Antisemitismo, no es un tema judío.

Estoy cansada de hablar de antisemitismo. Harta. Agotada. 

¿Por qué tengo que explicar yo el antisemitismo?

¿Por qué tengo que encontrar yo la manera de erradicarlo?

¿Por qué? ¿Porque soy judía?

¿Por qué los judíos asumimos la tarea de inventar módulos pedagógicos, gestionar el milagro de la disolución del prejuicio, esclarecer, informar, explicar? ¿Por qué nosotros? Estoy harta de cargar con ese peso. 

Cuando a Jack Fuchs, sobreviviente, le preguntaban por qué la Shoá, decía: “¿Por qué me pregunta a mi? ¡pregúnteselo a los nazis…!”

¿Por qué los judíos debemos explicar el antisemitismo? No lo hemos creado, fuimos -somos- sus víctimas. Podemos dar seminarios enteros acerca de las variadas maneras en que hemos sido atacados a lo largo de los siglos, pero ¿eso nos da autoridad para explicarlo? ¿Acaso se le pide a la mujer golpeada que explique la personalidad del golpeador? ¿Acaso se le pide a quien fue violado que explique la patología de su violador? ¿Acaso se le pide a la víctima de un delito cualquiera que explique la criminalidad del delincuente?

¿Por qué debemos ser los judíos los que elaboremos teorías y creemos mecanismos para erradicar el antisemitismo? ¿Será tal vez porque otros no lo hacen? Estoy harta de hacer el trabajo que deberían hacer los demás. A decir verdad, tampoco todo lo que hicimos, aunque mucho, fue suficiente. El antisemitismo goza de una excelente salud. 

Tal vez no debiéramos ser nosotros los encargados de asumir esa responsabilidad. A pesar de lo que creen los antisemitas, no tenemos el poder de influir en la opinión de nadie ni menos aún de cambiar prejuicios. 

Además, estamos afectados directamente y ¿quién presta atención a los argumentos de la víctima? raya en lo ridículo pretender que la víctima modifique al victimario. El victimario y sus allegados tienen ese poder. Lo generó la cristiandad, lo regó el fascismo y hoy lo reverdecen el islamismo radical y las izquierdas bienpensantes. La Iglesia, desde Nostra Aetate en 1965 ha emprendido una tarea de reversión de la lacra del antisemitismo y algunos, pocos por el momento, han advertido que es una cuestión que atañe al mundo civilizado, que excede por mucho a lo judío. Es que el antisemitismo no es un tema judío. Ya desde Hajj Amin al-Husayni, el muftí de Jerusalén apoyó al nazismo y sse runió con Hitler en 1941, la no aceptación de la partición de la tierra por parte de los árabes y su éxodo, los triunfos bélicos de Israel en cada uno de los ataques que recibió, generaron que el antisemitismo fuera una de las banderas del islamismo radical. La exitosa campaña que condujeron en los medios y las redes contaminó hoy a las buenas conciencias de una izquierda que se dejó seducir por el relato de las víctimas palestinas en manos del supuesto ocupante israelí, “vil, cruel, diabólico” (todo parecido con las acusaciones medievales contra los judíos no es coincidencia). 

Estoy harta de mostrar mis heridas, harta de buscar porqués, harta de luchar contra la ignorancia y el prejuicio. Estoy harta de tener que justificarme y dar razones para tener los mismos derechos que todos los demás. Estoy harta de decir una y otra vez que “tengo ojos, manos, órganos, alma, sentidos y pasiones igual que todos, me alimento con los mismos manjares, recibo las mismas heridas, padezco las mismas enfermedades y me curo con iguales medicinas, tengo calor en verano y frío en invierno, si me hieren sangro, si me hacen cosquillas río, si me envenenan muero” (gracias Shakespeare) .

Harta de explicarle a la derecha que no tengo cuernos, que no soy comunista. Harta de explicarle a la izquierda que no soy poderosa ni explotadora. Harta de mostrarle a las feministas su doble vara cuando eligen a qué mujeres defender. Harta de la UNESCO y la UN y los defensores retóricos de DDHH que cacarean buenas intenciones solo en los papeles. Harta de esa izquierda siniestra y enceguecida en la que, sorprendentemente, hay algunos judíos que se atacan a sí mismos.

Harta con un hartazgo animal, visceral, total. Y digo ¡basta! Basta de defenderme de nada. No hice nada. Si puedo evitarlo no me dejo pegar más y si mis palabras, porque soy judía, están descalificadas, es hora de callar lo dicho tantas veces y tan pocas escuchado. 

La voz judía obviamente no tiene la capacidad de diluir el antisemitismo. Pide a gritos las otras voces. La cristiana, la musulmana, la de los defensores de la justicia social. Pareciera que no advierten el modo en el que el antisemitismo corroe y pervierte a la sociedad toda y cuánto lastima la trama de la convivencia. Igual que el cáncer no es un tema exclusivo del órgano afectado porque todo el cuerpo está enfermo, contaminado y en peligro, el antisemitismo no es un tema judío. Una sociedad que legitima y admite que una pequeña parte de sus miembros no tiene los mismos derechos legitima y admite la idea de que cualquier grupo puede estar igualmente amenazado. No es una sociedad segura ni confiable para nadie. Aceptar que un pueblo sea exterminado solo por haber nacido, o que un país sea destruido porque a los vecinos les afectan las decisiones de su gobierno, sienta el precedente de que eso es algo que se puede hacer. Hoy “no es por mí” pero “cuando vengan por mí, no quedará nadie que proteste” (gracias Niemöller).

El antisemitismo, que atraviesa clases sociales y partidismos políticos, corrompe la moral social básica que sustenta la convivencia posible. Frenar su crecimiento es por interés de todos. ¿Es que no lo ven? No, tristemente creo que no lo ven y, lo que es peor: ¡no ven que no ven! 

¡Hermanos cristianos, hermanos musulmanes, hermanos de derechas y de izquierdas, les pasamos la posta! Ustedes conocen perfectamente los recursos para la propagación y difusión de ideas y relatos, úsenlos hoy para combatir al antisemitismo que corroe las entrañas de la humanidad. Son varias las amenazan que se ciñen sobre nuestro mundo. El antisemitismo es una de ellas. “¡Aux armes citoyennes! ¡formez vos bataillons!”, reivindiquen el derecho a existir de todo ser humano, crea en lo que crea, se vea como se vea, viva como prefiera vivir. La tarea es ciclópea porque deberá incluir todos los frentes: el bélico y el mediático, cada iglesia, cada mezquita y cada escuela, universidades y corporaciones, la mesa familiar y las redes sociales. 

Con la misma convicción con la que algunos de ustedes lo instalaron, encaren la lucha contra el antisemitismo. Nosotros no hemos podido y yo, visto mi estruendoso fracaso, me rindo. 

Está en vuestras manos porque el antisemitismo no es un tema judío.  

Publicado en La Nación
Citado en el editorial de La Nación 12/6/24

Holocausto ayer. Yijad hoy. Un clamor en el desierto


Otra conmemoración del día en que el Ejército Rojo se topó con Auschwitz. Las Naciones Unidas eligieron esa fecha para honrar a las víctimas. Fecha que hoy se resignifica de un modo atroz.

El 8 de octubre de 2023 el mundo se topó con el horror. Al día siguiente del ataque terrorista de Hamás, las fotos, los videos, los testimonios de sobrevivientes, de los rescatistas y del cuerpo forense dando cuenta del estado en el que encontraron los restos de las víctimas, fue nuestro Auschwitz. El mundo entero vió con horror escenas similares a las que los rusos encontraron en su ingreso al escenario de aquel espanto.

La sorpresa fue igual. 

La desazón fue igual. 

El golpe en el plexo, igual. 

La pregunta por la condición humana, igual. 

Sorprende nuestra sorpresa. ¿Es que -¿ilusos, ingenuos, estúpidos?- habíamos creido a la Shoá como vacuna eficaz generadora de resistencias e inmunidades en nuestra piel social y en nuestra condición humana? Como los soviéticos que en su avance para derrotar al nazismo se toparon con la podredumbre más maloliente, nos topamos con la noción de que lo que creíamos que había cambiado no solo no cambió sino que empeoró. Entonces, aunque pretendieron ocultarlo, los nazis no tuvieron tiempo para esconder todo. Ahora, con un espanto renovado, vemos que, lejos de pretender ocultarlo, lo filmaron y lo publicaron ¡orgullosos! 

