El Museo del Holocausto de Buenos Aires da la bienvenida a esta riquísima muestra que revela el grado del antisemitismo como parte de la cultura europea. Esta increíble colección con más de 8 mil piezas originales, la mayor en su género en Europa, es obra de Arthur Langerman, sobreviviente judío de Bélgica. Libros y publicaciones de distinto calibre, juguetes, posters, imágenes plasmadas en papel o en diferentes objetos, un universo multiforme y heterogéneo que converge en el odio a los judíos, la construcción y sostenimiento del prejuicio mediante imágenes falsas.
Veamos más de cerca a la palabra prejuicio. El prejuicio como tal no es necesariamente malo aunque la palabra haya quedado contaminada con la idea de la disvaloración, de la discriminación y de la exclusión. El prejuicio es uno de los mecanismos de la economía psíquica en nuestro proceso de pensamiento, una especie de atajo sobre personas o ideas o cosas sobre las que no es preciso volver a evaluar. Fue una herramienta de supervivencia que nos permitía anticipar lo desconocido, lo no familiar, ver peligros, amenazas y defendernos. El prejuicio es parte de nuestra vida, tanto el defensivo como el discriminador. Creo sin embargo que el antisemitismo, en su adhesividad, en trascender fronteras y circunstancias, se distingue de otros prejuicios. Está instalado con tal peso de verdad en la sociedad occidental monoteísta que parece irreductible. La judeofobia es más que un prejuicio, es el odio más antiguo conocido, y aunque cambió en sustentos y manifestaciones se mantuvo inalterable a lo largo de los siglos. La palabra prejuicio creo que le queda chica. Los objetos e imágenes reunidos por Langerman lo revelan de modo indiscutible. La nariz ganchuda, tan estereotípica del ideario antijudío es tan universal como la botella de Coca Cola.
El odio a los judíos, la judeofobia, tiene una larga historia en la comunidad humana. Comenzó cuando el pueblo judío se instituyó como tal y asumió la responsabilidad de enunciar y sostener que hay un solo dios bajo cuya supremacía todos somos iguales. Proposición revulsiva que se oponía radicalmente al politeísmo y al paganismo imperantes. Esta idea insólita, extraña e irreverente que traía el monoteísmo fue resistida por los gobernantes y emperadores de la antigüedad puesto que amenazaba su poder.
A pesar de los rechazos y las persecuciones que podrían haberlo disuelto, como ha pasado con tantos otros pueblos, el pueblo judío se mantuvo unido y fiel a su idea. Pasaban los gobiernos, cambiaban de sitio de residencia pero continuaban llevando consigo el mensaje organizador y estructurador de la convivencia humana de que ante un dios único los humanos somos todos iguales.
El judío más prominente de la historia es Jesus. Este rabino rebelde que difundía el mensaje de la igualdad humana tan amenazante para el poder, fue crucificado como delincuente por el imperio romano. Su entronización y relevancia fue posterior a su muerte y se la debemos al apóstol Pablo que lo señaló como el mesías venido a redimir a la humanidad. Mesías, literalmente “el ungido”, el salvador, es una palabra hebrea que, transliterada al griego, es la palabra Cristo. Para instituir al cristianismo como la nueva religión hubo que diferenciarlo de su origen. Comenzó así el camino del odio porque el judío pasó a ser la encarnación de lo diabólico, del mal. Este proyecto de Pablo y sus apóstoles tuvo una exitosa carrera de propagación que culminó a finales del siglo IV cuando el emperador Constantino y luego Teodosio El Grande instalaron al cristianismo como la religión oficial de lo que quedaba del imperio romano.
Durante siglos, apoyados por reyes y emperadores, los párrocos y curas europeos predicaron ante campesinos iletrados la condición malévola y demoníaca de los judíos acusados de deicidio y de provocar pestes, hambrunas y cataclismos. Difundieron profusamente el libelo de sangre, la acusación de que secuestraban niños cristianos y los desangraban para sus rituales satánicos. Más cerca de la modernidad, sumaron la acusación de codiciosos y explotadores, planeadores y orquestadores de conspiraciones para lograr el poder universal. La propaganda de la Iglesia y de los estamentos del poder fue tan poderosa que la satanización de los judíos es desde entonces parte integrante de la identidad occidental: judío es igual a culpable.
En el siglo XIX la judeofobia religiosa devino antisemitismo. El odio contra los judíos, los semitas, tuvo un nuevo argumento. Veamos de dónde viene lo semita.
Semita es una de las familias de los idiomas humanos. De entre las muchas familias de lenguas, dos raíces son la semita y la aria. De la familia semita nacen el árabe, el hebreo, el arameo. De la aria, las lenguas indo-europeas. Lo semita es el idioma, no la gente.
La idea de tomar lo semita y lo ario y aplicarlo a la biología, a la teoría racial, fue del político alemán Wilhelm Marr. Esta superchería científica tan difundida es falsa por dos motivos.
Uno, porque la teoría racial no corresponde a los humanos. No existen razas en los seres humanos, somos una sola raza, la raza humana. Las diferencias exteriores, colores y formas, no nos definen biológicamente como razas diferentes.
Y el otro motivo es el pase de magia de saltar de la lingüística a la biología, tomar el origen de las lenguas y trasladarlo al campo de la genética.
Ambas falsedades, la teoría racial y lo semita como raza fueron la materia prima del concepto de antisemitismo que hoy se usa indistintamente con el de judeofobia.
Durante el iluminismo a finales del siglo XIX, la comunidad judía centroeuropea tuvo acceso a la ciudadanía especialmente en Alemania y Francia. Se abrió un despertar cultural fecundo con la expectativa de la integración y la aceptación. La esperanza fue truncada de un plumazo con el juicio a Dreyfuss que destapó las cloacas del odio latente a los judíos, como lo que está pasando en la actualidad luego del pogrom terrorista de Hamás.
El infausto deslizamiento de la humanidad al antisemitismo siguió en el siglo XX.
A los Protocolos de los Sabios de Sión, esa superchería inventada por la policía zarista, se sumó El Judío Internacional de Henry Ford. Al triunfo de la revolución soviética que aterró a occidente y debía ser detenido a toda costa se sumaron Hitler y los ideólogos nazis que igualaron a comunistas con judíos. Esos textos e ideas se tomaron para cohesionar a Alemania contra los judíos. Hoy vemos estas imágenes también en los afiches y propaganda del islamismo radical con el mismo objetivo de entonces.
Todo esto está reflejado en las imágenes y objetos recolectados por Langerman.
Llamar a la exhibición Fake Images alude al fenómeno de las fake news que infectan de modo tan poderoso a los consumidores de redes sociales sin tiempo ni disposición para pensar, revisar, comparar, verificar. Imágenes fraudulentas, noticias fraudulentas, objetivos fraudulentos son el contexto que vivimos hoy y que nos honramos en apoyar y presentar en esta casa de modo aleccionador y como advertencia. Complementa de manera vibrante el recorrido de nuestro museo y permite ver, entender y, tal vez, eso esperamos, prepararse para el derrame de falsedades, engaños y manipulaciones que recibimos a diario y que tanto daño están haciendo.