Crónica del Acto de Restitución

EL ESTADO ARGENTINO PIDIÓ PERDÓN

Diana Wang

El acto. El director de Migraciones argentino rectificó mi partida de ingreso como inmigrante judía llegada al país después de la Segunda Guerra Mundial, cuando debí inscribirme como católica para ser admitida. El trascendental momento se coronó con el pedido de perdón del Estado argentino a todos los afectados por la misma circunstancia. Recibí una constancia oficial del registro de mi identidad judía, y mi caso es un "leading case" en la Argentina donde reside una numerosa comunidad judía. El 19 de septiembre pasado se hizo la ceremonia oficial con la entrega de la nueva documentación. Integraron la mesa el Dr. Ricardo Rodríguez, Director de Migraciones, el Dr. Daniel Sabsay, constitucionalista, escritor y profesor universitario, el Sr. Uki Goñi, periodista y escritor, quien impulsó la derogación de la Circular 11, la Lic. Beatriz Gurevich, socióloga e investigadora. Condujo el acto el escritor y periodista, el Sr. Pepe Eliaschev.

Alemania y Argentina. En 1953 la República Federal de Alemania promulgó la primera Ley de Indemnizaciones para las víctimas judías de la Shoá, conocida como Wiedergutmachung, literalmente “hacer el bien de nuevo”. Algunos sobrevivientes se negaron de plano a recibir dinero, pues entendían que se les ofrecía literalmente una compensación lo que era inadmisible porque el dinero no exculpaba del horror. Otros lo tomaron de manera simbólica e interpretaron la conducta del gobierno alemán como el reconocimiento público de su crimen, una declaración de culpa y la única manera concreta de expresarlo, además del pedido de perdón, era mediante la compensación económica. Hoy en Argentina, 52 años después que Alemania, la decisión del gobierno de eximir del pago de arancel para la rectificación de la condición de identidad sigue simbólicamente esa misma línea de reparación. También acá, el reconocimiento y el pedido de perdón públicos y oficiales se continuaron y concretaron en términos económicos. La eximisión del arancel correspondiente revela que los judíos estábamos forzados a mentir para conseguir ingresar a la Argentina por imperio de la Circular 11. Estamos eximidos de pagar por rectificarlo porque no fue nuestra la culpa.

LA CRÓNICA

Marek, de Polonia. Marek, con sus más de noventa años de vida y sobrevida, transitó por lo mejor y lo peor de la humanidad. Veía frente de mí sus ojos atentos, sus oídos abiertos, la incredulidad pintada en el rostro cuando oímos al director de Migraciones, perteneciente al Ministerio del Interior, decir “El Estado Argentino pide hoy perdón”.

Nos pedían perdón. A los judíos. Nos pedían perdón. A los argentinos. Nos pedían perdón. A los sobrevivientes. Nos pedían perdón.

¿Quién de los que estábamos ahí, venidos de la profunda Europa antisemita, habría imaginado alguna vez que escucharía algo así de boca de algún funcionario?

Los testigos europeos del horror fuimos educados en las calles y en las escuelas de la culta Europa para tomar como natural, irremediable, nuestra condición de víctimas propiciatorias. Con el aliento contenido, las lágrimas que se atropellaban y cerraban las gargantas en un nudo apretado, veíamos y oíamos que las cosas pueden cambiar. No los prejuicios que tienen su propia lógica irracional, pero sí los actos de gobierno. Y por algún lado se empieza.

Las palabras del Canciller. En su carta el Ministro de Relaciones Exteriores, Canciller Dr. Rafael Bielsa dijo, entre otras cosas: “Este evento dista de ser un mero acto administrativo y simboliza claramente la decisión del Estado Nacional de reparar una grave injusticia y un error histórico”. Encuadró la vergonzosa prohibición en “una visión absurda de la argentinidad que pretendió que esas corrientes inmigratorias obedecieran a un cerrado canon étnico, religioso y cultural, para fundar un cuerpo social falsamente homogeneizado”.

La historia. Inició la lucha, en soledad, Uki Goñi, muchos de cuyos familiares fueron y son miembros del cuerpo diplomático argentino. Expuso en su libro “La auténtica Odesa” lo que se murmuraba en conversaciones familiares: la existencia de una orden secreta que prohibía dar visas a judíos, datada en 1938, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La denuncia fue tomada con indiferencia, como una hipótesis arriesgada, hasta que Beatriz Gurevich encontró un original de la que conocemos ahora como Circular 11 entre cientos de papeles archivados en la Embajada argentina en Estocolmo. Documentó de este modo lo denunciado por Goñi y lo que todos los judíos que llegamos después de la guerra sabíamos pero no podíamos probar: para entrar en la Argentina no había que decir que uno era judío porque los judíos teníamos prohibido el ingreso.

Católico, católico, católico. Pero igual entramos. Y muchos. Claro, había que mentir. Curioso país éste que ostenta un antisemitismo formal y burocrático que no tuvo problemas en recibir a los refugiados judíos siempre y cuando mintieran. Se trató de una hipocresía administrativa casi ingenua y que no resistía el menor análisis. En los registros de pasajeros de la época pueden verse páginas y páginas con listados de personas que se declaran católicas. Al lado de nombres evidentemente judíos como Zure, Shmuel, David, Rivka, Isaac, Sheine, con apellidos tan igualmente judíos como Levy, Epelboim, Moiszelewicz u otros por el estilo, se ve una sucesión interminable de: “católico – católico – católico”. Es tan flagrante la visión de estas listas que, si no fuera humillante, sería cómica. Evidentemente al funcionario de turno no le importaba si eran judíos, sólo lo que debía escribir en el registro y con ello, probablemente, cuidar su puesto.

