SILENCIOS INDIVIDUALES - SILENCIOS COLECTIVOS (2)

Cada año la conmemoración de la Kristallnacht, nos obliga a revisar sus enseñanzas. Una de ellas es su denominación. Los nazis la llamaron Kristallnacht, encubriendo de este modo el ataque planificado en contra de los judíos con una imagen de vidrios rotos. En la Alemania de hoy se ha cambiado la denominación y se la llama Reichspogromnacht –la Noche del Pogrom del Reich-. Es habitual que los estados totalitarios denominen con eufemismos sus actos vandálicos y de lesa humanidad. No les hagamos el regalo de llamarlo como ellos eligieron hacerlo.

Pero no es éste el eje del texto que sigue. Trataré acerca de una de las consecuencias de esta Noche del Pogrom del Reich: el silencio. Hace no muchos años que esta fecha se recuerda y conmemora. Los sobrevivientes que aún viven, pueden hoy, recién hoy, dar su testimonio sobre la penuria que representó el tener que abandonar sus casas, idiomas, culturas y el silencio que los acompañó durante largos decenios. Un grupo de ciudadanos austríacos está llevando adelante un proyecto que llaman “Los vecinos perdidos” por el que muestran al mundo la consecuencia de haber echado a sus vecinos de sus casas y de sus países en aquel infausto 1938.[1]

Un silencio criticado. Es un hecho observable que después de genocidios o traumas colectivos los sobrevivientes y los directamente implicados se ven envueltos en un hondo silencio. Pensado como un silencio común y ante la idea de que superarlo sería beneficioso, como suele suceder en la esfera individual, se juzgó negativamente a este silencio. Estamos aprendiendo a pensar que los sucesos de la esfera colectiva parecieran ser de otro orden, con otras leyes y afectando cosas diferentes. En un principio se tomó el silencio de los sobrevivientes de hechos colectivos como una conducta patológica asimilándolo a la esfera de lo individual, atribuyéndole las características de negación, represión y ocultamiento. Lejos de ello, el silencio mantenido no sólo los primeros meses, o siquiera los primeros años, sino durante décadas se ha observado en los sobrevivientes sudafricanos, los de la masacre de Ruanda, los de la guerra de Argelia, los de las limpiezas étnicas en los Balcanes, los de Malvinas y los de la dictadura argentina y la chilena, la uruguaya, la brasilera, los sobrevivientes del genocidio armenio, los sobrevivientes de la Shoá, todos han mantenido un silencio parecido. Es preciso diferenciar para ello el trauma o ataque individual del trauma o ataque colectivo.

Ataque individual. El ataque o trauma individual (por ejemplo ser víctima de violación, secuestro, robo) debe ser puesto rápidamente en palabras para permitir su operabilidad y reducir su efecto tóxico. Cuanto más tiempo se calle, más hondo quedará anclado en la subjetividad con un peso aplastante y menos permitirá su des-traumatización. Exige toda una técnica de abordaje en la que la palabra es central: nombrar permite conceptualizar, reconocer, distinguir, pensar y, finalmente, reacomodar.  El ataque individual sucede en la esfera de la interacción personal, el perpetrador tiene un objetivo personal –odio, venganza, robo- y genera en la víctima sentimientos que deben ser comprendidos,  aceptados y resignificados en el contexto de la relación. Mantener todo eso en silencio amenaza con comprometer la subjetividad toda con el peligro de hundir a la persona en la victimización sin permitirle emerger de allí y seguir su camino. Encararlo es crucial y cuanto más pronto se haga mejor el pronóstico y la recuperación.

Ataque colectivo. Pasa algo diferente con el ataque o trauma colectivo. No se trata de una situación de a dos sino que está definida de manera colectiva: un grupo que es tomado como blanco por un Estado. No se trata de dos personas individuales sino miembros de un colectivo social: la víctima es un miembro del grupo designado y los perpetradores son miembros del Estado. La víctima sabe que es parte de un grupo victimizado y sus atacantes no son personas que actúan por odio u objetivos personales sino obedeciendo órdenes gubernamentales. Lo que le sucede no es fruto de alguna situación interpersonal que puede ser incluida en el contexto del odio o el robo sino que sume al individuo en el desarme de sus estructuras lógicas porque proviene de una orden del Estado. Callar asume acá otro énfasis. La socióloga Dominique Frischer lo llama silencio estructurante[2] porque, dice ella, es el que ha permitido la continuación de la vida. Recién cuando el sobreviviente siente que el pasado ha quedado atrás, cuando los pasos dados a posteriori lo tranquilizan porque todo ha seguido bien es cuando, paradójicamente, puede ponerse en contacto con lo vivido, mirar hacia atrás y comenzar a hablar. Callar le ha permitido vivir[3].

Victimización y hablar. No todos permanecen en silencio. Es curioso que aquellos que han hablado enseguida – al revés que las víctimas de ataques individuales- se han instalado muchas veces en su lugar de victimización del que no ha podido salir. Pensemos en los suicidios de algunos sobrevivientes a poco de haber terminado la situación de ataque. Hablar pronto impide que las víctimas de ataques individuales se hundan en la victimización pero las víctimas de ataques colectivos se hunden en la victimización si hablan enseguida. En sus casas, el tema recurrente y  agobiante cubrió a sus hijos con mensajes de resentimiento y las relaciones intrafamiliares se han visto usualmente teñidas de culpa, ira e irritación. Los que hablaron demasiado pronto lo hicieron desde la definición de víctimas, subrayándola, buscando un reconocimiento que aún la sociedad no estaba en condiciones de dar, no tenía los dispositivos receptivos y resignificadores necesarios. El hablar acerca de ello no solo no produjo alivio ni posibilidad de operar con el trauma ni resignificación alguna como pasa con el sobreviviente de un ataque individual, sino que los hundió más en la victimización. Muchas veces esa victimización se volvió un eje de identidad y los sumió en cierto grado de penuria pegajosa y constante que entorpeció sus vidas a cada paso.

No siempre es malo callar. Pero la gran mayoría permaneció en silencio. Aunque emergieron del horror sedientos de necesidad de contar lo sucedido, muy rápidamente advirtieron que no eran escuchados como correspondía y eligieron callar. Siendo como soy hija de sobrevivientes de la Shoá, lo primero que me pregunté era por las razones del silencio. Hace más de diez años, en la primera edición de “El silencio de los aparecidos”[4] sorprendida, confusa y dolorida por el silencio en el que había crecido, me planteé seis razones para el mismo[5]. Consideraba, como todos, al silencio como una condición negativa y por ello me era esencial comprenderlo y de-construirlo. En mi último libro, en “Hijos de la Guerra”[6] me atreví a hacer la pregunta de si el silencio era forzosamente una condición negativa, si siempre era conveniente hablar, si el abrir la caja de pandora no hacía peligrar alguna condición de vida, si no exponía algunos fantasmas que era preferible seguir manteniendo en la oscuridad. En una sociedad como la nuestra, tan psicoanalizada, tan colonizada por la idea de que hablar es siempre bueno, fue ésta una proposición ligeramente subversiva a la que me atreví tan solo un poco. Y ahora la propuesta de Frischer redobla la apuesta y plantea, no sólo que se trata de un silencio diferente, que no necesariamente debe ser franqueado sino que ese silencio es condición de vida, estructura la posibilidad de seguir viviendo.

Vivimos en una cultura que estimula el hablar. Nos circunda la idea de que hablar es siempre sanador y que aquél que no lo hace está en riesgo de alguna severa patología mortal e incurable. Es por cierto saludable, repito, intentar poner orden y otorgarle operabilidad a nuestro mundo interno y a nuestras relaciones y penas. Pero de ahí a enunciar una ley general para todos los silencios de todas las personas en todas las situaciones hay un trecho que requiere de alguna reflexión. Una de esas situaciones es la de haber sido miembro de un grupo considerado como enemigo interno y victimizado en manos de un aparato estatal.

Las situaciones de violencia o trauma colectivo producen tal impacto social y personal, socavan tan hondamente las bases sobre las que nos constituimos como individuos que es preciso un largo tiempo de recomposición para poder ponerse en contacto con lo sucedido. La reconstrucción de ese piso no es un fenómeno individual sino una labor colectiva que tiene su proceso específico y requiere tiempo. Mientras la sociedad no brinde los dispositivos adecuados cada sobreviviente sigue viviendo y necesita reconstruirse a sí mismo como individuo luego de la ordalía vivida. El silencio pareciera ser la condición sine qua no. Un silencio que no es olvido, ni represión ni negación, es una decisión, un silencio activo y expectante, agazapado a la espera de que la sociedad pueda confrontarse con las consecuencias de revisar lo sucedido.

Un trauma individual no corroe las bases sociales, es un hecho entre una persona y otra. Puede ser un delincuente, un enfermo, un enemigo, su conducta no afecta la estructura social y cultural en la que uno vive, es algo que alguien –enfermo o malo- le ha hecho a alguien, está en la esfera de lo operable de las relaciones interpersonales. El sufrimiento, el agravio y sus consecuencias dependen por un lado del grado del ataque y por otro de que se le puedan poner las palabras lo más pronto posible.

El trauma colectivo implica un tal compromiso de la sociedad toda que fragmenta las bases de lo que uno creía que estaba bien, cambia las expectativas, las leyes y reglas de la vida. Los parámetros de la educación se vuelven otros. Se subvierte lo que cualquier religión predica- hacer el Bien- y se inviste al Mal de una cualidad deseada y premiada. Los que eran amigos se vuelven enemigos, lo que estaba bien está mal, lo que estaba mal está bien. Si alguien ayudaba a un judío en Polonia durante la ocupación nazi, si alguien le daba refugio, le proporcionaba un salvoconducto, le daba tan solo una papa que le permitiera vivir un día más y era descubierto, se mataba a toda su familia y luego se mataba al ayudador. Hacer el bien, ser solidario estaba mal, estaba prohibido por la ley. Los cristianos convencidos  debieron guardarse su “ama a tu prójimo como a ti mismo” y convivir con este nuevo estado de cosas. Lo mismo sucede en todos los estados totalitarios: la denuncia, la delación, la tortura, el engaño promovidos, alentados y premiados por el Estado y la prisión sin causa, el asesinato programado y realizado por el aparato gubernamental le quita a uno el piso sobre el que está parado, la confianza básica sobre la que se sustenta la vida en sociedad. Hace falta tiempo para que desde lo colectivo se asuma este quiebre en su base.

La lesión individual es una herida a la subjetividad, a la propia capacidad de defensa y apela a un enorme esfuerzo para la recuperación. Pero la lesión de un trauma colectivo en manos de un gobierno es de otro orden porque corroe la legalidad sobre la que se sustenta la convivencia, ataca al espíritu de comunalidad, a la vida gregaria, al contexto vital imprescindible en el que construimos nuestra subjetividad. Si la policía que se supone que es la instancia estatal que me protege es la que pone en riesgo mi vida y la de mi familia, si debo ocultarme de quien me protege, ¿cuáles son los parámetros a los que puedo ajustarme? Pensemos en lo sucedido tempranamente en Alemania y Austria durante 1938. El mapa pre-existente deja de ser válido, ninguna cartografía es válida, se pierden los puntos de referencia. Ya no sé dónde estoy parado, a qué atenerme, en quien confiar, dónde ir, cómo comportarme. En los genocidios o situaciones similares se construye un “enemigo interno”, necesario para lograr la cohesión social que legitime el poder dictatorial e impida la crítica u oposición. Toda dictadura precisa del apoyo de la sociedad civil. El enemigo interno permitirá el encuadramiento de las masas detrás de los objetivos estatales. Es “uno más entre nosotros”, al que hay que extirpar, perseguir, acosar, detener y erradicar. Los que tienen la mala suerte de ser parte de ese enemigo común fabricado, ven caer sobre sí de pronto el mismo aparato estatal bajo el cual vivían confiadamente, el Estado los ha designado como enemigos. La gente se reparte entre los que son parte del enemigo interno y los que están afuera. El clima se vuelve tóxico porque nada es como era. La confianza queda herida de muerte. El que vive todo esto en carne propia y lo reconoce es la víctima. Pero el resto de la sociedad necesita mucho tiempo para reconocer que también ha sido vulnerada su confianza, que sus bases y leyes de la convivencia se han visto corroídas y fragmentadas.

La vida debe seguir. Cuando todo termina, cuando se sale del “bache” oscuro y arbitrario, cuando se recupera la vida “normal”, hay que hacer un esfuerzo supremo para reinsertarse en la vida haciendo como si se volviera a confiar. Las ganas de vivir son incontenibles. Son como ese hilito de agua que siempre encuentra un cauce y en su camino arrasa con todo porque tiene que seguir. Hay que trabajar, construir proyectos, demostrar y demostrarse que lo vivido fue un accidente de la sociedad, pensarlo como ese rayo fatídico que cayó un día y quemó la casa,  un error, que las cosas volvieron a sus cauces, que volvió el imperio de la ley y que todo va a estar bien, que ya ha pasado el peligro. Volver la vista atrás amenaza con despertar los fantasmas, con perder pie y resbalar en excrecencias y restos sociales pringosos. Y hay una enorme sabiduría en ello porque se pone toda la energía en la reconstrucción. En la reconstrucción de la confianza perdida. Son los sobrevivientes los que apuestan a esta sociedad que hace un instante los había traicionado. Si no confían no pueden seguir viviendo. ¿Cómo confiar y hablar públicamente de la traición? Era preciso, era vital buscar los indicadores de que el mundo había recuperado su cordura, que a partir de ahora todo volvía a seguir reglas previsibles, que solo había que trabajar, hacer las cosas bien y uno estaría a salvo. Lo que pasó, pasó. Hablar de lo que pasó es enfrentar a toda la sociedad con su propia ignominia. Nadie quiere oír. El sobreviviente es invisibilizado porque es un testigo incómodo y su testimonio no se quiere oír. La sociedad todavía no puede. Y hay que seguir viviendo.

El silencio no es olvido. Lo sobrevivientes de la Shoá captaron claramente los indicadores y permanecieron en silencio. Al principio costó pero pronto fue casi un alivio. Callaron pero no olvidaron. Ni negaron. Ni reprimieron. Callar fue una decisión. Se trataba del silencio público porque entre ellos hablaban. Tenían sus momentos de recorrer viejas fotos cuando las había o de añorar las fotos que ya nunca podrían ver. Había situaciones particulares en las que las ausencias tenían un peso agobiante como las celebraciones, los aniversarios. Pero tomaron la decisión de mirar hacia adelante, como el hilito de agua. No querían mirar hacia atrás. Dejaron esa revisión para cuando pudieran. Para cuando la sociedad estuviera lista. Y pudieron, la sociedad recién pudo, cincuenta o sesenta años después. Y la prueba de que no olvidaron es que recuerdan todo, que en el momento en el que vieron que sus vidas estaban hechas, que el pasado había quedado bien atrás, que la sociedad empezaba a estar en condiciones de revisarse y de mirarse en ese espejo deformante de su esmirriada humanidad, recién entonces tomaron el pasado traumático entre las manos y comenzaron a dialogar públicamente con él. Ya no hay peligro de que la victimización los hunda en la paranoia o en los mecanismos defensivos. Ya no hay peligro de sumirse en una situación personal sin salida o de aplastar a sus hijos con el peso de un pasado de horror. Ahora se puede. Con hijos, nietos y bisnietos vivos y saludables, el futuro está asegurado. Con una sociedad que ha abierto las orejas y tímidamente se propone este ejercicio de revisión de algunos de sus supuestos, hay un nuevo contexto de recepción. Ahora se puede hablar.

 


[2] FRISCHER Dominique “Les enfants du silence et de la réconstruction. La Shoah en partage. Trois génerations, trois pays: France, États Unis, Israel” Ed. Grasset, Paris 2008.

