Reencuentro sobrevivientes 82 años después

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Comentario introductorio: Los sobrevivientes de la Shoá nos hemos quedado sin familias. Sus hijos nos hemos criado entre tíos y primos postizos. ¿Y qué pasó con los amigos? ¿Los compañeros de escuela, de juegos, de sueños? No suele hablarse mucho de esa amputación sufrida, la pérdida de esa personita que era nuestro compinche, confidente y en quien confiábamos tanto que era casi la persona más importante de nuestra vida. La alegría que sentimos todos en este momento es que la separación de hace 82 años hoy se ha revertido. Como las aguas del Mar Rojo que se abrieron para que podamos huir y no ser atrapados, las aguas del tiempo han construido este puente que hoy une a Ana María y a Betty, separadas e ignorando cada una acerca de cuál había sido el destino de la otra, y nosotros tenemos el privilegio de ser testigos de este reencuentro. Pero antes, y para ser prolijos, vamos a ver cómo fue que se reencontraron.

Comentario de cierre: Si cuando un amigo se va queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo, ¿qué decir de este milagroso reencuentro de Ana María y Betty? Uno se pregunta ¿cuánta gente aún queda por reencontrarse? ¿Cuántos de nosotros, yo misma, sentimos que esto que han vivido Ana María y Betty es una evidencia de que tal vez, quien sabe, podremos encontrar a esa persona que creemos perdida? Es como encontrar una aguja en un pajar, pero esto que ha pasado nos abre, aunque sea un pequeño resquicio, la ventanita de la esperanza. Un querido sobreviviente que ya no está con nosotros, Charles Papiernik Z’L, decía con amargura “los optimistas nos quedamos y los pesimistas se fueron” y nos deja esa pregunta abierta acerca de cómo evaluar realísticamente lo que sucede y cómo saber de antemano lo que es mejor hacer. Ana María y Betty tuvieron la suerte de tener padres que hicieron lo que resultó correcto para sobrevivir. Es una fiesta este reencuentro. Gracias Ita por tu increíble corazonada, gracias Aliza por tu búsqueda insistente y gracias Ana María y Betty por haberse prestado a este emocionante momento que nos hace tan bien a todos. Buenas tardes.

Pilares de reconstrucción

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Proyectos latinoamericanos presentados en cuatro bloques:

INDIFERENCIA

ACCIÓN

RECONSTRUCCIÓN

COMPROMISO

Presentación del cuarto bloque: Compromiso

Hola, soy Diana Wang, como para muchos de ustedes, uno de los ejes alrededor del cual gira mi vida es la Shoá. Mi compromiso con el presente y el futuro empieza con la supervivencia de mis padres y guía todos mis pasos orientados a mantener la memoria de lo sucedido y a generar proyectos educativos. 

Guardar la memoria es más que recordar penurias, humillaciones y vejaciones. Guardar la memoria es también iluminar la fuerza de la vida que, una vez recobrada, no se detuvo, abrió nuevos surcos. 

Así como mis padres, la mayoría de los sobrevivientes generaron familias contrariando el propósito asesino del nazismo. Cada hijo, cada nieto, fue una declaración de triunfo, un “¡estamos y seguimos acá!” parafraseando al último verso del himno partisano. 

Guardar la memoria y honrar el legado recibido, en lo personal y en comunidad, requiere un compromiso firme y activo. Las palabras memoria, legado, honrar, no son solo palabras. Su hondo sentido proviene de las acciones resultantes. No es lo que se dice, es lo que se hace.

Este último bloque, es el del compromiso. Presentaremos algunos proyectos educativos, nuestra apuesta al futuro, nuestro deber con nuestros nietos y con los nietos de nuestros nietos, las acciones que proyectamos, emprendemos y realizamos, para que reciban un mundo un poco mejor que el que hemos recibido nosotros. 

Cada cabeza que se abre, cada corazón que resuena, cada oreja que escucha testimonios y enseñanas, cada asistente y cada alumno de los proyectos que se conocerán a continuación abre una nueva posibilidad para que el antisemitismo pueda, alguna vez, ser desarmado, erradicado y convertido en un doloroso recuerdo que los nietos de nuestros nietos les contarán a sus nietos en el seder de Pésaj. 

Falta mucho. Ya sé. Pero cualquier camino, comienza con los primeros pasos, pasos que pueden parecer insignificantes pero que si se continúan y si el compromiso se multiplica, pueden llevar a que aquel “nunca más” soñado se haga realidad alguna vez. 

Los proyectos que siguen, a cargo de esta gente latino americana rebelde, creativa y comprometida, son algunos de los que están en marcha. Contar, hacer pensar, educar, son poderosas herramientas de transformación. 

Gracias a cada uno y a todos. 

Hay esperanzas. 

Allá vamos.

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Julia y Horacio: ella sabía pero hacía como que no. Amores al diván

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Lo sabía. Julia lo sabía pero como tantas veces pasa, no quería saber lo que sabía y hacía como si no supiera.

Conocía a Horacio desde la adolescencia. Él iba al Mariano Moreno, ella al Normal 4. Eran de la misma barra que se juntaba los fines de semana en el Parque Rivadavia. Horacio andaba con Claudia, una rubia flaca de pelo así de lacio que revoleaba los ojos celestes como si fueran pelotas de ping pong descontroladas. Era una agrandada con su séquito de admiradoras que creían jugar en primera. La pobre Julia era rellenita, tenía el pelo oscuro y rizado, ¡ay cómo odiaba su pelo oscuro y rizado! ¡y el acné de su cara! ¿Cómo Horacio se iba a fijar en ella? Ni en mil años. Nunca. Y Julia evitaba que se cruzaran sus miradas no fuera a ser que se diera cuenta de que se volvía loca por él.

La noche del asalto en lo de las Gutiérrez -ojo, no era un robo, así se le decía el ir a juntarse a la casa de alguien y tomarla por asalto- llevó un bizcochuelo de naranja que había hecho ella misma con la infalible receta de su abuela. Todo un hit. José fue el primero que lo probó y cuando dijo “¡qué rico está! ¿quién lo hizo?” y Julia respondió tímidamente que había sido ella, algo mágico pasó. Como si se hubiera abierto de pronto el cielo después de una tormenta y el lugar se llenara de ese aire fresco con olor a ozono que deja la lluvia en el verano, todos se acercaron a la mesa y en unos minutos no quedó nada del bizcochuelo. Julia sintió que por primera vez la veían y cuando empezaron los lentos, Horacio, ¡nada menos que Horacio!,  la sacó a bailar. ¡Nunca antes lo había hecho! Julia contenía el aire con miedo de respirar fuerte y que la carroza se transformara en calabaza, su vestido en trapos y que Horacio se desintegrara y desapareciera. ¿Dónde había quedado Claudia? ¿Cómo era que estaba planchando, con esa mirada triste y sin que nadie la sacara a bailar? ¡con lo hermosa que era ...!

Después de esa noche empezaron a salir. Julia se sentía la más linda del mundo, la que había sido tocada por una varita mágica, la más suertuda de todas. Claudia y sus amigas la odiaban, la acusaban de traidora, de seductora, de ladrona, le hacían el vacío. Pero era un vacío que no le importaba porque Horacio llenaba todas sus horas y sueños. La acompañaba caminando a su casa, le traía una flor de regalo, la elogiaba, decía adorar sus rulos y ojos oscuros, le festejaba sus salidas y chistes. Julia tocaba el cielo con las manos. Hasta que unos meses después el entusiasmo de Horacio y la magia fueron menguando. No se desesperó. Pensó que era normal, que así eran las cosas y siguió abriendo los ojos cada mañana a ese sueño vuelto realidad. Hasta que Cata, una del grupo de Claudia, le espetó “Horacio está saliendo con Agustina, la de 4ºD”. Ante la sorpresa de Julia hundió más el puñal “¡ah! ¿no sabías? te hizo lo mismo que le hizo a Claudia”. Y así fue. Cuando Julia lo enfrentó y le preguntó qué pasaba, se confirmó que ahora era el turno de Agustina, que ella ya era historia.

