Shoa

Foto conmovedora con contenido oculto

bandera israel

Recibí esta foto que fuera enviada para el concurso “La bandera de Israel” que propicia el periódico Yediot Ajaronot junto al Banco Hapoalim. La idea es que el público elija la foto que represente mejor los festejos del 60° aniversario del Estado de Israel.

De entre las enviadas, está circulando ésta que por cierto es conmovedora. Resume el destino de muerte con la vida que comienza, habla de la continuidad judía, de la persistencia no importa cuáles sean los embates recibidos. Pero al mismo tiempo –y es éste un contenido que se filtra peligrosamente- liga el nacimiento del estado de Israel a la Shoá, mito y mentira vastamente difundido. El Estado de Israel fue una lucha comenzada por Herzl a fines del siglo XIX y continuada por los que fueron a los pantanos de Palestina y lo transformaron en un jardín, los que lucharon a lo largo de los duros años del comienzo del siglo XX, los que soñaron luego de la declaración Balfour de 1917 que algún día esa tierra sería nuestra y apostaron a ello con su vida.

Esta foto, con lo conmovedora que me resulta, al reunir el brazo tatuado con la bandera, alude a este mito de que Israel es la consecuencia de la Shoá. Se minimiza así la lucha de los 60 años previos a la terminación de la Shoá y lo que es aún más penoso, le otorga a la Shoá algún sentido. Para nosotros, los judíos que estábamos destinados TODOS a la muerte, nada de la Shoá pudo haber tenido algún sentido ni propósito benefactor.

Algunos pensamientos sobre el islamismo radical - Yehuda Bauer

Yad Vashem, como saben, está dedicado a la memoria, educación e investigación del genocidio de los judíos que llamamos Holocausto o Shoá, una palabra que significa “catástrofe”. La negación del Holocausto tal como fue propuesta por el “congreso” que acaba de tener lugar en Teherán, nos ha acompañado desde el Holocausto mismo, cuando, como sabemos por testimonios de sobrevivientes, los guardias de los campos de concentración solían decir a los prisioneros que aún en el improbable caso que sobrevivieran nadie les creería. El contexto de la negación ha sido, durante los últimos sesenta años, el deseo de justificar al régimen Nacional Socialista como opuesto a los regímenes democráticos en los que los negadores han vivido y viven. Para justificar al Nazismo, uno debía negar el genocidio. Pero, desde el juicio en Londres del mayor negador occidental, el inglés David Irving y su condena por la corte británica como mentiroso, racista y antisemita, la negación del Holocausto en países occidentales se ha transformado en un fenómeno marginal. No es así en muchos países musulmanes donde se ha vuelto parte y centro de la propaganda anti occidental y, principalmente, de la propaganda anti judía. Pero la negación del Holocausto en países musulmanes está impregnada del islamismo radical y se debe comprender ese contexto si uno quiere enfrentarse a la negación y a la nueva amenaza genocida propuesta por el régimen iraní.

Hay grandes diferencias entre el Nacional Socialismo, el Comunismo Soviético y el Islamismo Radical, pero hay también algunos paralelos importantes. Los tres son o han sido movimientos religiosos o cuasi-religiosos. Incuestionablemente, la fe cuasi-religiosa en la ideología nazi era central para la existencia y políticas del régimen y fue la ideología nazi el factor central que produjo el Holocausto; el marxismo-leninismo fue un dogma cuasi-religioso que todos debían compartir en el imperio estalinista. Lo mismo se aplica al islamismo radical. El islamismo radical no es el Islam. El Islam es una religión que puede y debería ser legítimamente interpretada como un credo universal de amor a la paz. El islamismo radical, por el contrario, es un desarrollo relativamente nuevo que radicaliza las interpretaciones aceptadas del Islam. Todas estas tres ideologías aspiran o han aspirado a un gobierno mundial en una utopía apocalíptica: los Nazis soñaron con el Reich de los mil años que, con la ayuda de sus aliados establecería el dominio mundial basado en la jerarquía de las razas, con los pueblos nórdicos y la raza aria en la parte superior y el resto más abajo. No habría más judíos porque estarían todos aniquilados. La historia habría terminado como tal y se establecería una utopía de paz y prosperidad. El sueño comunista sobre la dictadura mundial del proletariado que establecería una sociedad sin clases que terminaría los conflictos y contradicciones para siempre, lo que también terminaría la historia. El islamismo radical desea la dominación mundial de Dios por medio de clérigos islámicos, lo que eliminaría los sistemas de creencia “paganos” como el hinduismo, el budismo, el sintoísmo, etc; el cristianismo, zoroastrismo y lo que pudiera quedar de judaísmo serían religiones practicadas por descreídos bajo estricto control y gobierno musulmán. Ello establecería definitivamente una sociedad justa y constituiría el fin de la historia dado que nada puede sustituir al gobierno de Dios (Alá). Las tres son, en consecuencia, utopías religiosas. Todas las utopías matan. Las utopías universales, apocalípticas, matan radicalmente.

Las tres ideologías se desarrollaron más o menos al mismo tiempo en la primera parte del siglo 20. Hitler entró al mundo de la política en 1919; la revolución bolchevique sucedió en 1917; y el primer movimiento islámico radical, la Hermandad Musulmana, fue fundada por un maestro egipcio, Hassan el-Bana, en 1928.

El nacional socialismo y el comunismo arrasaron la democracia parlamentaria y la expresión libre de opiniones políticas, y querían eliminar o someter a todos los estados nacionales bajo su gobierno directo o indirecto dejándolos como cáscaras vacías que serían llenadas con el contenido nacional socialista o comunista. El islamismo radical ve a los sistemas parlamentarios como una blasfemia porque allí las personas deciden sus leyes: pero Dios ha decretado cómo los hombres (las mujeres no cuentan como criaturas políticas) debieran ser gobernados, a través de su palabra en el Qur’an, según las tradiciones del Profeta (Hadith), y según las leyes medievales de la Shariah, el código legal islámico. El islamismo radical desea abolir todos los estados nacionales, especialmente los árabes, y sustituirlos por estados islámicos que estarán unidos en un gobierno mundial islámico. Y los tres tomaron a los judíos como su inmediato o principal enemigo: los Nazis los asesinaron; los soviéticos planearon en 1952 la deportación de todos los judíos soviéticos a Siberia, con la intención obvia de que allí murieran. El mensaje genocida del islamismo radical hacia los judíos es claro y fuerte: “Deben saber que el objetivo de matar a los americanos y judíos en todas partes del mundo es uno de los mayores deberes y de las mejores acciones preferidas por Alá….hermanos… continuemos el camino de la Jihad, nuestros objetivos son los judíos y los americanos” (Osama Bin Laden en un mensaje del 11 de febrero de 2003). Es una repetición clara del lenguaje del nacional socialismo; y es absolutamente crucial dares cuenta que cuando las ideologías radicales expresan lo que creen los fanáticos, estos actuarán sus creencias tan pronto como puedan. El Sheikh Abd Al-Rahman Al-Sudayyis, el imán de la mezquita más importante del mundo musulmán, la mezquita Al-Haram de la Meca, declare en 2002: “Leed historia y comprenderán que los judíos de ayer son los padres malignos de los judíos de hoy, sus descendientes maléficos, infieles, tergiversadores de la palabra de Dios, adoradores de becerros, asesinos de profetas, negadores de profecías…la escoria de la raza humana a la que Alá maldijo y transformó en monos y cerdos”. Los predicadores por todas partes, aún en Bagdad durante el régimen secular de Saddam Hussein, citaron una tradición muy popular que dice que antes del Día del Juicio, los musulmanes pelearán con los judíos y los matarán. Dice la tradición, el hadith, que en su búsqueda de refugio los judíos se esconderán detrás de piedras y árboles, pero las piedras y los árboles gritarán, “Oh, musulmán, oh siervo de Dios, un judío está escondido detrás de mí. Ven y mátalo.” No se trata de un llamado a atacar a Israel, o una declaración respecto de Palestina. Esto es incitación al genocidio, y podría hacer pilas y pilas de citas de este tenor dado que fue difundido largamente durante los últimos tres o cuatro año. Nuestro problema es que la ideología del islamismo radical se cuela en el discurso principal islámico y los regímenes de muchos países musulmanes temen contradecir esta tendencia. Pero debiéramos recordar el artículo III de la Convención para la Prevención y Castigo del crimen de genocidio de las Naciones Unidas de 1948, ratificado en 1951, que dice que “la incitación directa y pública a cometer genocidio” es punible como crimen genocida..

Las enseñanzas principales de la Hermandad Musulmana se desarrollaron a lo largo del tiempo y fueron difundidas por todo el mundo. El ideólogo más importante fue Sayyid Qutb, un oficial egipcio que escribió en 1950 un panfleto contra los judíos al estilo de el Stuermer, que es la base de la propaganda anti judía actual. Sucedió, de paso, diecisiete años antes que Israel ocupara la Franja de Gaza y Cisjordania. Por ello me resulta ilusorio pensar que un acuerdo en el conflicto israeli-palestino desarmará automáticamente al islamismo radical. Sin embargo, no hay dudas de que el conflicto sirve como disparador de la ideología radical y anti-civilizacional, y que una negociación Israeli-palestina ayudaría a luchar en contra del islamismo radical aunque, como Bin Laden y otros repiten, el tema principal permanecería: vencer a las civilización occidental y a la civilización oriental asiática.

El antisemitismo radical islámico es una parte central de la ideología; pero este antisemitismo no surgió del islam. Es cierto que los judíos –y los cristianos – han sido y son discriminados en las sociedades islámicas, y que deben someterse a ser ciudadanos de segunda o tercera categoría. Solo los musulmanes son miembros a pleno de tales sociedades. Sin embargo, judíos y cristianos fueron, al menos históricamente, grupos cuya existencia física, cultural, religiosa y social estaba protegida y que tuvieron la posibilidad de auto gobierno interno. Esto no significa que los judíos no hubieran sido perseguidos en ciertos momentos o que no haya habido matanzas; pero eran raros comparados con las persecuciones a las que fueron sometidos los judíos en la Europa cristiana. El antisemitismo moderno islámico no surgió en el mundo islámico, fue introducido en él por los poderes coloniales europeos como parte del paquete cultural con el que dominaron al mundo musulmán. Se transformó en un factor central para moldear la posición anti-occidente de los insatisfechos intelectuales musulmanes. Estos intelectuales y en el despertar de sus elites gobernantes, se enfrentaron con el hecho de que ochocientos años atrás el Islam fue la civilización más avanzada de occidente mientras que la Europa Cristiana era una frontera bárbara. En en los siglos XIX y XX, la Europa Cristiana y América han conseguido una revolucionaria superioridad tecnológica que les ha permitido, en efecto, conquistar el mundo. Las sociedades musulmanas, con algunas excepciones, se transformaron en zonas postergadas gobernadas directa o indirectamente por extranjeros. Los musulmanes progresistas lo vieron como un desafío que debía ser encarado aprendiendo de occidente y adaptando sus conceptos a las tradiciones islámicas. Pero los islámicos radicales frustrados por la realidad que vivían, lo interpretaron de otro modo: estamos postergados y sujetos a la humillación de gobiernos y culturas extranjeros porque no hemos obedecido la palabra de Dios. Las enseñanzas de las religiones islámicas eran interpretadas por ellos de la manera más radical posible. Si, como dijeron y dicen hoy, obedecemos el deseo de Dios como ha sido manifestado en las sagradas escrituras islámicas y según han sido interpretados por los radicales, Dios nos garantizará la victoria sobre occidente y nos hará posible dominar al mundo. Occidente, dicen, está gobernado por los judíos – una réplica exacta de la propaganda nazi y soviética. Puede verse en la última carta del presidente iraní enviada al presidente de los Estados Unidos, donde acusa a los judíos de controlar todo lo que es valioso en US. Los judíos, y no solo Israel, el colectivo judíos, son la punta de lanza del imperialismo occidental y debe ser destruido. Por primera vez desde la 2° guerra mundial, los judíos, están, nuevamente, amenazados por un genocidio. Debemos recordar: la ideología radical islámica no es mera propaganda diseñada para alcanzar objetivos políticos; creen en lo que dicen y tienen toda la intención de actuar según sus creencias si tienen la oportunidad de hacerlo.