[3] Es la hipótesis central de “La escritura o la vida” de Jorge SEMPRUN.

[4] WANG Diana “El silencio de los aparecidos” Editorial Generaciones de la Shoá, 2008 (re-edición)

[5] Las seis razones eran: 1) la sociedad no quería escuchar, 2) los padres no querían herir a los hijos, 3) no existían las palabras, 4) diferentes  categorías del sufrimiento, 5) estupor ante el quiebre de la continuidad , 6) constitución de memorias diferenciadas

[6] WANG Diana “Hijos de la Guerra. La segunda generación de sobrevivientes de la Shoá” Editorial Marea 2007

LA MULTICULTURALIDAD, UN EFECTO DEL EXILIO

Introducción. La categoría de exiliado es conocida para los judíos. Hay quienes opinan que es uno de los ejes de nuestra identidad. Para muchos otros pueblos el exilio es una condición más novedosa. Usamos distintas palabras que dan cuenta del fenómeno actual: refugiados, sobrevivientes, exiliados, escapados, salvados, víctimas, desplazados, inmigrantes clandestinos. Tantas formas de denominarlo indican que se trata de un fenómeno que implica a muchos.  Una de las características del siglo XX y que parece continuar en el siglo XXI es la existencia de grandes desplazamientos de fugitivos que buscan salvarse de peligros políticos, sociales y amenazas de muerte. Africanos que buscan refugio en Europa, colombianos echados de sus tierras por ocupantes armados, el éxodo de los armenios arrancados de su tierra por los turcos luego de haber masacrado a un millón y medio fue el prólogo de un siglo de locura signado por los gulags de Siberia, por los campos de concentración y de exterminio y por la industria de la muerte que cubre de vergüenza a la humanidad toda. Los fundamentalismos, los estados totalitarios, las inequidades en la distribución de la riqueza, la injusticia y arbitrariedad social han impuesto las palabras refugiados, sobrevivientes, exiliados, escapados, salvados, víctimas, desplazados, inmigrantes clandestinos. Escapados, perdidos, ¿perdidos de qué? ¿quién los perdió? ¿por qué se perdieron? Acorralados, amenazados y echados por sus mismos vecinos. Perdieron su sitio para salvar sus vidas. Palabras que dicen y también callan, en cada historia se abre un universo de decisiones difíciles, de adaptaciones complicadas y de realidades paralelas que dialogan y discuten. El tema admite múltiples abordajes. Teniendo presente el contexto más amplio, encaro la presente exposición desde algunos aspectos particulares vividos por las familias de refugiados, sobrevivientes de la Shoá.

La decisión de irse. No es fácil tomar la decisión de irse. Freud la tomó casi a último momento, en julio del 38, -cuatro meses después del Anschluss- y recién luego de que sus hijos Anna y Martin fueron detenidos por la Gestapo y por suerte liberados. El haber sido echado de la universidad, el que hubieran quemado sus libros y que se le hubieran anulado sus derechos no fue suficiente. A pesar de la presión de tanta gente de la cultura, Freud se resistía a dejar su amada y conocida Viena, la Viena que le había dado la espalda. Irse no es una decisión que se toma a la ligera. Se suele esperar hasta que la situación se vea francamente imposible. Para muchos alemanes y austríacos ello sucedió tempranamente, fundamentalmente luego de las leyes de Nürenberg que restringieron tan crudamente las condiciones de vida de los judíos y les quitaron sus derechos como ciudadanos. En los países del este, Polonia, Rumania, Lituania y otros, la situación en los comienzos del nazismo no parecía tan diferente de lo que había sido siempre, las alarmas demoraron más tiempo en ser disparadas. Cuando finalmente fueron oídas, para la gran mayoría era demasiado tarde.

Es muy difícil tomar la decisión de irse. Abandonar tal vez definitivamente los sitios familiares, idiomas, costumbres, olores, comidas, relatos, personas implica serias consideraciones a veces imposibles. La decisión de irse depende de aceptarlo como la única alternativa pero también depende de las conexiones, de la capacidad de gestionar la documentación necesaria, de la disposición del dinero preciso y de tener un lugar de destino. Son muchas variables y de gran complejidad. A veces la decisión no puede tomarse porque no se quiere dejar a algún miembro de la familia que no podría desplazarse. Otras veces porque no se sabe o no se puede gestionar los documentos. Otras porque no se tiene el dinero necesario ni forma de conseguirlo. Finalmente, muchos no pudieron irse porque no tenían donde ir. El mundo cerraba firmemente sus puertas a las multitudes de desesperados que pedía refugio en las puertas de sus embajadas y consulados.  La Argentina tampoco abrió sus puertas. Desde julio de 1938 la directiva secreta del Ministerio de RREE conocida como Circular 11, prohibía expresamente el otorgamiento de visas a los solicitantes judíos.

Pero, una vez que la decisión se había tomado y el resto de las condiciones lo hacían posible, comenzaba un camino tortuoso y difícil. No se partía en soledad sino en compañía de otros miembros de la familia no siempre deseosos de hacerlo. Se partía llevando solo los pocos objetos que pudieran ser transportados, fundamentalmente las fotos. Las fotos que resumen la memoria y la identidad, quien soy, quien fui, de donde vengo, como viví, en donde y con quiénes, cómo nos vestíamos, cuáles eran nuestras costumbres. En las fotos se pueden guardar las imágenes de los que se dejaron y a quienes no se verá nunca más. Las fotos eran un tesoro, un bien primordial que permitiría contrarrestar la fragilidad de la memoria con un soporte firme y constante. En las fotos está congelado el mundo que se dejó.

Sitio de destino. ¿Cómo se elegía un sitio de destino? Se buscaban sitios en donde hubiera algún familiar, algún vecino, algún compañero de escuela, alguien conocido, alguien de aquel mundo que quedaría atrás. Si había familiares, podían enviar una cédula de llamada, documento que abría las puertas en algunos países, por ejemplo en la Argentina que privilegiaba la reunificación familiar de sus inmigrantes.. Los refugiados que entraron de esta manera no precisaron mentir sobre su condición de judíos, mientras que el resto tuvo que mentir y declararse católico para ser merecedor de una visa. Así llegaron a la Argentina. País del que poco habían escuchado antes. Historias venidas del cine: tango y prostitución, bajo mundo y delincuencia, indios y pampa, no mucho más que ésas eran las imágenes que portaban en el trayecto oceánico hacia estas latitudes.

La adaptación. Nos hemos focalizado tanto en el tema de la supervivencia a la Shoá que hemos pasado por alto las duras condiciones de la adaptación a un nuevo medio que sufrieron nuestros mayores. El desgarramiento por lo que tuvieron que dejar se potenció en el nuevo medio desconocido y tal vez por ello hostil. Idiomas, costumbres, gestualidades, sonidos, luces y sombras, climas y cielos, un nuevo mundo que debía ser conocido, reconocido, aceptado, incorporado y que se iba a integrar a lo que traían del viejo, a las cenizas de lo perdido y a la nostalgia de lo añorado y reconocido como propio. Llegaban y rápidamente buscaban a otros como ellos. Si no encontraban inmigrantes de su mismo lugar, buscaban a residentes que provinieran de allí. Se congregaban según los orígenes, según países, ciudades, zonas, pueblos, buscando en los que ya estaban las cuerdas conocidas que les mantuvieran la cordura. Pero se encontraban con este fenómeno que ahora es común en este universo de desplazados e ilegales. Los venidos del mismo lugar pero llegados con anterioridad, tenían una imagen, un recuerdo del lugar que difería del que traían los nuevos. Cada uno se queda con la fotografía del lugar que dejó tal cual estaba cuando uno lo dejó. Se confrontaban entonces diferentes relatos y versiones superpuestas del sitio de origen. Los que habían inmigrado antes no sabían cómo habían evolucionado las cosas en los años posteriores a su emigración y los diálogos a menudo eran entrecortados por interferencias de las diferentes versiones, monólogos paralelos ante las divergencias por momentos enormes. Los refugiados debido al nazismo, descubrieron pronto que también estaban solos en este sentido. Veían que sus paisanos llegados antes desconocían los años de la integración esperanzada y aunque luego fuera desbaratada de un plumazo por el nazismo no entendían tal vez su nostalgia porque no habían conocido aquellos tiempos de bienestar. Los refugiados aprendieron rápidamente a no esperar. La vida, que seguía y no preguntaba, los forzó a labrarse un porvenir, a trabajar, mandar a los hijos a la escuela, aprender el idioma y las costumbres, integrarse y esperar que la cicatrización permitiera la recuperación de la esperanza.

Identidad de borde. Los hijos hemos mamado de todo esto, hemos construido nuestra subjetividad y nuestros ejes de identidad en ese contexto de emociones contrapuestas, de diversidades y complejidades. Los chicanos, es decir de los hijos de inmigrantes mexicanos nacidos en los Estados Unidos, llaman a su identidad, identidad de borde, de frontera. Interesante categoría que tal vez  también nos designe a nosotros. Estamos parados en los distintos territorios de origen, algunos muy distantes, en las distintas versiones de nosotros mismos que hemos heredado de nuestros padres en la confluencia de la vida en el nuevo país. Nuestra misión ha sido cambiar la condición de outsiders de nuestros padres y volvernos insiders. Somos hábiles hablantes del idioma local y como sabemos un idioma no solo traduce las palabras sino que instituye una visión del mundo particular que estructura el pensamiento y el abordaje de la realidad.

El regreso. Algunos exiliados vuelven a su país, vuelven como visitantes o vuelven para reinstalarse allí. Y sucede algo curioso. El regresado llega anhela recuperar las imágenes originarias perdidas, las sensaciones y la familiaridad de otrora, pero ello  se confirma solo parcialmente. Las casas están donde estaban, el gusto de las comidas locales vuelve a deleitar el paladar, pero el que vuelve ya no es igual al que era cuando se fue. El sitio al que se vuelve y la gente que lo habita ya no es como cuando se lo dejó. El paso del tiempo ha cambiado tanto al ex exiliado como al lugar de origen, ambos siguieron viviendo, a ambos les pasaron cosas, fueron generando nuevos códigos y diferentes relatos. Quien vuelve sumará al regreso una sensación dolorosa e impensada de extranjería en su propio lugar. El exilio es un quiebre en la continuidad de la relación con el sitio de origen, una fractura que crea una realidad paralela.

El “regreso”. Algunos de los hijos hemos regresado a los sitios de origen. Y decimos que “regresamos” aun cuando algunos no hemos nacido allí. No es inocente la palabra: da cuenta de la sensación de pertenecer también allí, de que es algo que nos corresponde, a lo que tenemos derecho. Al regresar nos pasan muchas cosas. Algunas sorprendentes. El reconocimiento de la gestualidad en los gestos de los locales como una gestualidad propia, la familiaridad con el idioma, con los sonidos, con los giros y los detalles, las nimiedades que encontramos a cada paso. Encontramos también distorsiones, idealizaciones que se fragmentan, imágenes que nos cuentan otras historias. Lo que habían sido relatos se vuelven sitios concretos y se siente una confirmación sanadora insospechada. Hay enriquecimientos y escisiones que abren espacios de irrealidad con fantasmas que nos preguntan a cada paso quién soy, cual es mi verdad, donde pertenezco. Y traducimos. Traducimos en un proceso inverso al que habíamos hecho de chicos porque traducimos al idioma original lo que nos fuimos acostumbrando a decir en castellano. Y la pregunta se instala de pronto, nos acosa y no nos abandona: “¿cómo habría sido yo, quién habría sido yo, cómo sería mi vida si la Shoá no hubiera pasado y yo seguiría viviendo aquí?”.

Multiculturalidad. Y un nuevo elemento se suma a las múltiples identidades pre-existentes y la evidencia de nuestra multiculturalidad y multipertenencia se nos impone. Ello nos hace pensar diferente sobre la pérdida del lugar de origen, a destragedizarlo y a aceptarlo como un legado cuyo sentido depende de nosotros. El nazismo ha sido por cierto una tragedia y la Shoá fue su punto más abyecto. Pero lo que nos pase luego, en especial a la segunda generación de sobrevivientes, será procesado en nuestro interior y su sentido dependerá de ello. El exilio puede ser solo tragedia y desgarramiento, pero también le podemos sumar enriquecimiento y potenciación. No somos ciudadanos puros de ningún sitio, la pureza fue un delirio del nazismo sostenido en la superchería de la teoría racial. Somos ciudadanos de los bordes, parados en diferentes fronteras nacionales y culturales, abrevando en cada una  y eligiendo cómo los variados orígenes conversan entre sí, viendo si priorizamos a alguno sobre otro o si promovemos un diálogo interno entre todos a modo de canto coral. El exilio de nuestros padres nos fue impuesto. El diálogo entre nuestras multipertenencias lo podemos elegir nosotros para asumir nuestra multiculturalidad polifónica. Nuestras múltiples voces pueden abrirnos caminos insospechados  hacia la universalización de nuestra humanidad, puesto que un tal diálogo interno nos llevará a aceptar las diferentes versiones de lo real de este mundo y volvernos más humildes en nuestra apreciación y valoración del mismo. Nos da la oportunidad encarnada de comprender y aceptar que vivimos en el universo de las opiniones y no en el de las verdades y tal vez seamos premiados con la capacidad de dialogar con cualquiera, puesto que quien más quien menos, todos vivimos distintas identidades de borde en este mundo de impuros, ingenuinos, vulnerables, pretenciosos e imperfectos que somos los seres humanos.

Dice Tzvetan Todorov en “El hombre desplazado”: “El hombre desarraigado, arrancado de su marco, de su medio, de su país, sufre al principio pues es más agradable vivir entre los suyos. Sin embargo, puede sacar provecho de su experiencia. Aprende a dejar de confundir lo real con lo ideal, la cultura con la naturaleza. No por conducirse de modo diferente dejan estos individuos de ser humanos. A veces se encierra en el resentimiento, nacido del desprecio o de la hostilidad de sus huéspedes. Pero si logra superarlo, descubre la curiosidad y aprende la tolerancia. Su presencia entre los “autóctonos” ejerce a su vez un efecto desarraigante: al perturbar sus costumbre, al desconcertar por su comportamiento y sus juicios, puede ayudar a algunos de entre ellos a adentrarse en esta misma vía de desapego hacia lo convenido, una vía de interrogación y de asombro.”

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Presentado en "Vecinos Perdidos. Buenos Aires-Viena 2008" en el panel: "Freud, el psicoanálisis y la reflexión del pasado en Viena y en Buenos Aires. La reflexión individual de la huida y sus implicaciones desde el punto de vista psicoanalítico”.

SILENCIOS INDIVIDUALES - SILENCIOS COLECTIVOS

Como prólogo de nuestra última dictadura militar, en los años de la Triple A durante el gobierno de Isabelita hubo una campaña para reducir los ruidos molestos en la ciudad de Buenos Aires. El obelisco fue rodeado por un enorme cartel que decía “El silencio es salud”. Es hoy un símbolo del acallamiento de la oposición, del avasallamiento de los DDHH, de la indiferencia de los bien pensantes. Un cartel amenazante con implicancias oscuras: ¿Qué pasaría si alguien hablaba? ¿Cuáles serían las consecuencias? Mejor callar. Por las dudas.

Hablo de los silencios. Pero de otros silencios. De los silencios de las víctimas, no el silencio de la denuncia sino el silencio del sobreviviente. Y, curiosamente, también relacionado con la salud. Son ideas preliminares, aún en proceso de elaboración que pongo a vuestra consideración.

