Cuando solo se trata de (sobre)vivir

Tenía que hacer un trámite que me llevaría pocos minutos. “Esperame acá que ya vengo” le dije a mi marido. El sitio tenía pintado el cordón de amarillo. No me hizo caso y fue a la vuelta donde pudo estacionar. Fastidiada porque al final la cosa llevó más tiempo que el previsto le dije “vos no habrías sobrevivido en el holocausto”. Aunque su conducta fue cívicamente irreprochable me salió del alma esa especie de reproche que enseguida sentí totalmente fuera de lugar. Soy hija de sobrevivientes de la Shoá y aprendí por tanta historia escuchada que a veces atenerse a las reglas no asegura la supervivencia. Irene, una querida sobreviviente que ya no está entre nosotros, contaba que cuando sus hijos era chicos y no querían probar alguna comida ella les decía “vos no sobrevivirías al holocausto” y que cuando sus hijos veían a otros chicos que se encaprichaban con una u otra cosa le preguntaban burlonamente “ma ¿éste sobreviviría?”. 

Me pregunto cómo sobrevivir en un estado de cosas en las que las reglas son elásticas, las normas se subvierten, las expectativas son inciertas, el futuro es sombrío. No es, claro está, como vivir en una situación genocida, pero hay algo que se le parece en cuanto al desconcierto acerca de qué respetar y qué se puede alterar un poco. ¿Cuánto vale el dólar? ¿Qué es el dólar? ¿Cuál es el que hay que tomar como real? ¿Cuánto vale mi plata? ¿Qué puedo solventar hoy? ¿Es lo mismo que podré mañana? ¿Y pasado mañana? ¿Ese policía que me pide documentos es el mismo que se asocia con el narco? ¿Los números de desempleo, de pobreza, de inflación cómo se miden? ¿Cómo no sentirse un completo tarado cuando cada moratoria nos cachetea con el mensaje de que habría sido mejor no pagar? ¿Qué nos espera con la marea de chicos que salen de la escuela sin entender lo que leen? ¿Qué será de los niños que están hoy subalimentados? ¿Cómo no sentir que estamos parados sobre un piso resbaladizo, sin asideros ciertos, teniendo que sostenernos como podemos y con el constante terror de deslizarnos y caer en un pozo sin fin? 

Creo que es en todo este contexto en el que nos fuimos adecuando como la rana en el agua progresivamente caliente que uno se siente pataleando sin agua, escarbando en tierra seca, ateniéndose a normas con la desesperación de quien insiste en sentir que al menos uno hace las cosas como se debe, que uno honra el pacto básico de convivencia y respeto por el prójimo. Es lo que hizo mi marido al buscar donde estacionar y no hacerme caso a mi que quería, también yo, estirar la regla un poquito para que me fuera beneficiosa. 

Cuando el contexto es tan fuerte, uno debe recurrir a más fuerza para no dejarse vencer. Y aunque infringir las reglas sea una regla universal, respetarlas. Aunque esté aceptado que el soborno abre puertas oxidadas, no ofrecerlo y aguantarse el lento trámite burocrático. Aunque uno se sienta un iluso pagando los impuestos, haciendo las colas, diciendo gracias, por favor y disculpe cuando sea preciso, insistir porque eso nos mantiene probos y nos autoriza a mirar con lupa a los candidatos en esta futura elección. No solo sobre cuál será su plan de gobierno (si es que alguno lo enunciara con todas las letras alguna vez) sino si se propone respetar la Constitución, nuestra regla de reglas, y hacernos recuperar el orgullo de ser un país previsible, confiable y seguro. 

Mi marido tenía razón. Yo, como tantos argentinos, tengo que tener presente que sólo así sobreviviremos. Sólo así. 

Publicado en Clarin.

78 años del fin de la guerra

En Berlín, el mariscal Wilhelm Keitel firma la rendición definitiva de Alemania en la Segunda Guerra Mundial ante los soviéticos. (Foto: AFP)

Hoy se conmemora la firma de la capitulación de la Alemania nazi. Fue el fin de la guerra en Europa y el fin de la Shoá. Así como el genocidio armenio sucedió durante la Primera Guerra Mundial, el Holocausto judío tuvo lugar durante la Segunda. Genocidios y guerras interconectados. Si el nazismo hubiera triunfado el mundo no sería como es, muchos de nosotros no habríamos nacido. ¿Qué habría sido de las democracias y de la libertad? La rendición del nazismo marcó el renacimiento de la esperanza.

Alemania firmó varias capitulaciones. Por eso los norteamericanos lo recuerdan el 7, los alemanes el 8 y los rusos el 9. 

Para los sobrevivientes judíos fue su segundo nacimiento. ¡Alemania rendida! ¡Un milagro! El Reich de los mil años ya no cumpliría otro. El cuero de las botas de los orgullosos SS ya no brillaba impoluto. Ahora, con el calzado cubierto de barro, temían por sus vidas. Los otrora “puros”, bien bañados, afeitados y orgullosos, deambularon a partir de ese día sucios, asustados, algunos, dolorosa ironía, pretendiendo pasar por judíos en la esperanza de salvarse. 

Para los sobrevivientes, ocupados en encontrar destino a sus vidas, aquel mayo aún no era un mes de alegría. Europa devastada, aniquilada su economía, sin medios de transporte ni trabajo, seguían, como los años anteriores, tratando de sobrevivir día tras día, minuto a minuto. 

Los sobrevivientes recuerdan con claridad el momento en el que no hubo más nazis a su alrededor, cuando llegaron los rusos que habían sufrido tanto, los británicos, los norteamericanos. Recién ahí creyeron que tal vez podrían volver a ser dueños de sus vidas. Pero a medida que los días pasaban, que la muerte dejaba de rondar, la gran pregunta: ¿Habrá sobrevivido alguien de mi familia? La búsqueda desenfrenada en los listados que circulaba la Cruz Roja y el UNRRA no siempre respondían su pregunta. Tal vez volviendo a sus casas encontrarían a alguien. Pero ¿cómo volver sin transportes, sin dinero? Algunos lo consiguieron y al llegar a las puertas de las que habían sido sus casas recibieron un nuevo golpe: los nuevos moradores no les abrían las puertas; a veces, si lo hacían, era con insultos y hasta en algunos sitios fueron asesinados como en Kielce en 1946. No había donde volver. No había donde ir. Gran Bretaña mantenía cerradas las puertas del destino lógico, Israel y el resto del mundo seguía cerrado como luego de la Conferencia de Évian-les-bains de 1938. Los judíos, liberados del nazismo, seguían prisioneros del mundo que no tenía lugar para ellos.

Esta fecha precisó varios años para ser conmemorada. En la Argentina se debe a la determinación e insistencia de José Moskovits que lo instaló en la agenda. Reconforta el cambio producido en algunos gobiernos que ya toman el tema de la Shoá como propio, en especial el trabajo precursor y radical de Alemania. Argentina integra desde 1998 la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, IRAH por su sigla en inglés. 

La Shoá es más que un tema judío. Es esencial aprender de sus lecciones para educar en la construcción de ciudadanos responsables que no sucumban ante falsos profetas ni ideologías salvadoras, que resistan a las manipulaciones mediáticas y, sobre todo, que aprendan a pensar por sí mismos y sepan distinguir lo que está bien de lo que está mal.

Publicado en La Nación

Las trampas de la memoria

Saúl es un sobreviviente de la Shoá que suele ser muy participativo. No puede guardarse algo que piensa, le pica, le urge comunicarlo y sea cual sea el tema del que se está hablando, si a él se le ocurre algo, lo dice. No es así debido a su edad que es mucha. Siempre fue así. Lo dicen sus hijos y sus nietos. Le gusta contar cosas y aunque a veces suene extemporáneo, da ternura su necesidad de confirmar que está y que se lo escucha.

Ávido lector, amiguero y sociable, se nutre de varias fuentes de información y disfruta enormemente compartirlo con todos. Es lo que pasó hace unos días.

En medio de la charla animada y las cucharitas girando en los pocillos de té, en su habitual tono de estoy por decir algo importante Saúl disparó:“¿Conocen el grupo ABBA?”. Varios contestamos que sí, que es un grupo sueco de dos mujeres y dos hombres y que cantan canciones muy pegadizas como Mamma Mía. Satisfecho y acomodándose en la silla, continuó. “Les voy a contar algo que seguro no saben. Es sobre la rubia”, esperó unos segundos para asegurarse de que tenía la atención de todos y siguió: “Resulta que durante la guerra la madre tuvo un affaire con un soldado alemán que debía obedecía las órdenes recibidas por el alto mando nazi de embarazar a todas las mujeres que pudiera si tenían aspecto ario. ¡Era una idea de un médico argentino que asesoraba a los nazis! ¡Un argentino! ¡increíble, no?! Bueno, el hecho es que embarazó a una muchacha que tuvo una niñita rubia preciosa, bien aria. Lo que el soldado alemán no sabía era que la muchacha era judía. Así que, -en un chan chan triunfal- la chica rubia de ABBA, ¡es judía!”.  