Los negadores del holocausto ponen en duda lo que pasó. Los que apoyan al islamismo radical hacen lo mismo. Las evidencias no les son evidentes. No las quieren ver. Y se convencen de que no están. 

La derrota del nazismo derribó en el siglo XX la idea de un humanismo racional. La respuesta al ataque de Hamás hirió en el siglo XXI la noción de que la educación sobre el holocausto había reducido el antisemitismo. Por el contrario nos explotó como una pústula purulenta y sus esquirlas laceran nuestra piel desnuda, frágil y vulnerable. No solo la piel de los judíos. La de toda la humanidad. Nadie es ajeno al antisemitismo. Lo sufrís, lo generás o creés que no es con vos. Si creés que no es con vos, es hora de que te sientes a pensar y te prepares. Hoy no es con vos. Solo hoy. Es cosa de las ideologías totalitarias con pretensiones universales. El nazismo del “Reich de los mil años” terminaría con los “impuros”, las yihad islámica, si triunfa e instala el califato universal, terminará con  los “infieles”. Nadie está exento. Infieles somos todos los que no somos musulmanes. Es desgarrador advertir que las futuras víctimas no lo ven y, lo que es aterradoramente peor, no ven que no ven. 

Derrotar al nazismo detuvo la masacre. El único camino, hoy, es derrotar el plan hegemónico y terrorista islamico.

Si teníamos alguna ilusión de progreso, ya sabemos que no, que habrá que guardarla hasta que escampe. Hoy como entonces el peligro nos fuerza  a mezclar y dar de nuevo. Hoy como entonces recordemos que no somos los judíos los que debemos dar una respuesta. Somos las víctimas, no los responsables. Hoy como entonces es mandatorio comprender que se trata de la sociedad humana, de nuestro futuro y el del mundo que les dejaremos a nuestros descendientes. 

Si el perpetrador es justificado, admitido y resulta impune, la órbita de sus ataques se extenderá. Si los estados islámicos tiránicos, autocráticos y absolutistas, continúan regando con petrodólares las conciencias de occidente, el jardín de la civilización se cubrirá con malas hierbas. Si no frenamos el avance destructivo y arrasador del terrorismo la tierra nutricia del humanismo se volverá un desierto seco y estéril. 

Claro que si quedara algún judío, probablemente, como ya sucedió con el milagro en Israel, volvería a inventar el riego por goteo para que vuelva a renacer la vida. 

Publicado en Infobae

Antisemitismo, antisionismo y judeofobia.

Primero las definiciones.

Antisemitismo es la demonización y hostilidad contra los judíos y su cultura.

Judeofobia designa directamente el odio a los judíos.

Antisionismo es oponerse a la existencia del estado de Israel.

Después del 7 de octubre las 3 palabras quieren decir lo mismo. Veamos una por una.

La repulsa al pueblo judío tiene una larga historia. Fue históricamente acusado por reyes y emperadores, por curas y pastores, de todos los males. Se los investía de ropajes demoníacos y de ser los causantes de pestes y epidemias, de inundaciones y cataclismos, de guerras y sequías. 

¿Por qué fue necesario construir al pueblo judío como el eterno culpable? 

Durante las distintas invasiones en la antigüedad de lo que hoy es Israel, los judíos mantuvieron sus rituales y creencias y no se sometieron a la voluntad de los conquistadores. Esto fue visto por el poder de turno como una rebelión intolerable. Ese pueblo de zaparrastrosos que se lo pasaban leyendo y orando ¿quiénes se creen que son que no respetan ni a griegos ni a romanos, ni a reyes ni a emperadores e insisten en sus creencias absurdas de que dios es uno solo? 

Jesus fue uno de esos judíos rebeldes que predicaba la existencia de un dios único y como la gente lo seguía del único modo en que el poder romano pudo acallarlo fue crucificándolo como un delincuente junto a dos ladrones. 

Jesus fue un rabino, nunca renegó de su judaísmo, siempre lo respetó y predicó en su nombre. 

¿De dónde viene el cristianismo entonces? Es posterior a su muerte y se lo debemos a Pablo y a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los apóstoles que en el primer siglo de la era común escribieron las crónicas de su vida y lo llamaron  Cristo que era la transcripción griega de la palabra hebrea mesías, el que según la promesa de los profetas sería el redentor enviado por Dios. Si era el mesías era el fin de una era y el comienzo de otra, había que diferenciar a los judíos de los nuevos discípulos. Era una nueva religión, el cristianismo. y comenzó la caracterización del judío como el opuesto. Si Cristo era el bien los judíos eran el mal, si Cristo era la santidad los judíos el demonio. 

El proceso de cristianización del judaísmo y de su demonización culminó en el siglo IV cuando el emperador Constantino declaró a la Iglesia Católica como la religión oficial de lo que quedaba del imperio romano, entronizó y oficializó al cristianismo como la verdadera religión. A partir de entonces se dedicaron a propagar la fe, de ahí la palabra propaganda.

En todas las iglesias y parroquias europeas a partir de entonces las prédicas insistían en la condición maligna de los judíos y los campesinos y el pueblo iletrado tomaba la palabra de curas y prelados como palabra santa. 

En la edad media las acusaciones de la malevolencia judía llevó a que fueran acusados de todo lo malo que sucedía, pestes, hambrunas, inundaciones, reyes y emperadores culpaban de todo a los judíos. Se popularizaron cosas como el libelo de sangre, la acusación de que los judíos secuestraban niños cristianos y los desangraban para sus rituales satánicos, que los judíos tenían los cuernos y una cola de cerdo, que fogoneaban teorías conspirativas por codiciocosos y explotadores. 

Esta judeofobia, este odio a los judíos, fue regada y sostenida durante esos siglos pasando a integrar a la cultura europea, Pero no solo acusaciones. Fueron múltiples las expulsiones de los judíos durante aquellos siglos. Fueron echados de Francia en 1192 y varias veces más en los 1300, de Inglaterra en 1290, de los ducados de Austria, Parma y Milán en los 1400, de Castilla y Aragón  en 1492, Lituania en 1295, Portugal 1496, Navarra 1498 y así lugar por lugar, año tras año, siglo tras siglo sin olvidar los terribles pogromos de la Rusia Zarista en Odessa 1821, Kishinev 1903 y varios otros

Quedan huellas en nuestro idioma de aquellas acusaciones. Por ejemplo la palabra judiada como mala acción, la palabra ladino como astuto, traicionero.

El sonido de la jota de judío se asocia con el sonido de la jota de jodido. Y hay toda una familia de palabras de origen judío y hebreo incorporadas a nuestra habla cotidiana pero invisibilizadas como originadas en la cultura judía: amén, aleluya, barajas, eden, jubileo, cábala, mesías y las que vienen del idish como idishe mame, tujes y tantas otras.

Hasta el siglo XIX en que la judeofobia se transformó en antisemitismo.

Fue a raíz de dos teorías: una la teoría racial y la otra el origen de las lenguas.

Veamos la teoría racial.

Los europeos esclavistas debían explicarse de alguna manera por qué los negros y los indígenas americanos, tenían otro color, otras costumbres, otras lenguas. No eran iguales que ellos, los veían como inferiores, bárbaros, incapaces, más animales que humanos. La teoría racial decía que hay razas superiores e inferiores y que los europeos, por supuesto, eran superiores lo que tranquiliza las almas civilizadas europeas que lucraban  con esta conveniente explicación que justificaba el negocio esclavista.

Al mismo se puso en boga la ciencia lingüística que investigaba los orígenes de los distintos idiomas y se categorizaron familias lingüísticas. Las que  venían del sánscrito, las indoeuropeas tenían raíces arias. Las familias del extremo oriente compartían raíces orientales. Se describieron varias familias.  La afroasiática, la urálica, la esquimo aleutiana, y varias más. Entre ellas, estaba la familia de las lenguas semitas provenientes del medio oriente, como el arameo, el árabe y el hebreo. 

A fines del siglo XIX al político alemán Wilhelm Marr se le ocurrió tomar los orígenes de las lenguas y aplicarlo a la teoría racial, a los orígenes biológicos de las personas. Fundó la organización “Liga antisemita” e introdujo la palabra antisemitismo en la cultura de occidente. Su hipótesis era que los hablaban idiomas arios pertenecían a la raza aria, los que hablaban idiomas semitas a la raza semita. Lo que explica la curiosidad de cómo es posible que judíos y árabes sean ambos semitas. Es que, y ahora lo entendemos, ambos pueblos hablan lenguas semitas pero son distintos pueblos, con historias y culturas diferentes. 

