Otras cosas

Hoy no se fía, mañana sí

Vladimir Kush

Vladimir Kush

Cuando era chica y pedía algo imposible, papá contestaba: “¿ahora o después?”. Si yo decía “ahora” respondía que no podía. Si caía en la trampa con un “después” venía un “bueno”, sin decir cuándo porque no llegaba nunca. Era una promesa falsa, un juego en el que ambos hacíamos como que era de verdad. 

Dos personas se enamoran y en el calor de la pasión ven los pequeños desencuentros, los momentos de incomodidad, esas cosas que no les gustan, pero se dicen, “ya va a pasar”. La historia prospera, el calor se transforma en tibieza y lo que era diminuto no solo no cambia sino que se agranda, a veces hasta la violencia. La promesa de que el amor todo lo puede pone en acción un poderoso mecanismo de encubrimiento. “Hoy no, pero ya vendrá lo esperado”. “Estoy mal pero con fe todo va a cambiar”. Después. Alguna vez. Y faltos, carentes y sedientos, nos cubre el ilusorio manto de creer y no vemos la realidad. Aun desdichados y heridos seguimos esperando el milagro. ¿A qué se debe esa férrea lealtad que persiste aunque cada día todo sea peor?

Hace mucho que nos pasa lo mismo en nuestra querida Argentina. Nos prometen futuros paradisíacos que no llegan nunca y hacemos como que creemos. Volvemos a esperar ese  “después” imaginario, cayemos en la misma trampa una y otra vez. ¿Qué nos hace crédulos, confiados e ilusos? ¿Esperamos que el milagro de que alguna vez el “después” eternamente prometido y obviamente imposible sea por fin “ahora”? 

Impertérritos ante una realidad que nos cachetea, desalentados y abatidos, algunos insisten en la fe, de una manera religiosa. Impávidos, ¿resignados? ¿aún esperanzados? los veo caer bajo el influjo misterioso, tentador e hipnótico de seguir creyendo. Leen lo que no funciona con esa lente distorsiva y recortan y seleccionan lo que confirma el futuro mesiánico. “Ahora” es obvio que no. Tampoco mañana. E  insisten en creer en ese “después” anhelado cuya llegada se posterga siempre. Y contra toda lógica la credulidad y la fe siguen en pie. 

Con papá era una cuestión de supervivencia. Para seguir siendo su niña amada, para no perder su cariño prefería no incomodarlo con el reclamo de su tramposo “después”. Amaba su chispa, su alegría, su fuerza. Amaba los números musicales que hacíamos en las reuniones familiares. Necesitaba creer, me eran vitales su presencia y protección. El evitaba decir “no”, también necesitaba seguir siendo querido, necesitaba de mi mirada fiel y obediente, sin fisuras ni resquemores. El juego se repetía: sabía que sus “después” eran siempre unos después infinitos pero era tanta la necesidad de contar con él que, aún a riesgo de entontecerme, mi lealtad era indestructible. Creía. Esperaba.  

¿Pasará lo mismo con los “despueses” partidarios codiciosos de votos? ¿Será también una cuestión de supervivencia esperar lo que es obvio que no pasará? ¿Hasta dónde la lealtad puede enceguecer y trastocar las percepciones, disculpar con ligereza bajezas, fechorías y delitos llamándolos errores? País jardín de infantes de niños cándidos esperando a reyes magos que hagan “ahora” los imposibles “después”. Ya no es cuestión de grietas. Y no es solo la foto, pero también. ¿No ven? ¿Hacen que no ven? ¿No les importa lo que ven? 

Pertenecer tiene sus beneficios, otorga identidad, contención y sentido. Pero no es gratis, se paga con lealtad férrea, credulidad ciega y postergación.

“Hoy no se fía, mañana sí” decía el cartel en el almacén de mi barrio. Era para mantener a la clientela.  Cuestión de fe. 

Publicado en Clarin

La culpa de todo la tienen las bicicletas

Captura de Pantalla 2021-07-31 a la(s) 19.36.45.png

Se dio a conocer un estudio publicado en el mes de junio por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos, LEDA, de la Universidad de San Martín, dirigido por Ezequiel Ipar. Su título es “El antisemitismo en Argentina: tramas e interrogantes”.

La imagen que caratula el informe es una vieja caricatura antisemita. Se ve a un hombre con enormes orejas, labios carnosos, nariz grande y ganchuda, mirada burlona y codiciosa, que tiene en sus manos hilos que van a dos títeres, a la izquierda, claro, un militar soviético con una bomba en la mano y a la derecha, claro también, un hombre con los atributos de la masonería. La encuesta telefónica en la que se basa el informe solicitaba “el grado de acuerdo con la frase: Detrás de la pandemia del Coronavirus hay figuras como Soros y laboratorios de empresarios judíos que buscan beneficiarse económicamente”.