El sentimiento de frustración que determinó la perspectiva radical se opone también a las sociedades del este asiático que están peleando por el Liderazgo con los euro-americanos. Japón, China, Corea del Sur, Singapur y ahora India, son o están siendo líderes en las economías y sociedades de nuestro mundo. Los EEUU no son ya el único super poder. Y Malasia, Túnez y mañana Indonesia, son sociedades musulmanas que están a punto de competir con la dominación occidental. Pero el hecho de que partes del mundo musulmán está poniéndose al día no cambia al islamismo radical porque, como sabemos, la ideología persiste aún cuando las bases de las que emerge cambien. El peligro de esta ideología asesina mundial estará con nosotros a pesar de estos cambios.

La negación del Holocausto es una parte integral de esta ideología. Son dos las argumentaciones que se exponen: una, que el Holocausto es un mito. La otra, que Israel fue creada por occidente debido a sentimientos de culpa respecto del Holocausto y que los palestinos y todo el mundo musulmán fue creado para sufrir a causa de los pecados de los europeos. El hecho de que las dos argumentaciones se contradicen una a la otra no importa. De la enorme cantidad de declaraciones de este tenor, permítanme citar solo un par: el Dr. Rif’at Sayyed Ahmad, del diario al Liwaa al-Islam de El Cairo, una publicación del Partido Nacional Democrático que gobierna, escribió el 24 de junio de 2004, sobre “la mentira sobre la incineración de judíos en los hornos nazis. Cuando estos medios”, escribió, “fueron examinados científicamente, se probó que no era verdad.” En Irán, el Ayatollah Ali Meshkini, cabeza de la Asamblea de Expertos en Qom, dijo el 17 de diciembre de 2005, que “los sionistas… inventaron un reclamo falso. Dijeron que Hitler, los alemanes, los austríacos, quemaron a seis millones en los hornos crematorios…Intentaron convencer con mucha convicción al mundo que este tema, esta mentira, era verdad..No estoy seguro se la palabra holocausto viene del hebreo o del francés, pero significa quemar seres humanos en los crematorios.” El presidente iraní dijo, como todos sabemos, que el Holocausto era un mito, pero aún cuando fuera verdad, y él no cree que lo sea, por qué deben pagar los palestinos y los musulmanes por lo que pasó en Europa. Podemos decir que no solo los islámicos radicales creen que Israel es el resultado del Holocausto; otros, incluso muchos judíos, también lo creen. Pero es una falsedad demostrable. Antes de la 2° guerra mundial había una enorme presión para que millones de judíos entren en Palestina. Fueron asesinados lo que determine que la oportunidad de crear un Estado Judío se hiciera remota. Los sobrevivientes judíos, un cientos de miles, indudablemente fueron un factor central en la lucha por la independencia de los judíos en Palestina. Si la guerra hubiera continuado uno o dos años, no puede dudarse de que pocos judíos hubieran sobrevivido y en consecuencia la oportunidad del establecimiento de Israel habría sido nula. El Holocausto casi elimina las esperanzas de un Estado Judío. Los británicos se oponían al Estado Judío. También el presidente Truman y el Departamento de Estado. Pero la presión de los norteamericanos judíos y no judíos por igual causó el cambio de las políticas norteamericanas. El Holocausto no tuvo nada que ver con las políticas norteamericanos entonces. El establecimiento de Israel se motivó por factores completamente diferentes. La negación del Holocausto, en sus dos formas, se basa en consecuencia en declaraciones contra-fácticas. Es una parte de la ideología radical en el mundo musulmán que se opone a los musulmanes liberales y que amenaza no solo a los judíos sino a la civilización como tal.

La diferencia principal entre las tres ideologías totalitarias es que el islamismo radical es un movimiento difuso. Bin Laden es importante aún cuando no esté vivo o activo, y su segundo, el pediatra egipcio Ayman el-Zawahiri, aún más. Pero no es un dictador y el movimiento está descentralizado. Desde su punto de vista esto es mucho mejor porque cualquier radical, sea cual fuere su contexto étnico, encontrará una bienvenida cálida en células islámicas en cualquier punto del globo, en base el fanatismo religioso compartido. Hay diferencias dentro del movimiento por cierto: dentro de las sociedades mayoritarias sunnitas, el régimen islámico que gobierna Sudan tiene una composición diferente de los grupos de El-Qaida grupos en Iraq, aunque la ideología básica es la misma. Hay según sabemos una seria división entre las formas islámicas sunnita y shiita y también dentro del islamismo radical. Sunnitas y shiitas sostienen una batalla amarga y asesina en Iraq. El Shi’a radical iraní no es tan anti-nacionalista como la versión sunnitas, y el islamismo radical allí se combina con el plan para construir un imperio nacionalista. Irán busca el control del golfo pérsico contra los sunnitas mediante la combinación de medios políticos, económicos y militares como parte del objetivo islámico de gobernar el mundo, controlando las fuentes de energía de las que depende el resto del mundo. Pero cuando se trata de lo básico, las divergencias se superan como podemos ver por la recepción entusiasta de los líderes del Hamas sunnita en Teheran. El contacto directo entre Iran y Hezbollah es bien conocido. La mente maestra de Hezbollah, Imad Mughniyeh, trabajo desde el interior del Ministerio Iraní de Inteligencia y Seguridad y las unidades de al-Qods (o: Jerusalén) dentro del Servicio de Seguridad Iraní, el Pasdaran. Mughniyeh fue la persona responsable de la bomba de 1992 en Buenos Aires. En Beirut, el Consejo o Shura de Hezbollah, está formado por siete miembros y cuenta con la presencia regular de dos iraníes de Beirut y Damasco. Hamas, que es sunnita por supuesto, tenía un representante permanente en Irán en la persona de Osama Hamdan, que es ahora el representante de Hamas en Beirut y coordinador de la rivalidad del Hamas sunnita y el Hezbolla shiita. La rivalidad sunni-shiita es real y a menudo asesina. Pero cuando se trata de atacar a occidente, y especialmente a los judíos, lo pueden superar.

Una lucha exitosa contra el islamismo radical, aparentemente, solo puede ser conseguida con una alianza con los musulmanes anti-radicales porque son los blancos inmediatos de los islámicos radicales; son vistos como herejes que deben ser eliminados. Se sugiere un acercamiento cuádruple: uno, la propaganda masiva no contra el Islam sino contra el islamismo radical junto a musulmanes moderados, que los hay por millones; segundo, medidas socio-económicas dirigidas hacia los musulmanes comunes que no sean administradas por los regímenes actuales corruptos y autoritarios en casi todos los países musulmanes; tercero, alianzas políticas con fuerzas musulmanas y no musulmanas en todo el mundo dirigidas explícitamente contra los movimientos islámicos radicales; cuatro, el uso de la fuerza siempre que sean identificados los objetivos pero solo como última alternativa a ser evitada siempre y donde fuera posible. Usualmente, aunque no siempre, el uso de la fuerza es contraproducente.

Muchos europeos y otros creen que si no cooperan con los que se oponen al islamismo radical evitarán ser atacados. Es el mismo error trágico que similares personas bien pensantes hicieron frente a los nazis y a los comunistas en su tiempo: hoy todos somos los objetivos; y si los radicales triunfan al vencer a alguno de nosotros, seguirán con otro. Estamos todos en el mismo barco. Deberíamos forjar un frente unido contra este peligro existencial, genocida y universal porque señalan como blanco primero a los judíos y a los norteamericanos, pero luego seguirán todos los demás.

Traducción: Diana Wang

Conferencia pronunciada por el profesor Yehuda Bauer en Jerusalén 2007, durante el encuentro de sobrevivientes realizado el pasado noviembre. Original en inglés.

Comentario sobre “Las benévolas” de Jonathan Littell.