El viejo odio, las viejas acusaciones ahora eran una cuestión racial, biológica. Los judíos eran una raza semita, inferiores, malignos, mentirosos, sucios y conspiradores. Ya no se trataba de una religión o de formas de pensar y vivir sino de algo genético. racial, heredado en la sangre. La conversión al catolicismo como había sido forzoso durante la inquisición dejó de tener sentido. Venía en la sangre, no había forma de cambiar eso. De este modo, la teoría racial sustentó el plan de exterminio nazi. En su delirante proyecto de cambiar al género humano para que solo subsistieran los “puros”, los “arios”, debían hacer desaparecer a todos aquellos pueblos que amenazaban con enlodar su supuesta pureza y superioridad. Empezaron asesinando judíos dado que la judeofobia ya estaba instalada y no había que hacer mucho trabajo para convencer a la gente que venía escuchando acusaciones desde los púlpitos de las iglesias.

Es importante señalar que el plan maestro del nazismo empezaba con el antisemitismo, con el exterminio de los judíos, pero si no hubieran sido derrotados en la guerra habrían seguido con el resto de los “impuros”: latinos y eslavos, orientales,  indígenas de América, Africa, Asia y Oceanía, negros, marrones, amarillos, rojos. Solo se salvarían los que podían probar su pura ascendencia “aria”. Pero ya sabemos que esto de las razas fue una superchería, que la cosa venía de los idiomas que se hablaban. 

La teoría racial es un delirio y una falsedad al que se adscribieron muchos que la dieron por cierta. Incluso hoy está tan enraizada en la cultura occidental que hablamos de racismo, muchos organismos y académicos siguen usando la palabra raza como si tuviera alguna validez y legitimidad científica. 

No existen razas entre los humanos, somos la raza humana, una sola, sin subdivisiones de ninguna especie.

Hay varios textos que difunden el prejuicio antisemita. “Los protocolos de los sabios de Sión” ese panfleto escrito por la policía zarista, “El judío internacional” de Henry Ford, en la Argentina “La Bolsa” de Julián Martel, las notas y tapas de Clarinada en la década del treinta. Sin dejar de mencionar la Circular 11 que desde 1938, un año antes del comienzo de la II guerra, restringía el ingreso de refugiados judíos del nazismo a la Argentina y el supuesto plan andinia que aún se sigue mencionando como real por los antisemitas de turno.  En la Argentina hemos vivido las incursiones de Tacuara de la pasada década del sesenta, los ataques a Graciela Sirota y a Norma Penjerek, el antisemitismo durante la dictadura, los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA donde murieron judíos e “inocentes”, ¿se acuerdan? el asesinato del fiscal Nissman.

¿Y por qué decimos que antisionismo es sinónimo de antisemitismo y judeofobia?

Escuchamos con frecuencia la frase “yo no soy antisemita, soy antisionista” dicha incluso hasta por algunos judíos.

El sionismo es un movimiento político nacido a finales del siglo XIX. En la misma época de la invención del concepto de antisemitismo. Como consecuencia del infame juicio al capitán Dreyfus en el que se derramó la judeofobia francesa, Theodor Herzl pensó y soñó con la necesidad de un estado nacional judío, en sitio propio, un hogar,  a salvo del antisemitismo para vivir sin esa constante amenaza. El regreso a la tierra en la que habían vivido durante su origen como pueblo era un anhelo expresado año tras año alrededor de la mesa familiar en todos los hogares judíos. La fiesta del año nuevo, rosh hashaná, termina siempre con la frase “el año que viene en Jerusalém”. Luego de la II guerra, las Naciones Unidas decretaron la partición de la tierra que los ingleses habían llamado Palestina en dos naciones, una judía y otra árabe. Los judíos lo aceptaron, los árabes no. Luego de la retirada británica todos los vecinos árabes atacaron al recién nacido estado y fueron derrotados. Los árabes que vivían en Israel abandonaron sus casas y sus terrenos alentados por los que les decían que sería transitorio hasta que todos los judíos desaparecieran y ello pudieran regresar. Se crearon los campos de refugiados y el desgarrador anhelo de haber perdido su casa, su lugar. Al mismo tiempo más de un millón de judíos fue expulsado de los países árabes. 

A partir de allí se sucedieron los ataques, las guerras, y los atacantes fueron vencidos en todas. La geopolítica y el petróleo cambiaron los apoyos internacionales y hubo una nueva partición del mundo.. El punto de inflexión fue la Guerra de los Seis Días a partir de la cual Israel se convirtió en un enemigo poderoso. La Unión Soviética se alió con los países árabes mientras que los países occidentales lo hicieron con Israel. Ya olvidada la victimización sufrida por los judíos en los campos de exterminio, la imagen del judío víctima se cambió por la del judío vencedor y aguerrido, el que defendería a sangre y fuego su nación y su casa. La OLP liderada por Yaser Arafat regía la vida de los exiliados en los campamentos de refugiados y creó el concepto de pueblo palestino como un modo de aglutinarlos e instalar una bandera de lucha y reivindicación. En lo que hoy se llama pueblo palestino hay árabes y cristianos. Israel comenzó a ser acusado de expulsivos, de colonizadores y hoy como haciendo apartheid. Todas acusaciones infundadas y contradichas por los hechos. 

En esta breve e incompleta crónica debemos señalar que ninguna de las guerras sucedidas fue comenzada por Israel, siempre respondió de manera defensiva. La OLP perdió poder político en manos de Hamás que hoy es amo y señor de los territorios, la franja de Gaza y la ribera oriental de Judea y Samaria. Los israelíes abandonaron Gaza en 2005 y los palestinos destruyeron todos los emprendimientos construidos (granjas, viveros, fabricas). La constitución de Hamás enuncia sin eufemismos que su objetivo es la ocupación de Israel y la erradicación de todos los judíos. El exterminio es un propósito fundante y explícito. El pogrom perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre es la concretización de ese objetivo y anuncia su disposición a seguir haciéndolo hasta que no quede ningún judío. La frase “desde el río hasta el mar” es una clara enunciación del propósito asesino. 

“No soy antisemita, soy antisionista”. En esta formulación se advierte una doble negación. El antisionismo implica la negación de la existencia de Israel, no lo reconoce como legítimo y su consecuencia sería la expulsión de los judíos de allí o, como reza el islamismo radical, el exterminio del pueblo judío de la faz de la tierra. Se acusa a Israel de la muerte de miles de gazatíes. Los mismos que fueron alertados con anticipación de los ataques para que pudieran evacuar los lugar a ser atacados y evitar su muerte y que Hamás los convencía o forzaba a quedarse con lo cual, si eran atacados, conseguían el rédito político de mostrarlos como víctimas de los israelíes. La tragedia del pueblo gazatí es una consecuencia directa de la dictadura de Hamás.

Las acusaciones hacia Israel replican las históricas acusaciones judeófobas travestidas hoy como políticas. Hemos dicho hasta el cansancio que criticar alguna política israelí es legítimo como criticar a cualquier política de cualquier país del mundo. Pero a ningún país del mundo se le niega el derecho a existir. Ningún país es identificado con su gobierno.A ningún país se le exige que sus residentes lo abandonen. Ningún país es acusado de maldad, crueldad, discriminación, racismo -¡qué paradoja! como Israel. Guerras y asesinatos en todas las latitudes son pasados por alto y no registrados como merecedores de repulsa social ni por los medios. Salvo que se trate de Israel. Hay que vender noticias y ya sabemos, jews are news. 

Muchos antisionistas no advierten el antisemitismo involucrado en su posición. Esa es la doble negación en que incurren: No ven que no ven. Reconocerse antisionista hoy es cool, antisemita está mal visto. Los islamistas radicales han hecho un exitoso trabajo de instalación del pueblo palestino como víctima de Israel, están ganando la batalla cultural y hoy se vuelve a demonizar a los judíos y a acusarlos de todo lo malo que sucede. ¡a la hoguera! ¡a las cámaras de gas! ¡a morir, otra vez!

