es decir, el hecho de que yo esté viva es la encarnación de las esperanzas y debilidades, las fortalezas y vergüenzas, de lo que se dice y lo que siempre se ha callado acerca de esta matanza inconcebible…”

 

¿Qué respuestas recibimos cuando damos a conocer nuestro compromiso con el tema?

“Si no es un ámbito propicio, no es un hecho que revele fácilmente; cuando lo transmito, veo asombro en el otro y la sensación de estar contando vivencias que le son totalmente ajenas: me pregunto ´para qué contarlo´”. “Tengo amigos que dicen que han pensado mucho hacer lo mismo, pero que temen abrir una caja de Pandora”. “Mucha gente que le importa el tema igual que a mí, no tiene, sin embargo ningún interés en comprometerse, dicen que no les hace falta”. “Me dicen que no hay que mirar para atrás, que el sufrimiento no sirve para nada”. “Algunos dicen que están cansados de la autocompasión, que mejor debemos dejar a un lado nuestra victimización y volcarnos hacia nuestra fuerza”. “Algunos me miran con admiración, dicen que quisieran pero no se atreven”.

 

¿Qué piensan nuestros familiares y amigos?

“Mi madre me legó el mandato de hacerme cargo de esta historia”. “En mi casa fue mi abuela”. “mi mamá me dice que qué voy a buscar a Polonia, que no hay nada para mí allá”. “Mi marido me entiendo pero dice que voy a sufrir mucho, que mejor olvidar todo”. “Mi hermano me dice que estoy loca, que para qué me meto en estas cosas, que qué falta me hace”. “Mi hermana acepta lo sucedido pero no está dispuesta a hacerse cargo efectivamente”. “Con mis hermanos no se habla del tema; parecería que nacimos en otra casa, que la historia no les pertenece”.

¿Qué sentimos en un marco de pares con respecto al tema?

“Sorpresa, una inenarrable sorpresa por este sentimiento extraño de hermanación”. “La intransferible vivencia de estar en casa”. “Contención”. “La posibilidad de compartir vivencias, de sentir que ´esto no sólo me pasa a mí´”. “Solidaridad”. “También me da miedo, ¿lo podremos tolerar? ¿no será demasiado? ¿podremos seguir ahondando?”.

¿Qué es para nosotros ser “hijas de sobrevivientes”?

“Me ha cargado de culpas y responsabilidad: me legaron la tarea de no olvidar y de transmitir para no olvidar”. “Fue y es duelos; aceptar la muerte de quienes son presencia para otros: tíos, abuelos, hermanos; es a veces una sensación de miedo por un gran vacío; roles vacantes: temor, soledad y con frecuencia la obligación de suplirlos, de ocupar lugares preñados de ausencia”. “Hasta hace poco, no era nada demasiado especial, no tenía conciencia de ellos, no me llamaba a mí misma de esa manera; palabras como “holocausto”, “sobrevivientes” tienen un valor desconocido que me empieza a resultar familiar. Hay muchos sectores oscuros de mi vida que tal vez puedan empezar a iluminarse. Tengo la sensación, aún remota, de una cortina que empieza a descorrerse. Recién me estoy dando cuenta de esta nueva carta de identidad”.

 

¿Qué necesitamos saber de la historia de nuestros padres en la guerra?

“Temo saber la verdad en su dimensión de horror”. “Saber qué pasó exactamente, cada minuto, cada respiración contenida”. “Cómo hicieron en los momentos de peligro, cómo se dieron cuenta en cada paso qué había que hacer”. “Qué pasaba si se resfriaban o se enfermaban de algo”. “Si cuando dormían soñaban y qué soñaban”. “Qué pensaban cuando tenían hambre”. “Tengo la disyuntiva entre el horror del saber y la tranquilidad del desconocimiento”.

Ana R.H. de Kahan, Sima Weingarten, Diana Wang,

hijas de sobrevivientes de la Shoá.

 

[1] Publicado en “Nuestra Memoria” (publicación de la Fundación Memoria del Holocausto), marzo 1995, Año I, Nº 2, pags 16-17

 

GLOSARIO DEL HOLOCAUSTO

Del Centro Simon Wiesenthal. Traducción: Diana Wang Términos, lugares, personalidades:

Aktion - Aliados - Anielewicz, Mordechai - Anschluss - Auschwitz - Baeck, Leo- Belzec - Campos de concentración - Campos de exterminio - Chamberlain, Neville - Chelmno - Churchill, Winston - Conferencia de Evian - Conferencia de Wansee - Decreto de Noche y Niebla -Eichmann, Adolf - Einsatzgruppen - Eje -Eutanasia - Frank, Hans - Frick, Wilhelm - Genocidio - Gerstein, Kurt - Gueto - Ghetto de Varsovia - Gitanos -Goering, Hermann - Gran Reich de Alemania - Grynszpan, Herschel - Hess, Rudolf - Heydrich, Reinhard - Hitler, Adolf - Holocausto - Insignia judía - Judenrat - Judenrein - Justos entre las naciones - Kapo - Kristallnacht - Leyes de Nuerenberg -Lidice - Lodz - Mauthausen - Majdanek - Mein Kampf - Mengele, Joseph - Musselmann - Partisanos - Protocolos de los sabios de Sión - Rath, Ernst - Raza aria - SA - Selección - Sobibor - Solución final -SS - St. Louis - Struma - Der Stuermer - Terezin - Testigos de Jehová - Treblinka - Umschlagplaz - Wallenberg, Raoul - Wiesenthal, Simon.

AKTION (alemán): Operación que incluía la agrupación masiva, la deportación y el asesinato de judíos llevado a cabo por los nazis durante el holocausto.

ALIADOS: Naciones que pelearon contra la Alemania nazi, Italia y Japón durante la Segunda Guerra: primariamente los Estados Unidos, Gan Bretaña y la Unión Soviética.

ANIELEWICZ, MORDECHAI (1919-1943): Principal conductor de la resistencia judía en el Ghetto de Varsovia; muerto el 8 de mayo de 1943.

ANSCHLUSS (alemán): Anexión de Austria a Alemania el 13 de marzo de 1938.

AUSCHWITZ: Campo de concentración y exterminio en la alta Silesia, Polonia, a unos 20 km al oeste de Cracovia. Establecido en 1940 como campo de concentración, se transformó en campo de exterminio al comienzo de 1942. Llegó a estar constituido por tres secciones: Auschwitz I, el campo principal; Auschwitz II (Birkenau), el campo de exterminio; Auschwitz III (Monowitz), el campo de trabajo de la I.G. Farben también conocido como Buna. Auschwitz tenía numerosos sub-campos adicionales.

BAECK, LEO (1873-1956): Rabino, filósofo y dirigente comunitario en Berlín. En 1933 fue el presidente de la Representación en el Reich de los Judíos Alemanes, una organizacion responsable ante el régimen nazi acerca de temas judíos. A pesar de sus oportunidades para emigrar, Baech rehusó dejar Alemania. En 1943 fue deportado al ghetto de Terezin (Theresienstadt) donde fue miembro del Consejo de los Mayores y líder espiritual de los judíos prisioneros. Luego de la liberación del ghetto, emigró a Inglaterra.

BELZEC: Uno de los seis campos de exterminio en Polonia. Establecido originariamente en 1940 como un campo de trabajos forzados para judíos, los alemanes comenzaron la construción de un campo de exterminio en Belzec el 1 de noviembre de 1941 como parte de la Aktion Reinhard. Hasta el momento en que cesó sus operaciones en enero de 1943 más de 600.000 personas habían sido asesinadas allí.

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN: Inmediatamente luego de asumir el poder el 30 de enero de 1933, los nazis establecieron campos de concentración para todos los “enemigos” de su régimen: potenciales y reales oponentes políticos (por ejemplo comunistas, socialistas, monarquistas), testigos de Jehová, gitanos, homosexuales y otros “asociales”. En el comienzo de 1938, los judíos fueron señalados como objetivo debido a la exclusiva razón de ser judíos. Antes de eso, sólo eran enviados allí los que correspondían a las categorías previamente mencionadas. Los primeros tres campos de concentración establecidos fueron Dachau (cerca de Munich), Buchenwald (cerca de Weimar) y Sachsenhausen (cerca de Berlín).

CAMPOS DE EXTERMINIO: Campos nazis para la matanza masiva de judíos y otros (por ejemplo gitanos, prisioneros de guerra rusos, prisioneros enfermos). Conocidos como “campos de muerte”, incluían: Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno, Majdanek, Sobibor y Treblinka. Todos estaban ubicados en la Polonia ocupada.