Si bien conocía el hecho me resultó fascinante el modo en que lo que de verdad pasó se fue modificando y con fragmentos verídicos se construyó un relato que, como una pintura al óleo en proceso, sumaba capa sobre capa cambiando formas y colores y ya no era lo que había sido en un comienzo. 

Veamos los hechos en los que se basó el relato de Saúl. Durante el nazismo hubo muchos programas destinados a “mejorar la raza aria”. Uno de ellos era Lebensborn -la fuente de la vida-, ideado por Himmler en 1933. Las muchachas alemanas de sangre pura y aspecto ario debían entregarse a muchachos igualmente de sangre pura y aspecto ario para gestar muchos niños de sangre pura y aspecto ario, los futuros dirigentes del Reich de los Mil Años. Las muchachas, orgullosas de su aporte voluntario al régimen, eran alojadas en varias locaciones en Alemania donde eran cuidadas y se atendían sus partos. Los hijos no eran sus hijos, eran hijos de Hitler, no había lazos afectivos ni cuestiones emocionales, a modo de establecimientos de cría de ganado, había que procrear y poblar. El programa fue aplicado también en Noruega ocupada y allí, una muchacha, tal vez para asegurar el sustento o la supervivencia, se entregó a un soldado alemán y en 1945 dió a luz a la niña Anni-Frid. A poco de nacer debieron refugiarse en Suecia por temor a las represalias de la población noruega que acusaban a la joven madre de colaboración con el enemigo y traición a la patria.

De modo que el relato se parece a lo que pasó. Es cierto que una de las mujeres de ABBA es fruto de una relación de su madre con un soldado nazi, pero no la rubia sino la morocha. Es cierto que hubo un funcionario que creó el programa, pero fue Himmler, no un médico argentino. También es cierto que hubo un argentino funcionario del nazismo, Walther Darré, pero no era médico sino militar y dirigió el Ministerio de Alimentación y Agricultura sin relación alguna con el programa Lebesborn. No es verdad que la madre de Anni-Frid fuera judía, de modo que ella tampoco lo es.

Resulta fascinante imaginar cómo habrá sido el camino entre el hecho real y la versión que llegó a Saúl. Me recuerda el concepto de “noticia deseada” enunciado por Miguel Wiñazki que podría resumir como la tendencia a creer lo que necesitamos creer, idea emparentada con el  sesgo de confirmación. 

Los judíos parecemos tener un gran placer en encontrar judíos o ascendencias judías en todas partes, en especial en personas conocidas o famosas. Como si nos legitimara, nos diera valor, nos enorgulleciera, nos diera sustento para derribar una y otra vez el prejuicio antijudío que todavía sigue siendo parte de nuestra cultura mostrando que personas reconocidas y valiosas también lo son. 

También lo del médico argentino podría estar satisfaciendo el deseo de decirle a otros argentinos, especialmente a los que siguen mirando a los judíos con sospecha y que como argentinos se sienten libres de culpa, que hubo compatriotas cómplices de los asesinos. 

Cuando la memoria se vuelve relato, las investigaciones revelan que lo que uno recuerda de un hecho es lo que dijo la última vez que lo contó. Si algo se ha contado muchas veces, cada agregado, cada pequeña modificación o énfasis que antes no estaba, se suma al hecho en sí y poco a poco, como bien lo sabe la psicología del rumor, va cambiando y se va alejando de lo que en realidad sucedió. 

La serie The Affair lo ponía en evidencia en cada episodio. Relataba lo sucedido primero con los recuerdos de uno y luego con los recuerdos del otro. Y se veían lugares diferentes, ropas diferentes, horarios diferentes y hasta los protagonistas decían cosas diferentes. 

La memoria no es fotográfica. Y, aunque pretendiera serlo, como bien lo saben los fotógrafos, todo depende de donde se ubica la cámara, como es la luz, el tiempo de exposición, los filtros utilizados y qué se quiere enfocar. 

La verdad, lo que de veras sucedió nos es elusivo. Lo guardamos en la memoria recortado, tergiversado pero como no lo sabemos, tenemos la ilusión, vivida como firme convicción, de que refleja exactamente lo que pasó. Como esos hermanos que al compartir recuerdos de sus infancias con sus padres y no parecen haber vivido con las mismas personas, han guardado diferentes fragmentos teñidos con sus particulares necesidades y vivencias. 

El relato de Saúl ilustra, una vez más, que debemos tener mucho cuidado al enunciar un recuerdo y creer que lo hemos guardado fielmente, que no hemos dejado nada afuera y que lo estamos contando exactamente como fue. Como cerraba Guillermo Nimo sus columnas periodísticas, nos atendríamos más a la verdad si al contar nuestra versión de lo que supuestamente sucedió dijéramos “por lo menos, así lo veo yo”.

Travestido y con otros nombres, el monstruo antisemita sigue vivo.

En la década de 1940, una importante cantidad de congresales y funcionarios norteamericanos junto a varios grupos nazis, organizaron un complot para derrocar al gobierno de los EEUU, instalar una dictadura fascista e impedir la intervención de su ejército en la Segunda Guerra Mundial. 

Tal vez, como tantos otros, yo creía que la novela de Philip Roth, “La conjura contra América”, en la que Charles Lindbergh gana la presidencia y el país asume abiertas posiciones antisemitas, había sido un mero ejercicio ficcional. Luego de conocer la historia que revela la periodista Rachel Maddow en su reciente podcast ULTRA, aquello que parecía un juego imaginativo se muestra como una aterradora realidad que podría haber pasado si esta conspiración hubiera triunfado. 

Suele ser un lugar común la noción de que la Argentina fue un refugio de nazis. Sin embargo, una vez derrotados, jerarcas, científicos y asesinos se desparramaron por todo el planeta como ratas por tirante. Las grandes potencias de entonces, la URSS y los Estados Unidos se llevaron a los “mejores”. A nosotros nos llegó parte del resto. La versión oficial de la historia enalteció la lucha norteamericana contra el nazismo y su participación en la Segunda Guerra Mundial y, aunque en gran medida fue así, ese país no fue el único baluarte ni fue homogénea la voluntad de intervenir. El relato auto glorificador invisibilizó la gesta del Ejército Rojo, artífice del retroceso de la Wehrmacht en la recuperación de los territorios conquistados del este, que inició el camino hacia la derrota nazi. 

En ULTRA Maddow reseña el complot planeado durante la Segunda Guerra Mundial por grupos de ultraderecha, gobernadores y miembros de ambas cámaras del congreso de los EEUU para instalar un gobierno fascista al estilo de Hitler o Mussolini. El plan estaba orquestado por el agente nazi George Sylvester Viereck que proveía las conexiones, el material de propaganda y el dinero para solventar el golpe militar que venía directa o indirectamente de Alemania. 

A modo de thriller político desgrana en ocho episodios la historia de esta red conspirativa cuyos primeros indicios se remontan a 1940. El Departamento de Justicia no reaccionó con la debida fuerza entonces pero, cuando dó curso a las denuncias en 1944 la amenaza fue evidente y las conexiones de importantes miembros del gobierno fueron flagrantes. Treinta fascistas y ultraderechistas fueron acusados y juzgados en lo que se llamó el Gran Juicio de Sedición (The Great Sedition Trial). 

Se piensa hoy que haberlo hecho de modo colectivo fue una de las razones por las que no pudo llegar a buen término. Treinta acusados y sus treinta abogados defensores, todos juntos en la sala, hicieron imposible la consecución de las sesiones de modo pacífico. Las constantes interrupciones vociferantes terminaron en batallas campales que el juez no pudo contener y ordenar. Luego de seis meses de sesiones encendidas y confusas, y a pesar de la fuerte evidencia con los cientos de documentos y testimonios presentados por la acusación, el súbito fallecimiento del juez Edward Eicher supuestamente a raíz de un masivo ataque cardíaco, determinó la suspensión del juicio. Todos los sediciosos evadieron la justicia y el caso fue guardado en el fondo de algún cajón a la espera de un nuevo juicio. Nunca sucedió. 

Aunque los acusados quedaron en libertad, la democracia norteamericana pudo ponerle freno al intento golpista pero la historia del Gran Juicio de Sedición que ha permanecido oculta hasta ahora, revela la capacidad de borrar ciertas cosas de las historias oficiales y el peligro de la tergiversación ideológica consecuente. 

