Deslumbrante puente de luz entre el pasado y el presente.
Jonathan Safran Foer es un joven escritor judeo-norteamericano. Escribió su primer novela “Everything is Illuminated”, -“Todo está iluminado”- a los 21 años. Su deslumbrante escritura, su frescura y su desparpajo proporcionan un nuevo lenguaje para hablar de la memoria, el pasado, la continuidad, las búsquedas, los mitos constituyentes, el duelo, el olvido, la identidad judía, la Shoá, el futuro. Todo junto y en revuelto y armónico montón. Este año se estrenó en la Argentina la película “Un mundo iluminado” que realizara Liev Schreiber basada en aquel texto, protagonizada por Elijah Wood (el Frodo de “El señor de los anillos”). Con valores propios en los que la imagen y el sonido son centrales, Schreiber construye con su film un producto diferente a la novela tomando uno de los hilos narrativos allí propuestos y algo de su desenfadado lenguaje y propuesta irreverente. Brevemente, cuenta el viaje a Ucrania del protagonista, Jonathan. Busca a esa mujer que está en una vieja foto de su abuelo, Augustine, la que supuestamente lo salvó durante la ocupación nazi. Lo recibe Alex, el traductor que ha contratado, un joven de su misma edad que sueña con los Estados Unidos como un paraíso, una meca ideal. Para uno el mito es el regreso a Ucrania para el otro el mito es la ida a los Estados Unidos. Cara y contracara, derecho y revés. Juntos emprenden el viaje a la Ucrania profunda, al pasado, en el presente. Pero no están solos. El coche destartalado que les sirve como medio de transporte, residuo de la época soviética, está manejado por el abuelo de Alex que también se llama Alex, un ucraniano ordinario y flagrante antisemita que usa antojos oscuros porque dice que es ciego. Va junto con su perra, Sammy Davis Jr.Jr., una perra desequilibrada y poco confiable. En desopilantes traducciones Alex nieto disimula los exabruptos ofensivos que Alex abuelo profiere hacia “el judío” y emprenden la aventura en el contexto del “Heritage Tours”, una supuesta agencia de viajes con un cartel está flanqueado por dos estrellas de David y que lleva a los judíos ricos de Estados Unidos a “visitar a sus judíos muertos”. Jonathan quiere conocer Trachimbrod, el shtetl donde nació y vivió su abuelo, el lugar en el que él viviría de no ser por lo sucedido en la Shoá. Es un coleccionista: colecciona objetos, cualquier objeto, testimonios, documentos, fragmentos de vida que resumen momentos, intentos desesperados por no perderse en el olvido, los guarda en bolsitas y les pega una etiqueta. Quiere conocer ese sitio que fue relato, cruzado por el río Brod, encontrar allí lo que allí quedó sepultado.
En una metáfora sobre la intangibilidad de la memoria, vemos las aguas caudalosas del río cubiertas por papeles, ¿escritos?, ¿libros? y oímos voces junto al sonido del agua, múltiples voces superpuestas y en sordina. ¿Dónde quedó la gente que habitaba ese lugar? ¿Qué pasó con toda esa cultura? ¿Cómo es posible que no quede nada? Es una búsqueda en la que el humor disfraza la mística y eterna pregunta sobre la vida y la muerte. Los que estaban y han muerto, ¿dónde están? ¿dónde están sus sueños, sus proyectos, sus palabras, sus amores, sus temores y debilidades, sus delirios y despertares?. Lo único que queda de Trachimbrod es una casa en el medio de un campo inmenso y alucinado sembrado de girasoles, una casa precedida por un espacio con ropa blanca colgada, ropa tendida al sol, ropa lavada, no se sabe de quién, para quién. Las sábanas se agitan con el viento a modo de espantapájaros, y nos saltan las palabras que acosan a toda Europa contenidas en la metáfora sobre los trapitos al sol, sobre el espanto de espantar lo que produce espanto. En esa casa vive la única sobreviviente del lugar, cuyo nombre desconoceremos y que parece ser la hermana de la Augustine buscada. Esta mujer ha quedado sola, como una sacerdotisa, para guardar testimonio de lo que hubo. Las paredes de su casa están colmadas de cajas y cajas con etiquetas disímiles: “anillos”, “cosas importantes”, “fotos”, “adornos” y cientos de otras. Dice que la tierra está llena de las cosas que dejaron los judíos y que ella las desentierra y las va guardando en cajas y catalogándolas adecuadamente. También es una coleccionista. También colecciona objetos que deben ser rescatados del olvido, objetos en forma de documentos que atestiguan que allí vivió gente, que nació y vivió por siglos y siglos. Ella también, al igual que Jonathan, uno el alter ego del otro, siente que debe luchar contra el olvido. Es un bordado de simetrías sorprendentes que unen a las generaciones a lo largo del tiempo y hacen un contrapunto de múltiples voces, superponiendo comedia y tragedia de un modo fantástico y fluido los personajes dialogan de manera refleja dibujando negativos y positivos de una misma trama.
