Desnudez emocional: parejas, conversaciones, intimidad...

Captura de Pantalla 2021-08-18 a la(s) 17.58.37.png

“Las nuevas constelaciones de pareja son un ejercicio de libertad, y también un salto al vacío”

¿Todas las parejas están condenadas al fracaso? ¿Por qué? ¿Qué características nos llevan inevitablemente a él?

De ninguna manera. Ni todas ni la mayoría, tal vez muchas, pero son números inciertos y todas/mayoría/muchas son apreciaciones. ¿Qué es fracaso por otra parte? ¿Separarse? ¿Estar juntos en la desdicha? El fracaso se mide por cuál es la expectativa de éxito. Entonces ¿qué es éxito? ¿no discutir nunca? ¿vivir la atracción sexual igual que el primer día? Tanto fracaso como éxito son subjetivos y dependen de cuanto las expectativas coinciden con los logros. Cuanto más alta la expectativa más se alejará del logro, o sea que una expectativa alta conducirá a una vivencia de fracaso doloroso. 

  • ¿Cómo, y por qué, sostener un proyecto de a dos a pesar de que el “para siempre” ya no lo creemos más? (¿O sí lo creemos?) ¿En qué lugar nos deja ese cambio de la subjetividad? Como señalás en tu libro Te amaré para siempre: ¿dónde quedaron las perdices?

El título de mi libro (es Te amaré eternamente) refiere al mito romántico que puede resumirse en “el amor todo lo puede”. El “para siempre” es un anhelo de cuando la vida terminaba alrededor de los 50, cuando los hijos estaban criados y ya estábamos viejos y a punto de partir. Hoy cambió la expectativa, los 50 son años jóvenes, le siguen los 60, los 70, los 80 y hasta los 90 en actividad y con proyectos. ¿Cómo esperar un “para siempre” cuando a lo largo de todos estos años se van cambiando expectativas, necesidades, proyectos? Los caminos a veces divergen y la pareja deja de ser la mejor compañía o hasta entorpece los nuevos pasos. Por otra parte, en la convivencia nos vamos construyendo juntos, gran parte de lo que vamos siendo es consecuencia de como va siendo nuestra pareja y lo que vamos tejiendo juntos; uno es uno y también lo que va siendo junto con el otro. No es fácil elegir separarse y si uno lo hace se lleva consigo parte de lo que construyó en la convivencia. Un maestro mío decía que el divorcio no existe, que llevamos en nosotros cada una de las parejas con las que convivimos y con las que nos fuimos haciendo. 

  • El amor romántico está hoy en la mira, ¿cómo reconvertir ese sentimiento/anhelo sin (tantos) velos ni ideales imposibles?

Aquel ideal romántico que tenemos hondamente incorporado y que sigue siendo lo que esperamos, dura poco y no hay engramas o estructuras de las que aprender para saber cómo seguir cuando la infatuación, el enamoramiento, la pasión, se van apagando y sigue el día a día, las negociaciones acerca de conductas, actitudes y costumbres. Muchos hoy lo saben aunque esperan que el flechazo sea persistente, ¿quién sabe? capaz que el milagro suceda. Pero saber que no dura le quita sal y pimienta al gusto de la pareja, desanima. El velo quitado nos dice que el amor eterno se reconvierte y eso parece reducir el atractivo de aquella promesa romántica y son no pocos los adultos jóvenes que, por esa causa, no se entregan a la aventura de armar una pareja y seguirla.  

  • Los cuestionamientos a la monogamia -por ejemplo, de la mano del poliamor, y en contra de la infidelidad- replantean el concepto de pareja “estable”. ¿Qué desafíos supone esta redefinición para parejas, y también para solteros?

Estamos en un momento complejo en este sentido. Las ansias de dibujar el propio destino, de construir las relaciones de modos que se adapten a alguna necesidad del momento, las nuevas constelaciones de pareja, son por un lado un ejercicio de libertad pero por el otro un salto al vacío. Paul Watzlawick, el original psicólogo de la Escuela de Palo Alto, decía que era adulta aquella persona que hacía lo que sus padres querían pero porque lo quería ella. Es decir, la estructura cultural que uno tiene incorporada es la que a uno lo configura, le guste o no, con un mapa claramente marcado, con calles, avenidas y reglas de tránsito. Las nuevas búsquedas amorosas se transitan sin caminos previos, abriendo senderos en bosques espesos sin saber cómo sigue, cómo será y muchas veces sin tener los recursos necesarios para la aventura y en riesgo. Tras el placer de abrir sendas vírgenes, el placer del adelantado, del conquistador, puede haber una vivencia de desolación ante peligros que sorprenden. Por ejemplo, la pareja tradicional se funda en el compromiso mutuo de no tener relaciones extramatrimoniales, lo que se suele llamar infidelidad. Algunas de las nuevas modalidades eximen a sus miembros de ese compromiso. Pero los celos, la necesidad de confirmación, la sed de pertenencia, el temor a la exclusión y a la soledad son características que integran nuestra subjetividad. La pareja tradicional lo ha reglado a lo largo de siglos como sus “reglas de tránsito”, que regulan incluso su transgresión y continuidad. Las nuevas parejas o constelaciones deben improvisar, reglarlo una y otra vez e incluso ir cambiando las reglas a medida que las relaciones van creciendo o complejizándose, requiere un trabajo de negociaciones a veces agotador y lo que es promesa de libertad se torna en una inesperada prisión. Y se me abre la pregunta de cuánta es la libertad que podemos esperar al momento de unirnos emocionalmente a una u otras personas. La idea de la libertad es más compleja de lo que parece. No es hacer lo que uno quiera en el momento en que uno quiera. Es aprender a respetar lo que uno quiere al tiempo que se respeta lo que quiere el otro. Y el otro es siempre un límite a nuestra ansia de libertad.

  • Los y las sexólogas son furor en Instagram y en lanzamientos editoriales. ¿Qué opinás de esta liberación sexual y el discurso del “derecho a gozar”? ¿Qué riesgos hay de que se convierta en una especie de “deber ser”?