En 1940 fueron arrestados diecisiete miembros del Frente Cristiano, grupo dirigido por el padre Charles Coughlin, figura mediática muy popular en la radio de entonces. Abiertamente antisemita, unos años antes declaró “elijo el camino del fascismo” y luego de la Kristallnacht en 1938 dijo al aire que los judíos se lo merecían. Arengaba a tomar las armas contra el gobierno y llevó a sus seguidores a múltiples manifestaciones que terminaron en acciones callejeras violentas. 

Los diecisiete detenidos planeaban asesinar a doce miembros del Congreso y hacer estallar varios edificios públicos. El plan era provocar la reacción de antifascistas y comunistas, forzar la intervención de la Guardia Civil que, unida al Frente Cristiano, desencadenaría una guerra civil. Se allanaría de este modo el camino para el golpe y la instalación de un gobierno militar fascista. Contaban con un importante arsenal de ametralladoras y bombas robadas y, a pesar de los testimonios y de la documentación probatoria del complot, el juicio naufragó y el Departamento de Justicia no pudo mantenerlos detenidos. 

Pocos años más tarde, en plena Guerra Mundial, el mismo Frente Cristiano que persistía en sus objetivos se unió a otros grupos fascistas organizados al modo nazi que tramaban complots paralelos. Uno de los más importantes fue el de las Camisas Plateadas, uniforme que seguía el modelo de las camisas pardas nazis y las negras fascistas, liderado por William Dudley Pelley “honrado de ser el Adolf Hitler estadounidense" (sic). Desde el sur de California, uno de sus planes era encontrar a los veinte judíos más destacados de Hollywood, incluidos ejecutivos de estudios, actores y artistas, colgarlos de postes de luz y fusilarlos. 

Todo esto y mucho más es lo que cuenta Maddow en su potente podcast. Juzgar a los complotados fue un gesto valiente pero el Departamento de Justicia y los fiscales no se habían hecho demasiadas ilusiones puesto que los cargos de sedición son difíciles de probar y, fundamentalmente, sabían contra qué poderes luchaban. Innumerables obstáculos, sesiones imposibles por las continuas interrupciones, gritos y demostraciones, recursos y presentaciones de improcedencia, frenaron y finalmente interrumpieron el juicio. Cientos de miles de folios quedaron archivados y finalmente olvidados. 

Aunque Maddow no lo menciona en el podcast, uno se pregunta cuánto del slogan nacionalista que usa Donald Trump, Primero América, se relaciona con el instalado por Wilson en 1916, usado por el Ku Klux Klan en 1920 y retomado por el America First Committee. Travestidos de supremacistas blancos y otras denominaciones con las mismas ideas y propósitos consideran que el Gran Juicio de Sedición fue un show político orquestado por los judíos del American Jewish Committee, de la Anti Difamation League y de la Bnai Brith para impedir la lucha de los patriotas anti comunistas. El monstruo antisemita sigue vivo.  

Publicado en La Nación

Podcast ULTRA

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Cuaderno de la Shoá número 9 - Presentación

fragmento de una obra de Mirta Kupferminc

Crónicas, textos y fotografías.

Crónica de Max-Gregorio Cernadas: en el magnífico Museo del Holocausto de Buenos Aires, tuve el honor de ser invitado a un acto de profunda significación espiritual, destinado a presentar una nueva edición de los “Cuadernos de la Shoá”, que edita dicho museo, esta vez dedicada a la “Indiferencia y la complicidad”, conteniendo estupendos artículos e ilustraciones, esencialmente destinada a la docencia y toma de conciencia de la tragedia del Holocausto.

Entre los diversos oradores se destacaron los sustanciosos discursos de la psicóloga Diana Wang-Argentina, la filósofa Diana Sperling y el Embajador de Alemania, Ulrich Sante.

Tuve el placer de saludar entre los invitados, a apreciados amigos del salón cultural que cultivamos con mi esposa Cecilia Scalisi, como los mencionados Ulrich Sante y las dos Dianas, y también al querido Guillermo Yanco, Vicepresidente del Museo, y de reencontrarme luego de veinte años con la talentosa artista plástica Mirta Kupferminc, autora de las excelentes ilustraciones de la publicación, con quien realizamos algunas actividades culturales durante el tiempo en que fui Consejero Cultural de la Embajada en Berlín (2000-2007).

Acaso la más trascendente lección de la noche, en mi opinión, no sólo para la cuestión de la Shoá sino también para la vida en general y, sobre todo, para estos tiempos siniestros que está viviendo nuestro país, haya sido la cita que expresó la Editora Responsable, Aida Ender que, parafraseada, dice: “Se es cómplice cuando no se combate la indiferencia”.

Disertación de Diana Sperling:

“La filosofía de Hitler es primaria. (En ella se manifiesta) una fuerza elemental. (Esas potencias primitivas) despiertan la nostalgia secreta del alma alemana. …El hitlerismo es un despertar de sentimientos elementales. (Pero) los sentimientos elementales entrañan una filosofía. (Esa filosofía) pone en cuestión los principios mismos de toda una civilización”. E. Levinas, “Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo”, 1934. Publicado en la revista L ́Esprit.

¿Cómo fue posible? ¿Cómo, en el seno de la cultura más sofisticada de Europa, surgió lo más monstruoso y maligno? Ese interrogante contiene una pregunta aun más simple y directa: ¿es posible? ¿Es posible que una madre torture a su pequeño hijo hasta matarlo? ¿Es posible que un padre aniquile a tiros a sus hijos para vengarse de la mujer que lo dejó? ¿Es posible que un energúmeno ambicioso construya una red de distribución de drogas para pudrir la vida de miles de chicos? ¿Es posible que un dictador contemporáneo invada un pequeño y pacífico país y arrase con escuelas, hospitales, casas y refugios?

La pésima noticia es que la respuesta es: SÍ. Fue posible, es posible, será posible una y mil veces más.

Dice Spinoza en su Tratado Político que el error de muchos pensadores es tratar de armar una sociedad en base, no a lo que el hombre es, sino a lo que les gustaría que fuera. Pero la realidad los -y nos- sopapea una y otra vez. Ni ángel ni demonio, el hombre es una criatura habitada por esos sentimientos elementales (pasiones, las llamaba Spinoza), y raramente guiada por la razón. O, peor aun: pulsiones asesinas que encuentran la manera de poner a la razón de rodillas y a su servicio. Tendencias e ideologías que se racionalizan, justifican y fundamentan -mediante lógicas perversas pseudo-científicas, religiosas o sociológicas- esa pulsión elemental. Una razón burocratizada.

Se impone entonces volver a la noción arendtiana de la banalidad del mal. La idea de que una persona gris y corriente es capaz de llevar a cabo las acciones más aberrantes sacude nuestro sentido común, nuestra necesidad de orden y separación, nuestra buena conciencia… Nuestro deseo de construir un “ellos” totalmente separado y antagónico con este “nosotros” de buena gente en el que nos incluimos. Porque si quienes perpetraron el horror no eran monstruos de diez cabezas y cola de serpiente, seres de aspecto mitológico ni individuos salidos de remotas cuevas, sino ciudadanos “normales”, entonces quiere decir que también nosotros, cualquiera de nosotros, es un asesino en potencia. El descubrimiento impacta. De la misma manera, cuando Freud advierte que la mayoría de los abusos infantiles han sido perpetrados por familiares cercanos… Entonces lo cotidiano, lo que tenemos frente a nosotros todos los días, lo “normal”, lo irrelevante e intrascendente puede ser, a la vez, lo más espantoso. Esa es la idea freudiana de lo siniestro: el horror que anida en lo familiar. La banalidad del mal es lo siniestro. Hannah Arendt gestó esa noción a partir de presenciar el juicio a Eichmann. Ahí entendió que el concepto kantiano de Mal absoluto o mal radical era inadecuado, porque le otorgaba al mal un estatuto de grandiosidad, una trascendencia y una sustancialidad que no se condecían con esos personajes tan insignificantes. La de Arendt fue una revelación antropológica, equivalente a la de Freud. Somos, también, eso. El buenismo de las almas bellas no resiste semejante revelación.

Este Cuaderno nos enfrenta descarnadamente con una realidad que muchas veces no quisimos, no queremos ver. Las maravillosas, impactantes imágenes de Mirta Kupferminc denuncian, creo -o es lo que yo alcanzo a percibir-, la complejidad de la condición humana. Un carozo de oscuridad en el seno mismo de la luz, pero también una chispa luminosa alojada, secretamente, en “el corazón de las tinieblas”. Como esas “astillas del tiempo mesiánico” de que hablaba Walter Benjamin…

En la pág. 84 del Cuaderno se describe la estructura del genocidio:

“Un genocidio es un proceso complejo que requiere, igual que cualquier otra empresa, un objetivo claro, una ideología, un líder, un contexto posible y los medios para solventarlo”.

