¿Por qué no me lo pediste?

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Betty se desperezó en cuanto sonó el despertador. El sonido de la lluvia la amodorraba pero debía levantarse para estar a las 9 en la clínica y reemplazar a su hermana. Domingo triste luego de tantos días de turnarse para acompañar la internación de su mamá que, todos sabían, se estaba muriendo sin remedio.

Se duchó con desgano, se vistió y bajó a desayunar. La cocina estaba caldeada, el aroma del café recién hecho era embriagador, Raúl con una taza humeante en la mano, los anteojos de leer haciendo equilibrio en la punta de la nariz: estaba total y absolutamente sumergido en la lectura del diario. El domingo era el único día en que podía tomarse todo el tiempo para hacerlo.

Betty se servía una taza, buscaba su cartera, revisaba si tenía todo, acercaba el abrigo, la bufanda y el paraguas y mientras se preparaba se preguntaba: ¿me acompañará a ver a mamá?

No dijo nada. Esperó. Parecía que Raúl no tenía ninguna intención de ir con ella a pasar el día entero en la clínica al lado de su mamá inconsciente. Sin poder controlarlo, se empezó a enojar, tanto que no pudo ni siquiera sentarse. Iba y venía por la cocina acomodando cosas que no precisaban ser acomodadas como para darle tiempo a Raúl a que reaccionara y le preguntara: "¿A qué hora salimos?".

Pero no. Seguía inmerso en el diario, como flotando sobre un lago manso, saboreando su café de la mañana en una actitud tan relajada que decía a las claras que no pensaba moverse de ahí.

Betty sintió que le subía la rabia como una burbuja estranguladora. ¿Me dejará todo el día sola? ¿No le importa que esté pasando un momento tan duro en ese lugar horrible? ¿En qué mundo vive? ¿No se acuerda de que con su mamá estuve todo el tiempo a su lado? Y la burbuja fue creciendo y creciendo y haciéndose más y más pegajosa, asfixiante y envenenada.

 

En un arrebato tomó las llaves del coche y las agitó para que Raúl oyera. Pero nada. Él ni se mosqueó. Seguía tras sus anteojitos equilibristas nadando en el diario, con su café ya terminado y sin siquiera levantar la mirada. Ni pestañear. Ni nada.

Furiosa, Betty tomó la cartera, el abrigo, el echarpe y el paraguas y salió mordiendo un "chau" con un portazo estruendoso. Abrió el coche, se acomodó, puso las llaves en el contacto pero un gemido animal y un acceso de llanto le impidió ponerlo en marcha.

Reclinada sobre el volante, lloró y gritó hasta quedar agotada. Se bajó del coche, volvió sobre sus pasos, abrió la puerta de la cocina con violencia y desesperación y gritó: "¡¿Es que me vas a dejar ir sola?!". Y Raúl levantó la mirada, sorprendido ante el llanto y la angustia, apoyó el diario sobre la mesa, se quitó los anteojos y le preguntó: "¿Querías que te acompañe?". "¡Sí, claro, claro que quería!"

Suavemente, con ternura, Raúl tomó su abrigo, juntó los diarios y se los puso bajo el brazo, se acercó a Betty, la abrazó y le dijo al oído: "Creí que preferías ir sola. ¿Por qué no me lo pediste?".

Publicado en La Nación

Lecciones de la Shoá para el mundo de hoy - Bragado

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Nací en Polonia apenas después que terminara la guerra. Llegamos a la Argentina dos años después, en 1947 y todavía se llamaba “la guerra”. Después se empezó a usar “Holocausto” en relación al exterminio de los judíos y más tarde “Shoá”. No teníamos más familia que los otros sobrevivientes que habían llegado a Buenos Aires. Eran para mí mis tíos y después sus hijos fueron mis primos. Aunque no éramos parientes, nos emparentaba la experiencia común y el aprendizaje de la nueva vida, el nuevo idioma, los nuevos códigos. Las conversaciones entre ellos en aquellos primeros años giraban alrededor de sus historias de supervivencia, cómo había sido, dónde, cuánto tiempo y cada tanto alguien decía “¿saben quién se salvó también?” y era rodeado por todos sedientos de saberlo, a ver si se trataba de algún familiar o algún amigo de los tantos que habían perdido. Las historias que escuchaba eran mis cuentos de hadas. Algunas horrorosas, como son muchos de los cuentos, otras maravillosas y esperanzadoras. De entre las muchas que oí algunas me son inolvidables. Por ejemplo la de Hanka y yo le pedía que me la contara una y otra vez, y que fuera siempre con las mismas palabras que yo esperaba expectante. “Yo tenía 5 años, me decía, y un día mi mamá me hizo entrar con ella en un ropero y acurrucarnos detrás de la ropa. Se oían ruidos y portazos. Pregunté ¿qué pasa? y mamá dijo ¡sh! ¿por qué no puedo hablar? porque si nos descubren nos matan, ¿por qué me quieren matar si me porté bien?”.

¿Por qué me quieren matar si me porté bien? ¿Se dan cuenta de la enormidad de esa pregunta? Es un misil contra todo nuestro cuerpo educativo porque si portarse bien no es garantía ¿cuál es?. Y cuando se desata un genocidio, no quedan garantías. Para nadie. Eso lo sabemos muy bien las víctimas y los sobrevivientes de la Shoá. Y es de eso que quiero hablarles hoy.

Tal vez alguien podría preguntarse ¿qué tiene que ver con nosotros? La Shoá, el Holocausto, es algo que les pasó a los judíos, hace mucho y en países que cuesta ubicar en el mapa.

¿Para qué sirve conocer el pasado si no es para aprender de sus lecciones? “Los que no recuerdan al pasado están condenados a repetirlo” dijo el filósofo George Santayana. Oímos y repetimos esta frase, a veces tergiversada como los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo, y nos quedamos con la tranquilizadora idea de que no olvidar es bastante. Y no lo es.

Pocos hechos de la historia son tan recordados, investigados, difundidos y memorializados como el Holocausto y sin embargo, este recuerdo constante no impidió que los genocidios se siguieran desatando sobre nuestra humanidad estuporosa.

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Es que recordar no alcanza. Hay que aprender. La Shoá, instalada como un hecho clave del siglo XX, como el paradigma del MAL, cuestiona y fuerza a revisar las bases y los valores que nos sostienen como sociedad. De ahí que la Shoá tiene mucho para enseñar.

La Shoá nos enseña la importancia de advertir los primeros brotes del MAL para arrancarlos cuando empiezan a asomar. Como el baobab que debía arrancar El Principito todas las mañanas para asegurarse de que no invadiera la tierra, debemos estar alertas ante esa tierna hierbita que se ve inofensiva pero que si la dejamos crecer se volverá asesina. El siglo XX será recordado como el de los genocidios. Y ya en el siglo XXI siguen habiendo poblaciones y grupos humanos sujetos a similares tropelías, amenazas y hechos criminales. Los que estamos atravesados por la Shoá de manera personal tenemos mucho para decir. Nosotros sabemos. Lo hemos vivido. Nos debemos al mundo.

 

La Shoá nos enseña que cuando se desata un hecho genocida, tiene su propia dinámica y es muy difícil, casi imposible, frenarlo y detenerlo. Lo vimos en decenas de lugares, en los Balcanes, en Ruanda, en Camboya, lo estamos viendo en Siria. Con el alcance y la inmediatez de los medios, vemos en la televisión, leemos en los diarios lo que está pasando y seguimos con nuestras vidas porque ¿qué podríamos hacer? ¿qué influencia tiene cualquiera de nosotros en las decisiones geopolíticas y en las decisiones de gobiernos dictatoriales o fuerzas para militares?

