Otras cosas

If Irena Sendler would also have saved my little brother...!

On October 23,2003, Irena Sendler received the Jan Karski Award in Washington D.C. The Local Polish Embassy, echoed this event by honouring her in Buenos Aires. A lot of people gathered on the occasion. Jews and Christians, mostly Polish, Shoah survivors with numbers tattooed, children of survivors, members of the Polish local community, members of the intellectuality, lots of people. Irena Sendler is a Polish Catholic woman that saved 2.500 Jewish children from the Warsaw Ghetto. Not only her story must be told, but it should be an example of the “positive pedagogical teaching”. Irena Sendler shows that there were acts of Absolute Goodness during the Shoah. I must admit that they were quite a few, but given the conditions, let us see them as role models to show our children and grand children the difference between legal and legitimate, the ethic affirmation enriched with pedagogic potentiality. It is essential for our persistence as human humanity.

There were some speeches at the Embassy the night of October 23. The words of the Ambassador Ratajski praising Irena´s behaviour, pointing it as a model for dignity to the Polish people covered us with oniric unreality. It overlapped with the images and stories we had about so many anti-Semitic, murderous accomplices, treacherous Poles, and built a complex mosaic coloured with hope. But I won’t write about the speeches, nor about the personalities that were present. I want to share what happened with a song. Four songs were sang. Two, from the Polish resistance, in Polish; two beautiful songs that were followed by some of the assistants, even some Jewish survivors. The other two songs were yiddish songs. Yes, at the Polish Embassy, over Polish land and with the official presence of the Ambassador, Yiddish was spoken. First “Ich benk aheim” by Leib Rosenthal, the tore woe of having lost home, street, daily horizons, belongings, smells, the song that was sang in the ghettos because it expresses the horror of the five thousand Jewish communities lost. The other yiddish song was the Partisaner hymn, the Jewish hymn by Hirsh Glick, the other face of the Hatikva, the strength and persistence of life. When announced, some of us decided to sing it along with the singer. We use to sing it in acts, in Jewish activities, where it means chutzpah, daring, rage, pain. On the night of October 23 it was pride, honour, dignity and humanity. Our Jewish voices repeating the words we all know so well: “mir zainen do!” –we are here- looking ahead, eyes wide open, chest firm and the promise “vi a parol zol guein dos lid fun dor tsu dor” –our song will be our password from generation to generation-. Around us, the non Jewish witnessed this recovery of rights with certain surprise while our voices stood firmly, may be for the first time, over Polish soil. A thousand years of Jewish life in Poland is more than transitory. More than 90% perished in the Shoah, whichh is much more that statistics. We were part of the surviving 10%, its seed and its energy, we were there and we were listened respectfully, with consideration and emotion.

It is true: one can never say that this is the last path. Life is unpredictable. And as Tevie used to say “when God closes a door, a window opens somewhere".

I regret two things. One is that my parents are no more with us therefore they did not have the opportunity to experience what I did last October 23 at the Polish Embassy. The other is the thought that if Irena Sendler would have been in charge of the salvation of my little brother, I would not be still looking for him. Why? Because Irena Sendler, not only saved 2.500 children, but she also wrote down their names and the names of the adopting families, put the lists into glass bottles, buried them, so after the Shoah was over, the children were able to recover, if not their families, at least their true identities.

The Raoul Wallenberg Foundation, that hosted the Award, distributed a biography of Irena at: http://www.irwf.org.ar/Isendler/indexen.htm. Please read it thoroughly, tell others about it, and honour her example by offering your hand to the needy without asking if he/she is the same as you, and say, as she says: “I could have done more".

Si Irena Sendler hubiera salvado a mi hermano..!

Primero un flash de abril 1995: veníamos cansados después de un largo vuelo. Buenos Aires-Río, Río–Roma, Roma–Varsovia. Las bocas secas, los ojos enrojecidos, las piernas encogidas, el aliento contenido. Mirábamos hacia abajo, apretándonos ante las ventanas amarretas que tienen los aviones. Buscábamos los bosques, esos bosques de los que tanto habíamos escuchado hablar, esos bosques polacos con hongos, humedad, frambuesas, silencio, protección, escondites. Doce argentinos. Doce argentinos volvíamos a Polonia. En realidad sólo una de nosotros volvía verdaderamente, la querida Tauba que ya no está entre nosotros. Llevaba una placa de mármol para dejar en Auschwitz, último lugar donde había visto a su hermana. El resto de nosotros iba con un volver ancestral, íntimo y reivindicatorio. Cuando oímos el consabido “Levanten las mesitas, vuelvan los asientos a posición vertical, ajusten los cinturones que estamos descendiendo sobre el aeropuerto en Varsovia”, Miguel dijo con voz ronca: “cantemos el himno de los partisanos” y de las doce gargantas brotó incontenible el “zug nisht keinmol az du gueist dem letstn veg” y, no sé qué les pasó a los demás, pero yo no pude contener las lágrimas. El 23 de Octubre 2003 se le otorgó a Irena Sendler el premio Jan Kasrki en Varsovia. La Embajada de Polonia en Buenos Aires, como eco del premio, hacía un homenaje a su compatriota. Había mucha gente en la residencia de Palermo Chico, mucho calor. Judíos y católicos, casi todos polacos, sobrevivientes de la Shoá con números tatuados, hijos de sobrevivientes, miembros de la comunidad polaca, representantes del mundo de la cultura, mucha gente, mucho calor.