Sí, pero tal vez… Si hablamos de indiferencia, podríamos pensar que ni siquiera es imprescindible la ideología. Se trata de dinero, que, como dice el texto, “ha sido un tema obviado, oscurecido y silenciado, tal vez por no parecer suficientemente importante comparado con el horror desplegado por la industria de la muerte”.

He ahí la banalidad, hermana gemela de la indiferencia. No siempre hace falta odiar a las víctimas, sostener una ideología articulada y fundamentada, contar con argumentos filosóficos o políticos para llevar a cabo la masacre. Es suficiente con que no nos importe. Con hacer la vista gorda y decir, como al pasar, “por algo será” o frases similares. No ahondar, no indagar, no cuestionarse. Hacerse los distraídos. El dinero es absolutamente banal y corre al margen de toda consideración ética. Su palpable materialidad lo exime de esos terrenos pantanosos, “espirituales”, intelectuales…

El dinero es medio y fin en sí mismo, nada hay por encima de él.

De modo que se puede ser cómplice, sí, por compartir una ideología asesina y creer fervientemente que eliminar a un grupo humano será mejorar el mundo, o se puede ser cómplice porque nada de eso importa. En ese caso, la ideología y los valores morales son, más bien, obstáculos a remover. Se trata de beneficios contantes y sonantes.

Distinto es el caso de los intelectuales que apoyaron decididamente al régimen nazi. Heidegger a la cabeza, por ser el más destacado y genial de todos. Un hombre de una brillantez pasmosa en muchísimos aspectos, con páginas de altísimo vuelo filosófico, junto a lo que Jean-Luc Nancy muy bien detecta, y con lo que -siguiendo a Arendt- titula un libro: la banalidad de Heidegger. ¿Cómo una mente tan dotada fue capaz de repetir slogans vacíos, frases acuñadas por el antijudaísmo más cerril, viejas consignas primitivas? ¿Cómo fue, cómo es posible que el brillo excepcional de un pensamiento se opaque por completo ante lo judío?

De nuevo: lo pequeño e intrascendente, lo que pasa casi inadvertido es, puede ser, lo más terrible y mortífero.

Ietzer lev adam ra mi neurav, reza un célebre versículo de la Torá (Gen. VIII: 21). “La tendencia del corazón humano es mala desde la cuna”. Pero lo curioso es que esa frase la pronuncia D´os después del diluvio, cuando se restablece la vida en la tierra. El Eterno promete: “no volveré a destruir la tierra a causa del hombre…” y, renglón seguido, la expresión que citamos. Es la comprobación de la cruda realidad lo que le inspira esa decisión benévola. “Mientras perdure la tierra, no cesarán el tiempo de la cosecha y de la siembra, el frío y el calor, el verano y el invierno y el día y la noche”. El Todopoderoso podría haber dicho, desencantado: ya que la criatura que forjé es tan fallida, destruyo todo y vuelvo a cero. Pero la conclusión sorprende. Preservar la vida tiene pues, como condición, aceptar que la maldad es parte inextirpable de lo humano. Aceptar y asumir ese rasgo es la base ineludible para crear cultura.

Paradójicamente, en el mismo orden -pero en sentido inverso- podríamos hablar de la banalidad del bien. Los cientos o miles de individuos que sacrificaron su último pedazo de pan para alimentar a un chico al borde de la muerte, las redes de solidaridad dentro de los campos, las pequeñas ceremonias y los rezos y las canciones a escondidas en las fiestas judías, los que escondieron al enfermo o calentaron al moribundo… Como para el mal, también en relación al bien surgen, aquí y allá, personas ordinarias capaces de gestos extraordinarios. Somos Jekyll y Hyde.

No se van a terminar los crímenes. Los tiranos cuentan con instrumentos cada vez más poderosos para llevar adelante sus matanzas. En lo social y colectivo, en lo individual o familiar, el horror seguirá habitando nuestras vidas y acechando en los rincones.

¿Cómo es posible la guerra, el daño, el crimen? es una pregunta que atraviesa los tiempos. ¿Por qué fracasan todos los esfuerzos de detener el mal? Habría que pensar que “hay en juego fuertes factores psicológicos que paralizan los esfuerzos (...). (Hay que considerar) …el afán de poder de pequeños grupos dominantes que someten al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría… (Porque) esa minoría dominante tiene bajo su influencia a las escuelas y la prensa, y por lo general también a la Iglesia. Esto le permite organizar, dirigir, gobernar los sentimientos y emociones de las masas… inconscientes de los verdaderos motivos de su acción”. Así escribe Einstein en carta a Freud, desde Potsdam, en julio de 1932.

Y agrega: “¿Cómo es que esos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una respuesta posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción, canalizado de esta manera a través de racionalizaciones ideológicas e idealistas”. !!!!!!

Y agrega: “En modo alguno pienso aquí solamente en las llamadas ´masas analfabetas o iletradas´. La experiencia prueba que es más bien la llamada ´intelectualidad´ la más proclive a esas desastrosas sugestiones colectivas”. Lo cual da por tierra con nuestras ilusiones bienpensantes de que la educación y la información serían antídotos contra el espanto…

En efecto, las más de las veces los intentos de detener la destrucción fracasan. Sin embargo, no podemos dejar de insistir. Sin garantías, sin plazos, sin utopías.

Tal vez solo podamos incrementar la conciencia de que esos sentimientos primitivos anidan en el fondo oscuro de la cultura, y que nos compete la misión de aumentar la vigilancia ante gestos de apariencia banal pero consecuencias catastróficas.

Indiferencia y complicidad, dos aspectos de la vida humana, tanto como atención, solidaridad y amor al prójimo. Porque a veces, pequeños actos cotidianos salvan una vida, ponen al mundo nuevamente sobre su eje, restituyen el sentido de la existencia y rescatan la esperanza.

Walter Benjamin decía que en cada generación late una “débil fuerza mesiánica”. Débil fuerza. A veces anémica, apenas perceptible. Pero extraordinariamente poderosa cuando se une a otros y teje una trama de abrigo, sostén, justicia y amor.

Palabras de Aida Ender:

Bienvenidos a esta presentación del Cuaderno de la Shoá 9.  Como editora responsable de la publicación, me gustaría compartir con todos ustedes los nombres y la presencia  del equipo de colaboradores de esta edición

Por favor les pido que se pongan de pie  a medida que los vaya nombrando

Susana Grinspan, Angela Waksman,Ruthy Fleischer, Natalia Rus, Feigue Machabansky, Viviana Rosenthal, y Rosa Rotemberg , ausente hoy por un viaje familiar

A los profesionales del Museo: Jonathan Karschenbaum, Fabiana Mindlin, Bruno Garbari, Julia Juhasz,  Jonatan Epstein, Federico Treguer y Brenda Ficher

A nuestra diseñadora la genial Melisa Berlin que hace que a pesar de la dureza, la angustia y la consternación que provocan nuestros textos, hace que su lectura sea sencilla y posible. No solo se ocupa de las imágenes y la diagramación sino que casi siempre sus sugerencias son muy atinadas respecto de los contenidos.

Un agradecimiento muy especial a Mirta Kupferminc, nuestra artista invitada, cuyos temas permanentes se refieren a la identidad, la memoria y las migraciones  entre otros. Su obra "Bordado en mi piel" fue la portada del primer número de los Cuadernos de la Shoá y hoy tenemos el honor de volver a contar con su talento en la tapa, contratapa y el interior del Cuaderno.

Agradecemos en particular a Ricardo Hirsh y a la Asociación Cultural Pestalozzi quienes hicieron posible la impresión de este Cuaderno. Nuestro reconocimiento también al importante apoyo de la Embajada de Alemania. Y en particular un emocionado y agradecido recuerdo a la memoria de  nuestro querido José Blumenfeld Z”L alma mater de nuestra publicación

Los Cuadernos de la Shoá  nacieron como publicación en 2009 basados en una idea de Jonathan Karshenbaum. quien fue nuestro Director Ejecutivo y el de Sherit Hapleitá durante varios años. Diana Wang y yo tomamos la idea e inmediatamente la pusimos en práctica con la incorporación de varios integrantes de la institución trabajando en equipo. Con textos breves y concisos, con testimonios de sobrevivientes y un diseño muy atractivo o fuera de lo común que siempre acompañó y le dio vida al contenido gracias a los gráficos, fotos, mapas y sus propuestas pedagógicas. Los Cuadernos de la Shoá fueron y son utilizados  para el trabajo de docentes y educadores no formales, destinatarios principales de cada número porque son un instrumento considerado muy valioso para ilustrar acerca de aspectos esenciales de aprendizaje sobre cómo fue y qué pasó durante la Shoá..