A pesar del dolor y la decepción, la vida continuó. Siempre continúa. Y Julia novió con Esteban, después con Juan Carlos y finalmente se casó con Ricardo. Enamorada, entregada y otra vez feliz, se sumergió en una nueva vida. Pero la convivencia no fue todo lo feliz que esperaba. Pronto descubrieron que eran incompatibles en el todos-los-días. Julia se despertaba temprano y a la noche se caía de sueño mientras que Ricardo se despabilaba al atardecer, se quedaba despierto hasta tarde y después dormía hasta el mediodía. Julia necesitaba silencio y paz y Ricardo se sentía a gusto con gente y en el medio del ruido. Hasta se desencontraban en la comida, en lo que a cada uno le gustaba, en el uso del baño, en la forma de relacionarse con sus familias, Todo mal. Por suerte no persistieron y decidieron separarse antes del segundo aniversario. Otra vez sola, ya recibida de arquitecta y trabajando en un estudio muy importante, Julia se dijo que lo vivido debía servirle de lección. Que tenía que estar con los ojos bien abiertos y no dejarse encantar por artilugio ninguno. Que sola no estaba tan mal. 

Y volvió a recuperar la paz y las sonrisas. 

Un día acompañó a su jefe a visitar a unos clientes que querían remodelar su casa. Casi se desmayó al entrar y descubrir que los interesados eran Horacio y la mujer con la que se había casado, Laura. Después de casi 10 años de no verlo, se reencontró con el mismo Horacio seductor, buen mozo y encantador del que había estado tan enamorada. A Horacio se le encendieron los ojos “¡Julia! ¡Qué gusto verte! ¡Estás más linda que nunca!” y la besó en las mejillas y la rodeó con atenciones dando la impresión de que el mundo había desaparecido y solo estaban ellos dos. 

No le costó mucho al galán conseguir su teléfono, llamarla, invitarla a tomar un café y volver a usar sus artes seductoras. Otra vez la magia. Otra vez el encantamiento. Julia olvidó todas sus prevenciones ante su corazón arrebatado y se rindió. 

Sabía. 

Pero no quería saber lo que sabía. 

Apostó a la amnesia, a “¿y si ahora sí? ¿acaso la gente no cambia?”, al sueño hecho realidad. Otra vez. Y Horacio derramaba sus “nunca te olvidé, fuiste siempre la mujer con la que tenía que haberme casado, fui un tarado, aprovechemos esta segunda oportunidad”. 

Siguieron saliendo, la relación se fue estrechando y haciéndose más y más íntima. En la adolescencia no habían tenido relaciones sexuales pero ahora sí y eran tal como Julia las había imaginado. Plenas. Amorosas. Apasionadas. “¡Casémonos!” propuso Horacio un día, “me separo, casémonos!”. Y con la remodelación de la casa a medias, casi con lo puesto, dejó a Laura, corrió hacia Julia y la renovada promesa de felicidad. Y Julia, que sabía, seguía haciendo como que no sabía y se dejó llevar. Como en un torbellino se sucedió la búsqueda de un domicilio común, los trámites de divorcio, las gestiones para casarse, el casamiento y la convivencia. Al estilo de Horacio, avasallador, entusiasta, imposible de frenar. Y Julia se dejó ganar por todo eso. Con gusto. Encantada. Otra vez.

Si leíste hasta acá ya sabés lo qué pasó. Es como esas malas películas que enseguida te das cuenta de qué la van y cómo terminan. Cualquiera lo sabe. El entusiasmo de Horacio se fue aplacando y al poco tiempo, obvio, se enamoró de otra mujer en la que volvió a encontrar esa promesa de felicidad tras la cual parecía correr enceguecido. Julia no lo supo de entrada pero se lo veía venir ante la forma en que sus miradas ya no se encontraban. La cordura y la lucidez le habían vuelto hacía unos meses, tanto que cuando le pasó lo que todos suponíamos que iba a pasar, Julia no pudo más que aceptar y reconocer que también ella lo sabía. El nuevo cachetazo fue darse cuenta que sabía que sabía.

Unos meses después Horacio tuvo un infarto fatal. Julia fue al velatorio y encontró, además de a Alicia, la pareja con la que vivía en ese momento, a Claudia, a Agustina, a Laura y a cinco otras mujeres tan sorprendidas como ella. Como en una película, alrededor de Julia y Claudia que se conocían de jovencitas, se armó una rueda de mujeres lastimadas, crédulas, sedientas de amor y ciegas ante las evidencias, que coincidían en la misma historia. Primero el deslumbramiento y la magia, después la seducción, luego el desencanto y finalmente la traición. 

Ante el cuerpo deHoracio, un Horacio tan atractivo como siempre, solo que esta vez quietas sus manos acariciantes, en silencio sus palabras edulcoradas e inofensivo en su sonrisa borrada, las nueve mujeres depusieron el resentimiento y el dolor ante el sufrimiento de Alicia, la viuda reciente, que, igual que todas ellas, había creído que con ella Horacio finalmente cambiaría. “Tal vez te salvaste de la traición y el desprecio, del desamor y la humillación. Tenés suerte de quedarte solo con el dolor de su muerte y no con el desgarro de su abandono y con la autoacusación de haber sido tan crédula”. 

La madre de Horacio, una señora mayor, estaba sentada entre la gente con la mirada perdida. Conocía a todas y cada una de las nueve mujeres que habían amado y sufrido a su hijo. Se mantuvo en silencio preguntándose cuán culpable podría ser ella misma de la inconstancia de su hijo. No quería cruzar la mirada con ninguna de las despreciadas, no sabía qué decirles ni cómo. Horacio siempre había sido así. Sabía cómo hacer para conseguir lo que quisiera pero una vez que lo tenía, el interés se evaporaba. Daba la impresión de que una vez en sus manos lo que fuera que deseaba se transformaba en otra cosa, se opacaba, no era lo que quería. Así como se las arreglaba para que le dieran lo que pedía, parecía incapaz de disfrutarlo una vez que lo tenía. Como si, al revés que el rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba, su contacto desangelaba lo que fuera que tenía en sus manos. Lo que tocaba perdía color y textura, no lo hacía feliz, tenía que correr a buscar otra cosa. 

Su madre era la décima mujer que no había podido hacer feliz a Ricardo. Un Horacio disfrazado de triunfador que escondía su desvalidez y sed de amor en una bolsa llena de agujeros imposible de llenar. Y persistía, lo volvía a intentar, pero entrara lo que entrara,  la bolsa no lo conservaba y se volvía a vaciar.

¿Manipulador? ¿Mentiroso? ¿Seductor? Si. Todo eso. Pero básicamente alguien incapaz de amar y disfrutar del ser amado pero que no se resigna y lo sigue intentando. Como un Sísifo redivivo condenado a intentarlo, intentarlo, intentarlo y no llegar nunca. 


