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Diana Wang: Judeofobia, antisemitismo y antisionismo (texto completo abajo)

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Judeofobia - Antisemitismo - Antisionismo

Antisemitismo es la demonización y hostilidad contra los judíos y su cultura.

Judeofobia es la repulsa  y el odio a los judíos.

Antisionismo es la oposición a la existencia del estado de Israel.

El feroz ataque del 7 de octubre demuestra, otra vez, que las 3 palabras quieren decir lo mismo. 

Judeofobia. 

El odio a los judíos tiene una larga historia. Comenzó cuando asumieron la responsabilidad de enunciar que hay un solo dios bajo el cual todos somos iguales, idea revulsiva en total oposición a la creencia en la multiplicidad de dioses del politeísmo. En un mundo en el que imperaba el paganismo la propuesta, irreverente y extraña del monoteísmo, fue resistida por los conquistadores romanos. 

El judío más prominente de la historia es Jesus, ese rabino rebelde crucificado como delincuente y entronizado décadas después por el apóstol Pablo como el mesías que había venido a redimir a la humanidad. 

En las crónicas de los apóstoles Mateo, Marcos, Lucas y Juan, Jesús, el mesías, traía una nueva religión. Mesías es una palabra hebrea que, transliterada al griego, se convierte en Cristo. Cristo es lo nuevo, su llegada cumplía las profecías bíblicas pero, en tanto nuevo, la identidad del cristianismo debía diferenciarse de aquel origen judío que comenzó a ser representado como la encarnación del mal e inició su exitosa carrera de propagación que culminó a finales del siglo IV cuando el emperador Constantino instaló al cristianismo como la religión oficial de lo que quedaba del imperio romano. 

Durante siglos, los párrocos y curas europeos predicaron ante los campesinos y el pueblo iletrado la condición malévola y demoníaca de los judíos, acusados de ser los provocadores de pestes, hambrunas y cataclismos. No solo la iglesia, también reyes y emperadores culpaban de todo lo malo a los judíos. Difundieron profusamente el libelo de sangre, la acusación de que los judíos secuestraban niños cristianos y los desangraban para sus rituales satánicos. Y más cerca de la modernidad, sumaron la acusación de los judíos como codiciosos y explotadores, que planeaban y orquestaban teorías conspirativas para lograr el poder universal. La propaganda de la Iglesia y de los estamentos del poder fue tan poderosa que la satanización de los judíos es desde entonces parte integrante de la identidad occidental: el judío es EL culpable. Esto define a la judeofobia.

Antisemitismo
En el siglo XIX la judeofobia devino en antisemitismo. La hostilidad y el odio contra los judíos, los semitas, tuvo un nuevo argumento.

¿De dónde viene la idea de lo semita y cómo se aplicó al pueblo judío?

Semita es una de las familias de los idiomas humanos. Es un concepto lingüístico. De entre las muchas familias de lenguas, dos son la semita y la aria. En la familia semita están al árabe, al hebreo, al arameo. En la aria las lenguas indo-europeas. No se trata de razas sino de idiomas. La idea de tomar lo semita y lo ario y aplicarlo a las personas, a la biología, fue del político alemán Wilhelm Marr a quien le debemos la palabra y el concepto de antisemitismo. 

Esta idea, tan difundida, es una superchería científica. Y lo es por dos motivos. 

Uno, porque la teoría racial no corresponde a los humanos. No existen razas en los seres humanos, somos una sola raza, la raza humana. Las diferencias exteriores, colores y formas, no nos definen como razas diferentes. y el otro porque lo semita no tiene que ver con las personas sino con los idiomas.

Y el otro motivo es el pase de magia de saltar de la lingüística a la biología, poner el origen de las lenguas como un determinante genérico. La teoría racial, que es falsa, y el tomar lo semita como genético, fueron la materia prima del concepto de antisemitismo que hoy se usa indistintamente con el de judeofobia.

Antisionismo.

Es oponerse a la existencia del Estado de Israel. 

El sionismo comenzó a fines del siglo XIX soñado y propuesto por Theodoro Herzl, político y periodista húngaro que propuso el establecimiento de un hogar judío a salvo de las persecusiones y el antisemitismo reinante. Este sueño generó un movimiento de liberación nacional que se hizo realidad recién después del holocausto cuando las Naciones Unidas, con el apoyo, entre otros, de los EEUU y la Unión Soviética, decretaron la partición de lo que, uno judío y el otro árabe. 

Los judíos lo aceptaron. 

Los árabes no y fueron instados a dejar sus lugares para ser asilados en campos de refugiados a la espera de que los poderosos países árabes vecinos cumplan su promesa de echar a los judíos al mar. A partir de entonces se sucedieron los ataques, las guerras contra Israel en las que siempre derrotó a sus atacantes. 