Por todo ello antisionismo es igual que antisemitismo.

videos:

DW: https://m.youtube.com/watch?v=mzfx0dgzIco&d=w

JS: https://www.youtube.com/watch?v=bVW3Nxz-a4U&feature=youtu.be

DS: https://youtu.be/LxQS4cuGkkU?si=7_5eee--Ag86YLQe

AC: https://youtu.be/yGvboetPtFA?feature=shared

Las marcas del antisemitismo

Transcripción de la entrevista para “El explorador de los chicos” podcast De Lorena Peverengo Lacombe - https://wetoker.com/author/lorena-peverengo/

1-Qué valor tiene hoy la memoria de lo que sucedió en la Shoá después de los sucesos del 7 de Octubre?

La Shoá es sinónimo de genocidio. Se llama genocidio al exterminio de un grupo humano, por causas geopolíticas, económicas, religiosas o étnicas. Si decimos shoá, u holocausto que aunque no son lo mismo se usan indistintamente, no hace falta explicar nada más, se entiende que se refiere a asesinatos masivos de personas inocentes. En un genocidio s decir, quien ataca no lo está haciendo para defenderse sino para conseguir algo. Es la diferencia entre matar y asesinar. Los mandamientos prohíben asesinar, no matar. Matar está permitido porque se mata en defensa propia o en defensa de alguien que está siendo atacado. Asesinar está prohibido porque se asesina por una conveniencia, una razón, por un sentimiento nunca es como defensa. Se asesina por robar, por ocupar un lugar, por invadir un territorio, por odio, por venganza, eso es lo que prohíben los mandamientos. 

La memoria por sí misma tiene un valor relativo. Se repite que hay que recordar para no repetir y eso está probado que no es así. El holocausto se recuerda, se investiga, se enseña y se conmemora y sin embargo el anhelado nunca más es otra vez y otra vez y otra vez. Los asesinatos masivos han seguido sucediendo. La memoria cobra importancia cuando de ella se extraen enseñanzas para el presente y el futuro. No es solo recordar. Apliquemos esta reflexión a lo sucedido el pasado 7 de octubre. Tanto la shoá como el ataque de hamás fueron contra judíos.  En la shoá el plan era su exterminio completo del planeta, en lo sucedido el 7 de octubre se revela el mismo propósito. Pero hay algunas diferencias. Una diferencia con la shoá es que los nazis perpetraron el asesinato de manera oculta, impidieron que el mundo lo supiera mientras que hamás que entró a matar, a violar, a torturar y a secuestrar, filmó cada una de las perpetraciones y luego las difundió por las redes sociales, a diferencia de los nazis, estaban felices y orgullosos de lo que habían hecho. Sin disimulo alguno, al contrario. El plan de exterminio nazi fue descubierto después de que fueron derrotados. El objetivo de asesinar, violar, desmembrar, torturar y humillar a los judíos y luego hacerlos desaparecer es público, lo dice la constitución de hamás y lo proclaman sus líderes abiertamente. 

Otra similitud es que durante la shoá el plan maestro de los nazis era el exterminio de todos los que llamaban impuros. Empezaban con los judíos. Pero continuarían con los eslavos, los latinos, los negros, los amarillos, los rojos, los marrones, es decir, todos los que no eran parte de su grupo étnico, gran parte del mundo estaba designado a ser asesinado. No lo pudieron hacer porque fueron vencidos en la guerra. ¿Pero qué pasará con la amenaza de hamás y el islamismo radical si no son frenados? El plan del islamismo radical de hamás es atacar y asesinar a judíos en donde se encuentren y seguirá con los que llaman infieles, es decir con todos los que no pertenezcan al islam. Los nazis querían exterminar a los impuros, los de hamás a los infieles. A todos. O sea que luego de los judíos seguirán con los cristianos y con todos los demás y el infierno será imparable. 

Hamás debe ser derrotado así como fue derrotado el nazismo. Para todo esto sirve la memoria de lo que pasó en la shoá.

2-¿Por qué el antisemitismo está tan integrado a nuestra cultura?

es la pregunta del millón y tiene muchas respuestas, ninguna definitiva.

Lo que llamamos antisemitismo debería ser llamado judeofobia, odio a los judíos. Antes de que se llamara antisemitismo era simplemente odio y demonización. Esto tiene una larga historia porque durante las distintas invasiones que sufrió lo que hoy es Israel desde la antigüedad, los judíos no se sometieron pasivamente a los conquistadores y mantuvieron sus rituales y creencias lo que era visto por el poder de turno como una rebelión intolerable. Ese pueblo de zaparrastrosos que se lo pasaban leyendo y orando ¿quiénes se creen que son que no respetan ni a griegos ni a romanos, ni a reyes ni a emperadores e insisten en sus creencias absurdas de que dios es uno solo? Jesus fue uno de esos judíos rebeldes que predicaba la existencia de un dios único y la gente lo seguía. El peligro era tanto para el poder romano que el único modo en que lo callaron fue deteniéndolo y crucificándolo como un delincuente junto a dos ladrones. Jesus fue un rabino, nunca renegó de su judaísmo, siempre lo respetó y predicó en su nombre. ¿De dónde viene el cristianismo entonces? Es posterior a su muerte y se lo debemos a Pablo y a los apóstoles que escribieron las crónicas de su vida. En nombre Cristo es la transcripción griega de la palabra hebrea mesías y al reconocer a Jesús como tal lo comenzaron a llamar Cristo. Y precisaron diferenciarlo de su herencia judía pues para ellos fue el fundador de una nueva religión y comenzó la tarea de oponer la figura del judío a la del cristiano como opuesto, como el mal, como el demonio. El proceso de cristianización del judaísmo y de su demonización culminó en el siglo IV cuando el emperador Constantino declaró a la Iglesia Católica como la religión oficial del imperio romano. En todas las iglesias y parroquias europeas a partir de entonces las prédicas insistían en la condición maligna de los judíos y los campesinos y el pueblo iletrado tomaba la palabra de los curas y prelados como palabra santa. En la edad media las acusaciones de la malevolencia judía llevó a que fueran acusados de todo lo malo que sucedía, pestes, hambrunas, inundaciones, reyes y emperadores culpaban de todo a los judíos. Esta judeofobia, este odio a los judíos, fue construido durante esos siglos, luego corroborado y afirmado durante la inquisición española. Pero la cosa no quedó ahí. Durante el siglo XIX hubo un vuelco insólito con dos teorías que comenzaron a circular. Una fue la teoría racial. Los europeos debían explicarse de alguna manera por qué los esclavos, los negros, los indígenas americanos, por qué tenían otro color, por qué otras costumbres, por qué no tenían las mismas costumbres que ellos. Los veían como inferiores, como incapaces y más animales que seres humanos. La teoría racial surge como una explicación que tranquiliza las almas civilizadas europeas pues dice que hay razas superiores e inferiores y que los europeos, por supuesto, eran superiores. Al mismo que los esclavistas veían a sus esclavos como inferiores, la ciencia lingüística investigaba los orígenes de los distintos idiomas. Algunos venían del sánscrito, eran las raíces arias, otros venían del extremo oriente, eran las raíces orientales, otros del medio oriente con raíces  semitas y varios orígenes más. Pero a fines del siglo XIX al periodista, Wilhelm Marr se le ocurrió tomar los orígenes de las lenguas y aplicarlo a los orígenes de las personas. Los que hablaban idiomas arios pertenecían a la raza aira, los que hablaban idiomas semitas a la raza semita. Aquí se explica una curiosidad porque judíos y árabes hablan lenguas semitas pero son distintos pueblos, con historias y culturas diferentes. Esta unión del origen del idioma con la teoría racial creó el antisemitismo. El viejo odio, las viejas acusaciones ahora se transformaron en cuestión racial, biológica. Los judíos eran una raza semita, inferiores, malignos, mentirosos, sucios y conspiradores. Ya no se trataba de una religión o de formas de pensar y vivir sino a algo genético. racial, heredado en la sangre. Ya no era cuestión de que se convirtieran al catolicismo como durante la inquisición, la teoría racial sustentó el plan de exterminio nazi que debía exterminar a todos aquellos pueblos que amenazaban como volver impura a lo que llamaban la raza aria. Empezaban por los judíos porque le judeofobia ya estaba instalada y no había que hacer mucho trabajo para convencer a la gente que venía escuchando acusaciones desde los púlpitos de las iglesias. Si no hubieran perdido la II guerra, una vez exterminados los judíos iban a seguir con el resto de los que creían impuros en el planeta. Es importante saber que la teoría racial es una superchería, que no existe algo así como razas entre los humanos, somos la raza humana, una sola, sin subdivisiones de ninguna especie.