Para los que no lo saben, Jan Karski es otro Justo entre las Naciones, un hombre que llevó la información al mundo de lo que pasaba en Polonia pero no fue escuchado. Irena Sendler, la homenajeada, es una polaca católica que sacó a 2.500 niños del gueto de Varsovia y los salvó de los nazis. Su historia no sólo merece conocerse, sino que debiera ser el eje de lo que Marcos Aguinis llamó, cuando hizo uso de la palabra, “la pedagogía positiva”. Irena Sendler es un ejemplo de la Bondad absoluta que fue ejercida por algunos durante la Shoá. Me dirán que fueron pocos. Lo concedo. Pero dadas las condiciones, veámoslos como modelos alrededor de los cuales enseñar a nuestros hijos y nietos la diferencia entre legalidad y legitimidad y su afirmación ética preñada de potencialidad pedagógica. Es esencial para nuestra persistencia como humanidad humana.

Hubo varios discursos en la embajada la noche del 23 de octubre. Escuchar las palabras del embajador Ratajski loando la conducta de Irena, estableciéndola como modelo de dignidad para todo el pueblo polaco nos sumía en una irrealidad onírica. Se superponía con las imágenes y relatos de tantos polacos antisemitas, usurpadores, entregadores, en un mosaico que pinta con color esperanza, como canta Diego Torres, al género humano. Pero no quiero hablar de los discursos, ni las menciones, ni las personalidades presentes. Quiero hablar de una canción. Se cantaron cuatro. Dos de la resistencia polaca, en polaco, dos bellas canciones que fueron seguidas por algunas personas, incluso algunos sobrevivientes que las reconocían y recordaban. Y también se cantaron dos canciones en idish (sí, en la embajada de Polonia se habló idish): “Ij benk aheim” de Leib Rosenthal, el lamento desgarrado de haber perdido la casa, la calle, los horizontes cotidianos, las pertenencias, los olores, canción que se cantaba en todos los guetos y que expresa hoy el horror de las cinco mil comunidades judías perdidas. Y también se cantó El himno partisano, el himno judío de Hirsh Glick, la otra cara del Hatikva, la de la fuerza y la persistencia de la vida. Cuando lo anunciaron, algunos decidimos cantarlo junto con la cantante. Me ví otra vez en aquel avión, en aquel viaje llegando a Polonia. Y lo que entonces fue chutzpá, atrevimiento, rabia, dolor, en la embajada fue dignidad, honor, humanidad. Nuestras voces judías diciendo las palabras que todos conocemos tan bien: “mir zainen do!” mirando al frente, con los ojos bien abiertos, la frente alta, el pecho erguido, y prometer “vi a parol zol guein dos lid fun dor tsu dor”. Veía a nuestro alrededor a los polacos no judíos ser testigos de este acto de derecho recuperado, con cierta sorpresa, y nos veía a nosotros mismos animándonos a pisar firme, tal vez por primera vez, en territorio polaco. Mil años de vida judía en Polonia no son un mero tránsito. El 90% exterminados en la shoá no es un dato estadístico. Éramos parte del 10% que había sobrevivido, éramos su savia y su energía, estábamos ahí y éramos escuchados con respeto, consideración y emoción.

Es verdad: nunca se puede decir que uno pasa por última vez por un camino. La vida es impredecible. Y como decía Tevie “cuando Dios cierra una puerta, en algún lado se abre una ventana”.

Dos cosas que lamento. Una, que mis padres hayan muerto sin haber vivido lo que yo he tenido la fortuna de vivir el 23 de octubre en la embajada de Polonia. Y la otra, es el dolor de pensar que si Irena Sendler hubiera sido la encargada de salvar a mi hermanito yo no estaría buscándolo como lo sigo haciendo. Porque Irena Sendler, no sólo salvó 2.500 chicos sino que registró sus nombres y los nombres de las familias que los adoptaron, guardó la lista y la enterró, de modo que cuando la shoá terminó, los chicos pudieron recuperar, cuando no a sus familias, por lo menos su identidad.

