Después del 7 de octubre (prólogo para Joint)

Esta investigación fue hecha antes del ataque de Hamás que gobierna el estado terrorista de Gaza, un intento de genocidio detenido a tiempo. Mientras escribo estas palabras los secuestrados siguen ausentes sin que se sepa quiénes siguen vivos y quiénes fueron asesinados. Cientos de miles de desplazados ven alteradas sus vidas de manera radical en Israel. Muchas familias penan la muerte de padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos. Muchos niños están procesando las crueles escenas vividas y están aprendiendo a adaptarse a vivir sin uno de sus progenitores o sin ambos, sin algún hermano o sin todos. Los ataques continúan sobre el norte de Israel. Las víctimas no han podido recuperar el aire. Sigue sucediendo. 

Seguimos bajo el shock que ha reformulado nuestra relación como judíos en la diáspora. La ilusión de la seguridad y la garantía se fragmentó en mil pedazos y estamos ante una nueva incertidumbre. Tal vez la misma de siempre pero venimos de un período de florecimiento de la vida judía único en la historia que con este ataque voló por los aires.

Y estamos, otra vez, como durante la Shoá que necesitó varios años para tener un nombre. Tampoco lo tenemos aún, es 7/10, una fecha, un cuadradito en el almanaque. Necesitaremos que todo pase, que los escombros se reconstruyan, que los muertos sean velados, que los vivos recuperen sus vidas para, recién entonces, como con la Shoá, alguien encuentre la palabra.

Esta es una publicación acerca del lugar de las mujeres que también se vio alterado después del 7 de octubre aunque no a nivel dirigencial de la comunidad judía sino en el contexto más amplio de la sociedad en general. Este es mi contexto en la elaboración de este prólogo. 

El ataque sexual como arma de guerra no es nuevo. La saña con la que se hizo tampoco. Las cámaras go pro que registraron las violaciones, torturas y asesinatos suman un nuevo horror a la historia del horror de la humanidad. Pero la exhibición de esas imágenes, impúdica, gozosa, amoral y el aplauso que concitó en los gazatíes de a pie nos sumerge en la incomprensión más absoluta. Los crímenes cometidos en hechos de guerra solían ser ocultados por sus perpetradores, esta vez no solo se mostraron sino que levantaron aplausos y gritos de júbilo y orgullo. ¿Qué nos dice acerca de la condición humana?


Comunidad judía y sociedad general

Esta publicación encara el liderazgo de las mujeres en las organizaciones de la comunidad judía latinoamericana en el período 2018-2022. Como se decía en los viejos shtetlaj azoi vi es cristelzej, es idishzej” (en contextos cristianos, los judíos se comportan como los cristianos), la participación de mujeres judías en los espacios mencionados sigue patrones similares al de todas las mujeres. La sociedad tradicional, patriarcal y autoritaria, está siendo cuestionada y permite, lenta pero progresivamente, el ingreso de las mujeres a ámbitos de los que hasta ayer nomás estaban excluidas. Cuando eran invitadas a alguna mesa directiva sus tareas solían ser la gestión de actividades sociales, fiestas y celebraciones, o sea, la continuidad de sus funciones hogareñas tradicionales. El nazismo, siguiendo la cultura patriarcal tradicional, indicaba que el mundo de las mujeres debía atenerse a las tres K, Kinder, Küche y Kirche - niños, cocina e iglesia-. Abogadas, contadoras, escribanas, economistas, ingenieras, científicas y demás profesiones “masculinas” ejercidas por mujeres fueron consistentemente invisibilizadas. Podíamos ser maestras, enfermeras, asistentes sociales, o sea ocuparnos del cuidado pero raramente ascendíamos a puestos de responsabilidad en organizaciones o empresas. Y así fue hasta finales del siglo XX. 

Aunque la participación de mujeres en puestos y actividades ha mejorado en relación a pocas décadas atrás, estamos lejos todavía de algo parecido a la igualdad de posiciones y salarios. 


Mujeres y hombres, universos complementarios

Señalemos en principio que los cuerpos de hombres y mujeres son diferentes, no solo en su conformación exterior y en sus genitales sino, y principalmente, en sus determinantes neurológicos y hormonales. Nuestro sistema nervioso central, ese banco de datos y reacciones que nos asegura la vida, no ha cambiado en las últimas decenas de miles de años y sigue siendo lo que nos sostiene vivos. Nuestras visiones del mundo, igual que entonces, no suelen ser coincidentes aunque son complementarias. Ambos sexos y ambas visiones del mundo hicieron posible nuestra continuidad. Cada uno según su especificidad, según sus recursos y capacidades. 

A las mujeres nos es más fácil en general la comunicación verbal, la conexión y expresión de nuestro mundo emocional, atender a varias cosas simultáneamente a lo que sumamos el pensamiento lógico y racional que no es exclusivo del mundo masculino. Las mesas directivas que incluyen mujeres ganan en riqueza de perspectiva y estilo porque aportan lo que hoy se llama habilidades blandas, o sea, empatía y entendimiento de la fragilidad y vulnerabilidad humanas, trabajo en equipo, adaptabilidad, flexibilidad, colaboración, inteligencia emocional, resolución de conflictos, liderazgos horizontales que determinan una baja en la beligerancia y un mejor clima de trabajo. Estas capacidades están siendo crecientemente valoradas y requeridas porque crean un ámbito laboral amable, generativo y pacífico. 

Hay mujeres, sin embargo, que se resisten a adoptar este estilo como si descalificara su capacidad de tomar decisiones y resultaran menos ejecutivas. Inversamente, estamos viendo a hombres que descubren que el modo femenino resulta mucho más beneficioso,  para su propia vida y para el clima laboral, pues baja notablemente el estrés y la penuria de la confrontación constante en la lucha de quién prevalecerá, tan estereotípica y desgastante del mundo masculino. 

El trayecto caminado revela que estamos yendo hacia un universo laboral de progresiva igualdad. Hay algunas cosas que aún esperan ser modificadas para que la participación de las mujeres se facilite. Cito a modo de ejemplo pedestre y concreto los horarios. Si en lugar de reuniones al atardecer o directamente a la noche se pactaran por la mañana, muchas mujeres podrían ajustar mejor sus actividades sin tener que renunciar a los compromisos familiares. Porque la vida familiar sigue siendo más una prioridad más femenina que masculina.


Feminismos y patriarcado

Durante siglos, algunas mujeres expresaron su disconformidad con la inferiorización de la que eran objeto pero el gran cambio se produjo con la llamada primera ola del feminismo en Inglaterra a comienzos del siglo XX cuando las suffragettes, esas mujeres de vestidos largos y corsets que impedían la respiración, salieron a la calle exigiendo votar para tener los mismos derechos políticos y laborales que los hombres. A partir de allí, los movimientos feministas propugnaron una sociedad más justa e igualitaria ante el patriarcado androcéntrico y 

estructurador de relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres.

La segunda ola, a partir de 1960, tuvo como líderes, pensadoras e inspiradoras a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a Kate Millet entre tantas otras. En una marea de flujos y reflujos, le siguió una tercera ola en 1990 y ahora estamos viviendo la cuarta. 