Es un hecho observable que después de genocidios o traumas colectivos (en nuestro país la guerra de Malvinas, Dictadura) los sobrevivientes, los directamente implicados se ven envueltos en un hondo silencio. Durante mucho tiempo no se entendía este silencio. Se lo juzgaba negativamente, algo que la gente debía aprender a superar porque supuestamente era malsano. Se traspolaba lo que se conocía de la esfera individual a la colectiva sin advertir que se trataba de fenómenos diferentes que afectan cosas diferentes. Es que se trata de silencios de distintas calidades, que según sea su origen pareciera que responden a leyes y conductas diferentes.

Diferenciemos el trauma individual del trauma colectivo. El lugar de la víctima es un lugar nuevo y que se ha instalado como espacio de reflexión. Genera toda una disciplina que podemos llamar la “victimología social”, interesada en ver qué pasa con los que sobrevivieron a ataques, traumas o situaciones de violencia, qué nos dice su conducta posterior, cómo ayudarlos a recuperarse.

El ataque o trauma individual (por ejemplo ser víctima de violación, secuestro, robo) en la medida en que es puesto rápidamente en palabras, permite su operabilidad y reduce su efecto tóxico. Cuanto más tiempo se mantenga en silencio, más hondo quedará anclado con un peso aplastante y menos permitirá su des-traumatización. Exige toda una técnica de abordaje en la que la palabra es central: nombrar permite conceptualizar, reconocer, distinguir, pensar y reacomodar.  El ataque individual sucede en la esfera de la interacción personal, el perpetrador tiene un objetivo personal, genera en la víctima sentimientos como culpa, vergüenza, humillación, impotencia e ira, sentimientos que deben ser comprendidos,  aceptados y resignificados. Mantener todo eso en silencio amenaza con comprometer la subjetividad toda, en hundir a la persona en la victimización sin permitirle emerger de allí y seguir su camino. Encararlos es crucial y cuanto más pronto se haga mejor el pronóstico y la recuperación.

Pasa algo diferente con el ataque o trauma colectivo. No se trata de una situación de a dos sino de un grupo que es tomado como blanco de un Estado. Cada víctima sabe que es parte de un grupo victimizado y que sus atacantes no son personas que actúan por odio u objetivos personales sino obedeciendo órdenes gubernamentales. El sentimiento de la víctima es de azoramiento, imposibilidad de comprensión, desarme de sus estructuras lógicas. Fue difícil advertir todo esto. Se tomó tradicionalmente el silencio de los sobrevivientes de hechos colectivos como una conducta patológica asimilándolo a la esfera de lo individual, atribuyéndole las características de negación, represión y ocultamiento. Después de la 2° Guerra Mundial, los fenómenos de masacres colectivas han sido tema de investigación de las ciencias sociales en los últimos decenios y los datos son coincidentes sea donde fuere que el hecho hubiera sucedido: la mayoría de los sobrevivientes comparten esta condición de silencio. No durante los primeros meses, o siquiera los primeros años. Durante décadas. En los sobrevivientes sudafricanos, los de la masacre de Ruanda, los de la guerra de Argelia, los de las limpiezas étnicas en los Balcanes, los de Malvinas y los de la dictadura argentina y la chilena, la uruguaya, la brasilera, los sobrevivientes del genocidio armenio, los sobrevivientes de la Shoá, todos han mantenido un silencio parecido.

La socióloga Dominique Frischer lo llama silencio estructurante[1] porque, dice ella, es el que ha permitido la continuación de la vida. Recién cuando el sobreviviente siente que el pasado ha quedado atrás, cuando los pasos dados a posteriori lo tranquilizan porque todo ha seguido bien es cuando, paradójicamente, puede ponerse en contacto con lo vivido, mirar hacia atrás y comenzar a hablar.

No todos permanecen en silencio. Es curioso que aquellos que han hablado enseguida – al revés que las víctimas de ataques individuales- se han instalado muchas veces en su lugar de victimización del que no ha podido salir. Pensemos en los suicidios de algunos sobrevivientes a poco de haber terminado la situación de ataque. Las víctimas de ataques individuales que no pueden hablar enseguida se hunden en la victimización. Las víctimas de ataques colectivos se hunden en la victimización si hablan enseguida. En sus casas, el tema recurrente y  agobiante cubrió a sus hijos con mensajes de resentimiento y las relaciones intrafamiliares se han visto usualmente teñidas de culpa, ira e irritación. Los que hablaron demasiado pronto lo hicieron desde la definición de víctimas, subrayándola, buscando un reconocimiento que aún la sociedad no estaba en condiciones de dar, no tenía los dispositivos receptivos y resignificadores necesarios. El hablar acerca de ello no solo no produjo alivio ni posibilidad de operar con el trauma ni resignificación alguna como pasa con el sobreviviente de un ataque individual, sino que los hundió más en la victimización. Muchas veces esa victimización se volvió un eje de identidad y los sumió en cierto grado de penuria pegajosa y constante que entorpeció sus vidas a cada paso.

Pero la gran mayoría permaneció en silencio. Siendo como soy hija de sobrevivientes de la Shoá, lo primero que me pregunté era por las razones del silencio. Hace más de diez años, en la primera edición de “El silencio de los aparecidos”[2] sorprendida, confusa y dolorida por el silencio en el que había crecido, me planteé seis razones para el mismo: la sociedad no quería escuchar, los padres no querían herir a los hijos, no existían las palabras, las  categorías del sufrimiento, el quiebre de la continuidad “el bache”, las distintas memorias. Consideraba, como todos, al silencio como una condición negativa y por ello me era esencial comprenderlo y de-construirlo. En mi último libro, en “Hijos de la Guerra”[3] me atreví a hacer la pregunta de si el silencio era una condición negativa, si siempre era conveniente hablar, si el abrir la caja de pandora no hacía peligrar alguna condición de vida, si no exponía algunos fantasmas que era preferible seguir manteniendo en la oscuridad. En una sociedad como la nuestra, tan psicoanalizada, tan colonizada por la idea de que hablar es siempre bueno, fue ésta una proposición ligeramente subversiva a la que me atreví tan solo un poco. Y ahora la propuesta de Frischer redobla la apuesta y plantea, no sólo que se trata de un silencio diferente, que no necesariamente debe ser franqueado sino que ese silencio es condición de vida, estructura la posibilidad de seguir viviendo.

Vivimos en una cultura que estimula el hablar. Nos circunda la idea, promovida probablemente por los templos psi y sus sacerdotes y feligreses, de que hablar es siempre sanador y que aquél que no lo hace está en riesgo de alguna severa patología mortal e incurable. Es por cierto saludable, repito, intentar poner orden y otorgarle operabilidad a nuestro mundo interno y a nuestras relaciones y penas. Pero de ahí a enunciar una ley general para todos los silencios de todas las personas en todas las situaciones hay un trecho que requiere de alguna reflexión. Una de esas situaciones es la de haber sido miembro de un grupo considerado como enemigo interno y victimizado en manos de un aparato estatal.

Las situaciones de violencia o trauma colectivo producen tal impacto social, socavan tan hondamente las bases sobre las que nos constituimos como individuos que es preciso un largo tiempo de recomposición para poder ponerse en contacto con lo sucedido. La reconstitución de ese piso no es un fenómeno individual sino una construcción colectiva que tiene su proceso específico y requiere tiempo. Mientras, cada sobreviviente sigue viviendo y para reconstruirse luego de la ordalía vivida, el silencio pareciera ser la condición sine qua no. Un silencio que no es olvido, un silencio activo y expectante, agazapado a la espera de que la sociedad pueda confrontarse con las consecuencias de revisar lo sucedido.

Un trauma individual no corroe las bases sociales, es un hecho entre una persona y otra. Puede ser un delincuente, un enfermo, un enemigo, su conducta no afecta la estructura social y cultural en la que uno vive, es algo que alguien le ha hecho a alguien, está en la esfera de lo operable de las relaciones interpersonales. El sufrimiento, el agravio y sus consecuencias dependen por un lado del grado del ataque y por otro de que se le puedan poner las palabras lo más pronto posible.

El trauma colectivo implica un tal compromiso de la sociedad toda que fragmenta las bases de lo que uno creía que estaba bien, cambia las expectativas, las leyes y reglas de la vida. Los parámetros de la educación se vuelven otros. Se subvierte lo que cualquier religión predica- hacer el Bien- y se inviste al Mal de una cualidad deseada y premiada. Los que eran amigos se vuelven enemigos, lo que estaba bien está mal, lo que estaba mal está bien. Si alguien ayudaba a un judío en Polonia durante la ocupación nazi, si alguien le daba refugio, le proporcionaba un salvoconducto, le daba tan solo una papa que le permitiera vivir un día más y era descubierto, se mataba a toda su familia y luego se mataba al ayudador. Hacer el bien, ser solidario estaba prohibido, estaba mal. Los cristianos –y la mayoría del pueblo polaco lo era- debieron guardarse sus principios de amor y transformarlos en una nueva conducta que no lo permitía. La denuncia, la delación, la tortura, el engaño promovidos, alentados y premiados por el Estado y la prisión sin causa, el asesinato programado y realizado por el aparato gubernamental le quita a uno el piso sobre el que está parado, la confianza básica sobre la que se sustenta la vida en sociedad. Hace falta tiempo para que desde lo colectivo se asuma este quiebre en su base.

La lesión individual es una herida a la subjetividad, a la propia capacidad de defensa y apela a un enorme esfuerzo para la recuperación. Pero la lesión de un trauma colectivo en manos de un gobierno es de otro orden porque corroe la legalidad sobre la que se sustenta la convivencia, ataca al espíritu de comunalidad, a la vida gregaria, al contexto vital imprescindible en el que construimos nuestra subjetividad. Si la policía que se supone que es la instancia estatal que me protege es la que pone en riesgo mi vida y la de mi familia, si debo ocultarme de quien me protege, ¿cuáles son los parámetros a los que puedo ajustarme? El mapa pre-existente deja de ser válido, ninguna cartografía es válida, se pierden los puntos de referencia. Ya no sé dónde estoy parado, a qué atenerme, en quien confiar, dónde ir, cómo comportarme. En los genocidios o situaciones similares se construye un “enemigo interno”, necesario para lograr la cohesión social que legitime el poder dictatorial e impida la crítica u oposición. Toda dictadura precisa del apoyo de la sociedad civil. El enemigo interno permitirá el encuadramiento de las masas detrás de los objetivos estatales. Es “uno más entre nosotros”, al que hay que extirpar, perseguir, acosar, detener y erradicar. Los que tienen la mala suerte de ser parte de ese enemigo común fabricado, ven caer sobre sí de pronto el mismo aparato estatal bajo el cual vivían confiadamente, el Estado los ha designado como enemigos. La gente se reparte entre los que son parte del enemigo interno y los que están afuera. El clima se vuelve tóxico porque nada es como era. La confianza queda herida de muerte. El que vive todo esto en carne propia es la víctima. El resto de la sociedad necesita mucho tiempo para reconocer que también ha sido vulnerada su confianza, sus bases y leyes de la convivencia.

Cuando todo termina, cuando se sale del “bache” oscuro y arbitrario, cuando se recupera la vida “normal”, hay que hacer un esfuerzo supremo para reinsertarse en la vida haciendo como si se volviera a confiar. Las ganas de vivir son incontenibles. Son como ese hilito de agua que siempre encuentra un cauce y en su camino arrasa con todo porque tiene que seguir. Hay que trabajar, construir proyectos, demostrar y demostrarse que lo vivido fue un accidente de la sociedad, pensarlo como ese rayo fatídico que cayó un día y quemó la casa,  un error, que las cosas volvieron a sus cauces, que volvió el imperio de la ley y que todo va a estar bien, que ya ha pasado el peligro. Volver la vista atrás amenaza con despertar los fantasmas, con perder pie y resbalar en excrecencias y restos sociales pringosos. Y hay una enorme sabiduría en ello porque se pone toda la energía en la reconstrucción. En la reconstrucción de la confianza perdida. Son los sobrevivientes los que apuestan a esta sociedad que hace un instante los había traicionado. Si no confían no pueden seguir viviendo. ¿Cómo confiar y hablar públicamente de la traición? Era preciso, era vital buscar los indicadores de que el mundo había recuperado su cordura, que a partir de ahora todo volvía a seguir reglas previsibles, que solo había que trabajar, hacer las cosas bien y uno estaría a salvo. Lo que pasó, pasó. Hablar de lo que pasó es enfrentar a toda la sociedad con su propia ignominia. Nadie quiere oír. El sobreviviente es invisibilizado porque es un testigo incómodo y su testimonio no se quiere oír. La sociedad todavía no puede. Y hay que seguir viviendo.

Lo sobrevivientes de la Shoá captaron claramente los indicadores y permanecieron en silencio. Al principio costó pero pronto fue casi un alivio. Callaron pero no olvidaron. Ni negaron. Ni reprimieron. Callar fue una decisión. Se trataba del silencio público porque entre ellos hablaban. Tenían sus momentos de recorrer viejas fotos cuando las había o de añorar las fotos que ya nunca podrían ver. Había situaciones particulares en las que las ausencias tenían un peso agobiante como las celebraciones, los aniversarios. Pero tomaron la decisión de mirar hacia adelante, como el hilito de agua. No querían mirar hacia atrás. Dejaron esa revisión para cuando pudieran. Para cuando la sociedad estuviera lista. Y pudieron cincuenta o sesenta años después. Y la prueba de todo esto es que recuerdan todo, que en el momento en el que vieron que sus vidas estaban hechas, que el pasado había quedado bien atrás, que la sociedad empezaba a estar en condiciones de revisarse y de mirarse en ese espejo deformante de su esmirriada humanidad, recién entonces tomaron el pasado traumático entre las manos y comenzaron a dialogar públicamente con él. Ya no hay peligro de que la victimización los hunda en la paranoia o en los mecanismos defensivos. Ya no hay peligro de sumirse en una situación personal sin salida. Ahora se puede. Con hijos, nietos, bisnietos, el futuro está asegurado. Con una sociedad que ha abierto las orejas y tímidamente se propone este ejercicio de revisión de algunos de sus supuestos, hay un nuevo contexto de recepción. Ahora se puede hablar.

Diana Wang

19 de septiembre 2008

 Presentado en la II Feria del Libro Social Y Político 2008 - Buenos Aires - Argentina


[1] FRISCHER Dominique “Les enfants du silence et de la réconstruction. La Shoah en partage. Trois génerations, trois pays: France, États Unis, Israel” Ed. Grasset, Paris 2008.

[2] WANG Diana “El silencio de los aparecidos” Editorial Generaciones de la Shoá, 2008 (re-edición)

[3] WANG Diana “Hijos de la Guerra. La segunda generación de sobrevivientes de la Shoá” Editorial Marea 2007

BIBLIOGRAFÍA RE-EDICIÓN

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA "El silencio de los aparecidos"

 

ENSAYOS, TEXTOS HISTÓRICOS, INVESTIGACIONES

-APPELFELD, Aharon: “Beyond Despair. Three lectures and a conversation with Philip Roth”. Fromm International, NY, 1994.

- ARENDT, Hanna: “Eichmann in Jerusalem. A report on the Banality of Evil”, Penguin Books, New York, 1994.

- BANKIER, David (comp): “El Holocausto. Perpetradores, víctimas, testigos”. Fundación Memoria del Holocausto, Argentina, 2004.

- BAUER, Yehuda: " Rethinking the holocaust" , Yale University Press, New Haven and London, 2001, El capítulo: “El Holocausto, su estudio, comprensión, sentido y enseñanzas” tiene traducción al español. En www.generaciones-shoa.org.ar/espanol/textos/textos_elholocaustosu.htm

- BAUER, Yehuda, discurso en UN, 2006. Traducción en:  www.generaciones-shoa.org.ar/espanol/textos/textos_discurso_bauer.htm

- BAUER, Yehuda: “El holocausto en el contexto europeo”. 2006. Traducción en www.generaciones-shoa.org.ar/espanol/textos/textos_elholocaustoen.htm

- BERGMANN, Martin S. Y JUCOVY, Milton E. (eds): “Generations of the Holocaust”, Columbia University Press, New York, 1990.