Biografía de Irena Sendler en: http://www.irwf.org.ar/Isendler/indexsp.htm. Ruego leerla con detenimiento, difundirla y honrar su ejemplo dando una mano a quien lo necesita sin preguntarse si es igual que uno, y decir, como ella “podía haber hecho más”.

VICTIMIZACIÓN E IDENTIDAD. Reflexiones serias a partir de textos humorísticos

Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.

¿RESCINDIMOS EL CONTRATO?

Ha circulado por e-mail un texto en inglés, sin mención de autor, llamado “Terminación de contrato”. Expresa, de modo humorístico la relación carnal que mantenemos los judíos con las desgracias y, en especial, una cierta vocación a ser blancos designados, a ser víctimas de cuanto cataclismo suceda o se invente. Es un texto agridulce, como mucho del humor judío que nos caracteriza. Ese humor tan judío que nos hace decir “mazltov” cuando se rompe una copa, o que nos convence de que la lluvia no arruina la fiesta sino que, por el contrario, trae suerte. “Terminación de contrato” me pareció tan paradigmático que lo traduje y lo hice circular también por e-mail, no sólo para compartirlo sino para ver qué efectos producía. El eco casi inmediato confirmó mi impresión: el texto expresaba un sentimiento colectivo, el de ser víctimas, algo que parece que nos identifica. Al menos a los judíos Ashkenazíes. No conozco cómo se expresa esta condición en los Sefaradíes. Hay quien dice que no es constitutivo de su identidad y que, por ende, su particular visión del mundo no está constituida por relatos que lo transmitan y mantengan vivo.

El texto de marras es un documento que el pueblo judío le dirige al creador en el que rescinde el contrato por el cual había sido designado como su pueblo elegido. Es una crónica exhaustiva de las desgracias derramadas sobre el pueblo judío a lo largo de su existencia documentada (las destrucciones de los templos, los griegos, los romanos, la dispersión, la diabolización en la Edad Media, las cruzadas, el nazismo, etc). Ya lo había resumido magistralmente Sholem Aleijem con su aguda frase: Pueblo elegido, pueblo elegido..., Dios mío no podrías haber elegido a otro pueblo?

OTROS EJEMPLOS.

Pero no sólo ese texto. Hay otras citas provenientes de la literatura humorística judía ashkenazí que resaltan el aspecto mencionado. A título de ejemplos:

Billy Cristal, con una sorprendente concisión dice que las fiestas judías podrían resumirse en una oración: “nos quisieron matar, no pudieron, a comer!”

Rudy, nuestro querido humorista, inventó un shtetl que llamó Tsúrenberg. Ya el nombre mismo, monte de los tsures, resume lo que tanto en nuestro folclore centroeuropeo se ha construido. Dice allí:

“Nunca fue fácil la vida en el pequeño poblado de Tsúrenberg. Dicen que fue fundado hacia fines del siglo IX d.C. a la vera del río Szmendrik, afluente ignorado del Vístula”, Shmendrik es alguien que es poca cosa, casi nada o menos que nada y encima hasta el afluente es un afluente ignorado, (...) “por un grupo de judíos que venían huyendo de los romanos que habían destruido el Sagrado Templo de Jerusalem” , o sea, en la fundación misma estaba el hecho fundante de la persecución, de la huída, de la destrucción.

(....) “el progreso llegaba a Tsúrenberg. Hasta los pogroms habían progresado. Ahora los cosacos venían uniformados, con un traductor que venía gritando en idish lo que les podía pasar a los judíos que se escondiesen”. Asocia la idea del progreso al progreso en la agresión, como si en el único momento en el que los judíos eran tomados en cuenta era cuando eran atacados.

( ...). “Llegamos así a la turbulenta primera década del siglo XX. La Belle Epoque de la burguesía francesa y la Pogrom Epoque del proletariado judío de Tsúrenberg”, mientras en otras partes, otros pueblos, tenían ricos, los judíos tenían pobres –dicho como si fueran los únicos-, mientras otros disfrutaban de cosas bellas, los judíos se hacían expertos en pogroms.

(....) “Los únicos que podían entrar a la sinagoga sin cubrirse eran los cosacos porque no entraban a rezar sino a saquear”, otra vez, para el no judío éramos sujetos a rapiñar.

(...) “Se cuenta –dice de un personaje- que fue perseguido por la policía zarista por su condición de comunista, otros creen que lo perseguían los polacos por su condición judía”, a los judíos se nos persigue por comunistas y por capitalistas, por voluntariosos trabajadores y por banqueros, por religiosos o por ateos, por intelectuales o por proletarios, en suma, se nos persigue por cualquier cosa, cualquier pretexto es bueno.

Mel Brooks explica por qué se dedicó al humor: “Observa la historia judía. La lamentación constante sería intolerable, por eso, por cada diez judíos golpeándose el pecho, Dios designó a uno para que sea el loco y divierta a los que se golpean. Desde los cinco años supe que ese loco era yo.”