El movimiento feminista floreció en variados feminismos con diferentes lecturas y propuestas y distintos grados de radicalización, pero sus principios fundantes integran hoy nuestra visión cultural. Su mirada crítica, tanto en el ámbito de lo público, -sobre el poder, la disparidad salarial, la desigualdad de derechos-, como en el ámbito de lo personal -el acoso, la violencia doméstica y sexual, el femicidio, y todo tipo de ataque contra la mujer en tanto mujer- son objetivos que hoy visualizamos, reconocemos y hemos incorporado en nuestro corpus civilizatorio. Hay acuerdo universal en que la violencia hacia la mujer por ser mujer es inaceptable, punible y exige la atención política, el tratamiento pedagógico y la transformación cultural. 

La lucha de los feminismos es, al menos en este punto, exitosa porque la repulsa a la violencia contra la mujer es unánime. La injusticia, la arbitrariedad y la benevolencia con la que se tomaban estos ataques hoy está fuera de cuestión. Nadie mirará con cariño ni ligereza a un violador, un torturador de mujeres, un golpeador, un femicida y muchos hombres están aprendiendo a ver y a pensar su relación con el sexo femenino desde un lugar diferente al del poder, la posesión y la subvaloración. 


El silencio traidor

Dicho esto, pasados varios meses del 7 de octubre de 2023, la falta de reacción de los movimientos feministas organizados respecto de las violaciones, torturas y asesinatos hechos por los terroristas de Hamás a mujeres israelíes ha sido un golpe inesperado. Silencio ante las secuestradas que aún siguen prisioneras. Silencio ante las violadas que tal vez estén gestando un bebé cuya recepción, filiación y crianza presentan un dilema desgarrador. Silencio ante las adolescentes que han vivido la orgía de horror en el festival Nova. Tantos años bregando por igualdad y justicia, denunciando ataques y perpetraciones en pos de la recuperación de la dignidad y la legitimidad de las mujeres como sujetos de derecho, y de pronto, al menos para mi sin previo aviso, fueron traicionados. Es una traición personal de la que todavía no me puedo reponer. 

A poco de sucedido, aún aturdida por lo que se iba sabiendo, busqué el apoyo explícito del colectivo femenino. Contacté a varias mujeres conocidas y reconocidas, tanto en la esfera artística como en la académica, mujeres de voces fuertes, mujeres que pelean por sus derechos y demandan atención, respecto, valoración, mujeres hacedoras y ejecutivas a las que miraba con admiración y cuya lucha por la defensa de la igualdad de derechos me resultaba ejemplar. Las respuestas que recibí de varias de ellas, no de todas por suerte, fue el cobarde y artero “sí, pero…”, o,  como dijo Claudine Gay, la infausta presidente de la Universidad de Harvard, repudiar la repulsa a Israel y el apoyo al terrorismo “depende del contexto”. Mujeres que hablan públicamente de la sociedad patriarcal eligieron no pronunciarse contra la barbaridad sucedida en Israel. Sus discursos y slogans se fueron borroneando y deslegitimando con un embanderamiento partidario que avala dictaduras y terrorismos. Mujeres orgullosas de sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de justicia, silenciaron esos ideales ante las víctimas israelíes. No las acusaré acá de antisemitas, término que rechazarán con fuerza. El día que el sesgo militante se les diluya recuperarán, espero, la visión binocular y harán un mea culpa entendiendo cuánto de sus argumentos son antisemitas. No hicieron declaraciones empáticas con las víctimas israelíes porque su posición respecto al Estado de Israel fue más fuerte que su posición feminista. Entiéndase bien. No se oponían a una determinada política de gobierno sino al país. No podían alzar su voz para defender a las mujeres en Israel (aunque hubo/hay de varias nacionalidades, incluso argentinas), el suelo que pisaban alteró su condición de mujeres y determinó su exclusión de los derechos de cualquier mujer en cualquier otro lugar del mundo. Lo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no empatizaron ni se condolieron con las víctimas defienden y apoyan a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos que dicen defender. 


Una traición personal: #Yanolescreo

No solo me traicionaron a mí personalmente. No solo traicionaron a las mujeres israelíes. No solo traicionaron a las mujeres judías. Traicionaron al movimiento feminista y a todos sus principios. A las sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas, se traicionaron a sí mismas y a su lucha. A partir de ahora, lo que digan o hagan tendrá un valor relativo. Perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”, han quebrado el colectivo al decidir  que no todas son iguales. El sesgo anti israelí fue más fuerte que la condición de mujeres. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, todas esas mujeres no pertenecen, según estas excluidoras, al universo del feminismo. 

Surge así, en esta cuarta ola feminista sumergida en la cultura woke, un nuevo colectivo  integrado por ideólogos y dueños de la moral que traicionan sus principios sin que se les mueva un pelo. No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGBTQ+ ni los pañuelos celestes ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Complotados en una mudez atronadora, fingieron demencia haciendo como que no pasó lo que pasó. Relativizaron los ataques y algunos incluso defendieron a los perpetradores y levantaron banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

¡Qué vergüenza! ¡Qué manera flagrante de traicionar y traicionarse! ¡A callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que no las enfrenten con este doble standard, con esta contradicción, con esta hipocresía de la que, al menos para mi, no tienen retorno! Hagan de su actual silencio una marca de auto oprobio y dejen de echar consignas vacías de contenido y autoridad. ¿Justificar un femicidio? ¿Acaso una golpiza a una mujer está justificada porque “lo miró mal”? ¿Acaso una violación es una consecuencia lógica de que mostrara las piernas o llevara ropa ajustada? ¿La culpa es de la víctima? Los movimientos feministas lo han dejado bien claro: ¡ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia. 

Ya es bastante difícil superar el techo de cristal que frena nuestro ascenso a posiciones dirigenciales pero hasta el 7/10 creíamos que compartíamos la misma lucha. Vemos que no. Que si quien reclama, quien sufre, quien ha sido atacada es judía, no merece las mismas declaraciones, ni demandas ni empatía. El supuesto colectivo femenino se convirtió en un destartalado vagón de carga con ingreso condicionado. La decepción es honda.

En consecuencia #yanolescreo será mi hashtag a partir de ahora porque, para mi gran dolor, el feminismo, en sus manifestaciones orgánicas, se ha suicidado. #Yanolescreo responderé cuando aseguren defender los derechos humanos. #Yanolescreo cuando declaman cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos.#Yanolescreo cuando agiten pancartas con frases hechas políticamente correctas y se vayan a dormir tranquilas y felices por haber proclamado lo que luego contradicen con su silencio cómplice.