El Escudo Nacional. Me fue entregada la constancia de la aprobación de mi solicitud de rectificación, en un documento oficial. Encabezado por el Escudo Nacional, lleva las firmas y los sellos de los funcionarios correspondientes. Ver el Escudo Nacional me resultó desbordante. No estaba preparada para eso. En mis años de escuela primaria aprendí a querer y a respetar los símbolos patrios, a emocionarme al ver flamear la celeste y blanca, al entonar el Himno Nacional se me erizaba la piel con el “oíd mortales”, nuestra invocación al mundo anunciando la decisión de vivir libres. Son símbolos que continúan resonando en mí, sin patrioterismos chauvinistas, de manera honda y significativa. El Escudo Nacional encabezando el texto fue un fuerte indicador que corroboraba la trascendencia de lo que habíamos alcanzado y la nueva posición en la que ello nos colocaba.

La conceptualización. El Dr. Daniel Sabsay, comprendiendo el alcance y la hondura de lo que estaba pasando, disertó acerca del marco jurídico e institucional tanto de la prohibición como del pedido de perdón y la rectificación. Señaló las profundas y negadas raíces intolerantes así como la trascendencia social de este sinceramiento y de esta reparación. Pepe Eliaschev como lúcido intérprete del ciudadano, habló de nosotros, de las personas comunes y lo que representa para todos, para el sostén de nuestros valores cívicos y democráticos lo que allí estaba comenzando. Tanto Uki Goñi como Beatriz Gurevich confesaron sorprendidos que no habían advertido en su momento el alcance de lo que habían abierto con su descubrimiento.

Un buen disfraz. Hay imágenes muy intensas que vienen a mi memoria. Llegué al puerto de Buenos Aires el 4 de julio de 1947. A los pocos días, cumpliría dos años. Mamá a los 34 años era una veterana víctima sobreviviente. Bajó del barco, con un salvoconducto inexpugnable: un disfraz de católica. Cubierta por una mantilla, envuelta su mano en un rosario y sosteniendo beatíficamente el catecismo de nácar que había comprado en Europa antes de subir al barco, y con su hija de la mano –yo- tan rubia, tan blanca como la más aria de los arios, pensó que teníamos una oportunidad de estar a salvo. Sabíamos allá, en Europa, que para entrar en la Argentina no se podía ser judío. La incertidumbre, el miedo que nos acompañaba se diluyó en Buenos Aires porque para conseguir el ingreso parecía que bastaba con no declararse judío. Era casi un chiste: ¿sólo con decirlo era suficiente? ¡Qué lejos de la Polonia que “olía” a un judío, lo despreciaba e insultaba con impunidad y gozo! Declararse católicos era, en aquel momento, un peaje barato hacia una vida de libertad y realizaciones. Y así fue nuestra vida en la Argentina, al menos hasta las bombas en la embajada de Israel y en la AMIA. Fue un lugar en el que pudimos ir a la escuela, caminar con frescura al aire libre y desarrollarnos con la ilusión de que éramos igual que todos.

Después del 18 de julio de 1994. Hoy, ya no nos basta con eso. Hoy la ilusión se hizo trizas. Hoy hemos dejado de tomar como natural el tener el acceso vedado al Servicio de Relaciones Exteriores, a las Fuerzas Armadas, a clubes, posiciones y a muchos otros lugares que lo “mejor” de la sociedad argentina quiere mantener “puros” al mejor estilo nazi.

Hoy demandamos lo que la Constitución nos promete: la igualdad ante la Ley, la igualdad de oportunidades y accesos, el pleno derecho, la justicia efectiva, la ciudadanía de primera.

Ahora nos llamamos judíos. Después del atentado a la AMIA la misma institución comenzó a llamarse Comunidad Judía. Ahora, con esta medida del gobierno, también podemos tener esa denominación en nuestros papeles, aún en aquéllos que documentan un pasado no tan remoto pero que puede y ha sido resignificado. Hecho simbólico pero de alto potencial prospectivo. Y nos regocija haberlo vivido y dar testimonio de ello.

El reconocimiento. Quiero mencionar tan sólo, un aspecto que realza aún más el valor ético de esta decisión del actual gobierno y con ello creo hacer justicia porque hay que criticar lo criticable y aplaudir lo aplaudible. Cuando presenté y fundamenté mi solicitud el Ministro del Interior Dr. Aníbal Fernández, respondió con un contundente “déjelo en mis manos” y le dio pronta resolución. Cuando el Dr. Rodríguez a los pocos días me anunció la aprobación de la solicitud y que faltaba tan solo una cuestión de trámite, le dije que quería recibirlo en un acto público porque el hecho merecía ser conocido. “¿Por qué no hacerlo en la misma Dirección Nacional de Migraciones?” propuse. Consideró que no correspondía y me explicó por qué. “Estamos en época de elecciones” dijo pensativamente, “no va a faltar quien suponga que esto se hizo por buscar algún rédito electoral. Fue hecho porque había que hacerlo. Mejor en otra parte. Dígame usted dónde y allí estaremos”.

Lo hicimos en nuestra Asociación, “Generaciones de la Shoá en Argentina”, Larrea 1225, la sede de OSFA-WIZO, el 19 de septiembre de 2005, Buenos Aires, Argentina.

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