Groucho Marx: “Ya lo ve, yo empecé de la nada y sin embargo ahora estoy en la miseria más absoluta.”

Y no quiero dejar afuera a esa construcción que tanto nos identifica, la idishe mame. De los infinitos chistes que se han hecho a su costa, cito dos carteles sugeridos para pegar en el auto: “Vos tocá la bocina nomás que yo sufro en silencio” y “No me choques que mi mamá sufre.” O aquel texto en la matzeive que decía: “¿vieron que era cierto que estaba enferma?” o el conocido mensaje del contestador telefónico que dice: “Este es el teléfono del consultorio del doctor Goldstein. Deje su nombre y teléfono y ojalá que lo llame pronto porque a mí, que soy la madre no me llama nunca”.

SÓLO EN IDISH.

El sufrir desgracias parece sernos tan patognomónico que en idish hubo la necesidad de distinguir con más precisión a las personas que las sufrían y se diferenció así entre el shlimazl y el shlemil. Como tuvo a bien explicarme Eliahu Toker: el shlimazl es un desgraciado en el sentido de un hombre de muy mala suerte. El shlemil, es un torpe, un infeliz al que las cosas se le caen siempre de las manos. El shlemil tropieza y se le vuelca la sopa, el shlimazl es quien la recibe sobre su traje, preferentemente recién estrenado. Tanto shlimazl como shlemil significan “desgraciado” en el sentido de “infortunado”, el que tiene mala suerte, aquél a quien siempre le suceden las desgracias. Lo curioso es que en castellano, “desgraciado” también podría corresponder a “mala persona”, sentido que no encontramos en idish.

EL HUMOR, UN FORMA DE HABLAR DE LA REALIDAD.

En esta Buenos Aires tan colonizada por el psicoanálisis, no es preciso explicar cuál es el sentido, uso e importancia del humor. Sabemos que se construye con materiales de la realidad y que permite su abordaje de una manera inteligente y amable, pero al mismo tiempo incisiva y contundente. Por ello, tanto el texto mencionado de la “Terminación de contrato” como la pequeña muestra de humor, me ha servido de punto de partida para reflexionar sobre esa noción de “pueblo elegido” ligado a la sucesión de desastres sufridos, que parece ser una de las ideas que nos constituyen como pueblo.

PUEBLO ELEGIDO.

Curiosamente, la idea original de “pueblo elegido” tenía como sentido, ser el pueblo portador de la original idea del monoteísmo y de una edificio conceptual con reglas morales, relatos y estructuras que legislaran la vida cotidiana. Este sentido ha sido tergiversado. Los judeófobos nos leen como arrogantes, creídos de ser mejores por haber sido elegidos. Para muchos de nosotros, por el contrario, el lugar de elegidos nos sume en la más negra victimización.

¿SIEMPRE PERSEGUIDOS?

La idea de que siempre fuimos perseguidos es una falsedad histórica. Hubo grandes períodos en los que no sólo no hemos sido perseguidos sino que nuestra presencia ha sido valorada, tuvimos un florecimiento e integración fluidos con el medio circundante y pudimos desarrollarnos y crecer. Menciono, por ejemplo, los siglos de coexistencia en la España de las tres culturas, período que está siendo reflotado afortunadamente por el Centro de Cultura Sefaradí. No son pocos los judíos que se sorprenden ante estas informaciones, como si la idea de la persecución constante formara parte de la definición de nosotros mismos y este nuevo dato produjera la necesidad de una redefinición.

Pareciera ser, en consecuencia, que parte de nuestra autodefinición como judíos está sustentada en la hipótesis de la victimización. Y para que la hipótesis siga viva, es necesario alimentarla constantemente.

¿TENEMOS LA CULPA?

Patricio A. Brodsky, sociólogo, que acaba de publicar “Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo”, dice que los judíos de Israel, confrontados con la afirmación de que "Los judíos -de la diáspora- poseen pautas de conducta que generan hostilidad en su contra", acuerdan en un 55% con esta proposición. En países con una fuerte tradición antisemita como Polonia, Austria, Eslovaquia o república Checa, las opiniones afirmativas con relación a este estereotipo alcanzaron sólo el 19%, el 14%, el 14% y el 6% respectivamente. O sea que los judíos de Israel triplican o cuadruplican estos valores. Los judíos de Israel creen, en un 55% de los encuestados, que los judíos que vivimos fuera de Israel hacemos cosas que nos ponen en el lugar de víctimas de ataques antisemitas. Es decir, siguiendo con el razonamiento, los judíos de Israel nos ven como buscando ser victimizados. Esta posición es consistente con el propósito explícito de construcción del nuevo judío en Israel, uno de cuyos fundamentos fue una redefinición opuesta a la condición de víctimas.

