Cuaderno de la Shoá número 9 - Presentación

fragmento de una obra de Mirta Kupferminc

Crónicas, textos y fotografías.

Crónica de Max-Gregorio Cernadas: en el magnífico Museo del Holocausto de Buenos Aires, tuve el honor de ser invitado a un acto de profunda significación espiritual, destinado a presentar una nueva edición de los “Cuadernos de la Shoá”, que edita dicho museo, esta vez dedicada a la “Indiferencia y la complicidad”, conteniendo estupendos artículos e ilustraciones, esencialmente destinada a la docencia y toma de conciencia de la tragedia del Holocausto.

Entre los diversos oradores se destacaron los sustanciosos discursos de la psicóloga Diana Wang-Argentina, la filósofa Diana Sperling y el Embajador de Alemania, Ulrich Sante.

Tuve el placer de saludar entre los invitados, a apreciados amigos del salón cultural que cultivamos con mi esposa Cecilia Scalisi, como los mencionados Ulrich Sante y las dos Dianas, y también al querido Guillermo Yanco, Vicepresidente del Museo, y de reencontrarme luego de veinte años con la talentosa artista plástica Mirta Kupferminc, autora de las excelentes ilustraciones de la publicación, con quien realizamos algunas actividades culturales durante el tiempo en que fui Consejero Cultural de la Embajada en Berlín (2000-2007).

Acaso la más trascendente lección de la noche, en mi opinión, no sólo para la cuestión de la Shoá sino también para la vida en general y, sobre todo, para estos tiempos siniestros que está viviendo nuestro país, haya sido la cita que expresó la Editora Responsable, Aida Ender que, parafraseada, dice: “Se es cómplice cuando no se combate la indiferencia”.

Disertación de Diana Sperling:

“La filosofía de Hitler es primaria. (En ella se manifiesta) una fuerza elemental. (Esas potencias primitivas) despiertan la nostalgia secreta del alma alemana. …El hitlerismo es un despertar de sentimientos elementales. (Pero) los sentimientos elementales entrañan una filosofía. (Esa filosofía) pone en cuestión los principios mismos de toda una civilización”. E. Levinas, “Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo”, 1934. Publicado en la revista L ́Esprit.

¿Cómo fue posible? ¿Cómo, en el seno de la cultura más sofisticada de Europa, surgió lo más monstruoso y maligno? Ese interrogante contiene una pregunta aun más simple y directa: ¿es posible? ¿Es posible que una madre torture a su pequeño hijo hasta matarlo? ¿Es posible que un padre aniquile a tiros a sus hijos para vengarse de la mujer que lo dejó? ¿Es posible que un energúmeno ambicioso construya una red de distribución de drogas para pudrir la vida de miles de chicos? ¿Es posible que un dictador contemporáneo invada un pequeño y pacífico país y arrase con escuelas, hospitales, casas y refugios?

La pésima noticia es que la respuesta es: SÍ. Fue posible, es posible, será posible una y mil veces más.

Dice Spinoza en su Tratado Político que el error de muchos pensadores es tratar de armar una sociedad en base, no a lo que el hombre es, sino a lo que les gustaría que fuera. Pero la realidad los -y nos- sopapea una y otra vez. Ni ángel ni demonio, el hombre es una criatura habitada por esos sentimientos elementales (pasiones, las llamaba Spinoza), y raramente guiada por la razón. O, peor aun: pulsiones asesinas que encuentran la manera de poner a la razón de rodillas y a su servicio. Tendencias e ideologías que se racionalizan, justifican y fundamentan -mediante lógicas perversas pseudo-científicas, religiosas o sociológicas- esa pulsión elemental. Una razón burocratizada.