Abordamos en cada número temas específicos  como las dos guerras del nazismo, las diferentes resistencias judías, los aspectos humanos de víctimas y perpetradores, los justos y salvadores, la trayectoria e historia de mujeres, judías y no judías durante la segunda guerra, los niños sin infancia víctimas de todos los genocidios que han seguido sucediendo, la dimensión geográfica de la Shoá con mapas desplegables que ayudan a comprender el fenómeno de los escapes y destinos del pueblo judío desde la antigüedad hasta después de la Shoá.

La Legislatura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires los ha declarado en tres oportunidades de INTERÉS PARA LA PROMOCIÓN Y DEFENSA DE LOS DDHH

En octubre de 2018 , Sherit Hapleitá y Generaciones de la Shoá, se incorporaron al nuevo Museo del Holocausto con sus actividades, voluntarios y proyectos educativos Fue en esa nueva etapa institucional que presentamos el Cuaderno número 8 y a pensar en el tema del noveno. 

Inaugurado el nuevo Museo en diciembre de 2019, se declaró la pandemia en Marzo 2020, lo que nos obligó a casi dos años de inactividad presencial. Tuvimos que crear, como todos, nuevas formas de comunicación pero seguimos investigando, escribiendo, corrigiendo y diseñando . 

 Y  aquí estamos después de tanto tiempo, , muy orgullosos de presentar un nuevo Cuaderno de la Shoá: INDIFERENCIA Y COMPLICIDAD 

En este título condensamos los aspectos más relevantes de la temática abordada,

Los indiferentes y los cómplices son los protagonistas de este número de Cuadernos de la Shoá.

La mayoria de los que hacemos Cuadernos de la Shoá , sobrevivientes e hijos de sobrevivientes  directamente afectados por el Holocausto y los docentes involucrados en la tematica nos preguntamos permanentemente  ¿cómo fue posible?  

Crecimos escuchando esos relatos del horror . Fuimos  testigos de las lágrimas y el dolor  de nuestros padres , de la tristeza y el lamento por todos sus familiares perdidos, por sus vidas truncadas, por todo lo que debieron dejar una vez que sobrevivieron  a ese cataclismo aniquilador.

Los testimonios de los sobrevivientes a lo largo de todos estos años nos enseñaron que la vida siempre es más fuerte.  Se pusieron de pie, se reconstruyeron ,siguieron andando y esa urgencia por recomponerse hizo que casi inmediatamente terminada la hecatombe empezaran a trabajar, a  construir familias y adaptarse al nuevo lugar al que habían podido llegar, a sus nuevas costumbres, a sus nuevos idiomas,  a sus nuevas comidas. 

Hoy, después de tantos años, tanto nosotros, como  nuestros descendientes y las personas que visitan este Museo  nos sigamos preguntando lo mismo

 ¿Como fue posible? 

 En cada uno de los capítulos en los que está dividida la publicación intentamos desarrollar algunas de las respuestas a esa pregunta .  

Esa pregunta que se hacían nuestros padres de ¿Cómo fue posible? vuelve una y otra vez  transcurridos casi más de 80 desde que todo comenzó.

  • ¿Cómo fue posible que el pueblo alemán se encolumnara detrás de la política asesina de Hitler?

  • ¿Cómo fue posible que la población aceptara con tan poca oposición la conducta discriminatoria primero y las progresivas restricciones a los judíos después?

  • ¿Cómo fue posible que los jóvenes adhirieran con tanto entusiasmo al nazismo?

  • ¿Cómo fue posible que los padres, años más tarde, enviaran a sus hijos a la guerra sabiendo que podían morir?

  • ¿Cómo fue posible que la gente común no se rebelara?

  • ¿Cómo fue posible que tantas personalidades prestigiosas crearan, sostuvieran y legitimaran esa ideología y el exterminio?

  • ¿Cómo fue posible que tantas empresas colaboraran en la financiación del nazismo?

  • ¿Cómo fue posible que los médicos infringieran el juramento hipocrático y participaran de experimentos reñidos con las reglas más básicas de la humanidad?

  • ¿Cómo fue posible que tanta gente participara de las matanzas?

  • ¿Cómo fue posible lo que sucedió?

  • ¿CÓMO FUE POSIBLE?

Estas preguntas siguen vigentes acuciando a la Humanidad. El intento de responderlas está desarrollado en los 5 capítulos del Cuaderno de la Shoá número 9

Capítulo 1.- Alemania y los judíos.

Capítulo 2.- La propaganda, construcción de consenso.

Capítulo 3.- Complicidad y colaboración.

Capítulo 4.- Financistas y oportunistas, los buitres del genocidio.

Capítulo 5.- El saqueo a las víctimas.

Gracias por creer en nosotros y en nuestro trabajo, por acompañarnos y darnos fuerza para seguir manteniendo vivo este importante logro educativo.

Porque como dijo alguna vez el Profesor George Steiner:

"TODO HOMBRE ES CÓMPLICE DE AQUELLO QUE LO DEJA INDIFERENTE."

Palabras de Diana Wang:

Aída dejó flotando los ecos de ¿cómo fue posible? 

Casi 80 años después, luego de  miles y miles de documentos, testimonios, investigaciones, papers, libros, conferencias y congresos, todavía nos lo seguimos preguntando. 

En este noveno número de Cuadernos de la Shoá, indiferencia y complicidad, nos preguntamos cómo fue posible mirar para otro lado y apoyar moral, intelectual y económicamente la política asesina nazi.

Para muchos, la era tormentosa del nazismo fue una oportunidad para ganar poder, figuración, posición social y lucro. “A río revuelto, ganancia de pescadores” pero la revoltura de este río ocultaba millones de ahogados en su seno.

Las guerras son una fuente de enriquecimiento para muchas empresas, armamentistas, metalúrgicas, textiles, químicas, alimenticias. La Segunda Guerra Mundial fue una oportunidad que muchos aprovecharon sin contemplaciones y con avidez. 

Empresas alemanas como IG Farben, BMW, Siemens, Porsche, Volkswagen,  Mercedes Benz, Audi, Krup, Hugo Bos, Adidas, y algunas extranjeras como IBM, Ford, General Motors, Standard Oil, General Electric, Coca cola, Kodak. Y las que se beneficiaron con el trabajo esclavo como Nestlé, Maggi, Novartis por nombrar unas pocas. 

También bancos. Los dineros de las transacciones, préstamos y pagos, vehiculizados por ellos y que en cada operación muerden un cachito y atentos a su beneficio, tampoco miraron para quién ni para qué. 

Empresas y bancos. Empresas y bancos que siguen existiendo. Algunos expresaron su arrepentimiento por aquel apoyo y aquella participación con programas y fondos de compensación. Otros siguen en silencio.

Como decimos en el Cuaderno, el dinero no tiene ni color ni olor, el dinero quiere más dinero, el objetivo de las empresas en ganar dinero, el dinero se atrae a sí mismo y no le importa quién lo da, cómo se consiguió y para qué se usará.  

Pero en el “cómo fue posible” tienen un lugar protagónico las personas. Fue lo que más difícil nos resultó en la composición de este Cuaderno porque choca contra el más elemental de los contratos sociales de la convivencia humana, lo que respetan los mamíferos que no hieren a los de su manada. La involucración de pensadores, académicos, profesionales y técnicos requirió que dejaran de percibir a los judíos como parte de la manada humana. Desdichado triunfo de la propaganda, el segundo de los cinco capítulos de esta publicación. Ese genio del mal que fue Joseph Goebbels lo tuvo claro desde el principio y fue a sus instancias que se creó el Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda. Que la propaganda es esencial en la construcción de consensos ya lo habían probado los soviéticos y fundamentalmente la Iglesia con su incesante tarea de propagar la fe. De ahí el nombre de propaganda, de propagar. 

Pero el nazismo subió la apuesta con la creación del ministerio, que torció la más elemental moral cristiana del pueblo alemán y lo llevó a la aceptación de la cuestión racial. Propagar la idea de que no éramos semejantes hizo posible cambiar el “amor al semejante” cristiano por el odio a los judíos. El ministerio de propaganda centralizaba y controlaba la educación, la prensa, el entretenimiento, las artes, los sindicatos, las ciencias y la cultura toda. Como pulpo de múltiples tentáculos llegaba a todos los rincones del alma alemana instilando e instalando al judío como la amenaza, como el enemigo que había que excluir primero, deportar después y exterminar finalmente. El apoyo al judío o a cualquier causa que lo defendiera, era traición a la patria y se penaba con el ostracismo cuando no con la prisión. El poder de la propaganda era tal que, sumado a prejuicios anteriores, al terror reinante, al oportunismo de muchos para ascender a mejores posiciones, hizo posible que tantos se embarcaran en la gesta genocida. Menciono solo, y a modo de ejemplo, los arquitectos, ingenieros, químicos y técnicos que diseñaron las cámaras de gas. 

