Después del 7 de octubre

Esta investigación fue hecha antes del ataque de Hamás que gobierna el estado terrorista de Gaza, un intento de genocidio detenido a tiempo. Mientras escribo estas palabras los secuestrados siguen ausentes sin que se sepa quiénes siguen vivos y quiénes fueron asesinados. Cientos de miles de desplazados ven alteradas sus vidas de manera radical en Israel. Muchas familias penan la muerte de padres, madres, hijos, esposas, maridos, amigos. Muchos niños están procesando las crueles escenas vividas y están aprendiendo a adaptarse a vivir sin uno de sus progenitores o sin ambos, sin algún hermano o sin todos. Los ataques continúan sobre el norte de Israel. Las víctimas no han podido recuperar el aire. Sigue sucediendo. 

Seguimos bajo el shock que ha reformulado nuestra relación como judíos en la diáspora. La ilusión de la seguridad y la garantía se fragmentó en mil pedazos y estamos ante una nueva incertidumbre. Tal vez la misma de siempre pero venimos de un período de florecimiento de la vida judía único en la historia que con este ataque voló por los aires.

Y estamos, otra vez, como durante la Shoá que necesitó varios años para tener un nombre. Tampoco lo tenemos aún, es 7/10, una fecha, un cuadradito en el almanaque. Necesitaremos que todo pase, que los escombros se reconstruyan, que los muertos sean velados, que los vivos recuperen sus vidas para, recién entonces, como con la Shoá, alguien encuentre la palabra.

Esta es una publicación acerca del lugar de las mujeres que también se vio alterado después del 7 de octubre aunque no a nivel dirigencial de la comunidad judía sino en el contexto más amplio de la sociedad en general. Este es mi contexto en la elaboración de este prólogo. 

El ataque sexual como arma de guerra no es nuevo. La saña con la que se hizo tampoco. Las cámaras go pro que registraron las violaciones, torturas y asesinatos suman un nuevo horror a la historia del horror de la humanidad. Pero la exhibición de esas imágenes, impúdica, gozosa, amoral y el aplauso que concitó en los gazatíes de a pie nos sumerge en la incomprensión más absoluta. Los crímenes cometidos en hechos de guerra solían ser ocultados por sus perpetradores, esta vez no solo se mostraron sino que levantaron aplausos y gritos de júbilo y orgullo. ¿Qué nos dice acerca de la condición humana?


Comunidad judía y sociedad general

Esta publicación encara el liderazgo de las mujeres en las organizaciones de la comunidad judía latinoamericana en el período 2018-2022. Como se decía en los viejos shtetlaj azoi vi es cristelzej, es idishzej” (en contextos cristianos, los judíos se comportan como los cristianos), la participación de mujeres judías en los espacios mencionados sigue patrones similares al de todas las mujeres. La sociedad tradicional, patriarcal y autoritaria, está siendo cuestionada y permite, lenta pero progresivamente, el ingreso de las mujeres a ámbitos de los que hasta ayer nomás estaban excluidas. Cuando eran invitadas a alguna mesa directiva sus tareas solían ser la gestión de actividades sociales, fiestas y celebraciones, o sea, la continuidad de sus funciones hogareñas tradicionales. El nazismo, siguiendo la cultura patriarcal tradicional, indicaba que el mundo de las mujeres debía atenerse a las tres K, Kinder, Küche y Kirche - niños, cocina e iglesia-. Abogadas, contadoras, escribanas, economistas, ingenieras, científicas y demás profesiones “masculinas” ejercidas por mujeres fueron consistentemente invisibilizadas. Podíamos ser maestras, enfermeras, asistentes sociales, o sea ocuparnos del cuidado pero raramente ascendíamos a puestos de responsabilidad en organizaciones o empresas. Y así fue hasta finales del siglo XX. 

Aunque la participación de mujeres en puestos y actividades ha mejorado en relación a pocas décadas atrás, estamos lejos todavía de algo parecido a la igualdad de posiciones y salarios. 


Mujeres y hombres, universos complementarios

Señalemos en principio que los cuerpos de hombres y mujeres son diferentes, no solo en su conformación exterior y en sus genitales sino, y principalmente, en sus determinantes neurológicos y hormonales. Nuestro sistema nervioso central, ese banco de datos y reacciones que nos asegura la vida, no ha cambiado en las últimas decenas de miles de años y sigue siendo lo que nos sostiene vivos. Nuestras visiones del mundo, igual que entonces, no suelen ser coincidentes aunque son complementarias. Ambos sexos y ambas visiones del mundo hicieron posible nuestra continuidad. Cada uno según su especificidad, según sus recursos y capacidades. 