La simpatía que acompañó a Israel en sus primeras luchas contra las incursiones árabes tuvo un punto de inflexión en la Guerra de los Seis Días. La geopolítica y el petróleo cambiaron los apoyos internacionales y hubo una nueva partición del mundo. La Unión Soviética, que había apoyado el nacimiento de Israel, se alió con los países árabes. Cuando Israel gamó esa nueva guerra de manera concluyente y veloz en 6 días, la derrota fue humillante para sus vecinos que crearon la narrativa del estado colonizador que victimiza a la población árabe -que, no lo olvidemos, seguía refugiada en los campos forzosos y eternamente transitorios en los que los árabes insistían que siguieran-. Ninguno de los países vecinos los recibieron, “esperen a que echemos a los judíos al mar y recuperaremos todo”. Esta forzosa condición de víctimas a la que estaban sometidos por sus propios hermanos se equilibró con la condición contraria de los judíos que en la nueva narrativa, antes víctimas inermes e impotentes, pasaron a ser los aguerridos y vencedores, los que defenderían a sangre y fuego su nación y su casa a costa de la victimización de los palestinos. 

Palestinos era una palabra que se instaló entonces. La OLP liderada por Yaser Arafat enarboló el concepto de pueblo palestino como una nueva bandera de lucha y reivindicación con el relato de la liberación del pueblo palestino y de Israel como su sojuzgador. 

Cuando la OLP perdió poder político en manos de Hamás, que hoy es amo y señor de la franja de Gaza y la ribera oriental de Judea y Samaria, el relato se concretó en una militarización progresiva  y una escuela de odio instilada desde el jardín de infantes. 

Varios grupos que, tal vez con las mejores intenciones, creen defender los DDHH y exigen “liberar Palestina desde el río hasta el mar” están diciendo que alientan el exterminio de los judíos israelíes. Es una consigna antisemita de pura cepa.

Así, el islamismo radical sube la apuesta y hoy acusa a Israel de ocupante ilegal, genocida y apartheid. Tres acusaciones sin fundamento. 

No es ocupante de Gaza porque Israel abandonó Gaza en 2005, hace casi 20 años que no está allí y los gazatíes destruyeron todos los emprendimientos construidos (granjas, viveros, fabricas).

No es apartheid porque en Israel árabes, drusos, palestinos y otras etnias gozan de los mismos derechos que los judíos y acceden a todo tipo de cargos públicos y posiciones laborales. 

No es genocida porque ésta y todas las guerras en Israel fueron defensivas, nunca comenzó ninguna. El ejército israelí tiene como eje principal evitar dañar a las poblaciones civiles. Las acciones de la presente guerra están precedidas por advertencias a la población para que abandonen el lugar antes de ser atacado. Se realizaron 79 mil llamadas telefónicas, se arrojaron 7.2 millones de folletos, se enviaron 13.7 millones de mensajes de texto y 15 millones de llamadas grabadas a los palestinos en Gaza. ¿Qué otro ejército del mundo hace una cosa igual? ¿avisar del ataque e indicar dónde tendrá lugar para que los civiles se pongan resguardo?

Las acusaciones hacia Israel replican las históricas acusaciones judeófobas travestidas hoy como políticas. Criticar alguna política israelí es legítimo así como criticar a cualquier política o gobierno de cualquier país del mundo. Pero a ningún país se lo identifica con su gobierno. A ningún país se le exige que sus residentes lo abandonen. Ningún país, ni el más sanguinario y racista, es acusado de maldad, crueldad, discriminación y racismo como Israel. Guerras y asesinatos en todas las latitudes son pasados por alto y no mencionados por los medios ni registrados por las redes como merecedores de repulsa social. Salvo que se trate de Israel. Hay que vender noticias y ya sabemos, jews are news. 

Quien dice “no soy antisemita, soy antisionista” incurre en una contradicción. El antisionismo, es decir, la convicción de que Israel no tiene el derecho a existir como cualquier otro país y que su población judía debe desaparecer es una formulación antijudía explícita. A ningún país del mundo se le niega el derecho a existir, solo a Israel. 

Los antisionistas sufren de una doble ceguera: no ven las cosas como son y, lo que es peor,  no ven que no ven. 

Los islamistas radicales han hecho un exitoso trabajo ocultando la cruel victimización del pueblo palestino en manos de sus propios hermanos e instalando la idea de que Israel es el culpable. Los israelíes señalados son la nueva demonización 

de los judíos acusados de todo lo malo que sucede. Ayer ¡quemarlos en la hoguera! ¡ahogarlos en las cámaras de gas! Hoy ¡echarlos al mar! ¡a morir, otra vez! El islamismo radical está ganando la batalla cultural. Reconocerse antisionista hoy es cool.


Judeofobia, antisemitismo y antisionismo son sinónimos.