¿Qué diría Horacio una vez despojado del peso de vivir? ¿Cómo explicaría su conducta? ¿Por qué se había negado a tener hijos? ¿Contra qué oscuridades debía luchar? Tal vez se confesaría que cada conquista, cada éxito en la seducción, le abría la esperanza de que esta vez sí, esta vez se sentiría pleno, de verdad, corpóreo, que cuando eso no pasaba volvía ese insoportable vacío que solo la expectativa de otro amor le prometía volver a llenar. También como todas sus mujeres, sabía pero hacía como que no. Volvía a apostar contra sí mismo sin poder impedir herir a quien tenía a su lado. Si lo acusáramos de malo, egoísta, maltratador diría “las quise a todas, quería hacerlas felices… pero no sé por qué de pronto todo se me apagaba, sentía que yo mismo desaparecía, me sentía muy mal… Con cada una fui feliz un rato pero no duraba mucho, lo que parecía amor se me volvía un peso, y solo quería escapar, volver a buscar, apostar de nuevo, probarme que podía, no sé…”. Al final, pobre Horacio. En vez de malo, desconsiderado o egoísta, termina siendo alguien incapaz de amar y de sentirse amado, alguien en busca de confirmación constante de que existe, de que está, y que solo la encuentra de manera transitoria, no se la cree, no le sirve y vuelve a buscar, una y otra vez. Como esos jugadores que insisten en hacer saltar la banca y terminan, fatalmente, desplumados. 

Publicado en La Nación.

Estupidez o sabiduría. Participación en Haciendo Pie.

En la Once Diez. Jorge Sigal y Santiago Kovadloff

En la Once Diez. Jorge Sigal y Santiago Kovadloff

Luego de la lectura de este texto de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), mi comentario:

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¡Qué interesante pensar esta reflexión desde la perspectiva del tiempo! No sé qué edad tendría Ribeyro cuando lo escribió pero si viviera hoy tendría 92 años. Habla de la cuarentena, referido a las cuatro décadas, no a la cuarentena de la pandemia por supuesto. Increíble como el paso del tiempo ha cambiado los tiempos. Asociar la edad de cuarenta años como punto de inflexión suena fuera de lugar porque todo lo que describe parece haberse corrido por lo menos veinte años hoy. 

Pero sea a los cuarenta o a los sesenta, hay un momento en la vida en el que podemos sentirnos como si todo estuviera deslucido, opacado y hubiéramos perdido el sentido, el para qué estoy vivo. Son momentos que llamo “descansos en la escalera”. Uno va subiendo, peldaño a peldaño y mientras sube está ocupado en subir, poner bien el pie para el peldaño siguiente y de pronto llega a un descanso, se detiene, recupera el aire y se pregunta ¿qué estoy haciendo aquí? ¿A dónde iré ahora? ¿sigo subiendo? ¿para qué?

Y dice Ribeyro que es momento de elegir entre la sabiduría y la estupidez. ¿què serán para él la estupidez y la sabiduría? Ya no lo tenemos para preguntarle y estaría bueno que cada uno lo pensara para sí…. y ya que tengo este espacio voy a contar qué es para mí.

Empiezo por estupidez. Imagino a alguien parado en el descanso de la escalera sorprendido por haber envejecido, como si no hubiera estado en sus cálculos, como si hubiera creído que el paso del tiempo era una abstracción o números en el almanaque y se frustra y desanima al darse cuenta de que el paso del tiempo es bien concreto y que es uno mismo el que ha sido pasado por el tiempo. Es parte de la estupidez humana eso de creer que algunas cosas no nos pasarán nunca, que solo les pasan a los demás. Lo estamos viendo en la gente que hoy no se cuida, que anda sin tapabocas y sin mantener distancias. Igual pasa con la vejez cuando se la vive estúpidamente. Si uno se cree eterno e inalterable cuando ya no puede no darse cuenta de que el cuerpo no es el mismo, que la energía y la fuerza no son las mismas, que uno ha cambiado, la sorpresa llega como un cachetazo traicionero porque uno no se lo esperaba. Es como no esperar el trueno después del relámpago. Una total y soberana estupidez. 

La estupidez se justifica un poco porque no es placentero descubrir que uno no es ya como era. Yo también, y no creo ser la única, me paro frente al espejo y me estiro los costados de la cara tratando de recuperar aquella lozanía que en su momento no disfruté pero que ahora extraño tanto. Veo mis arrugas y alguna flaccidez, me doy cuenta de que el aire me queda más corto y que el descanso me llama más seguido y más temprano. Esto es así, no lo elegí. Lo que sí puedo elegir es qué hago con eso. Lo estúpido sería ponerlo en el centro del escenario, con un lamento eterno, y la queja antipática de creer y decirme que todo terminó, que ya nada tiene sentido, y dejar que me cubra una bruma oscura y desanimarme porque nunca más veré brillar el sol. Lo nos pasa, nos pasa. No está en nuestras manos. Lo que está en nuestras manos es qué hacemos con esto que nos pasa.

En el otro extremo, y para decirlo en fácil, para mí la sabiduría es no pedirle peras al olmo. El olmo da un fruto que se llama sámara (nada que ver con samaritano), y por más que me enoje, me angustie o me desanime, por más que le hable o le proteste hasta el cansancio, el olmo caprichoso e insensible a mis súplicas insistirá en dar lo que tiene y puede, sámaras. ¿Quiero peras? busco un peral, ¿no hay perales, solo hay un olmo? lo sabio es sentarme a su sombra, tomar un manojo de sámaras y ver qué puedo hacer con ellas porque la vida me enseñó que por más que les discuta y les de razones, las sámaras no se transformarán en peras. 

Creo que la cita del texto de Ribeyro habla de envejecer, tal vez de su propio envejecimiento, tema tan ninguneado, casi tabú, que por suerte está empezando a ser hablado. La palabra envejecer está asociada con deterioro, muerte, con terminar, con oscuridad, enfermedad y final. Y ya no es tanto así. Me encantaría que pudiéramos pensarnos con el verbo edar,  traducción literal del inglés to age, sin la connotación negativa del verbo envejecer. Edar señala el paso del tiempo sin atributo ni valoración, es un término descriptivo,  ni bueno ni malo. Espero que vayamos migrando de la idea negativa de envejecer a la idea más alentadora de edar. 

Estamos viviendo un momento totalmente inédito. Nunca antes en la historia humana hubo tantas familias con 5 generaciones. ¿Cuántos bisabuelos conocíamos  hace apenas 50 años? ¿Cuántos conocemos ahora? Yo conozco decenas y no solo vivos, sino activos, lúcidos y vitales. Es que cada vez hay más viejos en el mundo, cada vez hay más viejos que siguen trabajando, creando, pensando y levantándose todos los días con ganas porque tienen cosas que hacer, porque su vida mantuvo el sentido, porque tomaron aire en el descanso de la escalera y siguieron subiendo, más despacio, claro, pero con los ojos bien abiertos y la piel porosa. Por eso, como yo misma estoy cursando la octava década, preciso hacer de necesidad virtud y voy a contar cuáles son, para mi, los beneficios de haber envejecido. 

Lo más importante es que me hace posible poner en otra escala las cosas que son de vida o muerte. Estar vacunado y cuidarse lo es en este tiempo de pandemia, pero todas aquellas expectativas desmedidas que tenía cuando creía que iba a ser eterna, se fueron achicando y la edad me abre una esperanza más realista de lo que puedo conseguir y, por ende, me frustro menos, sufro menos. Creo que la edad, cuando no se ha elegido la estupidez, nos ayuda a tener expectativas más realistas y posibles. Y si le respondo a Ribeyro que dijo que ya no hay aventura, tal vez haya sido un momento de bajón el suyo cuando la dijo, porque la aventura sigue existiendo, no es privativa de la juventud. Definida de otra manera, claro. Tal vez no sea una aventura vertiginosa, un ponerse a prueba en desafíos constantes, un tirarse a piletas sin medir bien la profundidad del agua, es una aventura más medida, mejor peinada y lubricada. Las ganas no desaparecen, se reconfiguran y se van adaptando a la capacidad diferente. La aventura puede estar en encontrar esos nuevos gustos y sabores, esos climas, esas actividades que uno fue aprendiendo a disfrutar y darles un ritmo renovado, más relajado, menos tenso, incluso sorprendentemente creativo. La aventura de tener en la mano ese puñado de sámaras posible y sorprenderse de que no solo eran las peras lo que podían darnos placer y alegría. 