Los resultados, luego de solo 3100 personas encuestadas, han tenido una amplia difusión en los medios, tanto los “hegemónicos opositores” como los “afines al gobierno”. El número es impactante puesto que señala que el 37% de los encuestados se manifestó de acuerdo con la frase, uno de casi cuatro argentinos, según podría inferirse, dice creer que detrás de la pandemia hay judíos, como Soros, que se beneficiaron económicamente. ¡Casi la mitad!

Semejante número, tan desproporcionado, me hizo sospechar y preguntarme acerca de la validez de la encuesta. Todo encuestador sabe que se pueden dirigir las respuestas según el modo en que se hagan las preguntas, las palabras que se usen y los sesgos que estimulen, especialmente las encuestas de opinión. Conforme se pregunte se puede probar una cosa o todo lo contrario como bien sabemos al escuchar las encuestas políticas que conocemos a diario.

Hay que distinguir dos aspectos: la ideología detrás de la encuesta y la encuesta misma.

Veamos la ideología.

¿Por qué las comillas? Ya en el comienzo del informe aparecen unas inocentes comillas que atrajeron mi atención. Dice: “El antisemitismo resulta desde siempre un asunto espinoso en la Argentina, “hogar” de una de las diez comunidades judías más grandes del mundo”. ¿Por qué las comillas?, ¿no reconocen los autores del estudio que la Argentina es nuestro hogar? ¿Es una alusión a la histórica acusación antisemita de doble lealtad, a que no somos suficientemente argentinos, a que estamos acá pero no somos de acá?

¿Por qué aclarar? Luego define antisemitismo y aclara su disenso con la definición universalmente aceptada de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, IHRA por su sigla en ingles, en la que el antisionismo es considerado la nueva expresión del antisemitismo. La necesidad de plantear el disenso en un trabajo que no tiene relación con el estado de Israel resulta sospechosa.

¿Por qué la conexión? También me pregunto por qué y cómo se les ocurrió la idea de ligar la pandemia al antisemitismo. Es cierto que hubo quien esbozó algún tipo de relación en la Argentina, nunca falta algún delirante, pero el mito mayor es el compromiso de laboratorios chinos en el desarrollo del virus. Las comunidades asiáticas fueron atacadas por ello en diferentes países. ¿Qué interés podrían tener quienes diseñaron la encuesta en dirigir la atención a los judíos en la Argentina? Y bien sabemos que "jews are news", basta que se mencione la palabra judío para que se le preste atención inmediata, tenemos esa “suerte” de protagonismo. Instalar como conversación en los medios que 4 de cada 10 personas creen que los judíos tenemos que ver con la pandemia es, además de una propuesta falaz y sesgada, una bien pensada maniobra distractiva.

La pregunta misma es tendenciosa pues dirige la respuesta, pecado que la invalida como bien lo sabe cualquier encuestador: “¿Cual es su grado de acuerdo con la frase: Detrás de la pandemia del Coronavirus hay figuras como Soros y laboratorios de empresarios judíos que buscan beneficiarse económicamente?”

Acuerdo. Si se pregunta por el “grado de acuerdo” se implica que habrá algún acuerdo. Es como cuando mi mamá servía un plato y preguntaba “¿cómo te gustó?”, no había manera de decir que a uno no le gustaba porque la pregunta misma incluía que nos iba a gustar, poco o mucho, pero que nos iba a gustar. Si la pregunta fuera abierta, por ejemplo,” ¿qué opinás sobre…?” no se está invitando a acordar desde el planteo mismo.

Dinero. Decir que “los judíos buscan beneficiarse económicamente” dispara automáticamente el acendrado prejuicio acerca de la supuesta y natural codicia judía y de nuestro enfermizo interés por el dinero que nos convierte en emblema de la explotación y el aprovechamiento. La sola formulación del beneficio económico abre ese archivo dicho y regurgitado durante siglos, acentuado por propagandas y campañas, repetido una y otra vez en bromas, chistes y comentarios. Y ya sabemos, como dijo el maléfico genio de Goebbels, lo que se repite muchas veces y en diferentes contextos, se incorpora como hecho cierto. Muchos, a menudo sin darse cuenta, tienen ese archivo instalado y la sola mención en la pregunta acerca de los judíos beneficiándose económicamente salta como un resorte automático.

Soros. De entre los otros datos que aporta surge que el grupo etario que más aprueba la frase son jóvenes de entre 16 y 40 años con el 32%. ¿Sabrán quién es Soros o solo escucharon la palabra judío y con eso basta? Las palabras “empresarios judíos” evoca la idea antisemita de la sinarquía internacional, sólidamente instalada. No hace falta, además, saber de quién se trata, si lo pregunta alguien desde alguna Universidad, “debe ser alguien importante”. Como en el cuento del emperador desnudo, no siempre es fácil decir “no sé quién es”.