CHAMBERLAIN, NEVILLE (1869-1940): Primer Ministro británico entre 1937 y 1940. Firmó el Acuerdo de Munich en 1938 con Adolf Hitler creyendo erróneamente que traería “paz a nuestro tiempo”. CHELMNO: Uno de los campos de exterminio establecidos a fines de 1941 en la región de Warthegau en la Polonia oriental, a unos 30 km al oeste de Lodz. Fue el primer campo donde las ejecuciones masivas se llevaron a cabo por medio de gas. Un total de 320.000 personas fue exterminada en Chelmno.

CHURCHILL, WINSTON (1875-1965): Primer Ministro británico entre 1940 y 1945. Continuó a Chamberlain el 10 de mayo de 1940, en la cumbre de la conquista de la Europa oriental por Hitler. Churchill fue uno de los escasos políticos occidentales que reconoció la amenaza que Hitler cernía sobre Europa. Se opuso firmemente a la política de aplacamiento de Chamberlain.

CONFERENCIA DE EVIÁN (6 de julio de 1938): La conferencia fue pactada con el presidente Franklin D. Roosevelt en julio de 1938 para discutir el problema de los refugiados. Treinta y dos países se encontraron en Evian-les-Bains, Francia. Sin embargo, no se consiguió mucho, puesto que los países occidentales se oponían a aceptar a los refugiados judíos. CONFERENCIA DE WANSEE (20 de enero de 1942): La conferencia de Wansee tuvo lugar cerca de Berlín; allí se discutió y coordinó la “Solución final”. Participaron muchos nazis de alto rango, incluyendo a Reinhard Heydrich y Adolf Eichmann.

DECRETO DE NOCHE Y NIEBLA: Orden secreta dada por Hitler el 7 de diciembre de 1941 para prender a la “personas que ponen en peligro a la seguridad alemana” y que debían desvanecerse sin dejar rastros, en la noche y la niebla.

EICHMANN, ADOLF (1906-1962): Teniente coronel, cabeza de la “Sección Judía” de la Gestapo. Eichman participó de la Conferencia de Wansee (20 de enero de 1942). Fue quien instrumentó la “Solución Final” con la organización del transporte de judíos a los campos de muerte desde todas partes de Europa. Fue arrestado al final de la Segunda Guerra en la zona americana pero consiguió huir, pasó a la clandestinidad y desapareció. El 11 de mayo de 1960, miembros del Servicio secreto Israelí descubrieron su lugar de residencia en la Argentina y lo secuestraron llevándolo hacia Israel. Eichmann fue juzgado en Jerusalém (abril a diciembre de 1961), hallado culpable y sentenciado a muerte. Fue ejecutado el 31 de mayo de 1962.

EINSATZGRUPPEN (alemán): Unidades móviles del tamaño de un batallón pertenecientes al Servicio de Seguridad de la Seguridad Policial que siguió al ejército alemán en su invasión a la Unión Soviética en junio de 1941. Estas unidades eran apoyadas por unidades uniformadas de la Policía Alemana de Orden y auxiliares voluntarios (estonios, latvios, lituanios y ucranianos). Sus víctimas, básicamente judíos, eran ejecutadas por fusilamiento y enterradas en fosas comunes de las que eran posteriormente exhumadas y quemadas. No menos de un millón de judíos fueron asesinados de esta manera. Había cuatro Einsatzgruppen que estaban subdivididos en Einsatzkommandos del tamaño de compañías.

EJE: Los poderes del Eje incluían originariamente la Alemania Nazi, Italia y Japón quienes firmaron el pacto de Berlín el 27 de septiembre de 1940. Más tarde se sumaron Bulgaria, Croacia, Hungría y Eslovaquia.

EUTANASIA: El término original se refiere a la muerte facil e indolora para los enfermos terminales. Sin embargo, el programa de eutanasia nazi le confirió un significado totalmente diferente: la toma de medidas eugénicas par mejorar la calidad de la “raza” alemana. Este programa determinaba la muerte “piadosa” y forzosa para los locos incurables, los discapacitados crónicos, los deformados y los “superfluos”. Se desarrollaron tres clasificaciones principales: 1) eutanasia para incurables; 2) exterminación directa por medio de “tratamientos especiales” y 3) experimentos de esterilización masiva.

FRANK, HANS (1900-1946): Gobernador general de la Polonia ocupada desde 1939 hasta 1945. Miembro del partido nazi desde sus primeros días y abogado personal de Hitler, anunció que “Polonia será tratada como una colonia; los polacos serán esclavos del Gran Reich Alemán”. Hacia 1942, más del 85% de los judíos de Polonia habían sido transportados hacia campos de exterminio. Frank fue juzgado en Nuerenberg, sentenciado y ejecutado en 1946.

FRICK, WILHELM (1877-1946): Burócrata nazi designado Ministro del Interior en 1933 desde cuyo puesto fue responsable de la ejecución de la leyes raciales nazis. En 1946 fue juzgado en Nuerenberg, hallado culpable y ejecutado. GENOCIDIO: La destrucción deliberada y sistemática de grupos religiosos, raciales, nacionales y culturales. GERSTEIN, KURT (1905-1945): Cabeza del Instituto de Higiene de la Waffen SS en Berlín. Merced a lazos que mantenía con la resistencia, Gerstein compraba el gas necesario para Auschwitz pretendidamente para fumigación aunque usado efectivamente para el asesinato de judíos. Transmitió la información acerca de los asesinatos a representantes suecos y a nuncios papales del Vaticano. Sus remordimientos lo llevaron a ahorcarse en una prisión francesa después de la guerra. Es el autor de una descripción exhaustiva y fiel del procedimiento utilizado en Belzec para el exterminio mediante gas. Fue protagonista de la obra de Rolf Hochhuth “El oficial” y el sujeto de la biografía de Saul Friedlander “La ambigüedad de Dios”. GUETO: Los nazis revivieron el gueto medieval al crear los forzados “barrios judíos”. El ghetto constituía un sector de la ciudad donde todos lo judíos de los alrededores eran obligados a residir. Rodeados por alambrados de púas o paredes, eran frecuentemente sellados para evitar que la gente entrara o saliera. Los guetos fueron establecidos mayormente en la Europa oriental (por ejemplo Lodz, Varsovia, Vilna, Riga, Minsk); se caracterizaban por la sobrepoblación, el hambre y los trabajos forzados. Todos los guetos fueron destruídos, al tiempo que los judíos eran deportados a los campos de muerte.

GUETO DE VARSOVIA: Establecido en noviembre de 1940, el gueto, rodeado de una pared, confinó cerca de 500.000 judíos. Casi 45.000 judíos murieron allí debido a la superpoblación, a los trabajos forzados, a la falta de recursos sanitarios, al hambre y a las enfermedades. Desde el 19 de abril hasta el 16 de mayo de 1943, tuvo lugar una revuelta en el gueto, cuando los alemanes comandados por el general Juemlergen y sus tropas, intentaron arrasar el gueto y deportar a Treblinka a los habitantes que aún quedaban. Conducido por Mordechai Anielevicz, fue el primer intento de levantamiento de una población urbana en la Europa ocupada. (Ver ANIELEWICZ, MORDECHAI).

GITANOS: Pueblo nómade, cuyos orígenes parecen provenir del noroeste de India desde donde emigraron a Persia hacia el siglo catorce. Los gitanos aparecieron en la Europa Occidental hacia el siglo quince. En el siglo dieciséis, estaban extendidos por toda Europa donde fueron perseguidos casi tan continuadamente como los judíos. Los gitanos ocuparon un lugar especial en las teorías racistas nazis. Se cree que durante el holocausto murieron aproximadamente 500.000 gitanos.

GOERING, HERMANN (1893-1946): Miembro temprano del partido nazi, Goering participó del “Putsch de la Cervecería” de Hitler, en Munich en 1923 (ver ADOLF HITLER). Luego de su fracaso, se trasladó a Suecia donde vivió (durante un tiempo en una institución psiquiátrica) hasta 1927. En 1928 fue elegido para integrar el Reichstag del cual fue presidente en 1932. Cuando Hitler accedió al poder en 1933, lo nombró Ministro del Aire de Alemania y Primer Ministro de Prusia. Fue el responsable por el programa de rearme y especialmente por la creación de la Fuerza Aérea alemana. En 1939, Hitler lo designó como su sucesor. Durante la Segunda Guerra, fue el dictador virtual de la economía alemana y el responsable absoluto de la guerra aérea de Alemania. Hallado culpable en Nuerenberg en 1946, Goering se suicidó ingiriendo veneno dos horas antes de la hora de su ejecución.

GRAN REICH ALEMÁN: Designación de la Alemania expandida que intentaba incluir los territorios donde habitaban todas las personas de habla alemana. Era uno de los objetivos principales de Hitler. Fue una realidad por un corto período de tiempo después de la conquista de gran parte de la Europa Oriental durante la Segunda Guerra.