La estupidez es una estación terminal, a la sabiduría no se llega nunca, se camina hacia ella. La estupidez te enreda los pies y no te deja caminar. La sabiduría te impulsa hacia adelante a un constante descubrir de para qué sirven las dichosas sámaras y qué puedo hacer con ellas. Pensarlo así nos permite vivir con más paz que cuando nos sentíamos obligados a hacer y a ser lo imposible para merecer y justificar nuestro lugar en el mundo. 

Atención que no estoy haciendo un elogio del envejecimiento. ¡Para nada! Me encantaría volver a tener el cuerpo y la capacidad física de mi juventud pero si pudiera elegir no querría perder una gota de lo que aprendí con los años. No quiero volver a ser la que se exigía y esforzaba por ganar no sé qué carrera ilusoria que me agotaba y no siempre terminaba bien. Claro, me encantaría recuperar la lozanía perdida pero sin perder ni una gota de lo que aprendí y conquisté. 

Y me quedo con eso, con la nueva convicción de que son pocas las cosas de vida o muerte, lo que es una idea muy  liberadora porque sí hay cosas de vida y de muerte, son las cosas que tienen que ver con la vida y la muerte. Las otras no. 

Tal vez dejar atrás la estupidez sea algo tan simple como dejar de remar en contra del río, bajar los remos, mirar el paisaje, esperar a que se aquieten las aguas y ver para dónde va la corriente y entonces sí, tomar los remos, respirar hondo y darle para adelante.


Justicia, justicia perseguirás

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Mi ídolo de la infancia era el Llanero Solitario, el gran justiciero, el que reparaba atropellos en defensa de los débiles sin esperar nada a cambio. La vida me puso a prueba a los 10 años. En una tibia tardecita de verano en Floresta jugábamos a la escondida en la calle. ¡Corrí a la “piedra libre”! y cuando ya estaba ahí vi a Raquelita a punto de pasarme…la tomé del vestido, la frené y ¡llegué antes! Mi alegría se desplomó cuando escuché su llanto “¡mi mamá me mata! ¡me rompiste el vestido!” y, sí, la pollera colgaba separada de lo de arriba. “Esperá, ya vengo” dije, resuelta, mientras corría a mi casa. Saqué la tijera del costurero y volví a la calle. Tomé del medio mi pollera, como en un rito sacrificial se la ofrecí a Raquelita y con la otra mano le di la tijera. “Cortá ahí” le dije ante la mirada atenta de los demás. Ni corta ni perezosa, pegó un tijeretazo y mostró satisfecha el redondel recortado. “¿Estamos a mano?” pregunté, “¡sí!” dijo y lo rubricamos con un apretón. Volví a casa feliz con la tijera para contarle orgullosa a mamá lo que había hecho. Cuando vio el agujero en el centro mismo de la pollera empezó a los gritos “¿qué pasó? ¿quién te hizo eso?” y le conté, triunfante, mi hazaña justiciera. Hoy, décadas después, me sigue doliendo su incomprensión. “¡Tonta!” dijo “a Raquelita no le rompiste el vestido, lo descosiste, eso se arregla… en tu pollera quedó un agujero que no tiene arreglo”. No solo no me felicitaba, ¡me retaba! “Pero mamá, hice trampa, quería llegar antes y no me importó romperle el vestido, merezco que lo mío sea peor”. A los 10 años, mi código de valores indicaba que mi mala acción solo se pagaba si mi castigo era mayor que el daño. Pero mamá no me comprendía, nada menos que mamá que era el documento vivo de las consecuencias concretas de las injusticias. Soy hija de personas que han experimentado la maldad y crueldad extremas durante el Holocausto, midiendo sus conductas minuto a minuto para seguir vivos y sobrellevar al mismo tiempo tantos dilemas a los que estuvieron expuestos manteniéndose humanos y decentes. Mi noción de la justicia no era improvisada ni ligera. Sabía de qué estaba hablando. Sabía lo que había en juego en cada conducta, en cada actitud, en cada palabra. Había entendido desde muy chica, tal vez sin las palabras precisas, que vivir bajo el imperio de la ley es  hacerse responsable de las consecuencias de nuestros actos y a los 10 años lo puse en práctica por primera vez del modo en que mi entendimiento lo permitía. 

Sé que La Justicia es más compleja que una aventura del Llanero o una anécdota personal. Pero aquella conducta infantil, intuitiva e ingenua merece ser un principio universal del contrato social básico que requiere que cuando uno haya hecho un daño lo reconozca, se arrepienta, asuma el castigo y compense lo hecho. ¿Cómo confiar en los demás si no respetan las leyes fundamentales? ¿Cómo sentirse seguro si los que obran mal no lo reconocen ni se arrepienten ni son castigados ni lo reparan? Creen que se saldrán con la suya pero la mancha es indeleble aunque parezca que a nadie le importa. Tanto después sigo avergonzada por haber “roto” el vestido de Raquelita. Las tibias tardecitas de Floresta ya me olvidaron pero mi último y adicional castigo es que yo no, yo lo sigo recordando. Pero lo puedo contar porque también recuerdo, tanto o más orgullosa que entonces, la tijera y el pedazo de pollera que entregué como castigo, pedido de perdón y ofrenda de paz.

Publicado en Clarin

Publicado en El Diario de Leuco

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Publicado en El Diario de Leuco

Canceladores correctos vs libertarios incorrectos.

Ilustración Sebastián Dufour

Ilustración Sebastián Dufour

Un futbolista uruguayo es acusado de racista por tuitear un cariñoso -para los rioplatenses- “gracias negrito”. Encumbradas universidades desinvitan a académicos por sus posiciones políticas o nacionalidades. En pos de la corrección política y el respeto a los colectivos históricamente invisibilizados, disminuidos y sojuzgados se pretende reescribir la historia, cambiar los cuentos infantiles -ningún lobo se come a Caperucita-, voltear estatuas de los que alguna vez hicieron algo relevante pero que hoy han caído en desgracia. Vivimos en estado de alerta, cualquier traspié puede transformarnos en persona non grata, echados, excluidos, eliminados, cancelados. No se reprueban las conductas sino las personas, no lo que se dice o hace sino lo que se ES.

Nadie duda de que el racismo y la xenofobia, el grooming y la pedofilia, la homofobia, los femicidios y otras conductas deleznables deben ser erradicadas. La visibilización social de quienes lo padecen hace tanto tiempo abre esperanzas para la constitución de una sociedad inclusiva y respetuosa. La cultura de cancelación fue una rebelión de denuncia y visibilización de los colectivos débiles, silenciados y subyugados, para que pudieran hacerse oír, denunciar su sometimiento y fueran protagonistas sociales con los mismos derechos que todos.

Su horizonte era la justicia transformadora, un dispositivo que debía seguir cinco pasos:  asumir lo hecho, aceptar sus consecuencias, reconocer el daño, reparar a la víctima y cambiar. Luego, al hacerlo público tendría un poder ejemplificador ante conductas impropias naturalizadas, que así podrían cambiar.

Pero este propósito de la cultura de cancelación desbarrancó en un vuelco dramático, olvidando el objetivo de cambio, reducido a juicios populares sumarios,  acusaciones, castigos y exclusiones. 