Se ha publicado en castellano la polémica novela de Littell (Editorial del Nuevo Extremo, 2007, Barcelona). Libro aclamado, premiado, criticado, denostado, encumbrado, fuente de controversias frente al que es imposible quedar indiferente, está siendo un acontecimiento en el mundo literario. Las benévolas aparecen mencionadas solo en el título y luego de casi mil páginas recién en el último párrafo donde dice "Las benévolas habían dado con mi rastro”. No hay explicaciones. Si lo entendemos, bien, si no lo entendemos, no es preocupación del autor, no nos ayuda en nada, no nos facilita las cosas. Toda una metáfora del contenido nodular del libro, de los indicios que recibimos a diario y que no conseguimos decodificar apropiadamente y que solo se nos harán visibles si nos desnudamos de justificaciones y nos internamos en sus significados y consecuencias. Veo que tampoco parece claro lo que digo sin contar el libro. Imposible contar lo que solo se puede leer en cada una de las casi mil páginas.Nada es fácil en este libro que deja múltiples claves y guiños para ser descubiertos por el lector, no hay pretextos y, lo que es mucho más inquietante y difícil de digerir, su actor principal, el oficial nazi Max Aue, no cree precisarlos. ¿Quiénes son las benévolas?   Entonces uno debe ir en a buscar los sentidos, en medio del lodo espeso y sin puntos de referencia. ¿Quiénes son Las benévolas? ¿Por qué el título? ¿Qué nos quiere decir con ello? Sabemos que es otro de los nombres de las erinias, las furias, las deidades de la mitología griega que persiguen a los criminales y distinguen culpables de inocentes. Fueron ellas las que permitieron que Orestes fuera declarado inocente del asesinato de su madre. ¿Pero quiénes son las benévolas en esta novela? ¿Son los dos policías que acosan como moscas molestas al protagonista y lo persiguen sin descanso por un crimen que él no recuerda haber cometido y del que, en consecuencia, se cree inocente? ¿Somos los lectores a modo de conciencia moral social, los que tenemos en nuestras manos la historia con el relato de todos sus crímenes y deberemos dirimir sobre su culpabilidad o inocencia? ¿Se trata del protagonista o de todo el pueblo alemán? ¿Acaso es Max Aue mismo el que con su relato en primera persona acusa a todos los “buenos alemanes” de la posguerra, a los que “no sabían”, a los que “no tuvieron más remedio”, a los que “no pudieron oponerse”, a los que “nunca hicieron nada”? Lo cierto es que la responsabilidad, la culpa, la conciencia, la ética, son los temas que campean sobre cada una de las páginas. Max Aue se quita todos los disfraces provistos por la cultura y la educación y cuenta, desnuda y descarnadamente, lo que hizo, lo que vivió, lo que sintió, lo que pensó, sin atenuantes ni contemplaciones. Es el intelectual alemán despojado de melindres que nos enfrenta y nos dice con feroz impudicia “éste soy yo, así he sido y lo peor es que soy tan humano como usted que sostiene este libro” y todas las anclas que uno cree que tiene en su mundo civilizado caen hechas pedazos y se deshacen en esquirlas que nos penetran y ahí se quedan. Nadie elige asesinar.     Max Aue es un joven jurista que, si hubiera podido elegir, según sus palabras, si no hubiera nacido en Alemania en ese tiempo y en esas circunstancias, se habría dedicado con gusto a sus dos amores, la música o la literatura. “Nadie elige asesinar” dice, y a poco agrega sombrío: “ni tampoco ser asesinado”. La palabra “benévolas” del título es una ilusión perversa porque en lugar de hablarnos del Bien –como parece sugerir la palabra- este texto habla exclusivamente del Mal, sin dejar resquicios, sin brindar atenuantes. Comparada por algunos con La guerra y la Paz, multi premiada, suscita controversias por doquier. Claude Lanzmann no aplaude la obra; dice que Littell se ha fascinado con el horror en este escenario de muerte con un regodeo morboso. Pero Jorge Semprún califica a esta novela como el acontecimiento del siglo. Se trata del Mal.     Littell nos lleva de la mano hacia lo más horroroso del horror, sin disimulos, nos pone en contacto con la pura esencia del Mal, forzando una redefinición de lo humano. Sin culpa, impiadoso consigo mismo y con lo que las circunstancias lo llevaron a hacer, pinta un escenario sin lugar para el amor, la ternura o la gratitud. Amargo, ácido, descarnado, escatológico –tanto en relación a la muerte como a las heces-, impiadoso, cruel, anguloso, hiriente, escéptico, pesimista. No deja resquicio por donde pueda entrar la luz. No queda. Nos cierra en las narices todos los huecos posibles por donde habría podido colarse la esperanza. Littell abre la caja y, más drástico aún que la pobre Pandora que al darse cuenta de lo que había hecho consiguió que quedara guardada la esperanza, ni siquiera nos deja la esperanza. Nos deja vacíos. Mejor no saber.     Entonces uno podría uno preguntarse, ¿para qué leerlo? ¿cuál es el sentido de sumergirse en las letrinas malolientes de sus páginas? ¿no basta ya con las penas cotidianas que nos toca vivir? ¿para qué meterse con todo esto? Son preguntas lícitas, cada uno verá cómo responde, cuánto de este mundo siente que le es propio, cuánto tiene ganas de conocer de nuestra propia humanidad, hasta dónde está dispuesto a conocer cómo son las cosas en situaciones de guerra, no solamente la Shoá, sino en cualquier guerra. Es más fácil prender la tele y ver alguna miniserie, o un programa de chimentos, o una novela de amor y emborracharse un rato con esa irrealidad. Littell escribe sobre una realidad que toda nuestra cultura se esfuerza en desconocer y usa como materia prima sus propias vivencias como voluntario durante siete años en zonas de conflicto como Bosnia-Herzegovina, Afganistán, Congo, Chechenia y Moscú. Lo visto allí alimenta las imágenes escatológicas del horror más abyecto. Y da igual donde sea o cuando sea. Las mismas atrocidades se repiten a sí mismas aquí o allá, hoy o entonces. Nadie que no lo haya visto puede describir el espanto como él lo hace. Sobre el autor.     Nació en Estados Unidos pero fue a Francia de pequeño y vivió allí hasta terminar su adolescencia. Cursó luego sus estudios superiores en la universidad de Yale. Proveniente de una familia judía polaca que había emigrado a los Estados Unidos a comienzos del siglo XX, el tema de las guerras lo acompañó toda su vida. En una parábola personal que tal vez haya comenzado con la guerra de Vietnam culmina en 2oo1 cuando vio “Shoah” de Claude Lanzmann. La fuente de inspiración de Las benévolas fue una fotografía de una bella joven rusa, asesinada por los nazis, cuyo cadáver había sido devorado por los perros. Con menos de cuarenta años recibió el premio Goncourt de 2006 y el Grand prix du roman de l'Académie française de ese mismo año. También consiguió la ciudadanía francesa que le había sido denegada dos veces antes. Está casado con una belga y viven en Barcelona junto a sus dos hijas. La pregunta que quiso responder.     Littell dice haberse inspirado en la Orestíada de Esquilo. Según el modelo griego, el protagonista habla en primera persona, no busca excusas ni justificaciones, lo hecho hecho está haya sido consciente o no de lo que hacía. Es un texto políticamente incorrecto, sumamente incómodo y revulsivo. Preferimos pensar en buenos y malos, en compartimientos estancos, lo que no nos facilita comprender la naturaleza de los crímenes de Estado y de las conductas de las personas responsables de ejecutarlos. A ello dice Jonathan Littell quiso responder con esta obra. Suele decir Jack Fuchs “¿por qué se pregunta sobre el Mal, a los sobrevivientes, a las víctimas?, ¿por qué no a los perpetradores?”, y es éste el eje del libro. El horror del horror.     La Shoá es uno de los hechos más y mejor documentados de la historia de la humanidad. Hay mucho material, documentos, tanto del lado de las víctima como del lado de los perpetradores, más aún luego de la caída del muro que abrió los archivos del este europeo. El período posterior a la ruptura del pacto Ribentrop-Molotov, allí donde comenzó la “solución final”, se revela acá con toda su crudeza, su crueldad. Aún para quienes lo conocen, es sorprendente el grado de improvisación de los escuadrones de la muerte, los Einsatzgruppen, el caos de esas primeras matanzas inexpertas en las que de a uno, “artesanalmente”, debieron ir “aprendiendo” sobre la marcha en el torbellino del asesinato rutinario. Asesinaron de esta manera a un millón y medio de personas (número estimado aunque recientes investigaciones indican que es mayor), en una amplificación superior a cualquier imaginación del infierno en la tierra. Las escenas que relata me evocaron esa primera media hora magistral del film de Spielberg, “Rescatando al soldado Ryan” con el desembarco en Normandía, el horror, el caos, la confusión, la sangre y los miembros desgarrados, los aullidos, la pérdida de los puntos de referencia, el absurdo llevado al paroxismo. Sabemos que el plan del asesinato industrial, llamado “solución final” fue planteado luego de la invasión en junio de 1941 y aprobado en la conferencia de Wannsee el 20 de enero de 1942. El plan de exterminio industrial tuvo varias razones. Una muy importante fue el daño psicológico de los soldados que debían hacer efectivo el asesinato. El alto mando nazi se vio inundado de protestas de los familiares de quienes estaban en el frente del este, los miembros de los Einsatzgruppen, que dejaban entrever en sus cartas los efectos que les producía lo que debían hacer. Insomnio, pesadillas, angustias, diferentes síntomas físicos y mentales era lo que contaban en las cartas que enviaban a sus familiares. Los soldados se habían enrolado en la convicción de hacer lo mejor para Alemania. La idea de echar a los judíos les era grata pero de ahí a asesinar ancianos, mujeres embarazadas, jovencitos y especialmente niños, había un gran paso. La violación de un instinto genético.     Recientemente se ha probado que la tendencia a proteger a los cachorros de la especie, a los niños en nuestro caso, está genéticamente determinado, que no se trata de una construcción cultural sino que forma parte del código genético. Además de otras violencias, los miembros de los Einsatzgruppen debieron violentar también su código genético una y otra vez, frenar su instinto de protección natural al ser testigos o actores del asesinato de niños. La operación psíquica que debían realizar los asesinos para acallar sus instintos tenía un alto costo en el sufrimiento resultante. Con la obsesión de un entomólogo Littell relata lo que hacían, cómo lo hacían, lo que veían, lo que olían, y también sus conversaciones y dudas. Día tras días debían salir a repetir las mismas conductas, a ver las mismas imágenes, escuchar los mismos lamentos, oler las mismas pestilencias, acallar sus mismos reparos, soportar sus recurrentes pesadillas. El asesinato vuelto rutina, la muerte despojada de sentido porque la tarea debía ser hecha, la naturaleza de la supervivencia de lo humano violentada de múltiples maneras. Pero a la noche, no siempre el alcohol adormecía los sentidos, las imágenes retornaban, alguna mirada de alguna víctima se instalaba y acusaba, ninguno era inmune, ninguno podía olvidar lo que había hecho durante el día sabiendo que era lo mismo que seguiría haciendo al día siguiente y al subsiguiente. La locura y la razón.     Todo parece el delirio de un loco. Pero Littell expone en varias oportunidades –y esto es lo más revulsivo- que lejos de ser el delirio de uno o de unos locos, el nazismo estaba basado en una ideología, en una cierta racionalidad con bases culturales poderosas y que fue generado, apoyado y sostenido por personas cultas, por académicos, intelectuales y artistas. Dice en una entrevista: “Desde muy joven, recuerdo que parecía algo más o menos refrendado que el comunismo ha sido una ideología más seria que el fascismo. Que tenía su propia racionalidad, su sentido interno y nadie se tomaba demasiado en serio a los nazis. Cuando me puse a investigarlo, me di cuenta de que su ideario también se basaba en raíces sólidas. Aunque con diferencias con el fascismo en su pensamiento económico, me pareció que era una visión del mundo muy construida, que no sólo se reducía a lo que un loco vociferaba por la radio, aunque eso también funcionara”. La constante mención al peligro comunista, nos recuerda qué pasaba en la década del treinta con el stalinismo, el rechazo que los bien pensantes sentían por sus millones asesinados, y cómo desde esta perspectiva el ascenso y triunfo del nazismo era la promesa, no solo para los alemanes sino también para gran parte de Europa, de que esa barbarie habría de ser impedida. Littell pone en boca de los protagonistas comentarios en contra de algunas acciones que debían ser llevadas a cabo; por ejemplo el cuestionamiento de oficiales nazis sobre la necesidad del exterminio de los judíos; aunque acordaran con el propósito de parar al comunismo y darle a Alemania la oportunidad de emerger de la derrota, tomaban esos actos desgraciados como las imperfecciones que debían ser mejoradas en pos de seguir el camino adecuado. La ilusión del “nunca más”.     Hoy es para nosotros tan automático el adjudicarle al nazismo lo patognomónico del Mal que es difícil aplicar algunos de estos razonamientos a otras construcciones socio-económico-políticas, pero si se hace el esfuerzo de mirar en este espejo la reflexión pega como un mazazo en la cabeza sobre nuestras opciones como individuos en esta sociedad en la que no se cuestiona, por ejemplo, el valor ético de nuestro estado de cosas y sus consecuencias no sólo la ecología y la exclusión social sino aquellas directamente criminales en las que fuerzan a vivir a cientos de millones de personas en la sub-alimentación, precariedad sanitaria, mortalidad infantil, el tema de las patentes medicinales que impiden a muchos millones curarse de enfermedades curables, el tema de la tortura, procedimiento aceptado oficialmente solo por algunos países pero que es ejecutado por absolutamente todos como EL sistema de recabar información en este mundo presionado por terrorismos de diferente calibre pero de progresiva peligrosidad. Ni qué decir que los genocidios y los horrores han seguido y siguen y que el mundo ha aprendido mucho sobre cómo ejercitar el Mal. Es más tranquilizador pensar en el Mal como aquello que sucedió allá y entonces, en Europa y por culpa del nazismo que ver en qué medida integramos sociedades vulnerables y altamente injustas y en tantos sentidos, asesinas. La cultura no alcanza.     Este libro revela, una vez más, que la cultura no es un dique eficaz contra el horror, los nazis son la prueba irrefutable de ello. Las citas y referencias bibliográficas, musicales, filosóficas que están puestas en boca de los distintos personajes de la novela, nos deja tan boquiabiertos como sus acciones asesinas. El libro tiene una estructura musical, está organizado al modo de una suite de Bach, aunque con ciertas licencias. Sus partes son "Tocata", "Allemandas I y II", "Courante", "Zarabanda", "Minueto (en rondós)", "Aire" y "Giga" como otra de las claves que nos deja su autor. La suma de las perversiones.     Es evidente que la intención de Littell al contar la historia en primera persona es mostrar que cualquiera de nosotros podría estar en el lugar del protagonista, un hombre culto, refinado, muy inteligente, eficaz, sensible, un jurista amante de la música y la literatura. No odia a los judíos aunque toma las hipótesis antisemitas como verdades científicas, del mismo modo que lo hicieron sus compatriotas y la gran mayoría de los europeos. Pero agrega un giro a esta sofisticación porque el protagonista es homosexual, incestuoso, fascinado por la degradación física, servil, dominador, salvaje, anárquico. Ha agrupado en él toda unas serie de rasgos psicopatológicos o perversos que han sido atribuidos a los nazis y que, como licencia literaria, están todos en una misma persona. Es el super hombre nazi, el que todo lo puede, el que no debe dar explicaciones, al que todo le corresponde. El escenario del cuerpo.     El cuerpo está presente de manera protagónica en cada página, en cada situación relatada, el cuerpo con sus productos, el cuerpo con sus sensibilidades y olores, el cuerpo como lugar de la vida concreta, la encarnación de las ideas y de las contradicciones. Sus pasiones, sus conflictos, sus deseos y abyecciones, sus conductas están insertas en escenarios de vómitos, deposiciones, orines, sangre, pus y fetidez, en las descripciones minuciosas de miembros desgarrados, interiores expuestos, cadáveres impúdicos. No acusa remordimiento alguno, incluso menciona con sorna despectiva a los nazis que sintieron luego de terminada la guerra la necesidad de explicar sus conductas, que se sintieron avergonzados y duda de su honestidad en las justificaciones. Él ha tomado nota de su vida en los años bajo el nazismo, en especial a partir del 41 con la invasión y asesinatos en los países del este, y lo relata como algo que le sucedió en lo que se vio envuelto y de lo que no tiene responsabilidad ni culpa alguna. Pero su cuerpo dice otra cosa. Desde 1941 y siempre después lo acompañarán vómitos, diarreas, náuseas diversas que lo toman por asalto de manera dolorosa. Ha sobrevivido la guerra, se ha construido otra identidad y vive a salvo, salvo de su propio cuerpo. Están todos.     Es evidente que Littell ha hecho muy bien sus deberes y se ha documentado de manera exhaustiva sobre cada uno de los temas, escenarios y personajes. Como Forrest Gump, Max Aue atraviesa los distintos escenarios de la guerra y conoce a sus personajes paradigmáticos. Está en las primeras matanzas de los Einzatsgruppen cuando la invasión de la URSS, luego en el desastre de Stalingrado, en recepciones de jerarcas nazis, en los diferentes campos de concentración, en el Berlín bombardeado y en destrucción progresiva de los últimos meses, hasta visita al Füher mismo en su búnker pocos días antes de su suicidio. Nos brinda excelentes y vívidos retratos de Himmler, de Speer, de Eichmann, de Heydrich, de Hoess, de varios poderosos industriales, el poder que alimentaba la guerra. Entramos con él en los salones del Mal de manera cotidiana, conociendo a los personajes en sus debilidades, sus pequeñeces, su humanidad más pedestre. Lo que resulta particularmente aterrador porque, resultan ser –aunque a uno le repugne- personas iguales que nosotros, o al menos reconocibles en su humanidad, no son demonios ni seres sobrenaturales, son como cualquiera, temen cosas similares, luchan en internas políticas como cualquier persona que tiene a su cargo alguna cosa que debe hacer si quiere llevar adelante sus propósitos, aciertan, se equivocan, juegan al azar, amenazan, aprueban, negocian, ofenden, agradecen, castigan, premian, aman, odian. Por más que uno se quiera distanciar para salvaguardar su salud mental, no puede más que ver la humanidad en cada uno lo que a uno lo deja sin aire, como si le hubieran pegado en el plexo, acorralado y sin saber donde ni a quien pedirle auxilio. Consejo.     Tantas veces nos preguntamos para qué seguir hablando de la Shoá. “Las benévolas” de Littell son una respuesta. Estudiando la Shoá podemos conocer los rincones más oscuros de nuestra naturaleza, nuestra peligrosa vulnerabilidad como sociedad, la progresiva aceptación en la que podemos caer de ideas con las que no estamos de acuerdo pero que sin embargo refrendamos, lo frágil que puede ser nuestro lugar como ciudadanos responsables. Nos deja pensando en cuál es la educación que debemos propulsar, hacia dónde destinar nuestros esfuerzos si de verdad queremos construir un mundo mejor.