3-Qué lecciones nos dejó el Holocausto que no aprendimos para poder respetarnos y enriquecernos con las diferencias?

Que la diversidad es una fuente de riqueza, eso lo sabe la biología, por eso es bueno que los hijos provengan de padres de familias diferentes y para traer renovación genética y enriquecer las respuestas y defensas naturales. 

Es natural que nos sintamos más cómodos con los que se nos parecen. Es natural que seamos amigos de gente con la que compartimos idiomas, culturas y visiones del mundo. Los que viven en el extrajero tienden a juntarse con sus compatriotas como un nido tranquilizador, todos comparten los códigos, historias similares, gustos y memorias. El diferente nos levanta una inquietud, ¿le gustaremos? ¿podremos comunicarnos? ¿querrá aprovecharse de mí de alguna manera? ¿me tengo que cuidar? Acercarse al diferente, conocerlo, conversar, mirarlo con simpatía, permite levantar esas barreras naturales y reconocer en lo que parece tan diferente aquello que nos iguala. Todos tenemos sangre en nuestras venas, cuando tenemos hambre nos hace felices comer, cuando estamos enfermos nos alivia ser cuidados, protegemos a nuestros hijos, nos ocupamos de nuestros padres, tenemos rituales para los distintos momentos de nuestras vidas, en todo eso todos somos iguales y es iluminador verlo porque nos hace sentir que los humanos somos una gran familia, una sola raza. Con distintos colores de piel, de pelo y de ojos, distintas alturas y tamaños, distintos idiomas y formas de ver el mundo pero compartimos el 98% de nuestro ADN, no tenemos razas que nos dividan, tan solo diferencias superficiales y exteriores. La raza humana es una sola. Eso es lo que tenemos que aprender todavía luego del holocausto.

4-Cuáles son las distintas marcas (físicas o indelebles como el numero tatuado e invisibles) que deja el antisemitismo en la vida de las infancias, las adolescencias y los jóvenes?

En situaciones benévolas tendemos a creer que el antisemitismo ha desaparecido y cuando rebrota nos sorprende, nos asusta, nos angustia. Es lo que está pasando ahora luego del sanguinario festín de sangre y tortura del terrorismo en Israel. El islamismo radical tiene como objetivo el exterminio del pueblo judío y de todos los infieles, como una vez lo tuvo el nazismo. No hay fronteras para ello. Lo que hicieron en Israel también lo hicieron en todos los atentados terroristas en Estados Unidos, Francia, España, Inglaterra. Ningún sitio está seguro para el terrorismo islámico. Los judíos vivimos a partir de entonces en un estado de alerta porque sabemos que podemos ser blanco de ataques en cualquier momento. Las escuelas, las sinagogas y las instituciones culturales judías son sitios que deben ser resguardados todos los días y todas las noches. El antisemitismo es un arma lista para disparar y no hay chaleco antibalas que nos proteja del todo. En Europa, durante el ascenso del nazismo, los chicos judíos fueron echados de sus escuelas, tenían prohibido ir a parques publicos, al cine, tener mascotas. Fue un shock drástico para los jóvenes tener que abandonar su equipo de fútbol o natación, no poder ver a sus amigos, novios, sus bandas de música. De pronto todo lo que les gustaba les estaba prohibido. De pronto ser judío era tener que estar marcado con una estrella que impedía que se subieran al colectivo porque no les estaba permitido, que hacía que algunos se burlaran o los humillaran, los hacían bajar de las veredas y caminar por la calle “como los caballos”. La marca del excluido, la marca del discriminado, la marca del ninguneado, es una herida muy dolorosa que queda guardada en nuestra identidad. Los que hemos sufrido ataques, humillaciones, acosos sabemos de qué hablo porque la memoria de esos hechos será para siempre parte de quienes somos. La prevención contra los ataques terroristas del islamismo radical debiera ser tomado en cuenta también por los cristianos y los de otras etnias, culturas y religiones porque todos somos igualmente infieles y todos estamos en la mira del terror. Pero es triste ver que casi todos creen que es un tema judío.

5-Cuáles de todas estas marcas permanecen en la vida adulta?

En cada persona es diferente y depende de lo que vivió y de qué es lo que cada uno pudo hacer con aquello que sufrió. Las consecuencias son variadas. 

La baja autoestima, la sensación de tener que probar que se tiene derecho. 

El enojo, el deseo de reivindicarse y demostrar que aquel ataque era injustificado, que fue arbitrario e injusto. 

Algunos judíos tiene dificultades con defender su salario, reclamar alguna deuda, pedir un aumento no vaya a ser que crean que su único interés es el dinero y esa es una marca que se imprimió por la histórica acusación de avaricia. 

Otra marca es poner atención en no sobresalir, en no hacerse notar, no vaya a ser que alguien crea que por ser judío uno se siente superior y esto es una consecuencia de la acusación de creernos el pueblo elegido… idea que se malentiende. Me explico. Hemos sido el pueblo elegido pero no para tener privilegio alguno sino para llevar al mundo la idea del monoteísmo, de que dios es uno solo y de que todos somos sus criaturas, iguales y sin discriminación. La idea proclamada en contextos de paganismo y de múltiples dioses, era una idea revolucionaria y ha sido una pesada responsabilidad del pueblo judío sostenerla, apegarse a la ley y no dejarse colonizar por ningún canto de sirenas. Lejos de la idea de ser elegidos como privilegiados o superiores, la tarea no nos ha sido fácil y nos hemos atenido a ella siglo tras siglo, persecución tras persecución, matanza tras matanza.

6-De qué manera se pueden componer las situaciones de discriminación y antisemitismo?

No sé cuánto se podrá componer. Pero habrá que seguir intentándolo. Hablar con quien quiera escuchar, enseñar, investigar, publicar, responder en las redes sociales… hasta hace poco creíamos que era una cuestión de educación, hoy sabemos que no alcanza, que el poder de las redes es tanto que es ése el frente que debemos encarar. La viralización de contenidos breves y contundentes, muchas veces falsos o manipulatorios, sin explicaciones ni contextos tergiversa los hechos y construye relatos que se infiltran como verdades y se multiplican hasta el infinito. Es lo que está pasando ahora con la respuesta defensiva de Israel luego del feroz ataque terrorista de hamás. Es en la redes donde es importantísimo responder a los mensajes engañosos con contenidos ciertos pero atractivos que inviten a ser vistos y likeados. Cada mensaje que es visto, likeado o reenviado informa al algoritmo que es de mucho  interés y se reproduce con más velocidad. Es una tarea enorme la que tenemos que encarar y lo que estamos haciendo acá con este podcast está orientado hacia allí.

7-Podría definir con una palabra la marca más profunda que deja el antisemitismo? para mí es desconfianza. Y la desconfianza horada y lastima el piso sobre el que estamos parados, nos fuerza a mirar con recelo, a tomar precauciones, a vivir bajo la alerta de la amenaza, a perder espontaneidad y frescura, la desconfianza lastima las bases de la solidaridad y la esperanza.

8-Como se combate el Antisemitismo? -Que podemos hacer como ciudadanos para evitarlo?

En principio con podcasts como éste, con buscar informaciones fidedignas y veraces, acudir a personas autorizadas, preguntar, aprender, no dejarse llevar por slogans o consignas engañosas disfrazadas de buenas intenciones. Pero hay mucho más. 

Conocer nuestros propios prejuicios y no solo contra los judíos. Tenemos un montón de prejuicios que funcionan silenciosamente, que nos pasan inadvertidos, que naturalizamos y que a la hora de actuar nos ponen en contra de alguien sin darnos cuenta del prejuicio que nos mueve en las sombras. Prejuicios sobre la imagen corporal, la edad, la condición social, el género, la sexualidad, el color de piel, la ropa, las formas de hablar, las discapacidades, las enfermedades, en cada una de estas cosas hay decenas de prejuicios. Todos tenemos prejuicios. 