La justicia transformadora funciona en pequeñas comunidades donde todos se conocen. La reprobación del amigo, el vecino o familiar, estimula el cambio de visión con una capacidad modificadora ejemplar. La participación de los millones de usuarios anónimos, de gente dispar, retroalimentada y homogenizada en las redes sociales diluyeron aquellas buenas intenciones. Los likes son la medida de su poder e influencia, generan adicción y urgencia. Sin tiempo para pensar, los textos deben ser breves, contundentes y sin matices, provocativos, porque hay que “pegarla” para generar adeptos. Estos pescadores insaciables usan la eficaz carnada de emociones, venganzas y odios, desconocen, y no les importa, la intención fundante de la cultura de cancelación, es más, la subvierten y traicionan. El efecto manada es arrollador con ideas extremas y dicotómicas, sin sutilezas ni diferencias. Ya no es una opinión, es la persona misma. Se está de uno u otro lado. Aquel propósito ético se transformó en una lucha binaria, violenta, extremista y autoritaria en manos de estas brigadas que optaron por la caza de brujas, el castigo y la hoguera de la exclusión. 

Pero no contentos con eso también buscan lavar culpas del pasado. El afán inquisitorial llegó también a los muertos en un juicio descontextualizado que no busca el cambio -imposible porque están muertos- sino borrarlos de la historia. 

La esclavitud era considerada natural hasta hace poco. Las familias de políticos e intelectuales de nota, tenían esclavos, basta ver los textos pro esclavistas de Aristóteles y Tomas de Aquino, John Locke y Voltaire. ¿Tiramos sus libros?

El machismo y la relegación de la mujer a objeto paridor y vigía de las hornallas son parte de nuestra cultura occidental. El pater familiae era el amo de sus sirvientes, es decir, esclavos, hijos y esposa. ¿Cancelamos a Gandhi, Mandela y Luther King porque golpeaban a sus mujeres? 

La reacción no se hizo esperar. El acusado es silenciado, echado, cancelado, pero sigue acá. Muerto el perro la rabia sigue viva. El incorrecto seguirá igual, pero, como no es tonto, se cubrirá con un chador o una escafandra para no ser descubierto. La magra cosecha de los canceladores radicales es silencio, hipocresía y resentimiento. Los fanáticos extremistas del “otro lado” acusan a los canceladores de policías del pensamiento y la palabra, dictadores y violadores de los ideales de la libertad de expresión. Los acusados se rebelan contra la rebelión, el perro rabioso muestra los dientes. Todo se enreda, se confunde y embarra cuando levantan orgullosos la bandera de la incorrección política y se proponen como la fuerza de liberación contra la radicalización del ejército de canceladores. Los extremos invitan a los extremos. Es enloquecedor.

El fantasma orwelliano hecho realidad, ¡Big brother is watching us! Los correctos canceladores y los incorrectos libertarios nos tienen prisioneros. Se está de éste o del otro lado. La derecha y la izquierda, ya no son la partición de aguas. Antes existía el destierro salvador. Ahora no hay donde ir. 

Me sumo a los bienintencionados del principio en un llamado a recuperar el tino de señalar, reprobar y estimular la revisión de conductas con la potencia formativa de un cambio real que no estimule extremismos fanáticos de ambos lados.

Las actitudes y conductas de los misóginos, homófobos, machistas, femicidas, antisemitas, xenófobos, supremacistas blancos parecen reproducirse sin freno. Sin embargo, una de las consecuencias bienvenidas de este movimiento es que las antaño minorías silenciadas tienen voz y presencia y hoy, diferentes expresiones de lo humano, están integradas a la normalidad. Esta conquista ya está lograda.

Se ha incurrido en extremismos, arbitrariedades y oportunismos, proceso que sigue todo cambio cultural que requiere ajustes, acomodaciones y aprendizajes. Es necesario encontrar nuevas maneras para hablar sin ensordecer, iluminar sin enceguecer, en suma, dialogar y volver al propósito original de integrar todas las voces, alternativas y diferencias con el mismo patrón equitativo en la sociedad humana. Y que cambie lo que tiene que cambiar.

Todos coincidimos en que no está bien comer carne humana, pero comer al caníbal no erradica el canibalismo, lo refuerza.

Publicado en La Nación

Publicado en Gallo

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Justice, Truth and Memory in Jewish Argentina

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Traducción
Argentina durante la II Guerra y tiempo después

Para los que sobrevivieron y se encontraron vivos, el final de la guerra no fue un momento de celebración o alegría. 

Europa estaba cubierta por la sangre de las familias desaparecidas y también debían enfrentar la amenaza de la Guerra Fría. Sabían que debían encontrar otro lugar donde vivir.

Sin embargo, el triste resultado de la conferencia de Wannsee de 1938 -que ningún país aceptaba recibir a los refugiados alemanes y austríacos- se repitió al final de la guerra. Los sobrevivientes no sabían dónde podían ir. 

Mis padres, que habían sobrevivido e la guerra en Polonia y que habían perdido a su primer hijo, ya me tenían a mi y, junto a tantos otros, buscaban un país que nos recibiera. Las embajadas y consulados tenían largas filas pero sin buenas noticias. Y no les llevó mucho darse cuenta que el problema era que eran judíos. 

Decidieron decir entonces que eran católicos, dado que ya tenían experiencia en hacer lo que fuera para sobrevivir. Así fue como, soborno mediante, obtuvimos visas para ir a Paraguay.

¿Paraguay? ¡Qué palabra tan exótica! ¿Dónde era? ¿Cómo llegaríamos allí? Resultó que debíamos cruzar el océano Atlántico hasta el puerto de Buenos Aires en Argentina y continuar por tierra desde allí.

Buenos aires era prometedor porque sabíamos que una importante comunidad judía estaba allí desde antes de la guerra; así, ése fue su destino.

Llegamos en un barco el 4 de julio de 1947 llevando documentos falsos que indicaban que éramos católicos, pero recién en 2005 pude descubrir por qué había sido necesaria la falsificación. 

Uki Goñi, un investigador que estudió la inmigración de nazis a la Argentina y autor de “La Auténtica Odessa”, publicó una carta abierta exigiendo que la llamada Circular 11 fuera reconocida y abolida. Gracias a su trabajo el gobierno argentino finalmente reconoció, luego de décadas de negarlo, que la Circular 11 emitida el julio de 1938 prohibía a embajadores y cónsules proveer de visas a los “indeseables”, es decir, a los judíos y a los republicanos españoles.

Y Argentina no fue el único país en hacerlo. Casi todos los países latinoamericanos lo habían hecho y los Estados Unidos habían limitado mucho la inmigración judía entonces.

Cuando la Circular 11 fue finalmente reconocida y abolida, 67 años después de su emisión, solicité al gobierno argentino la rectificación de mi registro migratorio para que diga judía en lugar de católica. Lo conseguí y mi caso fue un leading case para todos los que debieron mentir acerca de su identidad para ser admitidos después de la guerra.

La Dictadura

Recuerdo el orgullo de mi mamá cuando fuimos al acto del Movimiento Judío por los Derehcos Humanos. Expresar nuestra oposición a la dictadura, abiertamente, en la calle, como judíos, era más de lo que podíamos imaginar. 

Con lágrimas en los ojos y la boca abierta, mamá me tomaba del brazo compartiendo el reclamo por los derechos humanos. 

Hasta ese momento habíamos vivido en una especie de burbuja evitando cualquier actividad que pudiera provocar un ataque antisemita o poner nuestras vidas en peligro.

Un ejemplo fue que en castellano nos llamábamos israelitas, no judíos, como si la palabra judío fuera ofensiva. De hecho, fue durante ese acto que por primera vez vi la palabra JUDIO escrita en un enorme cartel, públicamente.

Sin embargo, no teníamos todavía un cuadro completo de lo que estaba pasando. No todos tenían conciencia de las torturas, las detenciones y los desaparecidos, los asesinados cuyos cuerpos nunca fueron recuperados. 

