ANASIMADIANA[1] Viernes a la tarde. La cita era a las seis. Cada una llegó unos diez minutos antes, pero nos quedamos haciendo tiempo en las inmediaciones para entrar justo a la hora marcada. Ninguna tuvo en su casa de la infancia uno de esos relojes de pie grandotes de los que caían como lágrimas lánguidas, péndulos de bronce sólidos y estables que indicaban con regularidad y sin sorpresas el paso del tiempo. Ninguna tuvo un reloj así en su casa de la infancia. Tampoco lo había en ese bar de la esquina de Corrientes y Malabia, de modo que no sonaron las seis campanadas ordenadas en el momento exacto en el que nos saludamos. Esta sorprendente puntualidad fue la segunda coincidencia.
“Mi papá no quiso tener más hijos, decía que no hay que traer hijos a este mundo”. “Mi papá ya había perdido una familia antes de la guerra, tampoco quería tener hijos”. “Fue mi mamá la que no quería, en mi caso fue mi mamá…”
“Todos los chicos tenían tíos, primos…, nosotros estábamos tan solos…”. “En mi cumpleaños venían sólo los amigos, los otros sobrevivientes”. “Los que hacían de familia eran los amigos, los que también estaban solos”. “Nunca había fiestas ni reuniones familiares”. “mi mamá y mi papá estaban mal… a mí me crió mi abuela”. “¡¡¡¡CONOCISTE A TU ABUELA???!!!”
“¡Qué vergüenza con lo de la partida de nacimiento..!” “Yo no decía que era extranjera”. “Yo al revés, me mandaba la parte con eso”. “Yo mentía acerca de mi mamá”
“Mi mamá no hablaba castellano”. “Con mi mamá era un lío cuando la llamaban al colegio… siempre tenía miedo, no entendía nada”. “A mí me decían que no se tenía que notar que no era argentina”.
“En casa no se hablaba del tema”. “Mi mamá sí, ella hablaba todo el tiempo, jugaba con nosotras a la guerra, a los bombardeos, a escondernos.., era papá el que callaba”
“Cuando venían amigos, entonces sí hablaban, se contaban anécdotas en frases entrecortadas, se entendían con la mirada, había cosas que no decían, había cosas que nosotros no debíamos escuchar”.
“Yo no sabía que éramos judíos”. “En mi casa era el tema más importante”. “En mi casa también”.
“Yo era la hermana mayor”. “Yo también.” “Y yo”.
Nos abrumaban las coincidencias. Nos asustaban. Queríamos huir. Queríamos quedarnos juntas para siempre. Decidimos que era hora de saber, que basta de silencio. Debíamos hacernos las preguntas. Nos hicimos las preguntas.
¿Qué venimos a buscar?
Nos preguntábamos ¿adónde? ¿en la Fundación? ¿en el viaje a Polonia? ¿acá, en el café? No sabíamos qué decir. ¿Dónde buscar lo que queremos buscar?
Me siento frente a un desafío atípico: el deseo de saber surgido por el asombro convertido en una incógnita; podría producirme dolor o placer; me da miedo”.
¿Qué queríamos encontrar?
“Gente como yo”. “Alguien con quien hablar”. “Personas que compartan mis preguntas y que sepan de rincones oscuros”. “Poder callar con otros que callan lo mismo que yo”. “Saber”. “comprender. “Compartir vivencias”. “un lugar seguro desde el cual transmitir este acontecimiento trágico para que su recuerdo no se extinga con el tiempo”. “Buscar mi identidad”.
¿Por qué ahora?
“Porque mis hijos ya son grandes y no saben nada”. “Por la inminencia o muerte efectiva de mis padres y el compromiso con ellos de no olvidar”. “Porque necesito saber”. “porque hasta ahora no me daba cuenta de que no sabía, de que no quería saber”. “¿qué negaba sin saber y qué sé y quiero negar?”
¿Qué representa el Holocausto para mí?
