Portarse bien y sus preguntas.

Ilustración Fidel Sclavo

Cuando los nazis irrumpieron en la casa, Hanka y su mamá corrieron a esconderse en el ropero tras vestidos y abrigos -¿Qué pasa mamá? -¡Sh! la calló su madre aterrada, si nos descubren nos matan, y Hanka, con solo 7 años, preguntó -¿Por qué me quieren matar si me porté bien? 

Fue en Polonia en 1942. Hace 80 años. Y la pregunta sigue viva hoy y acá cuestionando todo lo que aprendimos. ¿Acaso toda la educación y las reglas de convivencia no se sostienen en la idea de que si uno se porta bien todo irá bien? Si da lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, como decía Discépolo en 1934, ¿para qué esforzarnos, estudiar, portarnos bien? Desnudos de certidumbres, no sabemos qué contestar.

La realidad nos cachetea a diario con la contravención a las reglas, la desobediencia a La Ley, el desprecio por la Constitución. Desde alumnos hasta miembros del gobierno pasando por colectivos que reivindican derechos históricos o sociales, sindicales o partidarios, apoderándose de la cosa pública, todo parece haberse dado vuelta. Lo que creíamos sólido se funde bajo nuestros pies. ¿Cómo educar a nuestros hijos en las normas básicas que posibilitan la convivencia si ven que no se respetan ni se pena su desobediencia? 

Traicionar, mentir, engañar, aprovecharse del débil y el crédulo, explotar las debilidades humanas sin medir ni importar las consecuencias son las nuevas reglas. Todo es igual. Nada es mejor. ¿Para qué portarse bien si es premiado quien no lo hace? ¿Para qué trabajar si te adormecen con la limosna de un plan? ¿Para qué estudiar si eso no garantiza el éxito? 

¿Por qué me quieren matar si me porté bien? sigue preguntando Hanka de 7 años con un lúgubre y ensombrecedor Cambalache de fondo.

Hanka sobrevivió, no así su madre. Sobrevivió y llegó a la Argentina. Acá se casó, tuvo hijos y nietos, enviudó, envejeció y se fue. Sobrevivir fue un milagro. ¿Quién iba a decir que tan chiquita y sola iba a lograrlo? Los sobrevivientes del Holocausto prueban que, aunque parezca imposible, en algún lado, de alguna manera, algunos, no todos, fueron tocados por la varita mágica de la suerte y vivieron a pesar de la infalible maquinaria nazi. Pero depender de la suerte nos sume en la total impotencia, es exterior a nosotros, no parece haber nada que podamos hacer para dar vuelta la taba y que la rueda de la fortuna caiga de nuestro lado.

Se cuestiona la democracia en todas partes pero otros países funcionan, allí estudiar, trabajar, respetar las reglas y la institucionalidad sigue siendo La Ley y nadie duda de que  portarse bien sea el camino. 

¿Qué es hoy portarse bien acá? ¿Cuáles son los ejemplos que vemos y que nos podrían alentar? ¿Por qué en nuestra tierra tan fértil los yuyos y las malezas ocupan el lugar de tantos frutos y alimentos?

Me porto bien, pago mis impuestos, respeto los semáforos, soy puntual, trabajo con honestidad, no robo ni engaño, digo buen día, gracias, por favor, si hago todo eso ¿por qué vivo en la incertidumbre? ¿Por qué me dan turno médico para dentro de varios meses? ¿Por qué camino titubeante sobre un piso tan resbaladizo que ante cada decisión me espanta la idea de caerme? ¿Por qué mis hijos viven en el exterior? ¿Por qué no puedo acompañar el crecimiento de mis nietos? 

¿Por qué me quieren matar si me porté bien? sigue preguntando Hanka. ¿La respuesta estará soplando en el viento como decía Bob Dylan? ¡No! Si fuera así no puedo vivir. Mi respuesta es seguir portándome bien para que siga abierta la puerta de la esperanza.

Publicado en Clarin

Preguntas antes del divorcio

Y un día te das cuenta de que la cosa no anda, que es más lo que están mal que lo que están bien. Probaste todo, o al menos probaste lo que podías, y nada funcionó. Como si tuvieras un clavo clavado en el dedo gordo del pie que duele a cada paso, pensás en el divorcio. Ya pensarlo es un alivio, es sacarse el clavo, volver a ponerse zapatos y caminar otra vez.

La cosa no pasó de pronto sólo que un día te diste cuenta después de no haber visto, de creer que lo que sea que pasaba iba a pasar, pero el momento no llegaba, crecía tu frustración, tu enojo y día sentís que basta, que te querés sacar ese clavo clavado porque no aguantás más el dolor.

A veces el divorcio es la solución porque la penuria es tanta que no hay ya sobre qué seguir construyendo. Pero otras veces, veo que terminar con la pareja, fracturar la familia, es más un darse por vencido o una huída desbocada, irreflexiva y ciega. Si estás pensando en separarte, te hago tres preguntas en las que pensar. 


  1. ¿Por qué el sufrimiento? ¿toda la culpa la tiene el otro? si te duele no estar recibiendo lo que te hace falta, ¿lo pediste o esperaste que adivine? ¿cuando te sentiste mal lo dijiste de buen modo o reclamaste, criticaste y acusaste? ¿tu vida y tu felicidad depende de lo que haga o no haga el otro y vos siempre estás esperando y en el lugar de la víctima? ¿El enojo te cubre de tal modo que no te deja pensar?

  2. ¿Qué esperabas de la pareja? ¿revisaste lo que esperabas de la convivencia? ¿Te creíste la historia del amor que cuentan las novelas y los boleros y que el amor lo podía todo? ¿Le preguntaste a tu otro lo que necesitaba? o ¿hiciste lo que vos creías que necesitaba? ¿Todo está mal, no hay nada que veas que esté bien como si hubieras perdido la vista de un ojo?

  3. ¿Cómo imaginás el futuro? Además del alivio de la soledad, de no tener que negociar horarios y decisiones ¿Te preguntaste cómo será tu futuro, con los hijos, la familia, los amigos, el dinero, todo lo que cambiará con el divorcio? ¿Tenés la seguridad de que una vez que te alivies, vivirás la felicidad que soñabas?


Pensar en el divorcio es un alivio porque uno siente que si la cosa se pone imposible está esa salida. Pero a veces nos apuramos. Las soluciones tomadas en medio del enojo y el sufrimiento no suelen estar bien consideradas, solo se busca el alivio y no  importa otra cosa. Uno quiere sacarse de encima lo que duele sin pensar ni esperar. El ver solo con el ojo que ve todo mal, distorsiona la realidad y no aconseja bien.