El silencio que ya existía se volvió doloroso dolía a medida que la gente comenzaba a darse cuenta de lo que de verdad pasaba.

Recuerdo tenerle miedo a los militares y policías, pero por alguna razón desconocida no hice la conexión directa entre el autoritarismo de la dictadura militar con el nazismo a pesar de lo que habían vivido mis padres en Polonia. Sé de otras familias que habían enviado a sus hijos al exterior porque vieron el paralelo con la Shoá.

Como resultado de haber ingresado al país mediante un engaño y con el recuerdo del antisemitismo polaco todavía fresco en nuestra memoria, durante mis años infantiles mantuvimos nuestra condición judía de manera privada, casi como si no existiera. 

No éramos religiosos ni pertenecíamos a organización judía alguna. Nuestra identidad era mantenida solo en canciones y algunas tradiciones.

Pero todo iba a cambiar con la bomba de la AMIA.


1994 La bomba de la AMIA

El 18 de julio de 1994, aquel día inolvidable, mamá me llamó por teléfono. Estaba llorando y me pedía perdón por haberme traído a la Argentina. “No sabía” sollozaba “creí que estaríamos seguros aquí” su llanto se hacía más fuerte, le pregunté “”¿qué pasó mamá?” y su respuesta cambió mi vida: “Bombardearon la AMIA, ¡nos quieren matar otra vez!”. 

La mutual judía era un centro muy importante de la comunidad judía argentina. Había estado allí muchas veces en conferencias, conciertos y otras actividades. Era un sitio icónico y en muchos sentidos un refugio. 

¿Pero bombardeada? ¿En el centro de Buenos Aires? ¿Y por qué me dijo nos quieren matar otra vez? ¿A nosotros? ¿A mí? ¿Y por qué “otra vez”?

La bomba de la AMIA me volvió judía otra vez. No había elegido serlo antes, simplemente había nacido así. Pero entonces abracé voluntariamente la decisión. No podía huir del hecho que en el “nosotros” de mi mamá estaba incluida yo.

Y el “otra vez” era la Shoá. Aquel “otra vez” me indicó que era hija de sobrevivientes del Holocausto y que eso era también parte de mi identidad.

Esas palabras “nosotros” y “otra vez” fueron las encrucijadas de mi vida. Así, a los cincuenta años, decidí tomar un nuevo camino.

Comencé a buscar a otros hijos de sobrevivientes y los encontré. 

Fui a Marcha por la Vida en Polonia donde reencontré el polaco, mi primer idioma, junto con tradiciones y comidas que me eran familiares. 

Si el Holocausto no hubiera sucedido Polonia habría sido mi hogar. Habría sido como cualquier mujer polaca que veía caminando por la calle y jamás habría llegado a Buenos Aires. 

Fue un sentimiento abrumador.

Recorrer los sitios del Holocausto me conectó fuertemente con lo que estaba empezando a aprender.

Fui a la Fundación Memoria del Holocausto y me sumé más tarde al equipo que registró testimonios para la Fundación creada por Steven Spielberg.

Estos testigos eran los “Niños de la Shoá”, y algunos eran muy poco mayores que yo. 

Mis padres habían perdido a su primer hijo, Zenus, un hermano que nunca conocí. Fue entregado a una familia cristiana para que lo salvara mientras mis padres estaban escondidos pero no pudieron recuperarlo. No sabemos si sobrevivió o no. 

Podía ver a mi hermano perdido en cada uno de los “niños de la shoá” que habían testimoniado.



Escenarios y horizontes.

Durante los primeros años después de la guerra, la forma en que el Holocausto era mencionado no era como lo que había vivido en mi casa. Los héroes del gueto de Varsovia glorificados. Los horrores enfatizados todo el tiempo. La idea de que los sobrevivientes no podían recuperarse de los traumas vividos. 

Nada de esto coincidía con mis experiencias en la infancia ni con muchos sobrevivientes conocidos. 

Empezó mi búsqueda en libros que ofrecían nuevas perspectivas y me permitían reconstruir una narrativa diferente sobre la experiencia de los sobrevivientes, una que coincidiera con la mía, que luego intenté difundir lo más ampliamente que pude.

Unos años después, junto con otros sobrevivientes y sus hijos, fundamos Generaciones de la Shoá en Argentina y comenzamos con varios proyectos educativos.

Uno de esos proyectos fue los Cuadernos de la Shoá en donde planteamos, en cada número, temas marginalizados como los rescatadores, la experiencia de las mujeres y los niños, las búsquedas de salvación, la instalación y destrucción de los guetos, los campos de concentración, la progresión de los ataques, las diferentes maneras de supervivencia, los otros genocidios del siglo XX, los programas de exterminio, la deshumanización.

También creamos el Proyecto Aprendiz, un desesperado intento de mantener vivos los testimonios orales de los sobrevivientes para asegurar que una vez que no pudieran ya hablar habría alguien que podría continuar hablando en su lugar.

Y finalmente, en 2018, nos sumamos al Museo del Holocausto de Buenos Aires que creó una exhibición interactiva maravillosa. Desde allí continuamos nuestro trabajo con nuestros proyectos y la intención de crear nuevos.

Outline

  1. Introduction to key themes and tension [Refuge for Nazis like Eichmann; yet home to Holocaust survivors] - from the description of event for whoever is introducing us!

  2. Immigration and National Belonging [Natasha]

  3. This is context for what Natasha calls a “tenuous belonging” in her book

  4. Pre-Holocaust: History of Jewish belonging in Argentina (a “nation of immigrants” that also became home to the Semana Trágica (an urban “pogrom”) → revealing the tensions for Jews who were able to have religious institutions, create vibrant Yiddish press, theatre, etc., yet still grapple with antisemitism and questioning their belonging, often through violent means

  5. Argentina during WWII/first postwar years [Diana leads; then Natasha]

  6. Her experience and her families in immigrating to Argentina (and many others); Diana can speak to silence as well as the laws that put quotas on Jews immigrating to Argentina, forcing them to enter Argentina with falsified/forged documents

  7. Natasha can speak to how this manifested in the experience of her other interview subjects as well

    Diana: Argentina During and Shortly After WWII

For those who survived and found themselves still alive, the end of the war wasn’t a time for celebration or joy.

Europe was covered with the blood of their missing families, and they also faced the menace of a Cold War. They knew that they had to find another place to live. 

Yet, the sad result of the 1938 Wannsee conference—that no country would accept Jewish German or Austrian refugees—repeated itself at the end of the war. Survivors did not know where they could go. 

My parents, who had survived the war in Poland, and who had lost their first child, carried an infant around -me- as they, with many others, looked for a place that would welcome us.  The embassies and consulates had long lines with virtually no good news, and it didn’t take them long to realize that their Jewishness was the problem. 

So, they decided to say they were Catholics instead, as they were already well-versed in doing whatever it took to survive. That was how, with the help of a bribe, we obtained a visa to Paraguay. 

Paraguay? What an exotic word! Where was it? How would we get there? It turned out that we would need to cross the Atlantic Ocean to the port of Buenos Aires in Argentina, and, from there, to continue overland. 

Buenos Aires was promising because we knew that a large Jewish community had already been living there in peace since before the war; and so that became our destination. 

We arrived on a ship on the 4th of July, 1947 holding false documents that stated we were Catholics, but it wouldn’t be until 2005 that I would eventually discover why those falsifications had been necessary. 

Uki Goñi, a researcher studying the immigration of Nazis to Argentina and author of the book The Real Odessa, published an open letter demanding that what was called Directive 11 should be recognized and abolished. Thanks to his work, the Argentine government finally recognized, after decades of denial, that the secret Directive 11, enacted in July of 1938, prohibited ambassadors and consuls from providing visas to “undesirables''—i.e. Jews and Spanish Republicans. 