- BETTELHEIM, Bruno: “Sobrevivir. El holocausto una generación después”, Grijalbo, Barcelona, 1981.

- BOULGOURDJIAN-TOUFEKSIAN, Nélida, TOUFEKSIAN, Juan Carlos, ALEMIAN, Carlos (comp): “Análisis de la prácticas genocidas. Actas del IV Encuentro sobre Genocidio”. Fundación Siranoush y Boghos Arzoumanian, Buenos Aires. 2004 |

- CANETTI, Elías: “La lengua absuelta”, Editorial Milá., Buenos Aires, 1988.

- CONROY, John: “Unspeakable Acts, Ordinary People. The Dynamics of Torture”. Alfred A. Knopf, New York, 2000.

- CRÓNICA DEL HOLOCAUSTO. Editorial El Ateneo, 2002.

- DANIELI, Yael: “Families of survivors of the Nazi Holocaust; Some long and short term effects”, en Milgram N. (ed.) “Psychological Stress and Adjustment in Time of War and Peace” Hemisphere Publishing, Washington DC, 1980.

- DAWIDOWICZ, Lucy S.: “The War Against the Jews. 1033-1945”. Bantam Books. NY 1986 (10ª edición)

- DEGEN Sylvia, ESQUIVEL Sergio: “De golpes y sueños. Antisemitismo y Sobrevivientes judíos de la Shoá en Argentina”. Anti-Difamation Forum, Berlin, 2007.

- DELBO, Charlotte: “Auschwitz and After”, Yale University Press, Newhaven, 1995.

- DES PRES, Terrence: “The survivor. An anatomy of life in the death camps.” Oxford University Press, 1980.

- DREIZIK, Pablo (comp): “La memoria de las cenizas”. Patrimonio Argentino, 2001

- EPSTEIN, Hellen: “Children of the Holocaust”, Penguin Books, New York, 1988.

- FEIERSTEIN, Daniel: “Cinco estudios sobre genocidio”, Acervo Cultural, Buenos Aires, 1977.

- FEIERSTEIN, Daniel: “La resistencia en el gueto de Varsovia. Algo más que un grupo de héroes”. Cuadernos del CES, DAIA, 2004.

- FINKELSTEIN, Norman F.: “La industria del holocausto”. Siglo XXI, 2002.

- FOGELMAN, Eva: “Conscience & Courage”. Anchor Books, Doubleday, 1995.

2002 | Cristina Godoy (comp): “Historiografía y Memoria colectiva. Tiempos y territorios”. Miño y Dávila, Buenos Aires.

- GAMPEL,Yolanda: “Esos padres que viven en mí. La violencia de Estado y sus secuelas”. Paidós, 2006

- GARBER, Zev, LIBOWITZ, Richard: “Peace, in Deed. Essays in Honor of Harry James Cargas”. University of South Florida, 1998.

-GUÉNO, Jean Pierre, PECNARD, Jérôme: “Paroles d´étoiles. L´album des enfants cachés (1939-1945). Editions des Arènes, Paris, septiembre 2002.

- GROSS, Jan T.: “Neighbors. The Destruction of the Jewish Community in Jedwabny, Poland”, Princeton University Press, 2001

- GRÜNBERG, Kart: “Love alter Auschwitz. The Second Generation in Germany”. Transcript Verlag, 2006

- HASS, Aaron: “The Aftermath. Living with the Holocaust”. Cambridge University Press. 1995

- HASSOUN, Jacques: “Los contrabandistas de la memoria”, Ediciones de la Flor, 1996.

- HILBERG, Raoul: “Victims, perpetrators and bystanders”.

- HUBERMAN, Abraham: “Justos de la Humanidad. La gesta de quienes salvaron vidas en la Shoá”. Editorial Milá, 2002

- LANGER, Lawrence: “Holocaust testimonies, the ruins of memory”, Yale University Press, New Haven, 1991.

- LANGER, Lawrence: “Admitting the Holocaust”, Oxford University Press, 1995.

- LEVI, Primo: “El sistema periódico”, Alianza Editorial, México, 1988.

- LEVI, Primo: “Si esto es un hombre”, Editorial Milá, Buenos Aires, 1988.

- LEVI, Primo: “Los hundidos y los salvados”. Muchnik Editores, 1989.

- MARKLE, Gerald E.: “Meditations of a Holocaust Traveler” State University of the New York Press, Albano, 1995.

- MARKS, Jane: “The Hidden Children. The Secret Survivors of the Holocaust”, Ballantine Books, New York, 1995.

- MATURANA, Humberto: “El sentido de lo humano”, Dolmen Ediciones, Santiago de Chile, 1995.

- MILGRAM, Abraham (comp.): “Entre la aceptación y el rechazo. América Latina y los refugiados judíos del nazismo”. Yad Vashem, Jerusalem. 2003.

- MILGRAM, Stanley: “Obedience to Authority”, Hasper Torchbooks, 1975.

- MUCHNIK, Mario: “Mundo Judío. Crónica personal”. Editorial Lumen, Buenos Aires, 1983.

- NIR, Yehuda: “La infancia perdida”, Planeta, Buenos Aires, 1992.

- NUESTRA MEMORIA, publicaciones de la Fundación Memoria del Holocausto

- PHILLIPS, Chrystopher: “Holocaust´s effects are passed to the children”.

- PLANK, Karl A.: “Mother of the Wire Fence. Inside and Outside the Holocaust”, Westminster John Knox Press, Louisville, 1994.

- POLÍTICAS DE LA MEMORIA Y PEDAGOGÍA DE LA TRANSMISIÓN. Congreso Latinoamericano para el Aprendizaje y la Enseñanza del Holocausto-Shoá. Ponencias. Nuestra Memoria, Año XIII, Número 28, abril 2007.

-ROTH, John K., BERENBAUM, Michael (eds): “Holocaust. Religious & Philosophical Implications”. Paragon House, NY, 1989

- RUBIN DE GOLDMAN, Bejla: “Nuevos nombres del trauma. Totalitarismo-shoah-.globalización-fundamentalismo”. Libros del Zorzal, 2003

- SEGEV, Tom: “The Seventh Million. The Israelis and the Holocaust”, Hill and Wang, New York, 1994.

- SERENY, Gitta: “Into That Darkness”, First Vintage Books Edition, January 1983.

- TODOROV, Tzvetan: “Frente al límite”, Siglo XXI, México, 1993.

- TODOROV, Tzvetan: “Los abusos de la memoria”. Paidós, 2000

- TOTTEN, Samuel, PARASONS, William S., CHARNY, Israel (ed): “Century of Genocide. Eyewitness Accounts and Critical Views”, Garland Publishing Inc, New York, 1997.

- TRUNK, Isaiah: “Judenrat”.

- VIDAL-NAQUET, Pierre: “Los asesinos de la memoria” Siglo XXI, México, 1994.

- WANG, Diana: “Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires”. Editorial Marea, 2004.

- WANG, Diana: “Hijos de la Guerra. La segunda generación de sobrevivientes de la Shoá”. Editorial Marea, 2007.

- WARDI, Dina: “Memorial Candles. Children of the Holocaust” Tavistock/Routledge, London, 1992.

-WIESENTHAL, Simon: “The sunflower. On the Possibilities and Limits of Forgiveness”. Schoken Books, NY, 1969.

- WILLIAMS, Sandra: “The impact of the Holocaust On Survivors and Their Children”, Judaic Studies Program, de la University of Central Florida.

- ZAJDE, Nathalie: “Enfants de survivants. La transmission du traumatisme chez les enfants des Juifs survivantes de l´extermination nazie”. Editions Odile Jacobs, collection Opus, Paris, 1995.

- ZIMBARDO, P.G., HANEY, C., BANKS, W.C., Jaffe D.M.: “The Psychology of Imprisonment: Privation, Power and Pathology”, en Rubin Zelig (ed):”Doing unto Others”, Prentice Hall, 1974.

 

 ALGUNOS TESTIMONIOS Y MEMORIAS. - AKINÍN LEVY, Samuel: “Sobrevivientes”. Editorial Akinín y Kramer, Venezuela. 1996.

- APELOIG, Andrés: “La guerra que me tocó vivir”. Editorial Boker 1995.

- CANETTI, Elías: “La lengua absuelta”, Editorial Milá, Buenos Aires, 1988.

- EISENSTAEDT, Eva: “Sobrevivir dos veces. De Auschwitz a Madre de Plaza de Mayo. Relato testimonial de Sara Russ”. Editorial Milá, Buenos Aires, 2007.

- EPSTEIN, Hellen: “Where she came from. A daughter´s search for her mother´s history”. A Plume Book, 1997.

- ERLICH de SZLAZER, Amelita: “El juego de la vida” Dunken, 2000.

- FAIGENBLAT, Lena: “Los vientos de la historia”. IWO. 1998

- FAIGENBLAT, Lena: “Mis ayeres”, Dunken, 2003

- FAIGENBLAT, Lena: “Aquí estoy y aquí me quedo”. Dunken 2005

- FRANK, Ana: “Diario”. 1986.

- FUCHS, Jack: “Tiempo de recordar”. Editorial Milá, 1995.

- FUCHS, Jack: “Dilemas de la memoria. La vida después de Auschwitz”. Grupo Editorial Norma, 2006

- GROSSMAN, David: “See under: Love”, Picador, London, 1990. Hay versión española: “Véase: amor” de Tusquets.

-GUÉNO, Jean Pierre, PECNARD, Jérôme: “Paroles d´étoiles. L´album des enfants cachés (1939-1945). Editions des Arènes, Paris, septiembre 2002.

- HASS, Aaron: “The Aftermath. Living with the Holocaust”. Cambridge University Press. 1995

-HAUSNER, Joseph: “Inside the cold crematorium” 1995.

- HOFFMAN, Eva: “Lost in translation. A life in a new language”, Penguin Books,  New York, 1990.

- HOFFMAN, Eva: “After such knowledge. Memory, history and the legacy of the Holocaust”, Public Affairs, NY, 2004

- HOLLIDAY, Laurel: “Children in the Holocaust and World War II. Their secret diaries”. Pocket Books, 1995.

- GILBERT, Martin: “The boys. The story of 732 young concentration camp survivors”. Henry Holt and Company, 1997

- IACKER-DARVASI, Adina: “El viaje”. Editorial Milá, 2001.

- KERTESZ, Imre: “Sin destino”. Plaza & Janés, 1996.

- KLAINMAN, Jorge: “El séptimo milagro. La increíble historia de un sobreviviente”. Psicoteca Editorial 1998.

- KOT, Srolke: “Entre ruinas y cenizas”. Ediciones Baobab, 2000.

- KRESSMAN, Taylor: “Paradero desconocido”. RBA Libros, 2000

- LAUFBAN, Iehuda: “Y el mundo calló...”, Buenos Aires, 1997.

- LEBERT Norbert y Stephan: “Tú llevas mi nombre. La insoportable herencia de los hijos de los jerarcas nazis”. Planeta, 2005.

- LEVI, Primo: “El sistema periódico”, Alianza Ed., México, 1988.

- LEVI, Primo: “Si esto es un hombre”, Editorial Milá, Buenos Aires, 1988.

- LEVI, Primo: “Los hundidos y los salvados”. Muchnik Editores, 1989.

- MAGNUS, Ariel: “La abuela”. Planeta, 2007.

- MARKS, Jane: “The Hidden Children. The Secret Survivors of the Holocaust”, Ballantine Books, New York, 1995.

- MOSKOWITZ, Faye (ed): “Her Face in the Mirror. Jewish Women on Mothers and Daughters”, Beacon Press, Boston, 1994.

- NIRENBERG, Iankl: “Memorias del Gueto de Lodz”. Editorial Milá, 1995.

- NIR, Yehuda: “La infancia perdida”, Planeta, Buenos Aires, 1992.

-OPDYKE, Irene Gut: “In my hands. Memories of a holocaust recuer”. Alfred A. Knopf, NY, 1999.

- PAPIERNIK, Charles: “Una vida”, Acervo Cultural Editores, Buenos Aires, 1997.

- PAPIERNIK, Charles: “Ser humano en Auschwitz.”. Acervo Cultural, 2000.

-PRZEWORZNIK, Enrique: “Yo sobreviví mis 789 días con Joseph Mengele”. Editorial Galerna, 1980.

- ROSENTHAL, Nicolás: “Hagadá del siglo XX. Un legado”. Editorial Milá, Buenos Aires 2007.

- ROTENBERG, Salomón: “Abi vaiter”. Dunken, 2003.

- ROWENSZTEIN, Marek: “Mis memorias. Una época para la reflexión”. 2004

- SALAMON. Julie: “The Net of Dreams. A Family´s Search for a Rightful Place”, Random House, New York, 1996.

- SCHICHT, Jose: “Testigo del espanto”, Editorial Galerna, Buenos Aires, 1988

- SEMPRUN, Jorge: “La escritura o la vida”, Tusquets, Barcelona, 1995.

- SIMPSON GEROE, Susan: “The silence of Parents”. Fithian Press, 2006

- SNEH, Simja: “El pan y la sangre”, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1986.

- SONNENSCHEIN, Eva: “Transnistria (del otro lado del Rio Nistru). Testimonio de un pasado doloroso”. Dunken 2004.

- SORS, Rita: “El pasado que perdura”. Editorial Torino (sin fecha)

- SPIEGELMAN, Art: “Maus. Historia de un sobreviviente”, Emecé Editores, Buenos Aires, 1994.

- TURKOW, Mark (comp.): “Malka Owsiany Relata. Crónicas de nuestro tiempo”. Editorial Milá 2001.

- UNGER, Eugenia: “Holocausto, lo que el tiempo no borró”. Distal, Buenos Aires, 1995.

- UNGER Eugenia: “Después de Auschwitz. Renacer de las cenizas”.

- URSZTEIN, Etka: “Un dolor menor es contar la verdad. La historia de Etka después del horror de la Shoá”. 2006

- VINOCUR, Ana: “Sin título. Testimonio de una sobreviviente del holocausto judío”. 2002

- VOGELFANGER, Miriam: “Estos no son cuentos…” 2004.

- WIESEL, Elie: “La noche. El alba. El día”, Editorial Milá, Buenos Aires, 1988.

- WILLENBERG, Samuel: “Revolt in Treblinka”, Zydowski Instytut Historyczny, Warszawa, 1992.