Si estás pensando en divorciarte, salí de tu casa, comprate un cuaderno lindo, andá a un café, a un lugar amable, preferiblemente un lugar nuevo, pedite un café, un trago o lo que quieras y hacete el regalo de mirate para adentro un rato y anotá. Respondé una a una, estas preguntas: ¿la culpa del sufrimiento es solo del otro?, ¿esperabas de tu pareja cosas imposibles? ¿cuáles serán las consecuencias de un divorcio? 

Y no te engañes ni te adornes las cosas, decite la verdad. Siempre nos resulta más fácil ver lo que hace mal el otro y no nos damos cuenta de lo que hacemos nosotros mismos. En lugar de esperar que suceda un milagro, tomá las riendas en tus manos, hacé un ejercicio de honestidad bruta, sin disfraces, vas a ver cuánto de tu conducta te trajo donde estás. ¿Conocés a alguien que se divorció? preguntale qué pasó después, anticipate para pesar bien la decisión que estás a punto de tomar. Tu pareja también está sufriendo y tampoco sabe cómo salir del atolladero. Una vez que te respondas esas preguntas podrás pensar un poco más si divorciarte es lo que querés o si, abriendo el ojo que ve lo que está bien, tu pareja tendrá una nueva oportunidad.

Hijos del otro

Tener y educar hijos es una aventura complicada y compleja. Cuando se unen parejas  con hijos de parejas anteriores, todo se hace más difícil. 

Sea una pareja con hijos de uno solo de un matrimonio anterior, con hijos de los dos lados y adolescentes, con hijos chiquitos, de jardín o de primaria, con hijos adultos. Cada situación requerirá un encare particular. Pero hay cosas que pueden aplicarse a todas.

Los hijos tienen una doble pertenencia. Por un lado a la familia que eran y por el otro a la nueva que se armó. La adaptación a la situación dependerá de si la relación fue tormentosa y la separación peleada. Ya venían baqueteados por la mala relación de sus padres y si la cosa quedó mal se verán en un severo conflicto de lealtad especialmente si la nueva pareja les cae bien, se sentirán traicionando al progenitor que quedó solo. Y si la nueva pareja trae hijos también tendrán que adaptarse a estos y vivir el todos los días de a ver quién recibe más que quién, a quién se le permiten cosas y a quien no, al trato diferencial que reciben. La tarea es fenomenal para todos en el enfrentamiento de las mil y una situaciones de la vida cotidiana. 

Es bien diferente cuando la relación previa y la separación fueron amistosas. Con padres que no se ven como enemigos, el clima será más propicio. Pero igual, para los hijos, la nueva pareja es la prueba de la desunión de sus padres y todos los chicos quieren que sus padres sigan juntos y muchos creen que son culpables de la separación, o sea que la nueva pareja será la prueba de su fracaso en unir a sus padres. 

¿A quién querer? ¿Alguien se sentirá mal? ¿habrá que tomar partido?

Tomar partido es siempre injusto y doloroso. Para los hijos y para los padres. Es más fácil tratar con los hijos propios que con los ajenos, no sé si más fácil, más conocido, pero la nueva pareja piensa diferente, critica o sugiere otras conductas y puede caer en la tentación de querer imponerse. Para cada uno, la manera propia es la adecuada, la que está bien y querría que fuera la norma del nuevo hogar. Puede ser una fuente de conflictos que ojalá se vuelva una fuente de conversaciones. Los hijos deben aceptar y adaptarse y los padres, deben aceptar y adaptarse, los 4 padres.

Hay algunas claves que podemos tomar para hacer de este proceso un camino que conduzca a una convivencia pacífica.

La adaptación no sucede instantáneamente, requiere paciencia, tolerancia y flexibilidad. La nueva pareja une a dos planetas diferentes, dos historias diferentes, dos heridas y dolores diferentes, dos formas de actuar y de convivir diferentes. El desafío es aprender a construir un tercer planeta en el que cada uno, chicos y grandes, tenga un espacio propio, sea respetado y considerado. 

Cada circunstancia conflictiva, y las habrá, si puede ser conversada amorosamente, permitirá conocer y conciliar necesidades y posibilidades. Horarios y espacios, el baño, las comidas, la hora de dormir, hábitos, familias, todo lo que ya estaba establecido se pone en cuestión y debe ser pactado.

El desafío mayor es para la nueva pareja. 

Repito, paciencia, tolerancia y flexibilidad. Cada nueva situación permitirá conversar y construir las reglas de convivencia. Tiene que haber reglas, claras y explícitas para que los hijos de uno y de otro no sean un campo de batalla, es esencial dividir las tareas, marcar claramente de qué se ocupa cada uno, qué padre es responsable de qué hijo, cuál es la conducta que se aceptará respecto de los hijos del otro, en suma, cómo se organiza la vida para que nadie afecte la vida de nadie. ¿tienen que hacerse la cama? ¿levantar los platos? ¿colaborar en tareas de las casa? ¿invitar a quién quieran? Todo debe ser conversado, pactado y respetado. Atención a los celos, a los privilegios, a las diferencias. Atención a la intervención disruptiva de la pareja anterior. 

Esta segunda oportunidad no sucede espontáneamente. Requiere trabajo y dedicación. Tienen en sus manos el futuro de esta nueva familia, el bienestar de los hijos y la paz de todos. 

...¡y yo que me desviví por ellos!

(Anticipando el Día de la Madre)

Los atendí de día y de noche, los llevaba y traía de la escuela, de las clases deportivas, de las reuniones sociales, festejé sus cumpleaños, sus logros, cada premio, los llevé al médico, atendí sus malestares y enfermedades, dentista, nutricionista, psicólogo, todo lo que precisaban, sin límite alguno, postergué mi vida …. y ahora que son grandes parece que no tenemos temas de conversación, como si yo no les pareciera interesante, no me llaman, no me cuentan nada. ¡Y yo que me desviví por ellos!

Fue un fuerte impacto para mí escuchar que decía “me desviví”. ¿Qué es desvivirse? ¿no vivir? ¿vivir mal? ¿cómo vivió sus años de maternaje? 

La maternidad fue durante siglos la función más importante de las mujeres, casi la única. Si son nos 10 años de maternaje con cada hijo, según los que se tengan, nos puede llevar uno 20 años. Hasta ayer, con los hijos crecidos la vida había terminado pero hoy con salud y suerte en la lotería genética, podemos vivir 30 o 40 años más. Nunca antes hubo tantas familias con 5 generaciones, con bisnietos. Aquel lugar de reina del hogar y directora ejecutiva de la crianza de los hijos, quedó amarrete, los hijos crecen, tienen hijos y la vida sigue. Pero las mujeres que apostaron solo a la maternidad, se ven en apuros.