¿Los imaginan alrededor de mesas exponiendo las características que debían tener? Diseñar y planificar espacios en los que cupiera la mayor cantidad de gente posible, que murieran lo más rápido posible, que costara lo menos posible y que el procedimiento permitiera una rápida limpieza para que el gas remanente no amenazara a los que debían entrar a quitar los cadáveres, lavar el piso y dejar todo en orden para el siguiente grupo. ¿Se dan cuenta de la monstruosidad de lo que dije? ¿Imaginan las conversaciones que debieron sostener estos profesionales pensando en cómo matar más eficientemente? Y ¿qué decir de los médicos que tenían a mano a cuantos quisieran para hacer los experimentos más increíbles, arbitrarios, crueles e impunes de que se tenga memoria?

Todo esto es lo que a mí me voló la cabeza y, aunque sé que la propaganda y todo lo que dije antes de las conveniencias personales fueron ingredientes esenciales, igual no me lo puedo creer. 

Y no quiero dejar de mencionar el último y estremecedor capítulo, el del saqueo a los judíos. Del campesino que negocia un vaso de agua por objetos de oro a un deportado a Treblinka que se asoma sediento por una rendija del vagón cuando el tren está detenido. El regateo de una alhaja por agua. Y de los que alegremente se apropiaron de objetos de arte, muebles, ropa, viviendas. 

Deportados,  aprisionados, asesinados, saqueados en cada una de las etapas.  

Este cuaderno es el más inquietante de todos porque nos abre, con un cuchillo oxidado y putrefacto, la pregunta de cómo fue posible.

Jan Karski, el diplomático polaco que denunció al mundo lo que estaba sucediendo con los judíos cuando todavía podía ser frenado, dijo que cuando se entrevistó en 1942 con Felix Frankfurter, miembro de la Corte Suprema de los EEUU, judío, y le contó lo que había visto en guetos y campos, aquel le dijo “no lo puedo creer”. Karski le preguntó ofendido “¿usted cree que le estoy mintiendo?” y el juez respondió “no, no creo que me esté mintiendo, es que no puedo creer lo que contó”.

A mí también me sigue costando creerlo.

Fotografías de las imágenes tomadas de la obra de Mirta Kupferminc:

La IA lo dice perfecto.

No sé para qué me siento a pensar y escribo.

Hay que barajar y dar de nuevo.


Después de publicada la columna, un amigo me envió su intercambio con el Chat GPT. 

Su pregunta fue:"Si todo se puede disfrazar y cambiar ¿Cómo distinguir verdad de mentira?". 

Respuesta: Es cierto que muchas cosas pueden ser disfrazadas y cambiadas, pero la verdad y la mentira se pueden distinguir a través de varios métodos y técnicas.

Uno de los métodos más efectivos para distinguir la verdad de la mentira es a través de la observación y el análisis del comportamiento de la persona que está hablando. La comunicación no verbal, como el lenguaje corporal, los gestos y la expresión facial, pueden ser indicadores importantes de si alguien está diciendo la verdad o no.

Otro método para distinguir la verdad de la mentira es hacer preguntas adicionales y profundizar en el tema. Si alguien está diciendo la verdad, es probable que pueda responder preguntas adicionales con facilidad y claridad. Sin embargo, si alguien está mintiendo, es posible que tenga dificultades para mantener una historia coherente y lógica.

También es útil examinar la evidencia disponible y buscar pruebas adicionales. Si alguien está diciendo la verdad, es probable que haya pruebas o evidencia que respalde sus afirmaciones. Si alguien está mintiendo, es posible que no haya pruebas o que las pruebas sean inconsistentes o no confiables.

En última instancia, distinguir la verdad de la mentira requiere una combinación de observación, análisis crítico y evaluación de la evidencia disponible. Si bien puede ser difícil determinar la verdad en algunas situaciones, con práctica y experiencia, es posible mejorar la capacidad de distinguir la verdad de la mentira.


Como la respuesta se enfocaba en el encuentro personal, pensé que faltaba en la pregunta la referencia a las redes sociales, que es ahí donde se hace difícil y se hará progresivamente más difícil, distinguir verdad y mentira. He aquí la atinadísima respuesta. 

Distinguir la verdad de la mentira en las redes sociales puede ser un desafío, pero hay algunas estrategias que pueden ayudarte a evaluar la credibilidad de la información que encuentras:

  • Verifica la fuente: antes de creer cualquier información que encuentres en las redes sociales, asegúrate de que provenga de una fuente confiable y legítima. 

  • Investiga la fuente y verifica si es conocida por producir contenido preciso y confiable.

  • Busca corroboración: si encuentras información que te parece sorprendente o dudosa, intenta buscar otras fuentes que la corroboren. Si varias fuentes confiables informan lo mismo, es más probable que la información sea verdadera.

  • Evalúa el contexto: a menudo, las historias falsas o engañosas están fuera de contexto o tergiversan los hechos. Lee más allá del titular y trata de entender el contexto completo antes de aceptar la información como verdadera.

  • Analiza el tono y el lenguaje: el tono y el lenguaje del contenido pueden revelar si es engañoso o sesgado. Presta atención a las palabras que se utilizan y si hay un sesgo en la presentación.

  • Busca evidencia: si una historia afirma algo específico, como un hecho o una estadística, busca evidencia que lo respalde. Si no se proporciona evidencia o es escasa, es posible que la información no sea confiable.

  • Ten cuidado con la desinformación intencional: algunas personas en las redes sociales tienen una agenda y pueden difundir desinformación intencionalmente. Si te encuentras con información que parece estar diseñada para engañar o manipular, es probable que sea falsa.

En resumen, para distinguir la verdad de la mentira en las redes sociales, es importante verificar la fuente, buscar corroboración, evaluar el contexto, analizar el tono y el lenguaje, buscar evidencia y tener cuidado con la desinformación intencional. Siempre verifica la información antes de compartirla o tomar decisiones basadas en ella.

El desafío de la IA: ¿verdad o mentira? *

¿Cómo saber si ese video que llega por Whatsapp no es fraguado? ¿Cómo saber si ese texto que leemos fue escrito por un humano o por el chat gpt? Además de las conocidas fake news, la IA (inteligencia artificial) hoy permite audios y videos fraguados y textos no escritos por humanos. ¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? 

Algunos científicos, tecnólogos y pensadores de nota levantan la voz de alarma con toda razón y piden poner freno a la amenaza de los desarrollos de la IA temiendo que destruyan nuestro mundo así como lo conocemos. 

La alarma es legítima pero sospecho que el freno no es posible. La inagotable pasión del conocimiento y las posibilidades económicas que prevén las grandes corporaciones son un flujo imparable. Como en la antesala de un nuevo mundo, todos quieren ser parte del descubrimiento, la creación y los desarrollos. Nadie quiere quedarse afuera. 

El aluvión de programas de IA y su poder de reemplazar mucho del trabajo humano tiene además la potencia de controlar individuos, sociedades, empresas y gobiernos. Tal vez se pueda regular y controlar -con el peligro que entraña quién lo controla y con qué objetivos- pero difícilmente se podrá frenar. La IA llegó para quedarse. 

¿Cómo convivir con el ataque a la credibilidad de estos productos que desafían nuestra percepción? Si se puede tomar la imagen y la voz de cualquiera y hacerle decir cualquier cosa, nuestro registro de la realidad está sufriendo un ataque masivo, pone en cuestión lo que es y lo que no es. 

Ya el photoshop había demostrado que las imágenes que circulan en las redes pueden estar intervenidas y que no podemos estar seguros de que la imagen publicada sea fidedigna. Ahora se agregan los audios y los videos. Cunden las voces de alerta pero, dado que no lo podremos frenar, tal vez tengamos una excelente oportunidad para estimular y entrenar el juicio crítico. Si todo puede ser intervenido y modelado a gusto, habrá que aguzar el músculo de la cautela y la credibilidad. Nada podrá ser tomado por cierto a priori. Ni textos ni voces, ni noticias ni imágenes. 

Antes de creer tendremos que asegurarnos de que efectivamente fue así. “Lo vi o lo escuché por televisión” o “me llegó por whatsapp, facebook o instagram” ya no son indicadores verosímiles. Antes de darlo por cierto y difundirlo, es preciso confirmarlo por varias fuentes confiables, como hace todo buen periodista. Y acá se nos abre una oportunidad insospechada. Podría ser una nueva materia en la educación formal, especialmente para nuestros adolescentes tan sometidos al mundo de la imagen y pendientes de los “likes”. Una materia que exponga el proceso de construcción de estas falsedades, su backstage, y desarrolle el juicio crítico que permita distinguir lo falso de lo real.

Y también, vaya paradoja, como la mejor manera de confirmar la veracidad de algo es con quien lo dijo, deberemos volver al encuentro vivo en lugar de fiarnos de una red social. Volver al mundo del encuentro, del diálogo, de la pregunta y de la conversación. Volver a usar el teléfono como tal y llamar a quien corresponda, cuando sea posible, para saber si eso que está circulando lo dijo o no lo dijo.