Ideales en fuga, culpas lacerantes

Caídas las ideologías que reinaron en el siglo XX, las élites educadas quedaron sin horizontes de lucha, sin ideales por los que luchar. La ecología, las minorías sexuales, los derechos humanos y el postcolonialismo con el eje opresor-oprimido, son las nuevas banderas de la generación woke, esa policía del pensamiento enredada en la consigna fascista de la corrección política. El macho blanco, el estereotipo masculino de la sociedad patriarcal, es el nuevo enemigo, el modelo de opresor a denunciar y abatir. En la búsqueda de causas a culpa de los descendientes de europeos y norteamericanos que colonizaron y esclavizaron a tantos no-blancos encontraron tal vez la manera de lavar ese pasado vergonzante. Estamos bajo el imperio de las redes sociales, de los slogans y mensajes breves y atractivos que deben viralizarse en likes y reenvíos que producen desinformación y simplificación. El escenario es extremista y maniqueo que señala a Israel como un estado “blanco, macho y patriarcal” acusado, en consecuencia, de genocida, apartheid y colonialista, las tres infundadas. Este pequeñito país, enclave occidental en oriente medio, es una isla democrática y liberal rodeada de tiranías y autocracias. Su población, lejos del estereotipo caucásico, es heterogénea y multicolor, las distintas etnias viven libremente y tienen acceso a todos los derechos. Sus guerras han sido siempre defensivas, nunca genocidas. Sin embargo, preso del juego ideológico simplificador y extremista, Israel es ubicado como el perpetrador mientras que en el otro extremo se ve a los palestinos como las víctimas, oprimidos, desvalidos y tratados injustamente. Ciertamente lo son, pero no de Israel, viven la tragedia de ser presos de sus mismas autoridades y de los países circundantes que los mantienen como eternos refugiados transitorios para, entre otras cosas, poder acusar a Israel. La situación es compleja, la historia es dolorosa, los resentimientos y los intereses horadan los espacios de comprensión y en esta nube tóxica las mujeres israelíes, las mujeres judías, no hemos pasado el filtro de la aceptación como mujeres. Solo pasó con nosotras. 


Nos dejaron afuera. Otra vez.

Nuestra decepción es honda y dolorosa. Fuimos parte del colectivo femenino con aportes esenciales desde su comienzo. Betty Friedan, judía, formuló las ideas claves en la historia del pensamiento feminista; su libro, “La mística de la femineidad” publicado en 1963 se considera uno de los libros más influyentes del siglo XX. 

Creíamos que éramos parte. Creíamos que estábamos ahí. Nos equivocamos. Fuimos crédulas. Fue un duro golpe pero también un aprendizaje. No pensamos que el ser judías nos diferenciaba de un modo tan visceral y que nos colocaba más allá de las proclamas feministas, más allá de lo humano. Creímos que éramos iguales. 

Y fuimos crédulas como tantas veces en la historia de la humanidad en que los judíos nos creímos parte del universal y recibimos el duro golpe de la exclusión en el mejor de los casos y del genocidio en el peor. 

¿Qué encubre el doloroso “sí, pero…”? El relato tan exitosamente difundido por las usinas de cierta izquierda dizque progresista alineada con los regímenes más brutales, homofóbicos y dictatoriales, ha calado hondo en un occidente que atribuye la culpa del desgarrador conflicto en oriente medio total y exclusivamente a Israel. A diferencia de otros regímenes autocráticos, dictatoriales, genocidas, y he aquí un punto esencial, no se acusa al gobierno como pasa con cualquier opinión sobre países en guerra, sino a toda su población. Sólo con Israel, sólo allí gobierno y población son la misma cosa y las acusaciones a las políticas se derraman sobre todos. Por eso el antisionismo es antisemitismo aunque los síperistas no lo quieran aceptar. Y la consecuencia, en esta lógica demencial, es que, si todos los israelíes son culpables, las mujeres mutiladas, arrastradas, sodomizadas, violadas, torturadas y asesinadas, sus vientres gestantes apuñalados, en tanto israelíes, también son culpables. Y el culpable merece castigo, lo que le suceda es merecido. “Sí, fue terrible…pero” y los dogmas políticamente correctos y las declaraciones se derrumban estrepitosamente y ante el temor de quedar afuera del colectivo, eligen el silencio acomodaticio, cobarde y traicionero. 


El camino de Rut: #tudoloreselmío

Bienvenida esta publicación sobre mujeres hecha por mujeres fuertes, inteligentes, comprometidas con sus trabajos y con la sociedad a pesar de haber sido excluidas del corpus teórico y político de los feminismos que traicionaron al progreso y nos abandonaron a una orfandad que, bien lo sabemos, no nos es desconocida a los judíos. La misma orfandad y exclusión de la judeofobia y los antisemitismos que nos han intentado sumergir en el pantano de la victimización y que concluyó tantas veces en nuestro asesinato. 

Duele como ha dolido siempre pero hemos aprendido a sobrevivir, estamos entrenadas en reconocer la mirada esquiva, la sospecha, la dualidad mentirosa de las autopercibidas buenas conciencias que callan ante torturas, violaciones y asesinatos al tiempo que hacen impúdicas declaraciones en defensa de los derechos de las mujeres. 

Cuenta el Tanaj que Elimelej y Noemí tenían dos hijos. Según las costumbres de la época, cuando moría el padre, la protección de la madre era asumida por sus hijos varones. Los dos hijos de Noemí casados con Rut y Orpá fallecieron antes de haber generado descendencia. Las tres mujeres, sin marido ni hijos varones, quedaron a la intemperie, sin resguardo ni amparo alguno. Noemí, ante el desdichado destino que esperaba a sus nueras sugirió que “vuelva cada una a la casa de su madre”. Orpá lo hizo. Rut no pudo. Se negó a abandonar a su suegra a la soledad, al hambre y a la indigencia: “donde vayas iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

Orpá se fue y Rut, solidaria con el colectivo femenino, acompañó a Noemí en su camino incierto. A Rut, modelo de mujer del que bien deberían aprender los feminismos, nada de lo que sufriera una mujer le era ajeno. Su hashtag sería hoy, y lo hago mío, #tudoloreselmío”.

Los feminismos hoy no defienden a todas las mujeres. Sólo a algunas. Las judías parecemos ser más judías que mujeres. Deberemos seguir haciendo lo que aprendimos a lo largo de nuestra historia, a defendernos solas. 

Es lo que estamos haciendo con esta publicación y con tantas actividades y proyectos en los que participamos produciendo cultura, viviendo en familia, trabajando en el área corporativa, curando, diseñando, alimentando, protegiendo, reflexionando, mirando hacia adelante. 

Es lo que siempre hicimos. 

Es lo que seguiremos haciendo. 

Es el camino de Rut. 