Se jugaron de lleno a ser madres, las mejores, y con la tarea cumplida quedan desocupadas. El famoso nido vacío. ¿Y ahora qué hago? ¿De qué me ocupo? Y la que no incursionó en otras áreas, la que no buscó ni desarrolló una actividad, una pasión, además de ver vacío su nido siente un vacío interior angustiante, no sabe qué hacer ni como seguir.

Los hijos bien criados tienen sus vidas, sus intereses, sus pasiones, vuelan con vuelo propio. Si no le dan a la madre desvivida la atención que espera no es por desamor ni desinterés ni egoísmo. Es hora de revivir, de encontrar un mundo propio, una habitación solo para una como decía Virgina Woolf, donde abrir esas alas que quedaron plegadas para que los hijos desarrollaran las suyas y pudieran irse. Porque de eso se trata el maternaje, que cada uno de los hijos llegue a adulto con alas fuertes y si vuelan solos es que hicimos las cosas bien. ¡Ay de los hijos que una vez adultos se quedan con mamá!,  no aprendieron a volar. 

Si no lo hicimos antes, una vez que los pichones volaron es tiempo de bucear en nuestro interior para encontrar esa pasión que nos es propia, lo que le dará un nuevo sentido a nuestra vida. El “me desviví por ellos” es un lamento acusatorio y resentido. ¿Acaso esperaba que los hijos le devolvieran lo hecho por ellos? Si es lo que esperaba le erró fiero porque el maternaje exitoso es que una vez adultos vuelen y armen otro nido. La crianza no es un toma y daca, una inversión que debe devolver lo invertido con intereses. Con los hijos adultos y haciendo su vida tenemos ahora la oportunidad de habitarnos de otra manera, de reinventarnos. 

La mamá que dijo “no hablan conmigo luego de que me desviví por ellos”  tenía un poco menos que 60 años. Si todo va bien y si la salud la acompaña,  tiene por delante unos 30 años más. ¡Eso es un montón! En lugar de acusar a los hijos de haberla abandonado puede felicitarse por la buena tarea realizada y abrir puertas que estuvieron cerradas todos esos años y ver qué hay en las nuevas habitaciones. Si siente que se desvivió pues ahora la vida le grita ¡abrí los ojos! ¡desvivir nos empobrece y opaca, no somos interesantes ni  tenemos pasiones! ¡Salí de esa trampa! Elegí  vivir o, lo que es mejor, decidite a revivir. No te des por vencida, volvé a regar esa tierra que quedó apisonada, vas a ver cómo asoma un brote que te habías olvidado que estaba. 

Es un renacer sabiendo lo que sabemos, lo que podemos y lo que queremos y si nos tomamos en serio y nos hacemos caso capaz que nos volveremos tan interesantes que nuestros hijos vendrán a vernos con ganas de hablar con nosotras. 

¡Feliz día de la madre!

¡Descubrí que me engañó!

Y de pronto descubrís que tu pareja tuvo una aventura. ¿Fue una relación duradera? ¿Un chateo caliente o un touch and go? ¿una relación por la que pagó? ¿estuvo viendo videos porno? Son todas cosas diferentes pero en todas, buscó afuera, rompió la promesa de fidelidad. Ataca nuestra identidad y cómo creíamos que era nuestra pareja. Ya no somos los únicos, los indispensables, los más importantes. El piso se volvió resbaladizo, no sabemos dónde estamos parados. Quebrada la confianza, herida la autoestima, no podemos reponernos de la sorpresa, de la defraudación y del profundo dolor. 

Si la pareja ya se estaba deshaciendo, descubrir una aventura puede ser el golpe final. Pero si la cosa estaba medianamente bien, como sucede la mayoría de las veces, puede ser una oportunidad para volver a repactar, ahora de modo más realista. 

Tener una historia afuera existe desde que existe el matrimonio y no sucede solo en parejas que no están bien. La búsqueda de una experiencia nueva, una pasión, es tan vieja como los tiempos. A eso se le suma hoy el mandato de satisfacer todos nuestros deseos y el constante bombardeo de que hay que ser feliz. ¿Y cómo ser felices y satisfacer nuestros deseos al mismo tiempo si hemos prometido ser fieles? No hay manera de conciliar ambos objetivos. Por eso las aventuras son secretas, porque no se quiere terminar con la pareja. El sabor de una aventura prohibida y el secreto son además ingredientes afrodisíacos que se suman al placer de la novedad, la autonomía y una intensidad sexual añorada. Revitaliza y entusiasma, es cierto , aunque raramente tiene que ver con el amor. Pero cuando se descubre la aventura uno se ve traicionado, excluido, despreciado, con la confianza desmoronada y se pregunta si alguna vez podrá volver a confiar.

Nos hunde en una crisis muy profunda pero no es forzoso que destruya a la pareja. Depende de lo que hagan. 

Es un fuerte toque de atención que puede abrir conversaciones que nunca se tuvieron y se pongan sobre la mesa deseos y necesidades insatisfechas que habían permanecido calladas y acceder a una intimidad que la rutina había borroneado. Adicionalmente, el temor de haber estado a punto de perderlo todo, puede re encender el deseo sexual y que la pareja sea más satisfactoria para los dos. Los dos necesitaban cosas que faltaban, quien las buscó afuera habilita al que se quedó adentro a revisar sus propias carencias.

Este doloroso descubrimiento puede ser una oportunidad. 

Coincido con Esther Perel en cómo seguir. 

Quien tuvo la aventura debe restaurar la confianza herida. Aceptar la responsabilidad, reconocer lo que hizo y expresar remordimiento por la aventura misma y el daño causado. Reconstruir confianza es un proceso que requiere honestidad y empatía con el dolor del otro y lleva su tiempo, no sucederá enseguida. 

Al lastimado le sangra la autoestima herida, necesita volver a sentir que vale, rodeado de afectos y actividades placenteras. Atención a la tentación de hacer preguntas malsanas, los detalles sórdidos: ¿desde cuándo? ¿cuántas veces? ¿es mejor que yo en la cama?, preguntas que mantienen la herida abierta. Y no entrar en el juego de la víctima y el victimario. En la vida cotidiana herimos al otro, lesionamos su autoestima con desprecio, indiferencia, violencia. Entrar en el juego de buscar culpables es un callejón sin salida. Mejor expresar el dolor no con acusaciones sino con preguntas sanadoras: ¿qué encontraste ahí que te faltaba? ¿cómo era cuando volvías a casa? ¿qué te hace bien de nosotros? 