Forma parte de lo que creemos que es el amor y de cómo definimos y consideramos una sexualidad satisfactoria. Estamos viviendo momentos privilegiados respecto a los derechos al placer y a la satisfacción de las necesidades. Nunca antes en la historia de la humanidad se ha planteado todo esto como un derecho, y un derecho universal. El derecho implica la idea de que es legítimo conseguir lo que a uno le hace falta pero veo que muchas veces no se considera del mismo modo que a todos no nos hace falta lo mismo. Cuando se habla de sexualidad muchas veces pareciera que se habla solo de gimnasia, del desarrollo de una habilidad, dando por sentado que es una necesidad de todos. Y no siempre lo es. No me refiero a la sexualidad reproductiva sino a la placentera, a la que se elige solo “perche mi piace”, son dos necesidades de diferente orden, el primero colectivo y el otro personal.  No todos tenemos la misma apetencia sexual, ni la misma intensidad ni la misma necesidad. Podemos pasar largos períodos de nuestra vida sin encuentros sexuales y sin que sea un desmedro de ningún tipo ni una carencia básica, traumática y dañina. No es forzoso ni obligado ni indispensable. Lo que sí lo es, es el ansia de intimidad. Suele suponerse que lo íntimo tiene que ver con la desnudez y la genitalidad, y en parte es cierto, porque la intimidad requiere de la desnudez emocional, de una relación con tal confianza que permite que se muestre lo que yo llamo la “mancha de caca en la bombacha”, eso que todos tenemos y que nunca jamás exhibiremos. Encontrar una relación en la que podamos relajarnos y entregarnos confiadamente aún cuando expongamos nuestra mancha, aunque no haya sexo, es el anhelo más profundo que tenemos.

  • En la era de las comunicaciones, necesitamos aprender a comunicarnos mejor. ¿Por qué nos cuesta, o no sabemos, mantener conversaciones asertivas? ¿En qué fallamos (habitualmente)?

Es que no nos enseñaron a hablar. Balbuceamos palabras creyendo que los sonidos que emitimos son propuestas comunicativas y las más de las veces son ataques. Cuando nos dirigimos a otro intentando comunicar algo que nos pasa con esa persona es habitual usar el idioma de la queja, el reclamo, la crítica, el juicio y el de la acusación. Son todos ataques. Son todas diferentes maneras de decirle al otro que todo lo que pasa es por su culpa. Y ante un ataque, como todo mamífero, nos defendemos. La escucha defensiva es una escucha obturada, no se puede escuchar si uno está pensando cómo defenderse de lo que vive como un ataque. Y no nos damos cuenta de que lo hacemos, creemos que estamos siendo objetivos y que estamos describiendo la realidad y no advertimos que si lo hacemos acusando, el mensaje no se oye, solo llega el ataque. El hablar en segunda persona, el hablar del otro, el ponerse en el lugar del fiscal acusador hace imposible la comunicación comunicativa. Aprender a hablar se puede, no es difícil ni imposible, se puede entrenar como una nueva habilidad que, creo, es una súper habilidad porque nos permitirá comunicar cuando hablamos y encontrarnos con nuestro otro en un territorio amigable y cooperativo en lugar del habitual escenario bélico que tanto nos daña a ambos.

  • En tus cincuenta años de ejercicio como terapeuta de parejas, ¿por qué razones te consultaban las personas cuando empezaste a trabajar, y por qué acuden hoy? ¿Cuáles fueron/son los principales cambios a lo largo de este tiempo?

Las razones no han cambiado. Todos vienen con una pesada mochila de desdicha que esperan se aligere. La desdicha tiene ingredientes similares: no le importo, me critica, me descalifica, no me entiende, me agrede, no quiere sexo, me excluye, no me quiere. El pedido que recibo es siempre el mismo: que cambie al otro, la visión que tenemos es que lo nuestro es la norma de lo que está bien, de la verdad y de la salud, que es el otro quien desacuerda, quien lo transgrede, quien hace todo mal. Obviamente, el otro cree exactamente lo mismo. 

  • Entre tu estudio del psicoanálisis, la teoría sistémica y tu propia intuición e investigación, ¿qué aprendiste, o qué descubriste con el tiempo, en relación a las dinámicas de pareja y el amor?

Que no estamos dispuestos a pagar la matrícula sine qua non. Cuando nos unimos a alguien en un proyecto de pareja dejamos de considerar, porque no lo hemos pensado, porque no lo hemos aprendido, porque no nos lo han enseñado, porque preferimos no verlo, que si no pagamos la matrícula de ingreso todo lo que siga se pondrá en peligro. La matrícula indispensable son dos promesas que nos comprometemos a cumplir:  1) aceptar al otro así como es y 2) no intentar cambiarlo. Es muy cara, lo sé, pero es la única garantía de que la aventura de convivir tendrá posibilidades de ser pacífica.

  • Asegurás que no tenés problemas en involucrarte con tu vida personal en el diálogo del consultorio. ¿En qué medida llevaste estos aprendizajes a tu propia vida, tu vida personal?

Es un ida y vuelta constante. Las parejas que veo me enseñan día a día cómo enfrentar cosas de un modo que a mí no se me había ocurrido. Agradezco la nueva opción que surge y aplico luego a mi propia pareja. Al mismo tiempo, cosas que voy descubriendo en mi pareja me son muy útiles en las consultas. La profesional y la esposa son la misma persona. Cada consulta me enfrenta con mis propios conflictos, me los redefine y me permite cambiar la perspectiva. Es una tarea que abre un sinfín de alternativas, siempre originales porque vienen con esos matices personales que siempre me sorprenden. Y es maravilloso seguirse sorprendiendo ante cosas que en su planteo parecen siempre iguales. Cuanto más porosa sea, cuanto más deje que cada experiencia ilumine un nuevo rincón oscuro de esos que tengo como tenemos todos, más me enriquezco, atenta en el consultorio, hoy por zoom, o sentada a la mesa, con mi marido saboreando, a veces en silencio, una cálida copa de vino. 

Publicado en Clarin

"¿Querías que te acompañara?"

“Mujer llorando” Al estilo de Gustav Klimt

“Mujer llorando” Al estilo de Gustav Klimt

La hermana mayor de Carina, Juani, estaba internada, ya en condición terminal. Ya sin sus padres, Carina y sus otros hermanos, Inés y Ricky, se turnaban para estar con Juani en esa triste habitación de la clínica.  Carina se levantó angustiada, se vistió casi sin mirar lo que se iba poniendo, se cepilló los dientes y el pelo como ausente. No quería ir a la clínica. No quería mirar a Juani, inconsciente. No quería ser ella la que estuviera a su lado en su último suspiro. Pero le tocaba ese día. Tenía que ir. 