Lic. Diana Wang

Florida, julio 2024





You lost credibility

We are experiencing the betrayal of feminist goals that have done so much for the dignity of women. The historic struggles for equality and justice, the denunciations of attacks and perpetrations, the ideals enunciated were shattered by the thunderous silence after the femicide orgy by terrorist Hamas on October 7. The same women who pointed out the oppression of patriarchal society remained silent in the face of such barbarism. The same women who gloated over their progressive militancy, their egalitarian morality and their yearning for dignity, decked themselves with the flags of patriarchal dictatorships and femicide terrorism and silenced their voices in the face of the Israeli victims.There was no empathy with them. Their ideological opposition to Israel took precedence over their feminist ideals. Jewish women are for them more Israeli than women, they are not equal to others, they do not deserve to be defended. What is incredible, contradictory and even bizarre is that the same women who did not sympathize with the Israelis merrily support countries where women lack the same rights they claim to advocate.They betrayed feminism and also each of the women they claim to represent. They betrayed their principles and their struggles. They betrayed the brave suffragettes, Simone de Beauvoir, Betty Friedan, and every single woman beaten or murdered. They betrayed themselves. They broke up the collective and lost the authority to speak on behalf of "women." The Jewish ones, raped, mutilated, tortured, murdered and exhibited as trophies, do not belong in the universe of feminism. As shown by the view of Nazism towards Jews, Israeli women are less women, or sub-women, they do not have the same rights nor deserve the same struggles and demands. From the river to the sea evokes the road to Auschwitz. Non of the feminist groups empathized. Neither #metoo nor the defenders of LGTBIQ+ rights nor the so-called progressive left, nor #blacklivesmatter. All these ideologues, thought policemen and patrons of morality are blind and deaf when it comes to Jews, they decollectivized the feminist collective pretending that what happened did not happen. Some utter a timid and cowardly "yes, it was terrible but...", and others, the ones that bought the Manichean, simplistic and false narrative of Israel-oppressor/Palestinian-oppressed defend the terrorists and raise Palestinian flags calling for the demise of the State of Israel as if the principles of freedom and justice they claim to uphold do not contradict those held by the terrorists.

Feminist movements made it clear that no woman's behavior justifies violence or attack, even if the perpetrator hides behind it to claim innocence. Not a short skirt or a baleful look, the fault is not the victims. Unless they are Israeli. That is why I no longer believe them. #Idon’tbelievethem anymore when they claim to change patriarchal society so that women have equal rights. Jewish women are not allowed there. We are more Jewish than women even though our pains are alike.

We must fight alone as we learnt during centuries of patriarchy and antisemitism.

Feminists, shut up from now on! Look for other cases that give sense to your lives! You do not fight for universal rights anymore! Your silence is an accomplice of the worst things you supposedly fight for. You have murdered feminism. 

#Youlostcredibility


Cielos mudos sobre una tierra en penumbras. Fotos de Claudia Bonder

¡Cielos, digan por qué! ¡Oh, digan por qué!

¿Por qué nos merecimos ser tan humillados en esta ancha tierra?

La sordomuda tierra se hace la ciega… pero ustedes, cielos, lo vieron;

¡ustedes lo observaron todo desde las alturas y no se trastornaron!

Itsjok Katzenelson (noviembre de 1943)

(Si se mantiene el título) “Ojalá fuera un sueño” llamó su autora a este despliegue de imágenes. Es que no fue un sueño, fue una pesadilla. La pesadilla de los genocidios, las matanzas masivas, el mal desatado con crueldad y sin culpa. Una pesadilla de la que a veces no estamos seguros de haber despertado. ¿Cómo representarlo? ¿Cómo construir imágenes, conceptos, reflexiones que nos permitan entender, metabolizar y, eventualmente, frenar todo ese horror? 

(Si se cambia el título a “Cielos digan por qué”) Cielos mudos cubren una tierra tormentosa regada con genocidios, matanzas masivas, el mal desatado con crueldad y sin culpa. ¿Cómo representarlo? ¿Cómo construir imágenes, conceptos, reflexiones que nos permitan entender, metabolizar y, eventualmente, frenar todo ese horror? 

¿Cómo representarlo? ¿Cómo construir imágenes, conceptos, reflexiones que nos permitan entender, metabolizar y, eventualmente, frenar todo ese horror? ¿De qué manera transmitir en código visual las emociones que nos produce?

Estos hechos nefastos son hijos del siglo XX. Entronizaron el espanto y la muerte hasta el grado de llevarlo a una industria, como durante la Shoá. La muerte de tantos millones, entre arbitrariedades, injusticias y abyecciones, nos sigue llenando de interrogantes, nos interpela y conmueve en lo más esencial de lo humano. 

¿Cómo representar la muerte que es irrepresentable? Pretender mostrar la nada, la ausencia, es un oxímoron puesto que ni bien se vuelve “algo” -imagen, figura, color-  su ausencia se vuelve presencia, se la traiciona. La misma palabra nada es una traición a la nada misma. En los genocidios la muerte, la reducción a la nada, es la figura central. El asesinato, sea cual sea el motivo, cruza una raya, la que delimita el territorio de la convivencia, del respeto por la diferencia, lo que hoy llamamos derechos humanos. Aunque imposible, urge dejarlo sentado, mostrarlo, hacer algo con todo eso. Las imágenes de cuerpos desangrados, de miembros mutilados, de pieles torturadas, de expresiones de espanto y gestos implorantes, en su aparente reflejo de lo que pasó, resultan obscenas, morbosas, fascinan y repelen. No son lo que pasó. Nunca lo serán. La fotógrafa Claudia Bonder lo entendió y su trabajo nos habla de la irrepresentabilidad inherente y lo muestra con luces y sombras en una tierra difusa bajo cielos mudos. 

¿Es lo mismo matar que asesinar? Los Diez Mandamientos, el eje ético que aportó el judaísmo a occidente, establecen la prohibición de asesinar, no la de matar. Cuando la vida está en juego, la propia o la de alguien indefenso, es legítimo matar e impedir el ataque. Asesinar es quitar la vida a alguien, una persona o un grupo humano, por motivos económicos, políticos, religiosos o territoriales. Los seres vivos no asesinan, matan cuando les es vitalmente necesario. Solo los  humanos asesinamos y cuando lo hacemos de manera masiva suceden

los genocidios y las masacres que han definido al siglo XX. La Shoá es el más conocido, investigado y difundido, pero está lejos de ser el único. En una enumeración incompleta, antes del delirio asesino nazi, sucedieron la matanza de los hereros en Namibia, de los armenios a manos de los turcos otomanos, de los chinos en Nanking, de los ucranianos durante el Holodomor, las purgas soviéticas y la revolución cultural en China. Decenas de millones de personas asesinadas en la primera mitad del siglo sin contar a la Primera Guerra Mundial. Después de la Segunda Guerra, una vez conocido lo sucedido en el Holocausto que instaló la aterradora “novedad” de una industria de la muerte, el horror movilizó a todas las fuerzas políticas que se pronunciaron casi unánimemente por el esperanzado nunca más que creyeron definitivo. Lamentablemente, fue solo una buena frase con buenas intenciones. En la segunda mitad del siglo XX el nunca más anhelado fue un otra vez, otra vez, otra vez y otra vez. Los genocidios y las matanzas masivas no solo no se detuvieron sino que se multiplicaron y cubren al siglo XX de ignominia y vergüenza. Los Balcanes, Ruanda, Guatemala, Congo, Nicaragua, El Salvador, Chechenia, Camboya, y la situación continúa en el siglo XXI.