Un consejo: si después de lo que le conté se anima, no se lo pierda. Y otro consejo más: si lo lee, al terminar, vuelva a leer la introducción.

La diferencia la establecen los victimarios

A veces oímos con estupor –yo al menos siento estupor- cuando los alemanes enarbolan el bombardeo de la aviación inglesa sobre la ciudad de Dresden, sucedido en las postrimerías de la Segunda Guerra, el 24 de agosto del 44, en el que murieron decenas o cientos de miles de alemanes civiles (las cifras van entre 35 mil muertos oficiales a 350 mil muertos, según sea quien lo dice). Dicen “nosotros también fuimos víctimas”. Y es verdad. Gran parte de la población civil alemana fue víctima tanto del nazismo como del ataque de los aliados. Pero nosotros, como judíos, como víctimas designadas a la destrucción total, entendemos que no se trata de la misma calidad de víctimas. Pensando en los muertos, es cierto que los muertos son muertos vengan del lado que vengan y suena incómodo trazar líneas, establecer diferencias. Pero no se trata de la misma calidad de víctimas y en eso no se desmerece en nada la injusticia de los muertos en Dresden, sino que se ponen las cosas en el nivel lógico que corresponde. Las víctimas lo son porque hubo victimarios que así las designaron y son los victimarios los que establecen la diferencia cualitativa. En ese sentido, este comentario que no puedo soslayar sobre un artículo publicado recientemente por Pilar Rahola.(Ver artículo mencionado en: http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=968790)

Menudo lío en el que me siento metida luego de leer el texto de mi querida Pilar Rahola publicado el viernes 7 de diciembre de 2007 en La Nación, “Todos los muertos merecen un lugar en la memoria” que complementa ese otro artículo que escribiera luego de su aparición en el programa de Mirtha Legrand “En el diván con Mirtha Legrand” (abajo están ambos). Con su delicioso acento ibérico, su verba florida, su sagacidad e inteligencia, su compromiso y valentía, su espontaneidad y frescura, ha dicho en innumerables ocasiones aquello que pocos se atrevían a decir, suelta de cuerpo, sin temor –aparente- a ser denostada, juzgada, criticada. Valiente y tal vez disfrutando de sus desafíos que revelaban su independencia y libertad intelectual. Sea que se tratase sobre cuestiones de género como sobre temas de política internacional –no sólo respecto de temas de oriente medio, en particular relativos a Israel- y sus acérrimas críticas sobre una izquierda paleontológica, su mirada nos ha hecho reflexionar y revisar lugares comunes, cuestiones que algunos daban por ciertas y no sometían al rigor de la razón, poniendo algunos puntos sobre las íes y abriendo puertas a la lucidez y al diálogo. Fue un soplo de frescura para muchos judíos escuchar a esta no judía hablar con objetividad y clara conciencia. La alegría de muchos fue grande cuando la vimos trascender las fronteras de las audiencias judías y ser convocada por la televisión abierta y luego cuando comenzó a ser columnista de uno de nuestros periódicos. Pero estos artículos me hacen ruido, me producen malestar y por respeto a sus luchas y a su honestidad intelectual, me veo obligada a responder. No sé cuál es el objetivo de sus palabras ni a quién están dirigidas. Cuando reclama por un lugar en la memoria, aparentemente se refiere a un lugar en la memoria de las conmemoraciones oficiales, a un lugar en la memoria en los medios de difusión. Reclama, por lo que entiendo y con razón, que las víctimas lo son tanto de uno como de otro lado, y cuestiona que no se preste la debida atención a las víctimas del “otro lado”, que se vea como más víctimas a las de “este lado” y que a las del “otro” casi se las trate de culpables. Planteado así, obviamente que no podemos desacordar con ella. Los civiles muertos son muertos estén donde estén, sean quienes fueren, hutus, tutsis, judíos, gitanos, bosnios, croatas, armenios, sudaneses, chechenios, timorenses, chinos, coreanos, sudafricanos, vietnamitas o afganos. Poco importa de qué lado los puso la vida. La mayoría de los civiles han muerto porque nacieron en un determinado grupo, porque estaban cerca de alguien, porque eran parientes o vecinos de alguien, no por alguna acción que hubieran realizado, no por ser soldados ni ser culpables de nada. Más propiamente en nuestro país, sea que se trate de alguien que figuraba en una libreta y que fue “chupado” durante la dictadura como de alguien que vivía en el mismo lugar en donde estallaba una bomba dirigida a otro, se trató, muchísimas veces de gente inocente y su muerte sigue siendo injustificable y el dolor que embarga a sus familiares, irreparable. También cuando, en su artículo anterior, recuerda a Hebe de Bonafini brindando por el ataque a las torres gemelas o menciona que en la prensa argentina se trate como héroes a los militantes de la guerrilla que mataron a mansalva, sentimos cuánto camino aún por recorrer nos falta en la comprensión de nuestro pasado cercano. Pero hay un punto que no devela en ambos artículos y es lo que produce esta molesta disonancia. Se trata a mi juicio de que ha pasado por alto quién es el perpetrador en cada caso, cuál es su lugar en el concierto social, qué representa o qué alega representar para el contexto y para la historia. No es lo mismo, creo yo, que el asesino sea el Estado a que el asesino sea un grupo de ciudadanos aunque se llamen a sí mismos “ejército”, se trata de niveles lógicos diferentes, de jerarquías disímiles en la estructura de la sociedad. Cuando el agresor es el Estado mismo, cuando de sus espacios de protección o cuidado surgen los grupos de tareas –pagados por todos nosotros- que torturan, roban, asesinan sin respeto a la ley y con absoluta impunidad, sin hacer públicas sus acciones, ocultándolas y mintiendo sobre ellas, al amparo del sistema político que ordena, avala y concede, hay una doble agresión –al agredido porque es asesinado y al sistema porque es herido de muerte-. Esta doble agresión convierte a la víctima también en un símbolo. Los actos de la guerrilla, aunque en su interior se arrogaran la intención de cambiar el mundo o se auto erigieran en árbitros de la vida y la muerte, no estaban avalados ni pagados por la sociedad, por el sistema estatal, por ninguna estructura que le diera el menor asomo de legitimidad. En un caso el Estado convertido en agresor al amparo del sistema político que los legitimizaba y en otro, ciudadanos comunes delinquiendo en la ilegitimidad. Ésa es toda la diferencia. No está en el lado de las víctimas. Está en el lado de los perpetradores. El honrar a las víctimas de “este lado” más que a las del “otro” tiene que ver con el juicio que hace la sociedad a los perpetradores encaramados en una alegada representación pública, en los cómplices silenciosos de la sociedad civil, empresaria y política, que alentaron, apoyaron y silenciaron durante mucho tiempo las iniquidades bizarras que tuvieron lugar, los asesinatos a mansalva, las arbitrariedades y vergüenzas. Estamos muy lejos de oír los debidos “mea culpa” de estos sectores de nuestra sociedad que permitirían el comienzo de lagunas cicatrizaciones. Hay quienes sospechan que este gobierno busca posicionarse en el lado de la “correctez política” dándose un baño de ética merced a la defensa de los DDHH. Defender a los DDHH tiene buena prensa nacional e internacional, será tomado elogiosamente, garantiza la aprobación de sectores bien pensantes que tanto hacen falta para la construcción y sostén de poder. Algunos estarán interesados genuinamente por el tema y otros lo enarbolarán como las cuentas de colores con que se engañaba a los indígenas, esos fascinum que producen encantamientos y compran algunos silencios o distracciones mientras lo de Skanska, la bolsa del baño del ministerio de economía, la desaparición de López, los decretos de necesidad y urgencia, la falta de diálogo con la prensa, los estilos autoritarios y algunas pequeñeces que sería largo enumerar son silenciadas. Claro que es bueno ocuparse de los DDHH. Es bueno para que más de uno se entere de lo que aquí pasó. Es bueno para los familiares de las víctimas que han debido soportar años de silencio y ninguneo y sienten hoy que por fin son reconocidos, su dolor tiene un espacio social que antes les era denegado, su lucha está recibiendo el reconocimiento social que merecen y permite instalar el tema en las escuelas junto con las debidas lecciones de responsabilidad social que comportan. Por otra parte, ¿qué reclaman los familiares de los del “otro lado”, de los del lado de los perpetradores y que parece estar siendo denunciado por Pilar Rahola? ¿reconocimiento social de su dolor? ¿espacio en los medios para expresarlo? Bienvenidos sean ¿por qué no? Bienvenida sea también esta nueva conciencia de su lugar en el concierto social de parte de sectores que no siempre se mostraron interesados en ello y que defendieron lo realizado por los perpetradores como actos en bien de la patria. Y será mucho más bienvenida si viene asumida y potenciada junto con la expresión de reconocimiento de la herida en la estructura social y política argentina que el proceder de los perpetradores estatales legitimados por cargos y funciones, ha producido. Lloremos a todas las víctimas por igual. Pero en tren de recordar, no olvidemos que donde hubo una víctima, hubo un victimario. En cada víctima que se llora se recuerda el victimario que produjo su muerte y la herencia social que conlleva. Lloremos a las víctimas del terrorismo y recordemos que fueron muertas por personas que creyeron que tenían el derecho de salvar al mundo sin medir cómo ni cuánto, que incurrieron en delitos y crímenes y que por ello deben ser señaladas y castigadas, que debemos enseñar a nuestros niños que no puede tomarse justicia por propia mano. Lloremos a las víctimas de la dictadura militar y recordemos que fueron muertas por personas que representaban al Estado, que estuvieron avaladas por una parte importante de la ciudadanía –empresarios, políticos, profesionales, periodistas, gente de la cultura, sindicalistas, miembros de los cuerpos de gobierno y seguridad-, que asesinaron, torturaron y robaron y que por ello deben ser inscriptas en la memoria institucional de nuestro país y enseñemos a nuestros niños que el delito propugnado, ejercido y defendido por el estado es una herida mortal al futuro.