Se impone entonces volver a la noción arendtiana de la banalidad del mal. La idea de que una persona gris y corriente es capaz de llevar a cabo las acciones más aberrantes sacude nuestro sentido común, nuestra necesidad de orden y separación, nuestra buena conciencia… Nuestro deseo de construir un “ellos” totalmente separado y antagónico con este “nosotros” de buena gente en el que nos incluimos. Porque si quienes perpetraron el horror no eran monstruos de diez cabezas y cola de serpiente, seres de aspecto mitológico ni individuos salidos de remotas cuevas, sino ciudadanos “normales”, entonces quiere decir que también nosotros, cualquiera de nosotros, es un asesino en potencia. El descubrimiento impacta. De la misma manera, cuando Freud advierte que la mayoría de los abusos infantiles han sido perpetrados por familiares cercanos… Entonces lo cotidiano, lo que tenemos frente a nosotros todos los días, lo “normal”, lo irrelevante e intrascendente puede ser, a la vez, lo más espantoso. Esa es la idea freudiana de lo siniestro: el horror que anida en lo familiar. La banalidad del mal es lo siniestro. Hannah Arendt gestó esa noción a partir de presenciar el juicio a Eichmann. Ahí entendió que el concepto kantiano de Mal absoluto o mal radical era inadecuado, porque le otorgaba al mal un estatuto de grandiosidad, una trascendencia y una sustancialidad que no se condecían con esos personajes tan insignificantes. La de Arendt fue una revelación antropológica, equivalente a la de Freud. Somos, también, eso. El buenismo de las almas bellas no resiste semejante revelación.

Este Cuaderno nos enfrenta descarnadamente con una realidad que muchas veces no quisimos, no queremos ver. Las maravillosas, impactantes imágenes de Mirta Kupferminc denuncian, creo -o es lo que yo alcanzo a percibir-, la complejidad de la condición humana. Un carozo de oscuridad en el seno mismo de la luz, pero también una chispa luminosa alojada, secretamente, en “el corazón de las tinieblas”. Como esas “astillas del tiempo mesiánico” de que hablaba Walter Benjamin…

En la pág. 84 del Cuaderno se describe la estructura del genocidio:

“Un genocidio es un proceso complejo que requiere, igual que cualquier otra empresa, un objetivo claro, una ideología, un líder, un contexto posible y los medios para solventarlo”.

Sí, pero tal vez… Si hablamos de indiferencia, podríamos pensar que ni siquiera es imprescindible la ideología. Se trata de dinero, que, como dice el texto, “ha sido un tema obviado, oscurecido y silenciado, tal vez por no parecer suficientemente importante comparado con el horror desplegado por la industria de la muerte”.

He ahí la banalidad, hermana gemela de la indiferencia. No siempre hace falta odiar a las víctimas, sostener una ideología articulada y fundamentada, contar con argumentos filosóficos o políticos para llevar a cabo la masacre. Es suficiente con que no nos importe. Con hacer la vista gorda y decir, como al pasar, “por algo será” o frases similares. No ahondar, no indagar, no cuestionarse. Hacerse los distraídos. El dinero es absolutamente banal y corre al margen de toda consideración ética. Su palpable materialidad lo exime de esos terrenos pantanosos, “espirituales”, intelectuales…

El dinero es medio y fin en sí mismo, nada hay por encima de él.

De modo que se puede ser cómplice, sí, por compartir una ideología asesina y creer fervientemente que eliminar a un grupo humano será mejorar el mundo, o se puede ser cómplice porque nada de eso importa. En ese caso, la ideología y los valores morales son, más bien, obstáculos a remover. Se trata de beneficios contantes y sonantes.

Distinto es el caso de los intelectuales que apoyaron decididamente al régimen nazi. Heidegger a la cabeza, por ser el más destacado y genial de todos. Un hombre de una brillantez pasmosa en muchísimos aspectos, con páginas de altísimo vuelo filosófico, junto a lo que Jean-Luc Nancy muy bien detecta, y con lo que -siguiendo a Arendt- titula un libro: la banalidad de Heidegger. ¿Cómo una mente tan dotada fue capaz de repetir slogans vacíos, frases acuñadas por el antijudaísmo más cerril, viejas consignas primitivas? ¿Cómo fue, cómo es posible que el brillo excepcional de un pensamiento se opaque por completo ante lo judío?

De nuevo: lo pequeño e intrascendente, lo que pasa casi inadvertido es, puede ser, lo más terrible y mortífero.

Ietzer lev adam ra mi neurav, reza un célebre versículo de la Torá (Gen. VIII: 21). “La tendencia del corazón humano es mala desde la cuna”. Pero lo curioso es que esa frase la pronuncia D´os después del diluvio, cuando se restablece la vida en la tierra. El Eterno promete: “no volveré a destruir la tierra a causa del hombre…” y, renglón seguido, la expresión que citamos. Es la comprobación de la cruda realidad lo que le inspira esa decisión benévola. “Mientras perdure la tierra, no cesarán el tiempo de la cosecha y de la siembra, el frío y el calor, el verano y el invierno y el día y la noche”. El Todopoderoso podría haber dicho, desencantado: ya que la criatura que forjé es tan fallida, destruyo todo y vuelvo a cero. Pero la conclusión sorprende. Preservar la vida tiene pues, como condición, aceptar que la maldad es parte inextirpable de lo humano. Aceptar y asumir ese rasgo es la base ineludible para crear cultura.