EL ALMA JUDÍA DE EUROPA.

Dice la periodista catalana Pilar Rahola: ....”el alma judía es parte esencial de Europa. Europa no puede ser explicada sin el alma judía pero tampoco puede ser explicada sin el odio a los judíos. Europa puede ser explicada por su componente judío y por su odio a los judíos....En un análisis final ¿quién, si no Europa, ha creado el problema judío para el mundo? En cierto sentido uno puede decir incluso que Europa es el fundador real del Estado de Israel.... Europa expulsó a sus judíos –a sus judíos españoles, a sus judíos rusos, a sus judíos franceses, a sus judíos alemanes... Los expulsó de su cuerpo aún cuando estos judíos se sentían profundamente europeos.”

Y no hay dudas de que nuestra definición como judíos, me refiero, repito, a los ashkenazíes, está profundamente enraizada con los siglos vividos en Europa. Si la hipótesis que propone Rahola es correcta, hemos sido para Europa su lado “víctima” en muchos momentos, chivos expiatorios, el “otro” por antonomasia. Y uno termina creyendo que es o siendo lo que ha ido viviendo.

ASPECTOS DEL LUGAR DE VÍCTIMA.

El lugar de la víctima, que tan conocido nos resulta, tiene aspectos cómodos y aspectos incómodos. Merece una mirada más detenida, pero a los fines de esta presentación, esta aproximación puede bastar.

Lo que espera la víctima. La víctima pretende y espera recibir empatía, simpatía, compasión, apoyo, sostén porque es el “padecedor” directo y concreto, es alguien sufriente. Pero para recibir lo que espera debe seguir sufriendo. Más aún si no recibe la respuesta que espera. Puede volverse entonces una persona demandadora y centrar sus interacciones con los demás desde su condición de víctima en un círculo autoconfirmatorio creciente: cuánto menos reconocimiento recibe más persiste en su victimización.

Lo que suele recibir. Generalmente recibe poco o nulo reconocimiento porque genera en su interlocutor dos sentimientos diferentes y paralelos: irritación y culpa. Estas reacciones se incrementan si se trata de alguien cercano, un hijo, el cónyuge. La irritación podría deberse a esta conducta de la víctima de sentirse con derecho a la queja, al reclamo, con una impronta de resentimiento y pesadez. La culpa podría ser una reacción tanto a la queja de la víctima que se vuelve acusación y también a la molestia por tener que escucharla.

Rechazo y manipulación. En una espiral vertiginosa también la víctima puede generar desconfianza si asume conductas manipulatorias y a veces hasta agresivas y hostiles. La persistencia en el relato de la victimización se vuelve una justificación en las relaciones que, paradojalmente, va siendo un factor de aislamiento y resentimiento creciente. La víctima que tanto reconocimiento y aceptación necesita y solicita recibe en cambio rechazo.

La deuda eterna. Desde el reclamo, la víctima propone una jerarquía en la que se ubica en una posición superior al interlocutor: a la víctima se le debe, siempre se le debe, a la víctima parecen corresponderle derechos compensatorios. Ya lo señalaba Freud respecto al Ricardo III descripto por Shakespeare cuando decía que la naturaleza había sido tan cruel con él habiéndolo construido defectuoso que ya había pagado todo lo que la vida le exigía y que ahora sólo le correspondía cobrarse de ella, que todo lo que hiciera, cualquiera fuera la atrocidad, le estaba permitido. De hecho es ésta una de las acusaciones que recibimos los judíos de parte del mundo judeófobo, que, culpable por su sentimiento anti judío y su conducta consecuente, se escuda en nuestro trabajo por la memoria y nuestra búsqueda de justicia y reconocimiento para acusarnos de manipulación y aprovechamiento.

Sujeto del otro. Pero, mirado más profundamente, la víctima ocupa esta jerarquía superior de manera superficial. Desde su definición en la relación interpersonal, es sujeto del otro, depende del otro, es el victimario quién lo define. La culpa del daño y la fuente del resarcimiento están siempre en el otro. La víctima es de una dependencia extrema, tanto así que otra de sus características es la pasividad, dado que lo que sucedió, le sucedió, le fue hecho por decisión y voluntad de otros. La noción de víctima está asociada, en un deslizamiento de sentidos, con la de impotencia, incapacidad o imposibilidad de defensa o acción activa o reactiva. Y son estos contenidos –culpa, desconfianza, pasividad- con los que solemos vernos los judíos, como si nuestra condición de víctimas fuera natural, como si formara parte de la mochila de nuestra identidad.

VICTIMIZACIÓN IGUAL A PASIVIDAD: ¿LA SHOÁ?