Rojos de vergüenza

“Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené – Teatro CervantesConocer, aceptar y asumir, como argentinos, que nuestro gobierno ha sido cómplice de la muerte de tantos, es duro pero inevitablemente necesario. No me refiero a la reciente dictadura militar, aunque bien podría aludir a ella la frase anterior, sino al comienzo de la década del cuarenta, cuando miles de judíos europeos buscaban refugio y las puertas del mundo se les cerraban en la cara. También las de Argentina. ¿Cuántos miles de personas perecieron porque el entonces canciller Cantilo ordenó a sus diplomáticos no emitir visas para esos “indeseables” que imploraban a las puertas de las embajadas? Se acaba de estrenar en Buenos Aires “Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené. Cuenta la ordalía de un joven alemán recién llegado a la Argentina que intentaba conseguir los papeles para salvar a su familia. El burócrata que va respondiendo con evasivas, con comentarios despectivos, requerimientos imposibles de ser satisfechos, nos avergüenza y abruma. Rudy Laser intenta infructuosamente conseguir la “llamada” para poder traer a sus padres y a su hermana Lotte que esperan en Hamburgo. Un Hamburgo cuyas paredes se van corriendo en una progresiva opresión mientras se les quita poco a poco el trabajo, las posesiones, la intimidad, las decisiones, la dignidad y por último la vida. Van y vienen las cartas. En unas, Rudy habla de la adaptación a este nuevo país, a su idioma, sus costumbres y los avatares de sus intentos de conseguir los papeles. En otras, Lotte cuenta los sueños de los que esperan, el desaliento, la frustración, el pedido perentorio de salvación, con medias palabras, sin decir nada del todo por temor a no salvarse la censura. Y en medio, el empleado consular, los papeles, el dinero, los sellos, las fotos, los certificados, los tiempos inexorables, las negativas, la impotencia, el deambular por oficinas públicas de los refugiados alemanes y austríacos en aquellos años que, para muchos argentinos resultará seguramente un hecho desconocido. Daniela Catz es en la vida real, la nieta de Rudy. Tenía un manojo de cartas dirigidas a él, escritas por su hermana Lotte entre 1938 y 1940, las hizo traducir y se las mostró a Juan Carlos Gené quien concibió y construyó con ese material esta magnífica obra que, con sencillez y transparencia nos sume en una reflexión profunda sobre las consecuencias concretas de la indiferencia. No hace falta ser judío o alemán para sentir hervir la sangre. Cualquiera que comparta esta ceremonia de exorcismo colectivo y vea abrirse esta porción abyecta de nuestro pasado nacional no podrá menos que ponerse rojo de vergüenza. La Circular 11, emitida en 1938, negada por los sucesivos gobiernos que supimos tener, era una pesada sospecha antes de confirmarse su existencia hace unos pocos años. Aunque lo sabían los judíos que solo consiguieron ingresar a la Argentina mintiendo sobre su origen, aunque Uki Goñi lo publicó en “La auténtica Odesa”, recién con el documento probatorio en la mano fue indudable que a partir de julio de 1938, el gobierno argentino había prohibido el ingreso a judíos. En 2005 el canciller Bielsa remontó esta vergüenza nacional y procedió a su derogación. Juan Carlos Gené honra su habitual compromiso ideológico y hace pública la existencia de la vergonzosa Circular 11. Con las cartas como texto, una puesta engañosamente simple porque transcurre en varios niveles, excelentes actuaciones y una escenografía despojada, nos conmueve y sumerge en esta historia particular de la familia Laser a quienes seguimos en estos dos años de intercambio epistolar y, conteniendo el aliento, los acompañamos en la progresiva tensión del nudo que aprieta y ahoga toda esperanza. Daniela Catz es ella misma en un ejercicio de memoria conmovedor y es también su tía abuela Lotte a quien se parece tanto. Desfilan ante los espectadores los documentos, las fotos, los parecidos, los sobres, las evidencias de la verdad y uno está ante un fragmento de realidad tejida y compuesta por la ficción dramática. Gené es él mismo, comenta, traduce, guía, señala, subraya, demiurgo de este docu-drama, dolorido testigo de la iniquidad. Ora en el centro de la escena, ora en uno de los costados, encarna la conciencia moral, es el contexto, nos recuerda –por si lo olvidamos o no lo habíamos advertido- el horror que está implícito en los distintos momentos de la acción. Y repite irónicamente, como una letanía, que “era una cuestión de apellidos”. Dice Zully Wyszogrodski, hija de sobrevivientes como yo, que “se trata de un homenaje a nuestros familiares, que Daniela trae a su tía abuela cada noche al teatro ante testigos-espectadores que celebran su llegada a Buenos Aires. No es un testimonio, ni un cuadro, ni un documento periodístico o histórico, ni una pintura, ni una obra literaria pero es todo eso a la vez. Es la magia del teatro que parece cambiar la historia y recibir una y otra vez a Lotte Laser cada noche de la mano de los actores”. Aída Ender, otra hija de sobrevivientes, recordó la conocida frase en idish az men leibt, deleibt men, si uno vive lo llega a vivir, aludiendo a nuestra fortuna de poder compartir esta ceremonia de reconstrucción de la memoria y de recomposición familiar, en homenaje a las familias que la Shoá ha desmembrado sin remedio. Es también el reconocimiento, como argentinos, de la responsabilidad que nos cabe y les debemos esa satisfacción póstuma a los perpetrados, a los sobrevivientes y a todos los que respetamos los más elementales derechos humanos. Es lo que nos permite este trabajo hondamente encarnado que se exhibe a partir del 3 de noviembre de 2007, en el teatro Nacional Cervantes, en la sala Orestes Caviglia.

¿Alemanes: antisemitas, indiferentes o cortos de vista?

La revista Stern preguntaba hace unos días a sus lectores en Alemania si durante el Nazional Socialismo habían habido también para la población “lados positivos, como la construcción del sistema de carreteras, la eliminación del desempleo, la baja tasa de criminalidad y el reforzamiento de la familia”. El 25% de las repuestas fueron positivas y el 70% negativas. A más de 60 años de terminado el reinado del nazismo que los tuvo como protagonistas voluntarios o involuntarios, uno de cada cuatro alemanes, opina que hubo cosas que estuvieron bien. Algunos comentaristas se alarmaron ante estos resultados tomados como indicadores de que el viejo antisemitismo alemán sigue vivo y en acción. Como hija de sobrevivientes de la Shoá pero más como ser humano y ciudadana, la ideología nazi, el odio antijudío, la persecución y el asesinato, los métodos seguidos tanto para minar la resistencia como para doblegar la humanidad de los perpetrados, la pregunta por el silencio, la indiferencia y/o la complicidad tanto de los alemanes, como del resto de los europeos y de todo el planeta, son temáticas acuciantes, urgentes, que me siguen inquietando e interpelando. Pero, aunque no dudo que sigan existiendo sectores antisemitas en Alemania –y por cierto no solo allí- creo que el resultado de esta encuesta admite otras lecturas y que se vincula con una característica que, lamentablemente, no es exclusiva del pueblo alemán. Mucha gente -¿la mayoría?- en nuestras imperfectas sociedades democráticas no sabe o no le interesa pensar en las implicancias de algunos actos de gobierno, desprecia la política, es indiferente a las decisiones que afectan a los demás, camina con anteojeras cómodas y protectoras y solo atiende a su propia inmediatez. Sin ir demasiado lejos en el tiempo o la distancia, recordemos [1] nuestra época del “deme dos” con los viajes a Miami y las compras desenfrenadas. Recordemos la lujuria del “uno a uno” que nos hipnotizó con el delirio de ser riquísimos. Recordemos el “voto cuota” del menemismo que vendó los ojos de los que ponían los sobres en las urnas. Son recuerdos incómodos que señalan al bienestar como egoísta, mezquino, que nos hace mirar cortito y cerca. Nosotros también –salvando las debidas distancias por supuesto- hemos encontrado “cosas buenas” en medio de un estado de cosas desgraciado que nos condujeron donde estamos, ese bienestar transitorio fue pagado con un costo durísimo que seguimos lamentando. De modo semejante a lo que hizo entonces la mayoría del pueblo alemán, también nosotros no mirábamos más allá de nuestras narices o de nuestros bolsillos y nos íbamos a dormir contentos, si es que formábamos parte del grupo privilegiado que se podía ir a dormir contento, claro. Los que no estaban contentos debían mantener un silencio forzoso, no tenían cómo hacerse oír y, en el caso de Alemania, eran acallados de manera definitiva. Si hacemos un pequeño esfuerzo de memoria, podremos admitir, si no con culpa, al menos con cierta vergüenza, que disfrutamos de un cierto bienestar entumecedor de nuestras percepciones. ¿Decir eso significaría apoyar a gobiernos corruptos, dictatoriales y criminales, a sostener la legitimidad de la tortura o de la desaparición de personas? Recordarnos en nuestra propia comodidad, en el mirar para otro lado, en el dar crédito a las versiones oficiales, en la negación de indicadores evidentes, en el cuidado y el temor por la propia vida y la de nuestros hijos, ¿nos hace afirmadores ideológicos de la dictadura? No olvidemos además que las encuestas son tramposas y arbitrarias. Casi ningún tema importante puede ser respondido con un sí o un no excluyente. La gente responde al boleo, presionada por un micrófono apurado, elige las opciones que le dan, dicotómicas y extremas. Según sean las preguntas y las opciones de respuestas se puede probar cualquier cosa que a uno se le venga en ganas. Las encuestas suelen tener preguntas y alternativas imposibles, como por ejemplo la vieja pregunta de “¿a quién querés más, a tu mamá o a tu papá?” que nos obligaba a elegir solo a uno sin que uno supiera cómo escapar airosamente no hiriendo a nadie. Como suele suceder con los desprevenidos que son abordados por los encuestadores, tampoco se nos ocurría decir entonces “la pregunta no está bien planteada, así no la puedo contestar”. Pero aún merece otro comentario el resultado de esta encuesta, y tiene que ver con la educación. Que uno de cada cuatro alemanes encuentre que en el nazismo hubieron cosas buenas es grave por cierto y lo es más en Alemania, en donde la desnazificación emprendida por los ocupantes norteamericanos en la inmediata posguerra, fue seguida por una política de estado, en la Alemania Federal, de revisión constante de los nacionalismos, totalitarismos y populismos, en todos los niveles de la escuela y en los medios, lo que no fue imitado por ningún otro país europeo. Ni en Francia cuya ciudadanía toda perteneció a la resistencia -no hubo ninguno que colaboró, ¿cómo se le ocurre semejante idea?-, ni en Polonia, ni Hungría, ni en ningún otro. Lo grave de estos resultados es que habiendo habido semejante inversión en la educación en Alemania, a la hora de responder a la pregunta un 70% haya puesto entre paréntesis lo que indudablemente sabía y respondió fragmentariamente atendiendo solo a lo que un cierto sector de la población (ario, blanco, heterosexual, partidario del régimen, dócil) pudo disfrutar. Cuesta entender que ante la sola mención de Hitler o del Nazional Socialismo, no se les hubieran aparecido las imágenes de los cadáveres amontonados, de la industrialización de la muerte, imágenes que forman parte del pasado reciente de la identidad alemana. Pero tal vez se les aparecieron y no había lugar en la encuesta para incluirlo porque no era eso lo que se preguntaba. Pero no digo con esto que el antisemitismo desapareció. Tal vez las imágenes que acudieron a sus memorias tuvieron menor densidad porque se trataba de víctimas judías lo que disminuía quizá para algunos el impacto y la vergüenza. El antisemitismo no se disuelve por decreto ni en una o dos generaciones por mejor trabajo que se haga en educación. Los judíos seguimos siendo para algunos sectores de la población –no solo la alemana sino en todo el mundo cristiano y ahora también en el musulmán-, los portadores de aquellos viejos estereotipos que nos designaron como blancos de la sospecha y del odio. Pero si muchos alemanes reconocen que mejoraron ciertamente sus condiciones de vida durante la segunda guerra luego del desastre económico posterior al Pacto de Versalles, esto no los convierte forzosamente en antisemitas. Que se opine que durante el nazismo no todo fue malo, no quiere decir necesariamente que se piense que el nazismo fue bueno. Se puede concluir que el grado de concientización de la gente es pobre, que las políticas de enseñanza y revisión del pasado en Alemania no han dado todos los frutos esperados. Todavía es una asignatura pendiente en nuestros sistemas democráticos basados en el voto universal, la educación cívica que compense con la reflexión crítica el abrumador peso de la propaganda unido a los beneficios económicos populistas, combinación fatídica que silencia y acalla conciencias. Cuando están atacados los derechos humanos de los otros y uno está cómodo y calentito, uno se siente seguro y a salvo de cualquier peligro. El famoso poema de Martin Niemoeler –falsamente atribuido a Bertold Brecht- sigue teniendo una vigencia demoledora. Es doloroso para nuestra civilización que, ante la pregunta formulada por Stern, la gente no haya dicho –como con la pregunta sobre mamá y papá- “¿cómo me está preguntando eso? No se puede preguntar de esta manera, deja muchas cosas importantes afuera, no lo puedo contestar así”. Alarma pero no sorprende que la gente se vea obligada a contestar cualquier cosa que le pregunten y que lo haga suelta de cuerpo, sin darse el tiempo para pensar. Casi igual a como vota. [1] El plural alude a la conducta de una gran mayoría de la sociedad argentina, no a la de algunas personas que pudieron haber actuado de otra manera.

