“No somos supervivientes, sino aparecidos...
Esto, por supuesto, sólo resulta decible de forma abstracta.
O de soslayo, como quien no quiere la cosa..
O entre risas, con otros aparecidos...”
Prólogo a la edición de 2008 de "El silencio de los aparecidos"
Az men leibt, derleibtmen -si uno vive, lo llega a ver- se dice en idish. Cuando comencé a escribir lo que después se llamó "El silencio de los aparecidos" no pensaba que iría a ser un libro alguna vez. Cuando Acervo Editorial lo publicó, en una modesta tirada, imaginaba que nadie se interesaría en el tema y que quedaría en algún estante esperando que el polvo y el olvido lo fueran cubriendo mansamente. Tuvimos que hacer rápidamente una segunda impresión, pero esta vez ya estaba segura que sería el final. Me volví a equivocar. Cuando a 8 años de su salida, quedaban tan solo diez ejemplares y evidencias de que el interés tal vez persistiría, tomé la decisión de publicarlo nuevamente. Pero mucha agua había pasado en esos años. Debía ser una edición aumentada y actualizada.
Cada vez más están presentes mis padres. En una lógica misteriosa, cuanto más me alejo de la fecha en que se fueron, más cerca los siento, más dialogo con ellos. Son ellos, ora papá, ora mamá, los que dirían la frase del comienzo, az men leibt, derleibtmen. Como tantos sobrevivientes, mis padres callaron que lo eran. No ante nosotros o ante sus compañeros de ruta, sino ante los extraños, los que sabían, los que no habían estado. El primer texto, el que da el título al libro, se refiere a eso, a ese silencio, a las formas que asumió, a la forma en que lo procesamos y a algunas causales que nos dan mucho que pensar. Pero muchas cosas cambiaron en los últimos diez años. Los sobrevivientes que estaban vivos, comenzaron a hablar. Como una catarata, con una sed incontenible de ser escuchados, elevaron sus voces, se presentaron en escuelas, en instituciones, escribieron sus testimonios, se reunieron, se agruparon. Az men leibt, derleibtmen. El mundo quería escuchar. Los periodistas les pedían una entrevista, salían artículos con sus fotos, con sus historias. Algunos programas de televisión los tuvieron como protagonistas. Mis padres no conocieron este nuevo estado de cosas. Se murieron antes de que el mundo se abriera a estos temas. Se fueron pensando lo que habían pensado tan dolorosamente luego de terminada la Shoá -que ellos no llegaron a llamar Shoá-, que a nadie le importaba, que, peor aún, les molestaba si se contaba. No es más una vergüenza haber sobrevivido a los nazis. Tampoco es un orgullo ni un título de nobleza.
Dividí el libro en cuatro partes. La primera dedicada a los sobrevivientes, la segunda a sus hijos, la tercera que llamé reflexiones y por último las lecciones que aún quedan por ser aprendidas. Incluí varios de los textos que fui escribiendo en estos años, también un artículo esclarecedor de la recordada y admirada Raquel Hodara. Queda también el relato del camino que hemos ido transitando en nuestros grupos, la constitución de Generaciones de la Shoá en Argentina, las reuniones de nuestro grupo de hijos de sobrevivientes, los hitos y la realizaciones y los proyectos. Mantuve como apéndice el desesperado texto sobre la Violación Excrementicia que ilustra como ninguno el horror que cubrió a la humanidad en los campos de la muerte. Hay una actualización de la bibliografía con la idea de ofrecer un listado lo m s completo posible de los materiales a los que puede recurrirse.
En mayo de 2006 perdimos a Rolando Drut. Pienso en él en esta re-edición, recuerdo su emoción al tener un ámbito donde compartir sus penas, sus reflexiones, sus recuerdos, su sensibilidad e inteligencia. Si hubiese seguido vivo, sus escritos que no paraban de crecer, se hubiesen vuelto un libro que yo leería con pasión.