Era feriado, día en que las rutinas semanales bajan un cambio y el desayuno habitual de un café bebido a las apuradas, era un largo recorrido por el diario con la taza al lado que se sorbía lentamente. Entró en la cocina y vio a Pachi, su marido, inmerso en la lectura con las diferentes secciones del diario desparramadas sobre la mesa. Los chicos dormían todavía. El silencio era envolvente, el calor de la cocina y la tenue luz que entraba por la ventana, un contexto acogedor, Pachi no levantó la vista cuando Carina entró. “¿Se acordará que hoy me toca a mí?” se preguntó mirándolo suspicaz, “seguro que no, seguro que está, como siempre, en su mundo, sin saber ni importarle lo que me pasa..” y se servía el café que la esperaba calentito en el termo que había preparado Pachi. No se sentó a tomarlo, no podía. La angustia la pinchaba, la revolvía, la hacía temblar. Terminó el café. Tomó la cartera y las llaves del coche, se puso la campera, le dirigió una última mirada, ya no angustiada sino irritada mientras se decía “no se acuerda, y si se acuerda no le importa, no va a venir, no me va a acompañar”. Cerrando la campera y con un gesto airado dijo “chau” y dio media vuelta. La furia le estaba subiendo como la erupción de un volcán, imparable, caliente, explosiva. No escuchó si le contestó. Abrió la puerta, salió y la cerró con violencia. Fue al coche casi tambaleando, los ojos húmedos no le permitían ver donde pisaban sus pasos, entró al coche automáticamente, puso la llave en el contacto y estalló. El llanto era imparable, la rabia, la soledad, la pena, esa sensación de salir a la intemperie del dolor más fuerte sin tener a su marido al lado empatizando con su desgarro, estando ahí. Apretó los dientes junto con el embrague y vio pasar por la calle a una persona arrastrando un carrito de supermercado con sus pobres pertenencias. Esa imagen fue como un cachetazo que la despertó. Bajó del coche. Entró en la casa. Fue a la cocina donde Pachi seguía en la misma posición en que lo había dejado, sosteniendo una parte del diario con una mano y la taza en la otra con los anteojos de leer cabalgando en la mitad de la nariz y llorando, gritando, sorbiendo los mocos que se le escapaban le gritó “¿es que no me vas a acompañar? mi hermana se está muriendo y vos te vas a quedar lo más pancho en casa mientras yo estoy en esa clínica desangelada esperando que llegue la muerte?”. Pachi levantó sus ojos grises, se quitó los lente y la miró, en su cara pintada la sorpresa, tras unos segundos de reubicación como si una nube se le hubiera corrido y produjo la siguiente pregunta: “¿Querías que te acompañara?” a lo cual Carina respondió “¡Sí! ¡Claro que quería! ¡Quiero y lo necesito! ¡No puedo estar ahí sola todo el día!”. Pachi juntó el diario, se lo puso bajo el brazo, tomó la campera que estaba sobre la silla y le dijo “Dale, vamos” y estuvo con ella todo ese triste día. De buen grado. No solo sin protestar sino sintiéndose bien porque la estaba acompañando.  

Ese día fue un antes y un después en la vida de ambos. Los dos aprendieron algo y como era gente inteligente y se querían como se quiere la gente que vive junta hace mucho tiempo y tiene ideas similares sobre lo que está bien y lo que está mal, decidieron poner en práctica eso que habían aprendido. 

En este caso se trataba de la importancia preguntar que ellos hicieron extensiva a la importancia de pedir. Lo llamaron “la clave de las dos pes”. Hablaron mucho sobre eso. Leyeron, consultaron con profesionales, conversaron con amigos y se les fue abriendo un nuevo panorama que les facilitó muchas cosas en la convivencia.

Se dieron cuenta de que no sale solo, que hay que entrenarse, aprenderlo y ejercitarlo para que se vaya incorporando y se transforme en natural. 

A Pachi le gustaba jugar al fútbol y sabía que, como en cualquier deporte, hay  movimientos que uno no trae espontáneamente, por ejemplo manejar, patear una pelota, el saque o cualquier golpe de tenis, el swing en el golf… entrenar la respiración y la colocación de la voz para cantar. Se acordaba que cuando Matías, su hijo mayor, era chiquito, pateaba la pelota con la punta del pie, como hacen todos los chicos. Resulta que para darle la dirección, efecto y la velocidad que uno quiere hay que patearla con la cara interior del empeine. Eso no sale naturalmente, hay que enseñarlo y practicarlo. Cada vez que Carina o Pachi no preguntaban o no pedían y asumían que el otro sabía, (¿cómo no va a saber?) y si no hacía lo que tenía que hacer o si no decía lo que tenía que decir, se enojaban y reclamaban…. el otro decía “no con la punta… pateála con el empeine” y el conflicto en ciernes se transformaba en una broma compartida.

En sus trayectos de investigación aprendieron que la adivinación es una expectativa muy común en la gente que cree que por el hecho de ser familiares o de vivir juntos el otro sabe lo que uno quiere y lo que uno no quiere y que si no lo hace es por maldad o locura.

Advirtieron cómo esta expectativa de adivinación enturbia todas las relaciones porque nos hace creer que si pedimos nos estamos rebajando. Porque pedir tiene mala prensa mientras que esperar lo que el otro no tiene ni idea parece ser una prueba de amor. Su círculo de amigos escuchaba estas disquisiciones primero divertidos pero pronto uno y otro comenzó a ponerlo en práctica en sus contextos de vida. Fue una revelación para todos eso de patear con el interior del empeine en lugar de darle una y otra vez con la punta del pie y mandar la pelota a cualquier parte. 

Y lo de preguntar antes de opinar, antes de asumir que se sabe cuál era la intención, cuál el objetivo, fue otra conquista que se volvió grupal. Hasta lo volvieron un juego porque se preguntaban las cosas más obvias que, descubrieron que no eran superfluas, que muchas veces habían creído que sabían pero que en realidad no sabían. “¿Te gustó este café?”, “¿Dormiste bien?”, “¿Preferís sentarte de este lado o te gusta más el otro?”. No solo en sus parejas, también con sus hijos, con sus padres, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo y Raúl, uno del grupo, contó que preguntar le había abierto una puerta inesperada en la reunión de equipo de su trabajo, que él siempre aportaba ideas y muchas veces eran resistidas, se las rebotaban y se quedaba frustrado porque creía que estaban buenas y que no estaban siendo atendidas. Y con esto de preguntar, formuló una idea nueva para el proyecto que tenían entre manos, no como afirmación sino como pregunta, y de pronto todos prestaron atención, todos escucharon, creía, y así se lo contó al grupo, que era la primera vez que sintió que no hubo resistencia alguna. “Tal vez lo que hacía antes era decirlo enfáticamente, casi como imponiéndome y parece que eso no le gusta a nadie” reflexionó.