GRYSZPAN, HERSCHEL (1921-1943): Los padres de este adolescente habían sido cercados en la pre-guerra junto a otros polacos judíos que vivían en Alemania, mientras que él fue deportado a la frontera polaca de donde emigró a París. El 7 de noviembre de 1938 disparó e hirió mortalmente al tercer secretario Ernst von Rath de la Embajada de Alemania en Paris. Los nazis usaron de este incidente como excusa para el progrom de la KRISTALLNACHT (Noche de los Cristales Rotos). HESS, RUDOLF (1894-1987): Oficial y asociado cercano a Hitler desde los primeros días del movimiento nazi. El 10 de mayo de 1941 voló solo desde Augsburg y se arrojó en paracaídas, aterrizando en Escocia donde fue rápidamente arrestado. El propósito de su vuelo nunca fue esclarecido. Probablemente quería persuadir a los británicos de hacer la paz con Hitler cuando éste atacó a la Unión Soviética. Hitler lo declaró inmediatamente insano. Hess fue juzgado en Nuerenberg, encontrado culpable y sentenciado a prisión perpetua. Fue el único prisionero de la Prisión de Spandau hasta su aparente suicidio en 1987.

HEYDRICH, REINHARD (1904-1942): Oficial naval que se unió a los SS en 1932 luego de ser excluído de la Marina. Encabezó el Servicio de Seguridad SS (SD), un departamento de inteligencia del partido nazi. En 1933-34 estuvo al frente de la Policía Política (Gestapo) y luego de la Policía Criminal (Kripo). Combinó a la Gestapo con la Kripo en la Policía de Seguridad (SIPO). En 1939, Heydrich unió el SD con la SIPO en la Oficina Principal de Seguridad del Reich. Organizó los Einsatzgruppen que asesinaron sistemáticamente a los judíos en la Rusia ocupada entre 1941-42. En 1941 Goering le solicitó la implementación de la “Solución final para el problema judío”. Durante el mismo año fue designado protector de Bohemia y Moravia. En enero de 1942, presidió la Conferencia de Wansee, un encuentro para coordinar la “Solución final”. El 29 de mayo de 1942 fue asesinado por partisanos checos que llegaron en paracaídas desde Inglaterra (para ver las consecuencias de su asesinato, ver LIDICE)

HITLER, ADOLF (1889-1945): Fuerer y Reichskanzler (líder y canciller del Reich). Aunque nacido en Austria, se estableció en Alemania en 1913. En la Primera Guerra se enlistó en el Ejército de Bavaria, llegó a cabo y recibió la Cruz de Hierro de Primera Clase por su bravura. Al volver a Munich después de la guerra, se unió al recientemente formado Partido Obrero Alemán que, bajo su liderazgo, fue prontamente reorganizado como el Partido Obrero Nazional Socialista Alemán (NSDAP). En noviembre de 1923, fracasó en su intento de conducir a Alemania bajo el control nacionalista. Cuando el golpe -conocido como el “Putsch de la cervecería”- falló, Hitler fue arrestado y sentenciado a 5 años de prisión. Fue durante ese tiempo que escribió Mein Kampf. Luego de cumplir sólo 9 meses de su sentencia, reingresó rapidamente a la política alemana y pronto marginó a sus rivales en las elecciones nacionales. En enero de 1933, Hindenburg lo designó como canciller de un gabinete de coalición. Ocupó su despacho el 30 de enero de 1933 e inmediatamente instaló una dictadura. En 1934, la cancillería y la presidencia se unificaron en la persona del Fuehrer. Pronto, todos los demás partidos quedaron fuera de la ley y la oposición fue brutalmente suprimida. Hacia 1938, Hitler implementó su sueño de la “Gran Alemania”, anexando primero a Austria; luego, (con la aquiescencia de las democracias occidentales), los Sudetes (la provincia checa con concentración étnica germana) y, finalmente, Checoeslovaquia misma. El 1 de septiembre de 1939, el ejército de Hitler invadió Polonia. Recién entonces las democracias occidentales se percataron que ningún acuerdo con Hitler sería honrado y comenzó la Segunda Guerra Mundial. Aunque resultaron victoriosos inicialmente en todos los frentes, los ejércitos de Hitler comenzaron a sufrir derrotas poco después de que los Estados Unidos se unieron a la guerra en diciembre de 1941. Aunque la guerra estaba obviamente perdida hacia el comienzo de 1945, Hitler insistió en que Alemania peleara hasta la muerte. El 30 de abril de 1945, prefirió suicidarse antes que ser capturado con vida.

HOLOCAUSTO: La destrucción de cerca de 6 millones de judíos por los nazis y sus seguidores en Europa entre los años 1933 y 1945. También fueron perseguidos y sufrieron intensamente durante este período, otros individuos y grupos, pero sólo los judíos en su totalidad eran marcados para su completa y definitiva aniquilación. El término “holocausto” -literalmente “un sacrificio total por el fuego”- sugiere una connotación sacrificial a lo que ocurrió. La palabra Shoah, originalmente un término bíblico que significa “desastre universal”, es el moderno equivalente hebreo.

INSIGNIA JUDÍA: Un signo distintivo que los judíos debían usar en la Alemania nazi y en los territorios ocupados por los nazis. Tomaba con frecuencia la forma de una estrella de David amarilla.

JUDENRAT (PLURAL: JUDENRAETE) (alemán): Consejo judío de representantes en comunidades y ghettos, ordenados por los nazis para llevar a cabo sus instrucciones.

JUDENREIN (alemán): “Limpio de judíos”, designando áreas donde los judíos habían sido asesinados o de las que habían sido deportados.

JUSTOS ENTRE LAS NACIONES: Término aplicado a los no-judíos que, con riesgo de sus vidas, salvaron judíos de sus perseguidores nazis

KAPO: Prisonero a cargo de un grupo de prisioneros en los campos de concentración nazis.

KRISTALLNACHT (alemán): “ La noche de los cristales rotos”, progrom organizado por los nazis en la noche del 9 de noviembre de 1938. En Alemania y Austria, sinagogas y otras instituciones judías fueron quemadas, negocios judíos destruídos y sus pertenencias robadas. Al mismo tiempo, aproximadamente 35.000 hombres judíos fueron enviados a campos de concentración. La “excusa” para esta acción fue el asesinato de Ernst von Rath en Paris por un adolescente judío cuyos padres habían sido evacuados por los nazis (ver GRYSPAN, HERSCHEL).

LEYES DE NUERENBERG: Dos estatutos antijudíos promulgados en septiembre de 1935 durante la convención de Nuerenberg del partido nacional nazi. El primero, la Ley de Ciudadanía del Reich, privaba a los judíos alemanes de su ciudadanía y de todos sus derechos concomitantes. El segundo, la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, dejó fuera de la ley a los matrimonios entre judíos y no judíos, prohibió a los judíos emplear a mujeres alemanas en edad de procrear y prohibió a los judíos la exhibición de la bandera alemana. Se agregaron muchas regulaciones adicionales a estos dos estatutos principales, las que proveyeron las bases para la erradicación de los judíos de todas las esferas de la política alemana y de la vida social y económica. Las Leyes de Nuerenberg establecieron cuidadosas definiciones acerca de la judeidicidad basada en la sangre. En consecuencia, muchos alemanes con antepasados mixtos, llamados “Mischlinge”, enfrentaron la discriminación intisemítica si no tenían todos sus abuelos judíos.

LIDICE: Pueblo minero checo (población 700). En represalia por el asesinato de Reinhard Heydrich, los nazis “liquidaron” el pueblo en 1942. Dispararon sobre los hombres, deportaron a las mujeres y los niños a campos de concentración, arrasaron el pueblo hasta los cimientos y borraron su nombre de los mapas. Después de la Segunda Guerra, un nuevo pueblo fue construido cerca de donde estaba el viejo Lidice, que es ahora un Parque Nacional de la Memoria (ver HEYDRICH, REINHARD).

LODZ: Ciudad en la Polonia occidental (renombrada Litzmannstadt por los nazis), donde se creó el primer gran ghetto en abril de 1940. Hacia septiembre de 1941 la población del ghetto era de 144.000 en un área de 1.6 millas cuadradas (estadísticamente, 5.8 personas por habitación). En octubre de 1941, 20.000 judíos de Alemania, Austria y el Protectorado de Bohemia y Moravia fueron enviados al ghetto de Lodz. Los deportados de Lodz durante 1942 y junio-julio 1944 fueron enviados al campo de exterminio de Chelmno. En agosto-septiembre 1944, el ghetto fue liquidado y los 60.000 judíos restantes fueron enviados a Auschwitz.