Los genocidios y las matanzas masivas ponen en cuestión lo más básico de nuestra existencia, el pacto social fundante de la convivencia que puede resumirse en que si uno se porta bien nada malo le pasará. Es la columna vertebral de la educación y la formación personal, que los genocidios contrarían y demuelen. Recuerdo a Hanka que a los siete años debió esconderse con su madre en un ropero mientras los nazis irrumpían en el departamento y cuando quiso hablar su madre le hizo el gesto de “sh” ¡silencio!, “¿por qué no puedo hablar?”, “porque si nos descubren nos matan” y la niñita preguntó “¿por qué me quieren matar si me porté bien?”. ¿Cómo responder a esa simple pregunta que es la pregunta de los genocidios? Portarse bien dejó de ser  garantía. Y eso nos envuelve en un manto  oscuro, tenebroso y amenazante.      

Al mismo tiempo, nunca antes el mundo había vencido tantos obstáculos y acechanzas como ahora. Los avances tecnológicos permiten que la expectativa de vida -no para todos pero sí para muchos- se haya duplicado en pocos años. La producción alimenticia y la mejora en siembras y cosechas determinó un descenso en el hambre -no para todos, otra vez, pero sí para muchos. Sin embargo, aventado el peligro de una conflagración nuclear que nos borraría definitivamente del mundo, y contrariamente a lo que suponíamos los que creíamos que la civilización, la ciencia y la cultura en su progresivo crecimientos irían diluyendo la codicia, el afán de poder, el ansia de prevalecer y podríamos vivir en un mundo en el que todos tendríamos la garantía de vivir nuestra vida como nos placiera, vemos hoy, inermes e impotentes, que las amenazas resurgen provenientes de los terrorismos cada vez con mayor alcance y poder. Es un  nuevo peligro que nos amenaza a todos, y las preguntas vuelven a instalarse: ¿Cómo impedirlo? ¿Cómo instalar esa gota de racionalidad que hará posible una vida en paz? ¿Cómo recomponernos ante el fracaso de las buenas intenciones cuando la geopolítica nos cubre con la irracionalidad de la muerte como moneda de cambio?

La muerte exige un ritual para ser vivenciada, incorporada y aceptada en el devenir de lo humano. Para que el ritual de la muerte pueda tener lugar es preciso el cuerpo. Sin cuerpo no hay rituales. El cuerpo concreto, el cuerpo sin vida, el cuerpo enterrado es lo que hace posible al proceso de duelo que luego de la muerte hace posible el ritual. Sin eso, el muerto no está muerto del todo. Sin el cuerpo, sin la evidencia, el muerto se transforma en fantasma, un zombie, sigue estando, sigue siendo posible y no nos deja descansar en paz. La imposibilidad de incorporar la muerte como esa nada mencionada más arriba, nos lleva a creer que no existe y nos consolamos con la idea de que lo muerto es el cuerpo mientras que el alma vive eternamente. Tanto peor, tanto más siniestro, tanto más imposible de procesar es la muerte sin el cuerpo muerto. Es la tragedia de los desaparecidos y la de las víctimas de los genocidios perdidos en fosas comunes, incinerados y evaporados, que hacen imposible incorporarlos al ritual que los vivos necesitamos para convencernos y aceptar que han muerto.

Estas fotos hablan de todo esto. Tomadas en diferentes sitios de genocidios y matanzas, nos ahorran el morbo de la carne lacerada y nos invitan a sumergirnos en la oscuridad, en la confluencia difusa de eso que no se puede decir, de eso que no tiene palabras, de eso que acá llamo eso y que ninguna palabra alcanza a nombrar acabadamente. Y mientras uno va mirando esas imágenes con bordes desprolijos que apuntan a la pura emoción, de pronto, sin que se lo espere, se aparece una ventana claramente delineada por la que se asoma una alambrada de púas que pone todo en su lugar. 

Vacíos y oscuridades después de unos cielos con nubes cargadas, espesas que dejan entrever espacios libres ¿esperanza? ¿futuro? ¿posibilidad? ¿Qué nos espera detrás de esas nubes gordas, pregnantes, femeninas? ¿son una promesa? ¿nos traerán lluvia buena que regará tierras fértiles? ¿qué hay debajo de ellas? ¿son solo esas zonas negras y grises en las que nada bueno puede crecer? ¿o nos hablan de que también hay césped y flores, arbustos y frutos, ríos y pantanos, montañas y lagos, criaturas vivas que miran al cielo esperando el nuevo día y con él el renacimiento de la vida?

Cada imagen podría ser un test proyectivo, como el de Rorschach donde a la pregunta de “a qué se parece esto que ve” las manchas no figurativas adquieren formas que solo ven los ojos que las miran, unen puntos donde no había uniones, imaginan escenas que tal vez relatan misterios y temores que afloran sin la guía de la voluntad. Tomo cada una de estas fotografías, miro cada una de las imágenes y me dejo llevar adonde me lleven, sin orden ni concierto, sin pedirle ayuda a mi racionalidad o a mi voluntad, metáfora de la vida, de lo humano, de lo posible. Somos el único mamífero que se pregunta porqué, que necesita explicaciones, teorías y propósitos, necesidad que creó la civilización, la cultura y también, mal que nos pese, las luchas por el poder y los genocidios. Vivimos construyendo teorías, imaginando certidumbres, dibujando en la arena con la ilusión de que la marea lo dejará intacto para descubrir al otro día que ya no está, que no hay certidumbres ni garantías, que, como preguntó Hanka ¿por qué me quieren matar si me porté bien?. 

Estas fotos se atreven a contrariar esta necesidad de poner orden al desorden, de emprolijar lo desprolijo, de rodear la realidad difusa con bordes nítidos y nos confrontan con el saber y el no saber, el saber que no se sabe y, lo que es más difícil, saber que tal vez no se podrá saber nunca. 

A pesar de todo lo dicho, no todo es oscuridad e incertidumbre. Sumando otro misterio al misterio, Claudia Bonder abre un resquicio y consigue imprimirle belleza a lo irrepresentable. Su sed estética también es amor. Y quiero creer, necesito creer, me es imprescindible creer, que tras esas nubes cargadas de memoria y promesas, elevando nuestra mirada más allá del arco iris, acurrucado, latiendo y expectante, nos espera el amor. 


Diana Wang

Junio 2024


#Ya no les creo

Estamos viviendo la traición de las consignas feministas que tanto han hecho por la dignidad de las mujeres. Las históricas luchas en pos de igualdad y justicia, las denuncias de ataques y perpetraciones, los ideales enunciados se estrellaron contra el atronador silencio posterior a la orgía femicida del terrorismo de Hamás el 7 de octubre. Las mismas que señalaron la opresión de la sociedad patriarcal callaron ante la barbarie. Las mismas que se regodeaban con sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de dignidad, se embanderaron con dictaduras patriarcales y terrorismos femicidas y silenciaron sus voces ante las víctimas israelíes. 

No hubo empatía con ellas. Su oposición ideológica a Israel primó sobre sus ideales feministas. Las judías son más israelíes que mujeres, no son iguales a otras, no merecen ser defendidas. Lo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no se condolieron con las israelíes apoyan alegremente a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos por los que dicen abogar. 