 

PELÍCULAS RECOMENDADAS

 

El holocausto

2004 - La caída - Oliver Hirschbiegel - Alemania

2004 - Napola - Dennis Gansel – Alemania (doc)

2002 - Amen - Costa-Gavras - Francia/Alemania/Rumania/USA

2002 - Broken silence (doc) Survivors of the Shoah Visual History Foundation:

- Niños del abismo - Pavel Chukhraj - Rusia

- El infierno en la tierra - Vojtech Jasny - República Checa

- Yo recuerdo - Andrzj Wajda - Polonia

- Algunos que vivieron - Luis Puenzo - Argentina

- Ojos del Holocausto - János Szász - Hungría

2001 - Conspiración - Frank Pierson -  Inglaterra/USA

2001 - Competencia desleal - Ettore Scola - Italia

2001 - Tomando partido - István Szabó - Francia/Inglaterra/Alemania/Austria

1999 - La aritmética del diablo- Donna Deitch - USA

1998 - El tren de la vida - Radu Mihaileanu - Francia/Bélgica/ Holanda/Israel/Rumania

1997 - Un vivant qui passe - Claude Lanzmann – Francia (doc)

1986 - Pobre mariposa - Raúl de la Torre - Argentina

1985 - Shoah - Claude Lanzmann – Francia (doc)

1982 - La decisión de Sophie - Alan J. Pakula - USA

1981  - Los unos y los otros - Claude Lelouch - Francia

1981 - La ola - Alexander Grasshoff - USA

1980 - El último subte - François Truffaut - Francia

1978 - Holocausto - Marvin J. Chomsky - USA

1975 - Pascualino siete bellezas - Lina Wertmüller

1974 - Portero de noche - Liliana Cavani - Italia

1972 - Cabaret - Bob Fosse - USA

1970 - El jardín de los Finzi Contini - Vittorio De Sica - Italia

1961 - Juicio en Nürenberg - Stanley Kramer - USA

1955 - Noche y niebla - Alain Resnais – Francia (doc)

1940 - El gran dictador - Charles Chaplin – USA

 

Los sobrevivientes, padecimientos, resistencias, memorias

2006 - Black Book - Paul Verhoeven - Holanda/Bélgica/Inglaterra/Alemania

2005 - Una vida iluminada - Liev Schreiber - USA

2005 - La vida secreta de las palabras - Isabel Coixet - España

2004 - Me queda la palabra-  Bernardo Kononovich – Argentina (doc)

2003 - Rosenstrasse - Margarethe von Trotta - Alemania/Holanda

2002 - El pianista - Roman Polanski - Francia/Alemania/Inglaterra/Polonia

2002 - Prisionero del paraíso – M.Clarke y S.SenderUSA/Canadá/Alemania/Inglaterra (doc)

2002 - Gebürtig. - Robert Schindel y Lukas Stepanik - Austria/Polonia/Alemania

2001 - En algún lugar de Africa - Caroline Link - Alemania

2001 - Sobibor, 14 de octubre, 16 hs - Claude Lanzmann – Francia

1999 - Sunshine  - István Szabó - Alemania/Austria/Canadá/Hungría

1999 - Voyages (Memorias) - Emmanuel Finkiel - Francia

1999 - Hanele - Karel Kachyna  - República Checa

1998 - Los últimos días - James Moll – USA (doc)

1998 - Todo por amor - Jeroen Krabbé- USA/Holanda/ Bélgica/Inglaterra

1997 - The comedian harmonists - Josseph Vilsmaier – Alemania (doc)

1997 - La tregua - Francesco Rosi - Italia/Francia/ Alemania/Suiza

1997 - Un largo camino a casa - Mark Jonathan Harris – USA (doc)

1991 - Atención - Bernardo Kononovich – Argentina (doc)

1989 - Enemigos una historia de amor - Paul Mazursky - USA

1989 - Mucho más que un crimen - Costa-Gavras - USA

1980 - Orquesta de mujeres en Auschwitz - Daniel Mann - USA

 

Los sobrevivientes niños

2006 - 818 Tong Shan Road  - Marlene Lievendag – Argentina (doc)

2005 - Sin destino - Lajos Koltai - Hungría/Alemania/Inglaterra

2001 - Los fantasmas de Luba - Martine Dugowson - Francia

2001 - Aquellos niños - Bernardo Kononovich – Argentina (doc)

2000 - En brazos de extraños - Mark Jonathan Harris – USA/Inglaterra (doc)

1997 - La vida es bella - Roberto Benigni - Italia

1996 - My knees were jumping, remembering the Kindertransports - Melissa Hacker – USA (doc)

1990 - Europa Europa - Agnieszka Holland - Alemania/Francia/Polonia

1987 - Adiós  a los chicos - Louis Malle - Francia

Diario de Ana Frank (diferentes versiones)

 

Los Justos, los rescatadores

2005 - Sophie Scholl - Marc Rothemund - Alemania

2003 - Pasaporte a la vida.- Agnes Vertes - USA (doc)

2002 - Mr Batignole - Gérard Jugnot - Francia

1994 - Los justos - Marek Halter - Francia/Suiza (doc)

1993 - La lista de Schindler - Steven Spielberg - USA

1987 - El enemigo fraternal - Joseph Rochlitz – Italia (doc)

 

Antisemitismo

2004 - El oro nazi en Argentina - Rolo Pereyra – Argentina (doc)

2004 - Pacto de silencio - Carlos Echeverría – Argentina (doc)

1947 - La luz es para todos - Elia Kazan - USA

 

 

 

PROLOGO RE-EDICIÓN

 “No somos supervivientes, sino aparecidos...

Esto, por supuesto, sólo resulta decible de forma abstracta.

O de soslayo, como quien no quiere la cosa..

O entre risas, con otros aparecidos...”

Jorge Semprún[1]

 

Prólogo a la edición de 2008 de "El silencio de los aparecidos"

 

Az men leibt, derleibtmen -si uno vive, lo llega a ver- se dice en idish. Cuando comencé a escribir lo que después se llamó "El silencio de los aparecidos" no pensaba que iría a ser un libro alguna vez. Cuando Acervo Editorial lo publicó, en una modesta tirada, imaginaba que nadie se interesaría en el tema y que quedaría en algún estante esperando que el polvo y el olvido lo fueran cubriendo mansamente. Tuvimos que hacer rápidamente una segunda impresión, pero esta vez ya estaba segura que sería el final. Me volví a equivocar. Cuando a 8 años de su salida, quedaban tan solo diez ejemplares y evidencias de que el interés tal vez persistiría, tomé la decisión de publicarlo nuevamente. Pero mucha agua había pasado en esos años. Debía ser una edición aumentada y actualizada.

Cada vez más están presentes mis padres. En una lógica misteriosa, cuanto más me alejo de la fecha en que se fueron, más cerca los siento, más dialogo con ellos. Son ellos, ora papá, ora mamá, los que dirían la frase del comienzo, az men leibt, derleibtmen. Como tantos sobrevivientes, mis padres callaron que lo eran. No ante nosotros o ante sus compañeros de ruta, sino ante los extraños, los que sabían, los que no habían estado. El primer texto, el que da el título al libro, se refiere a eso, a ese silencio, a las formas que asumió, a la forma en que lo procesamos y a algunas causales que nos dan mucho que pensar. Pero muchas cosas cambiaron en los últimos diez años. Los sobrevivientes que estaban vivos, comenzaron a hablar. Como una catarata, con una sed incontenible de ser escuchados, elevaron sus voces, se presentaron en escuelas, en instituciones, escribieron sus testimonios, se reunieron, se agruparon. Az men leibt, derleibtmen. El mundo quería escuchar. Los periodistas les pedían una entrevista, salían artículos con sus fotos, con sus historias. Algunos programas de televisión los tuvieron como protagonistas. Mis padres no conocieron este nuevo estado de cosas. Se murieron antes de que el mundo se abriera a estos temas. Se fueron pensando lo que habían pensado tan dolorosamente luego de terminada la Shoá -que ellos no llegaron a llamar Shoá-, que a nadie le importaba, que, peor aún, les molestaba si se contaba. No es más una vergüenza haber sobrevivido a los nazis. Tampoco es un orgullo ni un título de nobleza.

Dividí el libro en cuatro partes. La primera dedicada a los sobrevivientes, la segunda a sus hijos, la tercera que llamé reflexiones y por último las lecciones que aún quedan por ser aprendidas. Incluí varios de los textos que fui escribiendo en estos años, también un artículo esclarecedor de la recordada y admirada Raquel Hodara. Queda también el relato del camino que hemos ido transitando en nuestros grupos, la constitución de Generaciones de la Shoá en Argentina, las reuniones de nuestro grupo de hijos de sobrevivientes, los hitos y la realizaciones y los proyectos. Mantuve como apéndice el desesperado texto sobre la Violación Excrementicia que ilustra como ninguno el horror que cubrió a la humanidad en los campos de la muerte. Hay una actualización de la bibliografía con la idea de ofrecer un listado lo m s completo posible de los materiales a los que puede recurrirse.

En mayo de 2006 perdimos a Rolando Drut. Pienso en él en esta re-edición, recuerdo su emoción al tener un ámbito donde compartir sus penas, sus reflexiones, sus recuerdos, su sensibilidad e inteligencia. Si hubiese seguido vivo, sus escritos que no paraban de crecer, se hubiesen vuelto un libro que yo leería con pasión.

 

 



[1] Jorge Semprún, “La escritura o la vida”, Tusquets, Barcelona, Mayo 1995. Pág.. 104

Foto conmovedora con contenido oculto

bandera israel

Recibí esta foto que fuera enviada para el concurso “La bandera de Israel” que propicia el periódico Yediot Ajaronot junto al Banco Hapoalim. La idea es que el público elija la foto que represente mejor los festejos del 60° aniversario del Estado de Israel.

De entre las enviadas, está circulando ésta que por cierto es conmovedora. Resume el destino de muerte con la vida que comienza, habla de la continuidad judía, de la persistencia no importa cuáles sean los embates recibidos. Pero al mismo tiempo –y es éste un contenido que se filtra peligrosamente- liga el nacimiento del estado de Israel a la Shoá, mito y mentira vastamente difundido. El Estado de Israel fue una lucha comenzada por Herzl a fines del siglo XIX y continuada por los que fueron a los pantanos de Palestina y lo transformaron en un jardín, los que lucharon a lo largo de los duros años del comienzo del siglo XX, los que soñaron luego de la declaración Balfour de 1917 que algún día esa tierra sería nuestra y apostaron a ello con su vida.

Esta foto, con lo conmovedora que me resulta, al reunir el brazo tatuado con la bandera, alude a este mito de que Israel es la consecuencia de la Shoá. Se minimiza así la lucha de los 60 años previos a la terminación de la Shoá y lo que es aún más penoso, le otorga a la Shoá algún sentido. Para nosotros, los judíos que estábamos destinados TODOS a la muerte, nada de la Shoá pudo haber tenido algún sentido ni propósito benefactor.

Algunos pensamientos sobre el islamismo radical - Yehuda Bauer

Yad Vashem, como saben, está dedicado a la memoria, educación e investigación del genocidio de los judíos que llamamos Holocausto o Shoá, una palabra que significa “catástrofe”. La negación del Holocausto tal como fue propuesta por el “congreso” que acaba de tener lugar en Teherán, nos ha acompañado desde el Holocausto mismo, cuando, como sabemos por testimonios de sobrevivientes, los guardias de los campos de concentración solían decir a los prisioneros que aún en el improbable caso que sobrevivieran nadie les creería. El contexto de la negación ha sido, durante los últimos sesenta años, el deseo de justificar al régimen Nacional Socialista como opuesto a los regímenes democráticos en los que los negadores han vivido y viven. Para justificar al Nazismo, uno debía negar el genocidio. Pero, desde el juicio en Londres del mayor negador occidental, el inglés David Irving y su condena por la corte británica como mentiroso, racista y antisemita, la negación del Holocausto en países occidentales se ha transformado en un fenómeno marginal. No es así en muchos países musulmanes donde se ha vuelto parte y centro de la propaganda anti occidental y, principalmente, de la propaganda anti judía. Pero la negación del Holocausto en países musulmanes está impregnada del islamismo radical y se debe comprender ese contexto si uno quiere enfrentarse a la negación y a la nueva amenaza genocida propuesta por el régimen iraní.

Hay grandes diferencias entre el Nacional Socialismo, el Comunismo Soviético y el Islamismo Radical, pero hay también algunos paralelos importantes. Los tres son o han sido movimientos religiosos o cuasi-religiosos. Incuestionablemente, la fe cuasi-religiosa en la ideología nazi era central para la existencia y políticas del régimen y fue la ideología nazi el factor central que produjo el Holocausto; el marxismo-leninismo fue un dogma cuasi-religioso que todos debían compartir en el imperio estalinista. Lo mismo se aplica al islamismo radical. El islamismo radical no es el Islam. El Islam es una religión que puede y debería ser legítimamente interpretada como un credo universal de amor a la paz. El islamismo radical, por el contrario, es un desarrollo relativamente nuevo que radicaliza las interpretaciones aceptadas del Islam. Todas estas tres ideologías aspiran o han aspirado a un gobierno mundial en una utopía apocalíptica: los Nazis soñaron con el Reich de los mil años que, con la ayuda de sus aliados establecería el dominio mundial basado en la jerarquía de las razas, con los pueblos nórdicos y la raza aria en la parte superior y el resto más abajo. No habría más judíos porque estarían todos aniquilados. La historia habría terminado como tal y se establecería una utopía de paz y prosperidad. El sueño comunista sobre la dictadura mundial del proletariado que establecería una sociedad sin clases que terminaría los conflictos y contradicciones para siempre, lo que también terminaría la historia. El islamismo radical desea la dominación mundial de Dios por medio de clérigos islámicos, lo que eliminaría los sistemas de creencia “paganos” como el hinduismo, el budismo, el sintoísmo, etc; el cristianismo, zoroastrismo y lo que pudiera quedar de judaísmo serían religiones practicadas por descreídos bajo estricto control y gobierno musulmán. Ello establecería definitivamente una sociedad justa y constituiría el fin de la historia dado que nada puede sustituir al gobierno de Dios (Alá). Las tres son, en consecuencia, utopías religiosas. Todas las utopías matan. Las utopías universales, apocalípticas, matan radicalmente.

Las tres ideologías se desarrollaron más o menos al mismo tiempo en la primera parte del siglo 20. Hitler entró al mundo de la política en 1919; la revolución bolchevique sucedió en 1917; y el primer movimiento islámico radical, la Hermandad Musulmana, fue fundada por un maestro egipcio, Hassan el-Bana, en 1928.

El nacional socialismo y el comunismo arrasaron la democracia parlamentaria y la expresión libre de opiniones políticas, y querían eliminar o someter a todos los estados nacionales bajo su gobierno directo o indirecto dejándolos como cáscaras vacías que serían llenadas con el contenido nacional socialista o comunista. El islamismo radical ve a los sistemas parlamentarios como una blasfemia porque allí las personas deciden sus leyes: pero Dios ha decretado cómo los hombres (las mujeres no cuentan como criaturas políticas) debieran ser gobernados, a través de su palabra en el Qur’an, según las tradiciones del Profeta (Hadith), y según las leyes medievales de la Shariah, el código legal islámico. El islamismo radical desea abolir todos los estados nacionales, especialmente los árabes, y sustituirlos por estados islámicos que estarán unidos en un gobierno mundial islámico. Y los tres tomaron a los judíos como su inmediato o principal enemigo: los Nazis los asesinaron; los soviéticos planearon en 1952 la deportación de todos los judíos soviéticos a Siberia, con la intención obvia de que allí murieran. El mensaje genocida del islamismo radical hacia los judíos es claro y fuerte: “Deben saber que el objetivo de matar a los americanos y judíos en todas partes del mundo es uno de los mayores deberes y de las mejores acciones preferidas por Alá….hermanos… continuemos el camino de la Jihad, nuestros objetivos son los judíos y los americanos” (Osama Bin Laden en un mensaje del 11 de febrero de 2003). Es una repetición clara del lenguaje del nacional socialismo; y es absolutamente crucial dares cuenta que cuando las ideologías radicales expresan lo que creen los fanáticos, estos actuarán sus creencias tan pronto como puedan. El Sheikh Abd Al-Rahman Al-Sudayyis, el imán de la mezquita más importante del mundo musulmán, la mezquita Al-Haram de la Meca, declare en 2002: “Leed historia y comprenderán que los judíos de ayer son los padres malignos de los judíos de hoy, sus descendientes maléficos, infieles, tergiversadores de la palabra de Dios, adoradores de becerros, asesinos de profetas, negadores de profecías…la escoria de la raza humana a la que Alá maldijo y transformó en monos y cerdos”. Los predicadores por todas partes, aún en Bagdad durante el régimen secular de Saddam Hussein, citaron una tradición muy popular que dice que antes del Día del Juicio, los musulmanes pelearán con los judíos y los matarán. Dice la tradición, el hadith, que en su búsqueda de refugio los judíos se esconderán detrás de piedras y árboles, pero las piedras y los árboles gritarán, “Oh, musulmán, oh siervo de Dios, un judío está escondido detrás de mí. Ven y mátalo.” No se trata de un llamado a atacar a Israel, o una declaración respecto de Palestina. Esto es incitación al genocidio, y podría hacer pilas y pilas de citas de este tenor dado que fue difundido largamente durante los últimos tres o cuatro año. Nuestro problema es que la ideología del islamismo radical se cuela en el discurso principal islámico y los regímenes de muchos países musulmanes temen contradecir esta tendencia. Pero debiéramos recordar el artículo III de la Convención para la Prevención y Castigo del crimen de genocidio de las Naciones Unidas de 1948, ratificado en 1951, que dice que “la incitación directa y pública a cometer genocidio” es punible como crimen genocida..