Pues así como es una falsedad histórica que hemos sido siempre perseguidos, es también falso que hemos recibido pasivamente los ataques. Son los relatos los que han ido modelando esta noción, los relatos nos han congelado en la victimización. Uno de los ejemplos más flagrantes de esta falsedad tomada y dada como cierta, es la conducta durante la shoá. La frase “marcharon pasivamente a su propia muerte como ovejas al matadero” es una cabal expresión de ello. Encaré en otros textos la impertinencia de la misma y lo impropio de su descripción. Ha sido precisamente al revés: ninguno de los pueblos ocupados por los nazis en Europa se ha levantado de manera espontánea del modo que lo hemos hecho los judíos. No sólo en los diferentes levantamientos armados en guetos y campos de trabajo y de exterminio, no sólo en las luchas de los partisanos, los sabotajes, sino en los mil y un aspectos de la continuidad de la vida en los largos años de la shoá. Los cien mil niños salvados, pudieron ser salvados gracias al empeño de sus padres, a las redes de salvataje tendidas en toda Europa. Permítaseme citar parte de la hagadá de la shoá que hemos escrito con Charles Papiernik: resistimos con todas nuestras fuerzas y de todas las formas posibles: en los guetos manteníamos escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, un sistema de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños; en los campos tratábamos de mantener alta la moral y fuimos capaces de conductas de solidaridad que siguen siendo ejemplares dado el grado de inhumanidad al que nos pretendían someter. Los judíos nos hemos comportado con dignidad a pesar de la aceitada maquinaria nazi que nos pretendía deshumanizar para hacer más fácil para ellos nuestro asesinato: casi no hubo suicidios entre nosotros y emprendimos las luchas que fueron posibles, salvando gente, escondiendo, alimentando, curando, consolando, desde la clandestinidad, actuamos con heroísmos cotidianos sosteniendo la vida y resistiendo a las fuerzas de la muerte, huimos cuando pudimos a Rusia y nos escondimos en bosques, casas, graneros, cambiamos de identidad, fuimos ayudados algunas veces por personas no judías, pocas es cierto, pero debemos recordarlas por su valentía, intervinimos en actos de sabotaje y debemos rendir un homenaje especial a nuestros niños, los pequeños contrabandistas que sostenían la vida en los guetos entrando alimentos primero y armas después. Morir no enorgullece a nadie, pero sostener la vida cuando todo a nuestro alrededor nos muestra su inutilidad, es un acto de heroísmo y eticidad.

DE VÍCTIMAS A PROACTIVOS.

Sin embargo, muchos de nosotros nos seguimos viendo en el lugar de las víctimas y alimentamos esta definición. Observo un cambio poderoso en la Argentina en este sentido: a partir de la bomba en AMIA, hemos salido a la calle, empezamos a dejar de llamarnos por eufemismos, “israelitas”, “hebreos” “paisanos”, “de la cole” y hoy somos “judíos” sin que ese sonido raspado de la jota caiga como una mancha en el discurso, lo estamos diciendo con naturalidad, propiedad y derecho. Las marchas públicas, los reclamos, las acciones emprendidas, no siempre con el apoyo debido de las instancias oficiales, grupos como Memoria Activa, nos están definiendo desde otro lado. La posición de víctima nos está empezando a resultar ajena, como un ropaje que se vuelve cada vez más incómodo.

EL LUGAR DE VÍCTIMA: ¿ESPACIO POLÍTICAMENTE DESEADO?

A muchos de nosotros nos resulta desgarrador el actual estado de cosas en el conflicto entre árabes y judíos en Medio Oriente donde la condición de victimización, para algunos medios supuestamente esclarecidos, se ha invertido dolorosamente en una mueca caricaturesca, una burla desgarradora. Los encargados de difundirlo son algunos medios periodísticos prisioneros por un lado de sus compromisos económicos y también por la izquierda europea, culpable, como dice la mencionada Pilar Rahola, por viejos pecados contra los judíos. Señalarnos como culpables hoy de perversidad y crueldad contra las nuevas víctimas, los palestinos, exonera de pecados a los europeos que fueron indiferentes al intento de exterminio durante la segunda guerra.

El lugar de víctima parece ser un lugar anhelado dado que permite el reclamo, da derechos, genera un espacio de demanda y reivindicación. En este mundo maniqueo de extremos, blancos y negros, buenos y malos, sólo parece caber ser víctima o victimario. Víctima es bueno, victimario es malo. Víctima es inocente, victimario es culpable. Víctima es pasiva, victimario es activo.