La Shoá nos enseña que debemos sacudirnos la indiferencia. Los sobrevivientes han vivido con estupor y dolor la no intervención del mundo. Cuando nos preguntamos qué pensaba la gente que leía las noticias en la comodidad de sus casas, si nos atrevemos, deberemos aceptar, con pena y angustia, que probablemente hacían lo mismo que nosotros, que decimos ¡qué horror ese chiquito muerto en la costa del Mediterráneo! ¡qué terrible! nos servimos más café y cambiamos de canal.

La Shoá nos enseña que es esencial estimular el juicio crítico en los jóvenes para que estén adecuadamente defendidos de los lavados de cerebro instilados por los medios y los formadores de opinión. Y no solo sobre cuestiones de discriminación étnica o religiosa, también de discriminación de género, corporal, y tantas otras. En la actualidad se cierne sobre nosotros una nueva amenaza, la pos verdad, ese enunciado basado en la opinión del hablante y no en los hechos, que legitima mentiras transvestidas con ropajes atractivos. Se enuncia con ligereza y prende en más de uno que lo toma por cierto como acabamos de ver en un reciente y lamentable programa de la televisión abierta.

La Shoá nos enseña el enorme poder de la propaganda que ha conseguido reformatear las cabezas de tantos alemanes durante el nazismo, de tantos europeos durante siglos respecto a los judíos que les ha llevado a tomar por ciertas las patrañas más increíbles y malévolas. Los mismos principios de esta misma propaganda construyen consenso y opinión para vender tanto candidatos políticos como mercancías. Una consecuencia de esto que nos enseña la Shoá sería instituir en las escuelas como materia la “Deconstrucción de la propaganda” que enseñe y estimule a analizar lo difundido por los medios para tener claro a quién le hablan, qué nos quieren hacer creer, qué quieren conseguir de nosotros. A modo de vacunación preventiva, sería una forma de generar los anticuerpos ante el constante bombardeo de las pos verdades tendenciosas y así entrenar y desarrollar en  los jóvenes un pensamiento crítico liberador.

La Shoá nos enseña acerca de los múltiples recursos disponibles para sobrevivir que tenemos los humanos. Los judíos hemos sido un pueblo pacífico durante veinte siglos de convivencia en Europa, un pueblo que siempre alentó el estudio, la lectura, la higiene corporal y alimentaria, cuyo objetivo central es la protección del desamparado y el necesitado y, sin entrenamiento alguno en la resistencia, recurrimos a cuanto medio tuvimos a mano para sobrevivir y salvar a nuestras familias. Cuando todo parece imposible, los humanos de pronto descubrimos recursos y fortalezas que nos permiten sobreponernos y luchar.

Durante la Segunda Guerra Mundial, aunque solo los judíos estábamos destinados al exterminio total, también fueron víctimas los gitanos, los discapacitados físicos y mentales, los opositores políticos, los masones, los testigos de jehová y los pueblos ocupados.

Pero la Shoá nos enseña, y ésta es su suprema lección que quiero dejar hoy, es que hay una víctima que aún permanece en las sombras y que es preciso sacar a la luz.

Se trata de la esperanza. La esperanza puesta en el progreso, el humanismo, la ciencia y la educación.

  • Esa esperanza suponía que después de la Primera Guerra el mundo habría aprendido que la guerra no era el camino

  • que las personas comunes respetarían la moral más elemental

  • que los ingenieros, médicos, académicos y burócratas se opondrían con firmeza a planificar, construir y hacer funcionar una maquinaria asesina

  • que la gente común, los testigos indiferentes, los que vieron y no pudieron o no quisieron hacer nada, no sucumbirían presos del terror o la indiferencia, haciéndose cómplices por omisión

  • que el efecto de la propaganda no sería tan poderoso como para lavar los cerebros de un modo tan trascendental e inhumano

  • que los gobiernos de tantos países no harían la vista gorda ni permitirían la ejecución de ningún plan exterminador.

Todas esas esperanzas se hicieron trizas durante el Holocausto, hirieron de muerte a la fe en el progreso y al poder de la educación, nos dejaron desnudos, desvalidos e impotentes frente al derrame de tanta iniquidad y el despliegue impúdico del MAL con mayúsculas.

Porque la gran víctima del Holocausto es la Humanidad toda que debe digerir que la vara de lo imposible descendió hasta el infierno, que el asesinato industrial, arbitrario, racional, burocrático y planificado, integra hoy las expectativas de lo posible.

Es tanto lo que fracturó el nazismo respecto de los valores básicos de una convivencia civilizada que aún nos resistimos a ver su alcance y profundidad. El Estado nazi era el eje rector, los individuos meras piezas que podían ser desechadas con ligereza, total sometimiento al poder gubernamental sin posibilidad alguna de oposición ni reflexión, antidemocrático, totalitario y tiránico. El Plan Maestro del nazismo no terminaba con el exterminio del pueblo judío y los otros grupos humanos mencionados. Era solo el comienzo. Continuaría con los colores que no correspondían al estereotipo de “raza” superior pergeñado por el nazismo: los afrodescendientes negros, los orientales amarillos, los nativos e indígenas americanos rojos, australianos y asiáticos, los marrones de India. Tarde o temprano, todos estaban destinados a la esclavitud, al sometimiento y al exterminio. Pero, aunque el Plan Maestro Planetario se frustró por la derrota en la guerra, la idea de que era posible quedó instalada en la Humanidad.

Por eso a las víctimas de la Shoá se suman hoy tantos otros, los asesinados en Guatemala, Ruanda, en los Balcanes, Darfour, Siria, en Nicaragua, la Argentina, Armenia, en Timor Oriental, Chile, el Holodomor de Ucrania, Camboya, los Roma y los Sinti, los Herero y Namaquas, en México, en Congo, los Rohingyas en Birmania, los cristianos en Siria y la lista sigue porque el infierno habilitado por el nazismo abrió las puertas del MAL.

Definimos a este MAL como el de los genocidios, diferente del mal con minúsculas, el de la vida cotidiana, el que hacemos los mamíferos cuando atacamos o nos defendemos. El MAL con mayúsculas es solo humano y es una consecuencia de los estados totalitarios y de las situaciones genocidas.

El mundo entero es víctima del Holocausto porque fue entonces que se estableció que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro, que los límites impuestos por la educación y la convivencia son frágiles, que las sociedades humanas son sumamente vulnerables. En manos de líderes carismáticos, la codicia, el ansia de poder y la convicción de la propia supremacía, son estímulos letales. No importa la razón. Sea geopolítica, sea económica, sea religiosa o, como en el caso del Holocausto, una mentira como el falso concepto de “raza”, TODOS somos potenciales víctimas, ninguno de nosotros sabe si en algún momento de su vida no quedará del lado equivocado y entonces, parafraseando al pastor Niemoeller cuando vengan por uno, ya no quede a quien recurrir. Porque como bien dice Jorge Drexler “todo es cuestión de lugar y momento, yo podría haber sido el pianista del gueto de Varsovia”.

Toda guerra, todo hecho genocida, toda lucha armada genera poblaciones migrantes, demografías cambiantes, sucesivas pérdidas y fracturas.  Desplazados ayer, desplazados hoy en esta tragedia de las migraciones forzosas. Y en todo hecho genocida hay por lo menos tres protagonistas: el perpetrador, la víctima y el testigo indiferente. La gran mayoría es el grupo de los testigos indiferentes, los que se paralizan, los que dejan hacer. Igual que en el bullying, los que se ríen, los que no se oponen son los que hacen posible la agresión y la afrenta. Y ésta es otra de las lecciones de la Shoá, los que pueden cambiar el curso de las cosas son los testigos, los que deben romper la burbuja protectora de la indiferencia.

 

Quiero terminar con un relato y una cita. El relato es para mostrar lo que puede enseñar la Shoá, por ejemplo para hablar de deshumanización, el paso previo que permitirá asesinar y hacerlo evidente de un modo que llegue, que nos toque, que nos conmueva.