Son conversaciones complejas sin respuestas simples ni definitivas, van cambiando a medida que nos damos cuenta. Somos seres complejos y no siempre tenemos claro qué sentimos, qué necesitamos y cómo pedirlo. Cada pareja puede elegir cuál es el camino a seguir una vez que la aventura fue descubierta. No es necesariamente el final de una pareja, puede llevar al autodescubrimiento y a una nueva perspectiva que haga mejor la vida de ambos. Depende de lo que hagan y de cómo lo hagan. Descubrir que hubo una aventura afuera puede ser lápida o trampolín. 

Depende de uno mismo. 

Depende de los dos.


Entrevista sobre Proyecto Aprendiz

Entrevista a Diana Wang: la memoria y el Proyecto Aprendiz, Lara Naguirner

Diana Wang es hija de Cesia y Mesio, una pareja judía que sobrevivó al Holocausto nazi. Una familia cristiana los ocultó en el altillo de su casa durante 22 meses, quedándose además a cargo de su pequeño hijo, Zenus. Al finalizar la guerra, les dijeron que había muerto, sin decirles dónde estaba enterrado.

Diana nació en Polonia en 1945, es “hija de la guerra”. La familia Wang emigró a la Argentina 2 años más tarde. Fue alrededor de sus 50 años que Diana se empezó a involucrar con su historia familiar y la Shoá. Con el título de “emprendedora de memoria”, creó el Proyecto Aprendiz, dedicado a mantener la memoria, haciendo que los sobrevivientes del Holocausto cuenten a jóvenes “aprendices” sus historias. En el 2015 dio su primera charla TEDx “Los aprendices de la historia”, seguida por otra en 2016 y la última hasta el momento en 2021.

¿Cómo era el vínculo de tus padres con la familia que los ayudó a mantenerse escondidos?

No sé mucho, porque hay etapas distintas. La primera fue cuando esta gente aceptó esconder a mi familia, a cambio de una cantidad de dinero, que era todo lo que podían ofrecer en ese momento. Pero estaba justificado porque el hombre de la familia estaba sin trabajo, no tenían para comer. Era para poder sobrevivir, no estaban lucrando.

Cuando se les terminó el dinero, algo empezó a cambiar, situación que nunca entendí. Ellos siguieron ocultándose sin pagar. Yo sospecho que aquél hombre debe haber amenazado con denunciarlos, extorsionando sexualmente a mi mamá o mi tía, que también estaba ahí. Se que cuando salieron nunca más los quisieron ver, algo tuvo que haber pasado.

¿Alguna vez tus padres pasaron por el proceso del Proyecto Aprendiz?

Mis papás murieron, no llegaron a conocer este proyecto. De alguna manera yo fui su aprendiz, pero a la vez quedaron huecos que uno rellena con sus propias hipótesis, como acabo de hacer con lo que te conté, porque en su momento no pregunté y trato de armar los fragmentos que quedan para darles algún sentido, ajustarlos en algún contexto que permita entender qué fue lo que pasó.

“Era obvio, Zenus estaba vivo y había sido apropiado”, contaste en tu primera charla en TEDxRíodelaPlataED. ¿Cómo llegaron a esa conclusión?

Zenus Wang. La única fotografía del hermano de Diana que pudieron recuperar.

No llegamos a la conclusión de que estaba vivo. Mis padres nunca dijeron que estaba vivo. Mi papá no podía hablar porque se ponía a llorar y mi mamá lo que contaba era que al ir a buscarlo, le dijeron que había muerto y que no sabían decirle dónde estaba enterrado. Todo lo demás, fueron hipótesis que hice yo. Nunca supimos si sobrevivió o no. Yo hoy creo que no sobrevivió. Hice un proceso bastante interesante, sobre el cual estoy escribiendo: partir que Zenus estaba vivo, hasta llegar a la conclusión de que probablemente no lo estuviera, que efectivamente era cierto que había muerto, preguntándome por qué no querían contar dónde se encontraba su cuerpo. Debe haber pasado algo con aquella muerte que ellos no querían mostrar. Supe de casos, algunos de ellos documentados, de gente que tenía a su cargo a niños refugiados, especialmente varones circuncidados, y ante la posibilidad de ser descubiertos, los mataban para no poner a todos en peligro. La sospecha que tengo ahora es que ellos lo mataron de alguna manera que si vos encontrás el cadáver se iba a notar. Es la única forma de entender por qué no lo quisieron mostrar.

¿Cómo te llevás con ese proceso?

Es complicado porque sigo buceando, sin herramientas concretas, no tengo datos ni documentos sobre los que pararme para seguir pensando y seguir tratando de armar el rompecabezas, entonces, hago hipótesis. Y van cambiando. Se me ocurre una cosa, se me ocurre otra. Es como una novela que está viva porque sigue cambiando cada vez que le doy otra vuelta. Es algo en lo que, al menos yo, nunca dejo de pensar.

Pensando en tu título de “emprendedora de memoria”, ¿por qué te sentís responsable de serlo?

El título de emprendedora de memoria también fue cambiando de sentido. Se me ocurrió porque yo no me reconozco en un título profesional. Psicóloga, escritora, conferencista. Para mí no quieren decir nada. O al menos no siento que esos títulos me representen o me identifiquen.

En este momento, estoy muy motivada, interesada por los laberintos de la memoria, por cómo la memoria va cambiando. Los recuerdos son engañosos, uno no recuerda como una foto, la memoria se entreteje y va mutando conforme vas cambiando tus intereses, sumando experiencias. La memoria no tiene que ver sólo con el pasado, sino que tiene que ver con cómo miro al pasado desde el presente, cómo miro mi proceso de pensamiento, según con quién hablo, según para qué lo digo. Hay varias capas de complejidad en donde me pongo a cuestionar el tema de la verdad histórica, la cual pierde sentido porque la podrán encontrar arqueólogos, paleontólogos, pero nosotros no, yo, por lo menos, no. Entonces aparece otra verdad, que son como capas de cebolla. Y hay otra verdad que tiene que ver con las preguntas que me hago, que me tengo que contestar.

¿Cómo convive la idea de una memoria dinámica con el Proyecto Aprendiz?

El Proyecto Aprendiz ha sido crucial en todo este desorden que tengo en mi cabeza respecto a la memoria. Cuando empezamos a armar el proyecto todavía no nos habíamos dado cuenta de que el aprendiz no asumía la historia del sobreviviente como si fuera un actor, nadie puede incorporar la historia de otra persona en su totalidad, cada uno agarra un pedazo de lo que le cuentan.

Hubo sobrevivientes que tuvieron entre 4 y 5 aprendices y cada uno de ellos contaba otra historia sobre el mismo sobreviviente. A cada uno le había impactado otra cosa, se le había mezclado con aspectos de su vida personal, entonces lo que vimos que pasaba era que cada testimonio, de cada aprendiz, era cómo el testimonio del sobreviviente se había incorporado a su vida. No es el aprendiz quien está contando la historia del sobreviviente. El testimonio es el aprendiz, no el sobreviviente.