And Argentina was far from the only country that did this. Almost all Latin American countries had done it and the United States had extremely limited Jewish immigration then. 

When Directive 11 was finally recognized and abolished, 67 years after its enactment, I asked the Argentine government to rectify my immigration records to state Jewish rather than Catholic. I succeeded, pioneering the case for many other Jews in Argentina  who had to lie about their identity in order to be admitted in the years after the war. 

  1. Dictatorship years [Natasha leads; then Diana]

  2. speak of the experience of Jews during the 1976-1983 dictatorship and the antisemitism during those years

  3. Also the role of Jews in the human rights movement [including Rabbi Marshall Meyer]

  4. but then, some of the silences and tensions in the community [Diana can speak from the first person about this]

Diana: The Dictatorship

I remember my mother’s pride when we went to the first march for the Jewish Movement for Human Rights. Expressing our opposition to the dictatorship openly, on the street, as Jews, was more than we could have ever imagined. 

With tears in our eyes and mouths agape, my mother held my arm while looking upon the crowds willing to fight for human rights.  

Until that moment, we had lived in a sort of bubble, avoiding any kind of activity that could provoke an antisemitic attack [or put our lives in danger].  

One example was that in Spanish, we would call ourselves - “israelitas” (Israelites) instead of “judíos” (Jews), as if the term “Jewish” was offensive. In fact, it was during that march that I saw the word JEWISH, written on a big sign, publicly for the first time. 

However, we still didn’t have a good picture of what was going on. Not everyone was aware of the torture, inprisonments, and the “desaparecidos”, the murdered people whose bodies were never recovered.  

The silence that existed continued and became painful to realize as people began to learn what was truly going on. 

I remember being afraid of the military and the police, but for some unknown reason I did not make a direct connection between the authoritarianism of the military dictatorship and Nazism, despite what my parents had lived through in Poland. I know of other families who sent their children abroad because they did see parallels to the Shoah. 

As a result of having entered the country under false pretenses, and with the memory of Polish antisemitism still fresh in our minds, for much of my early years, we kept our Jewish identity private, almost as if it didn't exist. 

We were not religious and did not belong to any Jewish organizations. Our heritage manifested only in songs and a few traditions.    

But everything would change with the AMIA bombing. 

  1. 1994 AMIA Bombing [Diana leads, then, Natasha]

  2. Diana can speak of her experience of the attack, and how it resonated for in relation to her mother as a survivor; what it galvanized for her in terms of her own engagement with Holocaust memory with March of the Living, going back to Poland, and starting her work with the group Niños de la Shoá (Child Survivors of the Shoah) and later Generatiosn of the Shoah and the Holocaust Museum of Buenos Aires

  3. Natasha can provide additional context from her perspective as an ethnographer on the power of testimony and survivors/family members of victims’ voices in the efforts for justice and human rights, also reflecting on working with social movements like Memoria Activa and Diana’s groups and how this fits into context of other human rights/social justice movements; and her concept of “acts of repair” (from her book)

Diana. 1994 AMIA Bombing

On July 18th, 1994, that unforgettable day, my mother called me. She was crying as she asked my forgiveness for having brought me to Argentina. “I didn’t know”, she sobbed, “I thought that we would be safe here”. 

As her crying intensified, I asked “What happened, Mom?”. Her response changed my life, “The AMIA was bombed. They want to kill us again.” 

AMIA, the Argentine Jewish Mutual Aid Society, was the most important Jewish cultural center in Argentina. I had been there numerous times for conferences, concerts, and other activities.  It was an iconic place and a refuge in many ways.

But bombed? In downtown Buenos Aires? Why was she saying they want to kill us again? “Us”? Me? And why “again”?

The AMIA bombing made me a Jew once more. I was born Jewish, and did not make an active choice to be Jewish. But this time around it was a conscious and voluntary decision. I couldn’t run away from the fact that my mother’s “us” included me.  

And the “again” was the Shoah. That “again” taught me that I was a child of Holocaust survivors and that that was also a part of my identity. 

Those words,“us” and “again”, were turning points in my life.  And so, at fifty years old, I decided to forge a new path.  

I began searching for other children of Holocaust survivors, and found them. 
I went to the March of the Living in Poland, and there reencountered Polish—my first tongue—along with familiar traditions and foods.  

If the Holocaust had never happened, this would have been my home. I would have been just another Polish woman like all the others I saw walking on the street and would have never traveled to Buenos Aires. 

It was an overwhelming feeling.  

Traveling to Holocaust sites afforded me a strong connection to what I was beginning to learn about. 

I went to the Fundación Memoria del Holocausto, the Holocaust Museum of Buenos Aires, and joined the team collecting testimonies for Spielberg’s USC Shoah Foundation – The Institute for Visual History and Education (formerly known as Survivors of the Shoah Visual History Foundation). 

These witnesses were the “Shoah’s children”, and yet only a few years older than me. 

My parents had lost their first son, Zenus, the brother I never met. He was given to a Christian family to look after him while my parents were in hiding, and they were never able to get him back. We don’t know if he survived or not. 

However, I could see my lost brother in each one of those “children” who had given testimony.

  • Landscapes and Horizons [Diana and Natasha]

  • Diana can speak about the current landscape of Holocaust education and awareness from the museum’s perspective; their new work with Holocaust memory with the program “Proyecto Aprendiz” (Apprentice Project)

  • Natasha can speak about the landscape of justice - including new trials for dictatorship-era crimes along with ongoing impunity in AMIA case; also additional dilemmas related to reframing of dictatorship as a genocide and the nuances of the legacies of the concept of “Nunca Más” (never again) in relation to the dictatorship and Holocaust

Diana. Landscapes and Horizons

During the first years after the war, the way in which the Holocaust was typically discussed was not as I heard it at home. The “heroes of the Warsaw ghetto” would be glorified. The horrors would be highlighted over and over again. The assumption was that the survivors had been left with hopeless trauma.

None of this matched, however, with what I had experienced in my childhood nor with the many survivors I knew.  

So I sought out books from authors who offered new perspectives and began to reconstruct a different narrative of the survivors’ experience; a narrative that matched my own, which I then tried to spread as far and as wide as I could.

A few years later, together with several survivors and their children, we founded Generations of the Shoah in Argentina and started a handful of educational projects.

In one of those projects, Cuadernos de la Shoá, the Shoah Notebooks, we discuss in a number of volumes such marginalized topics as: the rescuers, women’s experiences, children’s experiences, their endeavor to find a safe haven, their forced removal to ghettos and concentration camps, progressions of antisemitic attacks, different ways in which they survived, other genocides of the 20th century, and other engineered programs of dehumanization.

We also created the Apprentice Project in a desperate attempt to keep the oral history of survivors alive; wanting to ensure that once they were no longer able to speak, there would be someone else who could continue to speak on their behalf. 

And finally, in 2018, we joined the Holocaust Museum of Buenos Aires, which created wonderful interactive exhibits and from where we continue to work on our projects and aiming to create new ones.

Tan insignificante como adelantarse en una cola

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Balka vivió hasta los 92 años. Se casó, tuvo varios hijos y nietos. Vio crecer a sus nietos y un día se murió. En su cama. Rodeada de su familia.

Pero no toda su vida había sido buena. Cumplió 18 en Auschwitz. Sobrevivió, obviamente, pero algo pasó allí que la siguió acosando la vida entera.