Las enseñanzas principales de la Hermandad Musulmana se desarrollaron a lo largo del tiempo y fueron difundidas por todo el mundo. El ideólogo más importante fue Sayyid Qutb, un oficial egipcio que escribió en 1950 un panfleto contra los judíos al estilo de el Stuermer, que es la base de la propaganda anti judía actual. Sucedió, de paso, diecisiete años antes que Israel ocupara la Franja de Gaza y Cisjordania. Por ello me resulta ilusorio pensar que un acuerdo en el conflicto israeli-palestino desarmará automáticamente al islamismo radical. Sin embargo, no hay dudas de que el conflicto sirve como disparador de la ideología radical y anti-civilizacional, y que una negociación Israeli-palestina ayudaría a luchar en contra del islamismo radical aunque, como Bin Laden y otros repiten, el tema principal permanecería: vencer a las civilización occidental y a la civilización oriental asiática.

El antisemitismo radical islámico es una parte central de la ideología; pero este antisemitismo no surgió del islam. Es cierto que los judíos –y los cristianos – han sido y son discriminados en las sociedades islámicas, y que deben someterse a ser ciudadanos de segunda o tercera categoría. Solo los musulmanes son miembros a pleno de tales sociedades. Sin embargo, judíos y cristianos fueron, al menos históricamente, grupos cuya existencia física, cultural, religiosa y social estaba protegida y que tuvieron la posibilidad de auto gobierno interno. Esto no significa que los judíos no hubieran sido perseguidos en ciertos momentos o que no haya habido matanzas; pero eran raros comparados con las persecuciones a las que fueron sometidos los judíos en la Europa cristiana. El antisemitismo moderno islámico no surgió en el mundo islámico, fue introducido en él por los poderes coloniales europeos como parte del paquete cultural con el que dominaron al mundo musulmán. Se transformó en un factor central para moldear la posición anti-occidente de los insatisfechos intelectuales musulmanes. Estos intelectuales y en el despertar de sus elites gobernantes, se enfrentaron con el hecho de que ochocientos años atrás el Islam fue la civilización más avanzada de occidente mientras que la Europa Cristiana era una frontera bárbara. En en los siglos XIX y XX, la Europa Cristiana y América han conseguido una revolucionaria superioridad tecnológica que les ha permitido, en efecto, conquistar el mundo. Las sociedades musulmanas, con algunas excepciones, se transformaron en zonas postergadas gobernadas directa o indirectamente por extranjeros. Los musulmanes progresistas lo vieron como un desafío que debía ser encarado aprendiendo de occidente y adaptando sus conceptos a las tradiciones islámicas. Pero los islámicos radicales frustrados por la realidad que vivían, lo interpretaron de otro modo: estamos postergados y sujetos a la humillación de gobiernos y culturas extranjeros porque no hemos obedecido la palabra de Dios. Las enseñanzas de las religiones islámicas eran interpretadas por ellos de la manera más radical posible. Si, como dijeron y dicen hoy, obedecemos el deseo de Dios como ha sido manifestado en las sagradas escrituras islámicas y según han sido interpretados por los radicales, Dios nos garantizará la victoria sobre occidente y nos hará posible dominar al mundo. Occidente, dicen, está gobernado por los judíos – una réplica exacta de la propaganda nazi y soviética. Puede verse en la última carta del presidente iraní enviada al presidente de los Estados Unidos, donde acusa a los judíos de controlar todo lo que es valioso en US. Los judíos, y no solo Israel, el colectivo judíos, son la punta de lanza del imperialismo occidental y debe ser destruido. Por primera vez desde la 2° guerra mundial, los judíos, están, nuevamente, amenazados por un genocidio. Debemos recordar: la ideología radical islámica no es mera propaganda diseñada para alcanzar objetivos políticos; creen en lo que dicen y tienen toda la intención de actuar según sus creencias si tienen la oportunidad de hacerlo.

El sentimiento de frustración que determinó la perspectiva radical se opone también a las sociedades del este asiático que están peleando por el Liderazgo con los euro-americanos. Japón, China, Corea del Sur, Singapur y ahora India, son o están siendo líderes en las economías y sociedades de nuestro mundo. Los EEUU no son ya el único super poder. Y Malasia, Túnez y mañana Indonesia, son sociedades musulmanas que están a punto de competir con la dominación occidental. Pero el hecho de que partes del mundo musulmán está poniéndose al día no cambia al islamismo radical porque, como sabemos, la ideología persiste aún cuando las bases de las que emerge cambien. El peligro de esta ideología asesina mundial estará con nosotros a pesar de estos cambios.

La negación del Holocausto es una parte integral de esta ideología. Son dos las argumentaciones que se exponen: una, que el Holocausto es un mito. La otra, que Israel fue creada por occidente debido a sentimientos de culpa respecto del Holocausto y que los palestinos y todo el mundo musulmán fue creado para sufrir a causa de los pecados de los europeos. El hecho de que las dos argumentaciones se contradicen una a la otra no importa. De la enorme cantidad de declaraciones de este tenor, permítanme citar solo un par: el Dr. Rif’at Sayyed Ahmad, del diario al Liwaa al-Islam de El Cairo, una publicación del Partido Nacional Democrático que gobierna, escribió el 24 de junio de 2004, sobre “la mentira sobre la incineración de judíos en los hornos nazis. Cuando estos medios”, escribió, “fueron examinados científicamente, se probó que no era verdad.” En Irán, el Ayatollah Ali Meshkini, cabeza de la Asamblea de Expertos en Qom, dijo el 17 de diciembre de 2005, que “los sionistas… inventaron un reclamo falso. Dijeron que Hitler, los alemanes, los austríacos, quemaron a seis millones en los hornos crematorios…Intentaron convencer con mucha convicción al mundo que este tema, esta mentira, era verdad..No estoy seguro se la palabra holocausto viene del hebreo o del francés, pero significa quemar seres humanos en los crematorios.” El presidente iraní dijo, como todos sabemos, que el Holocausto era un mito, pero aún cuando fuera verdad, y él no cree que lo sea, por qué deben pagar los palestinos y los musulmanes por lo que pasó en Europa. Podemos decir que no solo los islámicos radicales creen que Israel es el resultado del Holocausto; otros, incluso muchos judíos, también lo creen. Pero es una falsedad demostrable. Antes de la 2° guerra mundial había una enorme presión para que millones de judíos entren en Palestina. Fueron asesinados lo que determine que la oportunidad de crear un Estado Judío se hiciera remota. Los sobrevivientes judíos, un cientos de miles, indudablemente fueron un factor central en la lucha por la independencia de los judíos en Palestina. Si la guerra hubiera continuado uno o dos años, no puede dudarse de que pocos judíos hubieran sobrevivido y en consecuencia la oportunidad del establecimiento de Israel habría sido nula. El Holocausto casi elimina las esperanzas de un Estado Judío. Los británicos se oponían al Estado Judío. También el presidente Truman y el Departamento de Estado. Pero la presión de los norteamericanos judíos y no judíos por igual causó el cambio de las políticas norteamericanas. El Holocausto no tuvo nada que ver con las políticas norteamericanos entonces. El establecimiento de Israel se motivó por factores completamente diferentes. La negación del Holocausto, en sus dos formas, se basa en consecuencia en declaraciones contra-fácticas. Es una parte de la ideología radical en el mundo musulmán que se opone a los musulmanes liberales y que amenaza no solo a los judíos sino a la civilización como tal.

La diferencia principal entre las tres ideologías totalitarias es que el islamismo radical es un movimiento difuso. Bin Laden es importante aún cuando no esté vivo o activo, y su segundo, el pediatra egipcio Ayman el-Zawahiri, aún más. Pero no es un dictador y el movimiento está descentralizado. Desde su punto de vista esto es mucho mejor porque cualquier radical, sea cual fuere su contexto étnico, encontrará una bienvenida cálida en células islámicas en cualquier punto del globo, en base el fanatismo religioso compartido. Hay diferencias dentro del movimiento por cierto: dentro de las sociedades mayoritarias sunnitas, el régimen islámico que gobierna Sudan tiene una composición diferente de los grupos de El-Qaida grupos en Iraq, aunque la ideología básica es la misma. Hay según sabemos una seria división entre las formas islámicas sunnita y shiita y también dentro del islamismo radical. Sunnitas y shiitas sostienen una batalla amarga y asesina en Iraq. El Shi’a radical iraní no es tan anti-nacionalista como la versión sunnitas, y el islamismo radical allí se combina con el plan para construir un imperio nacionalista. Irán busca el control del golfo pérsico contra los sunnitas mediante la combinación de medios políticos, económicos y militares como parte del objetivo islámico de gobernar el mundo, controlando las fuentes de energía de las que depende el resto del mundo. Pero cuando se trata de lo básico, las divergencias se superan como podemos ver por la recepción entusiasta de los líderes del Hamas sunnita en Teheran. El contacto directo entre Iran y Hezbollah es bien conocido. La mente maestra de Hezbollah, Imad Mughniyeh, trabajo desde el interior del Ministerio Iraní de Inteligencia y Seguridad y las unidades de al-Qods (o: Jerusalén) dentro del Servicio de Seguridad Iraní, el Pasdaran. Mughniyeh fue la persona responsable de la bomba de 1992 en Buenos Aires. En Beirut, el Consejo o Shura de Hezbollah, está formado por siete miembros y cuenta con la presencia regular de dos iraníes de Beirut y Damasco. Hamas, que es sunnita por supuesto, tenía un representante permanente en Irán en la persona de Osama Hamdan, que es ahora el representante de Hamas en Beirut y coordinador de la rivalidad del Hamas sunnita y el Hezbolla shiita. La rivalidad sunni-shiita es real y a menudo asesina. Pero cuando se trata de atacar a occidente, y especialmente a los judíos, lo pueden superar.

Una lucha exitosa contra el islamismo radical, aparentemente, solo puede ser conseguida con una alianza con los musulmanes anti-radicales porque son los blancos inmediatos de los islámicos radicales; son vistos como herejes que deben ser eliminados. Se sugiere un acercamiento cuádruple: uno, la propaganda masiva no contra el Islam sino contra el islamismo radical junto a musulmanes moderados, que los hay por millones; segundo, medidas socio-económicas dirigidas hacia los musulmanes comunes que no sean administradas por los regímenes actuales corruptos y autoritarios en casi todos los países musulmanes; tercero, alianzas políticas con fuerzas musulmanas y no musulmanas en todo el mundo dirigidas explícitamente contra los movimientos islámicos radicales; cuatro, el uso de la fuerza siempre que sean identificados los objetivos pero solo como última alternativa a ser evitada siempre y donde fuera posible. Usualmente, aunque no siempre, el uso de la fuerza es contraproducente.

Muchos europeos y otros creen que si no cooperan con los que se oponen al islamismo radical evitarán ser atacados. Es el mismo error trágico que similares personas bien pensantes hicieron frente a los nazis y a los comunistas en su tiempo: hoy todos somos los objetivos; y si los radicales triunfan al vencer a alguno de nosotros, seguirán con otro. Estamos todos en el mismo barco. Deberíamos forjar un frente unido contra este peligro existencial, genocida y universal porque señalan como blanco primero a los judíos y a los norteamericanos, pero luego seguirán todos los demás.

Traducción: Diana Wang

Conferencia pronunciada por el profesor Yehuda Bauer en Jerusalén 2007, durante el encuentro de sobrevivientes realizado el pasado noviembre. Original en inglés.

Comentario sobre “Las benévolas” de Jonathan Littell.