Relato de Judith Horvat y la menstruación.  

Y en esta fiesta de la cultura, del libro y la lectura, con su enorme poder para la formación y construcción de ciudadanos responsables, cito un pedido del maestro Haim Ginott.

Querido profesor: Soy sobreviviente de un campo de concentración. Mis ojos vieron lo que ningún ser humano debería testimoniar: Cámaras de gas construidas por ingenieros ilustres, niños envenenados por médicos altamente especializados, recién nacidos asesinados por enfermeras diplomadas, mujeres y bebés quemados por personas instruidas en Escuelas, Liceos y Universidades.

Por todo eso, querido profesor, tengo serias dudas acerca de la educación, y le ruego: Ayude a sus estudiantes a volverse humanos.

Su esfuerzo, profesor, nunca debe producir monstruos eruditos y cultos, psicópatas y Eichmanns educados. Leer y escribir es importante solamente si está al servicio de hacer a nuestros jóvenes seres más humanos.

Disertación inaugural de la Feria del Libro de Bragado. Agosto 1, 2018

Los hijos del otro

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Si convivir en pareja ya es complicado, convivir en un segundo matrimonio donde hay hijos de matrimonios anteriores, lo es aún más.

En la pareja son dos, en la segunda pareja son varios porque se incluyen los hijos de uno y de otro, a veces conviviendo todo el tiempo, a veces entrando y saliendo. También vienen en el combo los ex, que no conviven en la nueva estructura pero, a modo de coro griego, son capaces tanto de corroer el mejor intento como de favorecer la vida de todos.

La inteligencia vincular requerida ahora se multiplica por cuatro y de ello depende la paz y la armonía. Estas nuevas estructuras familiares no tienen precedentes históricos ni estructuras culturales a las que recurrir, son nuevas y habrá que ir improvisando, inventando y construyendo a cada paso. Por eso es tan crucial que los participantes sean inteligentes y privilegien el bienestar de los hijos antes que sus reclamos, carencias, frustraciones y resentimientos.

Un segundo matrimonio con hijos del primero puede ser una especie de circo de tres pistas en el que van pasando varias cosas simultáneamente y abre la posibilidad a múltiples conflictos.

El apresuramiento no es una conducta favorable. El amor de la nueva pareja no basta para acomodar todo lo que requiere adaptación en la nueva estructura. Los hijos y los ex no participaron de la decisión y deben irla incorporando según cada uno pueda. Lo universal es que requiere tiempo, paciencia y comprensión hasta encontrar el modo y el espacio mejor para la convivencia de tantas personas.

Se establecen múltiples relaciones en una red que a veces es prolija y otra es un enredo complejo; relaciones con los hijos de uno que de pronto deben convivir con los hijos del otro, relaciones con los hijos del otro, ver el modo en que el otro se relaciona con sus hijos y con los nuestros, los distintos estilos, tiempos, hábitos. Para todos es algo nuevo y aparecerán rincones sombríos y situaciones que requieren resolución.

Escuchar y escucharse. No dar nada por hecho. Estar atentos a uno mismo y a cada uno de los participantes, ir negociando los lugares y espacios, tanto afectivos como físicos sin exigir ni forzar que se quieran como hermanos. Esto sucederá, si es que sucede, por sí solo con el paso del tiempo.

Recordemos que los hijos suelen creer que son los culpables del divorcio y que este sentimiento de culpa puede caer sobre la nueva pareja que representará ese fracaso y será en consecuencia la destinataria del resentimiento y el rencor. Es imprescindible informarles que no son los responsables y que no dejarán de ser queridos.

Los hijos del otro no son propios. La nueva pareja no será su mamá o papá. Aunque convivan, habrá tres campos: mamá y sus hijos, papá y sus hijos y todos juntos, y habrá que convenir reglas claras, transmitirlas a los hijos y asegurarse de que sean respetadas. Reglas acerca de espacios, tiempos y hábitos. ¿Cuando comemos lo hacemos todos juntos y hasta que no terminamos nadie se levanta? ¿Hay que tender la cama luego de despertarse? ¿Cómo es el uso del baño? ¿Cómo se distribuyen las camas? ¿Quién reta a quién? ¿Habrá horarios para el uso de los dispositivos digitales? Las mil y una cosa de todos los días. Los hijos sabrán que en la casa de antes sigue siendo de una manera y en la nueva es de otra, cada una con sus particulares reglas de funcionamiento.

¿Qué hacer con los hijos ingobernables, demandantes y maleducados que siembran minas explosivas a cada paso en el nuevo matrimonio? ¿Quién los instruirá en las nuevas reglas? Esto puede determinar malestar y peleas porque nunca debe hacerlo la nueva pareja.

Tampoco caer en la tentación de competir con los hijos del otro para asegurar su atención y cariño o pretender que nos quieran más que a su progenitor biológico.

¿Y cómo enfrentar a los ex cuando no respetan los convenios, cuando son vengativos y crueles? Si el divorcio ha sido complicado, si continúa con resentimientos pueden destruir los nidos mejor armados. Pueden usar a sus hijos como espías que llevan y traen informaciones, o temiendo perder y perderlos llenarlos de mentiras para que vean la maldad de la nueva pareja. Pueden no respetar lo convenido sobre los días, los horarios y modos de visitas y contacto, las vacaciones, los arreglos económicos, las responsabilidades (la escuela, los médicos, los trámites). Pueden abandonar a sus hijos cubiertos de odio por haber sido abandonados, dejar de hacerse cargo de los pagos necesarios incluso dejar de verlos como si el divorcio con su mujer incluyera el divorcio de sus hijos.

El amor en la pareja, el amor a los hijos, ambos igualmente fuertes, no lo puede todo. Habrá celos, envidias, enojos, inseguridades, temores, conductas irritantes hasta que las aguas se acomoden y las cosas se vayan asentando. La paciencia necesaria indica no apresurar los procesos ni forzarlos.

Estamos siendo protagonistas de un momento inédito en las relaciones familiares.Una transición entre lo que conocíamos y lo que estamos viviendo. Todo proceso requiere tiempo y, particularmente en éste, el desarrollo y entrenamiento de la inteligencia vincular que nos permita privilegiar el bienestar de todos en la nueva empresa en común. No todo es problema. Estas nuevas estructuras con hijos de uno y otro lado, pueden sumar riqueza y alegría a la nueva pareja que apuesta a intentarlo nuevamente.

https://goo.gl/z15HX1

Barenboim y la vergüenza

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Me gusta la música de Liszt. Me gusta la música de Wagner. Me gusta la música de Barenboim. No sus ideas.

Todos tenemos derecho a pensar como nos plazca. Pero hay personalidades tan relevantes que debieran tener el tino de pensar antes de hablar públicamente. El talento musical de Barenboim lo ubica en un lugar de gran responsabilidad. No puede decir cualquier cosa.

Nos avergonzamos de mojar la cama, de que nos vean desnudos, de que seamos descubiertos en alguna circunstancia íntima y privada. No nos avergonzamos de un gobierno. Nos oponemos a él, lo criticamos y/o hacemos algo para cambiarlo. En especial, y no es un aspecto menor, tratándose de Israel, este judío del mundo que, haga lo que haga, es culpable solo por el pecado de ser.

A pesar de su berrinchosa, irresponsable, efectista, sesgada y provocativa declaración de vergüenza, seguiré disfrutando de su música así como siempre hice con la de Liszt y Wagner.

Publicado en Cartas al País de Clarin: https://goo.gl/Lk5AXr 26/7/18

Publicado en Cartas de Lectores en La Nación https://goo.gl/yJZcUL 27/7/18

El Judaísmo No Es un Protagonista Importante en la Historia de la Humanidad

Uno de los valores más importantes y bellos del judaísmo es la modestia. Haríamos bien en tomar en serio este valor al considerar el impacto de la religión en la humanidad a través de las épocas.