Sujetas de la historia

A 45 años de haber egresado del liceo -en aquel remoto pero cercano 1962-, nos encontramos el otro día, en este 2007, para conmemorar el magno evento (de seguir vivas supongo, ya que dos de nuestras compañeras se han ido). Del grupo original, fuimos quince, algo así como la mitad. Luego del primer instante de extrañeza, nos reconocíamos en las miradas, los apodos, en las cadencias de nuestras voces, en los gestos y estilos. En pocos minutos se reconstituyó mágicamente el clima de confianza, espontaneidad y frescura de nuestra adolescencia y parloteábamos sin parar sedientas de ponernos al día. En medio de la algarabía, Sonia, que estaba a mi lado dijo algo sobre la primera comunión de su nieta y sin que pueda recordar ahora cómo ni por qué, dejó caer un “…cuando llegamos a la Argentina…” que me detuvo el aliento. ¿Cómo que habían llegado a la Argentina? ¿De dónde? ¿Y cómo yo no lo sabía o no lo recordaba? “¿Cuándo llegaron?” pregunté con timidez y tratando de que sonara como al pasar. “En el 48, escapando del comunismo” dijo. “Claro”, repliqué, “nosotros también vinimos por eso, pero en el 47…” ¿Entonces yo no había sido la única nacida en el extranjero? ¿Por qué nunca lo habíamos hablado? ¿Esa sensación de rareza, de no ser como las demás que otrora no había podido decirme con claridad, no me era exclusiva? ¿Sonia también se había sentido rara, también había salteado en su cotidianeidad escolar el hecho de ser inmigrante aunque estaba oscuramente presente siempre? ¿Cómo nunca habíamos hablado de eso? Y el diálogo siguió fluido pero cauteloso sin que se notaran las corrientes submarinas que me -¿nos?- estaban sacudiendo. Me escuché preguntar tratando de disimular mi ansiedad “¿De dónde era que venían?”. “De Ucrania” me contestó. Ups. Golpe al plexo. ¿De Ucrania?, ¿de ese lugar amado y odiado, anhelado y aborrecido que siempre creí que era Polonia pero que por obra del redibujo de la fronteras se volvió Ucrania?, ¿de MI lugar?, ¿del mismo lugar en el que yo tendría que haber vivido si no hubiera sido por…? Picadas por la curiosidad, ¿Cómo es que no sabíamos? por la coincidencia ¡¿cómo no lo sabíamos?! y por las ganas de que las coincidencias siguieran y temiendo al mismo tiempo de que terminaran allí dada su improbabilidad, seguimos. “¿De qué ciudad?” dejé salir al tiempo que me inundaban sin permiso las imágenes de los lugares que había visitado en Ucrania en el 95. Llegaban atropelladamente la ciudad de Lviv (Lwów en polaco o Lemberg en idish) en donde había parado, las visitas a Stryj, la ciudad natal de mis padres, a Drohobycz, la ciudad en la que se instalaron después de casarse y donde nació mi hermano Zenus, ése que siempre busco, Drohobycz, la ciudad en la que hubiera tenido que nacer… todo esto desfilada ante mis ojos esperaba la respuesta que Sonia titubeaba en dar como pensando para qué quería yo saber el nombre de una ciudad que seguramente desconocía. “Lviv” me dijo como quien dice un improbable Rejkiavik o Mogadiscio. Doble ups. Se me erizó la piel. “Los ucranianos le dicen Lviv pero para mí sigue siendo Lwów como se dice en polaco. Estuve allí en el 95” le dije. “Y yo en el 96” respondió, sus ojos sorprendidos abiertos así de grandes. Fue como caer en un pozo de aire de esos que se sienten en un viaje de avión, un bache, nos quedamos suspendidas, una del silencio de la otra. Tal vez ella también había sentido los “ups” en el estómago. Las preguntas se agolpaban en nuestros ojos y nuestras bocas las dijeron sin pedirnos permiso. “¿Por qué fuiste a Lviv?” seguí. “Para visitar a mi familia” dijo y nuestras respiraciones se hacían más agitadas. “¿Y vos?”. “Para conocer los lugares de mi familia” a mi vez. Y entonces ya el desborde vertiginoso “ ¿De dónde es tu familia?” “Bueno…, es de una ciudad que está al sur de Lwów…” “¿De cuál?” insistió. “Es una ciudad más chica, se llama Stryj” “Ah! Sí, claro! La conocí, estuve…” “¿en Stryj? ¿para qué fuiste a Stryj?” “Para ver a mi familia, ¿no te dije?” “Pará! ¿Son de Stryj, como mis padres?” “No, en realidad somos de otra ciudad que está cerca” “¿Cuál?” “Drohobycz” “No te puedo creer! Mis padres nacieron en Stryj pero se mudaron a Drohobycz cuando se casaron. Yo tendría que haber nacido allí si nos hubiéramos quedado. ¿Qué hacía tu papá?” “Era técnico forestal en Drohobycz” “El mío era carpintero y tenía un negocio de venta de muebles en el Rynek”.Como las babushkas, esas muñecas eslavas de madera pintadas que guardan otra adentro y otra más y aún otra, se abrieron ante nosotras las coincidencias y los colores familiares. No solo los lugares sino las profesiones de nuestros padres, ambas relacionadas a la madera. Los caminos de la vida son misteriosos. Una católica, la otra judía, si no hubiera habido esa guerra y nuestras familias hubieran seguido viviendo en Drohobycz tal vez nunca nos habríamos encontrado, tal vez seguiríamos viviendo en compartimientos estancos como lo hicieron católicos y judíos a lo largo de los siglos. O tal vez, con los cambios de los vientos de la historia, los límites se habrían vuelto algo más porosos y habríamos ido a la misma escuela, en cuyo caso a 45 años de terminada la secundaria, en este mismo 2007, estaríamos como estábamos en Buenos Aires, pero allá, en Drohobycz, en una reunión con nuestras compañeras, recordando anécdotas, travesuras y riendo con los recuerdos de nuestra adolescencia y contándonos sobre nuestras profesiones, nuestros hijos y nietos como estábamos haciendo ahora. Eran dos realidades paralelas. Una, la que era, la real y la otra, en esta fantasía contrafáctica, la que podía haber sido si no hubiera pasado lo que pasó, si el odio, la injusticia y la arbitrariedad, los delirios de un régimen fascista, los prejuicios religiosos y culturales cimentados en siglos de sospechas y desconfianzas que generaron complicidades, indiferencias y traiciones, que naturalizaban la exclusión y luego el asesinato, si los siglos de enemistades, rencores y resentimientos no nos hubieran colocado en veredas diferentes de esa fraternidad esencial que estábamos experimentando en la que una se reconocía en la otra. En una realidad estábamos ahí, en Buenos Aires con nuestras compañeras del liceo, hablando castellano y descubriéndonos en lo que teníamos de semejante, de humano, de vivo y compartido. Coexistíamos también en la otra, en la que sabíamos que podríamos haber vivido con las compañeras del Gymnasium, allá y hablando ucraniano. Aunque - y estas preguntas no llegamos a formularlas en voz alta, los ups al estómago nos habían quitado el aire-, ¿cómo y quiénes habríamos sido en esa otra realidad? ¿cómo habría sido nuestra vida si nos hubiéramos quedado allá? ¿nos habríamos conocido? ¿podríamos mirarnos con la misma frescura y cariño?

Niños de 9 años le escriben a sobrevivientes

En mi reciente visita a mi familia en USA fui invitada a dar una charla a chicos de 4º y 5º grado, 9 y 10 años de edad.  Acepté por supuesto pero fui con prevenciones, temiendo que los chicos se distrajeran, que no les interesara. Me pareció que sería bueno comenzar hablando más de la cotidianeidad, de las diferencias y las diversidades, de los colores de piel y de ojos, de la religiones y las culturas, las nacionalidades y las costumbres, del derecho que todos tenemos a vivir. Llevé para ello varias ramas de un mismo árbol y estuvimos observando las hojas a ver si encontrábamos dos idénticas, y claro, no las encontramos. Ellos hicieron rápidamente la asociación con la metáfora: individuos, familias, grupos, un mismo tronco comun.Había llevado también algunas fotos de "niños" sobrevivientes, tantas como chicos habría y anoté en cada una el nombre, la edad y el país de origen. Luego de una charla introductoria entregué las fotos, una a cada uno y les ofrecí que me preguntaran sobre el niño de la foto que a cada uno le había tocado. Las manitos levantadas y las preguntas que llovían. Fue tan intenso el diálogo y tan interesados estaban en las vidas particulares de cada uno que al cabo del encuentro les pedí que, si querían, le escribieran una carta que yo se las iba a entregar. Transcribí las de 4º grado -al día de hoy todavía no me llegaron las de 5º- y mantuve la puntuación, las mayúsculas y minúsculas y los errores de ortografìa tal cual están escritos. El inglés es un idioma muy difícil de aprender a escribir porque no tiene reglas, los chicos aprenden palabra por palabra de memoria, por eso los errores del texto.

Las cartas:

9/24/07 Dear Diana, Thank you so much for coming to our class today and sharing your stories. They are so important for all of us to hear and learn about. It is especially fascinating to hear the personal survival stories of your friends. It is terrible to think there can be so much hatred, but we must know about it so we can try to prevent it continuing. Already this has stimulated some wonderful discussions and conversations. From all of us in 4th grade. Alison, Leanna, Gio, Cam, Eddie, Kirill, Mijal, Ashley, Cameron, Ixchel, Ashley Ramirez, Benjamin, Jesús, Frankcheska, Javier, Thomas, Diana, Gabi, Jordan, Alice and Tina

Dear Helene I really enjoyed hearing your store. Of survival told to our class by Diana wang. No ofens but when you thought you werer crishsion it was funny. But if it hurts your feelling Ian so sary. But it must Been hard for you to leav the family hoo took care of you. But how did you know same wne you seand hade a moule on his cheack. O will that is all so good by. From Leanna, Room 131, Orion school.

Dear Héléne, I really enjoyed hearing your survival story told by Diana Wang. My favorvite part was when you realiced the mole under your dad`s eye. I live in America. I am interested in World Was two. I don´t like the natzizes nieter does muy mom. I have read many books about it. Did you have a sun or a daughter? Where do you live? What do you speak? What is the climate? I am happy survided the mean and disliked natzizies. From Benjamin, Room 131, Orion School

Dear Irene I loved your story and I´m glad that you got away from the bad naztis! That tried to cill you. And I´m glad that your parents survived also. And you got to live with them the rest of their life. I hope you are happy with your life and strong and helthy. From Ashley, Room 131, orion School

Dear Mira, I really enjoyed hearing your story of survival told to our class by Diana Wang. You are really brave of what you did. Your story is really sad how they kill the people. Is good that you didn´t die. The Nazies were really mean. They never said anything nice to the other people that weren´t like them. I wish you luck. From, Eddie, Room 131 Orion School Redwood City

Dear Dina I really enjoyed hearing your story of surviva told to our class. I like you story because its sad. And a like sad storys. From Jesús

Dear Dina, I really liked your story. My grandma told our whole class an even some 5th graders, your famous now. Alot of people disagreed with the nazies, well at least the 4th and 5th graders don´t. My grandma told about a lot of peopole to survive. Your story is really incredible. I like it that you went with Japanese peopole that whole way, it saunded great! I still don´t get why parent just gave away their kids, just like that. I would never want to leave my mom and dad. I would cry everday for the rest of my life. I learned a lot, I wish I could stop the nazies. Much love, Mijal

Dear Katy, I want to know how you felt when the war was. I also feel that people who are killing and doing those things to the familys are not respecting they´re lives. I feel sad for whats happening to those families out there. Now that youre big I wanna know when you were born? And that did you get to see youre parents? And if you did than how did you feel? And that if you still have some of youre dolls? If you do than can you send me a picture of youre most favorite ones? I really enjoy sending you a letter. I hope you have a beautiful life. From, Diana Rm 131 Orion School

Dear Katy, I enjoyed heairing your story of survival told i loved it a lot. Your luki that your lived what i lunly person. Oh i can blivid that you married tomy. Good chooise. What a pretty good pairs. Sorry what happen in 16 years ago i feel bad about the story that Diana Wang told us oh i really want you to right back to me. Did you got back with your mom and dad? Did you went back to school or been to a school? When did you got in love whit tomy like How old you were when you got in love with tommy? I hope you can rite back to me well i love you story. From, Alison, Room 131, Orion School

Dear Katy, I really liked hearing about your life. Do you remember when you whent to boarding school. I can´t belive that happened. I don´t know what I would do if I were you. Dd you know what was happening. Did you ever cry. Did you bring some of your dolls with you. Did long were you at the boarding school. Well I have to stop writing bye. From, Alice Room 131 Orion School.