MAUTHAUSEN: Un campo para hombres abierto en agosto de 1938, cerca de Linz en el norte de Austria. Mauthausen fue clasificado por los SS como un campo de la mayor severidad. Las condiciones consideradas como brutales aún según los parámetros comunes de los campos de concentración. Cerca de 125.000 prisioneros de variadas nacionalidades fueron muertos por agotamiento en trabajos forzados y/o por tortura, antes de la llegada de las tropas de liberación americanas en mayo de 1945.

MAJDANEK: Campo de muerte masivo en la Polonia oriental. Al comienzo era un campo de trabajo para los polacos y los prisioneros de guerra rusos; luego fue un centro de exterminio por gas para los judios. Majdanek fue liberado por el Ejército Rojo en julio de 1944 pero no antes que 250.000 hombres, mujeres y niños hubieran perdido sus vidas allí.

MEIN KAMPF (alemán): Este libro autobiográfico (Mi lucha) de Hitler, fue escrito durante su prisión en la fortaleza de Landsberg luego del “Putsch de la cervecería” en 1923. Aquí, Hitler propone sus ideas, creencias y planes para el futuro de Alemania. Todo, incluso su política exterior, está teñido por su “ideología racial”. Plantea que los alemanes pertenecen a la “superior” raza aria; debido a ello tienen derecho al “espacio vital” (Lebensraum) del este, ocupado por los eslavos “inferiores”. En su transcurso acusa a los judíos de ser la fuente de todo mal, igualándolos con el bolcheviquismo y, al mismo tiempo, con el capitalismo internacional. Desgraciadamente, aquella gente que leyó el libro (excepto sus admiradores) no lo tomó seriamente, lo consideró más bien como exabruptos de un maníaco (ver HITLER, ADOLF).

MENGELE, JOSEF (1911-1978?): Médico en Auschwitz, conocido por sus experimentos seudo-médicos, especialmente sobre gemelos y gitanos. “Seleccionaba” a los reciénllegados simplemente indicando hacia la derecha o hacia la izquierda, separando a aquellos capaces de trabajo de quienes no lo eran. Los que estaban demasiado débiles o viejos para trabajar eran enviados directamente a las cámaras de gas, luego, todas sus posesiones, incluyendo sus ropas, eran enviadas para su venta a Alemania. Después de la guerra, pasó algún tiempo en un hospital británico pero luego desapareció, pasó a la clandestinidad, escapó a Argentina y luego a Paraguay donde logró su ciudadanía en 1959. Fue buscado por la Interpol, por agentes israelíes y por Simon Wiesenthal. En 1986 su cuerpo fue encontrado el Embú, Brasil.

MUSSELMAN (alemán): En jerga de los campos de concentración, la palabra designa a los prisioneros que se han rendido, que no pelean más por su vida.

PARTISANOS: Tropas irregulares que conducían una guerra de guerrilla, a menudo detrás de las líneas enemigas. Durante la Segunda Guerra, el término fue aplicado a los luchadores de la resistencia en los países ocupados por los nazis.

PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION: Una pieza mayor de la propaganda antisemita compilada al comienzo del siglo XX por la Policía Secreta zarista. Es la adaptación de una sátira polémica del siglo pasado dirigida originariamente contra el emperador Napoleón III, substituído ahora por dirigentes judíos. Los Protocolos sostienen que los judíos complotan para conseguir el dominio mundial por medio del enfrentamiento de cristianos contra cristianos, la corrupción de la moral cristiana y el intento de destruir la economía y la política de occidente. Tuvo gran popularidad luego de la Primera Guerra y fue traducido a varios idiomas, estimulando el antisemitismo en Francia, Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos. Largamente repudiado como una mentira absurda y abyecta, el libro sigue siendo publicado y ampliamente distribuído por los neo-nazis y los interesados en la destrucción del Estado de Israel.

RATH, ERNST VON (1909-1939): Tercer secretario de la embajada alemana en Paris quien fuera asesinado el 7 de noviembre de 1938 por Herschel Grynszpan (ver GRYNSZPAN, HERSCHEL)

RAZA ARIA: “Ario” era un concepto aplicado originariamente a la gente que hablaba cualquier lengua indo-europea. Los nazis, sin embargo, aplicaron el término en principio al grupo racial de la gente del norte de Europa. Su objetivo era evitar lo que consideraban la “bastardización de la raza alemana”y preservar la pureza de la sangre europea. (Ver LEYES DE NUERENBERG)

SA: (abreviatura: Stuemlarmabteilung). Las fuerzas de choque del temprano partido nazi organizado en 1921.

SELECCIÓN: Eufemismo por el proceso de elección de las víctimas para las cámaras de gas en los campos nazis por medio de su separación de aquellos considerados capaces de trabajar (ver MENGELE, JOSEPH)

SOBIBOR: Campo de exterminio en el distrito de Lublin en la Polonia oriental (ver BELZEC; CAMPOS DE EXTERMINIO). Sobibor comenzó a funcionar en mayo de 1942 y terminó un día después de la rebelion de los prisioneros judíos el 14 de octubre de 1943. Al menos 250.000 judíos fueron asesinados allí.

SOLUCIÓN FINAL: El eufemismo que se usó para denominar el plan de destrucción de los judíos de Europa -la “Solución final a la cuestión judía”-. Desde el comienzo de diciembre del 1941 los judíos fueron acorralados y enviados a campos de exterminio en el este. El programa se disfrazaba bajo el apelativo “reasentamiento en el este”.

SS: (Abreviatura usualmente escrita con dos rayos, símbolos de la Schutzstaffel, unidades de Defensa y Protección). Organizadas originalmente como cuerpo de guardaespaldas personales de Hitler, las SS se transformaron en una organización gigante gracias a Heinrich Himmler. Aunque varias unidades de SS lucharon en el campo de batalla, la organización es más conocida por las acciones que encaró en la destrucción de la judería europea.

ST. LOUIS: El barco de vapor St. Louis fue un barco de refugiados que dejó Hamburgo en la primavera de 1939 rumbo a Cuba. Cuando el barco llegó, sólo 22 de los 1128 refugiados pudieron desembarcar. Ningún país, incluyendo los Estados Unidos, quiso aceptar a los otros. El barco regresó finalmente a Europa donde muchos de los refugiados pudieron entrar a Inglaterra, Holanda, Francia y Bélgica.

STRUMA: Nombre del barco que llevó 769 refugiados desde Rumania a fines de 1941. No pudo entrar en Palestina ni en Turquía y fue enviado al Mar Negro donde naufragó en febrero de 1942 con la pérdida de todos a bordo menos uno

DER STUERMER (El atacante): Semanario alemán antisemita fundado y editado por Julius Streicher, publicado en Nuerenberg entre 1923 y 1945.

TEREZIN (checo), THERESIENSTADT (alemán).: Establecido al comienzo de 1942 en las afueras de Praga como un ghetto “modelo”, Terezin no era una sección amurallada de la ciudad sino una fortaleza austríaca del siglo dieciocho. Se transformó en una localidad judía gobernada y controlada por los SS. Cuando comenzaron las deportaciones del centro de Europa a los campos de exterminio en la primavera de 1942, ciertos grupos fueron excluídos inicialmente: inválidos, parejas de matrimonios mixtos y sus hijos, judíos prominentes con conexiones especiales. Estos eran enviados al ghetto de Terezin. Allí se unían a jóvenes y viejos judíos del Protectorado y luego con prominentes judíos de Dinamarca y Holanda. Sus grandes barracas servían como dormitorios para la vida comunal; también había oficinas, talleres, enfermerías y cocinas comunitarias. Los nazis usaban a Terezin para engañar a la opinión pública. Toleraban una activa vida cultural con teatro, música, conferencias y arte. De esta manera podía ser exhibido ante inspectores de la Cruz Roja Internacional. Terezin, sin embargo, era tan sólo una estación en el camino hacia los campos de exterminio; alrededor de 88.000 judíos fueron deportados a sus muertes en el este. En abril de 1945, sólo l7.000 judíos permanecían en Terezin; allí llegaron otros 14.000 prisioneros de campos de concentración, evacuados por los nazis debido a la amenaza de la proximidad del ejército aliado. El 8 de mayo de 1945 Terezin fue liberado por el Ejército Rojo (ver BAECK, LEO).

TESTIGOS DE JEHOVÁ: Una secta religiosa originada en los Estados Unidos, organizada por Charles Taze Russell. Los testigos basan sus creencias en la biblia y no tienen ministros oficiales. Reconocen sólo el reino de Dios y rehúsan saludar la bandera, armarse y participar en asuntos de gobierno. Esta doctrina los puso en conflicto con el Nazional Socialismo. Eran considerados enemigos del estado y perseguidos sin cesar.