Ahí empecé a pensar este juego complejo de la memoria. La memoria es como una masa maleable que se mueve, que está viva, depende de dónde la pongas, va a haber cambiado de forma.

¿A qué otras esferas se puede llevar el Proyecto Aprendiz?

Se puede llevar a cualquier esfera. Imaginate hacerlo con las culturas cuyas lenguas están desapareciendo. O todo tipo de inmigrantes. ¿Te imaginás hacer un Proyecto Aprendiz con gitanos? Puede ser maravilloso. Se puede aplicar a oficios que han desaparecido. Es un dispositivo que se puede adaptar a cualquier relato.

¿Se necesita de otros emprendedores de la memoria para que se den nuevos testimonios con este formato?

Claro, se nos han acercado bastantes veces diciéndonos que lo querían hacer. Con sobrevivientes de la Shoá y otros temas. Entonces nosotros respondíamos cómo hacerlo, pero para llevarlo a cabo es necesario tener por lo menos un equipo de 5 personas. Una persona sola no lo puede hacer y muchas veces no conformaban esos grupos.

¿Qué podemos hacer los demás para convertirnos en emprendedores de la memoria?

Primero, tener ganas. Concentrarte en desafíos que te motiven y ponerte en movimiento. Desde empezar a estudiar historia o, incluso sin estudiar, navegar sobre algún aspecto particular que te resulte atractivo, importante. Es cuestión de subirse al bote a ver a dónde te lleva. Es esto, encontrar lo que te apasione y entregarte.

https://medium.com/@laranaguirner/entrevista-a-diana-wang-la-memoria-y-el-proyecto-aprendiz-8931771b7d8a

¡Con vos no se puede hablar!

¡¡¡Se lo dije mil veces, no sé por qué no oye y lo tengo que decir una y otra vez!!!

¡¡¡No podemos hablar, le entra como una locura, grita, gesticula, habla y habla y si le contesto parece que no me oye y se pone peor!!!

¡¡¡Le pregunto y no dice nada, no puede ser que nunca tenga nada para decir.!!!

Éstas y otras quejas similares son las que suelo oír en mis consultas. ¿Cómo le dijiste lo que le dijiste?, pregunto y ahí empiezo a entender, lo dijo con un hablar de descarga, un monólogo encendido, no como un puente, no era una conversación. 

Es que cuando hablamos hay dos hablares diferentes. 

Hay un hablar conversacional, un ida y vuelta, yo hablo, el otro escucha, el otro habla, yo escucho, cada uno a su turno, pensando, opinando, diciendo y escuchando, como las improvisaciones de jazz, cada instrumento hace su solo y recién cuando termina los demás hacen el suyo. Así es un hablar conversacional, armónico, rítmico y melodioso.

Y hay otro hablar, el que nace en medio de un conflicto, de un enojo, de la indignación, del sufrimiento, un hablar de descarga. Si me permiten el mal gusto a esta hora de la tarde, el hablar de descarga se parece a un vómito, sube, irrefrenable, le llena a uno la boca y no lo puede tragar, lo tiene que echar para afuera, lo tiene que expulsar, hasta que termine la descarga. 

La paradoja es que esa descarga no es útil, uno queda con un gusto horrible en la boca, molesto, irritado y lejos de haberse aliviado queda más cargado todavía. El hablar de descarga, ese vómito expulsivo, es una descarga engañosa. No solo no descarga sino que nos recarga, nos hace daño. 

Y ¿qué le informa al otro un hablar de descarga en el que uno dice lo que le viene a la cabeza, cuanto más hiriente mejor? El otro ve furia, enojo, ojos como estiletes, la tensión en su más alta expresión, oye palabras cargadas de emociones, frustraciones, dolores, palabras que lastiman. 


¡Es un reactivo, no tiene filtro, grita, gesticula y dice cosas para lastimarme!

¡Es una loca, no se puede hablar con ella, se desata y escupe maldades!


Hablar para conversar es otra cosa y es importante distinguir el hablar de descarga del hablar conversacional. A no confundirse. No intentemos conversar con quien está en medio de una descarga. No nos puede oír. Necesita expulsar eso que le lastima. 

Cuando alguien habla como descarga no hay que interrumpir, ni pedir lógica o sensatez, no hay que argumentar, lo único que se puede hacer es esperar a que se le pase. El hablar de descarga nos dice que lo que sea que está pasando le supera, que no puede con eso, que la emoción le cierra su capacidad de pensar. Durante la descarga no se piensa, se descarga, se vomita. Si tu otro te habla descargando hacete a un lado, está sufriendo y encima le enfurece no poder controlarlo y exponer su impotencia y desesperación. Esperá a que se le pase. De vos depende entenderlo como un vómito irrefrenable y hacerte a un lado, dejarlo pasar como una tormenta de granizo. No tenemos párpados en los oídos y a veces no podemos no escuchar eso tan hiriente que se nos dice. Insisto, lo que se dice durante la descarga no tiene valor conversacional, igual que un vómito no es nutritivo, son palabras cargadas con restos malolientes. Tomarlo como un ataque y responder, hace de la descarga un campo de batalla en el que ambos resultarán heridos.

No podemos vivir en estado de guerra todo el tiempo. La vida es una sola y no nos la podemos arruinar así. Por eso, cuando se le pase y recupere el ritmo cardíaco normal, llevale un vaso de agua fresca o un mate o un café, sin reproches ni acusaciones. Tendé un puente, algo así como “me duele ver lo mal que te puso lo que sea que pasó, lamento haber sido quien lo causó, no fue mi intención hacerte daño pero veo que lo hice. Cuando quieras ayudame a entender más para evitar que vuelva a pasar”. Esto es un hablar conversacional, una propuesta de paz que es lo que, finalmente, todos queremos en la vida.

Los hombres no lloran.

(En el día en que falleció Carlitos Balá, que se le animó a la ternura)

Los hombres no lloran, se aguantan, no cuentan sus cosas, no se pueden emocionar. Los hombres no tienen nada que ver con las tareas del hogar ni cambian pañales ni juegan con sus hijos. Los hombres tienen que triunfar, trabajar afuera y proveer a sus familias. 

La sociedad patriarcal y machista limitó y menospreció a las mujeres pero generó estos mandatos sobre los hombres que, para muchos, hoy son una trampa.

Un hombre de verdad, debía ser viril, macho, fuerte, exitoso y ganar mucha plata. 

La mujer era jerárquicamente inferior, no tenía ni voz ni voto, su trabajo en el hogar no solo no era rentado sino que no se consideraba un trabajo. 