LA SALIDA DE LA VICTIMIZACIÓN

La salida del lugar de víctima, implica un movimiento de gran profundidad y de algún riesgo. Si la condición de víctima es una de las constitutivas de nuestra identidad judía, su cambio implicará un cambio también en la vivencia y expresión de esa identidad. La bomba contra la sede de la AMIA fue un antes y un después para el colectivo “judíos argentinos”. Pero nuestra reacción, que parecía local, trasciende las fronteras nacionales y pasa a formar una comunidad con otras, por ejemplo en estos días la francesa. Las digresiones de nuestros representantes comunitarios en oportunidad de los atentados acerca de la pertinencia o no de salir a la calle, el riesgo de volvernos demasiado visibles y por ello, blancos de nuevos ataques, están siendo replicadas en la actualidad en la comunidad judía francesa ante los más de mil ataques antijudíos sufridos en los dos últimos años; también ellos, también sus dirigentes, se cuestionan, como los nuestros entonces, qué es mejor, si esperar a que todo se calme o si salir a la calle de una manera proactiva. Se preguntan, en suma, qué hacer: seguir ubicados en el lugar de las víctimas o tomar de alguna manera las riendas de nuestro destino y hacernos oír con pleno derecho.

Los judíos argentinos hemos salido a la calle, aparecemos en los medios en nuestra condición de judíos, y hay un pisar más firme, una voz mejor timbrada, una actitud que quiebra, de manera pública y explícita la vieja condición constitutiva de víctimas. El reclamo de justicia, gritado a voz en cuello por ejemplo por los asistentes semanales a Memoria Activa, es una expresión de esta salida del estado de victimización.

IDENTIDAD

Nos resulta familiar vernos como víctimas, como víctimas casi naturales, como representantes de un pueblo que ha sufrido tortuosas y múltiples violaciones a su derecho a vivir, a restringir su residencia en lugares determinados, a asumir funciones y tener impedido el acceso a otras, a no poder ejercer con plenitud su libertad de ser y decidir. Como trabajadora en el tema de la shoá, vengo hace un tiempo reflexionando alrededor de la condición de víctimas en el intento de salir de la misma, de vernos y hacernos en otra posición. Reconociéndonos como víctimas, que lo fuimos, pero saliendo del lugar de la victimización cuando damos testimonios, cuando difundimos las lecciones de la shoá, cuando enseñamos, cuando producimos hechos de reflexión y comprensión, cuando buscamos y encontramos sentidos en la transmisión misma.

Tal vez esta mirada sobre nosotros mismos como víctimas tenga una raíz muy profunda en la poderosa exigencia ética que nosotros mismos alimentamos. No sólo hemos sido, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, el único que tuvo levantamientos y resistencias espontáneas y populares, también, y esto es esencial a esta presentación, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, somos los únicos que nos hemos cuestionado si hemos hecho lo suficiente, los únicos que nos hemos cuestionado en nuestras reacciones defensivas y hasta hemos llegado a acusarnos de cobardía o pasividad.

Tal vez de lo que somos víctimas, en un sentido hondo y esencial, es de nosotros mismos, de un relato en el que nos hemos constituido y de la resistencia a reconocernos potentes y a tener que asumir la responsabilidad que ello comporta. La victimización nos sumerge en lo más profundo del gueto impuesto de la identidad negativa. Digamos y vivamos “judío” con suavidad y firmeza. Digamos y vivamos “judío” acariciando la jota inicial que es también la de júbilo y jubileo, la de juego y juglar, la de junco, la de juntos y, por sobre todas las cosas, la de justicia.

BIBLIOGRAFÍA

Brenner, Marie: “France´s Scarlet Setter”, Vanity Fair, Junio 2003.

Brodsky, Patricio: Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo. Publicado en “La voz y la opinión” junio 2003

Hayley, Jay: “Tácticas de poder de Jesús Cristo”. Editorial Siglo XXI, Buenos Aires,1975.

Papiernik, Charles- Wang, Diana: “Hagadá de la Shoá”. 2003.

Rahola, Pilar: Entrevista con Marc Tobiass, 2 de octubre 2002.

Rudy-Toker, Eliahu: “La felicidad no es todo en la vida, y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2001

Rudy-Toker, Eliahu: “El pueblo elegido y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2003.

Toker, Eliahu: comunicación personal.

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[1] Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.

Silencio y Palabras. Sobrevivientes de la shoá en Argentina

SILENCIO Y PALABRAS. SOBREVIVIENTES DE LA SHOÁ EN ARGENTINA[1]Diana Wang[2]

“Perdoname, perdoname” decía la voz de mi madre, desgarrada, por teléfono ese lunes a la mañana “no sabía que iba a pasar esto. No sé por qué nos odian. Otra vez. No sabía. Perdoname que te traje a este país. No sabía”. Sin comprender lo que sucedía, esperé hasta que se hubiera calmado y entonces supe: “destruyeron la AMIA[3]. Otra vez nos quieren matar”.