El prejuicio antisemita acusa a los judíos de haber matado a dios, de ser explotadores, de ser comunistas, de ser capitalistas, de manejar la economía mundial, de ser dueños de los medios, de ser los demonios de la civilización, los culpables de todos los males que nos aquejan. Ninguna de estas acusaciones tiene asidero real, son ideas fraudulentas destinadas a generar odio y a sostenerlo. Esto lo estamos viendo en estos días con las acusaciones a Israel, el único estado judío del planeta, que está siendo acusado de las mismas cosas de las que se ha acusado a los judíos a lo largo de siglos. Israel y los judíos somos culpables por definición, por definición del prejuicio que así nos ha construido. Los ciudadanos debemos estar alertas ante este y todos los prejuicios y revisar nuestras ideas y puntos de vista tomando en consideración el modo en que los prejuicios nos manipulan y construyen nuestras opiniones. El antisemitismo no es un problema judío. Cae sobre los judíos pero debe ser un tema de cuidado de cristianos y musulmanes, es SU problema, ellos lo originaron y no nos corresponde a nosotros solucionarlo, nosotros debemos seguir sobreviviendo ante esta amenaza, explicar, contar las cosas cómo son y esperar que los odiadores recobren el sentido y encuentren la cura a esta enfermedad que sufren hace tantos siglos. Hay personalidades muy prestigiosas que dicen que el antisemitismo es el odio más importante en el siglo XXI y que hacia allí debemos dirigir nuestras fuerzas.

Hago mía la frase de Albert Einstein: Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Y yo agrego: sí Einstein, es cierto, pero debemos seguir intentándolo.


La matzá también se puede dibujar

Lushka se despertó temprano. Hacía ya dos años que no veía a su familia, no sabía nada de ellos. Estaba en el orfanato del Padre Boduena, en la parte aria de Varsovia donde la había traído Irena Sendler, la enfermera que venía al gueto con comida y remedios. Se llamaba Libe pero ya se había acostumbrado al nuevo nombre que ocultaba que era judía. 

Como era la más grande colaboraba con las monjas en lo que podía. Ayudó a vestir a los más chicos y consoló a Mietek, de tres años, que siempre lloraba al despertar pidiendo por su mamá. Terminado el desayuno, mientras levantaban la mesa y lavaban los vasos, le dijo a la Hermana Beata que se acercaba el Pésaj. Lo sabía porque había dejado de nevar, hacía menos frío, empezaba la primavera y la luz del día duraba más tiempo. Le contó que en su casa y en todas las casas judías se hacía un séder. Beata nunca había escuchado esa palabra y Lushka le dijo que era una cena que se hacía con la familia, se contaba una historia y se comía matzá. “¿Como la última cena de Jesús?” preguntó la monjita. “¡Claro!” le contestó Lushka, “y mi papá me contó que siempre hacemos dos cenas, la primera y la última porque como los judíos vivimos en distintos lugares y las horas no son las mismas, así estamos seguros de que una de las dos noches estaremos todos haciendo lo mismo”. La explicación le encantó a Beata que siempre había creído que se llamaba última cena porque después lo habían crucificado. Le gustó la idea de festejar esta coincidencia entre judíos y cristianos pero le preocupaba no saber cuándo era la fecha exacta. Lushka la tranquilizó diciendo que no importaba el día sino hacerlo. “Decime qué hace falta” pidió Beata. Le respondió que solo tres cosas, matzá, velas y la keará. ¡Otra palabra que la monja nunca había escuchado! ”Es un plato en el que ponemos cosas para recordar que fuimos esclavos, que un día dejamos de serlo y que deseamos que todos los esclavos puedan hacer lo mismo”. Beata pensó que los pobres chicos que cuidaba eran esclavos de los nazis pero no dijo nada, no quería entristecer a Lushka. Solo dijo que lo único que tenían eran las velas. Y otra vez la sabia chiquita encontró la solución, “no importa” dijo con una ancha sonrisa, “lo podemos dibujar”.

Aparecieron papeles y lápices, incluso algunos de colores, y el triste salón se convirtió en un patio de juegos. Fue una mañana diferente de las mañanas de siempre. Fue una mañana en la que, dibujando, recrearon la historia del éxodo judío y lo hermoso de ser libres. 

Los más chiquitos esbozaron matzot en varias hojas y los más grandes crearon huevos duros, papas hervidas, huesos de pollo, puntitos de sal, perejil y lo que cada uno recordaba que se ponía en la mesa. En el triste comedor de siempre el mantel blanco cubierto con los dibujos de los chicos puso un clima festivo al atardecer de esa primavera incipiente. Las velas hacían brillar los ojitos de los chicos. Los de siete u ocho años se acordaban del Séder en sus casas y del sabor del guefilte fish con jrein. Unos pocos recordaban alguna canción pero fue fácil para Lushka que aprendieran el Jad Gadió que pintó de risas y sonrisas las caritas opacas. Fue una noche diferente a las otras noches en el orfanato. Y cuando todo parecía haber terminado, Beata los sorprendió diciendo que quien encuentre el afikomán (¡había afikomán! ¿cómo se había enterado de eso?) tendría un premio. Salieron corriendo hacia todos los rincones del helado orfanato hasta que se escuchó ¡Lo encontré! y apareció Mariush, de 7 años, que antes de entrar al orfanato se llamaba Moishele, con el dibujo de la matzá como trofeo. Casi sin aliento, esperó expectante recibir el premio prometido. Todos rodeaban a Beata que, como si fuera un mago, sacó del bolsillo de su delantal ¡UNA BANANA!
Mariush no lo podía creer. No se animaba a tocarla. Estiró sus manos con timidez y cuando vio la mirada de los más chicos pidió un cuchillo para darle un poquito a cada uno. Beata lo detuvo y como si tuviera una varita mágica sacó de su bolsillo encantado ¡5 bananas más! ¡Gritos! ¡Alegría! La fiesta fue completa. 

Y Lushka, que en Argentina se llama Luisa, cuenta en cada Séder su hagadá personal, aquel Pésaj en el orfanato con los dibujos y el amor de la hermana Beata. Y siempre que alguien no entiende lo de las bananas, pacientemente responde que era un fruto exótico, un lujo, una golosina deliciosa que todos sabían que existía pero nadie había probado nunca. Y siempre agrega que no importa la fecha ni la comida porque  “lo que importa es estar juntos y recordar lo que fuimos y lo que somos. Pase lo que pase, aunque no tengamos vino o mantel o matzá, siempre lo podemos contar. Cada vez que lo hacemos, enhebramos una perla más en este collar que nos une, nos da sentido y nos dice quienes seguimos siendo”.

Peones de un tablero de ajedrez

Fue un golpe inesperado y doloroso. El ataque del 7 de octubre pasado fue directo al plexo. Falta el aire. Ponerse de pie. Asirse de algo para no perder el equilibrio. Hacer un esfuerzo de inspiración para que el aire vuelva al cuerpo. Luego mirar alrededor. Rodearse de abrazos. Llorar juntos. Tomarse las manos para emerger y caminar. El tsunami asesino nos revela vulnerables, frágiles e impotentes. La irrupción del odio antijudío nos sobrecoge, nos sorprende, nos indigna y  abre preguntas que creíamos ya respondidas. Esta vez no callamos. Reaccionamos a viva voz. Explicamos. Mostramos. Difundimos. Reclamamos. Manifestamos. Nos unimos en grupos, foros, organizaciones y potenciamos nuestra voz exponiendo engaños, tergiversaciones, noticias falsas e intentos de torcer la comprensión de lo que sucede. 

Israel responde. Miramos expectantes. Nos angustia y lastima ver que el ejército, en su inclaudicable objetivo de terminar con el terrorismo, a pesar de todos los cuidados que pone para evitarlo, produce víctimas en la población civil de Gaza. Duele cada muerte, cada gota de sangre, cada herida. Sin embargo sabemos que de la aniquilación de este terrorismo depende Israel, la vida de sus 7 millones de judíos y la de sus 3 millones de musulmanes, kurdos y cristianos. Incluso, si a este terrorismo no se le pone freno su gesta destructiva se hará extensiva al mundo entero en su objetivo de instalar un califato universal. 

Por eso no hay otra salida. Los judíos sabemos que “resisto, luego existo”. 

“¿Por qué estás mal, acaso tenés algún familiar en Israel?”, “Sí, respondemos, diez millones”.

Y recuperamos la vivencia de tribu, de que me lo hacen a mí. Y en lugar de recibir al abrazo contenedor y el apoyo por defendernos y defender al mundo libre, nos caen misiles verbales y puñales envenenados acusando a  Israel  -¿los judíos?- de ser el rey en el juego cuando es uno de los peones. 

Veamos el juego. El ataque de Hamás contaba con la lógica reacción israelí. Según las evidencias su objetivo sería impedir el pacto con Saudi Arabia que competía en el flujo y provisión de gas y petróleo con la rusa Gazprom, aliada a Irán. El plan habría sido iraní. Las armas y los recursos iraníes. Los líderes de Hamás instruidos en Irán. Tal vez hasta las drogas que “liberaron” de frenos morales de los terroristas fueron administradas por los iraníes. La jugada fue “magistral”. Al forzar la respuesta defensiva israelí aseguró que habría víctimas civiles para ser exhibidas como evidencia de un ejército agresor. Las imágenes de los heridos y muertos gazatíes, editadas y difundidas a granel encienden, lógicamente, la indignación de cualquiera y borran casi de un plumazo esas otras imágenes de la barbárica y cruel incursión terrorista de Hamás. Si solo se ven las víctimas de Gaza, se pierde la perspectiva más amplia que le da sentido a todo. Las imágenes difundidas, crudas y sangrientas, sublevan y conmueven tanto que nublan la lente y empañan la mente. El cuadro completo es otro. No se trata de la “causa palestina” como creen los que defienden al pueblo palestino. La entente Rusia-Irán-Hamás (y otras organizaciones terroristas de la zona)  habría orquestado esta jugada distractiva en el tablero de negocios para mantener su monopolio petrolífero. La diabólica codicia es indiferente a las  víctimas de ambos lados y las usa con maestría. Igual al ajedrecista avezado que sabe cómo incomodar al adversario, sacarle ventaja emocional y perturbar su razonamiento, así los rusos e iraníes contaron segúramente con la ancestral judeofobia europea de las ““buenas conciencias” ”, ese prejuicio altamente combustible que enciende la mecha anti israelí -¿anti judía?- y produce este estallido indignado contra la única democracia de medio oriente.  Tiraron la piedra y escondieron la mano. La trampa fue perfecta, obligado a defenderse, el acusado es Israel. ¡Perdida la batalla cultural! ¡Jaque al pacto con Saudi Arabia!!

Los tentáculos empetrolados rusos invaden Ucrania y ahora mueven sus piezas en el tablero endiablado de medio oriente. 

Lo primero ahora es destruir la potencia de fuego y el poder de Hamás. Solo lo primero. 

El futuro, -de Israel, de oriente medio y tal vez del mundo entero-, depende de cómo siga la partida.

Publicado en La Nación

El olor nauseabundo del antisemitismo

Ilustración: Fidel Sciavo

Cuando parecía que había llegado la primavera y el aroma de los jacarandás en flor prometía nuevas esperanzas se destapó una cloaca que habíamos olvidado que existía.

Luego de que el mundo se horrorizó y condolió ante el cruel y brutal pogrom asesino de los terroristas de Hamás, solo unos poquitos días después, justo justo cuando los atacados comenzaban a defenderse, brotó de las alcantarillas subterráneas un pestilente olor.

El viejo antisemitismo que creíamos amainado, solo había estado dormido y ante la “osadía” de los israelíes de defender a su gente y a su territorio abrió los ojos, se desperezó y salió a la superficie, triunfante, a destilar su odio ancestral.

El antisemitismo no es nuevo. La palabra lo es, pero el odio al judío es un viejo conocido de occidente. La judeofobia existe, persiste y derrama su veneno hace más de 16 siglos. Hizo su aparición oficial cuando el emperador Constantino en el Siglo V enunció “con esta espada venceré”, una espada en forma de cruz y la Iglesia Católica se amalgamó con el poder imperial.

Esa entronización del cristianismo requirió nuevas definiciones en la necesidad de separarse de su padre en la fe y el lápiz del nuevo reino comenzó a dibujar al judío como “el otro” a superar. Era preciso construir una nueva identidad que lo negara, lo suplantara y lo venciera. La construcción de esa alteridad demoníaca devino odio.

El odio al judío formó parte constitutiva de la cultura occidental alimentado por falsas acusaciones que integran el imaginario europeo. El judío usurero, codicioso y diabólico se volvió parte del folklore occidental y culminó con el judío “racial”, el “semita” que caricaturizó el nazismo y al que planeó exterminar.

Ese odio se ha naturalizado y hoy se llama antisemitismo. Como los túneles de Hamas que ocultaban su rearme asesino el antisemitismo circuló por cloacas subterráneas no del todo herméticas.

Cada tanto se escapaba su olor fétido: en la semana trágica en 1919, en los textos de la infame Clarinada, los estallidos de Tacuara, los ataques a la embajada de Israel y a la sede de la AMIA, el asesinato del fiscal Nissman. Y hoy estallaron las cloacas.

El antisemitismo que explotó cuando el estado de Israel decidió defenderse como cualquier nación en su lugar tiene el derecho de hacer, derramó su fluido cloacal de heces pútridas que nos impiden respirar libremente.

“No soy antisemita” responden los que acusan a Israel mientras evitan pronunciarse en contra del terrorismo. Es que el antisemitismo está tan integrado a nuestra cultura que se ha invisiblizado y los que lo sienten no tienen conciencia de ello.

Entendemos y compartimos la angustia por lo que están sufriendo los gazatíes rehenes de Hamás, muchos de ellos inocentes de las decisiones tomadas por sus gobernantes. Ninguna muerte es peor que otra. Ningún niño lastimado duele menos que otro. Pero condolerse solo por el pueblo gazatí que sufre las consecuencias de lo que sus dirigentes han generado nos deja pensando en dónde estuvieron estas personas condolientes cuando tantos inocentes fueron asesinados en Siria, Líbano, Libia, Yemen, Irak, Ucrania.

Debe ser que se les enciende el furor humanitario solo cuando hay judíos involucrados, judíos que, encima, no reciben los ataques con resignación sino que tiene el descaro de defenderse. Los deshechos cloacales del antisemitismo están de fiesta. Jews are news. ¡Hay judíos! Si hay judíos nos ponemos en guardia. Si hay judíos se despierta nuestro interés y podemos confirmar tal vez que la eterna amenaza de lo judio, ese sentimiento larvado que nos constituye y del que, si nos damos cuenta, nos avergonzamos, es cierto y ahora ¡lo podemos decir en voz alta!

Y a vos, el que dice “sí, pero Israel…” a vos te lo digo: se te despertó el antisemita que tenías dormido y ahora te sentís con derecho a execrar al judío porque ahora dejó de ser políticamente incorrecto hacerlo. Si hasta lo hacen intelectuales, estudiantes, gobiernos. Si también lo dicen algunos judíos.

Si todos ellos lo muestran abiertamente vos podés también. Y si te acusan de antisemita como estoy haciendo yo, podes escudarte tras al disculpador “tengo un amigo judío” como los terroristas de Hamás con sus lanzamisiles tras escuelas y hospitales.

No estás solo culpando a la víctima, repetís el modelo nazi, ellos también culparon a los judíos por otro pogrom, el de noviembre, la Kristallnacht. Repetís el estado hipnótico en el que cayó gran parte del pueblo alemán seducido por las consignas nacional socialistas y embadurnado de estiércol lo glorificás, lo enarbolás como legítimo.

Si es hasta un motivo de orgullo como aquel terrorista de Hamás que llamó a su papá y dijo “papá, podés estar orgulloso de mí, acabo de matar a diez judíos, dame con mamá así también se lo cuento a ella”. Si el olor a mierda de este antisemitismo descloacado no te descompone, me pregunto qué les está pasando a tus papilas olfatorias, con qué las anestesiaste, cómo confundís la pestilencia con perfume.

Café con lágrimas

 “Las cosas que de verdad me importan son problemas que no tienen solución, para poder seguir viviendo me invento un problema que sé cómo se soluciona, por ejemplo hago una película, cuando estoy haciendo una película soy feliz”. 

Allan Konigsberg, conocido como Woody Allen

Me despierto. Mientras desayuno leo las noticias. Veo los videos en el celular. Escucho las entrevistas. Me informo de lo que pasa. Y lo que pasa, lo que pasa allá, lo que pasa en ese mismo momento pasa mientras me acabo de despertar y estoy frente a mi taza de café, a resguardo y en silencio mientras leo y veo. Entro en una realidad otra, una especie de desdoblamiento porque mientras pasa lo que está pasando, en ese mismo momento, no tengo miedo de que me invadan desaforados con cuchillos. Tengo mi taza de café en la mano, no estoy encerrada en un lugar infecto atenta a cada paso, cada sonido, por si los que me tienen aprisionada vienen por mi no sé a qué. Mis nietos hacen su vida normal, con más cuidados ciertamente, pero casi igual que siempre, no como esos otros que están vaya uno a saber dónde, recibiendo vaya uno a saber qué amenazas o malos tratos, añorando a sus padres, a sus abuelos, en manos de desconocidos con otros olores, otras comidas, otros idiomas, su mundo derruido, el piso bajo sus pies fragmentado, solos. Sorbo mi café con esa tibieza grata del café conocido, el café que hice hace un rato y que puedo repetir cuantas veces quiera mientras que, en este mismo momento, en los túneles de Gaza o en cuevas o en cuartos aislados ¿dónde están? ¿cuántos son? cada día son más, primero eran 50, después 120, después 200, hoy no sé cuántos arrancados de sus vidas, sometidos a vejámenes que no puedo, no quiero, imaginar pero que no puedo evitar tener presente como esa boca abierta del grito de Münch que me ensordece.

No es tristeza lo que siento aunque estoy triste. No es angustia lo que siento aunque estoy angustiada. Es impotencia y no sé si esa palabra define adecuadamente lo que siento. Sentada en mi silla ante mi taza de café cotidiana, la idea de lo que está pasando en este mismo momento me resulta insoportable y me sume en un estado que nunca había sentido, en algo que redefine mi posición en el mundo, algo más grande que mi propia vida. No es que viví en un lecho de rosas sin tener que enfrentar situaciones difíciles, problemas dolorosos. En mis tantos años de vida tuve que encarar cuestiones complicadas, decisiones, opciones, algunas equivocadas, siempre hice lo mejor que pude. Perdí mucha gente querida. Flavia, Esther, José, mi papá, mi mamá y varios más con los que sigo dialogando en mi recuerdo. Lloré mucho la pérdida de cada uno pero nunca sentí la necesidad de arremeter contra la biología, contra las enfermedades, y de ganarles. Sabía que no podía. Sé que no puedo y de alguna manera eso permite que no afecte mi posición en el mundo ni que no me acuse de no poder. Hay cosas que son parte de la vida, shit happens, somos falibles y frágiles, envejecemos, nos enfermamos, cada tanto nos puede caer un ladrillo en la cabeza, un accidente imprevisible. Es “normal”, no nos gusta, no me gusta, pero es normal, esperable, lo puedo procesar, entra dentro de lo que veo como mi lugar en el mundo, no me confronta con ninguna acusación, no debo nada. Por el contrario, las imágenes que me asaltan mientras tomo mi café de la mañana no. No son normales. No son esperables. Me interpelan de modo dramático, urgente, inescapable. No las puedo procesar. Me acusan de estar sentada ante mi café como si no pasara nada. Me acusan de no hacer lo que debería hacer. ¿Qué debería hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué se puede hacer? 

“El mundo permaneció indiferente” dicen los sobrevivientes de la Shoá. Los prisioneros en los campos nazis, en Siberia, los escondidos en áticos, pozos o graneros, los que vivían en caída libre sin saber cuándo terminaría ni cómo, que desconocían qué había pasado con sus familiares y amigos, con sus hijos, con sus padres, todos los que sobrevivieron coinciden en esa sensación de desamparo oceánico durante esos años atroces. Y nosotros, sus hijos o los que nacimos después, nos hacemos las mismas preguntas porque no entendemos cómo fue que tan pocos se involucraron en rescatar a los judios sentenciados. 

Jack Fuchs, mi querido y recordado Iankele Z’L, otro de los que se fueron y que siguen conmigo, emergió de su ordalía feroz con poco más de 20 kilos. Rehabilitado  ya en los EEUU consiguió un trabajo por el cual tuvo que ir a Puerto Rico. Recordaba amargamente estar frente al Caribe de aguas calmas y azules, bordeado de arena finita y dorada y esas palmeras suculentas que se mecían con la brisa y preguntarse, al ver tanta paz, tanta belleza frente a sus ojos, “¿y mientras yo estaba ahí, todo esto estaba acá?”. Como yo con mi café calentito: ¿mientras estoy acá, todo eso está pasando allá?

Lo que vamos sabiendo es espantoso pero a ello se le suma la instantaneidad. Saber que ahora mismo, ahora que estoy escribiendo, ahora que lo estás leyendo, ahora está pasando. No es que sienta que tengo la culpa de nada. No es que sienta que es mi responsabilidad solucionarlo. Esta  simultaneidad le da un plus a mi desesperación y me hunde en una impotencia demoledora.

¿Qué se puede hacer antes esas fuerzas desatadas que nos superan? Jan Karski deambuló por organismos internacionales contando el horror del nazismo, lo contó 3 años antes de que terminara la guerra, se podría haber detenido la masacre. No pudo. Y tantos como él en la Europa ocupada tampoco pudieron. Hubo quienes arriesgaron sus vidas y lograron rescatar a algunos, pero no a muchos, no a la mayoría, no a todos. Y cada uno de estos rescatadores se lamenta de no haber podido salvar a más gente. Pero sus esfuerzos no pudieron parar, frenar, detener el asesinato industrial y masivo que estaba sucediendo. Las personas no podemos, son los gobiernos los que tienen la capacidad y el poder de enfrentar una guerra. 

Sí. Lo sé. Pero igual me siento mal. Me veo ante la taza de café de siempre abrumada por la impotencia y ya no sé qué pensar. ¿Cómo asumir, soportar y tolerar este “no se puede hacer nada”? Las redes sociales están inundadas de videos, testimonios, entrevistas, reflexiones, expresiones de dolor y angustia, todos nos volcamos a compartir, a contar, a mostrar. Por un lado es una necesidad, precisamos descargar tanta angustia, tanto miedo, sentir que estamos acompañados, que nuestra angustia y nuestro miedo no es solo nuestro. Y también nos calma ligeramente porque tenemos la sensación de que mandando mensajes estamos haciendo algo. Tal vez sí. Tal vez algún confundido nos lea y llegue a pensar de otra manera. ¿Eso hará mejor la vida de los 200 rehenes, los reconfortará, les dará esperanza? ¡Y dale con las preguntas! Cuestionan la utilidad de lo que podemos hacer. Agregan más impotencia a mi impotencia. 

Una impotencia que también es deudora. Soy una privilegiada con mi café calentito y el silencio a mi alrededor. Una privilegiada que sabe lo que está pasando, que sabe que está pasando ahora mismo y que no estoy haciendo nada que pueda modificar las cosas. Lo escribo y veo que es ridículo, desmedido, pero es lo que me pasa. Siento que yo personalmente le debo algo a los rehenes, al mundo, a la humanidad. La voz de la razón viene en mi auxilio preguntándome ¿qué podría hacer? ¿subirme a un avión y enlistarme en el ejército de Israel? No podría, no tengo las fuerzas ni la capacidad ni la edad. ¿Qué me exijo a mí misma? Tal vez en cada uno de los rehenes veo a Zenus, mi hermanito perdido en la Shoá y me acomete una especie de deuda retroactiva parecida a la atormentadora pregunta de tantos sobrevivientes de porqué han sobrevivido mientras que tal otra persona no. ¿Por qué yo estoy viva y él no? No puedo volver el tiempo hasta antes de mi nacimiento e ir en su socorro. No puedo. ¿Habrá sido posible salvarlo? ¿Cómo harán para liberar a los rehenes? En Entebbe estaban a la vista, estos están ocultos. ¿Se los podrá encontrar? ¿Cuántos habrá vivos? ¿Qué harán con ese chiquito que pide por su mamá? ¿asistirán a los heridos? ¿cómo estarán los viejos que como yo dependen de alguna medicación? y ya me enrosqué con esas preguntas atormentadoras, esas voces que no consigo acallar, que mezclan pasado y presente, Argentina e Israel, en una vorágine enloquecedora. 

Terminé mi café. Lavé la taza y la apoyé sobre el escurridor. Me la quedo mirando. Veo caer las gotas, cansinas, silenciosas, rendidas y ya no sé si son las de la taza porque una vez que tuve las manos libres, me tomé con ellas mi cabeza y lloré.