Traicionaron al feminismo y a cada una de las mujeres que dicen representar. Traicionaron sus principios y sus luchas. Traicionaron a las valientes sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan, y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas. Se traicionaron a sí mismas. Quebraron el colectivo y perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, no pertenecen al universo del feminismo. Copiando a la mirada del nazismo hacia los judíos, las israelíes son menos mujeres, o sub-mujeres, no tienen los mismos derechos ni son merecedoras de las mismas luchas y reclamos. Desde el río hasta el mar reedita el camino a Auschwitz.

No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGTBIQ+ ni los pañuelos celestes, ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Estos ideólogos, policías del pensamiento y dueños de la moral no ven ni oyen cuando se trata de judías, descolectivizaron al colectivo feminista. Complotados y fingiendo demencia, hacen como que no pasó lo que pasó. Algunos enuncian un tímido y cobarde “sí, pero…”, y los que compraron el relato maniqueo, simplista y falso de Israel-opresor/palestinos-oprimidos defienden a los terroristas y levantan las banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

Los movimientos feministas dejaron bien claro que ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia. Ni la pollera corta, ni una mirada torva, la culpa no es de la víctima. Salvo si son israelíes. Por todo eso ya no les creo. #Yanolescreo cuando declaman cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos. Las judías no entramos allí. Somos más judías que mujeres. Nuestros dolores no son iguales a los de todas. Deberemos defendernos solas como aprendimos a lo largo de siglos de patriarcado y antisemitismo. ¡Feministas, a callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que les den sentido a sus vidas! Ya no defienden derechos universales. Su silencio es cómplice de lo peor que denuncian. Acaban de asesinar al feminismo. #Yanolescreo.

Publicado en Clarin


¿Y a mí por qué me miran?

“… se dicen muchas cosas, mas si el bulto no interesa ¿Por qué pierden la cabeza ocupándose de mí?”

Se dice de mí. Ivo Pelay 

Este furibundo rebrote de antisemitismo que vivimos desde el 7/10, me hizo cambiar la pregunta de “¿por qué nos odian?” a “¿por qué les somos tan importantes?”. ¿Por qué estamos en el centro del interés y la atención de tantos, en especial cuando esgrimen argumentos acusatorios? Como canta Tita Merello, es constante ese “se fijan si voy.. si vengo… o si fui”. 

Toda esa atención nos lleva a tener una particular auto conciencia que a veces nos quita espontaneidad:  no vaya a ser que piensen lo que sea que no queremos en cada caso que piensen. Nos sabemos observados, evaluados y exigidos a cumplir un standard superior al requerido a otros colectivos, exigencia que no se tiene con ningún otro pueblo. Se honra al judío asesinado pero se acusa al exitoso. Pero siempre en el centro de la atención: ¿por qué somos tan importantes? ¿Por qué este pequeño grupo humano, menos del 0,2% de la población mundial concita tanto interés?

 Fuimos, a lo largo de la historia de occidente, su pueblo elegido. Ya habíamos sido elegidos como portadores del monoteísmo, lo que habitualmente se toma como soberbia cuando es un peso y una responsabilidad. Pero luego fuimos  elegidos, siglo tras siglo, como los vituperados, envidiados, despreciados, demonizados, sospechados, odiados, excluidos, acusados, asesinados. Ningún otro pueblo ha tenido esa mirada tan persistente sobre sí durante tanto tiempo. Ninguno. 

 Desde la antigüedad, estuvimos en la mira de los poderosos de turno. ¡Pueblo arrogante y atrevido! ¿Contrariar al politeísmo pagano con esta revulsiva idea de que Dios es uno solo y que bajo su manto todos somos iguales? ¡Habráse visto semejante irreverencia! ¡Un ataque frontal al poder de reyes y emperadores! Si todos somos iguales ante la ley, ninguna ley ni autoridad será superior, nadie podrá atribuir su poder a un mandato divino. El monoteísmo, al igualar a toda la humanidad, amenazaba con desempoderar a los que se creían con derechos superiores y este  nuevo orden, esta nueva manera de pensar la ley, la justicia, los derechos y obligaciones, fue/es un mandato ético que el pueblo judío se cargó al hombro. Los amenazados por semejante propósito no lo vieron con buenos ojos. Intentaron, más de una vez y sistemáticamente, la erradicación de ese pueblo rebelde que contrariaba el status quo.  Para frenar y silenciar esas ideas disruptivas e irreverentes era preciso difamarlos, satanizarlos y, si eso no era suficiente, echarlos y exterminarlos. 

La amenaza, que desde la antigüedad requería tanta vigilancia, se potenció con el advenimiento del cristianismo. Cristo, ese rabino que predicaba la ley judía vivió y murió como judío. Fue mesianizado luego de su muerte por el también judío Saulo de Tarso de la tribu de Benjamín, maestro y misionero, que tuvo la visión de Cristo resucitado como el mesías anunciado por las escrituras judías. Fue el primer teólogo del cristianismo, el primer converso y se instituyó como el apóstol Pablo. 

El quid de la cuestión es que el anuncio de la venida del mesías es una metáfora. ¿Qué es la salvación? ¿Es la eternidad, el edén, la felicidad, el goce sin límites, la ausencia de enfermedades? Para los judíos la salvación no es un destino real sino algo ubicado donde las paralelas se cruzan, en el infinito. El mesías no es una persona, es un horizonte que debe ser esperado, trabajado, merecido, una recompensa a ganar, un objetivo ético que nos impulsa y motiva a trabajar para ser mejores y aceptar y respetar las reglas de la convivencia. Esta metáfora implica que lo humano es siempre perfectible, que el estado de completud, de nirvana, es algo a lo que debemos tender pero que, como somos imperfectos, nunca será alcanzado. 

Pablo literalizó y personificó la metáfora. Dejó de ser un anhelo, una meta a conquistar y se volvió una realidad ya sucedida. Lo que para la Torá era un relato para el cristianismo fue un hecho. El mapa se volvió el territorio. Y a esta noción básica que subvierte de modo radical la ética judía es a lo que el pueblo hebreo se resistió entonces y los caminos se abrieron. Hacia un lado el cristianismo cubriendo la moral salvífica de occidente y hacia el otro los judíos sosteniendo a rajatable la moral monoteísta.

Aunque amenazantes éramos necesarios porque nuestras escrituras anunciaban y legitimaban al mesías encarnado. La Iglesia incipiente señaló al pueblo hebreo como su adversario, el otro maligno que niega al salvador y merece ser execrado. 

Desde el siglo IV con la propagación y el éxito de la nueva doctrina devenida en religión, las acusaciones arreciaron, se multiplicaron, se potenciaron, se difundieron, se diversificaron, se hicieron carne -literal y metafóricamente- en la trama de occidente. 

Perseguidos por los romanos, los cristianos se transformaron en perseguidores de los judíos. La Torá pasó a llamarse  “viejo testamento”. Viejo, por opuesto y superador, pero también testamento, como legado y legitimación. 

Impedidos de poseer tierras, debimos ocuparnos de oficios y artesanías, comercios y recaudación de impuestos. Las posesiones debían ser transportables ante la amenaza de exclusión siempre presente, había que moverse rápido y ligeros de peso. Establecimos redes comerciales en toda la superficie europea y los pocos adinerados financiaban aventuras y proyectos de emperadores y reyes que eran frecuentemente retribuidos con el exilio. Nuestras reglas higiénicas nos protegían de algunas epidemias y, como nos enfermábamos menos, fuimos acusados de causarlas. 