“Una historia que generó en mí profundas ambivalencias: pena, bronca; que produjo efectos: miedos, resentimientos y la convicción de que es un hecho que debe inscribirse para siempre en la historia”. “Soy una judía heredera del Holocausto, ha impregnado mi vida entera: mis sobrevivientes no pudieron cargar con tanto agobio, optaron por aislarse y encerrarse en sí mismos tratando de olvidar y de borrar el recuerdo e lo padecido”. “Recién a partir de la muerte de papá, hace unos seis años, el tema empezó a ser figura en mi vida. Está enterrado en Tablada, en el sector de los sobrevivientes; fue eso lo que le hizo adquirir una nueva identidad para mí, descubrí que el Holocausto era parte de mi historia, que fui gestada e su seno, que mi propia existencia, es decir, el hecho de que yo esté viva es la encarnación de las esperanzas y debilidades, las fortalezas y vergüenzas, de lo que se dice y lo que siempre se ha callado acerca de esta matanza inconcebible…”
¿Qué respuestas recibimos cuando damos a conocer nuestro compromiso con el tema?
“Si no es un ámbito propicio, no es un hecho que revele fácilmente; cuando lo transmito, veo asombro en el otro y la sensación de estar contando vivencias que le son totalmente ajenas: me pregunto ´para qué contarlo´”. “Tengo amigos que dicen que han pensado mucho hacer lo mismo, pero que temen abrir una caja de Pandora”. “Mucha gente que le importa el tema igual que a mí, no tiene, sin embargo ningún interés en comprometerse, dicen que no les hace falta”. “Me dicen que no hay que mirar para atrás, que el sufrimiento no sirve para nada”. “Algunos dicen que están cansados de la autocompasión, que mejor debemos dejar a un lado nuestra victimización y volcarnos hacia nuestra fuerza”. “Algunos me miran con admiración, dicen que quisieran pero no se atreven”.
¿Qué piensan nuestros familiares y amigos?
“Mi madre me legó el mandato de hacerme cargo de esta historia”. “En mi casa fue mi abuela”. “mi mamá me dice que qué voy a buscar a Polonia, que no hay nada para mí allá”. “Mi marido me entiendo pero dice que voy a sufrir mucho, que mejor olvidar todo”. “Mi hermano me dice que estoy loca, que para qué me meto en estas cosas, que qué falta me hace”. “Mi hermana acepta lo sucedido pero no está dispuesta a hacerse cargo efectivamente”. “Con mis hermanos no se habla del tema; parecería que nacimos en otra casa, que la historia no les pertenece”.
¿Qué sentimos en un marco de pares con respecto al tema?
“Sorpresa, una inenarrable sorpresa por este sentimiento extraño de hermanación”. “La intransferible vivencia de estar en casa”. “Contención”. “La posibilidad de compartir vivencias, de sentir que ´esto no sólo me pasa a mí´”. “Solidaridad”. “También me da miedo, ¿lo podremos tolerar? ¿no será demasiado? ¿podremos seguir ahondando?”.
¿Qué es para nosotros ser “hijas de sobrevivientes”?
“Me ha cargado de culpas y responsabilidad: me legaron la tarea de no olvidar y de transmitir para no olvidar”. “Fue y es duelos; aceptar la muerte de quienes son presencia para otros: tíos, abuelos, hermanos; es a veces una sensación de miedo por un gran vacío; roles vacantes: temor, soledad y con frecuencia la obligación de suplirlos, de ocupar lugares preñados de ausencia”. “Hasta hace poco, no era nada demasiado especial, no tenía conciencia de ellos, no me llamaba a mí misma de esa manera; palabras como “holocausto”, “sobrevivientes” tienen un valor desconocido que me empieza a resultar familiar. Hay muchos sectores oscuros de mi vida que tal vez puedan empezar a iluminarse. Tengo la sensación, aún remota, de una cortina que empieza a descorrerse. Recién me estoy dando cuenta de esta nueva carta de identidad”.
¿Qué necesitamos saber de la historia de nuestros padres en la guerra?
“Temo saber la verdad en su dimensión de horror”. “Saber qué pasó exactamente, cada minuto, cada respiración contenida”. “Cómo hicieron en los momentos de peligro, cómo se dieron cuenta en cada paso qué había que hacer”. “Qué pasaba si se resfriaban o se enfermaban de algo”. “Si cuando dormían soñaban y qué soñaban”. “Qué pensaban cuando tenían hambre”. “Tengo la disyuntiva entre el horror del saber y la tranquilidad del desconocimiento”.
Ana R.H. de Kahan, Sima Weingarten, Diana Wang,
hijas de sobrevivientes de la Shoá.
[1] Publicado en “Nuestra Memoria” (publicación de la Fundación Memoria del Holocausto), marzo 1995, Año I, Nº 2, pags 16-17