Rapada y tatuada, fue considerada apta para el trabajo y por ello tuvo el privilegio de seguir viviendo, al menos mientras pudiera ser útil. Su barraca estaba en Birkenau, en uno de esos enormes galpones sin ventanas cubiertos por camastros de tres pisos en donde se apilaban las prisioneras, de a dos o tres por cama. Tuvo suerte, solo tenía una compañera, Ema. También tuvo suerte porque la amistad que creció entre ellas fue inmediata. Se contaban, se consolaban, se escuchaban, se animaban, se hacían bien. Eran una burbuja de paz en medio del horror circundante. Juntas en las largas horas del recuento cotidiano, de pie, bajo el sol o la nieve, bajo la lluvia o el frío. Juntas iban todos los días a la cantera para levantar esas piedras pesadas. Juntas sostenían el cuenco en el que recibían ese líquido inmundo que los guardias llamaban sopa. Juntas soñaban y dibujaban lo que harían una vez libres, una vez afuera, una vez recuperada su condición humana.

Cada tanto venía un camión que cargaba a decenas de mujeres para ser llevadas a otro sitio. Nadie sabía a dónde. Se rumoreaba que para trabajar en una fábrica de aviones o municiones. Otros decían que eran llevadas para experimentos médicos o para satisfacer las necesidades de los soldados. 

Balka y Ema fueron esquivando esos viajes a lo desconocido ubicándose al final de la fila para no ser vistas. Pero las condiciones se fueron haciendo tan extremas, los maltratos y el hambre tan acuciantes que cuando apareció el camión otra vez decidieron ponerse más adelante para ser elegidas. Nada podía ser peor que lo que estaban viviendo. Valía la pena probar. Las mujeres fueron subiendo pero cuando le tocó el turno a Ema el camión ya estaba lleno, titubeó, se quedó quieta y Balka se adelantó, subió decidida para ver, con espanto, que detrás de ella se cerraba la puerta del camión sin que Ema hubiese alcanzado a subir. Fue tarde su grito desesperado “¡Ema! ¡Ema! ¡Déjenla subir! ¡Ema!”, el camión ya estaba en marcha.

Balka sobrevivió. Ema no. “¿Por qué me adelanté en la cola?” era la pregunta torturante que la acosó la vida entera. En medio de cada momento feliz, en su casamiento, en el nacimiento de cada hijo, en los logros de cada uno de sus nietos, a la hora de brindar se le ensombrecía la memoria y volvía, como una letanía irrefrenable la eterna pregunta “¿Por qué me adelanté en la cola?”. En esos momentos sentía que no merecía vivir esas alegrías, le tocaban a Ema, ella estaba adelante. 

Claro que no podía haber sabido que sería la última en ser cargada en el camión, pero, lúcida y con una decencia feroz, Balka horadaba su conciencia preguntándose “y si lo hubiera sabido, ¿también me habría colado?”. Un enjambre de moscas culpabilizadoras le ensombrecía el festejo y le impedía disfrutar. “Vivo de prestado, Ema estaba antes que yo, ¿Por qué me adelanté? ¿por apurada, por impaciente o por egoísta?”

Balka murió en su cama después de haber vivido una vida digna pero se fue con esas preguntas sin responder, preguntas que la pintan humana a rabiar, honesta, valiente y, por sobre todo, consciente de que uno es responsable de todo lo que hace. Aunque sea algo que parezca tan insignificante como pasarse en una cola.

Publicado en Clarin 8 de marzo 2021

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Publicado en El Diario de Leuco

Relato como cierre del discurso en Iom Hashoá para DAIA filial Córdoba.

Comprar ilusiones y vestirlas de verdades.

Ilustración Fidel Sclavo

Ilustración Fidel Sclavo

Abel, de 4 años, se despertó varias noches, aterrorizado, con los ojos desorbitados y a los gritos: ¡mosquitos! ¡mosquitos! Luego de unos mimos y abracitos, ya calmado y recuperada su respiración, abría sus ojitos húmedos y solito decía “ fue un sueño… pero estaban acá”. “No pueden entrar, tenemos mosquiteros en todas las ventanas” le decían “¿Y si se rompen? ¿Y si un mosquito chiquitito chiquitito pasa igual?” y siguió “Los murciélagos comen mosquitos ¿Hay murciélagos acá?” 

Luego de varias noches interrumpidas por las visitas oníricas de los sanguinarios insectos sus padres decidieron hablarle a su miedo, no a él, sino a su miedo. Su miedo tenía sus propias razones, eran su realidad inapelable.

Recortaron veinte murciélagos en cartulina negra y los pegaron en las paredes, puertas y ventanas de su cuarto. Abel entró en el juego y pidió que también los pusieran en el resto de la casa para que todos estuvieran protegidos. 

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Escribieron una carta a los mosquitos, dictada por él, como las que se le escriben a Papá Noel y a los Reyes. Decía: ¡Mosquitos, no vengan a mi pieza! Ojo que hay mosquiteros y murciélagos. Chau. Abel.

Al anochecer llegó la respuesta: ¡Abel! Leímos tu carta. Le tenemos miedo a los murciélagos. Los murciélagos comen mosquitos. Si hay mosquiteros en las ventanas y murciélagos en tu pieza, nunca más podremos entrar ahí. Chau. Los mosquitos. 

Abel, siguió con su madre la lectura, palabra por palabra, letra por letra, los ojos así de grandes, la respiración contenida, suspendido, transportado, ilusionado. Volvió en sí y dijo, inquisidor, “¿los mosquitos saben escribir?”, le respondieron que tal vez se la habían dictado a alguien como había hecho él.

En su arduo procesamiento interno entre la sinrazón y el deseo de creer, insistió: “¿los murciélagos saben leer?”. Abel seguía dudando, ¿creer o no creer? … La necesidad pudo más: creyó. Esa noche durmió de corrido, sin pesadillas ni enemigos a la vista y al despertar dijo: “Soñé con murciélagos”. 

¿Y nosotros? ¿A qué mosquitos propios queremos espantar con murciélagos de cartulina? ¿A quién que no sabe leer le enviamos cartas? Criaturas sedientas de creer, nos inventamos que haciendo tal o cual cosa, invocando a tal o cual deidad o fantasía, finalmente se hará justicia y lo tan anhelado llegará aunque tengamos ante los ojos la evidencia de que es imposible. Nos colgamos un fascinum para evitar el mal de ojo. Construimos castillos imaginarios en el amor que se desploman en cuanto requerimos conductas concretas. El deseo discute con la realidad, la descarta por irrelevante y odiosa si contradice lo que queremos. Lo sorprendente y maravilloso del ser humano es que a veces, como con Abel y los murciélagos que comen mosquitos, o sea, cuando la realidad es nuestra imaginación, funciona. Es muy tentador comprar ilusión y vestirla de verdad. Las ganas de creer distorsionan, ilusionan. Las ganas de creer nos ganan. Se alimentan de nuestra fe pero cuando no funcionan solo nos quedamos con las ganas.

Publicado en Clarin



Yoma antisemita, carta de lectores

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Epítetos

La escueta respuesta de Jorge Yoma al texto de la DAIA posterior a la muerte de Menem incluye los siguientes epítetos acerca de los judíos: “sátrapas, comerciantes, racistas, empachados de indemnizaciones” que critican a un expresidente del “país que los cobija”. Faltó decir deicidas, envenenadores de pozos de agua y asesinos de niños cristianos y ¡bingo! el clásico ideario antisemita completo. ¡Ay, Yoma, Yoma! ¿Qué lo habrá guiado? ¿El odio? ¿Qué es lo que confundió su mente? ¿Será también terraplanista y antivacunas? No se le puede contestar en serio, aunque sea diputado de mi Congreso y de mi país. No se lo puede tomar en serio. En serio, no se puede.

Diana Wang DNI 10.134.355

Publicada en LN.

Publicada en Clarin 22 de febrero 2021

Publicada en Clarin 22 de febrero 2021