Todo empezó a cambiar con los movimientos feministas de comienzos del siglo XX y con un progresivo ingreso de las mujeres en la vida laboral rentada y en la vida pública. 

Casi no se discute si el sexo define la inteligencia, la capacidad de gestión o la creatividad. 

Cuando era jovencita me sorprendía que en algunos países hubiera mujeres que manejaban tractores, que integraban el ejército o que eran científicas. Ya no. Aunque en algunos sitios todavía no está siendo natural, hoy las mujeres estamos presentes en todas las áreas de la vida laboral. Y algunas, en posiciones de responsabilidad ganando mucho dinero. 

Las nuevas mujeres están forzando a los hombres a que se redefinan. 

Estamos viviendo un nuevo período en la historia en el que el ser hombre implica un nuevo desafío. La conexión emocional está creciendo como algo necesario en el mundo corporativo. El nuevo lugar en el hogar, potenciado ahora por la reclusión que vivimos en la pandemia, ubicó a los maridos, a los padres, en un lugar que no habían ocupado antes. Las tareas del hogar debieron ser repartidas, la atención de los hijos, las mil y una preocupaciones que antes solo atendía la mujer, aunque trabajara afuera, ahora fueron vistas, entendidas y asumidas por sus maridos. 

Y en el proceso descubrieron todo lo que se habían perdido las generaciones anteriores. El maravilloso mundo del cuidado de los hijos que nuestros padres y abuelos no vivieron, fue un descubrimiento conmovedor. Alzar en upa a un bebé con fiebre, darle de comer a un chiquito que solo no puede, cambiar pañales, contar un cuento, hacer rompecabezas sencillos, verlos crecer, ir a las reuniones de padres, maravillarse viendo el despliegue progresivo de cada hijo. Todo esto es una conquista reciente. Hoy hay más y más hombres que cocinan, que hacen las compras, que encuentran las cosas en la casa porque ellos mismos las guardaron y saben dónde están. Mi suegro se ufanaba de tener los pelitos de sus dedos intactos porque nunca había encendido una hornalla en su cocina. Si supiera cuánto se perdió. Estamos viviendo un momento privilegiado en ese sentido.

Pero, todo avance en la humanidad tiene siempre dos caras. Está desafiando la definición de los hombres. ¿Cómo es ser viril hoy? Aquél hombre con el instinto cazador que veía a todas las mujeres como presas a conquistar, que se medía con otros a ver si su tamaño era suficientemente grande, que era ambicioso y sólo se interesaba por el fútbol y la política, ¿cómo se compatibiliza con este nuevo hombre, el que cocina, el que está en casa, el que conoce a sus hijos y sabe qué cuentos les gustan? ¿Es que entrar en el mundo de las emociones nos quita fuerza, virilidad y atractivo? ¿los seguiremos necesitando y queriendo si se involucran más en la vida familiar y se ablandan un poco?

A vos que me estás escuchando te digo que sí, nos encanta verte más blandito y abrazador. Ya no tenés que demostrar que sos mejor ni más fuerte ni más rico. Tu conexión emocional nos enamora. Dale, animate, y viví el día a día como lo que es, un regalo de la vida. 

Marek y Christian

Tenía que dar una charla para chicos de 11 años sobre el día del Holocausto. En el grado estaba una de mis nietas. ¿Qué decir? ¿Cómo decirlo? Tenía que ser de un modo que fuera comprensible para los chicos, que aprendieran alguna lección y que enorgulleciera a mi nieta. Decidí contar una historia protagonizada por dos chicos de 11 años. Me presentaron los docentes como una estudiosa del Holocausto, con varios libros y proyectos educativos y todas esas cosas que se dicen cuando a uno lo presentan. Los chicos hacían como que escuchaban pero era obvio, como casi siempre, que les entraba por una oreja y rápidamente se les escapaba por la otra. Tenía enfrente a estos 25 chicos, sentados inmóviles, con los ojos puestos en mi. Ubiqué a mi nieta que estaba sentada en la última fila, ¿por las dudas? pensé, por las dudas que lo mío fuera un plomazo… decidí dejar de mirarla porque no iba a poder hablar si la tenía en el foco de mi atención. Cuando terminó la presentación empecé a hablar. 

Sol le preguntó un día a su abuelo por qué viajaba tanto a Polonia. Habían terminado de comer, la abuela se había ido a dormir la siesta y Sol tenía ese rato con su abuelo en el que solían jugar al ajedrez. Su abuelo se lo había enseñado y a ella le encantaba jugar con él y mientras, a veces, charlaban, ella le contaba cosas del colegio o de las amigas, él le contaba cosas de su mamá cuando era chica. El abuelo estaba por viajar, nuevamente, a Polonia y a Sol le intrigaba por qué iba y por qué iba solo. Por eso le preguntó por qué viajaba tanto a Polonia.

¿De verdad querés saber? le preguntó el abuelo que había acomodado las piezas para empezar a jugar pero, ante la pregunta, se sacó los anteojos y la miró fijamente.

Sí, le dijo Sol, contame, dale.

Es una historia larga, le dijo el abuelo, ¿te la bancás?

Sí, claro, respondió Sol y se apoyó en el respaldo de la silla mientras el abuelo se pasaba la mano por los ojos como si fuera un telón que se corría para que empezara la película.

Vivíamos en un pueblito, en el este de Polonia. Una noche, cuando tenía once años, me despertaron ruidos, golpes en la puerta, voces guturales y feroces, ¡Juden rauss!, judíos afuera, gritadas por soldados nazis en medio del terror y del enloquecedor ladrido de sus perros y las respuestas enfurecidas de Sanson, mi perro. 

No sé si me caí por el susto o si me tiré abajo de la cama y me quedé acurrucado, hecho un ovillo y tapándome los oídos. Ví que unas botas entraban en mi pieza y arrancaban de la cama a mi hermanita que no se había despertado. Escuché que sacaban como a las rastras a mi mamá, a mi papá, a mi abuela que seguro que estaban en camisón. A mi no me vieron. Sansón enfurecido le mostraba los dientes a esos perros enormes, lo veía desde abajo de la cama, se le tiró encima a uno como para morderlo pero le pegaron un tiro y lo vi caer en el pasillo y quedarse quieto, quieto, quieto. Lo vi desangrarse y morir, desde el piso, paralizado. No sé cuánto tiempo pasó. Mi corazón hacía tun tun tun como un tambor que batía tan fuerte que me ensordecía, no me dejaba escuchar nada, los ojos abiertos así de grandes, secos, no podía llorar, y el corazón que me golpeaba y golpeaba. Después de no sé cuánto, se me fue aquietando y me sentí rodeado por el silencio más silencioso que escuché nunca. Me animé y me fui arrastrando despacio hasta la puerta. Pasé al lado de Sanson que ya estaba muerto, le acaricié la cabeza y miré para atrás para ver si había alguien en casa, pero no, las puertas abiertas, la oscuridad y el silencio me aplastaban, estaba solo. Me asomé con mucho miedo y vi que en la calle todo era desolación, cosas tiradas, puertas y ventanas abiertas, ni un alma a la vista, silencio de muerte. Estaba solo. Me puse de pie y me fui deslizando bien pegado a la pared y cuando llegué a la esquina empecé a correr, a correr como un desesperado, así como estaba, en piyama y descalzo. Todavía era bien de noche, no sé qué hora sería, pero estaba oscuro y no había nadie. Seguí corriendo hasta donde termina el pueblo, mis pasos hacían eco, tanto que me parecía que había alguien corriendo detrás, pero no, estaba solo y aterrado con la idea de que me descubrieran.