Juani, la hermana de Carina, falleció un atardecer de otoño con ese cielo multicolor que a veces tiñe a Buenos Aires de nostalgia. Carina y Pachi, los descubridores y estimuladores de “patear con el empeine” y el uso de las “dos pes”, preguntar y pedir, la lloraron juntos, de la mano y en paz.

Publicado en La Nación

La culpa de todo la tienen las bicicletas

Captura de Pantalla 2021-07-31 a la(s) 19.36.45.png

Se dio a conocer un estudio publicado en el mes de junio por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos, LEDA, de la Universidad de San Martín, dirigido por Ezequiel Ipar. Su título es “El antisemitismo en Argentina: tramas e interrogantes”.

La imagen que caratula el informe es una vieja caricatura antisemita. Se ve a un hombre con enormes orejas, labios carnosos, nariz grande y ganchuda, mirada burlona y codiciosa, que tiene en sus manos hilos que van a dos títeres, a la izquierda, claro, un militar soviético con una bomba en la mano y a la derecha, claro también, un hombre con los atributos de la masonería. La encuesta telefónica en la que se basa el informe solicitaba “el grado de acuerdo con la frase: Detrás de la pandemia del Coronavirus hay figuras como Soros y laboratorios de empresarios judíos que buscan beneficiarse económicamente”.

Los resultados, luego de solo 3100 personas encuestadas, han tenido una amplia difusión en los medios, tanto los “hegemónicos opositores” como los “afines al gobierno”. El número es impactante puesto que señala que el 37% de los encuestados se manifestó de acuerdo con la frase, uno de casi cuatro argentinos, según podría inferirse, dice creer que detrás de la pandemia hay judíos, como Soros, que se beneficiaron económicamente. ¡Casi la mitad!

Semejante número, tan desproporcionado, me hizo sospechar y preguntarme acerca de la validez de la encuesta. Todo encuestador sabe que se pueden dirigir las respuestas según el modo en que se hagan las preguntas, las palabras que se usen y los sesgos que estimulen, especialmente las encuestas de opinión. Conforme se pregunte se puede probar una cosa o todo lo contrario como bien sabemos al escuchar las encuestas políticas que conocemos a diario.

Hay que distinguir dos aspectos: la ideología detrás de la encuesta y la encuesta misma.

Veamos la ideología.

¿Por qué las comillas? Ya en el comienzo del informe aparecen unas inocentes comillas que atrajeron mi atención. Dice: “El antisemitismo resulta desde siempre un asunto espinoso en la Argentina, “hogar” de una de las diez comunidades judías más grandes del mundo”. ¿Por qué las comillas?, ¿no reconocen los autores del estudio que la Argentina es nuestro hogar? ¿Es una alusión a la histórica acusación antisemita de doble lealtad, a que no somos suficientemente argentinos, a que estamos acá pero no somos de acá?

¿Por qué aclarar? Luego define antisemitismo y aclara su disenso con la definición universalmente aceptada de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, IHRA por su sigla en ingles, en la que el antisionismo es considerado la nueva expresión del antisemitismo. La necesidad de plantear el disenso en un trabajo que no tiene relación con el estado de Israel resulta sospechosa.

¿Por qué la conexión? También me pregunto por qué y cómo se les ocurrió la idea de ligar la pandemia al antisemitismo. Es cierto que hubo quien esbozó algún tipo de relación en la Argentina, nunca falta algún delirante, pero el mito mayor es el compromiso de laboratorios chinos en el desarrollo del virus. Las comunidades asiáticas fueron atacadas por ello en diferentes países. ¿Qué interés podrían tener quienes diseñaron la encuesta en dirigir la atención a los judíos en la Argentina? Y bien sabemos que "jews are news", basta que se mencione la palabra judío para que se le preste atención inmediata, tenemos esa “suerte” de protagonismo. Instalar como conversación en los medios que 4 de cada 10 personas creen que los judíos tenemos que ver con la pandemia es, además de una propuesta falaz y sesgada, una bien pensada maniobra distractiva.

La pregunta misma es tendenciosa pues dirige la respuesta, pecado que la invalida como bien lo sabe cualquier encuestador: “¿Cual es su grado de acuerdo con la frase: Detrás de la pandemia del Coronavirus hay figuras como Soros y laboratorios de empresarios judíos que buscan beneficiarse económicamente?”

Acuerdo. Si se pregunta por el “grado de acuerdo” se implica que habrá algún acuerdo. Es como cuando mi mamá servía un plato y preguntaba “¿cómo te gustó?”, no había manera de decir que a uno no le gustaba porque la pregunta misma incluía que nos iba a gustar, poco o mucho, pero que nos iba a gustar. Si la pregunta fuera abierta, por ejemplo,” ¿qué opinás sobre…?” no se está invitando a acordar desde el planteo mismo.

Dinero. Decir que “los judíos buscan beneficiarse económicamente” dispara automáticamente el acendrado prejuicio acerca de la supuesta y natural codicia judía y de nuestro enfermizo interés por el dinero que nos convierte en emblema de la explotación y el aprovechamiento. La sola formulación del beneficio económico abre ese archivo dicho y regurgitado durante siglos, acentuado por propagandas y campañas, repetido una y otra vez en bromas, chistes y comentarios. Y ya sabemos, como dijo el maléfico genio de Goebbels, lo que se repite muchas veces y en diferentes contextos, se incorpora como hecho cierto. Muchos, a menudo sin darse cuenta, tienen ese archivo instalado y la sola mención en la pregunta acerca de los judíos beneficiándose económicamente salta como un resorte automático.

Soros. De entre los otros datos que aporta surge que el grupo etario que más aprueba la frase son jóvenes de entre 16 y 40 años con el 32%. ¿Sabrán quién es Soros o solo escucharon la palabra judío y con eso basta? Las palabras “empresarios judíos” evoca la idea antisemita de la sinarquía internacional, sólidamente instalada. No hace falta, además, saber de quién se trata, si lo pregunta alguien desde alguna Universidad, “debe ser alguien importante”. Como en el cuento del emperador desnudo, no siempre es fácil decir “no sé quién es”.