En estas trayectorias hemos desarrollado una gran capacidad de adaptación y de reacción frente a los desafíos. Hoy en nuestro pequeñito país, antes un desierto, hemos florecido y construido un enclave de libertad, progreso y bienestar rodeados de países que mantienen a sus poblaciones en el autoritarismo, el atraso y el sometimiento. Ante los cataclismos y las amenazas, persistimos en hacer realidad una y otra vez el relato bíblico de las aguas que se abren a nuestro paso hacia un camino de salida. Sorprendente. Milagroso. Y así fue siempre. Nuevamente desafiados, nuevamente puestos en cuestión, las miradas están sobre nosotros al tiempo que eligen no ver los genocidios y matanzas en otras latitudes. 

¿Cómo no vamos a estar en el ojo de occidente? ¡Si hasta creo que tienen razón! Otra razón, no la de nuestra amenaza sino por todo lo que aún podrían aprender de nosotros. Ya hicimos escuela con la Torá y los mandamientos, con la lectoescritura desde la infancia, las normas básicas de la higiene y la dieta alimenticia, el psicoanálisis, el humor y la comedia musical, una estado democrático en ese enclave tiránico y autoritario, entre tantas otras cosas. No en vano nos ven como tan importantes. Mal que les pese a algunos, lo somos. 

Vuelvo a Tita Merello que con una jutzpá bien judía termina su tango con palabras que hago mías: “Podrán decir, podrán hablar, y murmurar  y rebuznar, mas la fealdad que Dios me dio, mucha mujer me la envidió, y no dirán que me engrupí porque modesta siempre fui. ¡Yo soy así!”

Antisemitismo visual  

El Museo del Holocausto de Buenos Aires da la bienvenida a esta riquísima muestra que revela el grado del antisemitismo como parte de la cultura europea. Esta  increíble colección con más de 8 mil piezas originales, la mayor en su género en Europa, es obra de Arthur Langerman, sobreviviente judío de Bélgica. Libros y publicaciones de distinto calibre, juguetes, posters, imágenes plasmadas en papel o en diferentes objetos, un universo multiforme y heterogéneo que converge en el odio a los judíos, la construcción y sostenimiento del prejuicio mediante imágenes falsas. 

Veamos más de cerca a la palabra prejuicio. El prejuicio como tal no es necesariamente malo aunque la palabra haya quedado contaminada con la idea de la disvaloración, de la discriminación y de la exclusión. El prejuicio es uno de los mecanismos de la economía psíquica en nuestro proceso de pensamiento, una especie de atajo sobre personas o ideas o cosas sobre las que no es preciso volver a evaluar. Fue una herramienta de supervivencia que nos permitía anticipar lo desconocido, lo no familiar, ver peligros, amenazas y defendernos. El prejuicio es parte de nuestra vida, tanto el defensivo como el discriminador. Creo sin embargo que el antisemitismo, en su adhesividad, en trascender fronteras y circunstancias, se distingue de otros prejuicios. Está instalado con tal peso de verdad en la sociedad occidental monoteísta que parece irreductible. La judeofobia es más que un prejuicio, es el odio más antiguo conocido, y aunque cambió en sustentos y manifestaciones se mantuvo inalterable a lo largo de los siglos. La palabra prejuicio creo que le queda chica. Los objetos e imágenes reunidos por Langerman lo revelan de modo indiscutible. La nariz ganchuda, tan estereotípica del ideario antijudío es tan universal como la botella de Coca Cola. 

El odio a los judíos, la judeofobia, tiene una larga historia en la comunidad humana. Comenzó cuando el pueblo judío se instituyó como tal y asumió la responsabilidad de enunciar y sostener que hay un solo dios bajo cuya supremacía todos somos iguales. Proposición revulsiva que se oponía radicalmente al politeísmo y al paganismo imperantes. Esta idea insólita, extraña e irreverente que traía el monoteísmo fue resistida por  los gobernantes y emperadores de la antigüedad puesto que amenazaba su poder. 

A pesar de los rechazos y las persecuciones que podrían haberlo disuelto, como ha pasado con tantos otros pueblos, el pueblo judío se mantuvo unido y fiel a su idea. Pasaban los gobiernos, cambiaban de sitio de residencia pero continuaban llevando consigo el mensaje organizador y estructurador de la convivencia humana de que ante un dios único los humanos somos todos iguales.

El judío más prominente de la historia es Jesus. Este rabino rebelde que difundía el mensaje de la igualdad humana tan amenazante para el poder, fue crucificado como delincuente por el imperio romano. Su entronización y relevancia fue posterior a su muerte y se la debemos al apóstol Pablo que lo señaló como el mesías venido a redimir a la humanidad. Mesías,  literalmente “el ungido”, el salvador, es una palabra hebrea que, transliterada al griego, es la palabra Cristo. Para instituir al cristianismo como la nueva religión hubo que diferenciarlo de su origen. Comenzó así el camino del odio porque el judío pasó a ser la encarnación de lo diabólico, del mal. Este proyecto de Pablo y sus apóstoles tuvo una exitosa carrera de propagación que culminó a finales del siglo IV cuando el emperador Constantino y luego Teodosio El Grande instalaron al cristianismo como la religión oficial de lo que quedaba del imperio romano. 

Durante siglos, apoyados por reyes y emperadores, los párrocos y curas europeos predicaron ante campesinos iletrados la condición malévola y demoníaca de los judíos acusados de deicidio y de provocar pestes, hambrunas y cataclismos. Difundieron profusamente el libelo de sangre, la acusación de que secuestraban niños cristianos y los desangraban para sus rituales satánicos. Más cerca de la modernidad, sumaron la acusación de codiciosos y explotadores, planeadores y orquestadores de conspiraciones para lograr el poder universal. La propaganda de la Iglesia y de los estamentos del poder fue tan poderosa que la satanización de los judíos es desde entonces parte integrante de la identidad occidental: judío es igual a culpable.

En el siglo XIX la judeofobia religiosa devino antisemitismo. El odio contra los judíos, los semitas, tuvo un nuevo argumento. Veamos de dónde viene lo semita.

Semita es una de las familias de los idiomas humanos. De entre las muchas familias de lenguas, dos raíces son la semita y la aria. De la familia semita nacen el árabe, el hebreo, el arameo. De la aria, las lenguas indo-europeas. Lo semita es el idioma, no la gente.

La idea de tomar lo semita y lo ario y aplicarlo a la biología, a la teoría racial, fue del político alemán Wilhelm Marr. Esta superchería científica tan difundida es falsa por dos motivos. 

Uno, porque la teoría racial no corresponde a los humanos. No existen razas en los seres humanos, somos una sola raza, la raza humana. Las diferencias exteriores, colores y formas, no nos definen biológicamente como razas diferentes. 

Y el otro motivo es el pase de magia de saltar de la lingüística a la biología, tomar el origen de las lenguas y trasladarlo al campo de la  genética. 