TREBLINKA: Campo de exterminio en lo noreste de Polonia (ver CAMPOS DE EXTERMINIO). Establecido en mayo de 1942 junto con el línea férrea Varsovia-Bialistok, 870.000 personas fueron asesinadas allí. El campo operó hasta el otoño de 1943 cuando los nazis lo destruyeron completamente en un intento de esconder toda huella de sus crímenes.

UMSCHLAGPLATZ (alemán): Punto de congregación. Era una plaza en el ghetto de Varsovia donde los judíos eran cercados para la deportación a Treblinka.

WALLENBERG, RAOUL (1912-??): Diplomático sueco que, en 1944, fue en una misión a Hungría para salvar tantos judíos como le fuera posible entregándoles documentación sueca, pasaportes y visas. Se le atribuye haber salvado cuando menos a 30.000 personas. Después de la liberación de Budapest, fue llevado misteriosamente en custodia por los rusos y su destino aún permanece desconocido.

WIESENTHAL, SIMON (1908- ): Sobreviviente del holocausto muy conocido quien ha dedicado su vida, desde el final de la guerra, a la colección de evidencia para el enjuiciamiento de criminales de guerra nazis.

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Respuestas a 13 argumentos revisionistas

Del Centro Simon Wiesenthal. 1995 - Traducción: Diana Wang Las siguientes preguntas son las planteadas habitualmente por los “Revisionistas históricos” en sus intentos de negar la existencia del holocausto. Las respuestas fueron preparadas por Aarón Breibart, Investigador del Centro Simón Wiesenthal:

1.- El holocausto fue meramente propaganda aliada.

2.- No hay prueba alguna de que el holocausto sucedió.

3.- Las pérdidas judías estimadas durante el holocausto están muy exageradas. Nunca hubo 6 millones de judíos en Alemania.

4.- ¿Acaso el Comité Internacional de la Cruz Roja no informó que sólo 300,000 personas habían perecido en los campos de concentración alemanes, no todos judíos?

5.- La política nazi hacia los judíos era la emigración, no el exterminio.

6.- No se ha encontrado ni siquiera un documento con la firma de Hitler que ordenara el exterminio de los judíos.

7.- El Zyklon B era para fumigar, no era útil para el asesinato en masas.

8.- Si el zyklon B era tan tóxico, ¿cómo era posible la extracción de los cuerpos de las cámaras de gas pocos minutos después de la ejecución?

9.- El Zyklon B es tan inflamable que una pequeña chispa a través del sistema de ventilación o el inmenso calor creado por los hornos cercanos podría haber resultado en una explosión.

10.- No hay prueba alguna de que los nazis alguna vez asesinaran a alguien en cámaras de gas.

11.- El ingeniero norteamericano y “experto” en ejecuciones, Fred Leuchter, probó que las “así llamadas” cámaras de gas en Auschwitz no podían haber sido usadas para su “supuesto” propósito.

12.- ¿Acaso no testificó el mismo Simon Wiesenthal que no había campos de exterminio en Alemania?

13.- Durante años, la estadística de muerte en Auschwitz‑Birkenau había sobrepasado los 3 millones. Sin embargo, hace poco, una placa recordatoria ubicada en el campo estima las pérdidas en cerca de 1 millón. ¿No será que este nuevo número implica que las pérdidas judías durante el holocausto fueron mucho menores que las pensadas previamente? RESPUESTAS

1. El holocausto fue meramente propaganda aliada.

Los aliados, en realidad, ignoraron los informes filtrados de Europa acerca del asesinato masivo de judíos por los nazis y sus colaboradores. Aún convencidos de su veracidad, trataron de esconder la información a la opinión pública. El 8 de agosto de 1942, el Dr. Gerhart Riegner, representante del Congreso Judío Mundial en Ginebra, Suiza, solicitó al consulado norteamericano en Suiza que informe al dirigente de los judíos norteamericanos Rabbi Stephen S. Wise acerca del plan de exterminio de los judíos europeos. La información le había sido dada a Riegner por un oficial alemán de alto rango.

En el mismo año, un militante polaco en la clandestinidad, Jan Karski, había sido introducido en forma secreta en un campo de concentración alemán en Polonia. Una vez fuera de él, fue enviado a Londres por su grupo, para informar acerca de los horrores de los que había sido testigo. Karski habló tanto con Roosevelt como con Churchill. Sin embargo, el testimonio de Karski no fue considerado.

Con revisar tan sólo los periódicos principales de la época, puede verse qué poca atención se dispensaba a las atrocidades nazis. Si el holocausto hubiese sido mera “propaganda”, ¿por qué se habrían tomado los aliados tanto trabajo para mantenerlo secreto?

2. No hay prueba de que el holocausto ocurrió.

Ningún crimen en la historia ha estado tan bien documentado como el holocausto. Las pruebas son multi-facéticas. Está demostrado por una miríada de documentos, en su mayoría de autoría nazi, capturados por las tropas aliadas antes de que los alemanes pudieran destruirlos. Incluyen detallados informes acerca de fusilamientos en masa y asesinatos con gas. Unos 3,000 documentos acerca de la destrucción de la comunidad judía de Europa por los nazis, fueron presentados por la fiscalía ante el tribunal de crímenes de guerra en Nuremberg. Los testimonios de primera mano de los sobrevivientes que vivenciaron los horrores de los campos de muerte, así como los informes y confesiones de los perpetradores, dejan pocas dudas acerca de la naturaleza de la “solución final” de Hitler. Películas espantosas y fotos de operaciones de matanzas y sus consecuencias pueden sólo comenzar a darnos una imagen de la dimensión de la bestialidad nazi; también lo proporcionan los informes de los Generales aliados así como las tropas que se enfermaban ante lo que encontraban en los lugares de las matanzas que acaban de liberar. Los sospechosos nazis juzgados en los años de posguerra por crímenes de guerra nunca arguyeron que los crímenes por los que eran acusados eran ficticios. Decían, por el contrario, que habían, “seguido órdenes”. La evidencia es, de hecho, tan exhaustiva que el 9 de octubre de 1981, el juez Thomas T. Johnson de la Corte Superior de California, sentó jurisprudencia diciendo que "El holocausto no es un tema sujeto a discusión. Es un suceso capaz de ser determinado de manera inmediata e indudable por medio de recursos de certeza razonable e incontrovertible. Es, simplemente, un hecho."

3. Las pérdidas judías estimadas durante el holocausto fueron muy exageradas. Nunca hubo 6 millones de judíos en Alemania.

Es verdad que en Alemania vivían menos de 600,000 judíos cuando Hitler accedió al poder en 1933. La mayoría de los judíos asesinados por los nazis, sin embargo, no vivían en Alemania. Residían en países invadidos por Alemania durante la guerra, especialmente Polonia y zonas de la Unión Soviética, donde millones de judíos habían establecido su hogar. De hecho, el protocolo de la Conferencia de Wannsee ( 20 de enero de 1942) un documento alemán que describe el plan nazi para el aniquilamiento de la judería europea, menciona más de 11 millones de judíos en el continente. La cifra 6 millones puede ser demostrada, comparando a la población judía de Europa de antes con la de después de la guerra. Tomando en cuenta incluso a aquéllos que escaparon de Europa y los otros que podían haber muerto por causas naturales, hay cerca de 6.000.000 de personas de los que no se puede dar cuenta. Documentos alemanes auténticos confirman la matanza de judíos en cifras millonarias. El famoso "Korherr Report,"(por Richard Korherr, estadístico en jefe de las SS) cita el número de pérdidas judías como mayor a los 2,454,000 solamente hacia fines de 1942. La guerra en Europa no terminó sino hasta mayo de 1945. La Comisión de Investigación Anglo-americana en su encuentro de abril de 1946, determinó el total de las pérdidas judías en 5,721,500. Basado en los informes estadísticos durante la guerra en ghettos, campos de concentración y las operaciones masivas de muerte llevadas a cabo por los nazis, el historiador y jurista internacional, Jacob Robinson, llegó al número 5,820,960. El historiador alemán Helmut Krausnick, determinó el número de las pérdidas judías como cercano a los 7 millones. Aunque el número exacto nunca será conocido, los estudiosos del holocausto llegaron a la conclusión que redondear el número en 6 millones coincidía con toda la evidencia.

4. ¿Acaso el Comité Internacional de la Cruz Roja no reportó que sólo 300.000 personas habían perecido en los campos de concentración alemanes, no todos judíos?