En la misma semana se sumó el triste y banal episodio de Showmatch con la imagen de Ana Frank ilustrando la frase “yo no soy una mujer que no sale de su casa”. No daría para mucho, pero levantó una importante ola de reacciones acusando al programa y a su conductor de antisemita y banalizador del Holocausto. No veo el programa y hasta donde sé, no pretende más que ser un entretenimiento superficial, ligero y chabacano. Eso no lo libera de la responsabilidad que tiene como cualquier medio masivo en lo que dice y en lo que muestra. Ciertamente Ana Frank en ese contexto estaba totalmente fuera de lugar y es comprensible la molestia de algunos. También yo la sentí. Pero, así como el estudio emprendido por LEDA, también este episodio revela que mencionar a los judíos asegura centimetraje en los medios.

Tanto para los judíos, siempre alertas ante la más mínima sospecha, como para los demás a quienes la palabra “judío” les despierta una atracción irrefrenable. Aunque es sabido, conviene recordar que es una consecuencia de siglos de judeofobia, potenciados con la “teoría racial” que nació en el S XIX con su terrible consecuencia, el antisemitismo, la idea de que los judíos somos diferentes biológicamente, somos otra “raza”. No se trata de qué pensamos o que tengamos creencias religiosas diferentes en cuyo caso podría ser modificado con una conversión o una "apropiada reeducación". La “teoría racial” dice que la diferencia es genética, ergo, no es modificable y que, como bien-mal lo concretó el nazismo, la única forma de resolver la "cuestión judía" es con el exterminio.

La Iglesia durante siglos con el apoyo de reyes y señores feudales, políticos e intelectuales, han difundido de manera sistemática y aviesa esa teoría que integra la cultura occidental muchas veces de manera invisible y silenciosa, pero siempre a mano para distraer a la gente de otras cosas. Lo hizo la Rusia zarista cuando inventó los “Protocolos de los Sabios de Sión” y luego el nazismo para encolumnar al pueblo alemán hacia una guerra criminal y suicida.

Jews are news. Hablar de judíos, hablar mal de judíos, mostrar que generan sospecha, desconfianza, resentimiento, da rédito sigue siendo útil, asegura centimetraje y sigue siendo usado.

Lamentablemente.

Seguimos teniendo mucho por hacer.

No nos desanimemos (me lo digo a mí misma).

Me hace acordar al chiste:

Uno dice: -Los judíos y las bicicletas tienen toda la culpa de lo que pasa.

El otro pregunta: -¿por qué los judíos?

El primero responde: -¿por qué las bicicletas?

(Agradezco a Aida Ender por la corrección editorial)

Publicada en Revista Gallo.

Cuando no ven que no ven

87901357_10163244988860038_7701433839893086208_n.jpg

Después del episodio de Showmatch, en el que Sofía Jiménez, cantó y bailó un tema de Paulina Rubio que repetía “no soy una mujer que no sale de su casa”, se dijo mucho, no siempre de manera ponderada. Querría ahora, pasados unos días, seguir pensando.

Otra parte de la canción entonada decía “no soy esa niña perdida, que firma un papel y te entrega su vida”, lo que nos informa que trata sobre el empoderamiento de la mujer pero en el contexto de la pareja.

Sin embargo la producción pretendió apuntar más alto, salir de la órbita doméstica y elevarlo a otros temas. Por eso puso como telón de fondo imágenes de mujeres conocidas por sus fortalezas y reivindicaciones: Frida Kahlo, Malala Yousafzai, Eva Perón, Gaby Sabatini, Mercedes Sosa, Teresa de Calcuta, Nini Marshal, Oprah Winfrey, Maria Elena Walsh y Ana Frank. Con diferentes historias y orígenes religiosos y étnicos, todas cumplen el objetivo planteado de honrar a mujeres potentes. Aunque hay dos que, miradas más de cerca y, en diálogo con la letra de la canción, no pudieron, literalmente, salir. Frida sobrevivió a un accidente que la dejó postrada y con dificultades de movilización. Igual Ana, que debió esconderse para no ser descubierta, deportada y asesinada por los nazis. Pero no hay historia respecto a discriminar gente con dificultades de movilidad y sí la hay respecto a la discriminación a los judíos.

¡Y vaya si hay historia!

Es obvio que la imagen de Ana, en ese contexto y con esas palabras de fondo, tocaran un nervio del alma judía, siempre sensible y alerta, siempre temiendo volver a ser atacada.

Las reacciones no fueron homogéneas, como puede verse incluso en los tantos comentarios que recibió mi posting anterior con la historia del antisemitismo y la sensibilidad que ello ha generado en los judíos. Algunos -incluso algunas organizaciones- acusaron a la producción del show de antisemita y banalizadora del Holocausto. En el otro extremo solo señalaron lo impropio de incluir a Ana en un espectáculo burdo y ligero.

Ana conocía el valor de las palabras, soñaba con ser escritora y habría sido muy buena. Haciendo honor a la letra de la canción, no la imagino, si hubiera sobrevivido, sometida a un marido. No llegó a adulta, no tuvo que pelear por esos derechos, sólo dejó su diario de adolescente con los pormenores del encierro forzado. También por eso fue impropia su inclusión entre esas mujeres modélicas.

No coincido con quienes acusan a la producción del programa de antisemitismo o banalización del Holocausto. Creo que así como es banal el show, la razón también lo fue. Habrán pensado que era una genialidad incluir a Ana entre las mujeres empoderadas y no se dieron cuenta de lo que estaban tocando. Pero acá viene mi gran pregunta: ¿tienen derecho a no darse cuenta? Con la importante llegada al público adicto que recibe y legitima lo que ve, ¿no tienen la obligación y la responsabilidad de pensar un poco más allá? Tal vez solo eso les podemos preguntar. A ellos y a los otros influenciadores de opiniones y puntos de vista que pululan en los medios y las redes. Teniendo en sus manos una herramienta con tanto poder es un tema a revisar si pueden lavarse las manos respecto a la responsabilidad que les cabe.

La cara de Ana como modelo de mujer que no sale de su casa es como poner al gran Stephen Hawking en silla de ruedas con un jingle que invite a bailar. Sería claramente ofensivo, para él y para todos los que, como él, son prisioneros de un cuerpo que no pueden mover. Igual Ana Frank.