No queda nada de Trachimbrod. Es como si no hubiera existido. No queda nada más que recuerdos en cajas y la vieja foto de Jonathan. Pero Alex, el abuelo, se re-encuentra con su propio pasado porque pronto comprendemos que él también era de allí. Antes de la Shoá se llamaba Baruj, era judío y en una de las matanzas colectivas había salido ileso por causalidad y decidió en ese acto dejar de ser judío. La escena de la matanza y los disparos es progresiva, no se nos muestra de manera lineal sino que se va construyendo a medida que el velo del forzado olvido se va descorriendo de los ojos del abuelo, a medida que recupera la visión. No es que era ciego, él decía que lo era y por eso llevaba a la perra porque, según él, ella veía por él. Al revés de los que no ven que no ven, el abuelo ve pero dice que no ve, hace como que no ve y nos interpela con ello. ¿Qué vemos y no vemos? ¿Qué hacemos como que no vemos? ¿Qué es ver? Lo cierto es que en la escena de los disparos, en un principio no sabemos si el abuelo disparaba o si había sido disparado, no sabemos de qué lado estaba, si de los asesinos o de las víctimas, si era el que sostenía el arma o el que recibiría la bala. Como espectador sentimos la desesperación por saber, nos resulta intolerable la incertidumbre, necesitamos catalogar nosotros también las cosas de un lado o del otro, los buenos aquí, los malos allá, y así poder seguir tranquilos. El film nos va llevando a un territorio de ambigüedad, al de lo más humano de nuestra humanidad que se resiste a leer en códigos de grises e insiste en los puros y prolijos blancos y los negros. Creíamos que las cosas eran sencillas, que el abuelo era un antisemita de tal por cual y que, en consecuencia, era uno de los asesinos. Pero no es así. El ucraniano antisemita que siempre que habla de Jonathan dice “el judío” resulta ser él mismo un judío que decidió hacer como que no lo era como suprema estrategia de supervivencia. ¿Cómo juzgarlo? ¿Cómo opinar sin haber estado en sus zapatos? Advertimos entonces nuestra incapacidad de comprender acabadamente la enormidad de lo sucedido, las paradójicas decisiones, a veces imposibles, que tuvieron que tomar en aquellas circunstancias. Y nos quedamos mudos.
Una langosta encerrada en un trozo de ámbar y el germen de la vida contenido allí, su ADN intacto es el germen de la eternidad. Un insecto preso en un broche, un insecto sobre la orilla del rio Brod. El broche conteniendo el insecto en la foto de Augustine, el mismo broche en la mano de Jonathan.
Pero el nivel de lectura puede hacerse más amplio y, si se quiere, abrumador. Ucrania y los judíos, la música que escuchamos nos es tiernamente familiar porque se parece tanto a nuestra música que creíamos judía y está hondamente emparentada con la profunda y eslava orientalidad europea. Lo judío entramado en lo ucraniano, tanto que no se sabe quién es judío y quién no, cuánto hay allí de lo judío, cuánto, cómo y dónde. Por extensión Europa. Toda Europa está expuesta. Europa y su actual antisionismo que vuelve a poner en el tapete la evidencia de que nunca hizo los deberes, que tiene sepultada su alma judía en cada terrón de tierra y sigue haciendo como que no. Igual que el abuelo de Alex, dice que no ve y necesita de una perra, “a bitch” (que en inglés es perra y también puta) que le preste los ojos. Europa prostituida por el auto-engaño durante siglos, que vivía bajo el simulacro de que los judíos éramos marginales, que daba lo mismo si estábamos o no, que si no estábamos era igual, hasta incluso sería mejor, los nazis hicieron el trabajo sucio pero al fin de cuentas, no está tan mal. ¿Cómo es la Europa de hoy sin judíos?
Vivimos en estos tiempos la sed de volver, a Polonia, a Alemania, a Rumania, “volvemos”, igual que Jonathan a un lugar donde nunca estuvimos. Volvemos al lugar en donde viviríamos si no hubiera sido por la Shoá. Hablaríamos ese idioma, oleríamos esos olores, miraríamos ese cielo. El film ilumina los agujeros negros del pasado en la búsqueda emprendida entre gentes y lugares, gentes de hoy buscando a quienes ya no existen, lugares que están pero que han dejado de existir. Y los europeos orientales nos ven “volver” y nos reciben contentos porque les traemos dólares y estos “regresos” se vuelven formas de vida para muchos, una forma absurda de desandar los caminos que la historia hace imposible porque la flecha del tiempo tiene una sola dirección. ¿O tal vez no?
Plena de símbolos, de sentidos, de significados, tantos como espectadores tenga, Una vida iluminada me ofreció, sobre todo, la renovación de la esperanza en la generación de los nietos. El film es de nietos y abuelos, nuestra generación, la del medio, la de los hijos, la segunda generación, está salteada. Jonathan Safran Foer, un nieto de sobrevivientes, nos propone que son ellos, los nietos, frescos, sin nuestras cautelas y temores, atrevidos y entusiastas, quienes encontrarán lo que muchos de nosotros no hemos podido ni siquiera empezar a buscar porque estamos, tal vez, demasiado cerca de la ausencia. Conmovida y emocionada por tantas imágenes que evocaban recuerdos, relatos imaginados, palabras oídas en susurros, sueños que no se terminaban de dibujar, quedó resonando en mí eso, esta idea de que hay un mundo por descubrir en manos de nuestros hijos y que si este film es un producto de uno de ellos, pues quedémonos tranquilos, la cosa está en buenas manos.