A las mujeres nos es más fácil en general la comunicación verbal, la conexión y expresión de nuestro mundo emocional, atender a varias cosas simultáneamente a lo que sumamos el pensamiento lógico y racional que no es exclusivo del mundo masculino. Las mesas directivas que incluyen mujeres ganan en riqueza de perspectiva y estilo porque aportan lo que hoy se llama habilidades blandas, o sea, empatía y entendimiento de la fragilidad y vulnerabilidad humanas, trabajo en equipo, adaptabilidad, flexibilidad, colaboración, inteligencia emocional, resolución de conflictos, liderazgos horizontales que determinan una baja en la beligerancia y un mejor clima de trabajo. Estas capacidades están siendo crecientemente valoradas y requeridas porque crean un ámbito laboral amable, generativo y pacífico. 

Hay mujeres, sin embargo, que se resisten a adoptar este estilo como si descalificara su capacidad de tomar decisiones y resultaran menos ejecutivas. Inversamente, estamos viendo a hombres que descubren que el modo femenino resulta mucho más beneficioso,  para su propia vida y para el clima laboral, pues baja notablemente el estrés y la penuria de la confrontación constante en la lucha de quién prevalecerá, tan estereotípica y desgastante del mundo masculino. 

El trayecto caminado revela que estamos yendo hacia un universo laboral de progresiva igualdad. Hay algunas cosas que aún esperan ser modificadas para que la participación de las mujeres se facilite. Cito a modo de ejemplo pedestre y concreto los horarios. Si en lugar de reuniones al atardecer o directamente a la noche se pactaran por la mañana, muchas mujeres podrían ajustar mejor sus actividades sin tener que renunciar a los compromisos familiares. Porque la vida familiar sigue siendo más una prioridad más femenina que masculina.


Feminismos y patriarcado

Durante siglos, algunas mujeres expresaron su disconformidad con la inferiorización de la que eran objeto pero el gran cambio se produjo con la llamada primera ola del feminismo en Inglaterra a comienzos del siglo XX cuando las suffragettes, esas mujeres de vestidos largos y corsets que impedían la respiración, salieron a la calle exigiendo votar para tener los mismos derechos políticos y laborales que los hombres. A partir de allí, los movimientos feministas propugnaron una sociedad más justa e igualitaria ante el patriarcado androcéntrico y 

estructurador de relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres.

La segunda ola, a partir de 1960, tuvo como líderes, pensadoras e inspiradoras a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a Kate Millet entre tantas otras. En una marea de flujos y reflujos, le siguió una tercera ola en 1990 y ahora estamos viviendo la cuarta. 

El movimiento feminista floreció en variados feminismos con diferentes lecturas y propuestas y distintos grados de radicalización, pero sus principios fundantes integran hoy nuestra visión cultural. Su mirada crítica, tanto en el ámbito de lo público, -sobre el poder, la disparidad salarial, la desigualdad de derechos-, como en el ámbito de lo personal -el acoso, la violencia doméstica y sexual, el femicidio, y todo tipo de ataque contra la mujer en tanto mujer- son objetivos que hoy visualizamos, reconocemos y hemos incorporado en nuestro corpus civilizatorio. Hay acuerdo universal en que la violencia hacia la mujer por ser mujer es inaceptable, punible y exige la atención política, el tratamiento pedagógico y la transformación cultural. 

La lucha de los feminismos es, al menos en este punto, exitosa porque la repulsa a la violencia contra la mujer es unánime. La injusticia, la arbitrariedad y la benevolencia con la que se tomaban estos ataques hoy está fuera de cuestión. Nadie mirará con cariño ni ligereza a un violador, un torturador de mujeres, un golpeador, un femicida y muchos hombres están aprendiendo a ver y a pensar su relación con el sexo femenino desde un lugar diferente al del poder, la posesión y la subvaloración. 