Yo no vi en el hecho el viejo fantasma del antisemitismo. A mi, como judía, como hija de sobrevivientes del Holocausto y como persona sensible, me molestó ver la estrechez de las miradas de los productores que no ven que no ven, que, inmersos en la espectacularidad, no advierten como puede llegar lo que muestran.

Es una excelente oportunidad para apelar a ensanchar esa mirada e invitar a prestar atención y revisar lo que se piensa, lo que se dice, lo que se muestra, en especial en los medios. Es preocupante ciertamente ver que recién vieron cuando el reclamo les abrió los ojos. Lo bueno es que ahora tienen la oportunidad de ver.

Como todo daño -y, aunque menor, éste lo es-, el reconocimiento, el arrepentimiento y la compensación, lo cierra. Compensar en el programa mismo, decir simplemente “nos equivocamos” sería un excelente ejemplo de conducta cívica responsable, un ejemplo a seguir teniendo en cuenta la sensibilidad de quienes sufren algún dolor y esperan, si no el abrazo de consuelo y el apoyo explícito, al menos un silencio respetuoso.

Unos días depués.

Nobleza obliga: Tinelli aceptó el error y pidió disculpas.

Ya anticipo las voces en contra pero creo que el reconocimiento es un precedente importante especialmente en los medios y redes tan afectas a exabruptos sin consecuencias.

Toda conducta tiene consecuencias y los que viven en los medios y las redes tienen una gran responsabilidad porque construyen y modelan eso que se llama la "opinión pública". Supongo que más de uno no se sentirá satisfecho y disentirá conmigo, dirá que le está bajando el rating o que es una persona poco confiable que lucra con la banalidad, pero en estos tiempos de éticas líquidas y agresiones impunes, me parece importante que alguien haya tenido la sensatez de reconocer, arrepentirse y disculparse. Sea por las razones que fuere.

Lo importante es su conducta y el ejemplo que deja en su propio público.

Comparto sus palabras publicadas en Iton Gadol:

“No quisimos ofender a nadie”.

“Yo no sabía que iba a aparecer esa imagen, pero por supuesto conocemos todos la historia de Ana Frank y hay muchos que se han sentido muy dolidos, sobre todo personas que han perdido familiares en el Holocausto. Yo tuve cuatro veces la oportunidad de visitar la casa de Ana Frank en Ámsterdam y conozco perfectamente toda la historia. Jamás vi la imagen y compartí los comentarios de quienes entendieron que fue un error sin intención”.

“Lejos estamos de banalizar algo tan terrible para la historia como es el Holocausto. Lo digo como padre de un hijo que ha ido seis años a la escuela ORT. Conozco perfectamente lo que es la educación hermosa que tiene toda la comunidad judía en la Argentina y en el mundo. Y además soy una persona que colabora desde hace 27 años con la AMIA y con todo lo que ha sido la tragedia de la AMIA. Así que en nombre de todos nosotros, no la habíamos visto (la imagen), pero me hago cargo como productor responsable y conductor. Mil disculpas para toda la comunidad y para el Centro Ana Frank”.

Lo que aprendí después de Aprender de Grandes

Captura de Pantalla 2021-07-26 a la(s) 14.11.51.png

Aprender de Grandes, el espacio que creó, conduce y disfruta Gerry Garbulsky, está cumpliendo 100 episodios. Se hizo un festejo tan innovador como nos tiene acostumbrados. En él algunos de nosotros compartimos lo que habíamos aprendido después de haber participado en el ciclo:

Melina Furman, Gala Diaz Langou, Glenda Vieites, Fabian Skornik, Alberto Rojo, Ximena Saenz, Susana Galperín, Sebastián Campanario, Cesar Silveyra, Sergio Mohadeb, Andrei Vazhnov, Alberto Naisberg, Santiago Bilinkis, Laura Aresca, Guadalupe Nogués, Alejo Cantón, Gustavo Pomeranec, Manu Ginobili, Jorge Drexler, Andres Miguens, Eduardo Saenz de Cabezón y yo.

Acá todos los aprendizajes relatados:

  • Manu Ginóbili aprendió sobre el sueño y a andar en bicicleta.

  • Melina Furman reconoció la importancia de evocar para aprender.

  • Mariano Sigman descubrió el rol de los facilitadores para aprender algo nuevo.

  • Jorge Drexler expandió su música con el bajo eléctrico.

  • Adrián Paenza aprendió algo gracias a su cepillo de dientes.

  • Andrés Miguens aprendió a dibujar en vivo, haciendo los dibujos de Aprender de Grandes.

  • Gala Díaz Langou aprendió algo sobre los vínculos de su hija de un año y medio.

  • Glenda Vieites encontró una manera de manejar el estrés creciente de los editores de libros.

  • Fabián Skornik aprendió sobre el multitasking y la espiritualidad.

  • Alberto Rojo aprendió sobre las conversaciones entre las plantas y el tamaño de los planetas.

  • Diana Wang se dio cuenta de que en su trabajo, la herramienta es ella misma y otras cosas más.

  • Ximena Sáenz compartió cómo preparar flores para comerlas.

  • Susana Galperin reconoció el poder de las redes para conectarse con gente.

  • Sebastián Campanario le está sacando más jugo a su trabajo con extraterrestres.

  • César Silveyra vive en el presente y lo canta así.

  • Sergio Mohadeb (Derecho en Zapatillas) reflexionó sobre el control preventivo y el derecho.

  • Andrei Vazhnov habló sobre el fin de universo.

  • Alberto Naisberg descubrió por qué se emociona cada vez que piensa en su abuelo.

  • Eduardo Sáenz de Cabezón reconoció la importancia de sacar a la ciencia de la discusión política partidaria.

  • Santiago Bilinkis reflexionó sobre lo que podemos cambiar como sociedad.

  • Laura Aresca mostró cómo tener un propósito en la vida puede resultar en beneficios en la salud.

  • Guadalupe Nogués quiere agrandar el mundo, aprendiendo de otros y con otros, para lo cual necesitamos aprender a conversar.

  • Alejo Canton reconoció que cuando algo es lindo no necesita marketing y reflexionó sobre valor de ser escandaloso.

  • Gustavo Pomeranec aprendió a hacer un podcast.