Dear Tommy, I really enjoyed hearing your story of suvaival told to our class by Diana Wang. My name is Ashley Ramirez. I am nine year´s old. Where you scared when the war 2 was no? How old are you? Do you kave any kids? Your story made me so sad of you. I almost turning ten. My birthday is on june 21st. What your birthday on? I live in Menlo park fair oakes Av. Where do you live? Sencearily asley Ramirez

Dear Tommy, I really enjoyed hearing your story of survival. Diana wong told me your story. I wonder how it would be like to marry another survivor? I think its unfair by what the Germans did. They should learn not to judge people by eye, hair or religion type. the 4th and 5th graders did not like it. I must have been amazing how you survived. Please write back! From, Kirill, Room 131 Orion School

Dear Claudia, I really enjoyed hearing your story of survival. I liked the part when you thought the chocolet was humen flesh It was very funny. I feel very bad about the whole natise thing. did you get bomed? If you did, did you get Hurt? Did you eat the chocolet after all? I have that nouthing ever happens like world war two. if I beacome Presidente, I wont let anything happen like that. How many langueges to you youspeak? Sencearly, Ixchel room 131 orion school

Dear Zenus I really enjoyed hearing your story about that how you got sent to a Cristian family, I hope that you are still alive. If somewhere in the world you are I hope you call me, my phone number is (xxx) xxx-xxxx. I hope if somewere in the world you are alive and I hope your sister finds you. If you are alive I want you to know that you have a grand dougheter!! From Javi/Javier

Dear Zosia I really enjoyed listening to your story about the R. I also have trouble saying R. It must have been real hard to not be able to say the R for three years. What was it like being alone scince 11 to 14 working? It must have been sad alone lost being Jewish, during World War II with false documents. From, Gabi, Room 131, Orion School

Dear Zosia, How did you survive when world a happened? Did your mom and dad survive. From Jordan room 131, Orion School

Dear Michel I really enjoyed hear your storys. Did you have trouble crossing the mountains? I feel really bad about what happened I hope it never happens again! From Cameron, Room 131, Orion School

Dear Rosi, I enjoyed hearing the stary about survival. I was shock about it and it was cool to. Diana Wang told us all about it And the only way that bur father recognition you. Was because that you hade a mark on your left ear the same as your dad. And then you went back with your family. There was like 5 or 3 more people that had your picture your. From Cam Room 131 Orion School

Dear Rosi, I really liked your story. Do you rember what happen when you were five moths old. And did you think your Cshian were little. And I have a qeshion. How old you are. I am nine years old. And you look pretty in the picture. Were you happy to see your dad again. If I were you I will be really glad. I hope you wirte me again. From Frankcheska, Room 131 Órion School

Dear Rosi, I really enjoyed hearing your story of survival told to our class by Diana Wang. I was shocked when the only way your parents could tell that you have a mark on the back of your left ear. From Gio, Room 131, School

Poderoso caballero es don dinero – Comentario sobre Black Book

Black Book, dirigida por el holandés Paul Verhoeven, estrenada en agosto de 2007 en Argentina, no es una película sobre el Holocausto. Aunque transcurre en Holanda durante ese período, aunque hay nazis, judíos perseguidos, asesinados, escondidos, resistentes, cómplices y colaboracionistas, no es una película sobre la Shoá. No nos enseña sobre los mecanismos del horror, la industria de la muerte, las motivaciones ideológicas pseudocientíficas, todo aquello que hace de la maquinaria nazi el modelo universal del Mal. Creo que es un film sobre dos temas en particular. Trata por un lado, sobre la infinita capacidad del ser humano para defender su vida y los recursos a los que puede apelarse y que no se sabían disponibles porque no son necesarios en la vida “normal”. En efecto, la protagonista, Rachel Stein, o Ellis de Vries según su nombre ficticio no judío, encarna esta característica humana de sostener la vida aún cuando todo parece hacerlo imposible y de improvisar, encontrar una salida, aventurarse, arriesgarse y seguir adelante a pesar de que todo pareciera estar en contra. La fuerza de la vida, la tenacidad con la que nos aferramos a ella no es una novedad en los films que toman este aspecto de la Shoá como temática, ya fue exhibido varias veces de diferentes maneras (recordemos el reciente “El pianista” entre otros). Pero lo que me parece central en la propuesta de Verhoeven, y que lo vuelve completamente original si pensamos en la filmografia dedicada a la Shoá –y no solo en las películas-, es su tratamiento sobre el tema del dinero. Toda la acción dramática gira alrededor de ese elemento bastardo, oculto y determinante de gran parte de la conducta humana, el dinero. En el film, es el dinero –como en la vida- el motor de las traiciones, desde uno y otro lado. Y el dinero ha sido uno de los temas de más difícil acceso cuando se trata de la Shoá. No suele abordarse de manera franca. Se lo oculta, se lo disfraza, se lo teme. El dinero enturbia el abordaje de las situaciones, las complejiza de manera confusa. El dinero introduce diferentes e incómodos matices de grises, redefine a algunas víctimas, redibuja a algunos perpetradores. Aunque sepamos que el dinero es una llave maestra, un lubricante poderoso de la conducta humana es inquietante la idea de que durante la Shoá quien dispusiera de dinero tenía acceso a recursos que no estaban al alcance de la mayoría. Con dinero se conseguía comida, armas, remedios, documentos, pases, pasajes, escondites, se evitaban denuncias, hasta a veces se impedían deportaciones. La mayoría de los nazis y sus cómplices -polacos, ucranianos, húngaros, alemanes, lituanos, rumanos y los demás- podían ser comprados con dinero, siempre y cuando, claro, estuvieran seguros de no ser descubiertos. Rudolf Kastner por ejemplo, fue el protagonista de un salvataje aventurado. Cuando dirigía el comité judío de ayuda y rescate en Budapest consiguió salvar a 1684 judíos húngaros de la deportación y la muerte, dejándolos a buen reparo en Suiza a cambio de dinero, oro y diamantes. Luego de la invasión nazi a Hungría en marzo del 44 con la llegada de Eichmann para hacerse cargo de la solución final, fue con él que negoció Kastner la salvación de cuantos judíos le fuera posible. Para poder subirse a lo que se conoce como el “tren de Kastner” hizo falta pagar mil dólares por cada pasajero. Los más ricos solventaron unos 150 pasajes para los más necesitados pero en la puja por salvar la vida los precios comenzaron a subir. Kurt Becher, enviado de Himmler, exigió por ejemplo 50 asientos para algunos que le habían pagado aproximadamente 25 mil dólares por persona. Esto permitió que fuera liberado en el juicio de Nürenberg merced al testimonio de Kastner que probó que la acción de Becher permitió la supervivencia de ese puñado de personas. El rescate recibido por el total del pasaje del tren superó los 8 millones de francos suizos. Las negociaciones de Kastner hicieron posible que estas personas siguieran vivas lo que no impidió que siguiera siendo un personaje contradictorio y controvertido. En 1957 un sobreviviente lo mató en Israel bajo la acusación de traición hacia los judíos húngaros porque mientras negociaba con los SS la salvación de unos pocos no les había informado sobre los verdaderos planes de los nazis. Aunque fue exonerado post mortem por Suprema Corte israelí, su conducta y las consecuencias de la misma –tanto la salvación de los judíos como la acusación de traición que recibiera posteriormente- son prueba de la forma en que la introducción de la variable dinero complejiza el panorama y perturba el entendimiento. ¿Cuántas de las mil doscientas personas que formaron parte de la famosa Lista de Schindler, por ejemplo, pagaron para ser incluidas en ella? ¿Por qué es un aspecto que no se suele mencionar? ¿Qué tiene de malo preguntarlo? ¿Qué tiene de malo saberlo? ¿Les quita acaso a las víctimas su condición de tales el hecho de haber pagado para ser salvados, las vuelve menos inocentes? ¿Por qué se puede mencionar el robo, la mentira, la falsificación como recursos válidos y respetables para conseguir la supervivencia y se deja de lado la mención del dinero? Hablar de dinero ensucia sin dudas el escenario de la Shoá. Como si la Shoá fuera un espacio diferente del de la vida, sacralizado, puro, incontaminado de las miserias del mundo, sub o supra humano. Como si sus protagonistas no hubieran estado viviendo en la misma realidad que el resto de las personas. Como si su participación en esta espantosa ordalía los eximiera -o los debiera eximir- de las cosas comunes de los demás, como si los elevara a un estado de gracia en el que, como se juegan la vida y la muerte, no podemos tocar semejantes aspectos impúdicos e indelicados. Ya en 1976 Terrence Des Pres, escribió el escalofriante texto sobre la violación excrementicia . Tuvo la osadía de hablar allí de otro tema no abordado con anterioridad y tampoco a posteriori, los deshechos corporales. Con impudicia y mirada descarnada de cronista, desgrana ante nuestros ojos azorados el tratamiento que recibían los prisioneros judíos en los campos de concentración a la hora de tener que evacuar sus intestinos: el procesamiento, los métodos, las humillaciones y bajezas, la forma en que fueron reducidos, lesionados e infectados en el camino de su deshumanización y en el imborrable, vergonzoso y humillante recuerdo que guardan de ello. Nunca más luego del mencionado texto se habló de eso. De manera similar, el valiente film de Paul Verhoeven se atrevió a exponer el tema del dinero. Y duele, claro que duele y molesta. Revela -una vez más- el grado de la injusticia que implica que algunos posean más, tanto más que otros y sus consecuencias. La misma injusticia que observamos hoy fue desplegada durante la Shoá. Los que tenían dinero, disponían gracias a ello de una posibilidad más de sobrevivir. Podían conseguir comida, refugio, pagar con sobornos casi cualquier cosa. Pero el dinero no fue garantía segura, también hizo falta suerte. No bastó la disponibilidad de dinero, como lo prueba el film que comenzaron estas reflexiones. A veces fue un señuelo tan tentador que motivó la denuncia de los codiciosos y con ella la deportación y el asesinato de las víctimas. En el film de Paul Verhoeven la trama va siendo tejida por el ansia de dinero que lleva a mentiras, traiciones, inmundicias similares a las descriptas por Des Pres en su texto sobre los excrementos. El cubo de excrementos vaciado sobre una persona es una metafórica confirmación de esta relación que estoy senalando que ya había sido hecha por Freud que ilustraba los placeres retentivos tanto en las heces como el dinero, dos aspectos inherentes a nuestra humanidad social. En 2003, Norman Finkelstein publicó un libro polémico, duramente resistido, “La Industria del Holocausto”. Denuncia a algunas organizaciones que en nombre de los sobrevivientes reclaman dinero compensatorio, el que parece tener un destino incierto, no siempre en manos de sus destinatarios. Hijo de un sobreviviente de la Shoá, se atreve a hacer esta denuncia que lo coloca en la vereda opuesta de la corrección política respecto del Holocausto. Fue tan fuerte su incorrección que la presión de los correctos ha determinado la anulación del contrato que lo ligaba a perpetuidad como docente en la Universidad DePaul en Chicago. Este contrato, llamado tenure en USA, es revocado solo en contadísimas situaciones y siempre por causales muy severas. La católica universidad de DePaul prefirió separar al catedrático ante la presión de los bienpensantes que consideran de muy mal gusto la exposición de algunos temas cuando a la Shoá se refiere. Tal vez esta universidad prefirió lesionar la libertad de expresión e investigación de este miembro de su cuerpo académico antes que ser acusada de antisemita, riesgo que ninguna institución católica querría correr en vistas de su participación durante muchos siglos en Europa en el alimento de la hoguera del sentimiento antijudío. En este mundo que adora las proposiciones netas, los buenos de este lado, los malos de aquel otro, la Shoá sigue siendo un coto limitado a algunos temas. No está bien visto mencionar cosas tales como traiciones, pujas por el poder, sexo, excrementos o dinero. A más de sesenta años de su finalización, con gran parte de los sobrevivientes ya silenciados por el riguroso paso del tiempo, todavía hay cosas de las que no podemos hablar. Black Book tendrá este mérito.

