fantasías

Comprar ilusiones y vestirlas de verdades.

Ilustración Fidel Sclavo

Ilustración Fidel Sclavo

Abel, de 4 años, se despertó varias noches, aterrorizado, con los ojos desorbitados y a los gritos: ¡mosquitos! ¡mosquitos! Luego de unos mimos y abracitos, ya calmado y recuperada su respiración, abría sus ojitos húmedos y solito decía “ fue un sueño… pero estaban acá”. “No pueden entrar, tenemos mosquiteros en todas las ventanas” le decían “¿Y si se rompen? ¿Y si un mosquito chiquitito chiquitito pasa igual?” y siguió “Los murciélagos comen mosquitos ¿Hay murciélagos acá?” 

Luego de varias noches interrumpidas por las visitas oníricas de los sanguinarios insectos sus padres decidieron hablarle a su miedo, no a él, sino a su miedo. Su miedo tenía sus propias razones, eran su realidad inapelable.

Recortaron veinte murciélagos en cartulina negra y los pegaron en las paredes, puertas y ventanas de su cuarto. Abel entró en el juego y pidió que también los pusieran en el resto de la casa para que todos estuvieran protegidos. 

Captura de Pantalla 2021-02-23 a la(s) 17.04.00.png

Escribieron una carta a los mosquitos, dictada por él, como las que se le escriben a Papá Noel y a los Reyes. Decía: ¡Mosquitos, no vengan a mi pieza! Ojo que hay mosquiteros y murciélagos. Chau. Abel.

Al anochecer llegó la respuesta: ¡Abel! Leímos tu carta. Le tenemos miedo a los murciélagos. Los murciélagos comen mosquitos. Si hay mosquiteros en las ventanas y murciélagos en tu pieza, nunca más podremos entrar ahí. Chau. Los mosquitos. 

Abel, siguió con su madre la lectura, palabra por palabra, letra por letra, los ojos así de grandes, la respiración contenida, suspendido, transportado, ilusionado. Volvió en sí y dijo, inquisidor, “¿los mosquitos saben escribir?”, le respondieron que tal vez se la habían dictado a alguien como había hecho él.

En su arduo procesamiento interno entre la sinrazón y el deseo de creer, insistió: “¿los murciélagos saben leer?”. Abel seguía dudando, ¿creer o no creer? … La necesidad pudo más: creyó. Esa noche durmió de corrido, sin pesadillas ni enemigos a la vista y al despertar dijo: “Soñé con murciélagos”. 

¿Y nosotros? ¿A qué mosquitos propios queremos espantar con murciélagos de cartulina? ¿A quién que no sabe leer le enviamos cartas? Criaturas sedientas de creer, nos inventamos que haciendo tal o cual cosa, invocando a tal o cual deidad o fantasía, finalmente se hará justicia y lo tan anhelado llegará aunque tengamos ante los ojos la evidencia de que es imposible. Nos colgamos un fascinum para evitar el mal de ojo. Construimos castillos imaginarios en el amor que se desploman en cuanto requerimos conductas concretas. El deseo discute con la realidad, la descarta por irrelevante y odiosa si contradice lo que queremos. Lo sorprendente y maravilloso del ser humano es que a veces, como con Abel y los murciélagos que comen mosquitos, o sea, cuando la realidad es nuestra imaginación, funciona. Es muy tentador comprar ilusión y vestirla de verdad. Las ganas de creer distorsionan, ilusionan. Las ganas de creer nos ganan. Se alimentan de nuestra fe pero cuando no funcionan solo nos quedamos con las ganas.

Publicado en Clarin