Por Yuval Noah Harari - 31 de julio de 2016

Aunque muchos israelíes están convencidos de que la historia de la raza humana gira en torno al judaísmo y al pueblo judío, en verdad, el judaísmo ha desempeñado un papel relativamente menor en los anales de nuestra especie. A diferencia de religiones universales como el cristianismo, el Islam y el budismo, el judaísmo es un credo tribal. Se centra en el destino de una pequeña nación y una diminuta tierra, y tiene poco interés en el destino de todas las demás personas y todos los demás países. Por ejemplo, le importan poco los eventos en China o acerca de la gente de Nueva Guinea. No es de extrañar, por lo tanto, que su papel histórico fue limitado.

Cierto es que el judaísmo engendró el cristianismo e influyó en el nacimiento del Islam como una de las religiones más importantes de la historia. Sin embargo, el mérito de los logros globales del cristianismo y el Islam, así como la culpa por sus muchos crímenes, pertenece a los cristianos y musulmanes mismos, en lugar de a los judíos. Del mismo modo que sería injusto culpar al judaísmo de las matanzas masivas de las cruzadas (el cristianismo es 100 por ciento culpable), tampoco hay razón para atribuir al judaísmo la fundamental idea cristiana de que todos los seres humanos son iguales ante Dios (una idea que está en directa contradicción con la ortodoxia judía).

El papel del judaísmo en la historia de la humanidad es un poco como el papel de la madre de Newton en la historia de la ciencia. Es verdad que sin la madre de Newton no habríamos tenido a Newton, y que la personalidad, las ambiciones y las opiniones de Newton fueron probablemente moldeadas, en gran medida, por sus relaciones con su madre. Pero al escribir la historia de la ciencia, nadie espera un capítulo completo sobre la madre de Newton. De manera similar, sin el judaísmo, no habríamos tenido el cristianismo, pero eso no merece darle mucha importancia al judaísmo al escribir la historia del mundo. El tema crucial es lo que hizo el cristianismo con su legado judío. Esta idea puede conmocionar y molestar a muchos israelíes, quienes son educados para pensar que el judaísmo es el héroe central de la historia humana.

Los niños israelíes generalmente terminan sus 12 años escolares sin recibir una imagen clara de los procesos históricos globales. Aunque aprenden sobre el Imperio Romano, la Revolución Francesa y la Segunda Guerra Mundial, estos rompecabezas aislados no se suman a ninguna narración general. En cambio, la única historia coherente ofrecida por el sistema escolar israelí comienza con la Biblia hebrea, continua hasta la era del Segundo Templo, salta a varias comunidades judías en la Diáspora, y culmina con el surgimiento del sionismo, el Holocausto y el establecimiento del Estado de Israel. La mayoría de los estudiantes terminan la escuela, convencidos de que esta debe ser la trama principal de toda la historia humana. Incluso cuando los alumnos escuchan sobre el Imperio Romano o la Revolución Francesa, la discusión en clase se centra en la forma en que el Imperio Romano trató a los judíos o en el estado legal y político de los judíos en la República Francesa. A las personas alimentadas con una tal dieta histórica les cuesta mucho asimilar la idea de que el judaísmo, de hecho, tuvo un impacto relativamente pequeño en el mundo en general.

Iom Kippur por Isidor Kaufmann (antes de 1907). En esta foto de archivo del domingo 14 de marzo de 2010, un judío ultraortodoxo escribe algunas de las últimas palabras en un rollo de la Torá antes de que sea llevado del Muro Occidental a la sinagoga…

Iom Kippur por Isidor Kaufmann (antes de 1907). En esta foto de archivo del domingo 14 de marzo de 2010, un judío ultraortodoxo escribe algunas de las últimas palabras en un rollo de la Torá antes de que sea llevado del Muro Occidental a la sinagoga de Hurva en Dan Balilty de Jerusalén, AP.

No hace falta decir que el pueblo judío es un pueblo singular con una historia asombrosa (aunque esto es cierto para la mayoría de los pueblos). De manera similar, huelga decir que la tradición judía está llena de profundos conocimientos y nobles valores (aunque también está llena de algunas ideas cuestionables y de actitudes racistas, misóginas y homofóbicas). También es cierto que, en relación con su tamaño, el pueblo judío ha tenido un impacto desproporcionado en la historia de los últimos 2.000 años. Pero cuando nos fijamos en el panorama general de nuestra historia como especie, desde la aparición del Homo Sapiens hace más de 100.000 años, es obvio que la contribución judía a la historia fue muy limitada. Los humanos se asentaron en todo el planeta, adoptaron la agricultura, construyeron las primeras ciudades e inventaron la escritura y el dinero, miles de años antes de la aparición del judaísmo.

Incluso en los últimos dos milenios, si nos fijamos en la historia desde la perspectiva de los chinos o de los indios nativos americanos, es difícil ver una contribución judía importante, excepto a través de la mediación de cristianos o musulmanes. Por lo tanto, la Biblia hebrea finalmente se convirtió en una piedra angular de la cultura humana global porque fue muy bien acogida por el cristianismo. En contraste, el Talmud, cuya importancia para la cultura judía sobrepasa a la de la Biblia, fue rechazado por el cristianismo y, en consecuencia, siguió siendo un texto esotérico apenas conocido por los árabes, los polacos o los holandeses, sin mencionar a los chinos y los mayas. Aunque las comunidades judías que estudiaron el Talmud se extendieron por gran parte del mundo, no desempeñaron un papel clave en la construcción de los imperios chinos, en los primeros viajes modernos de descubrimiento, en el establecimiento del sistema democrático o en la Revolución Industrial. La moneda, la universidad, el parlamento, el banco, la brújula, la imprenta y la máquina de vapor fueron inventados por gentiles.

Ética antes de la Biblia

Los israelíes, a menudo, usan la expresión ‘las tres grandes religiones’, pensando que estas religiones son el cristianismo (2 mil millones de creyentes), el islam (1,5 mil millones) y el judaísmo (15 millones). El hinduismo, con sus mil millones de creyentes, y el budismo, con sus 500 millones de seguidores, sin mencionar la religión sintoísta (50 millones) y la religión sij (25 millones), no lograron estar incluidos. Este deformado concepto de las tres grandes religiones, a menudo implica, en la mente de los israelíes, que todas las principales tradiciones religiosas y éticas surgieron del útero del judaísmo, que fue la primera religión en predicar las reglas éticas universales. Como si los humanos, antes de los días de Abraham y Moisés, vivieran en un estado de naturaleza hobbesiano, sin ningún compromiso moral, y como si toda la moralidad contemporánea derivara de los Diez Mandamientos. Esta es una idea infundada y algo racista, que ignora muchas de las tradiciones éticas más importantes del mundo.

Las tribus cazadoras-recolectoras de la Edad de Piedra tenían códigos morales decenas de miles de años antes de Abraham. Cuando los primeros colonos europeos llegaron a Australia, a fines del siglo XVIII, se encontraron con tribus aborígenes que tenían una cosmovisión ética bien desarrollada, a pesar de ser totalmente ignorantes de Moisés, Jesús o Mahoma. De hecho, los científicos, hoy en día, señalan que la moralidad tiene raíces evolutivas, y que está presente en la mayoría de los mamíferos sociales, como los lobos, los delfines y los monos. Por ejemplo, cuando los cachorros de lobo juegan entre sí, tienen reglas de juego justas. Si un cachorro muerde demasiado fuerte, o continúa mordiendo a un oponente que se ha volteado sobre su espalda y se ha rendido, los otros cachorros dejarán de jugar con él.