Se ha publicado en castellano la polémica novela de Littell (Editorial del Nuevo Extremo, 2007, Barcelona). Libro aclamado, premiado, criticado, denostado, encumbrado, fuente de controversias frente al que es imposible quedar indiferente, está siendo un acontecimiento en el mundo literario. Las benévolas aparecen mencionadas solo en el título y luego de casi mil páginas recién en el último párrafo donde dice "Las benévolas habían dado con mi rastro”. No hay explicaciones. Si lo entendemos, bien, si no lo entendemos, no es preocupación del autor, no nos ayuda en nada, no nos facilita las cosas. Toda una metáfora del contenido nodular del libro, de los indicios que recibimos a diario y que no conseguimos decodificar apropiadamente y que solo se nos harán visibles si nos desnudamos de justificaciones y nos internamos en sus significados y consecuencias. Veo que tampoco parece claro lo que digo sin contar el libro. Imposible contar lo que solo se puede leer en cada una de las casi mil páginas.Nada es fácil en este libro que deja múltiples claves y guiños para ser descubiertos por el lector, no hay pretextos y, lo que es mucho más inquietante y difícil de digerir, su actor principal, el oficial nazi Max Aue, no cree precisarlos. ¿Quiénes son las benévolas?   Entonces uno debe ir en a buscar los sentidos, en medio del lodo espeso y sin puntos de referencia. ¿Quiénes son Las benévolas? ¿Por qué el título? ¿Qué nos quiere decir con ello? Sabemos que es otro de los nombres de las erinias, las furias, las deidades de la mitología griega que persiguen a los criminales y distinguen culpables de inocentes. Fueron ellas las que permitieron que Orestes fuera declarado inocente del asesinato de su madre. ¿Pero quiénes son las benévolas en esta novela? ¿Son los dos policías que acosan como moscas molestas al protagonista y lo persiguen sin descanso por un crimen que él no recuerda haber cometido y del que, en consecuencia, se cree inocente? ¿Somos los lectores a modo de conciencia moral social, los que tenemos en nuestras manos la historia con el relato de todos sus crímenes y deberemos dirimir sobre su culpabilidad o inocencia? ¿Se trata del protagonista o de todo el pueblo alemán? ¿Acaso es Max Aue mismo el que con su relato en primera persona acusa a todos los “buenos alemanes” de la posguerra, a los que “no sabían”, a los que “no tuvieron más remedio”, a los que “no pudieron oponerse”, a los que “nunca hicieron nada”? Lo cierto es que la responsabilidad, la culpa, la conciencia, la ética, son los temas que campean sobre cada una de las páginas. Max Aue se quita todos los disfraces provistos por la cultura y la educación y cuenta, desnuda y descarnadamente, lo que hizo, lo que vivió, lo que sintió, lo que pensó, sin atenuantes ni contemplaciones. Es el intelectual alemán despojado de melindres que nos enfrenta y nos dice con feroz impudicia “éste soy yo, así he sido y lo peor es que soy tan humano como usted que sostiene este libro” y todas las anclas que uno cree que tiene en su mundo civilizado caen hechas pedazos y se deshacen en esquirlas que nos penetran y ahí se quedan. Nadie elige asesinar.     Max Aue es un joven jurista que, si hubiera podido elegir, según sus palabras, si no hubiera nacido en Alemania en ese tiempo y en esas circunstancias, se habría dedicado con gusto a sus dos amores, la música o la literatura. “Nadie elige asesinar” dice, y a poco agrega sombrío: “ni tampoco ser asesinado”. La palabra “benévolas” del título es una ilusión perversa porque en lugar de hablarnos del Bien –como parece sugerir la palabra- este texto habla exclusivamente del Mal, sin dejar resquicios, sin brindar atenuantes. Comparada por algunos con La guerra y la Paz, multi premiada, suscita controversias por doquier. Claude Lanzmann no aplaude la obra; dice que Littell se ha fascinado con el horror en este escenario de muerte con un regodeo morboso. Pero Jorge Semprún califica a esta novela como el acontecimiento del siglo. Se trata del Mal.     Littell nos lleva de la mano hacia lo más horroroso del horror, sin disimulos, nos pone en contacto con la pura esencia del Mal, forzando una redefinición de lo humano. Sin culpa, impiadoso consigo mismo y con lo que las circunstancias lo llevaron a hacer, pinta un escenario sin lugar para el amor, la ternura o la gratitud. Amargo, ácido, descarnado, escatológico –tanto en relación a la muerte como a las heces-, impiadoso, cruel, anguloso, hiriente, escéptico, pesimista. No deja resquicio por donde pueda entrar la luz. No queda. Nos cierra en las narices todos los huecos posibles por donde habría podido colarse la esperanza. Littell abre la caja y, más drástico aún que la pobre Pandora que al darse cuenta de lo que había hecho consiguió que quedara guardada la esperanza, ni siquiera nos deja la esperanza. Nos deja vacíos. Mejor no saber.     Entonces uno podría uno preguntarse, ¿para qué leerlo? ¿cuál es el sentido de sumergirse en las letrinas malolientes de sus páginas? ¿no basta ya con las penas cotidianas que nos toca vivir? ¿para qué meterse con todo esto? Son preguntas lícitas, cada uno verá cómo responde, cuánto de este mundo siente que le es propio, cuánto tiene ganas de conocer de nuestra propia humanidad, hasta dónde está dispuesto a conocer cómo son las cosas en situaciones de guerra, no solamente la Shoá, sino en cualquier guerra. Es más fácil prender la tele y ver alguna miniserie, o un programa de chimentos, o una novela de amor y emborracharse un rato con esa irrealidad. Littell escribe sobre una realidad que toda nuestra cultura se esfuerza en desconocer y usa como materia prima sus propias vivencias como voluntario durante siete años en zonas de conflicto como Bosnia-Herzegovina, Afganistán, Congo, Chechenia y Moscú. Lo visto allí alimenta las imágenes escatológicas del horror más abyecto. Y da igual donde sea o cuando sea. Las mismas atrocidades se repiten a sí mismas aquí o allá, hoy o entonces. Nadie que no lo haya visto puede describir el espanto como él lo hace. Sobre el autor.     Nació en Estados Unidos pero fue a Francia de pequeño y vivió allí hasta terminar su adolescencia. Cursó luego sus estudios superiores en la universidad de Yale. Proveniente de una familia judía polaca que había emigrado a los Estados Unidos a comienzos del siglo XX, el tema de las guerras lo acompañó toda su vida. En una parábola personal que tal vez haya comenzado con la guerra de Vietnam culmina en 2oo1 cuando vio “Shoah” de Claude Lanzmann. La fuente de inspiración de Las benévolas fue una fotografía de una bella joven rusa, asesinada por los nazis, cuyo cadáver había sido devorado por los perros. Con menos de cuarenta años recibió el premio Goncourt de 2006 y el Grand prix du roman de l'Académie française de ese mismo año. También consiguió la ciudadanía francesa que le había sido denegada dos veces antes. Está casado con una belga y viven en Barcelona junto a sus dos hijas. La pregunta que quiso responder.     Littell dice haberse inspirado en la Orestíada de Esquilo. Según el modelo griego, el protagonista habla en primera persona, no busca excusas ni justificaciones, lo hecho hecho está haya sido consciente o no de lo que hacía. Es un texto políticamente incorrecto, sumamente incómodo y revulsivo. Preferimos pensar en buenos y malos, en compartimientos estancos, lo que no nos facilita comprender la naturaleza de los crímenes de Estado y de las conductas de las personas responsables de ejecutarlos. A ello dice Jonathan Littell quiso responder con esta obra. Suele decir Jack Fuchs “¿por qué se pregunta sobre el Mal, a los sobrevivientes, a las víctimas?, ¿por qué no a los perpetradores?”, y es éste el eje del libro. El horror del horror.     La Shoá es uno de los hechos más y mejor documentados de la historia de la humanidad. Hay mucho material, documentos, tanto del lado de las víctima como del lado de los perpetradores, más aún luego de la caída del muro que abrió los archivos del este europeo. El período posterior a la ruptura del pacto Ribentrop-Molotov, allí donde comenzó la “solución final”, se revela acá con toda su crudeza, su crueldad. Aún para quienes lo conocen, es sorprendente el grado de improvisación de los escuadrones de la muerte, los Einsatzgruppen, el caos de esas primeras matanzas inexpertas en las que de a uno, “artesanalmente”, debieron ir “aprendiendo” sobre la marcha en el torbellino del asesinato rutinario. Asesinaron de esta manera a un millón y medio de personas (número estimado aunque recientes investigaciones indican que es mayor), en una amplificación superior a cualquier imaginación del infierno en la tierra. Las escenas que relata me evocaron esa primera media hora magistral del film de Spielberg, “Rescatando al soldado Ryan” con el desembarco en Normandía, el horror, el caos, la confusión, la sangre y los miembros desgarrados, los aullidos, la pérdida de los puntos de referencia, el absurdo llevado al paroxismo. Sabemos que el plan del asesinato industrial, llamado “solución final” fue planteado luego de la invasión en junio de 1941 y aprobado en la conferencia de Wannsee el 20 de enero de 1942. El plan de exterminio industrial tuvo varias razones. Una muy importante fue el daño psicológico de los soldados que debían hacer efectivo el asesinato. El alto mando nazi se vio inundado de protestas de los familiares de quienes estaban en el frente del este, los miembros de los Einsatzgruppen, que dejaban entrever en sus cartas los efectos que les producía lo que debían hacer. Insomnio, pesadillas, angustias, diferentes síntomas físicos y mentales era lo que contaban en las cartas que enviaban a sus familiares. Los soldados se habían enrolado en la convicción de hacer lo mejor para Alemania. La idea de echar a los judíos les era grata pero de ahí a asesinar ancianos, mujeres embarazadas, jovencitos y especialmente niños, había un gran paso. La violación de un instinto genético.     Recientemente se ha probado que la tendencia a proteger a los cachorros de la especie, a los niños en nuestro caso, está genéticamente determinado, que no se trata de una construcción cultural sino que forma parte del código genético. Además de otras violencias, los miembros de los Einsatzgruppen debieron violentar también su código genético una y otra vez, frenar su instinto de protección natural al ser testigos o actores del asesinato de niños. La operación psíquica que debían realizar los asesinos para acallar sus instintos tenía un alto costo en el sufrimiento resultante. Con la obsesión de un entomólogo Littell relata lo que hacían, cómo lo hacían, lo que veían, lo que olían, y también sus conversaciones y dudas. Día tras días debían salir a repetir las mismas conductas, a ver las mismas imágenes, escuchar los mismos lamentos, oler las mismas pestilencias, acallar sus mismos reparos, soportar sus recurrentes pesadillas. El asesinato vuelto rutina, la muerte despojada de sentido porque la tarea debía ser hecha, la naturaleza de la supervivencia de lo humano violentada de múltiples maneras. Pero a la noche, no siempre el alcohol adormecía los sentidos, las imágenes retornaban, alguna mirada de alguna víctima se instalaba y acusaba, ninguno era inmune, ninguno podía olvidar lo que había hecho durante el día sabiendo que era lo mismo que seguiría haciendo al día siguiente y al subsiguiente. La locura y la razón.     Todo parece el delirio de un loco. Pero Littell expone en varias oportunidades –y esto es lo más revulsivo- que lejos de ser el delirio de uno o de unos locos, el nazismo estaba basado en una ideología, en una cierta racionalidad con bases culturales poderosas y que fue generado, apoyado y sostenido por personas cultas, por académicos, intelectuales y artistas. Dice en una entrevista: “Desde muy joven, recuerdo que parecía algo más o menos refrendado que el comunismo ha sido una ideología más seria que el fascismo. Que tenía su propia racionalidad, su sentido interno y nadie se tomaba demasiado en serio a los nazis. Cuando me puse a investigarlo, me di cuenta de que su ideario también se basaba en raíces sólidas. Aunque con diferencias con el fascismo en su pensamiento económico, me pareció que era una visión del mundo muy construida, que no sólo se reducía a lo que un loco vociferaba por la radio, aunque eso también funcionara”. La constante mención al peligro comunista, nos recuerda qué pasaba en la década del treinta con el stalinismo, el rechazo que los bien pensantes sentían por sus millones asesinados, y cómo desde esta perspectiva el ascenso y triunfo del nazismo era la promesa, no solo para los alemanes sino también para gran parte de Europa, de que esa barbarie habría de ser impedida. Littell pone en boca de los protagonistas comentarios en contra de algunas acciones que debían ser llevadas a cabo; por ejemplo el cuestionamiento de oficiales nazis sobre la necesidad del exterminio de los judíos; aunque acordaran con el propósito de parar al comunismo y darle a Alemania la oportunidad de emerger de la derrota, tomaban esos actos desgraciados como las imperfecciones que debían ser mejoradas en pos de seguir el camino adecuado. La ilusión del “nunca más”.     Hoy es para nosotros tan automático el adjudicarle al nazismo lo patognomónico del Mal que es difícil aplicar algunos de estos razonamientos a otras construcciones socio-económico-políticas, pero si se hace el esfuerzo de mirar en este espejo la reflexión pega como un mazazo en la cabeza sobre nuestras opciones como individuos en esta sociedad en la que no se cuestiona, por ejemplo, el valor ético de nuestro estado de cosas y sus consecuencias no sólo la ecología y la exclusión social sino aquellas directamente criminales en las que fuerzan a vivir a cientos de millones de personas en la sub-alimentación, precariedad sanitaria, mortalidad infantil, el tema de las patentes medicinales que impiden a muchos millones curarse de enfermedades curables, el tema de la tortura, procedimiento aceptado oficialmente solo por algunos países pero que es ejecutado por absolutamente todos como EL sistema de recabar información en este mundo presionado por terrorismos de diferente calibre pero de progresiva peligrosidad. Ni qué decir que los genocidios y los horrores han seguido y siguen y que el mundo ha aprendido mucho sobre cómo ejercitar el Mal. Es más tranquilizador pensar en el Mal como aquello que sucedió allá y entonces, en Europa y por culpa del nazismo que ver en qué medida integramos sociedades vulnerables y altamente injustas y en tantos sentidos, asesinas. La cultura no alcanza.     Este libro revela, una vez más, que la cultura no es un dique eficaz contra el horror, los nazis son la prueba irrefutable de ello. Las citas y referencias bibliográficas, musicales, filosóficas que están puestas en boca de los distintos personajes de la novela, nos deja tan boquiabiertos como sus acciones asesinas. El libro tiene una estructura musical, está organizado al modo de una suite de Bach, aunque con ciertas licencias. Sus partes son "Tocata", "Allemandas I y II", "Courante", "Zarabanda", "Minueto (en rondós)", "Aire" y "Giga" como otra de las claves que nos deja su autor. La suma de las perversiones.     Es evidente que la intención de Littell al contar la historia en primera persona es mostrar que cualquiera de nosotros podría estar en el lugar del protagonista, un hombre culto, refinado, muy inteligente, eficaz, sensible, un jurista amante de la música y la literatura. No odia a los judíos aunque toma las hipótesis antisemitas como verdades científicas, del mismo modo que lo hicieron sus compatriotas y la gran mayoría de los europeos. Pero agrega un giro a esta sofisticación porque el protagonista es homosexual, incestuoso, fascinado por la degradación física, servil, dominador, salvaje, anárquico. Ha agrupado en él toda unas serie de rasgos psicopatológicos o perversos que han sido atribuidos a los nazis y que, como licencia literaria, están todos en una misma persona. Es el super hombre nazi, el que todo lo puede, el que no debe dar explicaciones, al que todo le corresponde. El escenario del cuerpo.     El cuerpo está presente de manera protagónica en cada página, en cada situación relatada, el cuerpo con sus productos, el cuerpo con sus sensibilidades y olores, el cuerpo como lugar de la vida concreta, la encarnación de las ideas y de las contradicciones. Sus pasiones, sus conflictos, sus deseos y abyecciones, sus conductas están insertas en escenarios de vómitos, deposiciones, orines, sangre, pus y fetidez, en las descripciones minuciosas de miembros desgarrados, interiores expuestos, cadáveres impúdicos. No acusa remordimiento alguno, incluso menciona con sorna despectiva a los nazis que sintieron luego de terminada la guerra la necesidad de explicar sus conductas, que se sintieron avergonzados y duda de su honestidad en las justificaciones. Él ha tomado nota de su vida en los años bajo el nazismo, en especial a partir del 41 con la invasión y asesinatos en los países del este, y lo relata como algo que le sucedió en lo que se vio envuelto y de lo que no tiene responsabilidad ni culpa alguna. Pero su cuerpo dice otra cosa. Desde 1941 y siempre después lo acompañarán vómitos, diarreas, náuseas diversas que lo toman por asalto de manera dolorosa. Ha sobrevivido la guerra, se ha construido otra identidad y vive a salvo, salvo de su propio cuerpo. Están todos.     Es evidente que Littell ha hecho muy bien sus deberes y se ha documentado de manera exhaustiva sobre cada uno de los temas, escenarios y personajes. Como Forrest Gump, Max Aue atraviesa los distintos escenarios de la guerra y conoce a sus personajes paradigmáticos. Está en las primeras matanzas de los Einzatsgruppen cuando la invasión de la URSS, luego en el desastre de Stalingrado, en recepciones de jerarcas nazis, en los diferentes campos de concentración, en el Berlín bombardeado y en destrucción progresiva de los últimos meses, hasta visita al Füher mismo en su búnker pocos días antes de su suicidio. Nos brinda excelentes y vívidos retratos de Himmler, de Speer, de Eichmann, de Heydrich, de Hoess, de varios poderosos industriales, el poder que alimentaba la guerra. Entramos con él en los salones del Mal de manera cotidiana, conociendo a los personajes en sus debilidades, sus pequeñeces, su humanidad más pedestre. Lo que resulta particularmente aterrador porque, resultan ser –aunque a uno le repugne- personas iguales que nosotros, o al menos reconocibles en su humanidad, no son demonios ni seres sobrenaturales, son como cualquiera, temen cosas similares, luchan en internas políticas como cualquier persona que tiene a su cargo alguna cosa que debe hacer si quiere llevar adelante sus propósitos, aciertan, se equivocan, juegan al azar, amenazan, aprueban, negocian, ofenden, agradecen, castigan, premian, aman, odian. Por más que uno se quiera distanciar para salvaguardar su salud mental, no puede más que ver la humanidad en cada uno lo que a uno lo deja sin aire, como si le hubieran pegado en el plexo, acorralado y sin saber donde ni a quien pedirle auxilio. Consejo.     Tantas veces nos preguntamos para qué seguir hablando de la Shoá. “Las benévolas” de Littell son una respuesta. Estudiando la Shoá podemos conocer los rincones más oscuros de nuestra naturaleza, nuestra peligrosa vulnerabilidad como sociedad, la progresiva aceptación en la que podemos caer de ideas con las que no estamos de acuerdo pero que sin embargo refrendamos, lo frágil que puede ser nuestro lugar como ciudadanos responsables. Nos deja pensando en cuál es la educación que debemos propulsar, hacia dónde destinar nuestros esfuerzos si de verdad queremos construir un mundo mejor.