Paradójicamente, en el mismo orden -pero en sentido inverso- podríamos hablar de la banalidad del bien. Los cientos o miles de individuos que sacrificaron su último pedazo de pan para alimentar a un chico al borde de la muerte, las redes de solidaridad dentro de los campos, las pequeñas ceremonias y los rezos y las canciones a escondidas en las fiestas judías, los que escondieron al enfermo o calentaron al moribundo… Como para el mal, también en relación al bien surgen, aquí y allá, personas ordinarias capaces de gestos extraordinarios. Somos Jekyll y Hyde.

No se van a terminar los crímenes. Los tiranos cuentan con instrumentos cada vez más poderosos para llevar adelante sus matanzas. En lo social y colectivo, en lo individual o familiar, el horror seguirá habitando nuestras vidas y acechando en los rincones.

¿Cómo es posible la guerra, el daño, el crimen? es una pregunta que atraviesa los tiempos. ¿Por qué fracasan todos los esfuerzos de detener el mal? Habría que pensar que “hay en juego fuertes factores psicológicos que paralizan los esfuerzos (...). (Hay que considerar) …el afán de poder de pequeños grupos dominantes que someten al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría… (Porque) esa minoría dominante tiene bajo su influencia a las escuelas y la prensa, y por lo general también a la Iglesia. Esto le permite organizar, dirigir, gobernar los sentimientos y emociones de las masas… inconscientes de los verdaderos motivos de su acción”. Así escribe Einstein en carta a Freud, desde Potsdam, en julio de 1932.

Y agrega: “¿Cómo es que esos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una respuesta posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción, canalizado de esta manera a través de racionalizaciones ideológicas e idealistas”. !!!!!!

Y agrega: “En modo alguno pienso aquí solamente en las llamadas ´masas analfabetas o iletradas´. La experiencia prueba que es más bien la llamada ´intelectualidad´ la más proclive a esas desastrosas sugestiones colectivas”. Lo cual da por tierra con nuestras ilusiones bienpensantes de que la educación y la información serían antídotos contra el espanto…

En efecto, las más de las veces los intentos de detener la destrucción fracasan. Sin embargo, no podemos dejar de insistir. Sin garantías, sin plazos, sin utopías.

Tal vez solo podamos incrementar la conciencia de que esos sentimientos primitivos anidan en el fondo oscuro de la cultura, y que nos compete la misión de aumentar la vigilancia ante gestos de apariencia banal pero consecuencias catastróficas.

Indiferencia y complicidad, dos aspectos de la vida humana, tanto como atención, solidaridad y amor al prójimo. Porque a veces, pequeños actos cotidianos salvan una vida, ponen al mundo nuevamente sobre su eje, restituyen el sentido de la existencia y rescatan la esperanza.

Walter Benjamin decía que en cada generación late una “débil fuerza mesiánica”. Débil fuerza. A veces anémica, apenas perceptible. Pero extraordinariamente poderosa cuando se une a otros y teje una trama de abrigo, sostén, justicia y amor.

Palabras de Aida Ender:

Bienvenidos a esta presentación del Cuaderno de la Shoá 9.  Como editora responsable de la publicación, me gustaría compartir con todos ustedes los nombres y la presencia  del equipo de colaboradores de esta edición

Por favor les pido que se pongan de pie  a medida que los vaya nombrando

Susana Grinspan, Angela Waksman,Ruthy Fleischer, Natalia Rus, Feigue Machabansky, Viviana Rosenthal, y Rosa Rotemberg , ausente hoy por un viaje familiar

A los profesionales del Museo: Jonathan Karschenbaum, Fabiana Mindlin, Bruno Garbari, Julia Juhasz,  Jonatan Epstein, Federico Treguer y Brenda Ficher

A nuestra diseñadora la genial Melisa Berlin que hace que a pesar de la dureza, la angustia y la consternación que provocan nuestros textos, hace que su lectura sea sencilla y posible. No solo se ocupa de las imágenes y la diagramación sino que casi siempre sus sugerencias son muy atinadas respecto de los contenidos.