En un divertido experimento, el primatólogo Frans de Waal colocó dos monos capuchinos en dos jaulas adyacentes, para que cada uno pudiera ver todo lo que el otro estaba haciendo. De Waal y sus colegas colocaron pequeñas piedras dentro de cada jaula, y entrenaron a los monos para que les dieran estas piedras. Cada vez que un mono entregaba una piedra, recibía comida a cambio. Al principio, la recompensa fue un pepino. Ambos monos estaban muy contentos con eso, y comían felizmente su pepino.

Australianos aborígenes. En el siglo XVIII tenían un mundo ético bien desarrollado, a pesar de ignorar a Moisés, Jesús y Mahoma. Mark Graham, AP

Australianos aborígenes. En el siglo XVIII tenían un mundo ético bien desarrollado, a pesar de ignorar a Moisés, Jesús y Mahoma. Mark Graham, AP

Después de algunas rondas, De Waal pasó a la siguiente etapa del experimento. Esta vez, cuando el primer mono entregó una piedra, obtuvo una uva. Las uvas son mucho más sabrosas que los pepinos. Sin embargo, cuando el segundo mono entregó una piedra, siguió recibiendo sólo un pepino. El segundo mono, que previamente había sido muy feliz con su pepino, se indignó. Tomó el pepino, lo miró por un momento con incredulidad, y luego se lo arrojó a los científicos con ira, saltando y chillando. No es tonto. La igualdad y la justicia social fueron valores centrales en la sociedad de los monos capuchinos cientos de miles de años antes de que el profeta Amos se quejara de las élites sociales: No oprimas a los pobres ni a los necesitados (Amos 4: 1), y antes de que el profeta Jeremías predicara no oprimir al extranjero, al huérfano o a la viuda (Jeremías 7:6).

Incluso entre los Homo Sapiens que vivían en el antiguo Medio Oriente, los profetas bíblicos tenían precedentes. ‘No asesinarás’ y ‘No robarás’ eran bien conocidos en los códigos legales y éticos de las ciudades estado de Sumeria, del Egipto faraónico y del Imperio babilónico. Mil años antes que Amos y Jeremías, el rey babilonio Hammurabi explicó que los grandes dioses le instruyeron para que prevalezca la justicia en la tierra, para erradicar a los perversos y a los malvados, para evitar que los fuertes opriman a los débiles.

Mientras tanto, en Egipto, siglos antes del nacimiento de Moisés, los escribas anotaron la historia del campesino elocuente, que cuenta acerca de un campesino pobre cuya propiedad fue robada por un codicioso terrateniente. El campesino se presentó ante los funcionarios corruptos del Faraón, y como no lo protegieron, comenzó a explicarles por qué deben hacer justicia y, en particular, defender a los pobres de los ricos. En una colorida alegoría, este campesino egipcio explicó que las escasas posesiones de los pobres son como su propio aliento, y la corrupción oficial los sofoca al obstruirles el pasaje del aire por sus narices.

Muchas leyes bíblicas copian reglas que eran aceptadas en Mesopotamia, Egipto y Canaán siglos, e incluso milenios, antes del establecimiento de los reinos de Judea e Israel. Si el judaísmo bíblico dio a estas leyes un giro único, fue al convertirlas de normas universales en códigos tribales dirigidas principalmente al pueblo judío.

La moralidad judía se formó inicialmente como un asunto tribal exclusivo, y permaneció así, de algún modo, hasta el siglo XXI. La Biblia, el Talmud y muchos rabinos, aunque no todos, sostuvieron que la vida de un judío es más valiosa que la vida de un gentil, razón por la cual, por ejemplo, los judíos pueden profanar el Shabat para salvar a un judío de la muerte, pero está prohibido hacerlo si se trata meramente de salvar a un gentil (Talmud de Babilonia, Yoma, 84:2).

Algunos sabios judíos argumentaron que incluso el famoso mandamiento ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’ se refiere únicamente a los judíos, y no hay ningún mandamiento de amar a los gentiles. De hecho, el texto original del Levítico dice: ‘no busques venganza ni le guardes rencor a nadie entre tu pueblo, sino que ames a tu prójimo como a ti mismo’ (Levítico 19:18), lo que hace sospechar que ‘nuestro prójimo’ se refiere solamente a miembros de nuestra gente.

Fueron solo los cristianos quienes seleccionaron algunos trozos del código moral judío, los convirtieron en mandamientos universales y los difundieron por todo el mundo. De hecho, el cristianismo se separó del judaísmo precisamente por esa razón. Mientras que muchos judíos hasta el día de hoy creen que la llamada gente de Hosen está más cerca de Dios que otras naciones, el fundador del cristianismo, San Pablo Apóstol, estipuló en su famosa Epístola a los Gálatas que aquí no se es ni judío ni gentil, ni esclavo ni libre, ni se es varón ni hembra, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús (Gálatas 3:28).

Una estatua de Buda tibetano. El budismo se encuentra entre un puñado de religiones que han influido en miles de millones, para bien o para mal. Vivek Prakash, Reuters

Una estatua de Buda tibetano. El budismo se encuentra entre un puñado de religiones que han influido en miles de millones, para bien o para mal. Vivek Prakash, Reuters

Y debemos enfatizar nuevamente que, a pesar del enorme impacto del cristianismo, esta no fue definitivamente la primera vez que un ser humano predicó una ética universal. La Biblia está lejos de ser la fuente exclusiva de la moralidad humana (y por suerte, teniendo en cuenta las muchas actitudes racistas, misóginas y homofóbicas que contiene). Confucio, Lao Tse, Buda y Mahavira establecieron códigos éticos universales mucho antes que Pablo y Jesús, sin saber nada sobre la tierra de Canaán o los profetas de Israel. Unos 500 años antes que el rabino Hillel el Viejo, Confucio enseñaba que cada persona debe amar a los demás como se ama a sí mismo. Y en una época en que el judaísmo aún ordenaba el sacrificio de animales y el exterminio sistemático de poblaciones humanas enteras (los amalekitas y los cananeos), Buda y Mahavira ya instruían a sus seguidores a evitar dañar no solo a todos los seres humanos, sino a cualquier ser sensible, incluido insectos.

Física judía, biología cristiana

Recién en los siglos XIX y XX vemos una verdadera contribución judía realmente extraordinaria para el conjunto de la humanidad, a saber, el papel de los judíos en la ciencia moderna. Además de nombres tan conocidos como Einstein y Freud, alrededor del 20 por ciento de todos los ganadores del Premio Nobel en ciencias han sido judíos, aunque los judíos constituyen menos del 0,2 por ciento de la población mundial. Pero debe enfatizarse que esto ha sido una contribución de judíos individuales más que del judaísmo como una religión o una cultura. La mayoría de los científicos judíos importantes de los últimos 200 años actuaron fuera de la esfera religiosa judía. De hecho, los judíos comenzaron a hacer su notable contribución a la ciencia una vez que abandonaron las yeshivas a favor de los laboratorios.

Sigmund Freud en su sala de trabajo en 1938.

Sigmund Freud en su sala de trabajo en 1938.

Antes de 1800, el impacto judío en la ciencia era limitado. Naturalmente, los judíos no desempeñaron un papel significativo en el progreso de la ciencia en China, en la India o en la civilización maya. En Europa y Medio Oriente, algunos pensadores judíos, tales como Maimónides, tuvieron una influencia significativa en sus colegas gentiles, pero el impacto judío en general era más o menos proporcional a su peso demográfico. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, el judaísmo no fue instrumental para el estallido de la revolución científica. A excepción de Spinoza (que fue excomulgado por sus dificultades con la comunidad judía), no puede nombrarse a un solo judío que fuera fundamental para el nacimiento de la física, la química, la biología o las ciencias sociales modernas. No sabemos qué estaban haciendo los ancestros de Einstein en tiempos de Galileo y Newton, pero con toda probabilidad estaban mucho más interesados n estudiar el Talmud que en estudiar la luz y la gravedad.

