Tener y educar hijos es una aventura complicada y compleja. Cuando se unen parejas con hijos de parejas anteriores, todo se hace más difícil.
Sea una pareja con hijos de uno solo de un matrimonio anterior, con hijos de los dos lados y adolescentes, con hijos chiquitos, de jardín o de primaria, con hijos adultos. Cada situación requerirá un encare particular. Pero hay cosas que pueden aplicarse a todas.
Los hijos tienen una doble pertenencia. Por un lado a la familia que eran y por el otro a la nueva que se armó. La adaptación a la situación dependerá de si la relación fue tormentosa y la separación peleada. Ya venían baqueteados por la mala relación de sus padres y si la cosa quedó mal se verán en un severo conflicto de lealtad especialmente si la nueva pareja les cae bien, se sentirán traicionando al progenitor que quedó solo. Y si la nueva pareja trae hijos también tendrán que adaptarse a estos y vivir el todos los días de a ver quién recibe más que quién, a quién se le permiten cosas y a quien no, al trato diferencial que reciben. La tarea es fenomenal para todos en el enfrentamiento de las mil y una situaciones de la vida cotidiana.
Es bien diferente cuando la relación previa y la separación fueron amistosas. Con padres que no se ven como enemigos, el clima será más propicio. Pero igual, para los hijos, la nueva pareja es la prueba de la desunión de sus padres y todos los chicos quieren que sus padres sigan juntos y muchos creen que son culpables de la separación, o sea que la nueva pareja será la prueba de su fracaso en unir a sus padres.
¿A quién querer? ¿Alguien se sentirá mal? ¿habrá que tomar partido?
Tomar partido es siempre injusto y doloroso. Para los hijos y para los padres. Es más fácil tratar con los hijos propios que con los ajenos, no sé si más fácil, más conocido, pero la nueva pareja piensa diferente, critica o sugiere otras conductas y puede caer en la tentación de querer imponerse. Para cada uno, la manera propia es la adecuada, la que está bien y querría que fuera la norma del nuevo hogar. Puede ser una fuente de conflictos que ojalá se vuelva una fuente de conversaciones. Los hijos deben aceptar y adaptarse y los padres, deben aceptar y adaptarse, los 4 padres.
Hay algunas claves que podemos tomar para hacer de este proceso un camino que conduzca a una convivencia pacífica.
La adaptación no sucede instantáneamente, requiere paciencia, tolerancia y flexibilidad. La nueva pareja une a dos planetas diferentes, dos historias diferentes, dos heridas y dolores diferentes, dos formas de actuar y de convivir diferentes. El desafío es aprender a construir un tercer planeta en el que cada uno, chicos y grandes, tenga un espacio propio, sea respetado y considerado.
Cada circunstancia conflictiva, y las habrá, si puede ser conversada amorosamente, permitirá conocer y conciliar necesidades y posibilidades. Horarios y espacios, el baño, las comidas, la hora de dormir, hábitos, familias, todo lo que ya estaba establecido se pone en cuestión y debe ser pactado.
El desafío mayor es para la nueva pareja.
Repito, paciencia, tolerancia y flexibilidad. Cada nueva situación permitirá conversar y construir las reglas de convivencia. Tiene que haber reglas, claras y explícitas para que los hijos de uno y de otro no sean un campo de batalla, es esencial dividir las tareas, marcar claramente de qué se ocupa cada uno, qué padre es responsable de qué hijo, cuál es la conducta que se aceptará respecto de los hijos del otro, en suma, cómo se organiza la vida para que nadie afecte la vida de nadie. ¿tienen que hacerse la cama? ¿levantar los platos? ¿colaborar en tareas de las casa? ¿invitar a quién quieran? Todo debe ser conversado, pactado y respetado. Atención a los celos, a los privilegios, a las diferencias. Atención a la intervención disruptiva de la pareja anterior.
Esta segunda oportunidad no sucede espontáneamente. Requiere trabajo y dedicación. Tienen en sus manos el futuro de esta nueva familia, el bienestar de los hijos y la paz de todos.