Un agradecimiento muy especial a Mirta Kupferminc, nuestra artista invitada, cuyos temas permanentes se refieren a la identidad, la memoria y las migraciones  entre otros. Su obra "Bordado en mi piel" fue la portada del primer número de los Cuadernos de la Shoá y hoy tenemos el honor de volver a contar con su talento en la tapa, contratapa y el interior del Cuaderno.

Agradecemos en particular a Ricardo Hirsh y a la Asociación Cultural Pestalozzi quienes hicieron posible la impresión de este Cuaderno. Nuestro reconocimiento también al importante apoyo de la Embajada de Alemania. Y en particular un emocionado y agradecido recuerdo a la memoria de  nuestro querido José Blumenfeld Z”L alma mater de nuestra publicación

Los Cuadernos de la Shoá  nacieron como publicación en 2009 basados en una idea de Jonathan Karshenbaum. quien fue nuestro Director Ejecutivo y el de Sherit Hapleitá durante varios años. Diana Wang y yo tomamos la idea e inmediatamente la pusimos en práctica con la incorporación de varios integrantes de la institución trabajando en equipo. Con textos breves y concisos, con testimonios de sobrevivientes y un diseño muy atractivo o fuera de lo común que siempre acompañó y le dio vida al contenido gracias a los gráficos, fotos, mapas y sus propuestas pedagógicas. Los Cuadernos de la Shoá fueron y son utilizados  para el trabajo de docentes y educadores no formales, destinatarios principales de cada número porque son un instrumento considerado muy valioso para ilustrar acerca de aspectos esenciales de aprendizaje sobre cómo fue y qué pasó durante la Shoá..

Abordamos en cada número temas específicos  como las dos guerras del nazismo, las diferentes resistencias judías, los aspectos humanos de víctimas y perpetradores, los justos y salvadores, la trayectoria e historia de mujeres, judías y no judías durante la segunda guerra, los niños sin infancia víctimas de todos los genocidios que han seguido sucediendo, la dimensión geográfica de la Shoá con mapas desplegables que ayudan a comprender el fenómeno de los escapes y destinos del pueblo judío desde la antigüedad hasta después de la Shoá.

La Legislatura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires los ha declarado en tres oportunidades de INTERÉS PARA LA PROMOCIÓN Y DEFENSA DE LOS DDHH

En octubre de 2018 , Sherit Hapleitá y Generaciones de la Shoá, se incorporaron al nuevo Museo del Holocausto con sus actividades, voluntarios y proyectos educativos Fue en esa nueva etapa institucional que presentamos el Cuaderno número 8 y a pensar en el tema del noveno. 

Inaugurado el nuevo Museo en diciembre de 2019, se declaró la pandemia en Marzo 2020, lo que nos obligó a casi dos años de inactividad presencial. Tuvimos que crear, como todos, nuevas formas de comunicación pero seguimos investigando, escribiendo, corrigiendo y diseñando . 

 Y  aquí estamos después de tanto tiempo, , muy orgullosos de presentar un nuevo Cuaderno de la Shoá: INDIFERENCIA Y COMPLICIDAD 

En este título condensamos los aspectos más relevantes de la temática abordada,

Los indiferentes y los cómplices son los protagonistas de este número de Cuadernos de la Shoá.

La mayoria de los que hacemos Cuadernos de la Shoá , sobrevivientes e hijos de sobrevivientes  directamente afectados por el Holocausto y los docentes involucrados en la tematica nos preguntamos permanentemente  ¿cómo fue posible?  

Crecimos escuchando esos relatos del horror . Fuimos  testigos de las lágrimas y el dolor  de nuestros padres , de la tristeza y el lamento por todos sus familiares perdidos, por sus vidas truncadas, por todo lo que debieron dejar una vez que sobrevivieron  a ese cataclismo aniquilador.

Los testimonios de los sobrevivientes a lo largo de todos estos años nos enseñaron que la vida siempre es más fuerte.  Se pusieron de pie, se reconstruyeron ,siguieron andando y esa urgencia por recomponerse hizo que casi inmediatamente terminada la hecatombe empezaran a trabajar, a  construir familias y adaptarse al nuevo lugar al que habían podido llegar, a sus nuevas costumbres, a sus nuevos idiomas,  a sus nuevas comidas. 