La IA, como aquel robot soñado que resolvería todos nuestros problemas, no distingue verdad de mentira. Amenazados con vivir en un mundo de espejismos la salida es recuperar nuestra humanidad y volver a buscarnos, en carne y hueso, el ojo en el ojo, la única manera de saber si lo visto o leído sobre lo alguien cree o dice es, de verdad, lo que cree que dice.

*El título fue generado por Chat GPT


Publicado en Clarin.

Del silencio al testimonio

Del silencio al testimonio - Sobrevivir para contar - Callar para vivir

Fueron muchas décadas de silencio. Los sobrevivientes de la Shoá comenzaron a hablar públicamente a finales del siglo XX. Solo lo habían hecho, y no siempre, en el ámbito privado. Un silencio particular que invita a reflexionar acerca de sus motivos y su evolución desde 1945 hasta la fecha. 

Después de 1945. Una vez vueltos a la vida debieron encarar cómo vivir. Echados de sus hogares, perdidas familias y lazos conocidos, los esperaban los duros escollos de encontrar un destino y conseguir los recursos para llegar. “¿Dónde puedo ir?” llora la canción sobre aquel mundo de puertas cerradas. Israel -entonces Palestina bajo mandato británico- y Estados Unidos tenían estrictas cuotas de inmigración, los otros países tenían prohibido otorgarles visas, conseguirlas requería conexiones, estrategias y dinero. 

Una vez encontrado un sitio, toda su atención y energía debió destinarse a la adaptación, idiomas, costumbres, lugares, todo desconocido, un tanto amenazante. Llegaron sedientos de contar pero pocos querían escuchar. Y cuando lo hacían, muchos no les creían y otros, fue el golpe más fuerte, los acusaban de “haber hecho algo para sobrevivir”. Entendieron rápidamente que mejor era callar ante la incredulidad y la acusación que dolía, humillaba y avergonzaba. No podían explicar lo que habían vivido, todo estaba demasiado cerca y  solo sabían lo propio, les faltaba la perspectiva más amplia de la compleja y terrorífica realidad  perpetrada por el nazismo. ¡Había tanto por hacer para salir adelante en la nueva vida! ¡Manos a la obra, mejor callar! 

El ala de la izquierda judía comenzó a conmemorar en la década del 50 el “Heroico levantamiento del gueto de Varsovia” que al tiempo que enaltecía a los resistentes, implicaba que quienes no habían resistido de ese modo glorioso, habían sido cobardes. 

Un motivo más para callar.

Década del 60. Cuando comenzaron los reclamos por indemnizaciones, entre los requisitos para ser lograrlo, los sobrevivientes fueron evaluados psiquiátricamente. Ante la desesperación por no poder documentar lo perdido muchos fraguaron o exageraron trastornos que los haría beneficiarios de una compensación. Fue descripto entonces el “síndrome del sobreviviente” cuyos ingredientes eran negación, desapego emocional, pesadillas, angustia, insomnio, necesidad de control y culpa; el habla popular lo llamó “el loco de la guerra”. 

Estas conclusiones psiquiátricas no coincidían ni con mis padres ni con los sobrevivientes que habían sido mi familia. Eran personas vitales, trabajadoras, sociables, entregadas a sus desarrollos personales, construyendo su “parnasá” con entusiasmo, generando familias sanas con hijos que cimentaban el futuro a fuerza de trabajo y estudio. No se diferenciaban de otras familias de inmigrantes. 

¿Pero por qué no contaban lo que habían vivido? Y resultó que no era solo un tema de los sobrevivientes de la Shoá. En todos los genocidios del siglo XX la voz de los sobrevivientes se empezó a escuchar recién varias décadas después. 

El camino no fue una línea recta. Veamos su cronología.

Año 1961. El juicio a Adolf Eichmann abrió una brecha en el muro del silencio. Los sobrevivientes fueron llamados a testificar y por primera vez después de terminada la guerra se conocieron caras e historias que se difundieron por todo el mundo. Fueron visibles por primera vez y de modo positivo. La sociedad israelí llamaba “savon” a los cobardes en obvia alusión al mito de que los judíos fueron convertidos en jabón, esos judíos llamados  guéticos, despreciados doblemente porque supuestamente se habían dejado conducir “mansamente como ovejas al matadero” y porque si habían sobrevivido era debido a “algo” que habían hecho. Su presencia en el tribunal les devolvió algo de la dignidad que la sociedad les había escatimado y con ello, el derecho a hablar. Pero no fue suficiente, aún no era el tiempo. A poco del juicio, la brecha se cerró y se restableció el silencio. 

Año 1978. La serie norteamericana “Holocausto” que todos vimos tensos y aferrados a nuestros asientos fue un nuevo intento de quiebre. Era la historia de los Weiss,  una familia alemana, gente de la cultura bien diferente del judío “cobarde y pasivo” tan estereotipado. Pero tampoco alcanzó. Fue otra llamarada que se apagó pronto. Siguieron callando. 

 Año 1993-1998. Todo cambió, el dique del silencio finalmente se quebró con “La lista de Schindler” de Steven Spielberg y la creación de la Shoah Foundation con su mayúsculo proyecto de registrar los testimonios de los sobrevivientes. Convocados, uno por uno, a contar su historia, decían orgullosos “Di mi testimonio a Spielberg” como si el director mismo hubiera estado en su casa. Dignificados y reconocidos, ahora que los querían escuchar, podían y querían contar. Luego de décadas de silencio protector fue un acto de resignificación y justicia, y desde entonces hasta la actualidad, no pararon de hablar. Las viejas hipótesis de negación se mostraron inexactas, los “locos de la guerra” no sufrían de locura. No hubo negación ni olvido. Recordaban todo, querían contar todo. 

Cuarenta años después, había llegado el momento. Pero la pregunta de por qué guardaron silencio tanto tiempo seguía sin ser respondida.

Un silencio protector. Jorge Semprún relató en “La escritura o la vida” (1994) que una vez fuera de Buchenwald, donde había sido deportado por comunista, no pudo escribir lo vivido hasta mucho después porque sumergirse en aquel barro pegajoso le impediría seguir viviendo. Cuatro décadas necesitó para ponerse en contacto con aquello sin temer que esos recuerdos, dolorosamente adheridos, no le dejaran vivir. Su dramática opción era escribirlo o vivir. Su propuesta de que el silencio había sido una protección para él me hizo pensar que si no habrá sido similar para otros sobrevivientes.

No todas las víctimas de éste y otros hechos genocidas callaron pero los que hablaron prematuramente se hundieron en la victimización de donde no podían salir. En sus casas, el tema recurrente y agobiante cubría creaba un contexto de resentimiento y las relaciones intrafamiliares se teñían de culpa, ira e irritación. Definidos solo como víctimas esperaron un reconocimiento que la sociedad no estaba aún en condiciones de dar. El hablar prematuramente no les alivió y les impidió operar con el trauma o resignificarlo. Al victimizarse hicieron de la experiencia su eje de identidad quedaron sumidos en una penuria opaca y adhesiva que entorpeció sus vidas a cada paso como temía Semprún y lo confirman los suicidios de Bruno Bettelheim, Paul Celan, Jean Améry, todos sobrevivientes de la Shoá que hablaron tempranamente. También está la dudosa muerte de Primo Levi cuyo libro “Si esto es un hombre” publicado en Turín en 1947 con una tirada modesta pasó inadvertido. Era pronto todavía. 

Un silencio reestructurador y posibilitador. La dimensión temporal del silencio, se hizo más sólida cuando Dominique Frischer en “Les enfants du silence et de la reconstruction” (2008) propuso la idea de que no solo el silencio no fue patológico sino que fue estructurante y esencial para que los sobrevivientes pudieran recuperarse y reconstruirse. “Recién cuando el sobreviviente siente que el pasado ha quedado atrás, cuando los pasos dados a posteriori lo tranquilizan porque todo ha seguido bien es cuando, paradójicamente, puede ponerse en contacto con lo vivido, mirar hacia atrás y comenzar a hablar”. 

Durante mucho tiempo creí y sentí al silencio vivido en casa como algo negativo. En mi propósito de comprenderlo y deconstruirlo, confusa y dolida por la ausencia de palabras con la que había crecido, describí seis razones para ello : no existían formas de nombrar aquello, la sociedad no quería escuchar, los padres no querían herir a los hijos, había diferentes categorías del sufrimiento según lo vivido por cada uno, la continuidad de la vida se habìa quebrado y la experiencia durante la Shoá estaba enquistada sin poder ser integrada y por último, los caminos no lineales en que se vive y procesa la memoria. 

