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¡Descubrí que me engañó!

Y de pronto descubrís que tu pareja tuvo una aventura. ¿Fue una relación duradera? ¿Un chateo caliente o un touch and go? ¿una relación por la que pagó? ¿estuvo viendo videos porno? Son todas cosas diferentes pero en todas, buscó afuera, rompió la promesa de fidelidad. Ataca nuestra identidad y cómo creíamos que era nuestra pareja. Ya no somos los únicos, los indispensables, los más importantes. El piso se volvió resbaladizo, no sabemos dónde estamos parados. Quebrada la confianza, herida la autoestima, no podemos reponernos de la sorpresa, de la defraudación y del profundo dolor. 

Si la pareja ya se estaba deshaciendo, descubrir una aventura puede ser el golpe final. Pero si la cosa estaba medianamente bien, como sucede la mayoría de las veces, puede ser una oportunidad para volver a repactar, ahora de modo más realista. 

Tener una historia afuera existe desde que existe el matrimonio y no sucede solo en parejas que no están bien. La búsqueda de una experiencia nueva, una pasión, es tan vieja como los tiempos. A eso se le suma hoy el mandato de satisfacer todos nuestros deseos y el constante bombardeo de que hay que ser feliz. ¿Y cómo ser felices y satisfacer nuestros deseos al mismo tiempo si hemos prometido ser fieles? No hay manera de conciliar ambos objetivos. Por eso las aventuras son secretas, porque no se quiere terminar con la pareja. El sabor de una aventura prohibida y el secreto son además ingredientes afrodisíacos que se suman al placer de la novedad, la autonomía y una intensidad sexual añorada. Revitaliza y entusiasma, es cierto , aunque raramente tiene que ver con el amor. Pero cuando se descubre la aventura uno se ve traicionado, excluido, despreciado, con la confianza desmoronada y se pregunta si alguna vez podrá volver a confiar.

Nos hunde en una crisis muy profunda pero no es forzoso que destruya a la pareja. Depende de lo que hagan. 

Es un fuerte toque de atención que puede abrir conversaciones que nunca se tuvieron y se pongan sobre la mesa deseos y necesidades insatisfechas que habían permanecido calladas y acceder a una intimidad que la rutina había borroneado. Adicionalmente, el temor de haber estado a punto de perderlo todo, puede re encender el deseo sexual y que la pareja sea más satisfactoria para los dos. Los dos necesitaban cosas que faltaban, quien las buscó afuera habilita al que se quedó adentro a revisar sus propias carencias.

Este doloroso descubrimiento puede ser una oportunidad. 

Coincido con Esther Perel en cómo seguir. 

Quien tuvo la aventura debe restaurar la confianza herida. Aceptar la responsabilidad, reconocer lo que hizo y expresar remordimiento por la aventura misma y el daño causado. Reconstruir confianza es un proceso que requiere honestidad y empatía con el dolor del otro y lleva su tiempo, no sucederá enseguida. 

Al lastimado le sangra la autoestima herida, necesita volver a sentir que vale, rodeado de afectos y actividades placenteras. Atención a la tentación de hacer preguntas malsanas, los detalles sórdidos: ¿desde cuándo? ¿cuántas veces? ¿es mejor que yo en la cama?, preguntas que mantienen la herida abierta. Y no entrar en el juego de la víctima y el victimario. En la vida cotidiana herimos al otro, lesionamos su autoestima con desprecio, indiferencia, violencia. Entrar en el juego de buscar culpables es un callejón sin salida. Mejor expresar el dolor no con acusaciones sino con preguntas sanadoras: ¿qué encontraste ahí que te faltaba? ¿cómo era cuando volvías a casa? ¿qué te hace bien de nosotros? 

Son conversaciones complejas sin respuestas simples ni definitivas, van cambiando a medida que nos damos cuenta. Somos seres complejos y no siempre tenemos claro qué sentimos, qué necesitamos y cómo pedirlo. Cada pareja puede elegir cuál es el camino a seguir una vez que la aventura fue descubierta. No es necesariamente el final de una pareja, puede llevar al autodescubrimiento y a una nueva perspectiva que haga mejor la vida de ambos. Depende de lo que hagan y de cómo lo hagan. Descubrir que hubo una aventura afuera puede ser lápida o trampolín. 

Depende de uno mismo. 

Depende de los dos.