Hoy, después de tantos años, tanto nosotros, como  nuestros descendientes y las personas que visitan este Museo  nos sigamos preguntando lo mismo

 ¿Como fue posible? 

 En cada uno de los capítulos en los que está dividida la publicación intentamos desarrollar algunas de las respuestas a esa pregunta .  

Esa pregunta que se hacían nuestros padres de ¿Cómo fue posible? vuelve una y otra vez  transcurridos casi más de 80 desde que todo comenzó.

  • ¿Cómo fue posible que el pueblo alemán se encolumnara detrás de la política asesina de Hitler?

  • ¿Cómo fue posible que la población aceptara con tan poca oposición la conducta discriminatoria primero y las progresivas restricciones a los judíos después?

  • ¿Cómo fue posible que los jóvenes adhirieran con tanto entusiasmo al nazismo?

  • ¿Cómo fue posible que los padres, años más tarde, enviaran a sus hijos a la guerra sabiendo que podían morir?

  • ¿Cómo fue posible que la gente común no se rebelara?

  • ¿Cómo fue posible que tantas personalidades prestigiosas crearan, sostuvieran y legitimaran esa ideología y el exterminio?

  • ¿Cómo fue posible que tantas empresas colaboraran en la financiación del nazismo?

  • ¿Cómo fue posible que los médicos infringieran el juramento hipocrático y participaran de experimentos reñidos con las reglas más básicas de la humanidad?

  • ¿Cómo fue posible que tanta gente participara de las matanzas?

  • ¿Cómo fue posible lo que sucedió?

  • ¿CÓMO FUE POSIBLE?

Estas preguntas siguen vigentes acuciando a la Humanidad. El intento de responderlas está desarrollado en los 5 capítulos del Cuaderno de la Shoá número 9

Capítulo 1.- Alemania y los judíos.

Capítulo 2.- La propaganda, construcción de consenso.

Capítulo 3.- Complicidad y colaboración.

Capítulo 4.- Financistas y oportunistas, los buitres del genocidio.

Capítulo 5.- El saqueo a las víctimas.

Gracias por creer en nosotros y en nuestro trabajo, por acompañarnos y darnos fuerza para seguir manteniendo vivo este importante logro educativo.

Porque como dijo alguna vez el Profesor George Steiner:

"TODO HOMBRE ES CÓMPLICE DE AQUELLO QUE LO DEJA INDIFERENTE."

Palabras de Diana Wang:

Aída dejó flotando los ecos de ¿cómo fue posible? 

Casi 80 años después, luego de  miles y miles de documentos, testimonios, investigaciones, papers, libros, conferencias y congresos, todavía nos lo seguimos preguntando. 

En este noveno número de Cuadernos de la Shoá, indiferencia y complicidad, nos preguntamos cómo fue posible mirar para otro lado y apoyar moral, intelectual y económicamente la política asesina nazi.

Para muchos, la era tormentosa del nazismo fue una oportunidad para ganar poder, figuración, posición social y lucro. “A río revuelto, ganancia de pescadores” pero la revoltura de este río ocultaba millones de ahogados en su seno.

Las guerras son una fuente de enriquecimiento para muchas empresas, armamentistas, metalúrgicas, textiles, químicas, alimenticias. La Segunda Guerra Mundial fue una oportunidad que muchos aprovecharon sin contemplaciones y con avidez. 

Empresas alemanas como IG Farben, BMW, Siemens, Porsche, Volkswagen,  Mercedes Benz, Audi, Krup, Hugo Bos, Adidas, y algunas extranjeras como IBM, Ford, General Motors, Standard Oil, General Electric, Coca cola, Kodak. Y las que se beneficiaron con el trabajo esclavo como Nestlé, Maggi, Novartis por nombrar unas pocas. 

También bancos. Los dineros de las transacciones, préstamos y pagos, vehiculizados por ellos y que en cada operación muerden un cachito y atentos a su beneficio, tampoco miraron para quién ni para qué. 

Empresas y bancos. Empresas y bancos que siguen existiendo. Algunos expresaron su arrepentimiento por aquel apoyo y aquella participación con programas y fondos de compensación. Otros siguen en silencio.

