Consejo de mi mamá. “Tenés que tener tu propio dinero para que cuando te cases lo hagas porque querés vivir con esa persona, no porque necesitás que te mantenga y para que sigas casada con esa persona porque te hace bien vivir juntos y no porque si no no tenés donde caerte muerta”.
Mi mamá había nacido a comienzos del siglo XX pero era una adelantada respecto al dinero y a muchas otras cosas también, como el sexo, pero de eso hablaré otro día.
El dinero sigue siendo un tema muy difícil en la convivencia en pareja. Si ambos tienen un trabajo rentado ¿Cuánto gana cada uno? ¿Quién decide en qué se gasta, cuándo y cómo? ¿Sigue siendo como era el manejo tradicional de caja chica y caja grande, es decir, los gastos chicos de todos los días los maneja la mujer y los grandes, coche, viajes, inversiones, los maneja el hombre? ¿Hay una cuenta compartida? ¿Qué autonomía hay para la decisión de los gastos, qué hay que consensuar y qué se puede decidir independientemente? Son preguntas que está bueno hacerse y está mejor pactar juntos.
Aún cuando ambos trabajen, aún cuando el ingreso de la mujer sea a veces mayor que el de su marido, sigue persistiendo el modelo tradicional que correspondía a las características de género. La mujer reina en el hogar, en la esfera de lo privado, el hombre actor en la esfera pública.
El manejo del dinero, a veces abiertamente y otras solapadamente, refleja las relaciones de poder en la pareja. Quién decide qué, quién se siente con derecho a permitir o a impedir. En una pareja pareja el dinero es otro de los temas en que se vive la paridad o la disparidad de responsabilidades y derechos. Quién lo administra y cómo. Quién lleva los registros y las cuentas. Quién se hace cargo de tomar las decisiones que haya que tomar. Si uno manda y otro obedece, éste, el que acepta, se somete, se siente con menos derecho, es dependiente, se vive como inferior. Y no es de extrañar que esta sensación de dependencia e inferioridad se exprese en otras áreas, como la sexual. Tantos “me duele la cabeza” son la respuesta a “sentirme menos no despierta mi deseo ni me erotiza”.
Tantos siglos de vivir una situación de dependencia y desvalorización repercuten en las mujeres de muchas maneras. Tenemos el mandato de ser altruistas y dadoras y de estar satisfechas solo con el acto de dar. Si trabajamos nos resulta difícil pedir o reclamar un pago mayor.
Tantos siglos de patriarcado repercuten también en los hombres. La cantidad de dinero que poseen es para ellos un signo de masculinidad, de potencia, de capacidad. El éxito trabajo y el tamaño de su cuenta de banco son las medidas de su realización personal.
Las mujeres reinamos en el mundo de las emociones y los afectos, los hombres en el mundo de los tamaños, del dinero y de lo otro. Ambos sexos estamos enredados en mandatos que hoy están puestos en discusión. No ganar mucho dinero no hace de un hombre un fracasado. Ganar mucho dinero tampoco lo vuelve exitoso.
Recomiendo enfáticamente leer el libro de Clara Coria, “El sexo oculto del dinero” que sigue tendiendo una gran vigencia a pesar de que tiene más de 30 años de publicado.
Hablar sobre el dinero, su planificación y administración puede ser un momento difícil porque nos obliga a revisar temas relativos al poder, al derecho de cada uno, a si somos pares o si no lo somos. La pareja es una sociedad también económica que requiere pactos y contratos satisfactorios para ambos. Pactos que si se pueden hacer harán la vida más fácil y la convivencia más amigable. Pactos que se pondrán a prueba en momentos difíciles como una muerte, la separación, o relaciones con otros familiares.
Todos sabemos que precisamos sanear la economía del país, hagámoslo también con la propia, la de nuestra casa, animémonos a conversarlo para encontrar la manera que nos convenga mejor, para que seamos dueños de nuestras vidas en partes iguales. Para que no solo nos llamemos pareja sino que seamos parejos.