La Cruz Roja nunca publicó una tal estadística, ni tampoco ofreció un estimado del número de víctimas que perecieron en los campos. En su boletín del 1 de febrero de 1978, la Cruz Roja declara que nunca hizo una tal estadística, ni mucho menos, la publicó. El número 300,000 fue realmente tomado de un diario suizo, "Die Tat," en 1955. Esta estimación, sin embargo, era relativa al número de alemanes perecidos en los campos de concentración. No había mención en ese diario de ninguna cifra de la Cruz Roja. Los negadores del holocausto, continúan citando el dato inexistente como verdadero, con la esperanza de que poca gente buscará la confirmación de la fuente.

5. La política nazi hacia los judíos era la emigración, no el exterminio.

Desde el principio los nazis no ocultaron su objetivo de crear una Alemania y una Europa “libre de judíos”. Uno de los métodos más tempranos fue, por cierto, la emigración forzada. Pero el 10 de noviembre de 1941, Friedrich Jeckeln, dirigente de la policía y miembro de la alta jerarquía de los SS recibió en Berlín la precisa instrucción de matar a los judíos de su zona, debido a que, según las órdenes del Fuehrer, los judíos no podrían ya emigrar, sino que serían “evacuados”. En su discurso del 4 de octubre de 1943 a los generales de los SS en Poznan, el Jefe SS, Heinrich Himmler, no dejó dudas acerca del significado de la palabra evacuación. "Me estoy refiriendo ahora a la evacuación de los judíos, al exterminio del pueblo judío", declaró.

" Evacuación" había sido un eufemismo nazi para el asesinato aún antes. En la primavera de 1940, 1,558 enfermos mentales habían sido transferidos de sanatorios en el este y en Prusia para ser “evacuados” cerca del campo de concentración de Soldau. Nunca más se supo de ellos. Los nazis intentaron esconder sus intenciones por el uso de eufemismos. “Reasentamientos” era comúnmente usado para describir la deportación de judíos a la cámaras de gas; aasí lo informó el Mayor de las SS, Francke‑Gricksch en un informe de 1943 acerca de Auschwitz, en el cual señala que los “hornos de reasentamiento” eran capaces de quemar 10,000 cuerpos por día. A pesar de sus intentos por esquivar las acusaciones, Victor Brack, uno de los arquitectos en jefe de los experimentos de "eutanasia" de Hitler, testificó ante el tribunal de crímenes de guerra en Nuremberg, que no era secreto entre los jerarcas nazis que "los judíos serían exterminados."

6. No se encontró ni un solo documento con la firma de Hitler en el que se ordenara el exterminio de los judíos.

Es verdad. Hitler no iba a repetir el error que había cometido antes cuando inicialó su “orden de eutanasia” que condenó a más de 70,000 pacientes mentales alemanes a la muerte en las así llamadas “instalaciones caritativas de cuidado” como Hadamar y Grafineck. (Irónicamente, las primeras víctimas muertas por gas por los nazis, fueron alemanes no judíos). La protesta popular que puso en peligro su popularidad, forzó a Hitler a abandonar su experimento eutanásico, o, al menos, llevarlo a cabo subrepticiamente. Nunca más colocó Hitler sus iniciales en ningún documento que lo conectara con asesinatos en masa. Sin embargo, los historiadores pudieron establecer con convincente certidumbre que la orden de exterminio de millones de judíos vino directamente de Hitler. El 10 de noviembre de 1941, el elevado jerarca SS y dirigente de la policía, Friedrich Jeckeln, recibió órdenes de liquidar la población judía de Riga. Fue informado por su superior, Hinrich Lohse, que se trataba "del deseo del Fuehrer". Pocos meses antes, el jefe de la Gestapo, Heinrich Mueller, envió un mensaje a los comandantes de los 4 Einsatzgruppen (escuadrones móviles de muerte que actuaban en el este de Europa) indicándoles que "el Fuehrer debía ser informado ininterrumpidamente acerca del trabajo de los Einsatzgrupp". Durante la discusión acerca de la liquidación de los judíos de Europa oriental, el jefe SS Heinrich Himmler, dijo al SS Gruppenfuehrer, Gottlob Berger, "el este ocupado debe ser liberado de judíos. El Fuehrer ha colocado la ejecución de esta difícil orden sobre mis hombros." La involucración de Hitler en la "Solución final" se hizo extensiva al asesinato con gas. El 25 de octubre de 1941 un jerarca se dirigió a Hinrich Lohse respecto del uso de “vagones de gas” especiales, por vía del juez alemán, Dr. Erhard Wetzel. Wetzel había sido convocado por la Cancillería e informado que la orden que debía preparar era, de hecho, una “orden del Fuehrer". El 4 de febrero de 1943, Hitler igualó el exterminio de los judíos con el “exterminio de bacterias”. El 30 de enero, en su discurso del Reichstag 4 años antes, Hitler había advertido que en caso de una guerra, "el resultado será...la aniquilación de la raza judía de Europa!" Quienes arguyen que Hitler no ordenó ni aprobó ni siquiera sabía acerca del asesinado de millones de judíos y otros durante el holocausto, lo hacen en flagrante contradicción ante toda la evidencia. 7.- El Zyklon B era un gas fumigante. No era un agente práctico para el asesinato en masa.

Ordinariamente, el Zyklon B (una preparación de hidrógeno cianhídrico) se usaba como insecticida. El hidrógeno cianhídrico, sin embargo, es realmente más peligroso para los humanos que para los insectos. Cuando el nivel de gas alcanza sólo 300 partes por millón, matará a la persona en pocos minutos. La cantidad de gas requerida para matar una persona de peso mediano es de sólo 60 mg.. Debido a que el Zyklon era, en efecto, tan tóxico, sus fabricantes advertían al personal de no entrar en la habitación fumigada con el gas hasta 20 horas después de haberla aireado. Adicionalmente, se agregó un compuesto a la preparación que emitía un poderoso e intolerable olor, un agente que alertaba acerca de la presencia del gas. Al comprar el Zyklon B para los campos de muerte, los SS ordenaron al fabricante que quitara el compuesto que advertía la presencia del gas, una indicación clara de la intención de su uso.

8. Si el Zyklon B es tan altamente tóxico,¿cómo fue posible sacar los cuerpos de las cámaras de gas pocos minutos después de la ejecución?

Las cámaras de muerte fueron construidas con sistemas especiales de ventilación para sacar el gas que quedara. Además, los prisioneros encargados de sacar los cuerpos (los sonderkommando) usaban mascarillas de gas.

9. Si el Zyklon B es tan fácilmente inflamable, una mínima chispa en el sistema de ventilación o el inmenso calor creado por los hornos crematorios vecinos podía resultar en una explosión.

El Zyklon B explota a 60.000 partes por millón. Se requiere sólo una concentración de 300 partes por millón para matar una persona en unos pocos minutos. (Menos de la mitad de esa proporción matará en menos de una hora) Claramente, la concentración de Zyklon usada en las cámaras de gas era muy inferior a los niveles de inflamabilidad que produciría una explosión.

10. No hay pruebas en absoluto de que los nazis mataran nunca a nadie en cámaras de gas.

El uso de cámaras de gas por los nazis está probado con un vasto rango de evidencia. Los testimonios de los mismos perpetradores tanto como los relatos de primera mano de los prisioneros, especialmente los miembros de los "Sonderkommando" (grupos de internos forzados a sacar los muertos de las cámaras de gas y deshacerse de sus cuerpos) constituyen sólo una parte de la evidencia. Documentos que incluyen planos de las instalaciones de muerte, así como solicitudes de materiales de construcción y de Zyklon B (la preparación mortal de hidrógeno cianhídrico usada para las cámaras de gas en Auschwitz y Majdanek., el monóxido de carbono fue usado en otros campos) han sobrevivido a la guerra del mismo modo que algunas de las instalaciones de gas mismas. Fotos clandestinas tomadas por prisioneros en Auschwitz‑Birkenau revelan también el proceso de destrucción de los cadáveres sacados de las cámaras de gas. La fabricación, distribución y uso del gas mortal fue claramente demostrada en el “Juicio al Zyklon B” en marzo de 1946, en Hamburgo, Alemania. Dos de los acusados, Bruno Tesch y Karl Weinbacher, el dueño y el ejecutivo en jefe de una compañía que producía el gas, fueron sentenciados a muerte luego de que las notas de sus viajes a Auschwitz probaron que era falso su alegato de que desconocían que el veneno era usado para matar a los internos. Jean‑Claude Pressac, quien solía ver con escepticismo el tema de las cámaras de gas, emprendió un estudio cuidadoso de Auschwitz en el cual analizó una gran variedad de documentos del campo, fotos, informes y planos. Pressac, interesado en un tiempo en las teorías negadoras del holocausto de Robert Faurisson, llegó a la conclusión de que su escepticismo original no podía ser ya sostenido frente a la evidencia. En 1989, la Fundación Klarsfeld publicó su estudio, “Auschwitz: Técnica y Operación de las Cámaras de Gas”, en el cual Pressac demuestra el uso de las cámaras de gas en el asesinato de cientos de miles de personas. Curiosamente, los judíos no fueron las primeras personas muertas por gas por los nazis. Las primeras víctimas fueron pacientes mentales alemanes condenados por la “Orden de eutanasia” de 1939 decretada por Hitler.