El silencio traidor

Dicho esto, pasados varios meses del 7 de octubre de 2023, la falta de reacción de los movimientos feministas organizados respecto de las violaciones, torturas y asesinatos hechos por los terroristas de Hamás a mujeres israelíes ha sido un golpe inesperado. Silencio ante las secuestradas que aún siguen prisioneras. Silencio ante las violadas que tal vez estén gestando un bebé cuya recepción, filiación y crianza presentan un dilema desgarrador. Silencio ante las adolescentes que han vivido la orgía de horror en el festival Nova. Tantos años bregando por igualdad y justicia, denunciando ataques y perpetraciones en pos de la recuperación de la dignidad y la legitimidad de las mujeres como sujetos de derecho, y de pronto, al menos para mi sin previo aviso, fueron traicionados. Es una traición personal de la que todavía no me puedo reponer. 

A poco de sucedido, aún aturdida por lo que se iba sabiendo, busqué el apoyo explícito del colectivo femenino. Contacté a varias mujeres conocidas y reconocidas, tanto en la esfera artística como en la académica, mujeres de voces fuertes, mujeres que pelean por sus derechos y demandan atención, respecto, valoración, mujeres hacedoras y ejecutivas a las que miraba con admiración y cuya lucha por la defensa de la igualdad de derechos me resultaba ejemplar. Las respuestas que recibí de varias de ellas, no de todas por suerte, fue el cobarde y artero “sí, pero…”, o,  como dijo Claudine Gay, la infausta presidente de la Universidad de Harvard, repudiar la repulsa a Israel y el apoyo al terrorismo “depende del contexto”. Mujeres que hablan públicamente de la sociedad patriarcal eligieron no pronunciarse contra la barbaridad sucedida en Israel. Sus discursos y slogans se fueron borroneando y deslegitimando con un embanderamiento partidario que avala dictaduras y terrorismos. Mujeres orgullosas de sus militancias progresistas, su moral igualitaria y sus anhelos de justicia, silenciaron esos ideales ante las víctimas israelíes. No las acusaré acá de antisemitas, término que rechazarán con fuerza. El día que el sesgo militante se les diluya recuperarán, espero, la visión binocular y harán un mea culpa entendiendo cuánto de sus argumentos son antisemitas. No hicieron declaraciones empáticas con las víctimas israelíes porque su posición respecto al Estado de Israel fue más fuerte que su posición feminista. Entiéndase bien. No se oponían a una determinada política de gobierno sino al país. No podían alzar su voz para defender a las mujeres en Israel (aunque hubo/hay de varias nacionalidades, incluso argentinas), el suelo que pisaban alteró su condición de mujeres y determinó su exclusión de los derechos de cualquier mujer en cualquier otro lugar del mundo. Lo increíble, contradictorio y hasta bizarro, es que las mismas mujeres que no empatizaron ni se condolieron con las víctimas defienden y apoyan a países en los que las mujeres carecen de los mismos derechos que dicen defender. 


Una traición personal: #Yanolescreo

No solo me traicionaron a mí personalmente. No solo traicionaron a las mujeres israelíes. No solo traicionaron a las mujeres judías. Traicionaron al movimiento feminista y a todos sus principios. A las sufragistas, a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a cada una de las mujeres golpeadas o asesinadas, se traicionaron a sí mismas y a su lucha. A partir de ahora, lo que digan o hagan tendrá un valor relativo. Perdieron la autoridad para hablar en nombre de “las mujeres”, han quebrado el colectivo al decidir  que no todas son iguales. El sesgo anti israelí fue más fuerte que la condición de mujeres. Las violadas judías, las mutiladas, las torturadas, las asesinadas y exhibidas como trofeos, todas esas mujeres no pertenecen, según estas excluidoras, al universo del feminismo. 

Surge así, en esta cuarta ola feminista sumergida en la cultura woke, un nuevo colectivo  integrado por ideólogos y dueños de la moral que traicionan sus principios sin que se les mueva un pelo. No se salvó ninguno. Ni #metoo ni #niunamenos ni los defensores de los derechos LGBTQ+ ni los pañuelos celestes ni los pañuelos verdes, ni las izquierdas dizque progresistas, ni #blacklivesmatter. Complotados en una mudez atronadora, fingieron demencia haciendo como que no pasó lo que pasó. Relativizaron los ataques y algunos incluso defendieron a los perpetradores y levantaron banderas palestinas clamando por la desaparición del Estado de Israel como si los principios de libertad y justicia que dicen sostener no se contradijeran con los que sostienen los terroristas.  