Los alcances del perdón

Ilustración: Fidel Sclavo

Ilustración: Fidel Sclavo

Simon Wiesenthal, prisionero en el campo de concentración de Mauthausen, fue obligado a presentarse ante un nazi que, a punto de morir y torturado por la culpa, necesitaba un judío que lo perdonara.

Ante ese dilema, Simon no pudo hacerlo porque, según la tradición judía, solo las víctimas podían perdonar y ya no estaban para hacerlo. Quien sería años después el conocido cazador de nazis, centró su libro “Los límites del perdón” en ese episodio, cruzando humanismo con ética, responsabilidad con libertad de elección y el abismo de la muerte definitiva con el perdón.

El perdón sucede después de la culpa. Pero no una culpa cualquiera. Asesinar no es lo mismo que matar, el mandamiento dice “no asesinar”. Matar es un acto de defensa, cuando hay que elegir entre la propia vida y la del otro.

Asesinar es matar para conseguir algo, por odio o venganza, por obedecer a una orden.

Pedir perdón debe ser consecuencia de varios pasos. Primero, el reconocimiento del daño perpetrado. Segundo, el sincero arrepentimiento, el que lleva a una reflexión modificadora. Tercero, la compensación a la víctima, en palabras y hechos concretos.

Una vez reconocido el daño, una vez sentido y expresado el arrepentimiento, una vez compensada la víctima, recién entonces y, si la víctima considera que la conducta posterior del perpetrador lo amerita, podrá recibir el perdón.

La culpa por los actos criminales no siempre es evidente. ¿Quién es más culpable? ¿quien empujó a los judíos a las cámaras de gas o los que tomaron la decisión? ¿el soldadito que dispara su arma o el narco que lo mandó? ¿el torturador o la autoridad que lo ordenó? ¿Quién se siente culpable? ¿Quién debe pedir perdón?

Creo, igual que Wiesenthal y no sólo porque también soy judía, que el perdón humano, el perdón legítimo, el perdón reconciliador, es prerrogativa de la víctima, porque si la vida continúa el perdón debe suceder entre las personas, no gracias a la intervención divina.

Luego, si no hay reconocimiento, aceptación y reparación, el pedido de perdón será engañoso e hipócrita, solo gimnasia verbal.

Pero también la sociedad y sus instituciones tienen la potencialidad de perdonar cuando han sido lesionadas. Por desapariciones y apropiación de niños. Por delitos de lesa humanidad que siguen impunes. Por vacunas que no llegan y determinan muertes que podrían haberse evitado.

De las cien mil muertes que ya lloramos, indican los científicos que unas diez mil podrían no haber sucedido. ¿A quién corresponde la culpa? ¿Qué deben hacer los familiares de las víctimas, mutilados, impotentes y desesperados? ¿A quién reclamar? ¿Quién tiene el valor de decir “me equivoqué”, “no me di cuenta de que pasaría esto”, espero que me perdonen?

Pero, si el error “inocente” o la negligencia “ligera” conducen al asesinato, estamos otra vez ante los alcances del perdón. ¿Se puede perdonar a quien sea que asuma la culpa por la pérdida del papá, de la abuela, del esposo?

Cada una de estas diez mil personas ya no está para perdonar. El acto fue definitivo, de la muerte no se vuelve. Los que, con el guante blanco de la justificación oportunista y falaz, “firmaron la orden” de asesinar a diez mil personas, probablemente no lo hicieron “a propósito”, pero lo hicieron.

¿Necesitarán alguna vez pedir perdón, como aquel SS a punto de morir? Aunque ese perdón nunca llegue, porque el asesinato es el límite de su alcance, sería esperanzador que alguno reconozca lo que se hizo, lo explique y, aunque no se lo demos, nos pida perdón.

Publicado en Clarin.

Publicado en El diario de Leuco.

Publicado en Revista Gallo. Y en su newsletter #17.

La varita mágica de la secretaria

cuento-hadas-varita-magica.jpg

Aníbal se pasaba el día entero delante de la computadora resolviendo los mil y un problemas de su trabajo. Era auditor médico de una importantísima prepaga y tenía la responsabilidad de aprobar o no las solicitudes de los pacientes. Vivía tironeado entre dos patrones: por un lado la empresa que le daba el sustento y que esperaba gastar siempre lo menos posible y por el otro los afiliados que solicitaban prestaciones, prácticas y medicamentos que necesitaban para vivir. Cada trámite lo sumía en una gran angustia porque si favorecía al paciente se enfrentaba con sus patrones y si favorecía a la empresa debía discutir enfervorizadamente con su conciencia.

Forzado al home office, había acondicionado la habitación de servicio del departamento como oficina. Para llegar allí había que atravesar la cocina y el lavadero, de modo que estaba lejos del ruido cotidiano de su casa, aislado con su trabajo y los conflictos que a veces se volvían dilemas.

María Marta, su esposa, estaba todo el día en casa porque el restaurante donde había sido cajera veinte años, debió cerrar sus puertas. Cambió su rutina por la limpieza, la cocina, los chicos. Gaby y Flor, de 8 y 10 años, se trepaban por las paredes de tanto encierro y aislamiento. María Marta debía acompañarlos con el zoom de la escuela que les era difícil de seguir porque no conseguían mantener la atención. 

Para María Marta el cambio fue brutal. De pronto, quedarse en casa. De pronto, ocuparse de lo que no tenía el hábito de ocuparse. De pronto, tener que lidiar con maestros, tareas, horarios y con los dos grupos de whatsapp de padres con tantos comentarios, mensajitos, réplicas y contrarréplicas. 

Llegaba la noche y Aníbal y María Marta eran una cáscara vacía de ellos mismos. Estaban sus cuerpos pero no tenían ni aire ni fuerza para nada. Los ojos en el plato, los oídos ausentes, esperaban sentarse ante Netflix y que alguna serie los hiciera viajar a otras realidades, otros escenarios, otras situaciones.

María Marta se preguntaba dónde habían quedado las ganas. Ahora que tenía que trabajar desde casa Aníbal estaba peor que nunca. Cuando salía a trabajar, desaparecía todo el día, no llamaba nunca, parecía que al salir, el mundo de su familia se esfumaba y dejaba de existir para él. Así lo sentía ella que creía que él vivía dos vidas diferentes. Una en su casa, con ella y los chicos y otra en la oficina, dos vidas paralelas que no se tocaban durante el día y que a la noche, cuando volvía, se acercaban pero no del todo. Traía la oficina consigo dentro del portafolios, dentro de sus pensamientos, dentro de su mirada. “¿Por qué no se acuerda de mí durante el día?” se preguntaba, triste, María Marta. Su mayor deseo era que alguna vez, sin ninguna razón, Aníbal la llamara para contarle algo o preguntarle cómo estaba. O que se apareciera un día con un regalo, algo fuera de programa, ni aniversario, ni cumpleaños, ni navidad ni nada, porque sí, porque se acordaba de ella , porque la tenía presente, porque le hacía falta. 