El gran cambio ocurrió recién en los siglos XIX y XX, cuando la secularización y el movimiento de la Ilustración judía hicieron que muchos judíos adoptaran la cosmovisión y el estilo de vida de sus vecinos gentiles. Los judíos comenzaron a unirse a las universidades y centros de investigación de países como Alemania, Francia y los Estados Unidos. Los eruditos judíos trajeron de los guetos y shtetls legados culturales importantes. El valor central de la educación en la cultura judía fue una de las razones principales del extraordinario éxito de los científicos judíos.

Otros factores incluyeron el deseo de una minoría perseguida de demostrar su valía y a las barreras que impedían a los talentosos judíos progresar en otras instituciones antisemitas, como el ejército y la administración estatal.

Sin embargo, aunque los científicos judíos trajeron con ellos la excelente disciplina de las yeshivas y una profunda fe en el valor del conocimiento, es difícil decir que también trajeron un bagaje útil de ideas y puntos de vista concretos. Einstein era judío, pero la teoría de la relatividad no era física judía. ¿Qué tiene que ver la fe en lo sagrado de la Torá con la idea de que la energía es igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado? En aras de comparación, Darwin era cristiano e incluso comenzó sus estudios en Cambridge con la intención de convertirse en sacerdote anglicano. ¿Implica esto que la teoría de la evolución es una teoría cristiana? Sería ridículo enumerar la teoría de la relatividad como una contribución judía a la humanidad, así como sería ridículo atribuirle al cristianismo la teoría de la evolución.

El físico Albert Einstein (1879 - 1955) de pie junto a una pizarra con cálculos matemáticos escritos con tiza. Hulton Archive, Getty Images

El físico Albert Einstein (1879 - 1955) de pie junto a una pizarra con cálculos matemáticos escritos con tiza. Hulton Archive, Getty Images

De manera similar, es difícil ver algo particularmente judío en la invención del proceso para sintetizar amoníaco por Fritz Haber (Premio Nobel de Química, 1918); en el descubrimiento del antibiótico estreptomicina por Selman Waksman (Premio Nobel de Fisiología o Medicina, 1952); o en el descubrimiento de los cuasi cristales por Dan Shechtman (Premio Nobel de Química, 2011). En el caso de los eruditos de las humanidades y las ciencias sociales como Sigmund Freud, sus herencias judías tal vez tuvieron un impacto más profundo en sus ideas. Sin embargo, incluso en estos casos, las discontinuidades son más evidentes que los vínculos supervivientes. Los puntos de vista de Freud sobre la psique humana eran muy diferentes de los del rabino Joseph Caro o el rabino Yojanan ben Zakkai, y no descubrió el complejo de Edipo al leer detenidamente el Shuljan Aruj (el código de la ley judía) o la Mishná.

Para resumir, el énfasis judío en la educación y el aprendizaje probablemente hizo una importante contribución al éxito excepcional de los científicos judíos. Sin embargo, fueron pensadores gentiles los que sentaron las bases para los logros de Einstein, Haber y Freud. La Revolución Científica no fue un proyecto judío, y los judíos encontraron su lugar en ella solo cuando se mudaron de las yeshivas a las universidades. De hecho, el hábito judío de buscar respuestas a todas las preguntas leyendo textos antiguos fue un obstáculo muy significativo para la integración judía en el mundo de la ciencia moderna, donde las respuestas provienen de observaciones y experimentos. Si hubo algo acerca de la religión judía que necesariamente conduce a avances científicos, ¿por qué entre 1905 y 1933, 10 judíos alemanes seculares ganaron los Premios Nobel en química, medicina y física, pero durante el mismo período ni un solo judío ultraortodoxo o un solo judío búlgaro o yemenita ganó un Premio Nobel?

Para que no sea sospechoso de ser un judío auto-odioso y antisemita, me gustaría enfatizar que no estoy diciendo que el judaísmo era una religión particularmente malvada o ignorante. Todo lo que digo es que no fue particularmente importante para la historia de la humanidad. Durante muchos siglos, el judaísmo fue la religión humilde de una pequeña minoría perseguida que prefería leer y contemplar en lugar de construir imperios y quemar a los herejes en la hoguera.

Los antisemitas suelen pensar que los judíos son muy importantes. Los antisemitas imaginan que los judíos controlan el mundo, o el sistema bancario, o al menos los medios de comunicación, y que tienen la culpa de todo, desde el calentamiento global hasta los ataques del 11 de septiembre.

A los antisemitas les diría: Supérenlo. Los judíos pueden ser personas muy interesantes, pero cuando se mira el panorama general, deben darse cuenta de que han tenido un impacto muy limitado en el mundo. A lo largo de la historia, los seres humanos hemos creado cientos de diferentes religiones y sectas. Un puñado de ellas, el cristianismo, el islamismo, el hinduismo, el confucianismo y el budismo influyeron en miles de millones de personas (no siempre para lo mejor).

La gran mayoría de los credos como la religión Bon, la religión Yoruba y la religión judía tuvieron un impacto mucho menor. Uno de los valores centrales y más bellos del judaísmo es la modestia. Haríamos bien en tomar este valor en serio.

El profesor Yuval Noah Harari imparte clases en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Es el autor de Sapiens: Una breve historia de la humanidad, y de Homo Deus: Una breve historia del futuro (de próxima aparición en inglés). Su website: www.ynharari.com

Traducido para Generaciones de la Shoá por José Blumenfeld

 

No sabía que no había sido feliz

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Agustín era el segundo de siete hermanos. Vivía en una pobre choza en las afueras de Valle Hermoso, Córdoba, en un paraje escondido en medio de la naturaleza cerca del arroyo Vaquerías. Su papá era el encargado de cuidar, administrar y manejar una tropilla de caballos para uso turístico. Su mamá cocinaba tortas fritas que Agustín y sus hermanos llevaban caminando a La Falda y vendían por la calle o a los pasajeros del tren cuando se detenía en la estación. Llegaban a la escuela caminando, pero cuando el papá debía llevar la tropilla al pueblo iban también a caballo. Bombeaban agua del pozo, no había luz eléctrica y los siete hermanos se acomodaban en las tres camas disponibles.

En el verano hacían correrías con sus alpargatas gastadas y se atiborraban con el piquillín que crecía en las sierras. Se bañaban en el arroyo, hacían sapitos en el agua y después se tiraban en el pasto mirando el baile de las mariposas mientras la tibieza del sol los iba secando. En el invierno las condiciones eran menos benévolas, pero nunca faltaron juegos ni alegrías. Era muy travieso y no siempre lograba esquivar los chancletazos no muy fuertes de su madre llamándolo al orden. Pícaro, sagaz y astuto ya desde chico, era un eximio jugador de truco que los grandes elegían cuando les faltaba el cuarto. Amaba ayudar a su padre a ensillar los caballos, cepillarlos, darles de comer. Eran sus amigos, conocía a cada uno y todas las mañanas corría al establo a darles los buenos días.

Agustín era el mayor de los tres varones y superaba a los más chicos con su mágica habilidad para el fútbol. Corría con esa pelota de trapo hecha por la mamá como si estuviera adherida a los pies, hacía con ella lo que quería, parecía una mascota que lo seguía por donde fuera.

A los 17 años, un entrenador porteño que lo vio jugar le propuso probarlo en el club. Un sueño hecho realidad. Con el consentimiento de sus padres, un día de fines del verano de 1958 se subió al Rayo de Sol rumbo a Buenos Aires, lleno de recomendaciones por los peligros de la gran ciudad.

De Retiro lo llevaron a la pensión en donde se alojaban los llegados del interior. Con los ojos así de abiertos, el miedo de pasar por pajuerano y el asombro ante las cosas que veía, conoció a los otros tres chicos que compartían la pieza. No todos provenían de hogares humildes como el suyo y cada chico le hizo ver que había otras vidas, otras historias, otras experiencias.