11. El ingeniero norteamericano y “experto” en ejecuciones, Fred Leuchter, probó que las “así llamadas” cámaras de gas en Auschwitz no podían haber sido usadas para su “supuesto” propósito.

Ernst Zundel, un neo-nazi canadiense, que era juzgado en 1988 por cargos debido a la distribución de literatura revisionista sobre el holocausto, solicitó ayuda a Robert Baurisson, un conocido negador del holocausto. Éste, contrató a Fred Leuchter, de Malden Massachusetts, un supuesto ingeniero y “experto” en ejecuciones. Leuchter visitó los campos de muerte de Auschwitz‑Birkenau y Majdanek y a su regreso a los Estados Unidos, publicó un largo informe en el que concluye que las instalaciones examinadas “no podían haber sido utilizadas ni seriamente consideradas para funcionar como cámaras de gas”. Durante el juicio a Zundel, sin embargo, fue progresivamente evidente que había algo terriblemente equivocado en el “Informe Leuchter". Se investigaron los antecedentes académicos del Sr Mr. Leuchter y se descubrió que no tenía ningún título de ingeniero y que sólo había alcanzado un título menor en historia. La bizarra explicación de Leuchter de que cualquiera que hubiera ido a una escuela secundaria sabía suficiente matemáticas y ciencia como para ser un ingeniero, lo terminó de desacreditar ante el jurado. El juez Ronald Thomas escuchó algunos extractos del “Informe Leuchter”, juzgó la metodología utilizada como “ridícula” y falló que “Leuchter no tiene la pericia requerida".

La falta de capacitación y acreditación de Leuchter resultó una perturbación no sólo en el juicio a Zundel. Leuchter se había presentado como ingeniero y experto en ejecuciones en varias agencias del gobierno, entonces fue acusado por el estado de Massachusetts por su impostura. Frente a la posibilidad de ir a prisión en caso de ser condenado, Leuchter llegó a un acuerdo con la corte en el que admitía que “no era ni nunca había sido registrado como ingeniero profesional” aunque aceptaba que se había presentado como “ingeniero capaz de ser consultado en áreas de ingeniería concernientes a tecnología de ejecuciones”. Como parte del humillante acuerdo Leuchter también aceptó desistir de la distribución de cualquier otro informe de ingeniería durante su período de prueba. Un análisis del “Informe Leuchter" realizado por el Profesor George Wellers en Paris concluyó que “los cálculos de Leuchter son absurdos... Se puede ver de múltiples maneras hasta qué grado este experto químico (Wellers no sabía que Leuchter no tenía ningún título de ninguna ciencia) opera exteriormente a las “realidades del problema”. Al terminar su análisis, Wellers caracterizó a la interpretación de Leuchter como “falsa y absurda desde el comienzo hasta el final". A pesar de los problemas que produjo el informe tanto en los círculos académicos como en los legales, Leuchter llevó su show a Alemania. Arrestado en octubre de 1993 por incitar al odio racial, fue liberado bajo fianza y pudo regresar a los Estados Unidos antes de ser juzgado. Leuchter, en embargo, se negó a volver a Alemania al juicio. La garantía por su arresto todavía está pendiente. A pesar de la develación del auto-titulado ingeniero y de su informe como fraudulentos, ambos siguen siendo tenidos en alta estima entre los revisionistas del holocausto.

12. ¿No declaró Simón Wiesenthal mismo que no hubieron campos de exterminio en Alemania?

Los varios cientos de campos de concentración nazis fueron en realidad todos campos de muerte, debido a que la muerte de los internos,-sea debida al trabajo forzado y excesivo, a las enfermedades o al hambre o al asesinato-, era su objetivo final. Sin embargo, los nazis calificaban como campos de exterminio, sólo a aquellos destinados expresamente para ese fin. Se trataba de los campos de Auschwitz‑Birkenau, Treblinka, Majdanek, Sobibor, Belzec, y Chelmno, que estaban especialmente equipados para asesinar con gas a cientos de miles de víctimas cada uno (millones en total). Ninguno de estos seis campos estaba en Alemania; todos estaban ubicados en Polonia. Ello se debía a una buena razón: Polonia tenía muchos más judíos que Alemania y que el resto de Europa occidental juntas. Al mismo tiempo, los nazis pensaban que la relativa lejanía de las áreas rurales polacas minimizaría los informes de asesinatos masivos que tenían lugar allí, contribuiría a ocultar lo que efectivamente sucedía.

13. Durante años, la estadística de muerte en Auschwitz‑Birkenau superaba ampliamente los 3 millones. Hace poco, sin embargo, una placa recordatoria en el campo estima las pérdidas judías en cerca de 1 millón. ¿No sería posible que esta nueva cifra implique que las pérdidas judías en el holocausto hayan sido mucho más bajas que lo pensado previamente?

La cifra de 3‑4 millones asesinados en Auschwitz‑Birkenau fue una creación de oficiales comunistas en Polonia (y en la ex-Unión Soviética) quienes pretendían enturbiar la unicidad del padecimiento judío en Auschwitz. Para conseguirlo, aumentaron a propósito el número de muertos no judíos en Auschwitz‑Birkenau. En un intento muy inteligente para disimular el engaño, los números de las pérdidas judías se multiplicaron al doble, de modo que fueran todavía superiores a las víctimas no judías, aunque en una proporción mucho menor. Con la caída del comunismo en Polonia y en la ex Unión Soviética, los oficiales del museo de Auschwitz finalmente bajaron el número de muertos al mismo nivel que los estimados por los historiadores quienes, durante años, insistieron en una cifra entre uno y un millón y medio de personas perecidas en Auschwitz-Birkenau, 80 ‑ 90% de las cuales eran judíos.

La cifra de 6 millones de pérdidas judías durante el holocausto corresponde a la cifra más baja estimada en Auschwitz.

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Sexofobia y autoritarismo

A modo de justificaciónEn este intento diario de ser nosotros mismos lo más posible, -los que lo estamos intentando-, nos enfrentamos a cada paso con supuestos, ideas, prejuicios que se nos imponen “per se”, que parecen tener existencia propia y a los que vivimos sólidos e infranqueables, severos e inapelables. Son las normas, leyes, prohibiciones que, al estilo de los diez mandamientos, tratan de prevenir al hombre de su “esencial” maldad, castigándonos desde el vamos, reprimiéndonos, en forma más o menos sutil, de gustar de la vida y del natural ritmo de nuestra biología. Porque es ahí, en lo corporal, donde las vallas son más altas, y es ahora, cuando nos enteramos que somos enteros, cuando el cuerpo vuelve a ser un aspecto respetado de lo humano, cuando sentimos en la carne lo difícil, lo duro, lo desconocido de nosotros mismos. Al decir cuerpo digo cuerpo-como-objeto-de-placer, digo sexo. Y que el sexo es el gran tabú, no es novedad para nadie. Que nuestra sociedad se basa en la represión sexual, tampoco. Quizá suceda que no alcancemos a comprender lo crítico de estas novedades porque somos cómplices, porque la sexualidad para nosotros, a pesar de la aparente liberación que vivimos, sigue siendo artificiosa, sucia, bloqueada y frustrante. El tabú del sexo ha dejado de ser, en parte, el tabí a la mecánica del coito: ahora es el tabú al amor, al amor encarnado, comprometido y militante, y así, reprimir la sexualidad es, en realidad, tener reprimida la capacidad de amar.

Defino Llamo AUTORITARISMO a toda ley, precepto o prohibición que nos impide el desarrollo de nuestras potencialidades y el goce de nuestros logros, ya sea que vengan del “exterior” en forma de códigos y leyes explícitos o implícitos, o del “interior” en forma de super yo o conciencia moral. Como instancia interna, es la cristalización de siglos de sometimiento a normas represivas que, internalizadas, son ahora auto represivas. Todo lo que una vez fue externo ahora es interno, lo que fue impuesto es supuesto. Por eso es tan difícil reconocerlo en la vida cotidiana, denunciar a cada paso las pautas a las que nos sometemos. Se nos han vuelto “naturales” y en función de ello es con alegría que las obedecemos, convencidos de que “así debe ser”. El único intento de rebelión que conocemos es la neurosis, pero es una pseudo rebelión pues en realidad nos lleva a someternos con mayor complacencia a severos mandatos que nos impiden una adecuada acción modificadora del entorno y no nos permite una auténtica liberación de estas normas y leyes represoras. Llamo SEXOFOBIA al miedo a toda manifestación erótica (léase: de amor) y sexual y a su consecuente represión. Luigi de Marchi, creador del neologismo, dice de él en “Sexo y civilización” que “no quiere indicar una determinada forma psicopatológica, sino solo una actitud mental genéricamente morbosa hacia la sexualidad que marca a toda una cultura y sus hábitos, predisponiendo a los individuos a específicas desviaciones y perturbaciones neuróticas”.