En la misma semana se sumó el triste y banal episodio de Showmatch con la imagen de Ana Frank ilustrando la frase “yo no soy una mujer que no sale de su casa”. No daría para mucho, pero levantó una importante ola de reacciones acusando al programa y a su conductor de antisemita y banalizador del Holocausto. No veo el programa y hasta donde sé, no pretende más que ser un entretenimiento superficial, ligero y chabacano. Eso no lo libera de la responsabilidad que tiene como cualquier medio masivo en lo que dice y en lo que muestra. Ciertamente Ana Frank en ese contexto estaba totalmente fuera de lugar y es comprensible la molestia de algunos. También yo la sentí. Pero, así como el estudio emprendido por LEDA, también este episodio revela que mencionar a los judíos asegura centimetraje en los medios.

Tanto para los judíos, siempre alertas ante la más mínima sospecha, como para los demás a quienes la palabra “judío” les despierta una atracción irrefrenable. Aunque es sabido, conviene recordar que es una consecuencia de siglos de judeofobia, potenciados con la “teoría racial” que nació en el S XIX con su terrible consecuencia, el antisemitismo, la idea de que los judíos somos diferentes biológicamente, somos otra “raza”. No se trata de qué pensamos o que tengamos creencias religiosas diferentes en cuyo caso podría ser modificado con una conversión o una "apropiada reeducación". La “teoría racial” dice que la diferencia es genética, ergo, no es modificable y que, como bien-mal lo concretó el nazismo, la única forma de resolver la "cuestión judía" es con el exterminio.

La Iglesia durante siglos con el apoyo de reyes y señores feudales, políticos e intelectuales, han difundido de manera sistemática y aviesa esa teoría que integra la cultura occidental muchas veces de manera invisible y silenciosa, pero siempre a mano para distraer a la gente de otras cosas. Lo hizo la Rusia zarista cuando inventó los “Protocolos de los Sabios de Sión” y luego el nazismo para encolumnar al pueblo alemán hacia una guerra criminal y suicida.

Jews are news. Hablar de judíos, hablar mal de judíos, mostrar que generan sospecha, desconfianza, resentimiento, da rédito sigue siendo útil, asegura centimetraje y sigue siendo usado.

Lamentablemente.

Seguimos teniendo mucho por hacer.

No nos desanimemos (me lo digo a mí misma).

Me hace acordar al chiste:

Uno dice: -Los judíos y las bicicletas tienen toda la culpa de lo que pasa.

El otro pregunta: -¿por qué los judíos?

El primero responde: -¿por qué las bicicletas?

(Agradezco a Aida Ender por la corrección editorial)

Publicada en Revista Gallo.

Cuando no ven que no ven

87901357_10163244988860038_7701433839893086208_n.jpg

Después del episodio de Showmatch, en el que Sofía Jiménez, cantó y bailó un tema de Paulina Rubio que repetía “no soy una mujer que no sale de su casa”, se dijo mucho, no siempre de manera ponderada. Querría ahora, pasados unos días, seguir pensando.

Otra parte de la canción entonada decía “no soy esa niña perdida, que firma un papel y te entrega su vida”, lo que nos informa que trata sobre el empoderamiento de la mujer pero en el contexto de la pareja.

Sin embargo la producción pretendió apuntar más alto, salir de la órbita doméstica y elevarlo a otros temas. Por eso puso como telón de fondo imágenes de mujeres conocidas por sus fortalezas y reivindicaciones: Frida Kahlo, Malala Yousafzai, Eva Perón, Gaby Sabatini, Mercedes Sosa, Teresa de Calcuta, Nini Marshal, Oprah Winfrey, Maria Elena Walsh y Ana Frank. Con diferentes historias y orígenes religiosos y étnicos, todas cumplen el objetivo planteado de honrar a mujeres potentes. Aunque hay dos que, miradas más de cerca y, en diálogo con la letra de la canción, no pudieron, literalmente, salir. Frida sobrevivió a un accidente que la dejó postrada y con dificultades de movilización. Igual Ana, que debió esconderse para no ser descubierta, deportada y asesinada por los nazis. Pero no hay historia respecto a discriminar gente con dificultades de movilidad y sí la hay respecto a la discriminación a los judíos.

¡Y vaya si hay historia!

Es obvio que la imagen de Ana, en ese contexto y con esas palabras de fondo, tocaran un nervio del alma judía, siempre sensible y alerta, siempre temiendo volver a ser atacada.

Las reacciones no fueron homogéneas, como puede verse incluso en los tantos comentarios que recibió mi posting anterior con la historia del antisemitismo y la sensibilidad que ello ha generado en los judíos. Algunos -incluso algunas organizaciones- acusaron a la producción del show de antisemita y banalizadora del Holocausto. En el otro extremo solo señalaron lo impropio de incluir a Ana en un espectáculo burdo y ligero.

Ana conocía el valor de las palabras, soñaba con ser escritora y habría sido muy buena. Haciendo honor a la letra de la canción, no la imagino, si hubiera sobrevivido, sometida a un marido. No llegó a adulta, no tuvo que pelear por esos derechos, sólo dejó su diario de adolescente con los pormenores del encierro forzado. También por eso fue impropia su inclusión entre esas mujeres modélicas.

No coincido con quienes acusan a la producción del programa de antisemitismo o banalización del Holocausto. Creo que así como es banal el show, la razón también lo fue. Habrán pensado que era una genialidad incluir a Ana entre las mujeres empoderadas y no se dieron cuenta de lo que estaban tocando. Pero acá viene mi gran pregunta: ¿tienen derecho a no darse cuenta? Con la importante llegada al público adicto que recibe y legitima lo que ve, ¿no tienen la obligación y la responsabilidad de pensar un poco más allá? Tal vez solo eso les podemos preguntar. A ellos y a los otros influenciadores de opiniones y puntos de vista que pululan en los medios y las redes. Teniendo en sus manos una herramienta con tanto poder es un tema a revisar si pueden lavarse las manos respecto a la responsabilidad que les cabe.

La cara de Ana como modelo de mujer que no sale de su casa es como poner al gran Stephen Hawking en silla de ruedas con un jingle que invite a bailar. Sería claramente ofensivo, para él y para todos los que, como él, son prisioneros de un cuerpo que no pueden mover. Igual Ana Frank.

Yo no vi en el hecho el viejo fantasma del antisemitismo. A mi, como judía, como hija de sobrevivientes del Holocausto y como persona sensible, me molestó ver la estrechez de las miradas de los productores que no ven que no ven, que, inmersos en la espectacularidad, no advierten como puede llegar lo que muestran.

Es una excelente oportunidad para apelar a ensanchar esa mirada e invitar a prestar atención y revisar lo que se piensa, lo que se dice, lo que se muestra, en especial en los medios. Es preocupante ciertamente ver que recién vieron cuando el reclamo les abrió los ojos. Lo bueno es que ahora tienen la oportunidad de ver.

Como todo daño -y, aunque menor, éste lo es-, el reconocimiento, el arrepentimiento y la compensación, lo cierra. Compensar en el programa mismo, decir simplemente “nos equivocamos” sería un excelente ejemplo de conducta cívica responsable, un ejemplo a seguir teniendo en cuenta la sensibilidad de quienes sufren algún dolor y esperan, si no el abrazo de consuelo y el apoyo explícito, al menos un silencio respetuoso.

Unos días depués.

Nobleza obliga: Tinelli aceptó el error y pidió disculpas.

Ya anticipo las voces en contra pero creo que el reconocimiento es un precedente importante especialmente en los medios y redes tan afectas a exabruptos sin consecuencias.

Toda conducta tiene consecuencias y los que viven en los medios y las redes tienen una gran responsabilidad porque construyen y modelan eso que se llama la "opinión pública". Supongo que más de uno no se sentirá satisfecho y disentirá conmigo, dirá que le está bajando el rating o que es una persona poco confiable que lucra con la banalidad, pero en estos tiempos de éticas líquidas y agresiones impunes, me parece importante que alguien haya tenido la sensatez de reconocer, arrepentirse y disculparse. Sea por las razones que fuere.

Lo importante es su conducta y el ejemplo que deja en su propio público.

Comparto sus palabras publicadas en Iton Gadol:

“No quisimos ofender a nadie”.

“Yo no sabía que iba a aparecer esa imagen, pero por supuesto conocemos todos la historia de Ana Frank y hay muchos que se han sentido muy dolidos, sobre todo personas que han perdido familiares en el Holocausto. Yo tuve cuatro veces la oportunidad de visitar la casa de Ana Frank en Ámsterdam y conozco perfectamente toda la historia. Jamás vi la imagen y compartí los comentarios de quienes entendieron que fue un error sin intención”.

“Lejos estamos de banalizar algo tan terrible para la historia como es el Holocausto. Lo digo como padre de un hijo que ha ido seis años a la escuela ORT. Conozco perfectamente lo que es la educación hermosa que tiene toda la comunidad judía en la Argentina y en el mundo. Y además soy una persona que colabora desde hace 27 años con la AMIA y con todo lo que ha sido la tragedia de la AMIA. Así que en nombre de todos nosotros, no la habíamos visto (la imagen), pero me hago cargo como productor responsable y conductor. Mil disculpas para toda la comunidad y para el Centro Ana Frank”.

Lo que aprendí después de Aprender de Grandes

Captura de Pantalla 2021-07-26 a la(s) 14.11.51.png

Aprender de Grandes, el espacio que creó, conduce y disfruta Gerry Garbulsky, está cumpliendo 100 episodios. Se hizo un festejo tan innovador como nos tiene acostumbrados. En él algunos de nosotros compartimos lo que habíamos aprendido después de haber participado en el ciclo:

Melina Furman, Gala Diaz Langou, Glenda Vieites, Fabian Skornik, Alberto Rojo, Ximena Saenz, Susana Galperín, Sebastián Campanario, Cesar Silveyra, Sergio Mohadeb, Andrei Vazhnov, Alberto Naisberg, Santiago Bilinkis, Laura Aresca, Guadalupe Nogués, Alejo Cantón, Gustavo Pomeranec, Manu Ginobili, Jorge Drexler, Andres Miguens, Eduardo Saenz de Cabezón y yo.

Acá todos los aprendizajes relatados:

  • Manu Ginóbili aprendió sobre el sueño y a andar en bicicleta.

  • Melina Furman reconoció la importancia de evocar para aprender.

  • Mariano Sigman descubrió el rol de los facilitadores para aprender algo nuevo.

  • Jorge Drexler expandió su música con el bajo eléctrico.

  • Adrián Paenza aprendió algo gracias a su cepillo de dientes.

  • Andrés Miguens aprendió a dibujar en vivo, haciendo los dibujos de Aprender de Grandes.

  • Gala Díaz Langou aprendió algo sobre los vínculos de su hija de un año y medio.

  • Glenda Vieites encontró una manera de manejar el estrés creciente de los editores de libros.

  • Fabián Skornik aprendió sobre el multitasking y la espiritualidad.

  • Alberto Rojo aprendió sobre las conversaciones entre las plantas y el tamaño de los planetas.

  • Diana Wang se dio cuenta de que en su trabajo, la herramienta es ella misma y otras cosas más.

  • Ximena Sáenz compartió cómo preparar flores para comerlas.

  • Susana Galperin reconoció el poder de las redes para conectarse con gente.

  • Sebastián Campanario le está sacando más jugo a su trabajo con extraterrestres.

  • César Silveyra vive en el presente y lo canta así.

  • Sergio Mohadeb (Derecho en Zapatillas) reflexionó sobre el control preventivo y el derecho.

  • Andrei Vazhnov habló sobre el fin de universo.

  • Alberto Naisberg descubrió por qué se emociona cada vez que piensa en su abuelo.

  • Eduardo Sáenz de Cabezón reconoció la importancia de sacar a la ciencia de la discusión política partidaria.

  • Santiago Bilinkis reflexionó sobre lo que podemos cambiar como sociedad.

  • Laura Aresca mostró cómo tener un propósito en la vida puede resultar en beneficios en la salud.

  • Guadalupe Nogués quiere agrandar el mundo, aprendiendo de otros y con otros, para lo cual necesitamos aprender a conversar.

  • Alejo Canton reconoció que cuando algo es lindo no necesita marketing y reflexionó sobre valor de ser escandaloso.

  • Gustavo Pomeranec aprendió a hacer un podcast.

Los alcances del perdón

Ilustración: Fidel Sclavo

Ilustración: Fidel Sclavo

Simon Wiesenthal, prisionero en el campo de concentración de Mauthausen, fue obligado a presentarse ante un nazi que, a punto de morir y torturado por la culpa, necesitaba un judío que lo perdonara.

Ante ese dilema, Simon no pudo hacerlo porque, según la tradición judía, solo las víctimas podían perdonar y ya no estaban para hacerlo. Quien sería años después el conocido cazador de nazis, centró su libro “Los límites del perdón” en ese episodio, cruzando humanismo con ética, responsabilidad con libertad de elección y el abismo de la muerte definitiva con el perdón.

El perdón sucede después de la culpa. Pero no una culpa cualquiera. Asesinar no es lo mismo que matar, el mandamiento dice “no asesinar”. Matar es un acto de defensa, cuando hay que elegir entre la propia vida y la del otro.

Asesinar es matar para conseguir algo, por odio o venganza, por obedecer a una orden.

Pedir perdón debe ser consecuencia de varios pasos. Primero, el reconocimiento del daño perpetrado. Segundo, el sincero arrepentimiento, el que lleva a una reflexión modificadora. Tercero, la compensación a la víctima, en palabras y hechos concretos.

Una vez reconocido el daño, una vez sentido y expresado el arrepentimiento, una vez compensada la víctima, recién entonces y, si la víctima considera que la conducta posterior del perpetrador lo amerita, podrá recibir el perdón.

La culpa por los actos criminales no siempre es evidente. ¿Quién es más culpable? ¿quien empujó a los judíos a las cámaras de gas o los que tomaron la decisión? ¿el soldadito que dispara su arma o el narco que lo mandó? ¿el torturador o la autoridad que lo ordenó? ¿Quién se siente culpable? ¿Quién debe pedir perdón?

Creo, igual que Wiesenthal y no sólo porque también soy judía, que el perdón humano, el perdón legítimo, el perdón reconciliador, es prerrogativa de la víctima, porque si la vida continúa el perdón debe suceder entre las personas, no gracias a la intervención divina.

Luego, si no hay reconocimiento, aceptación y reparación, el pedido de perdón será engañoso e hipócrita, solo gimnasia verbal.

Pero también la sociedad y sus instituciones tienen la potencialidad de perdonar cuando han sido lesionadas. Por desapariciones y apropiación de niños. Por delitos de lesa humanidad que siguen impunes. Por vacunas que no llegan y determinan muertes que podrían haberse evitado.

De las cien mil muertes que ya lloramos, indican los científicos que unas diez mil podrían no haber sucedido. ¿A quién corresponde la culpa? ¿Qué deben hacer los familiares de las víctimas, mutilados, impotentes y desesperados? ¿A quién reclamar? ¿Quién tiene el valor de decir “me equivoqué”, “no me di cuenta de que pasaría esto”, espero que me perdonen?

Pero, si el error “inocente” o la negligencia “ligera” conducen al asesinato, estamos otra vez ante los alcances del perdón. ¿Se puede perdonar a quien sea que asuma la culpa por la pérdida del papá, de la abuela, del esposo?

Cada una de estas diez mil personas ya no está para perdonar. El acto fue definitivo, de la muerte no se vuelve. Los que, con el guante blanco de la justificación oportunista y falaz, “firmaron la orden” de asesinar a diez mil personas, probablemente no lo hicieron “a propósito”, pero lo hicieron.

¿Necesitarán alguna vez pedir perdón, como aquel SS a punto de morir? Aunque ese perdón nunca llegue, porque el asesinato es el límite de su alcance, sería esperanzador que alguno reconozca lo que se hizo, lo explique y, aunque no se lo demos, nos pida perdón.

Publicado en Clarin.

Publicado en El diario de Leuco.

Publicado en Revista Gallo. Y en su newsletter #17.

Crónica del desamparo:¿Quién pudiera ser perro?

Captura de Pantalla 2021-06-29 a la(s) 12.01.26.png

Max es pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón… tiene 10 años, aúlla acompañando a las sirenas de bomberos o ambulancias, menea la cola de alegría cada vez que nos ve aparecer, si la puerta está cerrada rasca con las uñas hasta que lo oímos, si quiere salir al patio se para en la puerta de la cocina, tuerce la cabeza y nos mira, puede quedarse así mucho tiempo hasta que lo advertimos y le abrimos para que salga. Es una fuente de ternura que nos entibia diariamente. ¿Cómo no amarlo? Si su mirada nos sigue como si fuéramos la estrella polar que usaban los navegantes para no perderse en el mar, si nos promete lealtad en cada minuto, si se da cuenta cuando estamos tristes, enojados o doloridos y se nos recuesta con su lomo pegadito a alguna parte de nuestro cuerpo, sintiendo y dando calor, quietito, en silencio, sin pedir nada. Salvo comida, claro. Y la caminata diaria. Y algún mimo, siempre algún mimo.

Me acuerdo de Helena que se quedó solita a los 11 años en la Polonia ocupada por los nazis, con un saquito y un bolsito donde llevaba su nuevo documento con su nuevo nombre y su nueva historia. La mamá le había conseguido ese salvoconducto para que pudiera salvarse, ahora se llamaba Ania. El día que se quedó sola, sola por primera vez en su vida, sola en medio de la hostilidad de lo desconocido, sola y desconcertada porque no sabía dónde ir ni qué hacer, con miedo a hablar por si se descubriera que era judía, miedo de no saber cómo moverse, cómo decir o cómo hacer lo que toda buena niñita católica debía, miedo de que la desafiaran a recitar el Padrenuestro que no sabía o que le preguntaran algo y responder mal. Sentada en un umbral, perdida en medio de la gente, vio pasar a un matrimonio que llevaba a su perro de paseo. Se oyó un ligero aullido y la señora prestamente lo tomó en brazos y ante la mirada preocupada del marido lo revisó para ver si se había lastimado. Cuando se aseguró de que estaba bien, lo bajó al piso y siguieron su camino. Ania -ya se pensaba con ese nombre para que no se le fuera escapar el suyo- los miró alejarse y, acallando sus lágrimas, se dijo “¿por qué no puedo ser yo un perro?”.

Hay perros que tienen suerte. Como Max que disfruta de una “tenencia responsable”. Pero no todos la pasan bien. Están los maltratados y castigados, los abandonados, los que deambulan por las calles hurgando en la basura esquivando patadas y golpes, lluvias y fríos. Ania envidiaba la vida y el destino de ese perro que vio pasar pero no querría ser un perro como esos otros, como ella misma, los golpeados por la vida, los excluidos, los que deambulan por el gran Buenos Aires y terminan en ollas populares para los que no tienen nada para comer.

Todos querríamos ser cuidados, protegidos, alimentados, sanados, mimados, queridos. Como Max. Pero, igual que en el mundo perruno, la justicia, la consideración y el cuidado no son para todos. No lo son para los que no tienen trabajo ni techo, ni para la mitad de los chicos que no recibe la alimentación necesaria para que su aparato neurológico se desarrolle con toda su potencia, ni para los que no tienen acceso a la educación o lo tienen restringido, ni para los que no reciben la atención médica que asegure que llegarán a adultos.

Duro de toda dureza. Triste de toda tristeza.

Aunque haya perros con tan mala suerte como ellos, me atormenta pensar que si conocieran la vida privilegiada de Max, más de uno diría, como Ania, ¿quién pudiera ser perro?

publicado en Clarin.

entrevista en Radio Jai para Coffe Brake (Dany Saltzman): https://www.radiojai.com/index.php/2021/06/29/105022/quien-pudiera-ser-perro/

El día después llegará

Ilustración: Vior

Ilustración: Vior

Un día encontré en el dormitorio de mis padres una libretita que me intrigó. No sé qué hacía hurgando en esos cajones pero recuerdo que de chica lo hacía con frecuencia. Buscaba tal vez evidencias o respuestas a tantas preguntas que me hacía sobre mi historia y la de ellos. Vi en la libretita la letra de mi papá, página tras página, con palabras que no alcanzaba a descifrar, ¿en qué idioma estaban? ¿qué decían? Intrigada, fui a mostrarsela a mamá y le pregunté qué decía en la libretita. La miró sorprendida como si le hubiera entregado una especie de tesoro, algo que hacía mucho no veía o que creía perdido. “Son canciones” dijo mientras pasaba una a una las hojas escritas en lápiz. “Así nos entreteníamos en el escondite”, se trataba del diminuto altillo donde estuvieron escondidos dos años durante el Holocausto. Papá era comediante amateur, amaba cantar y bailar, y se pasó esos dos años corriendo tras su memoria para recordar y registrar las canciones de las comedias musicales que amaba y que quería volver a cantar una vez que salieran. Si es que salían. Si es que no eran descubiertos. Si es que sobrevivían.

Hoy volvió a mi la libretita con las Canciones Para Cantar Si Seguimos Viviendo. ¿Dónde estará guardada? seguro que algún día la encontraré aunque no la busque, si es que no me contagio, si es que si me contagio sea leve, si es que si me contagio y sea grave consiga cama, si es que si me contagio y sea grave y consiga cama haya oxígeno y profesionales suficientes para atenderme. En suma, si es que salgo viva de esta pandemia. Sin vacunas para todos el único recurso es seguir aislados y encerrados. Ya van quince meses. Uno ya no sabe cómo darse ánimos, qué inventar para que el paso del tiempo sea más tolerable con la falta de tantos abrazos que son solo virtuales, la ausencia de la aventura de salir, de encontrarse con amigos y compañeros de trabajo, de ir al cine, al teatro o a un espectáculo colectivo, y mantener la relación amorosa con hijos, nietos, hermanos, amigos queridos encerrados en ventanitas cuadradas y chatas. Está durando mucho. Y sin la inmunidad de rebaño que la vacunación masiva produciría, nuestra espera no tiene día de finalización. Sabemos que llegará el final. No sabemos cuánto falta. Y cuando no se sabe cuánto falta el trayecto es siempre más penoso. Los dolores de parto son soportables porque sabemos que en horas -pocas o muchas, pero horas- nace el bebé y se terminan. Ahora no sabemos, por eso duele más.

Mis padres tampoco sabían cuándo terminaría. Tampoco sabían si sobrevivirían, aunque de diferente manera que nosotros y por causas muy distintas. Aún sin saber papá hacía esa fuerte apuesta al futuro. Si salía iba a estar preparado, sabría todas las canciones al dedillo y podría volver a subir a un escenario y hacer eso que tanto amaba, cantar y bailar. En realidad no lo hizo, nunca volvió a actuar. La vida fue arrolladora y lo puso ante nuevos desafíos pero esa libretita, ese ejercicio de memoria aparentemente inútil, fue, en medio de la incertidumbre más oscura, su ancla salvadora donde declaraba ¡quiero vivir!, ¡tengo cosas para hacer! Y es para mí una potente lección que hoy comparto acá. ¿Cuál es nuestra libretita de canciones para cantar cuando sobrevivamos? Cada uno tendrá la suya. Y si no la tiene, ¡a inventarla ya!

No sabemos cuándo llegará pero el después llegará, eso es seguro. Que nos encuentre con la libretita llena de canciones y con ganas de volver a subir al escenario para cantarlas a voz en cuello.

Publicado en Clarin.

Publicado en El diario de Leuco.

Publicado en El Gallo.

Elegir cuidarnos

jack-fuchs-1924-2017-escritor___pLX9gas--_1256x620__1.jpg

Ante el embate de la pandemia, mientras esperamos las ansiadas vacunas, lo único que podemos hacer, si elegimos vivir, es cuidarnos. Eso está en nuestras manos, es nuestra decisión. Lo aprendí de Jack Fuchs Z’L, sobreviviente del Holocausto y maestro de vida.  Derramaba enseñanzas y reflexiones inolvidables pero no le gustaba contar lo que había pasado cuando era sujeto de otros. Tomó la férrea decisión de sostener y dominar las riendas de su vida. Peleaba con uñas y dientes para rescatarse de su pasada impotencia. Protagonista de su presente, dueño de sus decisiones y palabras, no se escudaba en su condición de víctima para darle sentido a su vida, prefería abrir preguntas existenciales que apuntaban a lo más hondo y esencial de lo humano.

Contaba que un día un coche rozó el suyo en medio de una avenida. Se bajó furioso con el puño apretado listo para reaccionar pero detuvo sus pasos pensando “con lo que ya me pasó en la vida ¿cómo enojarme por un tonto rayón?”. Iba a desistir pero lo volvió a pensar, dio vuelta y encaró furioso al conductor desaprensivo porque “¡ya aguanté bastante, no pienso aguantar nada más!”. 

Sus padres y hermanos fueron asesinados en la Shoá. Ya viejo, decepcionado del género humano que insistía en guerrear y matar, murmuraba para sí, desolado “mientras mi familia fue condenada a morir hace setenta años, yo estoy condenado a vivir”. Su único rescate, de esa y de cualquier condena, fue asumirse en dueño de la situación, apropiarse de cada minuto de su vida. 

Amaba invitar gente a comer a su casa. Cortaba, mezclaba, sazonaba, ponía la mesa, servía y, como al pasar, en los intersticios, derramaba perlas conceptuales como si fueran los condimentos con los que aliñaba la comida. Dueño de casa, dador, maestro de ceremonias, director de orquesta enarbolando un cucharón a modo de batuta e hipnotizaba a su comensal. La decisión era suya y era imposible correrlo del lugar elegido. Respondía lo que quería a cada pregunta con una voltereta mágica de la que dejaba caer como al descuido una honda reflexión, muchas veces poética, siempre alejada de cualquier parámetro común. 

Lo pinta de cuerpo entero el modo en que remató su recuerdo de cuando fue rescatado. Piel y huesos, enfermo, desnutrido y desahuciado luego de los infiernos de Auschwitz y Dachau, ya hospitalizado, bañado, con un piyama limpio y planchado, acostado en una cama con colchón y sábanas, su cabeza apoyada sobre una almohada mullida, cobijado y alimentado, oyó a una enfermera preguntarle qué más podía hacer por él. A sus veinte años, despuntando esa lucidez que le sería tan característica, diseñó el futuro de su vida al decir “Ahora me puedo morir”.

¡¿Ahora me puedo morir?! ¿Qué quería decir? ¿Por qué pensar en morir cuando estaba a salvo? No se trataba de morir sino de decidir. Como cuando recibía en su casa cocinando y sirviendo, declarando a cada paso que era el dueño de la situación. Sujeto de otros durante largos años concentracionarios, víctima sin posibilidad alguna de decisión, la recuperación de su condición humana implicaba poseer a cada paso cada uno de sus pasos. Lo que empezó en aquella cama de hospital fue luego el eje de su vida. Su ahora me puedo morir era la suprema expresión de que ya no era sujeto de la voluntad de otros, que si moría lo hacía como humano, no como carne animal ni número descartable. Morir así, si moría, lo renacía como sujeto y si podía elegir morir también podía elegir vivir. 

Nosotros podemos elegir cuidarnos. Está en nuestras manos.

Publicado en Clarin.