Ambas falsedades, la teoría racial y lo semita como raza fueron la materia prima del concepto de antisemitismo que hoy se usa indistintamente con el de judeofobia.

Durante el iluminismo a finales del siglo XIX, la comunidad judía centroeuropea tuvo acceso a la ciudadanía especialmente en Alemania y Francia. Se abrió un despertar cultural fecundo con la expectativa de la integración y la aceptación. La esperanza fue truncada de un plumazo con el juicio a Dreyfuss que destapó las cloacas del odio latente a los judíos, como lo que está pasando en la actualidad luego del pogrom terrorista de Hamás. 

El infausto deslizamiento de la humanidad al antisemitismo siguió en el siglo XX. 

A los Protocolos de los Sabios de Sión, esa superchería inventada por la policía zarista, se sumó El Judío Internacional de Henry Ford. Al triunfo de la revolución soviética que aterró a occidente y debía ser detenido a toda costa se sumaron Hitler y los ideólogos nazis que igualaron a comunistas con judíos. Esos textos e ideas se tomaron para cohesionar a Alemania contra los judíos. Hoy vemos estas imágenes también en los afiches y propaganda del islamismo radical con el mismo objetivo de entonces.

Todo esto está reflejado en las imágenes y objetos recolectados por Langerman. 

Llamar a la exhibición Fake Images alude al fenómeno de las fake news que infectan de modo tan poderoso a los consumidores de redes sociales sin tiempo ni disposición para pensar, revisar, comparar, verificar. Imágenes fraudulentas, noticias fraudulentas, objetivos fraudulentos son el contexto que vivimos hoy y que nos honramos en apoyar y presentar en esta casa de modo aleccionador y como advertencia. Complementa de manera vibrante el recorrido de nuestro museo y permite ver, entender y, tal vez, eso esperamos, prepararse para el derrame de falsedades, engaños y manipulaciones que recibimos a diario y que tanto daño están haciendo.

La matzá también se puede dibujar.

Lushka se despertó temprano. Hacía ya dos años que no veía a su familia, no sabía nada de ellos. Estaba en el orfanato del Padre Boduena, en la parte aria de Varsovia donde la había traído Irena Sendler, la enfermera que venía al gueto con comida y remedios. Se llamaba Libe pero ya se había acostumbrado al nuevo nombre que ocultaba que era judía. 

Como era la más grande colaboraba con las monjas en lo que podía. Ayudó a vestir a los más chicos y consoló a Mietek, de tres años, que siempre lloraba al despertar pidiendo por su mamá. Terminado el desayuno, mientras levantaban la mesa y lavaban los vasos, le dijo a la Hermana Beata que se acercaba el Pésaj. Lo sabía porque había dejado de nevar, hacía menos frío, empezaba la primavera y la luz del día duraba más tiempo. Le contó que en su casa y en todas las casas judías se hacía un séder. Beata nunca había escuchado esa palabra y Lushka le dijo que era una cena que se hacía con la familia, se contaba una historia y se comía matzá. “¿Como la última cena de Jesús?” preguntó la monjita. “¡Claro!” le contestó Lushka, “y mi papá me contó que siempre hacemos dos cenas, la primera y la última porque como los judíos vivimos en distintos lugares y las horas no son las mismas, así estamos seguros de que una de las dos noches estaremos todos haciendo lo mismo”. La explicación le encantó a Beata que siempre había creído que se llamaba última cena porque después lo habían crucificado. Le gustó la idea de festejar esta coincidencia entre judíos y cristianos pero le preocupaba no saber cuándo era la fecha exacta. Lushka la tranquilizó diciendo que no importaba el día sino hacerlo. “Decime qué hace falta” pidió Beata. Le respondió que solo tres cosas, matzá, velas y la keará. ¡Otra palabra que la monja nunca había escuchado! ”Es un plato en el que ponemos cosas para recordar que fuimos esclavos, que un día dejamos de serlo y que deseamos que todos los esclavos puedan hacer lo mismo”. Beata pensó que los pobres chicos que cuidaba eran esclavos de los nazis pero no dijo nada, no quería entristecer a Lushka. Solo dijo que lo único que tenían eran las velas. Y otra vez la sabia chiquita encontró la solución, “no importa” dijo con una ancha sonrisa, “lo podemos dibujar”.

Aparecieron papeles y lápices, incluso algunos de colores, y el triste salón se convirtió en un patio de juegos. Fue una mañana diferente de las mañanas de siempre. Fue una mañana en la que, dibujando, recrearon la historia del éxodo judío y lo hermoso de ser libres. 

Los más chiquitos esbozaron matzot en varias hojas y los más grandes crearon huevos duros, papas hervidas, huesos de pollo, puntitos de sal, perejil y lo que cada uno recordaba que se ponía en la mesa. En el triste comedor de siempre el mantel blanco cubierto con los dibujos de los chicos puso un clima festivo al atardecer de esa primavera incipiente. Las velas hacían brillar los ojitos de los chicos. Los de siete u ocho años se acordaban del Séder en sus casas y del sabor del guefilte fish con jrein. Unos pocos recordaban alguna canción pero fue fácil para Lushka que aprendieran el Jad Gadió que pintó de risas y sonrisas las caritas opacas. Fue una noche diferente a las otras noches en el orfanato. Y cuando todo parecía haber terminado, Beata los sorprendió diciendo que quien encuentre el afikomán (¡había afikomán! ¿cómo se había enterado de eso?) tendría un premio. Salieron corriendo hacia todos los rincones del helado orfanato hasta que se escuchó ¡Lo encontré! y apareció Mariush, de 7 años, que antes de entrar al orfanato se llamaba Moishele, con el dibujo de la matzá como trofeo. Casi sin aliento, esperó expectante recibir el premio prometido. Todos rodeaban a Beata que, como si fuera un mago, sacó del bolsillo de su delantal ¡UNA BANANA!
Mariush no lo podía creer. No se animaba a tocarla. Estiró sus manos con timidez y cuando vio la mirada de los más chicos pidió un cuchillo para darle un poquito a cada uno. Beata lo detuvo y como si tuviera una varita mágica sacó de su bolsillo encantado ¡5 bananas más! ¡Gritos! ¡Alegría! La fiesta fue completa. 

Y Lushka, que en Argentina se llama Luisa, cuenta en cada Séder su hagadá personal, aquel Pésaj en el orfanato con los dibujos y el amor de la hermana Beata. Y siempre que alguien no entiende lo de las bananas, pacientemente responde que era un fruto exótico, un lujo, una golosina deliciosa que todos sabían que existía pero nadie había probado nunca. Y siempre agrega que no importa la fecha ni la comida porque  “lo que importa es estar juntos y recordar lo que fuimos y lo que somos. Pase lo que pase, aunque no tengamos vino o mantel o matzá, siempre lo podemos contar. Cada vez que lo hacemos, enhebramos una perla más en este collar que nos une, nos da sentido y nos dice quienes seguimos siendo”.

Publicado en una nueva hagadá de pesaj: “Un seder posible” de Bianca Guebel, Michelle Gualda y Mica Najmanovich, Edición Balebuste.