Sol escuchaba suspendida, sin atreverse a respirar para no interrumpir el relato pero el abuelo se quedó callado, como mirando al vacío, como volviendo a ver aquello como si fuera una película proyectada delante de sus ojos. De pronto volvió a mirar a su nieta, tal vez aliviado de ver que ya no estaba allí sino que estaba en su casa, a salvo, y suspiró hondo. Sol le preguntó entonces ¿Adónde ibas abuelo? 

Ya recuperado, esbozó una ligera sonrisa y le dijo que a la casa de Cristian, mi mejor amigo, el otro delantero del equipo de fútbol de la escuela.

¿En Polonia se jugaba al fútbol? 

Sí, igual que acá, nos encantaba. Yo era el 10 y Cristian el 9, ningún arco era invencible para nosotros. Habíamos ganado los últimos partidos con los equipos de las escuelas de los otros pueblos, yo había hecho 1 gol y él el otro en el partido de la semana anterior. Practicábamos después de clase con un maestro que nos enseñaba los trucos como él decía y nos hacía hacer ejercicios con la pelota para darle dirección y efecto. ¿Sabés lo que es darle efecto a la pelota?

No, abuelo, ni idea. Es cuando le pegás de tal manera que en lugar de salir derecho hace por ejemplo una curva y el arquero no tiene como atajar. Cristian era un poco mejor que yo pero le ponía voluntad y tantas ganas que al final era bastante bueno.

Su casa tenía un terreno grande y al fondo estaba la cucha de Tom y Mix, los dos ovejeros con los que jugábamos a la tarde después de practicar cosas del fútbol. Tom Mix era el súper héroe de entonces, todos los chicos lo admirábamos porque era fuerte y valiente. Estaba empezando a aclarar el cielo, levanté la alambrada y entré en la cucha. Los perros se me acercaron moviendo la cola porque me conocían, contentos de verme. No sé qué hora era pero el rocío me daba un poco de frío y no estaba abrigado, tenía solo el piyama y estaba descalzo, no había tenido tiempo de ponerme algo encima ni siquiera zapatos. Me fui al fondo de la cucha, me hice un bollito y me acosté. Al rato entraron los perros y uno, creo que fue Tom, apoyó su lomo en mi cuerpo y me dio calorcito. Estaba tan bien que, aunque te parezca mentira, me dormí. 

Cristian era el encargado de darles de comer a los perros, así que cuando vino a la mañana, me aseguré de que estuviera solo y asomé la cabeza. Cuando me vio, se quedó duro, sorprendido, con los ojos así de grandes, y preguntó ¿qué hacés acá? ¿dormiste en la cucha de los perros? ¿te fuiste de tu casa?. Me puse a llorar, recién ahí me puse a llorar, los ojos se me inundaron y no podía parar, me caían los mocos, me costaba respirar y le conté. Que se llevaron a mi mamá, mi papá, mi abuela y mi hermanita. Que habían venido en la mitad de la noche con gritos, perros y golpes. Que los habían sacado casi arrastrando. Que me había quedado solo. Que no tenía donde ir. Que habían matado a Sansón porque ladraba furioso. Que no sabía dónde estaban mis padres ni mi hermanita ni mi abuela. 

Me di cuenta de que la cara de Cristian cambiaba. Cerró los ojos y apretó los puños porque, me lo dijo mucho después, él sabía. Su papá era un antisemita feroz y el policía del pueblo y después me contó, entre lágrimas él también, que había sido  el encargado de señalar en qué casas vivían judíos. O sea que su papá tenía la culpa de que se hubieran llevado a mi familia. No me lo dijo ese día y en ese momento pero cuando escuchó lo que le decía, abrió los ojos y le vi la misma mirada de cuando iba a patear un gol seguro, concentrado y firme. ‘De acá no te movés’ me dijo. ‘No te va a pasar nada. Yo te voy a cuidar’. Y así fue. Un año y medio viví en esa cucha. Escondido, alimentado y abrigado por mi mejor amigo. Me trajo una almohada. Me trajo ropa para que me abrigue y después otra ropa para que me cambie. Me trajo una manta. Y también trajo su tablero de ajedrez y las piezas y cuando se podía, cuando había luz suficiente y nadie a la vista, jugábamos. No sé cómo lo hizo porque nadie en su familia debía saber que escondía a un judío. Pero lo hizo. Fueron los momentos en los que Cristian  venía, cuando jugábamos, los que me mantuvieron vivo, los esperaba hambriento. No era solo la comida, la protección y el abrigo cuando vino el invierno y la nieve lo cubría todo. Era su presencia, su compañía lo que me dio calor esos largos meses que viví con Tom y con Mix adentro de la cucha. Ahora me pregunto si de verdad su familia no se dio cuenta o si hicieron como si no se daban cuenta. Nunca lo sabré. La gente dice una cosa a veces y hace otra. La gente piensa una cosa por momentos y en otros piensa otra. Tal vez sabían que yo estaba ahí y se hicieron los que no por amor a Cristian que me amaba a mí. No te olvides que si los llegaban a descubrir los mataban a todos. Y era todo tan loco, porque el papá de Cristian era el que recibía las denuncias de que alguien protegía o escondía a algún judío y él era el encargado de castigarlo, al protector y a toda su familia en represalia. Así que si sabía que Cristian me escondía debería haberlo matado y a toda la familia. No sé. El hecho es que pude sobrevivir.