Dos versiones míticas reveladoras Pido prestadas a la sabiduría popular dos versiones del origen de la naturaleza humana que traducen con alegórica dramaticidad lo que intento mostrar teóricamente. Uno de los mitos órficos que Platón recrea en “El banquete”, es el de que en el origen los seres que poblaban la Tierra eran de cuatro piernas, cuatro brazos y dos cabezas. Su vida transcurría plácida y armónica, se autoabastecían, eran felices. Zeus comenzó a temer por su supremacía divina y, un día, pensó que el no necesitarlo los hacía tan poderosos que se les podría ocurr4ir treparse uno encima del otro y de este modo alcanzar la cima del Olimpo y destituirlo. Tomó entonces un hacha filosa y partió por la mitad a estos seres, disimulando la costura en el ombligo. Logró así debilitarlos, transformarlo en seres imperfectos que lo necesitaban para ser completos, para poder seguir vivos. Las conclusiones a que este mito nos acerca son muy variadas. Desde la fundamentación de la búsqueda de la “cara mitad” o la “media naranja”, es decir la convicción ideológica de que la gente no cambia y que el “destino” le tiene adjudicada una pareja y no otra, inmutablemente, hasta el encuentro de esa vieja técnica de dominio que es la balcanización, el famoso “dividir para reinar”. Pero quizá sea más cercano a nuestro espíritu el mito del Génesis bíblico y, creo, más revelador por su riqueza simbólica. La primer pareja no fue Adán y Eva. Esto es el fruto de una expurgación practicada en la Biblia original que mostraba otra forma de relación humana y que ofrecía la posibilidad de un modelo de pareja en el que el sometimiento y el autoritarismo no tenían lugar. Adán y Lilith –que así se llamó su primer compañera- fueron hechos por Dios del mismo barro y al mismo tiempo. Guardan un notable paralelo con ese ser bisexuado del que nos habla el mito griego y que simboliza a la pareja autosuficiente, la armonía y el equilibrio. Lilith no necesitaba accesorios –llámense manzana, serpiente, hoja de parra- para conquistar a su compañero. Su sola presencia traía el rumor de voluptuosidad y placer sensible al que Adán no intentaba resistirse. Nos llegan versiones de que se lo pasaban todo el tiempo tomando sol y haciendo el amor –que es otra forma de tomar sol o tal vez de serlo-, claro que de este modo, la palabra de Dios (o Zeus, la autoridad, el super-yo) no tenía mucha gravitación sobre ellos. Probablemente se dijeran: “¡Cómo hincha el viejo!” (pido perdón por el atrevimiento de poner en lenguaje coloquial las palabras de tan magnos personajes, pero en tren de recrear supongo que querrá el mito que entre ellos no se anden con vueltas) (estábamos en que el viejo hinchaba) “¿Por qué no nos deja gozar en paz! Habría que conseguirle una compañera para que vea lo lindo que es esto….”. Pero como eran los únicos, no pudo ser, y por fin un día, Dios se enojó, dijo “¡Basta!” y puso manos a la obra en su intento de arreglar el estropicio y recuperar a los que había creado a través de la dependencia, haciendo que lo necesitaran. Una noche, aprovechó que estaban dormidos y echó a Lilith, la envió al fondo del océano y tomando una costilla de Adán creó a Eva. Lo que sigue lo conocemos todos. Pero igual lo digo: Eva marcó el nacimiento de la moral judeo-cristiana y la muerte –obvia- del paraíso. Con Eva la pareja de deshace: ella no es igual que él; ella es inferior; es un producto de él; es su des-pareja. Eva es la voz del sometimiento sin quejas, de la total obediencia. Eva es la introductora del pecado, de lo que está bien y de lo que está mal. Eva es la represión. Eva es la maternidad sacralizada pero dolorosa del “parirás tus hijos con dolor”. Eva es “pura”, tiene vergüenza, cubre su desnudez. Eva no goza de su sexualidad. Eva miente, introduce la “picardía” y la “curiosidad femenina”. Eva llora. Eva se aguanta. Eva no sabe tomar el sol. Esta nueva entidad Adán-y-Eva aparece como el origen y el modelo de relación que recibimos, aceptamos y al que nos sometemos. Lilith grita su amor a la vida del que solo nos llegan débiles ecos alguna noche privilegiada, tal vez en verano, si nos podemos olvidar de tanto miedo.

Nosotros hoy Mientras tanto, cada uno de nosotros vive según los preceptos bíblicos; acatamos y nos sometemos muchas veces con alegría a las normas represivas internas y, por supuesto, a las externas. Somos dulces ovejitas que nos entregamos diariamente, con unción patriótica, al venerado sacrificio de no gozar más que por casualidad, de olvidar nuestras reales necesidades o de postergarlas eternamente, de tomar lo indispensable para vivir y mantenernos en constante estado de privación. La lista podría ocupar páginas y páginas pero es, en resumidas cuentas, todo el arsenal de técnicas neuróticas de que disponemos –y usamos- para no ser nosotros mismos y dejarnos pisar por el que venga. Individualmente, esto se expresa de esta lado del mundo (hay ciertos lugares privilegiados en donde parece que esto no sucede, pero esto es tema para otra comunicación) muy clara y esencialmente, en la actividad sexual concreta. Desde Freud ya no puede eludirse la importancia de esta área en la evolución humana. Primero el creador del psicoanálisis y luego Wilhelm Reich nos enseñaron, demostraron y convencieron que la represión sexual era –ES- el gran instrumento de sometimiento, superestructuralmente se entiende. El individuo –cualquiera de nosotros- no satisfecho sexualmente (cuando digo esto no me refiero a la mecánica, a la “mise en scène”,al disfraz asustado, perverso, “liberado” del amor, ¡no! Me refiero a un concepto que, por lo ut supra, nos cuesta mucho entender, hacer carne, que algo así como vivir, hacer y gozar del cuerpo-entero-y-sexuado-con-el-cuerpo-entre-tú-sexuado-de-otro, entregarse a ser de verdad en una unión silenciosa, humilde, sin pretensiones ni exigencias, siendo simple y naturalmente gracias-al-otro, recibiendo y dando) decía, que esta persona que de alguna manera está permanentemente violándose en su esencia de ser sexuado, privado y cadenciado en la satisfacción de una necesidad que es tan vital como respirar, frustrado de por vida y obligado a vivirse como sucio o malsano o perverso cuando quiere hacer el amor, es terreno fértil para hacer y hacerse daño, para someterse a cualquier cosa que se le imponga, a ser esclavo. Y eso es lo que tenemos. Bronca. Toneladas de bronca.

Por qué estoy acá Cuanto más reprimimos el amor, más bronca tenemos y entonces viene un señor (Zeus, Dios, super-yo, autoridad, imperativos, prohibiciones) y nos manda destruir y no disfrutar de lo que nos gusta, lo que amamos y lo que hacemos con alegría, entonando obedientes una canción épica; viene otro (que casi seguro es el mismo) y nos manda aguantar y tolerar lo que nos hace daño, no intentar cambiar nada porque “no podemos vivir mejor”; viene otro (sigue siendo el mismo y seguimos no dándonos cuenta y creyendo en sus buenas intenciones) y nos demuestra qué tontos y pobres somos, que así no nos podemos manejar solos… y le hacemos caso y nos entregamos a él con humildad y reverencia, convencidos de necesitarlo, de no poder vivir sin él. Y es cierto. Lo necesitamos. Necesitamos una autoridad severa que nos ayude a mantenernos en el estar reprimidos, que nos confirme que el sexo no es natural, que es pecado, que nos ratifique que nuestra mentalidad sexofóbica es adecuada, que es lo que permite que seamos una civilización “civilizada”…. Este miedo internalizado a disfrutar se alía con las reales dificultades (sociales, económicas) y las que a diario creamos y se yerguen como colosales bao-babs que permitimos crecer y desarrollar con toda libertad (parece ser para lo único que la supimos ejercer). Y así estamos. Quedan aún espacios libres en nuestro asteroide B-612. Creo que por eso el Núcleo y por eso Cultura. Al menos por eso yo acá: para intentar arrancar los yuyitos nuevos.

Diana Wang Diciembre 1974 Publicado en el Nº 3 de Cultura, órgano del Núcleo Cultural Alternativo