Como decimos en el Cuaderno, el dinero no tiene ni color ni olor, el dinero quiere más dinero, el objetivo de las empresas en ganar dinero, el dinero se atrae a sí mismo y no le importa quién lo da, cómo se consiguió y para qué se usará.  

Pero en el “cómo fue posible” tienen un lugar protagónico las personas. Fue lo que más difícil nos resultó en la composición de este Cuaderno porque choca contra el más elemental de los contratos sociales de la convivencia humana, lo que respetan los mamíferos que no hieren a los de su manada. La involucración de pensadores, académicos, profesionales y técnicos requirió que dejaran de percibir a los judíos como parte de la manada humana. Desdichado triunfo de la propaganda, el segundo de los cinco capítulos de esta publicación. Ese genio del mal que fue Joseph Goebbels lo tuvo claro desde el principio y fue a sus instancias que se creó el Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda. Que la propaganda es esencial en la construcción de consensos ya lo habían probado los soviéticos y fundamentalmente la Iglesia con su incesante tarea de propagar la fe. De ahí el nombre de propaganda, de propagar. 

Pero el nazismo subió la apuesta con la creación del ministerio, que torció la más elemental moral cristiana del pueblo alemán y lo llevó a la aceptación de la cuestión racial. Propagar la idea de que no éramos semejantes hizo posible cambiar el “amor al semejante” cristiano por el odio a los judíos. El ministerio de propaganda centralizaba y controlaba la educación, la prensa, el entretenimiento, las artes, los sindicatos, las ciencias y la cultura toda. Como pulpo de múltiples tentáculos llegaba a todos los rincones del alma alemana instilando e instalando al judío como la amenaza, como el enemigo que había que excluir primero, deportar después y exterminar finalmente. El apoyo al judío o a cualquier causa que lo defendiera, era traición a la patria y se penaba con el ostracismo cuando no con la prisión. El poder de la propaganda era tal que, sumado a prejuicios anteriores, al terror reinante, al oportunismo de muchos para ascender a mejores posiciones, hizo posible que tantos se embarcaran en la gesta genocida. Menciono solo, y a modo de ejemplo, los arquitectos, ingenieros, químicos y técnicos que diseñaron las cámaras de gas. 

¿Los imaginan alrededor de mesas exponiendo las características que debían tener? Diseñar y planificar espacios en los que cupiera la mayor cantidad de gente posible, que murieran lo más rápido posible, que costara lo menos posible y que el procedimiento permitiera una rápida limpieza para que el gas remanente no amenazara a los que debían entrar a quitar los cadáveres, lavar el piso y dejar todo en orden para el siguiente grupo. ¿Se dan cuenta de la monstruosidad de lo que dije? ¿Imaginan las conversaciones que debieron sostener estos profesionales pensando en cómo matar más eficientemente? Y ¿qué decir de los médicos que tenían a mano a cuantos quisieran para hacer los experimentos más increíbles, arbitrarios, crueles e impunes de que se tenga memoria?

Todo esto es lo que a mí me voló la cabeza y, aunque sé que la propaganda y todo lo que dije antes de las conveniencias personales fueron ingredientes esenciales, igual no me lo puedo creer. 

Y no quiero dejar de mencionar el último y estremecedor capítulo, el del saqueo a los judíos. Del campesino que negocia un vaso de agua por objetos de oro a un deportado a Treblinka que se asoma sediento por una rendija del vagón cuando el tren está detenido. El regateo de una alhaja por agua. Y de los que alegremente se apropiaron de objetos de arte, muebles, ropa, viviendas. 

Deportados,  aprisionados, asesinados, saqueados en cada una de las etapas.  

Este cuaderno es el más inquietante de todos porque nos abre, con un cuchillo oxidado y putrefacto, la pregunta de cómo fue posible.

Jan Karski, el diplomático polaco que denunció al mundo lo que estaba sucediendo con los judíos cuando todavía podía ser frenado, dijo que cuando se entrevistó en 1942 con Felix Frankfurter, miembro de la Corte Suprema de los EEUU, judío, y le contó lo que había visto en guetos y campos, aquel le dijo “no lo puedo creer”. Karski le preguntó ofendido “¿usted cree que le estoy mintiendo?” y el juez respondió “no, no creo que me esté mintiendo, es que no puedo creer lo que contó”.

A mí también me sigue costando creerlo.

Fotografías de las imágenes tomadas de la obra de Mirta Kupferminc: