Otras cosas

62º Aniversario Capitulación de Alemania ante los Aliados

Discurso pronunciado el 9 de mayo 2007 en AMIA Expreso mi alegría, que seguramente coincide con las de los sobrevivientes presentes y los hijos de sobrevivientes, de compartir este acto con las señoras y señores diplomáticos y las señoras y señores funcionarios del gobierno argentino. Es bueno saber que por fin no estamos solos. La humanidad seguirá estando en problemas si, entre otras cosas, el tema de la Shoá es solamente un tema judío. Para muchos sobrevivientes judíos, un día como hoy, fue su segundo nacimiento. Alemania se había rendido. Un milagro. Casi más que haber sobrevivido, ser testigos de la capitulación de Alemania fue un milagro que parecía imposible. El Reich de los mil años ya no cumpliría otro. El cuero de las botas de los orgullosos SS ya no brillaba enceguecedoramente, ahora temían por sus vidas, su calzado se había cubierto de barro. Los mismos que se vanagloriaban de cuidar su apariencia, de estar bañados, bien afeitados y lustrosos, deambulaban por Europa, sucios, asustados, algunos incluso pretendiendo hacerse pasar por judíos en la esperanza de salvarse. Dolorosa ironía. Ahora querían ser tomados por judíos. Para los sobrevivientes, no fue ese mes de mayo un mes de alegría. Todavía no había lugar en sus corazones para ello, estaban ocupados en encontrar un destino a sus vidas. Europa era un territorio devastado, con sus economías aniquiladas, sin medios de transporte ni formas de ganar de dinero. Los sobrevivientes siguieron pendientes, como habían estado los últimos años, en sobrevivir día tras día, minuto a minuto. Las primeras energías estaban destinadas a conseguir comida, albergue, medicinas. Pero a medida que los días pasaban, que la muerte dejaba de rondar como destino seguro, la gran pregunta: ¿Habrá sobrevivido alguien de mi familia? ¿Quién? ¿Dónde estará? La búsqueda desenfrenada en los listados que comenzaban a circular por la Cruz Roja y por el UNRRA la mayor parte de las veces no daba respuesta a sus preguntas. Tal vez volviendo a sus casas, a sus lugares, podrían encontrar a alguien que hubiera sobrevivido. Pero ¿cómo volver? No había cómo. No había con qué. Algunos sin embargo lo consiguieron y corrieron sedientos a las puertas de las que habían sido sus casas y recibieron un nuevo golpe insospechado: los nuevos moradores no los recibían con alegría, no les abrían las puertas y, a veces, si lo hacían era con insultos. Pronto, se hizo claro que volver era peligroso. En algunos lugares fueron atacados. En otros fueron rodeados y asesinados como en Kielce en 1946. No había donde volver. No había donde ir. Gran Bretaña mantenía cerradas las puertas del destino lógico, Israel y el resto del mundo seguía, como luego de la Conferencia de Évian-les-bains del 38, sin tener lugar para ningún judío. Ningún país dio albergue a los perseguidos, seguían con sus puertas cerradas. Lo realizado en los campos de batalla no tenía correlato en el campo de lo cotidiano. Los judíos, liberados del nazismo, seguían prisioneros del mundo que no tenía lugar para ellos.

Los sobrevivientes recuerdan con claridad el momento en el que no hubo más nazis a su alrededor,cuando llegaron los rusos que habían sufrido tanto, los británicos, los americanos. Recién ahí creyeron que tal vez podrían volver a ser dueños de sus vidas. Esta celebración que estamos compartiendo hoy precisó, por cierto, varios años para ser celebrada. Precisó que los sobrevivientes sobrevivieran. Precisó que encontraran un lugar en donde seguir viviendo. Precisó que la vida cobrara fuerza, que alguna puerta finalmente se abriera, que recuperaran nuevas esperanzas. Precisó que trabajaran y se desarrollaran, que criaran familias, que siguiera la vida judía en sus corazones. Recién entonces, y sólo entonces, empezaron a tener un espacio para pensar en celebrar. No se puede celebrar si se está de duelo. No se puede celebrar si se está buscando cómo y donde vivir. No se puede celebrar si se siente la incertidumbre a cada paso.

62 años después, muchos sobrevivientes ya no están con nosotros. Ante tantas autoridades nacionales y miembros del cuerpo diplomático, en especial representantes de los países que fueron protagonistas de nuestra agonía y de nuestra liberación, a los sobrevivientes mayores, Sherit Hapleitá, los que honraron la memoria todos estos años, nos sumamos hoy Generaciones de la Shoá, los que fueron niños y también los hijos de sobrevivientes, honramos juntos la fecha de lo que podría ser también un segundo nacimiento para nosotros, dado que ninguno de nosotros estaría acá si en aquél mayo del 45 Alemania no hubiese capitulado.

Permítanme hacer un comentario personal, tal vez típico de hija de sobrevivientes. Cuando veo las fotos de la capitulación, me sorprendo. La expectativa de ver a personas vencidas, humilladas entregando las armas, tal vez pidiendo perdón, no tiene ningún parecido con la realidad. No se parece por ejemplo a las imágenes documentales de nuestros pobres soldaditos en Malvinas entregando las armas, muertos de frío y con sus miradas vacías y mustias. La capitulación fue firmada por altos miembros del ejército alemán, que sé que fueron humillados porque lo cuentan las crónicas, pero no lo veo en las fotos. Veo a señores bien vestidos, sentados ante un escritorio, empuñando lapiceras caras con gestos trascendentes. Firmaron la rendición incondicional, el general Alfred Jodl, junto al general Wilhelm Oxenius y al general almirante Hans Georg von Friedeburg, todos con sus uniformes impecables, sentados dignamente, probablemente tragando saliva y lamentando tener que estar en ese lugar en ese momento. Pero deben haberse duchado en la mañana y deben haber tomado un buen desayuno. Es lo que me imagino. Son cosas que pasan por mi cabeza. Son las cosas que pensamos por ahí los hijos de sobrevivientes que hemos escuchado tantas veces a nuestros padres hablarnos de las vergüenzas y de la humillación de no tener ni siquiera el aspecto de un ser humano.

Sabemos ahora que incluso la capitulación de Alemania tiene su historia casi de vodevil. En realidad no fue una sino varias las capitulaciones, porque los grandes estadistas tenían celos del protagonismo de unos sobre los otros y cada uno quería tener la suya propia. Por esa razón, muchos norteamericanos recuerdan como fin de la guerra el 7, los alemanes el 8 y los rusos el 9. En realidad, ninguna de esas fechas es correcta porque la guerra continuó cuatro meses más y le costó la vida a otras decenas de mi les de personas, hasta que capituló también Japón, el 2 de septiembre. Los alemanes tuvieron que declararse vencidos varias veces. Lo que nunca será suficiente para nosotros, los que somos los herederos del dolor de lo perdido, de nuestras familias y culturas arrasadas y de la tristeza que acunó nuestras infancias. Cincuenta millones de capitulaciones no bastarán para salvar a la humanidad del pozo de vergüenza en el que nos han sumido.

Reconforta el cambio producido en algunos gobiernos que están comenzando a tomar el tema de la Shoá como propio. Reconocemos el trabajo precursor hecho por Alemania en este sentido. Hoy y aquí decimos que recordamos a nuestros muertos arrastrados por el alud del horror, que honramos a nuestros padres que han tenido la fortuna de sobrevivir, que agradecemos los esfuerzos de los que nos liberaron y liberaron al mundo de un escenario pavoroso. Decimos que sostendremos la memoria, que nuestro lugar como segunda generación será el de actuar de todas las formas que podamos en estimular a los gobiernos y a las instituciones religiosas y educativas, en la implementación de planes pedagógicos que construyan ciudadanos responsables que no sucumban ante falsos profetas, que resistan a las manipulaciones mediáticas y, sobre todo, que aprendan a pensar por sí mimos y sepan distinguir el bien del mal.

Muchas gracias.

Las guerras, los hijos: una película en gris.

Comentario sobre “La conquista del honor”

(Flags of our Fathers) 2006, Clint Eastwood.

Esta nueva película de Clint Eastwood podría ser vista desde varios ángulos o géneros.

Es ciertamente una película de guerra con sus escenas excelentemente logradas y que no ahorran al espectador el horror de la carne destrozada, la confusión de los momentos de ataque, el caos entre el humo y la angustia. Para quién no lo sabía, para quién sigue teniendo imágenes edulcoradas de la guerra tipo serie norteamericana de los cincuentas y sesentas, con soldados limpios y recién afeitados, tomas luminosas y gestos trascendentes, podrá ver acá que la guerra es deprolija, sucia, que la guerra es un infierno, que las decisiones de matar a un enemigo no son banales, que el miedo, la indefensión, la crueldad, la pregunta de ¿qué estamos haciendo acá?, acosa a los protagonistas y luego los persigue toda la vida.

Es sin ninguna duda una película crítica al gobierno norteamericano, que revisa el uso político de la guerra en la exhibición sin pudor de los soldados y de algunos hechos como meras piezas de marketing; lo verdaderamente sucedido pierde importancia ante la necesidad de “vender” una imagen determinada. Lo vivido por los muchachos en el frente se desdibuja, se pierde en el relato y en el uso que se hace del mismo, se tergiversa, se bastardea. Es en este sentido también una película sobre la complejidad y la forma en que ésta es simplificada para –según creen los “expertos”- que pueda ser leída por el “gran público” que quiere pocas palabras, blancos y negros, buenos y malos, si es posible una imagen que resuma todo y que no sea necesario bucear demasiado para saber –o creer saber- de qué se trata. Esta película transcurre entre los grises de lo que se dice y de lo que se es, entre las razones alegadas y las que nos mueven –individual y políticamente- de verdad y es, en este sentido, perturbadora e inquietante.

El tema del héroe, es otro ángulo desde donde ver la película. Los soldados protagonistas del hecho son “heroificados” en los relatos porque “es lo que la gente quiere oír” pero fundamentalmente porque la gloria hace más fácil “abrir sus bolsillos”. El show patético se arma para recaudar dinero, con la escena simbólica de la plantación de la bandera que hace contrapunto con frases tiradas como al pasar que deshacen el concepto de héroe, lo revisan y proponen ideas menos gloriosas, menos románticas, más pedestres sobre la conducta heroica atribuida. “Uno no lo hacía por la patria, lo hacía por el compañero que tenía al lado” explica uno. “Me uní a los Marines porque era el uniforme que más me gustaba” dice un soldado cuando le preguntan por qué se unió al cuerpo. Son los libros de historia, los creadores de héroes los que después lo cuentan de otra manera. Los protagonistas no se reconocen en lo que se dice que hicieron. Hay gran distancia entre lo que guardan en su memoria y el show mistificador escenografiado. Pero entran en la variante y ésa es su debilidad, se dejan convencer sobre la necesidad “patriótica”, no pueden sucumbir a la presión ni a la tentación de la notoriedad y se hacen cómplices de la mentira o no la pueden denunciar, lo que es otro de los ejes revulsivos del film. (Por ejemplo esta escena en la que durante un acto de recaudación les sirven helado con la forma de la famosa foto con la bandera y el mozo pregunta: ¿salsa de frutilla o de chocolate? Y se ve el helado blanco cubriéndose de color rojo).

Estas posibles miradas tienen cada una lo suyo para calificar a esta película como un aporte más a la revisión del lugar de los medios en la determinación de conductas y procederes y sobre el sentido de las guerras, en un mundo en el que la industria bélica determina la necesidad de mantener frentes de conflicto constantemente. (ver “El señor de la guerra”, -Lord of the War- 2005, de Andrew Niccol, con Nicolas Cage )

Pero de entre las diferentes perspectivas posibles, como hija de sobrevivientes de la Shoá, se me abre la perspectiva desde los hijos. La línea argumental, efectivamente, está dada precisamente por James Bradley, el hijo de “Doc”, autor del libro, que es el protagonista entre las sombras, el que tira del hilo, el que busca, el que entrevista a los sobrevivientes preguntando por su padre. Demasiado tarde. Como muchos de nosotros, su curiosidad despierta cuando no tiene a quién preguntar. Encuentra objetos en una caja, fotos, una medalla, igual que nos pasa a nosotros cuando nos encontramos con cosas atesoradas por nuestros padres que no sabemos qué son, por qué estaban guardadas, qué representaban para ellos, qué historia de ese paso que nos es esquivo están ahí escondidas en una huella muda. La figura del hijo aparece primero a contraluz, o sea que no se ve su cara y a lo largo de las dos horas de la película se va iluminando, va cobrando perfiles reconocibles hasta que lo podemos ver claramente. Es una metáfora visual de lo que nos sucede a los hijos cuando investigamos algo de las vidas de nuestros padres, algo significativo que nos ha constituido y que desconocíamos. Quedan en nuestras manos, algunas revisiones, comprensiones, armados de piezas desarticuladas que no pudieron ser organizadas por nuestros padres y que nos permitan comprender algunas de sus banderas de luchas o de silencios.

Esta película de Clint Eastwood es sobre la guerra y la política pero también es sobre un hijo que quiere saber. A diferencia de nosotros, los hijos de sobrevivientes de la Shoá, su padre había sido un héroe, sabía que había sido famoso en su tiempo, pero, igual que nosotros, se preguntaba por qué no hablaba sobre eso, por qué se hacía negar cuando le preguntaban, por qué se mantenía en silencio. Se confirma algo que propuse en “El silencio de los aparecidos” (1998) como una de las causales del silencio: más que el dolor o el horror, hay a veces humillación, otras, vergüenza. Los protagonistas de “Banderas de nuestros padres” no pudieron hablar porque, enredados en la mentira, sintieron la vergüenza de no haber sido capaces de decir la verdad, se acusaron de haber sido cómplices al avalar una versión equivocada con el objetivo de su supuesta utilidad política. Desde otra orilla los hijos de sobrevivientes de la Shoá sabemos que el dolor de la impotencia inheroica cierra las bocas. “Callaban porque no podían olvidar” dice alguien en un momento. Un silencio construido como dique frente a la avalancha de la memoria que duele.

Un último comentario sobre la increíble traducción al título original. ¿Cómo “"Flags of our fathers" –banderas de nuestros padres-, pudo transformarse en “la conquista del honor”? ¿cuál es el traductor instantáneo que usaron? ¿cuántas películas bélicas tienen en su título la palabra “honor”? ¿qué misteriosos designios operan en las mentes de los distribuidores? Probablemente creyeron que el título con la palabra honor sería más convocante, o que tal vez la gente no entendería –como no lo entendieron ellos- que la mención de la palabra “banderas” es crucial porque toca varios niveles de la película.

La búsqueda del hijo de “Doc” se da a partir de la famosa foto de los soldados plantando la bandera en Iwo Jima. Fue tomada el 23 de febrero de 1945 por Joe Rosenthal, fotógrafo de la Associated Press y recorrió el mundo como símbolo del triunfo de los aliados sobre el eje del mal cuando la guerra se había desplazado al Pacífico. “Doc” estaba en esa foto junto con otros cinco que también protagonizan el film. Se revela en la película que en realidad hubo dos fotos, dos banderas, que los mismos soldados no estuvieron en ambas fotos y que la historia se mantuvo secreta. Por eso el título lleva la palabra “banderas” en plural. Pero también habla de las banderas metafóricas, las razones de nuestros padres, las verdaderas razones y la deconstrucción de los mitos de gloria posteriores en una re-lectura más realista y despojada. Todo esto no aparece en el “mejorado” título que eligieron los creativos distribuidores argentinos, con lo cual, inadvertidamente, corroboran una línea de la película al cambiar las cosas para hacerlas más “digeribles”, más “potables”, en suma, más vendibles. También al quitar la palabra “padres” del título, desaparece la clave del autor para pensar su relato como un relato de un hijo (en España se mantuvo el original de Banderas de nuestros padres).

Lloro por las guerras, por la injusticia, por la impotencia que uno siente ante todo esto. También por la historia y algunos de sus cronistas, los constructores de mitos, los “mejoradores” de la realidad, los inventores de héroes y modelos imposibles de emular. Nuestros padres han sufrido mucho cuando se comparaban con estas construcciones en las que ellos no podían identificarse. Se recordaban vulnerables, abandonados, asustados, carentes de recursos, muy poco heroicos. El trabajo de Easwood basado en el libro de Bradley, nos devuelve a personas de carne y hueso con una mirada ácida sobre el contexto pero cariñosa sobre la vulnerabilidad humana. Elige prescindir casi del color y de las definiciones nítidas. Es una película en gris. En el gris profundo de nuestra conducta, tan imperfecta, reconocible y vulnerable.

Prologo presentación legado

Introducción a la presentación de El legado de los Salvadores Es ésta la primera actividad que Generaciones de la Shoá hace junto con sus padres, nuestros hermanos mayores de Sherit Hapleitá. Nos sentimos honrados de unirnos a ellos y continuar con su labor y presencia.

Hace dos años, en nuestro congreso De Cara al Futuro, entregamos a los más jóvenes “El legado de los salvadores”. Como hacemos los judíos en cada séder de Pésaj, pusimos en manos de la siguiente generación el relato de este ejemplo de conciencia y valentía.

Meses más tarde pensamos que el texto no era suficiente para connotar su universalidad y transmitir que en la gesta de salvación lo que se salvó fue lo mejor de lo humano de la humanidad. Tuvimos la idea de traducirlo a diferentes idiomas, así cada pueblo podría saber que algunos de los suyos, sin pensar en su riesgo personal, hicieron lo que estaba bien. Y nos pusimos manos a la obra. Sería un libro pequeño, no costaría mucho dinero, ¿cómo no íbamos a conseguir fácilmente las traducciones? Creímos que sería una tarea fácil que no nos podía llevar más de 2 ó 3 meses, pan comido.

No fue así. Tuvimos innumerables problemas: con el papel, con las imprentas, con el dinero, las correcciones, varias idas y vueltas. Tuvimos enfermedades, perdimos al querido Rolando que tanto habría querido estar hoy acá y sufrimos la angustia por la guerra de Israel y Hezbollah. Todos los traductores se prestaron generosamente a la tarea pero algunas de las traducciones no se conseguían o debían ser rehechas una y otra vez. Apelamos a nuestros mejores recursos de paciencia, tolerancia, superación del desánimo y frustración y junto con ello aparecieron la improvisación, el empecinamiento, la creatividad y la inventiva. Nunca perdimos de vista el objetivo y el sentido del libro. “Tampoco salvarse fue soplar y hacer botellas” dijo un día uno de nosotros a modo de consuelo. Y es cierto. Salvando las siderales distancias, la elaboración del libro estaba siendo casi una metáfora de la salvación misma, con su sucesión de casualidades, con las mil y una dificultades que asomaban a cada paso. También los salvadores y los salvados debieron improvisar y recurrir a su inventiva y tolerar las frustraciones y superar el desánimo. La empresa de salvar judíos en medio de la locura nazi, era por cierto una empresa imposible. Pero los salvadores nos enseñan que no hay tal cosa como imposible, que siempre se puede hacer algo.

Volviendo al libro, un día, hace menos de un mes, estuvo finalmente terminado y ya en nuestras manos. Pero la felicidad de ver concretado este nuevo sueño duró poco porque vimos con estupor que la traducción al hebreo, nada menos que la traducción al hebreo, había salido al revés. O no nos dimos cuenta en las sucesivas revisiones o algo pasó a último momento, el hecho es que se leía de izquierda a derecha en lugar de derecha a izquierda. Este error fatal estaba nada menos que en la página 18, los números que representan jai, la vida. Y al advertir este golpe de la casualidad se nos juntó todo: la Shoá, lo judío, los salvadores, la vida, la vida que triunfa sobre la muerte y este número 18, la página casual en la que estaba el texto en hebreo, la de la vida, nos dio la fuerza para el último tirón.

Verán ustedes en el ejemplar que tienen en sus manos que la página 18 es más gordita porque debajo del texto correcto está vivo el texto incorrecto. Lo que no debía haber pasado, de un modo dramático quedó guardado en el libro: lo que está Mal cubierto y superado por lo que está Bien.

Los salvadores nos abren la puerta a la esperanza porque nos enseñan que también existe el Bien. Es la esencia de este libro, su potencia educativa. Brinda un modelo de los que tanto carecemos para estimular este paradigma de conducta que construya ciudadanos responsables. Pensamos en los salvadores con criterio amplio, como toda aquella persona que colaboró de alguna manera, sea mínima, sea máxima, en la salvación de un semejante en peligro. Toda conducta de ayuda hacía los judíos estaba prohibida durante la Shoá y a veces una palabra de aliento, un pequeño gesto, era la diferencia entre la vida y la muerte. Casi todos los que estamos acá somos testimonios de que no bastaban las ganas de vivir. Para sobrevivir fue preciso tener mucha suerte y también la ayuda de una mano tendida.

Estos libros se entregarán a escuelas e instituciones y esperamos que estos primeros mil ejemplares sean difundidos rápidamente así podremos hacer una segunda tirada, que saldrá, esperemos, sin errores. Porque encontramos dos erratas más, como verán en el papel suelto que hay dentro del libro. Tal vez sean ustedes unos privilegiados al poder tener esta primera edición. Guárdenla porque ¿quién les dice que no vaya a ser algo valioso con el paso del tiempo? Quizás, así como sucede con algunas estampillas que, si tienen algún defecto, se valorizan con el paso del tiempo, si este libro sigue vivo y circulando, esta primera edición adquiera un valor adicional precisamente por sus errores.

“Erratas Eminentes” es el blog del escritor, editor e impresor mexicano Alfredo Herrera Patiño. Le escribí desesperada contándole nuestras frustraciones y pidiéndole el consuelo de un experto en erratas. Esto es lo que me respondió:

Los libros son humanos, así de sencillo. Y como todo lo humano, tienen errores, grandes y pequeños, horrendos y terribles, vergonzosos a veces y, muchos, harto hilarantes, como el que decía “cerditos hipotecarios” en vez de “créditos hipotecarios”. Se nos olvida tanto que los libros son sólo un camino que terminamos por preocuparnos demasiado por ese camino y no por el sentido mismo del camino que es llegar al alma de otro prójimo. Cuán distinto sería el mundo si un puñado hiciera lo que debe hacerse. Ahora con la computadora, y lo digo mientras pulso las teclas, se nos olvida la gran revolución de los libros, tener a nuestra disposición el pensamiento y la experiencia del mundo pasado. Siempre me parece que los buenos libros soportan hasta las malas ediciones. A veces, en momentos cínicos, hago cuentas estadísticas: si contamos todas, todas las letras que aparecen en un libro y vemos que nos equivocamos sólo en dos, pues, en verdad, nuestra exactitud está cercana al 100%. Los libros son, Borges dixit, una extensión de la memoria y este libro logra su propósito, amplía la memoria a otra generación y lo hace con creces ¿qué más pedir?

Kristallnacht

LA KRISTALLNACHT, SUS LECCIONES PARA EL MUNDO DE HOY

1- Introducción

- a) Los canarios, el lugar de los judíos

- b) ¿Cuándo empezó la Shoá?

2 - Desarrollo

- a) ¿Qué fue la noche del cristal?

- b) Antecedentes

- c) ¿Por qué conmemorarlo?

- d) El dilema de cómo ser realistas: pesimismo, optimismo

3- Conclusión

- a) Enseñanzas

- b) Los tres nuevos mandamientos

1-INTRODUCCIÓN

a) Los canarios y el lugar de los judíos

Los mineros tenían, hasta bien entrado el siglo XX una técnica infalible para protegerse en las profundidades de la roca: los canarios. La pequeña ave, más sensible que el hombre a la falta de oxígeno y a los gases tóxicos moriría primero que éste si en las minas hubiesen gases venenosos o demasiado monóxido de carbono. Al enviar a los canarios y ver qué les pasaba, sabían los mineros si el lugar era seguro o si era hora de abandonar la mina a toda velocidad.

Los judíos hemos ocupado muchas veces el lugar de los canarios en la historia de la humanidad. Señalados como blancos de ataques desde diferentes ideologías y regímenes, expertos en ocupar el lugar de Abel en la fraternidad humana, fuimos en todos los casos, tan solo los primeros. Sea bajo el comunismo o bajo el nazismo, bajo los zares o la inquisición, la caza del judío antecedió a la caza de todos los demás. Pueblo elegido para traer al mundo el mensaje del monoteísmo, hemos sido también los designados, igual que los canarios, para alertar al mundo respecto de lo que podría sobrevenir. En el caso de la Shoá fue no solo claro sino explícito. El master plan del III Reich pretendía la construcción de una sociedad perfecta que implicaba la reingeniería de toda la humanidad, en todo el planeta, con la supremacía, claro está, de los considerados superiores, los así llamados “arios”. Primero Alemania, después el mundo, declaraban. El exterminio del pueblo judío, la anti-raza por antonomasia, el negativo del bien, preanunciaba lo que iría a suceder con los otros pueblos y grupos que, aunque en menor medida, amenazaban también con contaminar la delirante pureza racial aria. Su plan era tomar el lugar del gran constructor y rediseñar la creación de manera pretendidamente científica, sin consideraciones morales ni humanitarias. La planificación, organización y realización del exterminio de los judíos, fue el primer paso del plan. Es lo que llamamos la Shoá.

b) ¿Cuándo empezó la Shoá?

No terminamos de ponernos de acuerdo acerca de cuándo comenzó y hasta si se quiere, de cuándo terminó. Fue, sigue siendo, un proceso gradual pero podemos distinguir algunos hitos en su progresión. ¿La Shoá comenzó en junio de 1941 cuando los alemanes rompen el pacto con los soviéticos e invaden los territorios del este y comienza a ejecutarse la “solución final”? ¿Fue dos años antes, el 1º de septiembre del 39 cuando con la invasión a Polonia se declara la Segunda Guerra Mundial? ¿Fue tal vez el año anterior, el 1º de octubre del 38 cuando Alemania ocupó los Sudetes ante el silencio cómplice del mundo? ¿O fue tal vez cuando anexaron Austria el 12 de marzo del 38 con el beneplácito de su población que los recibió triunfalmente? ¿Y por qué no datarlo 3 años antes con las leyes de Nürenberg de 1935 que quitaron los derechos civiles a los judíos alemanes? ¿Incluso podríamos remontarnos a 1933 cuando Hitler asume el poder total y traiciona así a la democracia que le había permitido el ascenso? ¿Y si pusiéramos el anclaje originario en el tratado de Versalles del 28 de junio de 1919 que dio por terminada la Gran Guerra y sumió al pueblo alemán en la humillación y la derrota que los llevó en gran medida a la Segunda Guerra? ¿No habrá comenzado la Shoá en los albores del siglo XX con la publicación de los “Protocolos de los sabios de Sión”? Este panfleto burdo fue publicado por la policía zarista como argumento frente al fervor revolucionario bolchevique y atribuía los disturbios al ansia de poder supuestamente proverbial de los judíos. Se trata del plagio vil de un libro publicado en 1858 llamado Diálogos en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la Política de Maquiavelo en el siglo XIX escrito por el Maurice Joly con el propósito de atacar a Napoleón. La policía del Zar cambió a Napoleón por los judíos y de este modo los protocolos se siguen vendiendo, siguen siendo tomados por ciertos y el veneno de la conspiración judía para detentar el poder mundial sigue siendo derramado por doquier. El argumento de la conspiración mundia evidentemente satisface el oído de muchos, que confirma sospechas atávicas, oscurece el entendimiento e impide reflexionar en los absurdos que propone. ¿Cómo fue posible si no que semejante patraña hubiera sido tomada por cierta sin el sostén ideológico del llamado “antisemitismo”, su antecedente más directo? El concepto y la palabra antisemitismo fueron acuñados por Wilhem Marr en 1879. Este periodista y teórico brindó el soporte intelectual que la judeofobia precisaba para ascender a la categoría de entidad “científica” y así tranquilizar a las malas conciencias. Wilhem Marr marcó un camino que luego continuarían no pocos profesores, académicos y pensadores en la Alemania nazi que brindaron sustento intelectual a los delirios del nazismo. La judeofobia europea estaba sólidamente instalada en el siglo XIX. Lo que nos fuerza a ir más atrás, mucho más atrás, volver las páginas de la historia y pasar por los Reyes Católicos que unificaron a España en la hegemonía de la fe católica, por las Cruzadas en los siglos XI y XII que arrasaron Europa en su gesta de purificación, o llegar a finales del siglo IV cuando Constantino unió Estado y Religión e instituyó el imperio del catolicismo. La Iglesia asumió entonces el poder imperial y enarboló como símbolo a la cruz. La cruz era el instrumento de tortura usado por los romanos, un símbolo que invoca un asesinato y que remite implícitamente a un asesino. Constantino instaló con la cruz el testimonio perenne del crimen por el que hemos sido acusados los judíos y que permanece grabado a fuego en el alma europea.

Es ciertamente difícil poner una fecha de comienzo a la Shoá, pero la noche del cristal fue el borrador de la carátula de un horror que no había sido conocido antes por la Humanidad. Veamos en qué consistió.

2- DESARROLLO

a) Qué fue la noche del cristal

La noche del cristal[1], fue un acontecimiento violento ocurrido en Alemania y Austria durante la noche del 9 de noviembre de 1938 y las primeras horas del día siguiente. Los mismos nazis, impresionados por la cantidad de vidrios rotos producidos por la destrucción de sinagogas y vidrieras, llamaron a esa noche violenta Noche de Cristal. En su transcurso fallecieron más de 200 personas y miles fueron detenidas y muchas trasladadas a los campos de concentración de Sachsenhausen y Buchenwald, dañaron y en muchos casos destruyeron más de 1.500 sinagogas, casi todas las que había en Alemania, cementerios judíos, más de 7.000 negocios y almacenes. También en Austria la mayor parte de las 94 sinagogas de Viena y las casas de oración fueron dañadas parcial o totalmente. Los judíos fueron arrancados de sus casas por el populacho y sometidos a toda clase de humillaciones, incluyendo el fregar los pavimentos mientras eran atormentados por sus compatriotas austriacos y alemanes, algunos de los cuales habían sido sus amigos y vecinos. El vandalismo salvaje desatado, alentado por los nazis, no fue reprimido por las fuerzas del orden. La comunidad judía alemana, diezmada y empobrecida luego de 3 años de vigencia de las Leyes de Nürenberg, debió, luego de la Kristallnacht, pagar una multa de mil millones de marcos, así como la confiscación de todas las pólizas de seguros como castigo por haber provocado la justa ira del populacho. Las víctimas debían pagar por los daños de los que habían sido sujetos. Un método que los nazis repetirán a lo todo lo largo de la Shoá cuando exigirán a los judíos que paguen su transporte en tren hacia los campos de concentración.

El pretexto para lo que fue la primera Aktion contra los judíos y que luego sería constante en los territorios ocupados, les fue prestado por el ataque a Ernst von Rath, secretario de la Embajada alemana en París, que había tenido lugar 2 días antes, el 7 de noviembre de manos del alemán judío Herschel Grynszpan. Desesperado por lo que sucedía en Alemania, quiso llamar la atención de la opinión pública mundial para conmover su pasividad ante los atropellos constantes. El joven Herschel estaba en Paris y había recibido la noticia de la detención de sus padres y de las penurias que estaban pasando en la frontera polaca. Todavía no estamos en guerra, falta un año para su comienzo formal. Lo que había sucedido era que el 28 de octubre de 1938[2] –doce días antes de la Kristallnacht- unos 20 mil judíos alemanes de origen polaco habían sido secuestrados sorpresivamente en medio de la noche y deportados a Polonia. Aunque muchos de ellos residían en Alemania casi toda su vida e incluso habían sido condecorados por el gobierno alemán por sus acciones en la Primera Guerra, fueron echados a la frontera. Pero una vez allí no fueron admitidos por el gobierno polaco y fueron y vinieron de un territorio a otro, cruzando una y otra vez la frontera y muchos murieron en las primeras noches a la intemperie en esa tierra de nadie. Los padres de Herschel estaban entre los deportados y le habían escrito una carta con el relato de lo sucedido. El joven había intentado renovar su pasaporte polaco para volver con sus padres y apeló repetidamente al secretario von Rath sin éxito. Su indignación e impotencia fue lo que lo llevó a dispararle. Dos días después, el 9 de noviembre, von Rath falleció. Ello brindó a Goebbels la justificación que estaba buscando para disparar la Aktion que ya estaba perfectamente orquestada. Se puso en marcha la poderosa maquinaria propagandística nazi. El mensaje de aliento a la gente era que el asesinato era parte de la conspiración judía expuesta en el corazón mismo de Alemania. Con la apariencia de indignación popular espontánea, se desató un pogrom cuya verdadera razón era la aceleración de la salida de los judíos que aún quedaban en Alemania. En la noche entre el 9 y el 10 de noviembre, en una campaña perfectamente coordinada a lo largo y ancho de Alemania y Austria, bandas de matones de las SA[3], miembros del partido nazi y alemanes comunes recorrieron las calles, en una orgía de violencia inédita.

b) Antecedentes

Esa historia comenzó en 1918, con el final de la Alemania imperial Luego de terminada la Primera Guerra, cae el Imperio del Kaiser y nace la República de Weimar, gestada y parida en un contexto de gran debilidad. El Tratado de Versalles rubricó la derrota de Alemania que debió aceptar duras y humillantes condiciones militares, territoriales y económicas. Los republicanos y demóratas fueron acusados de ser los causantes de la derrota y de su vergüenza. En 1922 se produce el asesinato del Ministro de Relaciones Exteriores Walter Rathenau, asesinado tal vez por ser judío. Una república sin experiencia, joven e ingenua fue la que permitió el acceso de los nacionalsocialistas en 1923. Creían que podrían pactar y controlar a estos desaforados e imponer los valores republicanos, pero fueron ingenuos y no supieron defenderse de los que accederían al poder para traicionar la esencia misma de la república. El partido nazi aprovechó de las vacilaciones de los demócratas para consolidarse, construir y difundir entre sus simpatizantes sus discursos y ataques contra la democracia. Las duras condiciones económicas, la incertidumbre sobre un mejoramiento en el futuro, el sentimiento hondo de haber sido traicionados por los dirigentes, llevó a mucha gente a prestar sus oídos a estos entusiastas que prometían la recuperación de una Alemania de la que podrían volver a estar orgullosos. A fines de los veintes el Parlamento recibió a los primeros diputados y representantes que comenzaron a atacar al sistema desde sus mismas entrañas. Es ésta una potente lección de la historia que muestra cómo un sistema puede colapsar si un número no muy grande de la población actúa de manera eficaz para lograrlo. Cuando la mayoría no actúa, no participa ni se defiende, una minoría decidida se pone en acción y triunfa porque los sistemas democráticos son lentos en su defensa de la legalidad que es al mismo tiempo su garantía. Luego de la crisis económica del treinta que rubricó las falencias republicanas, el ascenso del nazismo fue imparable. Conquistaron el poder usando todos los recursos parlamentarios que les brindaba la democracia para llegar a 1933 con el poder total y el comienzo de las exclusiones a los comunistas, a los socialistas, el incendio del Reichstag, el boicot a los negocios judíos, la quema de libros. El error fue creer que se trataba de un partido más, que sus miembros eran ciudadanos comunes, que no debía darse crédito a su mensaje que era una fantochada. En el mismo error incurrieron los gobiernos europeos que creyeron que era posible negociar y pactar con los nazis, tener con ellos acuerdos de caballeros. La pasividad de la mayoría alemana así como la pasividad del resto de Europa hicieron posible el ascenso del nazismo. Creían que caería solo, creían que no podría sostenerse, creían que al final triunfaría la sensatez y la razón. Cuando se intentaba difundir en el exterior la forma en la que eran tratados los enemigos del régimen, los judíos y otros grupos excluidos, el gobierno alegaba que eran golpes de propaganda de los enemigos del pueblo. Y el mundo permanecía en silencio.

Además de excluir a los judíos del ejercicio de los oficios concretos merced a la Ley para la Ciudadanía del Reich, se los obligó a agregar los nombres de David o Sara a los propios, a llevar la letra J en el pasaporte. Excluidos de la vida civil, de las profesiones y trabajos, expoliados económicamente y finalmente marcados. No había escapatoria.

Unos meses antes de que Herschel matara a von Rath , en julio de 1938, se había celebrado la conferencia de Évian-les-Bains, en Francia. Líderes de 22 países se reunieron para ver si se encontraba algún destino para los judíos que estaban siendo echados de Alemania y Austria y golpeaban las puertas de embajadas y consulados con desesperación. La conferencia fue una demostración de la peor de las hipocresías porque, salvo la República Dominicana, ningún país de los allí presentes, que decía defender la libertad y la justicia, tenía lugar para admitir el ingreso de los judíos. No sólo eso. Declararon, sin que nadie se los pidiera, que ninguna de las naciones reunidas en Évian tenía la menor intención de desafiar el derecho del Gobierno alemán a introducir medidas que afectaran a sus súbditos, porque tales derechos pertenecían a su propia soberanía. Esta declaración constituyó un apoyo implícito a Hitler y su política de exclusión. Hitler entendió perfectamente el mensaje, y supo que nadie se le opondría, que podría hacer con los judíos lo que quisiera. La Kristallnacht fue la puesta en acción de todo esto. Sin ninguna duda, la Kristallnacht es un punto de inflexión en la persecución nazi. De quemar libros se había pasado a quemar sinagogas y edificios, a encarcelar y asesinar personas. Además de medir hasta donde podían llegar y comprobar que el mundo lo toleraba sin mosquearse, fue un campo de pruebas para lo que sobrevendría. Aprendieron de la lección porque se levantaron muchas voces de protesta y solidaridad entre los alemanes por el trato dado a los judíos, lo que enseñó a los jerarcas nazis que estas acciones debían disfrazarse, mantenerse lo más secretas posibles para no horrorizar o irritar demasiado a sus conciudadanos. A partir de allí, la política de exclusión, traslado y exterminio fue llevada a cabo gradualmente, con eufemismos, secretamente, para evitar la oposición de la gente común. La mayoría de los alemanes respondieron a la frase universal de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Conocedores como nadie del alma humana, los nazis extremaron los cuidados: mantenían a la masa en la ignorancia, mejoraban su calidad de vida merced a la intensa reactivación industrial y ellos entregaban de buen grado sus hijos a la guerra y cerraban los ojos con alivio.

c) ¿Por qué conmemorarlo?

El pueblo judío se identifica, entre otras cosas, por el ejercicio de la memoria. La memoria es la cadena de transmisión de los valores de nuestra cultura y es el sostén fundamental de nuestra identidad. Celebración tras celebración recordamos que hemos sido esclavos en Egipto y con ello re actualizamos el valor de la libertad, de la lucha por la justicia y la protección del que sufre, recordamos que hemos firmado un pacto ético por el cual nos declaramos iguales en tanto humanidad, con los mismos derechos y las mismas obligaciones que otros pueblos, que otros grupos y que cada uno de nosotros es responsable por el mundo en el que vivimos. Cuando en cada ceremonia matrimonial el novio rompe la copa de cristal, instala en medio de la fiesta instituyente de la continuidad el recuerdo de la destrucción del templo y con ello la admonición de mantener nuestra fidelidad a quienes somos. Se pueden destruir nuestros templos, se pueden quemar nuestros libros, se puede incluso asesinar a nuestra gente, pero no se puede borrar nuestra identidad. La noche del cristal fue el comienzo público de un nuevo intento emprendido en nuestra contra, el más letal, el mejor orquestado, el más exitoso porque se llevó a un tercio de los que éramos. Tal vez debiéramos conmemorarlo dejando vacío un tercio del lugar para comprender de un modo concreto la enormidad de lo que nos pasó. Conmemorar la Kristallnacht es esencial porque su conocimiento y la comprensión de sus contextos y consecuencias, abre interrogantes existenciales que piden ser respondidos.

d) El dilema de cómo ser realistas: Pesimismo y optimismo

La noche de cristal, sucedida hace casi 70 años nos lleva a preguntarnos sobre la posibilidad de la previsión o la anticipación. ¿Cómo saber cuando algún suceso es una tormenta de verano, algo transitorio y pasajero o si se trata del prólogo de hechos de mayor envergadura y peligro? La respuesta a esta pregunta tiene consecuencias prácticas dramáticas porque de ello depende nuestra conducta: ¿nos quedamos y esperamos a buen resguardo que todo pase o hacemos nuestras maletas y huimos mientras nos puedan sostener las piernas? Conversando una vez con un sobreviviente sobre esta cuestión, lo escuché decir que los pesimistas se habían ido de Europa mientras que los optimistas se habían quedado. El impacto de esta proposición fue muy potente porque me obligaba a revisar condiciones básicas de mi vida. Escribí en aquel momento un ensayo sobre el tema que se llamó “Pesimistas, optimistas y realistas. Lecciones de la Shoá”[4]. Pensaba allí que el optimismo nos es esencial para vivir, apostar a que todo estará bien, al destino feliz de nuestro camino, nos da fuerzas para luchar día tras día, pero corremos el peligro de negar lo que tenemos delante de los ojos. Una vez que se conoce el resultado de una acción es fácil reconocer si estaba acertada o no pero no sucede igual antes. En el momento de tomar una decisión no sabemos lo que irá a pasar, no tenemos cómo saberlo. Sólo después, el resultado de nuestra conducta nos revela que incurrimos en un error o que fuimos acertados. Ese resultado, la prueba del error o del acierto, era un dato que no teníamos al momento de tomar la decisión, no sabíamos qué iría a pasar. No hay a veces forma de saber de antemano cuál será el resultado de nuestra acción. No contamos con un servicio pronosticador confiable y seguro que nos sostenga con firmeza en nuestras decisiones más difíciles. Además de un alerta siempre encendido, sólo tenemos la fe, la fe que es la esencia y el resumen de la condición del optimismo: la fe en la bondad humana. Sin ella, todo horizonte será oscuro. Apuesto a un optimismo moderado, a un optimismo labrador de surcos fértiles donde germinen las semillas del Bien. La fe en la bondad humana nos impulsa a luchar por ella, a buscar los modos de generarla, estimularla y sostenerla. La fe en la bondad humana nos hace constructores de futuros y nos dicta la mejor pedagogía posible, la pedagogía del bien. Alguien me dirá que tal vez sea poco realista creer en la bondad. Yo respondo que el ser humano es gestor de sus propios mundos, que el realismo es esa tensión entre el pesimismo y el optimismo, ese espacio dinámico en el que nos balanceamos mirando con un ojo los peligros que nos acechan y con el otro a esa línea de luz que nos recuerda que debemos bregar para que siempre vuelva a salir el sol.

3- CONCLUSIÓN

a) Enseñanzas

La Shoá y la Kristallnacht nos dejan algunas enseñanzas que no desarrollaré ahora para no abusar de vuestra atención y tiempo pero que quiero dejar puntualizadas.

- la defensa a ultranza de la democracia,

- el alerta encendido ante las promesas mesiánicas de los salvadores del mundo,

- el juicio crítico despierto frente a la inundación de consignas, al lavado de cerebro mediático tan bien desarrollado por el Ministerio de Propaganda del III Reich,

- el respeto a ultranza por el derecho a existir de los diferentes grupos y personas,

- la lucha en contra de la discriminación y la exclusión,

- el trabajo por una mejor distribución de la riqueza en el mundo,

- el énfasis firme y decidido en la educación que es la única llave de la pequeña puerta que conduce al futuro de la humanidad.

b) Los tres nuevos mandamientos

Los judíos hemos aportado a la civilización occidental, entre muchas otras cosas, el mensaje del monoteísmo y su código ético fundamental en las Tablas de la Ley, los Diez Mandamientos. Es ésta una ley enunciada en segunda persona del singular, un yo que le habla a un tú, se apela a cada uno de nosotros de modo personal, concreto e intransferible. Nos dice que nuestras acciones no son indiferentes, que somos responsables por nosotros, por el semejante y por el mundo en el que vivimos.

Luego de la Shoá y su horror desatado, permitido por la indiferencia cobarde que lo toleró, el profesor Yehuda Bauer, propone que se agreguen tres mandamientos más a los diez existentes. En mi propia formulación ellos son:

Mandamiento número 11: “Tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, no serán nunca más víctimas”.

Mandamiento número 12: “Tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, no serán nunca más perpetradores”.

Mandamiento número 13: “Tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, nunca, pero nunca más, permanecerán indiferentes ante las injusticias y el padecimiento de un semejante”.

Muchas gracias.

Florida, Argentina, Noviembre 2006



[1] en alemán, Kristallnacht, Reichspogromnacht, Reichskristallnacht o Novemberpogrome

[2] En octubre de 1938 el gobierno polaco anuló la validez de los pasaportes polacos que no fueran visados en el plazo de un mes. El visado sólo podía hacerse en Polonia. Su objetivo era convertir en apátridas a todos los judíos polacos que vivían fuera del país. Muchos, cerca de 70.000, vivían en Alemania. El 28 de octubre, dos días antes del cumplimiento del plazo fijado, la policía alemana detuvo unos 20.000 judíos, mayormente varones adultos y los trasladaron a la frontera germano-polaca.
[3] SA, los Sturmabteilung -División Tormenta-, organización paramilitar del Partido Nazi. Sus miembros fueron conocidos como los “camisas pardas” para distinguirlos de los SS, llamados los “camisas negras”.

[4] Se puede encontrar en http://www.dianawang.net/blog/?p=51

Dilemas de la memoria. Un libro de Jack Fuchs

Ya desde el título comienza el cuestionamiento e invita a la reflexión. ¿Por qué dilemas y memoria en una misma frase? ¿Qué implica esta proposición? ¿De qué memoria habla? ¿A qué se refiere?Con esas preguntas tomé el libro y con esas preguntas in mente me dirijo a ustedes en este momento. Los textos publicados me eran conocidos porque son los que se publican habitualmente en la contratapa de Página 12 y que en cuanto son publicados circulan por Internet y son enviados y re-enviados muchas veces y suelen dar varias vueltas al mundo. Pero leídos todos juntos, organizados en una secuencia determinada, agregan a su contenido, algunas cosas que quiero compartir con ustedes. Dice Jack, varias veces, que la Shoá no tiene fecha de comienzo ni fecha de terminación. En suma, que no tiene fechas y sin fechas faltaría el soporte temporal que señale algún momento preciso. ¿Como recordar algo si no hay fechas para recordar? Para eso están los rituales, los hitos, como estacas clavadas en la tierra indicando que acá pasó algo, que fue aquél día, a aquella hora, y que fue así, que esto fue lo que pasó. No se puede recordar todo el tiempo, hacen falta las fechas precisas, los momentos significativos. Por ejemplo uno recorre el álbum de fotos familiares y lo más probable es que encuentre fotos de los cumpleaños, de los aniversarios, de alguna celebración, de las vacaciones, de los momentos en que solemos sacarnos fotos. Y después empiezan a pasar cosas curiosas porque nuestra memoria se vuelve la memoria de esas fotos que recorremos una y otra vez buscando en ellas la recuperación de ese momento del pasado que, como dice muy bien la palabra, ya pasó. Sin las fotos, los recuerdos van perdiendo nitidez, las caras se van esfumando, las palabras dichas, las palabras oídas se van alejando, se oyen más y más apagadas y hasta puede uno llegar a preguntarse si lo que recuerda fue así, si no habrá algo que uno se ha olvidado, si con el paso del tiempo no le habrá agregado cosas para rellenar aquellas porciones que fueron perdiendo contornos claros. Con el grabador ya pudimos guardar las voces, esos instantes evanescentes en los que un sonido, un tono, nos hablaba directamente al corazón. Las voces de los chicos, las de nuestros padres, la de los abuelos si hemos tenido la suerte de grabarlos, los latidos del corazón en algún embarazo, todo eso pudo ser registrado, guardado, conservado. Y otra vez, al escucharlo sucede algo diferente porque ahí está el momento pero al mismo tiempo ya no, esas voces ya no están, los chicos crecieron, algunos grandes se fueron y uno está en una tierra de nadie entre la emoción del recuerdo y la evidencia de lo que ya no es. Más tarde, la filmadora nos abrió la posibilidad de documentar en imagen, sonido, color y movimiento, cualquier cosa que quisiéramos, con la ilusión de que de esa manera, el pasado ahora sí quedaría cristalizado, conservado, preservado por siempre jamás. Y esto, nuevamente, es y no es así. Es así porque cuando vemos las fotos, cuando oímos los casettes o cuando vemos los videos, nos reencontramos con aquellos momentos y los evocamos; tal vez, con suerte, nos lleve a la misma situación en un regreso acompañado de sensaciones táctiles, hasta olores y por un instante se tiene la sensación de la recuperación de lo que ya pasó. Pero también este ejercicio de memoria tiene algo de siniestro, algo de incómodo, algo de inquietante porque esas fotos, esos sonidos, esas imágenes, esos movimientos, guardados, intactos, nos son un tanto ajenos porque la vida continuó, nosotros ya no somos los mismos, muchos de los que vemos ya no están y descubrimos que su recuerdo, ése que tenemos en nuestro interior, también ha ido cambiando junto con nosotros y que esa foto, esa evidencia que habíamos guardado es diferente del recuerdo que fuimos construyendo. Aunque Jack no lo dice así, hay algo de todo esto que vuelve dilemática a la memoria, que el soporte técnico no resuelve. Además sobre la Shoá, sobre nuestra Shoá, la personal, la de cada uno, no hay ni fotos, ni sonidos ni filmaciones. Algunos pocos documentos escritos, algunos poquísimos objetos y básicamente nuestro recuerdo, nuestra palabra, nuestro testimonio del que no siempre nos podemos fiar. Pero, aún sí, no puede hacerse en el vacío, debe encontrarse una estructura también para recordar, para que ese recuerdo no se vuelva un sentimiento tóxico que cubra todos los días y no permita vivir.

En la necesidad de recordar, de sentarse cada tanto y honrar algunos dolores, algunas pérdidas, rememorar momentos gratos, hacen falta hitos, espacios, fechas, ritualizaciones. La ritualización socializa el recuerdo individual, lo vuelve colectivo. Jack tiene un despertador interno, una alarma aguda que suena en cada 19 de abril, en cada 8 de mayo, en cada Pésaj, en cada Iom Kipur y lo arranca de la cotidianeidad, lo sacude de la modorra y le grita al oído: “ ¡Llegó la hora Yankele ! ¡Despertate! ¡Hacé algo! ¡No te quedes inmóvil! Hoy podés recordar, hoy debés recordar, andá que te están esperando” y ahí va, urgido por la convicción de que él mismo es un documento, de que no puede ni quiere ni debe sustraerse a hacerlo público, de que le debe ese eterno kadish a todos sus muertos sin tumba. Y sale, puntual, su página en Pagina 12. Con las mismas dudas, con las mismas preguntas, con el mismo escepticismo pero al mismo tiempo, a pesar de las dudas, a pesar de las preguntas, a pesar del escepticismo, sigue honrando al llamado de su compromiso. Esta presencia en cada efeméride revela la discusión interna que lo acosa entre su propia decepción y su necesidad de abrir la frágil puerta de la esperanza.

Jack cultiva la memoria pero sabe, y lo digo con sus palabras, que “la memoria no garantiza nada”. Pero a él no le importa. O sí, complejo y contradictorio como tantos de nosotros, hace como si no le importara y se planta e insiste y habla.

Habla de la guerra, del absurdo, de la condición humana, de la fatalidad. Habla de sus seres queridos, de su padre, de su madre, de sus hermanos. Habla de su ciudad, de la vida judía que se ha perdido, de las comunidades perdidas, del idish, de la militancia política, de los sueños de un mundo mejor. Habla de la necesidad humana de dibujar con mejores colores el pasado y recuerda que la supuesta liberación de los campos no fue tal aunque al principio él mismo lo llamaba así, que nadie lo liberó porque nadie lo fue a buscar, que simplemente fue encontrado porque los ejércitos aliados se toparon con el horror de los campos, fueron sorprendidos con esas visiones que no figuraban ni en sus mapas ni en sus planes. Habla de los héroes que se resistieron de forma armada y señala la injusticia que ha caído sobre los que no han podido pelear con las armas y que no sólo han sido asesinados sino que también se les exige retrospectivamente haber muerto de otra manera, como si hubiera alguna forma buena o mejor de morir, de tronchar una vida.

Menciona su edad a cada paso, y junto con su edad, levanta la contabilidad de los años que median entre ese día y el fin de la guerra. Construye cada nota como una efeméride, una marca en el paso del tiempo, y la angustia por el paso del tiempo, por la incertidumbre de lo que pasará una vez que no queden más testigos, una vez que la efeméride sea eso, tan solo una efeméride, un espacio en el calendario, una alusión vacía de contenido encarnado.

Y en su hablar, en su letanía, en su hagadá personal, los temas vuelven, se repiten año tras año sin pudor ni explicaciones innecesarias, como los martillazos que daba su padre sobre las suelas de los zapatos, rítmicos, persistentes, secos, contundentes, previsibles. Pero cada golpe que contiene la misma pregunta, el mismo dolor, la misma ilusión, la misma desilusión, se oye diferente porque viene con otro ejemplo, con otra reflexión, con otra metáfora que permite la recuperación de su vigencia.

Jack se crió, como casi todos nosotros, en la creencia de que la cultura, la ciencia, el arte, la elevación espiritual del hombre, conduciría a un mundo mejor, más justo. En sus notas está el dolor de advertir que el origen de la Shoá tuvo lugar en el pueblo alemán que alcanzó altísimos niveles culturales. Fue ese pueblo el que sumió al mundo en un horror inimaginado antes. Y no sólo eso, no olvida que el sueño comunista se hizo añicos en la Unión Soviética por el ataque a los valores más elementales, por los asesinatos cometidos en su nombre, y menciona todo lo demás que siguió pasando en otras latitudes, en épocas más próximas y que revela que el mundo parece no haber aprendido nada, que la cosa sigue y se reproduce y no tenemos respuestas ni propuestas eficaces, solo preguntas más y más desesperadas.

Testigo de su tiempo y sabe que aunque lo respetan, aunque lo escuchan con consideración, difícilmente lo oigan, difícilmente entiendan de qué está hablando.

Varias veces me ha dicho que duda del sentido de hablar, que duda de que a los demás les interese, que duda de que lo entiendan y que se siente bien a veces hablando conmigo, es por eso que me ha pedido que esté hoy en esta presentación. Me pregunté cuál sería la razón de que se sintiera bien, de que pudiéramos hablar. ¿Será porque soy hija de sobrevivientes de la Shoá? ¿Será porque tomé el tema de la Shoá como uno de los ejes de mi vida? ¿Será porque no me tranquilizo con los habituales lugares comunes y aprecio su mirada cuestionadora y provocadora? No lo sé. Lo que sí sé es que cuando lo escucho, cuando de verdad lo escucho, cuando no mejoro ni traduzco lo que me dice, tengo claro que no sé de qué me habla. Sé que no sé. Creo que ésa es toda la diferencia. Tengo claro que no sé y es desde ahí que tenemos este espacio común. Cuando uno se adentra en el tema de la Shoá, cuando uno de verdad se mete en sus oscuridades, pestilencias y terrores, a uno lo acosa un vaho insoportable y junto con él la evidencia de la imposibilidad de saber. Las preguntas que surgen inmediatamente y de las que Jack da cuenta a cada paso, chocan con el límite de lo que estamos preparados para comprender y aceptar. El Bien y el Mal, el asesinato y la muerte, las justificaciones, la técnica aplicada a la destrucción. Es tan difícil de soportar que rápidamente se siente la tentación de transformarlo en conceptos conocidos, en volverlo familiar, en traducirlo a experiencias con las que uno se puede identificar y ahí es donde perdemos, porque nada hay más lejos de la experiencia común que la de los que pasaron la Shoá, los que fueron testigos del extremo de todos los extremos. Sentimos tantas veces que la gente se sacude estas cosas con las frases hechas habituales, con las referencias acostumbradas, palabras como horror, Auschwitz, hornos, nunca más, son esgrimidas en un simulacro de compromiso que se disuelve rápidamente, que se guarda hasta el próximo Iom Hashoá en el que se volverán a desempolvar y a exhibir como fantasmas mudos. Y todos en paz, a dormir con la conciencia tranquila de haber dicho lo que había que decir. Jack y todos los sobrevivientes, lo llevan puesto todo el año, todos los días, todas las horas. Lo llevan como esa piedra en el zapato a la que uno se ha acostumbrado, tanto que a veces ya no la siente, pero que sigue ahí y que vuelve a doler cuando uno se apoya mal, o hace algún movimiento diferente. Y vuelve el dolor con toda su intensidad, a veces como dedo acusador, otras como testimonio de la fragilidad de lo humano. Esto es lo que denuncia Jack y lo expresa en sus preguntas de siempre, en su incredulidad sobre la fatalidad del Mal, en la dificultad de aceptar que la cosa no tiene remedio, en el consejo que nos da y que se da a sí mismo de que mejor aceptemos que somos así, que es parte de nuestra humanidad, como lo dice él mismo, que “la guerra es una circunstancia humana, como el dolor, la memoria, la risa”.

Sólo quiero mencionar dos cosas de las que aparecen publicadas en este libro. Una, su propuesta de dejar una de cada tres sillas vacías en cada conmemoración de la Shoá para mostrar de manera dramática y concreta que ha sido asesinado un tercio de los judíos del mundo. Me parece una cosa sencilla, potente y hondamente significativa, algo que habla por sí mismo y compromete corporalmente a los presentes. La otra cosa que quiero señalar es algo que dice en la página 116 cuando habla de que de las víctimas no puede aprenderse casi nada. Lo cito: “solo la triste lección de lo que el hombre es capaz de soportar para sobrevivir. Los verdugos en cambio tienen un saber articulado en la preparación metódica de las tareas, en la organización, en la anticipación y en el rasgo estratégico de sus objetivos. Desde el ascenso del nazismo en 1933 hasta su caída en 1945, los nazis trabajaron infatigablemente en la organización y ejecución de sus fábricas y laboratorios de muerte, con la colaboración y asesoramiento de científicos, médicos, ingenieros, antropólogos y técnicos. Para saber qué ocurrió, sería de enorme utilidad tener los testimonios personales, el relato confesional de las experiencias, de los planes, tanto de los ejecutores, como de los científicos e intelectuales comprometidos con la matanza”. Es también una propuesta potente que habría que realizar. Los sobrevivientes hablan y han hablado. Testigos, testimonios y documentos encarnados, pero son tan solo un extremo de este sube y baja de la humanidad. Sólo Abel. Nos falta conocer al otro, a Caín, a los caínes de la humanidad, a los caínes políticos, sociales y económicos pero también a los caínes que todos creemos que tiene el otro, a los caínes que tenemos adentro cada uno de nosotros.

La sabiduría de Jack se expresa de manera prístina en la siguiente anécdota que no está en el libro y con la cual termino la parte que me toca en esta presentación. Un día me dijo: “Mirá cómo son las cosas. El otro día iba con el coche y un tipo hizo una mala maniobra y me lo rayó. Me puse como loco, me bajé del coche, me enojé, me puse mal y de pronto me detuve y me dije ´Yankele, ¿qué estás haciendo?, ¿qué importancia tiene? Es sólo un coche, después de todo lo que te pasó ¿un rayón en el coche te parece que merece que te angusties?´ y me pareció que estaba bien, que esa voz interna mía ponía las cosas en su lugar, que estaba exagerando, que un rayón en el coche era una tontería. Pero pasó un momento y pensé que no podía vivir toda mi vida midiendo las cosas así, que la vida normal no era Auschwitz, que estaba en Buenos Aires, que la vida normal ahora era cuidar el auto y ponerse mal cuando a uno se lo rayaban, que yo era igual a cualquiera y que estaba bien bajarme del coche y decirle al que me lo había rayado ¡Hey! ¡Mirá lo que hacés! ¡No podés andar por el mundo rayándole el coche a la gente!”.

A veces los dilemas se resuelven así, apelando a lo concreto y más vivo de la vida, porque como Jack mismo lo dice en la página 180 “es mucho más fácil recordar el pasado que combatir la indiferencia presente”. Muchas gracias.

Diana Wang.

Librería El Ateneo, 5/10/06

Una vida iluminada (2005)

Deslumbrante puente de luz entre el pasado y el presente.

Jonathan Safran Foer es un joven escritor judeo-norteamericano. Escribió su primer novela “Everything is Illuminated”, -“Todo está iluminado”- a los 21 años. Su deslumbrante escritura, su frescura y su desparpajo proporcionan un nuevo lenguaje para hablar de la memoria, el pasado, la continuidad, las búsquedas, los mitos constituyentes, el duelo, el olvido, la identidad judía, la Shoá, el futuro. Todo junto y en revuelto y armónico montón. Este año se estrenó en la Argentina la película “Un mundo iluminado” que realizara Liev Schreiber basada en aquel texto, protagonizada por Elijah Wood (el Frodo de “El señor de los anillos”). Con valores propios en los que la imagen y el sonido son centrales, Schreiber construye con su film un producto diferente a la novela tomando uno de los hilos narrativos allí propuestos y algo de su desenfadado lenguaje y propuesta irreverente. Brevemente, cuenta el viaje a Ucrania del protagonista, Jonathan. Busca a esa mujer que está en una vieja foto de su abuelo, Augustine, la que supuestamente lo salvó durante la ocupación nazi. Lo recibe Alex, el traductor que ha contratado, un joven de su misma edad que sueña con los Estados Unidos como un paraíso, una meca ideal. Para uno el mito es el regreso a Ucrania para el otro el mito es la ida a los Estados Unidos. Cara y contracara, derecho y revés. Juntos emprenden el viaje a la Ucrania profunda, al pasado, en el presente. Pero no están solos. El coche destartalado que les sirve como medio de transporte, residuo de la época soviética, está manejado por el abuelo de Alex que también se llama Alex, un ucraniano ordinario y flagrante antisemita que usa antojos oscuros porque dice que es ciego. Va junto con su perra, Sammy Davis Jr.Jr., una perra desequilibrada y poco confiable. En desopilantes traducciones Alex nieto disimula los exabruptos ofensivos que Alex abuelo profiere hacia “el judío” y emprenden la aventura en el contexto del “Heritage Tours”, una supuesta agencia de viajes con un cartel está flanqueado por dos estrellas de David y que lleva a los judíos ricos de Estados Unidos a “visitar a sus judíos muertos”. Jonathan quiere conocer Trachimbrod, el shtetl donde nació y vivió su abuelo, el lugar en el que él viviría de no ser por lo sucedido en la Shoá. Es un coleccionista: colecciona objetos, cualquier objeto, testimonios, documentos, fragmentos de vida que resumen momentos, intentos desesperados por no perderse en el olvido, los guarda en bolsitas y les pega una etiqueta. Quiere conocer ese sitio que fue relato, cruzado por el río Brod, encontrar allí lo que allí quedó sepultado.

En una metáfora sobre la intangibilidad de la memoria, vemos las aguas caudalosas del río cubiertas por papeles, ¿escritos?, ¿libros? y oímos voces junto al sonido del agua, múltiples voces superpuestas y en sordina. ¿Dónde quedó la gente que habitaba ese lugar? ¿Qué pasó con toda esa cultura? ¿Cómo es posible que no quede nada? Es una búsqueda en la que el humor disfraza la mística y eterna pregunta sobre la vida y la muerte. Los que estaban y han muerto, ¿dónde están? ¿dónde están sus sueños, sus proyectos, sus palabras, sus amores, sus temores y debilidades, sus delirios y despertares?. Lo único que queda de Trachimbrod es una casa en el medio de un campo inmenso y alucinado sembrado de girasoles, una casa precedida por un espacio con ropa blanca colgada, ropa tendida al sol, ropa lavada, no se sabe de quién, para quién. Las sábanas se agitan con el viento a modo de espantapájaros, y nos saltan las palabras que acosan a toda Europa contenidas en la metáfora sobre los trapitos al sol, sobre el espanto de espantar lo que produce espanto. En esa casa vive la única sobreviviente del lugar, cuyo nombre desconoceremos y que parece ser la hermana de la Augustine buscada. Esta mujer ha quedado sola, como una sacerdotisa, para guardar testimonio de lo que hubo. Las paredes de su casa están colmadas de cajas y cajas con etiquetas disímiles: “anillos”, “cosas importantes”, “fotos”, “adornos” y cientos de otras. Dice que la tierra está llena de las cosas que dejaron los judíos y que ella las desentierra y las va guardando en cajas y catalogándolas adecuadamente. También es una coleccionista. También colecciona objetos que deben ser rescatados del olvido, objetos en forma de documentos que atestiguan que allí vivió gente, que nació y vivió por siglos y siglos. Ella también, al igual que Jonathan, uno el alter ego del otro, siente que debe luchar contra el olvido. Es un bordado de simetrías sorprendentes que unen a las generaciones a lo largo del tiempo y hacen un contrapunto de múltiples voces, superponiendo comedia y tragedia de un modo fantástico y fluido los personajes dialogan de manera refleja dibujando negativos y positivos de una misma trama.

No queda nada de Trachimbrod. Es como si no hubiera existido. No queda nada más que recuerdos en cajas y la vieja foto de Jonathan. Pero Alex, el abuelo, se re-encuentra con su propio pasado porque pronto comprendemos que él también era de allí. Antes de la Shoá se llamaba Baruj, era judío y en una de las matanzas colectivas había salido ileso por causalidad y decidió en ese acto dejar de ser judío. La escena de la matanza y los disparos es progresiva, no se nos muestra de manera lineal sino que se va construyendo a medida que el velo del forzado olvido se va descorriendo de los ojos del abuelo, a medida que recupera la visión. No es que era ciego, él decía que lo era y por eso llevaba a la perra porque, según él, ella veía por él. Al revés de los que no ven que no ven, el abuelo ve pero dice que no ve, hace como que no ve y nos interpela con ello. ¿Qué vemos y no vemos? ¿Qué hacemos como que no vemos? ¿Qué es ver? Lo cierto es que en la escena de los disparos, en un principio no sabemos si el abuelo disparaba o si había sido disparado, no sabemos de qué lado estaba, si de los asesinos o de las víctimas, si era el que sostenía el arma o el que recibiría la bala. Como espectador sentimos la desesperación por saber, nos resulta intolerable la incertidumbre, necesitamos catalogar nosotros también las cosas de un lado o del otro, los buenos aquí, los malos allá, y así poder seguir tranquilos. El film nos va llevando a un territorio de ambigüedad, al de lo más humano de nuestra humanidad que se resiste a leer en códigos de grises e insiste en los puros y prolijos blancos y los negros. Creíamos que las cosas eran sencillas, que el abuelo era un antisemita de tal por cual y que, en consecuencia, era uno de los asesinos. Pero no es así. El ucraniano antisemita que siempre que habla de Jonathan dice “el judío” resulta ser él mismo un judío que decidió hacer como que no lo era como suprema estrategia de supervivencia. ¿Cómo juzgarlo? ¿Cómo opinar sin haber estado en sus zapatos? Advertimos entonces nuestra incapacidad de comprender acabadamente la enormidad de lo sucedido, las paradójicas decisiones, a veces imposibles, que tuvieron que tomar en aquellas circunstancias. Y nos quedamos mudos.

Una langosta encerrada en un trozo de ámbar y el germen de la vida contenido allí, su ADN intacto es el germen de la eternidad. Un insecto preso en un broche, un insecto sobre la orilla del rio Brod. El broche conteniendo el insecto en la foto de Augustine, el mismo broche en la mano de Jonathan.

Pero el nivel de lectura puede hacerse más amplio y, si se quiere, abrumador. Ucrania y los judíos, la música que escuchamos nos es tiernamente familiar porque se parece tanto a nuestra música que creíamos judía y está hondamente emparentada con la profunda y eslava orientalidad europea. Lo judío entramado en lo ucraniano, tanto que no se sabe quién es judío y quién no, cuánto hay allí de lo judío, cuánto, cómo y dónde. Por extensión Europa. Toda Europa está expuesta. Europa y su actual antisionismo que vuelve a poner en el tapete la evidencia de que nunca hizo los deberes, que tiene sepultada su alma judía en cada terrón de tierra y sigue haciendo como que no. Igual que el abuelo de Alex, dice que no ve y necesita de una perra, “a bitch” (que en inglés es perra y también puta) que le preste los ojos. Europa prostituida por el auto-engaño durante siglos, que vivía bajo el simulacro de que los judíos éramos marginales, que daba lo mismo si estábamos o no, que si no estábamos era igual, hasta incluso sería mejor, los nazis hicieron el trabajo sucio pero al fin de cuentas, no está tan mal. ¿Cómo es la Europa de hoy sin judíos?

Vivimos en estos tiempos la sed de volver, a Polonia, a Alemania, a Rumania, “volvemos”, igual que Jonathan a un lugar donde nunca estuvimos. Volvemos al lugar en donde viviríamos si no hubiera sido por la Shoá. Hablaríamos ese idioma, oleríamos esos olores, miraríamos ese cielo. El film ilumina los agujeros negros del pasado en la búsqueda emprendida entre gentes y lugares, gentes de hoy buscando a quienes ya no existen, lugares que están pero que han dejado de existir. Y los europeos orientales nos ven “volver” y nos reciben contentos porque les traemos dólares y estos “regresos” se vuelven formas de vida para muchos, una forma absurda de desandar los caminos que la historia hace imposible porque la flecha del tiempo tiene una sola dirección. ¿O tal vez no?

Plena de símbolos, de sentidos, de significados, tantos como espectadores tenga, Una vida iluminada me ofreció, sobre todo, la renovación de la esperanza en la generación de los nietos. El film es de nietos y abuelos, nuestra generación, la del medio, la de los hijos, la segunda generación, está salteada. Jonathan Safran Foer, un nieto de sobrevivientes, nos propone que son ellos, los nietos, frescos, sin nuestras cautelas y temores, atrevidos y entusiastas, quienes encontrarán lo que muchos de nosotros no hemos podido ni siquiera empezar a buscar porque estamos, tal vez, demasiado cerca de la ausencia. Conmovida y emocionada por tantas imágenes que evocaban recuerdos, relatos imaginados, palabras oídas en susurros, sueños que no se terminaban de dibujar, quedó resonando en mí eso, esta idea de que hay un mundo por descubrir en manos de nuestros hijos y que si este film es un producto de uno de ellos, pues quedémonos tranquilos, la cosa está en buenas manos.

Reflexiones sobre Iom Hashoá

Los judíos somos el pueblo de la memoria. La memoria y su ejercicio cotidiano y familiar nos ha permitido ser protagonistas de este fenómeno insólito de supervivencia a lo largo de tantos siglos y faraones. Ser cultores de la memoria no es un regalo sino una responsabilidad. ¿Qué memoria guardaremos? ¿Para qué? Hay quien rememora los momentos de victimización y penuria. Hay quien rememora los hitos pasados que permitieron que nos definamos como somos. Hay quien se detiene en las lecciones morales, en las propuestas éticas. Hay quien se solaza con los logros culturales, científicos, alcanzados en tantos años de historia. La memoria es un espacio que puede albergar diferentes modalidades y objetivos y de cuyo ejercicio emergeremos definidos de diferentes maneras, víctimas, triunfadores, héroes, ejemplos, etc. ¿Cómo rememorar el Iom Hashoá? ¿Cuál sería la fecha adecuada para hacerlo? ¿Cuáles los contenidos de los actos de recordación? ¿Cómo hablar del heroísmo cotidiano de los millones de judíos que lejos de dejarse llevar pasivamente como ovejas al matadero resistieron de cientos de maneras el intento de deshumanización, el arrancamiento de la identidad, del lugar, de la familia, de toda posibilidad de una vida digna y humana? ¿Cómo no mencionar a los justos gentiles, a los que fueron educados en el antisemitismo más acérrimo y aún así arriesgaron sus vidas para salvar a los que habían sido enseñados a odiar? ¿Cómo expresar el agujero negro que ha quedado en Europa y en el pueblo judío con el arrasamiento de las más de cinco mil comunidades judías con sus vidas, su idioma, sus hábitos, sus culturas y proyectos? ¿Cómo honrar a esos padres que hicieron lo increíble para intentar salvar a sus hijos? ¿Cómo hacer para no caer en banalidades o frases hechas que terminan siendo un ruido de fondo probablemente de poca utilidad? Habría que contar historias de sobrevivientes, historias de salvadores, exponer la cruda humanidad con sus altos y sus bajos, sus logros y falencias, habría que intentar comprender qué impulsa a la Humanidad al ejercicio del Mal, qué aspectos de nuestra sociedad lo alientan y promueven, habría que hablar de hipocresías, doble moral. Habría que hablar de la importancia de los intereses económicos en las grandes decisiones gubernamentales y de cómo se obnubilan las consideraciones morales a la hora de defender esos intereses, porque si seguimos hablando sólo en el nivel de lo que "se debe hacer" y no consideramos lo que "efectivamente se hace", nuestras conmemoraciones seguirán siendo retóricas, diremos y oiremos bellas palabras que hablarán sobre bellos sentimientos y afuera del lugar en el que el acto tenga lugar, el mundo seguirá siendo indiferente a las declaraciones de un presidente acerca de la necesidad de nuestra erradicación del planeta, o los intereses de los países del mundo se partirán de acuerdo a quién reciba qué parte de los beneficios. Y así ha sido siempre. Todos sabemos lo que está bien y lo que está mal. Lo que no sabemos es cómo hacer para que triunfe el bien.

Circular 11 - su historia y el hallazgo

HISTORIA DE LA CIRCULAR

(Extraído del libro "La auténtica Odessa" de Uki Goñi)

Firmada por el Canciller José María Cantilo el 12 de julio de 1938, la "Circular 11" restringió la entrada de judíos que huían del régimen nazi. En su primer párrafo, refiere a la Conferencia de Evian, que sesionó del 6 al 13 del mismo mes en Francia, donde más de 30 países, incluyendo Estados Unidos y la Argentina, firmaron un acuerdo que buscaba un destino seguro para los refugiados judíos que huían de Alemania y Austria. O sea, mientras participa públicamente de una conferencia para salvar estos refugiados, Argentina dicta una norma secreta prohibiendo su ingreso.

Así, la circular neutraliza los "compromisos ... que puedan derivar de nuestra participación en las Conferencias y organizaciones internacionales que estudian en estos momentos una solución general al respecto". La "organización internacional" referida es la Liga de las Naciones, que en 1938 trató también el tema de los judíos que huían de Alemania. La circular luego cita "los convenios bilaterales últimamente celebrados para la admisión de agricultores extranjeros", una clara alusión a los acuerdos de colonización firmados para la admisión de agricultores judíos alemanes.

Para detener el influjo que pudiera resultar de estos acuerdos, ordena a los cónsules argentinos "negar la visación ... a toda persona que fundadamente se considere que abandona o que ha abandonado su país de orígen como indeseable o expulsado". La referencia "indeseable" como sinónimo de judío era de uso corriente en documentos de Cancillería de la época. El archivo de Cancillería guarda cartas en las que sus cónsules invocan la "Circular 11" como justificativo para la negación de visas a judíos. Así, sin emplear explicitamente la palabra "judíos", la circular deja bien en claro su objetivo.

Efecto de la Circular 11 en la cantidad de judíos que llegaron a la Argentina:

  • 1938: 4919
  • 1939: 1873
  • 1941: 2006
  • 1942: 60
  • 1943: 26
  • 1944: 1

 

EL HALLAZGO y DEROGACIÓN

Beatriz Gurevich hablando en la Casa Rosada. (Foto: Diana Wang) Probablemente la única copia que ha sobrevivido de la Circular 11 fue descubierta en los archivos de la embajada argentina en Estocolmo en 1998 por la investigadora Beatriz Gurevich mientras formaba parte de la CEANA, la comisión oficial argentina encargada de estudiar el papel de Argentina como refugio de fugitivos nazis.

La CEANA había encomendado a Gurevich revisar los archvos de las embajadas argentinas en Europa, y Goñ le sugirió que allí podría aparecer una copia de la orden secreta que él conocía por historias de familia.

Gurevich efectivamente encontró así una copia de la circular en Estocolmo. Pero este y otros descubrimientos de Gurevich no agradaron a la CEANA, y tras un período de gran acritud, la historiadora debió abandonar la comisión sin que la circular se diera a conocer.

Gurevich facilitó una copia de la circular a Goñi quien la sacó a la luz con la publicación de su libro "The Real Odessa" en Londres en el 2002, a pesar que en ese momento seguía siendo un secreto de estado.

Tras una solicitud especial de Goñi presentada ante el Canciller Rafael Bielsa -un pedido refrendado por un grupo de intelectuales argentinos y refugiados del nazismo que lograron entrar a la Argentina pretendiendo ser católicos- la circular fue finalmente reconocida y derogada en un acto en la Casa Rosada con la presencia del Presidente Néstor Kirchner el 8 de junio del 2005.

(tomado de Uki Goñi)

 

Nuevos nombres del trauma, libro de Bejla Rubin de Goldman

Presentación hecha en AMIA.

Lo que porta el título del libro. El título del libro indica la necesidad de nombrar y mucho de su contenido gira alrededor de las palabras, de poner palabras, de decir palabras, de poder pensar, procesar, comprender, significar y resignificar nuestra herencia. Herencia en tanto hijos de sobrevivientes y herencia en tanto humanidad. La herencia es lo que se recibe. Cuando se toma eso que se recibe y se lo incorpora y trabaja, se vuelve un legado. Un legado que guarda aún interrogantes y nos cuestionan nuestro lugar como hijos, como herederos, como efectos y también continuadores. Los sobrevivientes, nuestros padres, observan con agrado y sorpresa, aunque con alguna inquietud, esta asunción activa de la herencia que en nosotros se vuelve legado. Los acosa la eterna pregunta: ¿entenderemos? ¿alcanzaremos a dimensionar lo que pasó? ¿seremos capaces de hacer algo con ello? Nosotros, los que somos testigos de los testigos, estamos empezando a hablar.

Siempre estuvo. La Shoá, el hecho primigenio, es nuestro contexto presente desde el comienzo de nuestra vida. Lo hemos incorporado con la primera inhalación de aire, con el lenguaje corporal de los silencios, los vacíos, los llantos, los temores, las angustias, las prevenciones, los arrebatos, climas para o pre verbales preñados de pesos y signos amenazantes y oscuros. Más tarde, cuando las hubo, llegaron las palabras.

Las palabras. Relatos quebrados, silencios agruyerados, discursos rotos que irrumpían a borbotones y por sorpresa, erupciones imparables que nos cubrían de una lava pegajosa y caliente que no nos permitía hurgar más allá ni entender. Nombres extraños que se nos volvían familiares pero que no estaban asociados a imágenes, lugares en los que nunca habíamos estado, olores que se evocaban sin que nuestras narices los hubieran olido jamás pero por los que sentíamos una nostalgia que no alcanzábamos a comprender. Se hablaba de tíos, primos, abuelos cuyas caras no teníamos, cuyas pieles nunca habíamos rozado, cuyas voces nos serían por siempre desconocidas pero que eran tanto o más reales que los parientes reales cuando los había.

Otra realidad, más real. Los relatos de horror, nos eran entregados entrecortadamente pero con tal peso que constituían de alguna manera un mundo concreto. Más real que el que vivíamos. El “ALLÁ”, “LA GUERRA”, “ESO”, “LOS ALEMANES”, eran entidades poderosas, que no admitían discusiones ni preguntas, caían sobre nosotros con el peso de lo incontrovertible y fatal. Nuestra vida cotidiana, la escuela, los juegos, los deberes, eran lo otro-real que fluía y dialogaba en nuestras casas en dimensiones paralelas que rara vez se cruzaban. Lo real cotidiano inofensivo, dado y rutinario, coexistía con injusticias, maldades, horrores, muertes absurdas, universos irracionales y arbitrarios, letanías y anécdotas que se repetían, siempre igual, sin posibilidad de elaboración o comprensión. Vivíamos sin darnos cuenta, dos realidades, dos mundos que coexistían separadamente y se entretejían en nuestro interior.

Antes, el vacío. En el comienzo estaba la Shoá. De grandes, muchos de nosotros nos sorprendemos al advertir lo poco que conocemos de las vidas anteriores de nuestros padres. Sus infancias, sus sueños, sus otras familias cuando las había, sus otros hijos, esposas o maridos. Una ausencia corporizada como vacío innombrable. Es como si la Shoá hubiera sido nuestro verdadero comienzo, el gran y único organizador, como si lo anterior hubiera quedado en una zona gris, hubiera sido una especie de croquis o borrador anulado por la contundencia del hecho en sí. Para muchos de nosotros, “en el comienzo fue la Shoá”, una Shoá que conocemos bien en nuestra carne y en la carne de nuestros padres, pero de la que no tenemos memoria efectiva ni conocimiento cierto.

Secundariedad. “Lo más importante de mi vida pasó antes de que naciera” le oí decir a un hijo de sobrevivientes. Lo que nos define, más que nuestra historia, es en consecuencia, nuestra pre-historia. Somos secundarios a nuestra propia historia. Cronológicamente pero también ontológicamente. Somos segunda generación. Esa secundariedad se vuelve una paradoja. Somos herederos pero no testigos. Sufrimos algunas de sus consecuencias pero no podemos dar cuenta efectiva de ninguno de los sucesos. Estamos, seguimos estando, pero nunca estuvimos. Ocupamos una oscura topografía de la Shoá, una especia de bisagra entre nuestros padres y nuestros hijos. Tal vez sea ese espacio paradojal nuestra potencia. En la búsqueda de certezas, de fronteras claras y seguras, no advertimos que lo singular es precisamente lo que no está claro, lo que nos coloca en este espacio de delimitación problemática. Nuestra indefinición podría ser nuestra riqueza.

La iatrogenia. Muchos de nosotros han sobrevivido no sólo a la Shoá de sus padres sino a tanta instrucción psicológica impartida por psicólogos y médicos que tardaron mucho tiempo en advertir que nuestra condición nos atravesaba. Atribuían nuestras características a diferentes e imaginativas patologías o neurosis. Características tales como ser sobre exigidos, exigentes, complacientes, demasiado responsables, seguidores de tradiciones familiares, apaciguadores, luchadores contra la discriminación, culpables por no haber sufrido lo que nuestros padres, desdichados si fracasamos porque entonces ellos se sentirán fracasados dado que somos su pasaporte el éxito, las dificultades en el establecimiento de relaciones íntimas, el individualismo, la irritación frente al autoritarismo. Suele ser grande nuestra sorpresa cuando descubrimos esa especie de fratría en la que estas características nos son comunes, que probablemente ese lugar tan difícil de definir es lo que nos ha constituido de esta manera.

Misiones imposibles. Recibimos mandatos implícitos o explícitos, imposibles de cumplir: reemplazar a los muertos, justificar a los sobrevivientes en su supervivencia, compensarlos, curarlos, consolarlos, rescatarlos, deshacer con nuestras vidas el pasado una y otra vez. Igual que Hamlet, éramos visitados por fantasmas que nos hablaban al oído, sombras que nos exigían venganzas, justicias, reivindicaciones, sacrificios, devociones.

Difusa. Tiene una identidad difusa .Será por la difusión de los espíritus de sus ancestros en el humo de Auschwitz, de Dachau, de Treblinka. Cuando se mira al espejo, suele encontrar ceniza en sus mejillas.

Junto con las misiones imposibles, recibimos la prohibición de buscar explicitaciones abiertas de los aspectos más oscuros, doloroso, intrincados y vergonzantes. Teníamos que ser felices sin hurgar en el pasado, escuchar el sufrimiento de nuestros padres pero hacer como que no estaba, ser su crédito en la vida sabiendo que nunca alcanzaríamos a ser los protagonistas. Pero lo curioso es que, aún cuando teñía y constituía gran parte de nuestra subjetividad, el hecho de ser hijos de sobrevivientes, no existió siempre como noción.

La toma de conciencia. Hay un momento en que despertamos a nuestra condición de hijos de sobrevivientes. En nuestra búsqueda, tenemos una primera sorpresa al descubrir que lo que creíamos único, lo que guardábamos secretamente pensando que nuestra familia era un caso raro, resultaba similar en otros hijos de sobrevivientes, que había una fraternidad que desconocíamos. El camino que emprendemos a partir de allí es variado. Algunos “desentierran” lo enterrado trabajosamente y otros entierran la noción aún más hondo. Entre los primeros, los que deciden bucear y buscar, el paso siguiente suele ser pasar de la mitología a la historia.

De la mitología a la historia. Se intenta conocer la historia familiar, armar el rompecabezas de la supervivencia de los padres, construir un “álbum familiar” mediante una especie de arqueología reconstructiva. Dónde estuvieron, cuándo, cuánto tiempo, con quién, qué pasó, de allí a dónde fueron, hasta cuando. Son preguntas, recorridos, secuencias, que no teníamos, que no nos animábamos a plantear. La versión mitológica lo traía todo junto, apelotonado, desordenado y confuso. La cronología, la geografía, el conocimiento de los hechos, brinda un contexto de significación para la conducta de nuestros padres lo que nos permite no sólo visualizarlos durante la Shoá sino comprender muchas de nuestras experiencias infantiles. Es difícil encarar este camino en soledad, por eso es tan preciada la pertenencia a un grupo de iguales.

De la historia a la misión. En este momento del proceso de pasar de la mitología a la historia, algunos hijos de sobrevivientes deciden que es suficiente, que les basta con lo conseguido. Para otros, el encuentro grupal abre nuevas preguntas, un sendero del que ya no quieren apartarse. Sigue a esto el sentimiento, la convicción de ser portadores de una misión mandatoria, que reinscribirá a la experiencia en un concierto social con sentido. El trabajo de los sobrevivientes es sostener la tensión entre recuerdo y olvido que constituye de la memoria y la vida que continúa. El trabajo para la segunda generación es la construcción del sentido.

Nuestras voces están empezando a emerger hace unos pocos años. De diferentes maneras, en diferentes producciones. Cientos de piezas de teatro, cine, ballet, investigaciones, poesía, narrativa, ensayos, búsquedas sin cartografías ni señales. Bejla con sus escritos y en particular con este libro se inserta en esta corriente, en lo que nos caracteriza a los hijos de sobrevivientes, traer la experiencia de la shoá a nuestra vida, abrirla, observarla, dialogar con ella en la búsqueda de identidad y sentido.

Crónica del Acto de Restitución

EL ESTADO ARGENTINO PIDIÓ PERDÓN

Diana Wang

El acto. El director de Migraciones argentino rectificó mi partida de ingreso como inmigrante judía llegada al país después de la Segunda Guerra Mundial, cuando debí inscribirme como católica para ser admitida. El trascendental momento se coronó con el pedido de perdón del Estado argentino a todos los afectados por la misma circunstancia. Recibí una constancia oficial del registro de mi identidad judía, y mi caso es un "leading case" en la Argentina donde reside una numerosa comunidad judía. El 19 de septiembre pasado se hizo la ceremonia oficial con la entrega de la nueva documentación. Integraron la mesa el Dr. Ricardo Rodríguez, Director de Migraciones, el Dr. Daniel Sabsay, constitucionalista, escritor y profesor universitario, el Sr. Uki Goñi, periodista y escritor, quien impulsó la derogación de la Circular 11, la Lic. Beatriz Gurevich, socióloga e investigadora. Condujo el acto el escritor y periodista, el Sr. Pepe Eliaschev.

Alemania y Argentina. En 1953 la República Federal de Alemania promulgó la primera Ley de Indemnizaciones para las víctimas judías de la Shoá, conocida como Wiedergutmachung, literalmente “hacer el bien de nuevo”. Algunos sobrevivientes se negaron de plano a recibir dinero, pues entendían que se les ofrecía literalmente una compensación lo que era inadmisible porque el dinero no exculpaba del horror. Otros lo tomaron de manera simbólica e interpretaron la conducta del gobierno alemán como el reconocimiento público de su crimen, una declaración de culpa y la única manera concreta de expresarlo, además del pedido de perdón, era mediante la compensación económica. Hoy en Argentina, 52 años después que Alemania, la decisión del gobierno de eximir del pago de arancel para la rectificación de la condición de identidad sigue simbólicamente esa misma línea de reparación. También acá, el reconocimiento y el pedido de perdón públicos y oficiales se continuaron y concretaron en términos económicos. La eximisión del arancel correspondiente revela que los judíos estábamos forzados a mentir para conseguir ingresar a la Argentina por imperio de la Circular 11. Estamos eximidos de pagar por rectificarlo porque no fue nuestra la culpa.

LA CRÓNICA

Marek, de Polonia. Marek, con sus más de noventa años de vida y sobrevida, transitó por lo mejor y lo peor de la humanidad. Veía frente de mí sus ojos atentos, sus oídos abiertos, la incredulidad pintada en el rostro cuando oímos al director de Migraciones, perteneciente al Ministerio del Interior, decir “El Estado Argentino pide hoy perdón”.

Nos pedían perdón. A los judíos. Nos pedían perdón. A los argentinos. Nos pedían perdón. A los sobrevivientes. Nos pedían perdón.

¿Quién de los que estábamos ahí, venidos de la profunda Europa antisemita, habría imaginado alguna vez que escucharía algo así de boca de algún funcionario?

Los testigos europeos del horror fuimos educados en las calles y en las escuelas de la culta Europa para tomar como natural, irremediable, nuestra condición de víctimas propiciatorias. Con el aliento contenido, las lágrimas que se atropellaban y cerraban las gargantas en un nudo apretado, veíamos y oíamos que las cosas pueden cambiar. No los prejuicios que tienen su propia lógica irracional, pero sí los actos de gobierno. Y por algún lado se empieza.

Las palabras del Canciller. En su carta el Ministro de Relaciones Exteriores, Canciller Dr. Rafael Bielsa dijo, entre otras cosas: “Este evento dista de ser un mero acto administrativo y simboliza claramente la decisión del Estado Nacional de reparar una grave injusticia y un error histórico”. Encuadró la vergonzosa prohibición en “una visión absurda de la argentinidad que pretendió que esas corrientes inmigratorias obedecieran a un cerrado canon étnico, religioso y cultural, para fundar un cuerpo social falsamente homogeneizado”.

La historia. Inició la lucha, en soledad, Uki Goñi, muchos de cuyos familiares fueron y son miembros del cuerpo diplomático argentino. Expuso en su libro “La auténtica Odesa” lo que se murmuraba en conversaciones familiares: la existencia de una orden secreta que prohibía dar visas a judíos, datada en 1938, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La denuncia fue tomada con indiferencia, como una hipótesis arriesgada, hasta que Beatriz Gurevich encontró un original de la que conocemos ahora como Circular 11 entre cientos de papeles archivados en la Embajada argentina en Estocolmo. Documentó de este modo lo denunciado por Goñi y lo que todos los judíos que llegamos después de la guerra sabíamos pero no podíamos probar: para entrar en la Argentina no había que decir que uno era judío porque los judíos teníamos prohibido el ingreso.

Católico, católico, católico. Pero igual entramos. Y muchos. Claro, había que mentir. Curioso país éste que ostenta un antisemitismo formal y burocrático que no tuvo problemas en recibir a los refugiados judíos siempre y cuando mintieran. Se trató de una hipocresía administrativa casi ingenua y que no resistía el menor análisis. En los registros de pasajeros de la época pueden verse páginas y páginas con listados de personas que se declaran católicas. Al lado de nombres evidentemente judíos como Zure, Shmuel, David, Rivka, Isaac, Sheine, con apellidos tan igualmente judíos como Levy, Epelboim, Moiszelewicz u otros por el estilo, se ve una sucesión interminable de: “católico – católico – católico”. Es tan flagrante la visión de estas listas que, si no fuera humillante, sería cómica. Evidentemente al funcionario de turno no le importaba si eran judíos, sólo lo que debía escribir en el registro y con ello, probablemente, cuidar su puesto.

El Escudo Nacional. Me fue entregada la constancia de la aprobación de mi solicitud de rectificación, en un documento oficial. Encabezado por el Escudo Nacional, lleva las firmas y los sellos de los funcionarios correspondientes. Ver el Escudo Nacional me resultó desbordante. No estaba preparada para eso. En mis años de escuela primaria aprendí a querer y a respetar los símbolos patrios, a emocionarme al ver flamear la celeste y blanca, al entonar el Himno Nacional se me erizaba la piel con el “oíd mortales”, nuestra invocación al mundo anunciando la decisión de vivir libres. Son símbolos que continúan resonando en mí, sin patrioterismos chauvinistas, de manera honda y significativa. El Escudo Nacional encabezando el texto fue un fuerte indicador que corroboraba la trascendencia de lo que habíamos alcanzado y la nueva posición en la que ello nos colocaba.

La conceptualización. El Dr. Daniel Sabsay, comprendiendo el alcance y la hondura de lo que estaba pasando, disertó acerca del marco jurídico e institucional tanto de la prohibición como del pedido de perdón y la rectificación. Señaló las profundas y negadas raíces intolerantes así como la trascendencia social de este sinceramiento y de esta reparación. Pepe Eliaschev como lúcido intérprete del ciudadano, habló de nosotros, de las personas comunes y lo que representa para todos, para el sostén de nuestros valores cívicos y democráticos lo que allí estaba comenzando. Tanto Uki Goñi como Beatriz Gurevich confesaron sorprendidos que no habían advertido en su momento el alcance de lo que habían abierto con su descubrimiento.

Un buen disfraz. Hay imágenes muy intensas que vienen a mi memoria. Llegué al puerto de Buenos Aires el 4 de julio de 1947. A los pocos días, cumpliría dos años. Mamá a los 34 años era una veterana víctima sobreviviente. Bajó del barco, con un salvoconducto inexpugnable: un disfraz de católica. Cubierta por una mantilla, envuelta su mano en un rosario y sosteniendo beatíficamente el catecismo de nácar que había comprado en Europa antes de subir al barco, y con su hija de la mano –yo- tan rubia, tan blanca como la más aria de los arios, pensó que teníamos una oportunidad de estar a salvo. Sabíamos allá, en Europa, que para entrar en la Argentina no se podía ser judío. La incertidumbre, el miedo que nos acompañaba se diluyó en Buenos Aires porque para conseguir el ingreso parecía que bastaba con no declararse judío. Era casi un chiste: ¿sólo con decirlo era suficiente? ¡Qué lejos de la Polonia que “olía” a un judío, lo despreciaba e insultaba con impunidad y gozo! Declararse católicos era, en aquel momento, un peaje barato hacia una vida de libertad y realizaciones. Y así fue nuestra vida en la Argentina, al menos hasta las bombas en la embajada de Israel y en la AMIA. Fue un lugar en el que pudimos ir a la escuela, caminar con frescura al aire libre y desarrollarnos con la ilusión de que éramos igual que todos.

Después del 18 de julio de 1994. Hoy, ya no nos basta con eso. Hoy la ilusión se hizo trizas. Hoy hemos dejado de tomar como natural el tener el acceso vedado al Servicio de Relaciones Exteriores, a las Fuerzas Armadas, a clubes, posiciones y a muchos otros lugares que lo “mejor” de la sociedad argentina quiere mantener “puros” al mejor estilo nazi.

Hoy demandamos lo que la Constitución nos promete: la igualdad ante la Ley, la igualdad de oportunidades y accesos, el pleno derecho, la justicia efectiva, la ciudadanía de primera.

Ahora nos llamamos judíos. Después del atentado a la AMIA la misma institución comenzó a llamarse Comunidad Judía. Ahora, con esta medida del gobierno, también podemos tener esa denominación en nuestros papeles, aún en aquéllos que documentan un pasado no tan remoto pero que puede y ha sido resignificado. Hecho simbólico pero de alto potencial prospectivo. Y nos regocija haberlo vivido y dar testimonio de ello.

El reconocimiento. Quiero mencionar tan sólo, un aspecto que realza aún más el valor ético de esta decisión del actual gobierno y con ello creo hacer justicia porque hay que criticar lo criticable y aplaudir lo aplaudible. Cuando presenté y fundamenté mi solicitud el Ministro del Interior Dr. Aníbal Fernández, respondió con un contundente “déjelo en mis manos” y le dio pronta resolución. Cuando el Dr. Rodríguez a los pocos días me anunció la aprobación de la solicitud y que faltaba tan solo una cuestión de trámite, le dije que quería recibirlo en un acto público porque el hecho merecía ser conocido. “¿Por qué no hacerlo en la misma Dirección Nacional de Migraciones?” propuse. Consideró que no correspondía y me explicó por qué. “Estamos en época de elecciones” dijo pensativamente, “no va a faltar quien suponga que esto se hizo por buscar algún rédito electoral. Fue hecho porque había que hacerlo. Mejor en otra parte. Dígame usted dónde y allí estaremos”.

Lo hicimos en nuestra Asociación, “Generaciones de la Shoá en Argentina”, Larrea 1225, la sede de OSFA-WIZO, el 19 de septiembre de 2005, Buenos Aires, Argentina.

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