¡Qué vergüenza! ¡Qué manera flagrante de traicionar y traicionarse! ¡A callar a partir de ahora! ¡A buscar otras luchas que no las enfrenten con este doble standard, con esta contradicción, con esta hipocresía de la que, al menos para mi, no tienen retorno! Hagan de su actual silencio una marca de auto oprobio y dejen de echar consignas vacías de contenido y autoridad. ¿Justificar un femicidio? ¿Acaso una golpiza a una mujer está justificada porque “lo miró mal”? ¿Acaso una violación es una consecuencia lógica de que mostrara las piernas o llevara ropa ajustada? ¿La culpa es de la víctima? Los movimientos feministas lo han dejado bien claro: ¡ninguna conducta de una mujer merece y justifica la violencia o el ataque, aunque el perpetrador se escude en ello para alegar inocencia. 

Ya es bastante difícil superar el techo de cristal que frena nuestro ascenso a posiciones dirigenciales pero hasta el 7/10 creíamos que compartíamos la misma lucha. Vemos que no. Que si quien reclama, quien sufre, quien ha sido atacada es judía, no merece las mismas declaraciones, ni demandas ni empatía. El supuesto colectivo femenino se convirtió en un destartalado vagón de carga con ingreso condicionado. La decepción es honda.

En consecuencia #yanolescreo será mi hashtag a partir de ahora porque, para mi gran dolor, el feminismo, en sus manifestaciones orgánicas, se ha suicidado. #Yanolescreo responderé cuando aseguren defender los derechos humanos. #Yanolescreo cuando declaman cambiar la sociedad patriarcal para que las mujeres tengamos los mismos derechos.#Yanolescreo cuando agiten pancartas con frases hechas políticamente correctas y se vayan a dormir tranquilas y felices por haber proclamado lo que luego contradicen con su silencio cómplice.


Ideales en fuga, culpas lacerantes

Caídas las ideologías que reinaron en el siglo XX, las élites educadas quedaron sin horizontes de lucha, sin ideales por los que luchar. La ecología, las minorías sexuales, los derechos humanos y el postcolonialismo con el eje opresor-oprimido, son las nuevas banderas de la generación woke, esa policía del pensamiento enredada en la consigna fascista de la corrección política. El macho blanco, el estereotipo masculino de la sociedad patriarcal, es el nuevo enemigo, el modelo de opresor a denunciar y abatir. En la búsqueda de causas a culpa de los descendientes de europeos y norteamericanos que colonizaron y esclavizaron a tantos no-blancos encontraron tal vez la manera de lavar ese pasado vergonzante. Estamos bajo el imperio de las redes sociales, de los slogans y mensajes breves y atractivos que deben viralizarse en likes y reenvíos que producen desinformación y simplificación. El escenario es extremista y maniqueo que señala a Israel como un estado “blanco, macho y patriarcal” acusado, en consecuencia, de genocida, apartheid y colonialista, las tres infundadas. Este pequeñito país, enclave occidental en oriente medio, es una isla democrática y liberal rodeada de tiranías y autocracias. Su población, lejos del estereotipo caucásico, es heterogénea y multicolor, las distintas etnias viven libremente y tienen acceso a todos los derechos. Sus guerras han sido siempre defensivas, nunca genocidas. Sin embargo, preso del juego ideológico simplificador y extremista, Israel es ubicado como el perpetrador mientras que en el otro extremo se ve a los palestinos como las víctimas, oprimidos, desvalidos y tratados injustamente. Ciertamente lo son, pero no de Israel, viven la tragedia de ser presos de sus mismas autoridades y de los países circundantes que los mantienen como eternos refugiados transitorios para, entre otras cosas, poder acusar a Israel. La situación es compleja, la historia es dolorosa, los resentimientos y los intereses horadan los espacios de comprensión y en esta nube tóxica las mujeres israelíes, las mujeres judías, no hemos pasado el filtro de la aceptación como mujeres. Solo pasó con nosotras. 


Nos dejaron afuera. Otra vez.

Nuestra decepción es honda y dolorosa. Fuimos parte del colectivo femenino con aportes esenciales desde su comienzo. Betty Friedan, judía, formuló las ideas claves en la historia del pensamiento feminista; su libro, “La mística de la femineidad” publicado en 1963 se considera uno de los libros más influyentes del siglo XX. 