María Marta sufría esta forma de vivir en paralelo que tenía Aníbal y se lo reprochaba siempre. “Nunca te acordás de mí, te vas y desaparezco de tu vida”... le decía en medio del llanto. Aníbal se quería morir en esos momentos. No entendía por qué para ella eso era tan importante. Si él la quería, si ella era su mujer y él vivía para ella, ¿qué es lo que tanto la hacía sufrir? A él le parecía natural, siendo tan responsable, serio y comprometido con su trabajo, que su vida familiar quedaba al margen durante sus horas de decisiones, abrumado por la gestión plagada de pedidos y reclamos. Terminada su jornada laboral, recibir los de su esposa, lo sumía en la impotencia.

El llanto y el reclamo de María Marta se agudizó durante el encierro. Había imaginado que si Aníbal estaba en casa todo el día sería diferente pero seguía igual que siempre. Se encerraba en su “oficina” y no estaba, se aislaba dentro de esa burbuja, tan cerca de todos y tan lejos, muy lejos. 

Aníbal sufría ante el llanto de su esposa, se quedaba en silencio, un silencio culpable, pesado y doloroso porque no quería herirla, pero lo cierto era que se sumergía en su trabajo y no tenía presente a su familia en esas horas. María Marta tenía razón, no se acordaba. Pero no era porque no la quería, porque no le importaba como ella suponía. No sabía por qué era, tal vez era su manera de entender el trabajo, igual que como lo hacía su padre, igual que como lo había hecho su abuelo. No recordaba que su madre o su abuela les hubieran reclamado a sus maridos que las llamaran, que les trajeran algún regalo fuera de fecha, que les mostraran algún interés particular en horas de trabajo. Y eso no quería decir que no las querían y sus esposas así lo entendían. ¿Por qué María Marta no?

Esa noche habían tenido otra de esas escenas lastimosas y lastimadas en las que Aníbal  recibía reproches y reclamos frente a los que no sabía qué decir. Ver a su mujer tan dolorida, tan triste, tan necesitada, lo sumía en la impotencia y la desdicha. Se fue a dormir con el alma fruncida, otra vez, y casi no pegó un ojo toda la noche. No era una mala persona, no quería hacerle daño a su mujer, ¿cómo hacer para evitarlo? 

A la mañana, ya sentado ante su computadora, recibió un mail de la señora Claudia, su secretaria desde hacía 15 años, su filtro habitual y la que le organizaba la tarea cotidiana, también durante la pandemia solo que no de manera presencial sino online. El mail entrante se refería a un tema que había que resolver con urgencia, pero se quedó mirando el monitor sin ver el texto, inmóvil y en un impulso súbito tomó el celular y la llamó. Sin pensar lo que hacía le contó lo que pasaba, le dijo que estaba desesperado, que no sabía qué hacer, que quería hacer sentir bien a su esposa pero que no lo conseguía y no podían seguir así. La señora Claudia, mayor que Aníbal, viuda después de 40 años de matrimonio, tuvo súbitamente una idea.

  • “ya sé lo que vamos a hacer”

  • “¿vamos?” preguntó sorprendido Anibal

  • “sí, vamos. Abra nuestra agenda compartida”

  • “ya está”

  • “ahora no se fije en fechas, vaya a la semana que viene, cualquier día y anote ‘comprar regalo para mi esposa’”

  • “listo”

  • “ahora, y sin mirar la fecha, anote lo mismo, y siga así después de unas semanas más y otra vez y otra vez…”

  • “pero, no entiendo… ¿esto para qué sirve?”

  • “usted déjemelo a mí. Cuando veamos el mensaje ‘comprar regalo para mi esposa’ usted me dice cuanto quiere gastar y le compro algo que le llegará de sorpresa. ¿Le parece bien?

Anibal suspiró hondamente. ¿Quién sabe? Ella como mujer tal vez había entendido lo que pedía María Marta y que para él era indescifrable. Si la hubiera tenido cerca, la habría levantado en el aire y habría bailado con ella. ¿Funcionaría su idea?

Unos días después, María Marta le golpeó la puerta. Traía un paquete abierto donde asomaba una cartera marrón con herrajes dorados…. se abalanzó sobre él, lo abrazó llorando, pero esta vez su llanto era otro, se sentó sobre sus piernas, quieta y feliz. Cada tantas semanas sucedía lo mismo. Llegaba un paquete con algún objeto de regalo, un perfume, un ramo de flores, una pashmina, un libro, todas con una escueta tarjeta que decía “para vos, Aníbal”. 

Claudia, la sabia, había inventado un atajo que respondía a la necesidad de María Marta de ser agasajada un poquito cada tanto y de Aníbal de darle algo de felicidad a su esposa. Una recibía cada tanto, sorpresivamente, una evidencia de que no era transparente para su marido, que no era, como había creído, un mueble más, que le importaba, que la consideraba y la quería. Aníbal dejó de sentirse culpable y en deuda eterna con esta necesidad de confirmación de su mujer frente a la que él no podía responder porque él era así,  mientras trabajaba se olvidaba del mundo y no podía pensar en otra cosa. 

Fue un win-win. Todos ganaron. 

María Marta preguntó qué pasaba, cómo había sucedido el cambio. Aníbal le contó que todo había sido idea de la señora Claudia. 

Aunque no había sido idea de su marido, al ver la alegría que él tenía ante su propia alegría, no le importó. El ingenio de su secretaria le permitió verlo con otros ojos y leer su inmersión en el trabajo no como desamor.

Se miraron como hacía mucho que no lo hacían y decidieron, de mutuo acuerdo, comprarle algún regalo a Claudia a modo de agradecimiento. Se sentaron juntos frente a la computadora y, sabiendo cuánto le gustaba todo lo japonés, le encargaron un servicio de te japonés completo para que le llegara el fin de semana. 

Fue un momento luminoso y un bálsamo inesperado. 

Todos salieron ganando. 

Publicado por La Nación