Vivir para contar. Contar para vivir

Presentación “Hagadá del siglo XX” de Nicolás Rosenthal - NCI -

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.

La vida cambió de manera brusca. Como si cada uno fuera el Gregorio Samsa metamorfoseado, los judíos despertaron una mañana con el mundo dado vuelta. Pero, a diferencia del personaje de ficción, en lugar de sufrir una pesadilla insoportable de la que despertarían en la mañana o de la que probablemente despertarían alguna vez, el cambio les sucedió despiertos, fueron arrojados a otra realidad, ciertamente pesadillesca, pero en la vida diurna. La analogía kafkiana puesta en el cambio corporal anticipó esa alteración de la realidad de manera escalofriante. Se acostaron con cuerpo humano y despertaron con cuerpo de insecto. Sin saber cómo ni cuándo atravesaron el espejo que refleja las cosas como son, invertidas pero iguales y entraron en esa otra realidad en la que dejaron de reconocerse, dejaron de ser quienes habían sido para ser esos nuevos sin nombre y sin historia. De manera igualmente monstruosa que la Alicia que cruzó la frontera del espejo, pero con tintes perversos y siniestros, se encontraron abruptamente con reglas nuevas y sorprendentes, con derechos y obligaciones diferentes, otros los premios y los castigos, su educación, sus expectativas, todo el piso sobre el que habían estado parados resquebrajado bajo sus pies, cayendo, cayendo, cayendo, en un pozo sin fondo, en una oscuridad sin objeto ni sentido, sin saber si alguna vez terminaría, cómo terminaría, que iría a pasar con cada uno, con sus familias, con sus vidas. Perdidos sus nombres, perdida su capacidad de decidir sobre sus pasos, perdidos los horizontes, perdida la posibilidad de futuro, se les impuso la condición de insectos. Efectivamente para el nazismo, los judíos éramos alimañas, insectos, contaminantes, peligrosos, cucarachas: exterminables. Una vez definidos así, todo lo que pasó es tan solo una consecuencia lógica, esperable, eficiente, planificada, burocrática, industrial. Permanecer humanos a pesar de todo, mantener abierto un canal de emociones, tener algún resquicio en la toma de decisión, alimentar de algún modo, aunque sea mínimo, la dignidad, fueron indispensables en el sostén de la vida. De diferentes maneras nos cuentan hoy los sobrevivientes de qué recursos debieron valerse para seguir sosteniéndose en pie sintiendo alguna dignidad humana. Desde el mantenerse limpios a pesar de las condiciones imposibles de los campos hasta el celebrar alguna fiesta judía, desde recordar alguna canción de la infancia hasta jurarse que, en caso de sobrevivir, su misión sería contar. Los que milagrosamente lograron sobrevivir, emergieron del pozo sin luz y sin nombre, tan sorpresiva y bruscamente como habían sido empujados en él. Enceguecidos por la luz y la sorpresa de estar vivos, tardaron en comprender que la vida les había sido devuelta junto con su humanidad. Sin fuerzas, temiendo recuperar la esperanza y recibir un nuevo golpe, fueron dando pasos titubeantes en su acercamiento a los que nunca habían estado en el pozo, a los que nunca habían sido insectos. Les costó comprender que durante su permanencia en el pozo negro la vida había continuado, que la gente había seguido teniendo apariencia humana y había seguido de pie en el mundo que antes había sido también el suyo, que las cosas habían seguido igual para muchos. “¿Saben lo que me pasó?” decían los que venían de ser insectos a los que nunca lo habían sido, “me quitaron el nombre, me pusieron un número, me mataron a toda mi familia, me torturaron, experimentaron con mi cuerpo, me transformaron en objeto, me hambrearon, me gasearon, me cremaron, no era nadie, no importaba, me quitaron la dignidad…”. “Epa señor, no exagere” respondían algunos,-claro, si nunca habían sido insectos-, “mire si va a pasar todo eso junto que usted cuenta, no puede ser”. “¡Qué imaginación!” se admiraban otros, “estos judíos siempre tan creativos”. Y otras voces que se sumaban a las respuestas. “Basta ya, ¿creen que son los únicos que han sufrido?” pensaban los ignorantes, los campesinos, los desplazados, las otras víctimas, pobres e inermes, de la guerra feroz; es tan difícil evaluar el dolor y el sufrimiento, cuál fue mayor, cuál más tolerable, pero toda esta gente no sabía, no comprendía lo que decía el que había sido insecto porque a ellos, a pesar de haber sufrido enormemente, nunca les había sido arrebatada la apariencia humana. Y tampoco los políticos, los intelectuales, los militantes, las personas de bien, todos los que se oponían al fascismo, al nazismo, pero que habían pasado la guerra no solo como seres humanos sino bajo techo y con comida. En la Europa de posguerra, desgarrada, caótica, nadie quería escuchar. La insectidumbre les era desconocida. Era solo la palabra de esos miserables desarrapados de ojos grandes y piel seca y macilenta. No había documentos ni testimonios que confirmaran sus relatos venidos del sub-mundo de la inhumanidad. Eran terribles. Eran insoportables. Eran increíbles. En alguna medida aún lo son hoy. Los sobrevivientes aprendieron muy rápidamente a medir sus palabras, a poner freno a su necesidad de contar, a postergar aquella promesa hecha desde el pozo oscuro, la promesa de relatar. Y junto con ello, olvidaron rápidamente su pasado reciente como insectos, se apoyaron nuevamente sobre sus dos pies, se irguieron y caminaron sabiendo que solo podrían hacerlo si simulaban que nada hubiera pasado. Y pasaron muchos años. La vida decidía por ellos. Primero el encuentro de un lugar donde vivir. Documentos, destinos, dinero, traslados, viajes, llegadas, adaptaciones, nuevos idiomas, nuevas costumbres. Después la familia, armar una familia, rearmar una familia, construir y reconstruir la vida en hijos, trabajo, educación, prosperidad. Y la vida siguió y el mundo siguió caminando y vinieron nuevas guerras, nuevas injusticias, nuevas preocupaciones. Un día supimos todos que Eichmann había sido llevado a Israel y sería sometido a juicio. Muchos no sabían de quién se trataba, pero fue ése un punto de inflexión para el forzado silencio de los sobrevivientes. En aquel célebre juicio se oyó por primera vez su voz, la que había sido silenciada por la necesidad de la reconstrucción y también por la insoportabilidad de lo que contaban. En el juicio llevado en Jerusalén los sobrevivientes por fin hablaron y volvieron los insectos y el mundo no pudo más que oír. Y fue ése el gran cambio, que el mundo por fin escuchó, se abrieron los diques y el hombre y el insecto se unieron en un grito imposible de contener. Los testimonios fueron demoledores. Uno tras otro, hora tras hora, día tras día, contaron, dijeron, lloraron, gritaron, revivieron la iniquidad y la abyección. Esto pasó a comienzos de la década del sesenta. Curiosamente, poco después, las aguas volvieron a aquietarse. La ola de testimonios se calmó. Fue necesaria la serie norteamericana Holocausto, en la década del setenta, con la historia de esa familia judeo-alemana, los Weiss y su camino de degradación hacia el horror. Esta vez ya no era un juicio, noticias en los diarios, algunos libros. Esta vez era la televisión. Cientos de miles de personas vimos la miniserie y aún cuando tenía el esquematismo hollywoodense, vimos en pantalla simultáneamente alrededor del mundo, la historia del intento de exterminio del pueblo judío. El mayor impacto se produjo en Alemania en donde los jóvenes acosaron a sus padres con la pregunta “¿qué hiciste en la guerra?” y abrieron incisivamente los archivos personales y familiares que los alemanes creían haber cerrado exitosamente. Claude Lanzmann produjo su monumental “Shoah” en la década del ochenta. Demasiado revulsiva, demasiado larga, demasiado cierta como para que el gran público la hiciera suya. Fueron casi diez horas de inmersión en el horror sólo con la palabra de los testigos, perpetradores, cómplices, sobrevivientes en una propuesta militante de trabajo de la memoria basado en la voz del presente. Pero fue recién en la década de los noventa, con “La lista de Schindler” dirigida por Steven Spielberg, que los sobrevivientes se impusieron a los ojos del mundo como los documentos vivos imprescindibles. Fue allí, especialmente en el final del film cuando aparecen los sobrevivientes verdaderos desfilando ante la tumba de Schindler y depositando sobre ella nuestro homenaje judío, una piedra que indica que la persona es recordada, que vive en la memoria de los vivos. Como un torrente la voz de los sobrevivientes comenzó a derramarse sobre la conciencia del mundo. Sediento, por fin sediento de oírlos, el mundo pidió por ellos y empezaron a ser convocados por congresos, investigadores, escritores, programas de televisión, films documentales, escuelas. Viejos, desanimados, descreídos, finalmente los sobrevivientes revivieron la vieja promesa y pudieron contar. Esto es lo que ha hecho Nicolás Rosenthal. Son cientos los testimonios escritos que se publican. Muchos más los que están escritos y aún permanecen inéditos. Muchísimos más los que aún no se han escrito y los que ya no se escribirán. Por eso es imperativo celebrar éste porque es uno más, una piedra más sobre esta lápida de la humanidad, un recordatorio más de que aquella insectitud sigue viva para los vivos, de que nos sigue interpelando desde lo más hondo de los ideales de la humanidad y no hemos podido responder, que sus lecciones aún deben ser aprendidas, que seguimos en deuda. Esta Hagadá para el siglo XXI es, sin embargo, algo más que un testimonio. Es un intento desesperado de darle sentido a lo vivido. Un intento que muchos sobrevivientes persiguen y no todos logran. En una escritura que no quiere ser prosa, cuenta Nicolás Rosenthal su propio camino en el infierno nazi, pero lo hace orientado con conciencia hacia la transmisión. Y contarás a tus hijos, nos demanda el Pésaj y en el contar el puente, la mano tendida, la palabra vuelta linaje, historia, continuidad, la experiencia singular se vuelve el plural del grupo todo. Señala Zully Peusner –hija de sobrevivientes- que Nicolás Rosenthal responde con su poema a la angustiada pregunta de Adorno acerca de la imposibilidad de escribir poesía después de la Shoá, pero una poesía que lo reinscribe como judío, mientras que otros sobrevivientes hicieron el camino inverso. Nos suelen preguntar en nuestros testimonios o actividades acerca de la creencia en Dios antes y después de la Shoá, que es como preguntarnos por un sentido posible de lo sucedido. La pregunta permanece abierta y los más lúcidos se sostienen sobre la inescrutabilidad de los designios divinos. Algunos que vivían como judíos, dejaron de hacerlo porque atribuyeron a esa condición la responsabilidad de lo sucedido o al menos vieron que el judaísmo los ponía en inferioridad de condiciones respecto del resto del mundo y, habiendo sobrevivido, no querían para sí ni para sus descendientes, el peso de semejante dificultad. Otros, por el contrario, se acercaron al judaísmo y encontraron allí la fuerza de la pertenencia y la melodía conocida y tranquilizadora del murmullo familiar. Es lo que hizo Nicolás Rosenthal. Y su Hagadá del siglo XX para el siglo XXI es, a pesar de que a él le gusta calificarse como escéptico o pesimista, una honda declaración de fe en el género humano porque sueña, alienta, imagina, que hay un mundo que querrá seguir oyendo –si no para qué escribir, para qué traducir, para qué publicar, para qué esta presentación- y gente que escuchará y que hará de él un espacio mejor para vivir. Y solo me queda decir junto a él: amén