Creíamos que éramos parte. Creíamos que estábamos ahí. Nos equivocamos. Fuimos crédulas. Fue un duro golpe pero también un aprendizaje. No pensamos que el ser judías nos diferenciaba de un modo tan visceral y que nos colocaba más allá de las proclamas feministas, más allá de lo humano. Creímos que éramos iguales. 

Y fuimos crédulas como tantas veces en la historia de la humanidad en que los judíos nos creímos parte del universal y recibimos el duro golpe de la exclusión en el mejor de los casos y del genocidio en el peor. 

¿Qué encubre el doloroso “sí, pero…”? El relato tan exitosamente difundido por las usinas de cierta izquierda dizque progresista alineada con los regímenes más brutales, homofóbicos y dictatoriales, ha calado hondo en un occidente que atribuye la culpa del desgarrador conflicto en oriente medio total y exclusivamente a Israel. A diferencia de otros regímenes autocráticos, dictatoriales, genocidas, y he aquí un punto esencial, no se acusa al gobierno como pasa con cualquier opinión sobre países en guerra, sino a toda su población. Sólo con Israel, sólo allí gobierno y población son la misma cosa y las acusaciones a las políticas se derraman sobre todos. Por eso el antisionismo es antisemitismo aunque los síperistas no lo quieran aceptar. Y la consecuencia, en esta lógica demencial, es que, si todos los israelíes son culpables, las mujeres mutiladas, arrastradas, sodomizadas, violadas, torturadas y asesinadas, sus vientres gestantes apuñalados, en tanto israelíes, también son culpables. Y el culpable merece castigo, lo que le suceda es merecido. “Sí, fue terrible…pero” y los dogmas políticamente correctos y las declaraciones se derrumban estrepitosamente y ante el temor de quedar afuera del colectivo, eligen el silencio acomodaticio, cobarde y traicionero. 


El camino de Rut: #tudoloreselmío

Bienvenida esta publicación sobre mujeres hecha por mujeres fuertes, inteligentes, comprometidas con sus trabajos y con la sociedad a pesar de haber sido excluidas del corpus teórico y político de los feminismos que traicionaron al progreso y nos abandonaron a una orfandad que, bien lo sabemos, no nos es desconocida a los judíos. La misma orfandad y exclusión de la judeofobia y los antisemitismos que nos han intentado sumergir en el pantano de la victimización y que concluyó tantas veces en nuestro asesinato. 

Duele como ha dolido siempre pero hemos aprendido a sobrevivir, estamos entrenadas en reconocer la mirada esquiva, la sospecha, la dualidad mentirosa de las autopercibidas buenas conciencias que callan ante torturas, violaciones y asesinatos al tiempo que hacen impúdicas declaraciones en defensa de los derechos de las mujeres. 

Cuenta el Tanaj que Elimelej y Noemí tenían dos hijos. Según las costumbres de la época, cuando moría el padre, la protección de la madre era asumida por sus hijos varones. Los dos hijos de Noemí casados con Rut y Orpá fallecieron antes de haber generado descendencia. Las tres mujeres, sin marido ni hijos varones, quedaron a la intemperie, sin resguardo ni amparo alguno. Noemí, ante el desdichado destino que esperaba a sus nueras sugirió que “vuelva cada una a la casa de su madre”. Orpá lo hizo. Rut no pudo. Se negó a abandonar a su suegra a la soledad, al hambre y a la indigencia: “donde vayas iré, donde vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

Orpá se fue y Rut, solidaria con el colectivo femenino, acompañó a Noemí en su camino incierto. A Rut, modelo de mujer del que bien deberían aprender los feminismos, nada de lo que sufriera una mujer le era ajeno. Su hashtag sería hoy, y lo hago mío, #tudoloreselmío”.

Los feminismos hoy no defienden a todas las mujeres. Sólo a algunas. Las judías parecemos ser más judías que mujeres. Deberemos seguir haciendo lo que aprendimos a lo largo de nuestra historia, a defendernos solas. 

Es lo que estamos haciendo con esta publicación y con tantas actividades y proyectos en los que participamos produciendo cultura, viviendo en familia, trabajando en el área corporativa, curando, diseñando, alimentando, protegiendo, reflexionando, mirando hacia adelante. 

Es lo que siempre hicimos. 

Es lo que seguiremos haciendo. 

Es el camino de Rut. 


Lic. Diana Wang

Florida, julio 2024