Más tarde cuestioné al silencio como condición negativa y me pregunté si siempre era conveniente hablar. ¿No será, para algunos, en algunos casos,  abrir una caja de pandora despertando fantasmas que era preferible mantener dormidos? En una sociedad tan psicoanalizada como la nuestra, tan colonizada por la idea de que hablar de todo y  siempre es bueno, revisarlo fue ligeramente subversivo. Vinieron en mi ayuda las ideas de Semprún y Frischer. 

Frischer redobla la apuesta de Semprún: No solo el silencio fue protector sino estructurante, hizo posible seguir viviendo.

No parecía lógico pero coincidía con mis propias observaciones y dado que mi experiencia profesional me había mostrado que luego de sufrir un ataque hablar solía ser beneficioso me pregunté por qué no lo era en todos los casos. ¿Cuál era la diferencia? Tal vez estribaba en que el ataque sufrido en la Shoá no fue individual sino colectivo. Con la premisa de que se trató de dos situaciones traumáticas que determinan distintos procesamientos y caminos elaboré la hipótesis que sigue.

Dos traumas diferentes. El concepto tradicional de trauma se ubica en la esfera individual. El ataque individual (violación, secuestro, robo) es entre dos personas, el perpetrador y la víctima. El perpetrador tiene un propósito personal generado por objetivos personales y emociones como codicia, odio, desesperación. Cuanto más pronto pueda la víctima ponerlo en palabras, mejor su procesamiento, pronóstico y recuperación. Cuanto más tiempo calle, anclará más hondo en su subjetividad hundiendo a la persona en la victimización sin permitirle emerger de allí y seguir su camino. El ataque personal y emocional es algo que compartimos con los mamíferos. 

En el  ataque colectivo ya no son dos los que intervienen, son cuatro. El perpetrador responde a una entidad superior -Estado, gobierno, ejército-, no ataca con un propósito personal y emocional sino que obedece órdenes. No importa la identidad de la víctima sino su pertenencia al grupo designado como blanco. Los cuatro elementos son: un Estado perpetrador, un ejecutor, el grupo designado y un miembro del mismo. El ataque no es personal ni emocional sino racional, “para el bien de la sociedad”. 

El ataque colectivo, típico de hechos genocidas, es exclusivamente humano. 

Sobrevivir a un trauma colectivo requiere tiempo. 

El trauma colectivo vulnera el contrato social cuando el Estado, cuya tarea es proteger y cuidar, es el que asesina. Socava las bases sobre las que nos constituimos como individuos y corroe la confianza básica. Recuperar la confianza demolida, darle voz y palabras, es un proceso que requiere tiempo para ser consolidado. 

El trauma colectivo cambia las expectativas, las normas y los lugares dentro de la sociedad. Los parámetros de la educación se vuelven otros, otras las reglas de la vida. Se subvierte lo que cualquier religión predica y hacer lo que antes se penaba pasa a ser deseado y premiado. Los que eran amigos se vuelven enemigos, lo que estaba bien está mal, lo que estaba mal está bien. Estaba prohibido ayudar a un judío en Polonia durante la ocupación nazi, refugiar, proporcionar un salvoconducto, dar tan solo una papa que le permitiera vivir un día más. Si el ayudador era descubierto, antes de asesinarlo se mataba a toda su familia. Hacer el bien, ser solidario pasó a ser un delito. La denuncia, la delación, la tortura, el engaño eran alentados y premiados por el Estado. La prisión sin causa, el asesinato programado en manos de quien se comprometió a cuidar, fragmenta el piso sobre el que se está parado, la confianza básica sobre la que se sustenta nuestra vida en sociedad. Recuperar esa confianza es, y eso es lo que hemos aprendido de los sobrevivientes de la Shoá y de los otros genocidios del siglo XX, una construcción personal y colectiva que no sucede de la noche a la mañana.  

Este silencio de décadas se replica en los sobrevivientes sudafricanos, los de la masacre de Ruanda, los de la guerra de Argelia, los de las limpiezas étnicas en los Balcanes, los de Malvinas y de la dictadura argentina y la chilena, la uruguaya, la brasilera, los sobrevivientes del genocidio armenio, los sobrevivientes de la Shoá, todos requirieron tiempo para recuperar la confianza y en ese lapso han mantenido silencio.

Vivimos en una cultura que estimula el hablar. Nos circunda la idea, promovida probablemente por los templos psi y sus sacerdotes y feligreses, de que hablar es siempre sanador y que quien no lo hace está en riesgo de alguna severa patología mortal e incurable. Es sin dudas saludable intentar poner orden y otorgarle operabilidad a nuestro mundo interno y a nuestras relaciones y penas. Pero de ahí a enunciar una ley general, para todos los silencios de todas las personas en todas las situaciones, hay un trecho que requiere de una consideración más detenida. 

La psicología observa y reflexiona sobre el  trauma individual que sucede entre dos personas particulares, no el que ataca el contrato social. La conducta de un delincuente, un enfermo, un enemigo, no lesiona la estructura social. El sufrimiento, el agravio y sus consecuencias en las víctimas dependen, por un lado del grado del ataque, y por otro de que se le pueda poner las palabras lo más pronto posible para que no permanezca tóxico y enquistado. 

Por el contrario, la lesión de un trauma colectivo perpetrado por el Estado es de otro orden, corroe la legalidad que sustenta la convivencia, ataca la comunalidad, la vida gregaria, al contexto social imprescindible sobre el que construimos nuestra subjetividad. Cuando nos tenemos que cuidar de quien nos tiene que cuidar ¿cuáles son los parámetros a los que ajustarse? El mapa pre-existente deja de ser válido, se pierden los puntos de referencia. Ya no sabemos a qué atenernos, en quien confiar, dónde ir, cómo comportarnos. Si el Estado nos designa como sus enemigos somos parte del “enemigo interno” ese “uno entre nosotros” a perseguir, detener y extirpar, quedamos fuera de la ley. La confianza queda herida de muerte. 

Y cuando todo termina, cuando se emerge del “bache” genocida oscuro y arbitrario, cuando se recupera la vida “normal”, hay que hacer un esfuerzo supremo aferrarse a sus bordes del bache y reinsertarse esperando volver a confiar. Las ganas de vivir son incontenibles, como ese hilito de agua que siempre encuentra un cauce y en su camino arrasa con todo porque tiene que seguir. Vueltos de la iniquidad y la muerte hay que trabajar, construir proyectos, demostrar y demostrarse que lo vivido fue un accidente transitorio, como ese rayo fatídico que cayó un día y quemó la casa, convencerse de que las cosas volverán a sus cauces, que el imperio de la ley se ha establecido y que todo va a estar bien, que ya ha pasado el peligro. Volver la vista atrás amenaza con despertar los fantasmas, con perder pie y resbalar en excrecencias y restos sociales pringosos. Y se pone toda la energía en la reconstrucción de la confianza perdida y el sobreviviente apuesta -¿qué alternativa tiene?- a esta sociedad que hace un instante lo había traicionado. Es que si no confía no puede seguir viviendo. ¿Cómo hacerlo cuando la vivencia de traición sigue viva? Tiempo, hace falta tiempo para ir restableciendo los indicadores de que la sociedad va recuperando su cordura, que vuelve el mundo de reglas previsibles en el que se estará a  salvo. Lo que pasó, pasó, quedó en ese “bache” oscuro y sin palabras. Además nadie quiere oír. Hablar de lo que pasó es enfrentar a toda la sociedad con su propia ignominia. El sobreviviente calla mientras se recompone pero también es invisibilizado en su padecer porque es un testigo incómodo y nadie quiere oír su testimonio. La sociedad todavía no puede. Y hay que seguir viviendo. Hasta que llega el momento de hablar.

Los testimonios de los sobrevivientes de la Shoá. 

Callaron pero no olvidaron. Ni negaron. Ni reprimieron. Entre ellos hablaban, no públicamente. Decidieron mirar hacia adelante, como el hilito de agua. Y décadas después, con sus vidas hechas, el pasado bien atrás y la sociedad en condiciones de revisarse y de mirarse en ese espejo deformante de su esmirriada humanidad, con hijos adultos y nietos, recién entonces pudieron tomar el pasado traumático entre las manos y comenzaron a dialogar públicamente con él. 

Con una sociedad que abrió las orejas y tímidamente aceptó este ejercicio de revisión de algunos de sus supuestos, hay un nuevo contexto de recepción. La confianza va hacia un  proceso de reconstrucción y las marcas, que no se borran, dibujan circuitos que quedan como documentos pero que por fin pertenecen al pasado.

Ya sin peligro de hundirse otra vez en el “bache” sin salida, sin temor de confrontar a un Estado ocultador, sin tener que dar explicaciones por haber sobrevivido, cuando los hijos, nietos y bisnietos aseguran que el futuro es y está, se puede. 

Ahora se puede hablar.

Publicado con Coloquio del Congreso Judío Latinoamericano