Héctor, rosarino, iba los sábados a un cine que daba tres películas de corrido, con número vivo y un señor que pasaba con golosinas y hasta bombones helados. Miguel venía de La Plata y contó que había estado varias veces en Buenos Aires, en el zoológico y en el Parque Retiro, donde había juegos maravillosos, laberintos, espejos raros, una vuelta al mundo. ¿Qué sería eso? Debía ser increíble. A Ricardo le festejaban sus cumpleaños en Malargüe con globos, un mago, regalos.

Agustín escuchaba sorprendido y maravillado. Se acostó esa noche pensando que de chico había tenido mucha suerte porque no se había dado cuenta de que no había sido feliz.

https://goo.gl/BoLo1V

a 71 años de mi llegada a Argentina

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“¡Adelante hijos de la patria: el día de gloria ha llegado!”

Un 14 de julio como hoy, pero de 1947, hace 71 años llegué a la Argentina y unos días después cumplí mis 2 años.

Cuando nuestro barco tocó el puerto de Buenos Aires no sabíamos que era el día de Francia. Para nosotros, venidos de la Europa devastada de la posguerra llegar acá fue efectivamente un día de gloria como el de la toma de la Bastilla. 
Argentina era entonces el granero del mundo. Lo que se veía en los tachos de basura habría sido la delicia de los europeos hambreados. País de promesas, de futuros, de libertad. Habiendo sobrevivido al nazismo y al comunismo, mis padres creían estar tocando el cielo con las manos porque acá todo parecía posible. 
No todo fue rosa. Fue preciso mentir sobre nuestra identidad y, como casi todos los judíos inmigrantes, debimos declararnos católicos. Sin embargo mi mamá no lo podía creer, “con solo decirlo ¿nos creen?” y a poco de conocer cómo eran las cosas agregaba “¡qué país! hasta el antisemitismo acá no es en serio”. No era así en Polonia y en la “docta” Europa. Allí, ser judío era un peso, una lacra, una marca que cerraba muchos caminos. Por eso en los primeros años, mis padres se cuidaron mucho de declararse judíos temiendo que fuera acá también una sentencia de exclusión o de muerte. 
Papá puso una humilde carpintería con 3 obreros genoveses también recién llegados que venían a hacer la América para traer a sus familias. Mis primeros idiomas fueron el polaco natal, el idish de las canciones, el castellano de la calle y la escuela y el italiano en aquel taller perfumado de aserrín y laca de lustre. Mi hermano y yo estudiamos, trabajamos, crecimos, fuimos felices. Ser judíos no fue nunca para mí un lastre, por el contrario, es una fuente de riqueza e identidad.
Y hoy que se me dió por himnos, agrego tres más. 
Como dice el de Italia, “unámonos y amémonos porque la unión y el amor siempre nos indican el buen camino”. 
Intervengo el polaco que habla de la persistencia de Polonia y lo parafraseo a mi gusto: “el pueblo judío no se extingue mientras nosotros vivamos”. 
Y del argentino, digo al viento, con orgullo y agradecimiento: “¡oíd mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad!”

Fuera de toda lógica: la vida te da sorpresas

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Horacio, como tanta gente, siempre creyó que había un orden natural de las cosas, una cierta lógica que regía los acontecimientos y las vidas de todos. Nació en la década del 30 del siglo pasado en Mar del Plata, donde sigue viviendo hasta el día de hoy. Se casó con Matilde, su amor de la adolescencia, que lo acompañó hasta su muerte, hace doce años. No habían tenido hijos, y en su larga enfermedad Horacio estuvo siempre a su lado, dispuesto a cuanto hiciera falta.

Ya viudo y cursando sus setenta, los días y las noches se le fueron haciendo más y más pesados. Mucho más las noches, cuando en su casa lo esperaban solo tristeza y añoranza.

Su única distracción era la mesa de truco de los jueves y la comida con sus amigos en el bar del club. Unos tres años después de perder a Matilde, cambió la concesión y la tomó Agustina, una tucumana de treinta años, con la cara picada de viruela, grandes ojos marrones y una eterna sonrisa en sus labios. Atendía a los socios del club con simpatía y calidez, se la veía a gusto, atenta y sonriente.

Horacio no se animaba a invitarla a salir. Temía que la diferencia de edad la espantara, que pensara que era un viejo verde y se burlara de él. Pero cuando se animó, la respuesta de Agustina fue no solo de aceptación, sino de cariño, como si lo estuviera esperando.

Sola y con una triste historia de vida, recibió con emoción y alegría a este viudo tan necesitado de compañía y conversación. A poco de salir y viendo que el dinero apenas si le alcanzaba para pagar el alquiler, Horacio la invitó a compartir su casa, que, con su presencia, recuperó la luz. Nuevas cortinas, la cena lista a su regreso, música y, fundamentalmente, alguien con quien hablar, alguien que lo hacía sentir bien otra vez. "Matilde estaría contenta", pensaba Horacio.

Empezaron sus achaques, médicos, remedios y Agustina lo acompañaba, le recordaba las horas en que debía tomar cada cosa, fue mucho más que un apoyo y una compañía. Agradecido por sus atenciones y no teniendo parientes cercanos, decidió poner la casa, su única posesión, a su nombre y compartir la cuenta de banco para que cuando él se fuera ella tuviera un techo y un colchoncito financiero. Cuarenta años mayor, le pareció que era un gesto lógico.

Pero "la vida te da sorpresas", como dice Rubén Blades. Y vaya si la vida sorprendió a Horacio. Agustina, a los 34 años, falleció repentinamente, víctima de un ACV. Y, tras cartón, apareció una hermana, su única heredera legal, y comenzó la sucesión.

La pena de Horacio se transformó en desesperación porque ahora se quedó sin dinero y sin casa. Vive desde entonces alojado en lo de uno de sus compañeros de truco, sostenido por una vaquita que hacen, mensual y amorosamente, todos los compañeros del club. Estos amigos de siempre no permitieron que la sorpresa venciera a Horacio. Son ellos quienes barajan el mazo gastado de donde hacen salir los anchos ganadores que a Horacio le dan aliento y apoyo para seguir de pie en la vida.

Publicado en el suplemento Sábado de La Nación. 7 de julio 2018

Las madres judías. Georges Moustaki

Hijo mío, te ves mal

Tenés que cuidarte más

No olvides nunca tus vitaminas

Tapate bien cuando hace frío.

Yo sé que ya no tenés nueve años

Pero todavía sos mi hijito.

Ellas siempre están en alerta

Las madres judías

 

Creo que hacés demasiado deporte

Dicen que no es muy saludable

Es peligroso hacer tantos esfuerzos

¿Realmente lo necesitás?

Yo sé que ya no tenés quince años

Pero todavía sos mi hijito

Siempre están preocupadas y emocionadas

Las madres judías

 

Te compré dos corbatas

Te pusiste la azul con lunares

Cuando viniste en shabat

¿Por qué? ¿la otra no te gustó?

Yo sé que ya no tenés veinte años

Pero todavía sos mi hijito

A veces son muy excesivas

Las madres judías

 

Con este abrigo que te hice

Ibas a ser abogado, doctor,

Te gusta más hacer de cantor

Y abandonarme por meses

Yo sé que ya no tenés treinta años

Pero todavía sos mi hijito

Son amables y atentas

Las madres judías

 

Tu esposa es casi una nena

¿Cómo puede cuidarte?