La guerra terminó un poco antes de cumplir los trece y las cosas fueron rápidas. No me acuerdo cómo fue el día en que salí de la cucha y volví a caminar libremente. No me lo puedo acordar por más que trate. Sé que fui a la que había sido mi casa y vi que había otra gente viviendo allí. No me animé ni a golpear la puerta. Ya no era mi casa. Ya no quedaba nada mío ahí. Mis padres, mi abuela y mi hermanita nunca volvieron, no supe nada de ellos y todos me decían que no los espere, que no iban a volver. Me llevaron a una oficina creo que del Joint, no estoy seguro, y de ahí a un orfanato de una ciudad cercana y a los pocos meses me dijeron que habían encontrado un pariente mío en la Argentina y que me mandarían para que viviera aquí con él. Era un primo de mi papá que había llegado antes de la guerra. Cumpli los 14 en su casa y fueron pasando los años. Te la hago corta. Fui a la escuela, después conocí a la abuela, nos casamos, trabajamos, tuvimos hijos y empezamos una familia. Tuve suerte porque empecé a trabajar en una imprenta y poco a poco fui creciendo, me hice socio del dueño y después le compré la parte. Me fue bien. Y un día, como veinte años después de llegar a la Argentina, busqué a Cristian, lo encontré y retomé el contacto. Se había quedado en el mismo lugar, en el mismo pueblo, gracias a eso lo pude encontrar. También se había casado y tenía hijos pero la estaban pasando muy mal con los soviéticos. ¿Sabés Sol? los judíos sufrimos mucho en la guerra cuando vimos a nuestros vecinos y amigos aprovecharse de nuestra desgracia, incluso denunciarnos para conseguir vodka, mermelada o carbón. Pero como se dice en el campo, la taba se dio vuelta, ahora era él el que estaba mal. Lo menos que podía hacer era devolver el favor de nuestra infancia, aquel acto de amor que me permitió salir vivo y ahora poder contártelo. Empecé a mandarle encomiendas con alimentos, latas, ropa, remedios, hasta carbón y si le hacía falta algunos dólares. Él cada tanto me hacía llegar algún diario y fotos de su familia. No había whatsapp, ni computadoras, la distancia requería paciencia. Cada encomienda demoraba semanas en llegar, igual que las cartas. Y un día, muchos años más tarde, me compré un pasaje y lo fui a visitar. Me recibían con alegría y agradecimiento, conocí a su esposa y a sus hijos y empezaron a ser parte de mi familia también. En uno de los viajes la llevé a la abuela y era muy divertido verla conversar con la esposa de Kristian cuando una no sabía polaco y la otra no sabía castellano. Pero no sé cómo, se entendían y aprendieron a quererse. Cuando supe que Cristian había sufrido un ACV y que estaba prisionero de su silla de ruedas como yo dentro de aquella cucha me desesperé. Y ahora te contesto tu pregunta querida Sol porque por todo eso, siempre que puedo, voy a Polonia. No puedo dejar solo a Cristian, mi amigo, que tanto me cuidó y gracias a quien sobreviví y nació tu mamá y después naciste vos. Tengo que ir porque está solo y me espera para jugar al ajedrez.”

El dinero y la pareja

Consejo de mi mamá. “Tenés que tener tu propio dinero para que cuando te cases lo hagas porque querés vivir con esa persona, no porque necesitás que te mantenga y para que sigas casada con esa persona porque te hace bien vivir juntos y no porque si no no tenés donde caerte muerta”.

Mi mamá había nacido a comienzos del siglo XX pero era una adelantada respecto al dinero y a muchas otras cosas también, como el sexo, pero de eso hablaré otro día.

El dinero sigue siendo un tema muy difícil en la convivencia en pareja. Si ambos tienen un trabajo rentado ¿Cuánto gana cada uno? ¿Quién decide en qué se gasta, cuándo y cómo? ¿Sigue siendo como era el manejo tradicional de caja chica y caja grande, es decir, los gastos chicos de todos los días los maneja la mujer y los grandes, coche, viajes, inversiones, los maneja el hombre? ¿Hay una cuenta compartida? ¿Qué autonomía hay para la decisión de los gastos, qué hay que consensuar y qué se puede decidir independientemente? Son preguntas que está bueno hacerse y está mejor pactar juntos.

Aún cuando ambos trabajen, aún cuando el ingreso de la mujer sea a veces mayor que el de su marido, sigue persistiendo el modelo tradicional que correspondía a las características de género. La mujer reina en el hogar, en la esfera de lo privado, el hombre actor en la esfera pública. 

El manejo del dinero, a veces abiertamente y otras solapadamente, refleja las relaciones de poder en la pareja. Quién decide qué, quién se siente con derecho a permitir o a impedir. En una pareja pareja el dinero es otro de los temas en que se vive la paridad o la disparidad de responsabilidades y derechos. Quién lo administra y cómo. Quién lleva los registros y las cuentas. Quién se hace cargo de tomar las decisiones que haya que tomar. Si uno manda y otro obedece, éste, el que acepta, se somete, se siente con menos derecho, es dependiente, se vive como inferior. Y no es de extrañar que esta  sensación de dependencia e inferioridad  se exprese en otras áreas, como la sexual. Tantos “me duele la cabeza” son la respuesta a “sentirme menos no despierta mi deseo ni me erotiza”.

Tantos siglos de vivir una situación de dependencia y desvalorización repercuten en las mujeres de muchas maneras. Tenemos el mandato de ser altruistas y dadoras y de estar satisfechas solo con el acto de dar. Si trabajamos nos resulta difícil pedir o reclamar un pago mayor.  

Tantos siglos de patriarcado repercuten también en los hombres. La cantidad de dinero que poseen es para ellos un signo de masculinidad, de potencia, de capacidad. El éxito trabajo y el tamaño de su cuenta de banco son las medidas de su realización personal. 

Las mujeres reinamos en el mundo de las emociones y los afectos, los hombres en el mundo de los tamaños, del dinero y de lo otro. Ambos sexos estamos enredados en mandatos que hoy están puestos en discusión. No ganar mucho dinero no hace de un hombre un fracasado. Ganar mucho dinero tampoco lo vuelve exitoso.

Recomiendo enfáticamente leer el libro de Clara Coria, “El sexo oculto del dinero” que sigue tendiendo una gran vigencia a pesar de que tiene más de 30 años de publicado. 

Hablar sobre el dinero, su planificación y administración puede ser un momento difícil porque nos obliga a revisar temas relativos al poder, al derecho de cada uno, a si somos pares o si no lo somos. La pareja es una sociedad también económica que requiere pactos y contratos satisfactorios para ambos. Pactos que si se pueden hacer  harán la vida más fácil y la convivencia más amigable. Pactos que se pondrán a prueba en momentos difíciles como una muerte, la separación, o relaciones con otros familiares. 

Todos sabemos que precisamos sanear la economía del país, hagámoslo también con la propia, la de nuestra casa, animémonos a conversarlo para encontrar la manera que nos convenga mejor, para que seamos dueños de nuestras vidas en partes iguales. Para que no solo nos llamemos pareja sino que seamos parejos.