Un consejo: si después de lo que le conté se anima, no se lo pierda. Y otro consejo más: si lo lee, al terminar, vuelva a leer la introducción.

La diferencia la establecen los victimarios

A veces oímos con estupor –yo al menos siento estupor- cuando los alemanes enarbolan el bombardeo de la aviación inglesa sobre la ciudad de Dresden, sucedido en las postrimerías de la Segunda Guerra, el 24 de agosto del 44, en el que murieron decenas o cientos de miles de alemanes civiles (las cifras van entre 35 mil muertos oficiales a 350 mil muertos, según sea quien lo dice). Dicen “nosotros también fuimos víctimas”. Y es verdad. Gran parte de la población civil alemana fue víctima tanto del nazismo como del ataque de los aliados. Pero nosotros, como judíos, como víctimas designadas a la destrucción total, entendemos que no se trata de la misma calidad de víctimas. Pensando en los muertos, es cierto que los muertos son muertos vengan del lado que vengan y suena incómodo trazar líneas, establecer diferencias. Pero no se trata de la misma calidad de víctimas y en eso no se desmerece en nada la injusticia de los muertos en Dresden, sino que se ponen las cosas en el nivel lógico que corresponde. Las víctimas lo son porque hubo victimarios que así las designaron y son los victimarios los que establecen la diferencia cualitativa. En ese sentido, este comentario que no puedo soslayar sobre un artículo publicado recientemente por Pilar Rahola.(Ver artículo mencionado en: http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=968790)

Menudo lío en el que me siento metida luego de leer el texto de mi querida Pilar Rahola publicado el viernes 7 de diciembre de 2007 en La Nación, “Todos los muertos merecen un lugar en la memoria” que complementa ese otro artículo que escribiera luego de su aparición en el programa de Mirtha Legrand “En el diván con Mirtha Legrand” (abajo están ambos). Con su delicioso acento ibérico, su verba florida, su sagacidad e inteligencia, su compromiso y valentía, su espontaneidad y frescura, ha dicho en innumerables ocasiones aquello que pocos se atrevían a decir, suelta de cuerpo, sin temor –aparente- a ser denostada, juzgada, criticada. Valiente y tal vez disfrutando de sus desafíos que revelaban su independencia y libertad intelectual. Sea que se tratase sobre cuestiones de género como sobre temas de política internacional –no sólo respecto de temas de oriente medio, en particular relativos a Israel- y sus acérrimas críticas sobre una izquierda paleontológica, su mirada nos ha hecho reflexionar y revisar lugares comunes, cuestiones que algunos daban por ciertas y no sometían al rigor de la razón, poniendo algunos puntos sobre las íes y abriendo puertas a la lucidez y al diálogo. Fue un soplo de frescura para muchos judíos escuchar a esta no judía hablar con objetividad y clara conciencia. La alegría de muchos fue grande cuando la vimos trascender las fronteras de las audiencias judías y ser convocada por la televisión abierta y luego cuando comenzó a ser columnista de uno de nuestros periódicos. Pero estos artículos me hacen ruido, me producen malestar y por respeto a sus luchas y a su honestidad intelectual, me veo obligada a responder. No sé cuál es el objetivo de sus palabras ni a quién están dirigidas. Cuando reclama por un lugar en la memoria, aparentemente se refiere a un lugar en la memoria de las conmemoraciones oficiales, a un lugar en la memoria en los medios de difusión. Reclama, por lo que entiendo y con razón, que las víctimas lo son tanto de uno como de otro lado, y cuestiona que no se preste la debida atención a las víctimas del “otro lado”, que se vea como más víctimas a las de “este lado” y que a las del “otro” casi se las trate de culpables. Planteado así, obviamente que no podemos desacordar con ella. Los civiles muertos son muertos estén donde estén, sean quienes fueren, hutus, tutsis, judíos, gitanos, bosnios, croatas, armenios, sudaneses, chechenios, timorenses, chinos, coreanos, sudafricanos, vietnamitas o afganos. Poco importa de qué lado los puso la vida. La mayoría de los civiles han muerto porque nacieron en un determinado grupo, porque estaban cerca de alguien, porque eran parientes o vecinos de alguien, no por alguna acción que hubieran realizado, no por ser soldados ni ser culpables de nada. Más propiamente en nuestro país, sea que se trate de alguien que figuraba en una libreta y que fue “chupado” durante la dictadura como de alguien que vivía en el mismo lugar en donde estallaba una bomba dirigida a otro, se trató, muchísimas veces de gente inocente y su muerte sigue siendo injustificable y el dolor que embarga a sus familiares, irreparable. También cuando, en su artículo anterior, recuerda a Hebe de Bonafini brindando por el ataque a las torres gemelas o menciona que en la prensa argentina se trate como héroes a los militantes de la guerrilla que mataron a mansalva, sentimos cuánto camino aún por recorrer nos falta en la comprensión de nuestro pasado cercano. Pero hay un punto que no devela en ambos artículos y es lo que produce esta molesta disonancia. Se trata a mi juicio de que ha pasado por alto quién es el perpetrador en cada caso, cuál es su lugar en el concierto social, qué representa o qué alega representar para el contexto y para la historia. No es lo mismo, creo yo, que el asesino sea el Estado a que el asesino sea un grupo de ciudadanos aunque se llamen a sí mismos “ejército”, se trata de niveles lógicos diferentes, de jerarquías disímiles en la estructura de la sociedad. Cuando el agresor es el Estado mismo, cuando de sus espacios de protección o cuidado surgen los grupos de tareas –pagados por todos nosotros- que torturan, roban, asesinan sin respeto a la ley y con absoluta impunidad, sin hacer públicas sus acciones, ocultándolas y mintiendo sobre ellas, al amparo del sistema político que ordena, avala y concede, hay una doble agresión –al agredido porque es asesinado y al sistema porque es herido de muerte-. Esta doble agresión convierte a la víctima también en un símbolo. Los actos de la guerrilla, aunque en su interior se arrogaran la intención de cambiar el mundo o se auto erigieran en árbitros de la vida y la muerte, no estaban avalados ni pagados por la sociedad, por el sistema estatal, por ninguna estructura que le diera el menor asomo de legitimidad. En un caso el Estado convertido en agresor al amparo del sistema político que los legitimizaba y en otro, ciudadanos comunes delinquiendo en la ilegitimidad. Ésa es toda la diferencia. No está en el lado de las víctimas. Está en el lado de los perpetradores. El honrar a las víctimas de “este lado” más que a las del “otro” tiene que ver con el juicio que hace la sociedad a los perpetradores encaramados en una alegada representación pública, en los cómplices silenciosos de la sociedad civil, empresaria y política, que alentaron, apoyaron y silenciaron durante mucho tiempo las iniquidades bizarras que tuvieron lugar, los asesinatos a mansalva, las arbitrariedades y vergüenzas. Estamos muy lejos de oír los debidos “mea culpa” de estos sectores de nuestra sociedad que permitirían el comienzo de lagunas cicatrizaciones. Hay quienes sospechan que este gobierno busca posicionarse en el lado de la “correctez política” dándose un baño de ética merced a la defensa de los DDHH. Defender a los DDHH tiene buena prensa nacional e internacional, será tomado elogiosamente, garantiza la aprobación de sectores bien pensantes que tanto hacen falta para la construcción y sostén de poder. Algunos estarán interesados genuinamente por el tema y otros lo enarbolarán como las cuentas de colores con que se engañaba a los indígenas, esos fascinum que producen encantamientos y compran algunos silencios o distracciones mientras lo de Skanska, la bolsa del baño del ministerio de economía, la desaparición de López, los decretos de necesidad y urgencia, la falta de diálogo con la prensa, los estilos autoritarios y algunas pequeñeces que sería largo enumerar son silenciadas. Claro que es bueno ocuparse de los DDHH. Es bueno para que más de uno se entere de lo que aquí pasó. Es bueno para los familiares de las víctimas que han debido soportar años de silencio y ninguneo y sienten hoy que por fin son reconocidos, su dolor tiene un espacio social que antes les era denegado, su lucha está recibiendo el reconocimiento social que merecen y permite instalar el tema en las escuelas junto con las debidas lecciones de responsabilidad social que comportan. Por otra parte, ¿qué reclaman los familiares de los del “otro lado”, de los del lado de los perpetradores y que parece estar siendo denunciado por Pilar Rahola? ¿reconocimiento social de su dolor? ¿espacio en los medios para expresarlo? Bienvenidos sean ¿por qué no? Bienvenida sea también esta nueva conciencia de su lugar en el concierto social de parte de sectores que no siempre se mostraron interesados en ello y que defendieron lo realizado por los perpetradores como actos en bien de la patria. Y será mucho más bienvenida si viene asumida y potenciada junto con la expresión de reconocimiento de la herida en la estructura social y política argentina que el proceder de los perpetradores estatales legitimados por cargos y funciones, ha producido. Lloremos a todas las víctimas por igual. Pero en tren de recordar, no olvidemos que donde hubo una víctima, hubo un victimario. En cada víctima que se llora se recuerda el victimario que produjo su muerte y la herencia social que conlleva. Lloremos a las víctimas del terrorismo y recordemos que fueron muertas por personas que creyeron que tenían el derecho de salvar al mundo sin medir cómo ni cuánto, que incurrieron en delitos y crímenes y que por ello deben ser señaladas y castigadas, que debemos enseñar a nuestros niños que no puede tomarse justicia por propia mano. Lloremos a las víctimas de la dictadura militar y recordemos que fueron muertas por personas que representaban al Estado, que estuvieron avaladas por una parte importante de la ciudadanía –empresarios, políticos, profesionales, periodistas, gente de la cultura, sindicalistas, miembros de los cuerpos de gobierno y seguridad-, que asesinaron, torturaron y robaron y que por ello deben ser inscriptas en la memoria institucional de nuestro país y enseñemos a nuestros niños que el delito propugnado, ejercido y defendido por el estado es una herida mortal al futuro.

Rojos de vergüenza

“Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené – Teatro CervantesConocer, aceptar y asumir, como argentinos, que nuestro gobierno ha sido cómplice de la muerte de tantos, es duro pero inevitablemente necesario. No me refiero a la reciente dictadura militar, aunque bien podría aludir a ella la frase anterior, sino al comienzo de la década del cuarenta, cuando miles de judíos europeos buscaban refugio y las puertas del mundo se les cerraban en la cara. También las de Argentina. ¿Cuántos miles de personas perecieron porque el entonces canciller Cantilo ordenó a sus diplomáticos no emitir visas para esos “indeseables” que imploraban a las puertas de las embajadas? Se acaba de estrenar en Buenos Aires “Todo verde y un árbol lila” de Juan Carlos Gené. Cuenta la ordalía de un joven alemán recién llegado a la Argentina que intentaba conseguir los papeles para salvar a su familia. El burócrata que va respondiendo con evasivas, con comentarios despectivos, requerimientos imposibles de ser satisfechos, nos avergüenza y abruma. Rudy Laser intenta infructuosamente conseguir la “llamada” para poder traer a sus padres y a su hermana Lotte que esperan en Hamburgo. Un Hamburgo cuyas paredes se van corriendo en una progresiva opresión mientras se les quita poco a poco el trabajo, las posesiones, la intimidad, las decisiones, la dignidad y por último la vida. Van y vienen las cartas. En unas, Rudy habla de la adaptación a este nuevo país, a su idioma, sus costumbres y los avatares de sus intentos de conseguir los papeles. En otras, Lotte cuenta los sueños de los que esperan, el desaliento, la frustración, el pedido perentorio de salvación, con medias palabras, sin decir nada del todo por temor a no salvarse la censura. Y en medio, el empleado consular, los papeles, el dinero, los sellos, las fotos, los certificados, los tiempos inexorables, las negativas, la impotencia, el deambular por oficinas públicas de los refugiados alemanes y austríacos en aquellos años que, para muchos argentinos resultará seguramente un hecho desconocido. Daniela Catz es en la vida real, la nieta de Rudy. Tenía un manojo de cartas dirigidas a él, escritas por su hermana Lotte entre 1938 y 1940, las hizo traducir y se las mostró a Juan Carlos Gené quien concibió y construyó con ese material esta magnífica obra que, con sencillez y transparencia nos sume en una reflexión profunda sobre las consecuencias concretas de la indiferencia. No hace falta ser judío o alemán para sentir hervir la sangre. Cualquiera que comparta esta ceremonia de exorcismo colectivo y vea abrirse esta porción abyecta de nuestro pasado nacional no podrá menos que ponerse rojo de vergüenza. La Circular 11, emitida en 1938, negada por los sucesivos gobiernos que supimos tener, era una pesada sospecha antes de confirmarse su existencia hace unos pocos años. Aunque lo sabían los judíos que solo consiguieron ingresar a la Argentina mintiendo sobre su origen, aunque Uki Goñi lo publicó en “La auténtica Odesa”, recién con el documento probatorio en la mano fue indudable que a partir de julio de 1938, el gobierno argentino había prohibido el ingreso a judíos. En 2005 el canciller Bielsa remontó esta vergüenza nacional y procedió a su derogación. Juan Carlos Gené honra su habitual compromiso ideológico y hace pública la existencia de la vergonzosa Circular 11. Con las cartas como texto, una puesta engañosamente simple porque transcurre en varios niveles, excelentes actuaciones y una escenografía despojada, nos conmueve y sumerge en esta historia particular de la familia Laser a quienes seguimos en estos dos años de intercambio epistolar y, conteniendo el aliento, los acompañamos en la progresiva tensión del nudo que aprieta y ahoga toda esperanza. Daniela Catz es ella misma en un ejercicio de memoria conmovedor y es también su tía abuela Lotte a quien se parece tanto. Desfilan ante los espectadores los documentos, las fotos, los parecidos, los sobres, las evidencias de la verdad y uno está ante un fragmento de realidad tejida y compuesta por la ficción dramática. Gené es él mismo, comenta, traduce, guía, señala, subraya, demiurgo de este docu-drama, dolorido testigo de la iniquidad. Ora en el centro de la escena, ora en uno de los costados, encarna la conciencia moral, es el contexto, nos recuerda –por si lo olvidamos o no lo habíamos advertido- el horror que está implícito en los distintos momentos de la acción. Y repite irónicamente, como una letanía, que “era una cuestión de apellidos”. Dice Zully Wyszogrodski, hija de sobrevivientes como yo, que “se trata de un homenaje a nuestros familiares, que Daniela trae a su tía abuela cada noche al teatro ante testigos-espectadores que celebran su llegada a Buenos Aires. No es un testimonio, ni un cuadro, ni un documento periodístico o histórico, ni una pintura, ni una obra literaria pero es todo eso a la vez. Es la magia del teatro que parece cambiar la historia y recibir una y otra vez a Lotte Laser cada noche de la mano de los actores”. Aída Ender, otra hija de sobrevivientes, recordó la conocida frase en idish az men leibt, deleibt men, si uno vive lo llega a vivir, aludiendo a nuestra fortuna de poder compartir esta ceremonia de reconstrucción de la memoria y de recomposición familiar, en homenaje a las familias que la Shoá ha desmembrado sin remedio. Es también el reconocimiento, como argentinos, de la responsabilidad que nos cabe y les debemos esa satisfacción póstuma a los perpetrados, a los sobrevivientes y a todos los que respetamos los más elementales derechos humanos. Es lo que nos permite este trabajo hondamente encarnado que se exhibe a partir del 3 de noviembre de 2007, en el teatro Nacional Cervantes, en la sala Orestes Caviglia.