Ni siquiera sabe cómo cocinar

Afortunadamente estoy aquí

Ya sé que ya no tenés cuarenta años

Pero todavía sos mi hijito

Pueden ser posesivas

Las madres judías

 

Es que yo te conozco bien

Te hago los platos que preferís

Te tejo los echarpes

Pares de guantes, suéteres

Ya sé que ya no tenés cincuenta años

Pero todavía sos mi hijito

Son realmente muy activas

Las madres judías

 

Vamos cariño, vamos mi chiquito,

No tengas miedo, no lloro

Incluso aunque nunca me llames

Hago todo sola y a nadie le importa

Lo sé, ya no tenés sesenta años

Pero todavía sos mi hijito

Son muy tiernas e ingenuas

Las madres judías

 

Cuando mamá, ya chiquita, me habló así

Me resultó insoportable

Abrumado desde su ausencia

Sueño con escucharla todas las noches

Lo sé, ya no tenés setenta años

Pero todavía sos mi hijito

Era pura como el agua blanca

Mi madre judía

Suegras, maridos y nueras

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Las suegras son un gran tema en la vida de las parejas. Y acá me pongo claramente en femenino porque, aunque la función "suegra" puede ser ejercitada por cualquiera, las suegras solemos ser las mujeres.

Las suegras son un capítulo importante de las relaciones con los miembros de la familia de cada uno, fuente de conflictos que pueden ensombrecer la convivencia. Pero de todos los posibles, hay dos, que por su fuerte implicación, pueden alterar la vida cotidiana de modo trascendental: los hijos de matrimonios anteriores y las suegras. Veamos primero a estas últimas y dejo el tema de los hijos de matrimonios anteriores para la próxima vez.

Es particularmente complicada la situación cuando, en una pareja heterosexual tipo, la suegra lo es de la nuera. Tanto que en el imaginario popular, en los chistes y las preocupaciones habituales, la pareja conflictiva es la integrada por una suegra y su nuera.

Las madres suelen tener dificultad en dejar volar a sus hijos pequeños, acompañar su crecimiento y aún cuando sean adultos los ven como si siguieran siendo sus pollitos indefensos y necesitados. Cuando se casa una hija, ese sentimiento de propiedad parece darle derecho a su madre a meterse muchas veces sin permiso y opinar como lo hacía cuando vivían juntas. La hija puede permitírselo o no y, aunque en general el yerno queda fuera del conflicto, las negociaciones o avasallamientos, también él sufre las consecuencias de la invasión y puede colaborar en la necesaria puesta de límites.

Cuando se trata del hijo, del nene, de la luz de sus ojos, este sentimiento de propiedad, puede anular la frontera que debiera ser naturalmente erigida luego del casamiento. La mamá siempre será mamá pero ya no lo es de un chiquito sino de un adulto. Y de un adulto, que encima, vive con otra mujer que no lo conoce ni sabe lo que es bueno para él. La persistencia del sentimiento de propiedad determina que esta mamá se crea con derecho a intervenir en la comida, en el ordenamiento de los objetos, en la educación de los hijos, en cada una de las decisiones de la pareja. Y si el hijo no sabe o no puede o no se anima a poner los límites, todo el peso caerá sobre su esposa, la nuera, la que, como dice el chiste "nuera para mi hijo". Porque, para esta mamá-gallina-cuidadora ninguna lo es.

Las madres solemos tener un enorme poder sobre las vidas de nuestros hijos. Esta relación, definida y amasada en la infancia, es un sello a veces indeleble. No es fácil, ni para la madre ni para el hijo, asumir y aceptar la modificación que implica para ambos que ahora el hijo sea un adulto.

Si el hijo no encara la situación, si no se hace cargo, quien sufrirá las consecuencias será su esposa que deberá enfrentar tanto los intentos de avasallamientos de su suegra como la penosa inacción del marido.

Guerra en puerta.

Guerra sorda, y a veces no tanto, con la suegra.

Guerra abierta y enconada básicamente con el marido que no la protege.

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El ideograma chino para el concepto de guerra o pelea es el dibujo estilizado de dos mujeres en un mismo espacio. Dos mujeres enfrentadas para ver cuál vencerá. Vencer es, en este caso, que el hombre tome partido por una o por otra.

El ahora marido, este hijo adulto, ya no vive en su casa infantil y si su madre no lo acepta, estará tironeado entre ella y su esposa. Posición difícil e incómoda que, no hay otro remedio, debe resolver de la mejor manera que pueda. Si valora su matrimonio, si quiere que se instaure la paz, es imprescindible que deje a su mujer fuera de la ecuación, que encare la relación con su madre personalmente lo que a veces, la propia madre complicará hasta el infinito. Porque estas madres que devienen en suegras interventoras suelen tener muy bien aceitado el manejo de la culpa. No es fácil.

La suegra puede ser una gran piedra en el camino de la convivencia de una pareja. Depende de su inteligencia emocional, de su sensatez y de cómo transcurre su propia vida, el poder renunciar a aquel lugar de preeminencia que tenía en la vida de su bebé cuando lo acunaba y le cambiaba los pañales. El bebé creció, camina solo, no se hace pis encima, trabaja, gana dinero, se afeita y hasta tiene hijos. Ya no es más lo que era. Su madre tampoco. Pero tal vez había colocado en ese hijo el sentido de su vida y el perder control sobre él la enfrenta con la soledad y un desgarrador sinsentido. No se puede congelar el paso del tiempo y pretender mantener un lugar que ya no está. Una suegra desubicada, que no ve ni acepta el paso del tiempo y el crecimiento de su hijo, que no puede encontrar otro sentido para su vida y se aferra a él como una tabla de salvación, será seguramente una poderosa fuente de desdicha para su hijo y su familia y también para ella misma.

La nuera está en un lugar difícil. Lo mejor sería que pudiera tener una amable conversación con su marido, no reclamo ni reproche ni acusación. El objetivo no es descargar la irritación y la angustia sino lograr que él se ocupe de su madre para que no interfiera ni opine ni critique ni dé órdenes ni avasalle. No es la nuera quien lo tiene que hacer sino el hijo. No le será fácil, tal vez deberá pedir ayuda.

Mensajes personalizados

Marido e hijo: no te hagas a un lado, sos el único que puede hacer algo, cuidá a tu esposa y a tu nueva vida, limitá a tu madre y ayudala a encontrar un nuevo sentido en su vida. Comprendelas a ambas.

Esposa y nuera: no te enfrentes a tu suegra pero tampoco te guardes lo que pasa. Si ves que tu marido no puede con su madre, no te enojes con él ni le reclames, decíle cómo te sentís y ofrecele pensar juntos qué hacer y cómo. Acordate que algún día vos también serás suegra.

Mamá y suegra: ¿te acordás cuando fuiste nuera? Si tuviste una suegra metida, no repitas lo que te hizo a vos. Si tuviste una suegra amiga, poné en práctica lo que te enseñó e incluso mejoralo. Si amás a tu hijo como decís que lo amás, tocá siempre el timbre antes de entrar, pedí permiso, no arremetas ni ordenes ni critiques ni pongas mala cara, cuidalo, protegelo y mimalo dejándolo vivir con la mujer que eligió. Es una alegría ver que creció, armó su propia familia y pudo volar. Hiciste un buen trabajo. Ahora es tiempo de disfrutarlo.

https://goo.gl/tYoecH

 

Mi suegra, la negra (Canción anónima, folkore sefaradí)

Mi suegra, la negra ... / Kon mi se dakileya / Yo no puedo mas bivir kon eya / Eya´s muy fuerte, mas ke la muerte  / Un dia me veré sin eya.

Un dia sentada kon mi marido / Eya detrás komo enemigo / Me dió un pilisko i un modrisko / Mas presto me veré sin eya / Mi suegra, la negra ...

Yo elmuera de kinze anyos / Ven tu, marido, adova nido / Mas presto me veré sin eya / Mi suegra, la negra ...

En los diyas de la dulsura / Eya ensembra l´amargura / El Güerko venga por soltura / Mas presto me veré sin eya