Por qué Argentina. Vinimos de Polonia a la Argentina en 1947. No habíamos elegido venir acá, fue el último recurso luego de la imposibilidad de ir a Israel o a los Estados Unidos. En la Europa arrasada y caótica de la posguerra emprendimos una búsqueda desesperada de visas. Sólo pudimos conseguir una para Paraguay, palabra que evocaba frutas exóticas, imágenes desconocidas. El barco se detenía en el puerto de Buenos Aires. En Buenos Aires, que hacía pensar en prostíbulos y delincuencia, vivía una amiga de nuestra ciudad. Ante la incertidumbre y las búsquedas sin rumbo, nos quedamos. Ilegales primero, reconocidos un poco más tarde, nos establecimos aquí con la esperanza de comenzar de nuevo. No sabíamos entonces que había una expresa prohibición para el ingreso de judíos. No sabíamos que mientras nuestro ingreso no era permitido, el gobierno de Perón buscaba activamente la entrada de nazis. No sabíamos muchas cosas que después fue imposible no saber.

Un punto de inflexión. Para mi familia, una familia de sobrevivientes como tantas otras, la destrucción de la AMIA -47 años después de nuestro ingreso al país- fue un punto de inflexión. La vida normal vivida hasta entonces, que implicaba el “olvido” de lo sucedido en la shoá, se trastocó de cuajo. El pasado volvió con una fuerza incontenible.

Las familias de sobrevivientes se comportaron de maneras diversas. Muchos, la gran mayoría, habían guardado un preservador silencio en los cincuenta años posteriores a la Shoá. Silencio incompleto, por supuesto, silencio fragmentado y que derramaba contenidos a menudo inexplicados, pero un silencio que se desbordó en 1994[4].

LOS AÑOS DE SILENCIO Es difícil conocer la cantidad de judíos ingresados en la Argentina entre 1945 y 1950. Muchos lo hicieron de manera ilegal con lo cual no han quedado registros precisos. Sabemos que adoptaron distintas formas para integrarse a la sociedad argentina en relación a la decisión de vivir como judíos en esta nueva vida. Algunos optaron por el ocultamiento de su identidad, como sucedió durante la Inquisición con los judíos españoles y portugueses, mezclándose con el resto de la sociedad (algunos de sus hijos soy hoy los que buscan conocer la historia, rearmar el rompecabezas de su origen y condición). Otros, eligieron un camino más suave; sin renegar, evitaron la exhibición de su condición judía y la participación en alguna institución comunitaria. Y otros, se asumieron plenamente como judíos e intervinieron con distintos niveles de la vida comunitaria.

Diferentes caminos. Estas diferencias pueden ser encontradas en los distintos países que alojaron a los sobrevivientes. Debemos resaltar que los judíos, tanto antes como después de la Shoá, no han sido un grupo monolítico ni homogéneo. No todos los judíos europeos habían intervenido de la misma manera en la vida comunitaria en sus lugares de origen. También hay que tomar en consideración la crisis de fe de muchos sobrevivientes que no podían responderse a la pregunta de dónde había estado Dios durante la Shoá. Esa ausencia de respuesta los condujo a un profundo y doloroso descreimiento. Otros sobrevivientes, tomaron la decisión de alejarse de cualquier manifestación judía con la ilusión de que, si no vivían como judíos, protegerían a sus hijos de los sufrimientos que habían pasado ellos. En todo el mundo, los judíos entablaron juicios comunitarios debidos a acusaciones de colaboración con los nazis sobre algunos sobrevivientes. Muchas de estas acusaciones fueron falsas, pero la ordalía de los juicios y el tener que probar la inocencia condujo a algunos sobrevivientes a desconfiar de los organismos comunitarios como espacios protectores.

Argentina, tierra de diversidades. Pero hay ciertas particularidades vividas específicamente en la Argentina para comprender las diferencias de integración de los sobrevivientes a la vida judía y su largo silencio. A diferencia de otros países latinoamericanos, la cultura en Argentina tuvo una clara hegemonía europea. La comunidad judía argentina ha sido muy numerosa, multifacética y de una gran pluralidad política y cultural. Religiosos y no religiosos, de izquierda y de derecha, sionistas y no sionistas, idishistas y hebraístas, sefaradíes y ashkenazíes, la expresión judía en la Argentina ha cubierto casi todos los aspectos de su vida cultural y profesional. Esto puede corresponder a cualquier gran población cosmopolita, pero hay factores que distinguen a los judíos argentinos de otros: el enorme poder de la Iglesia Católica local, el terror y la represión sufridos en la Guerra Sucia (la Dictadura Militar entre 1976 y 1983) y los dos grandes ataques antijudíos, la destrucción de la embajada de Israel en 1992 y la de la AMIA dos años después, el mayor ataque sufrido por la comunidad judía después de la Shoá.

Antisemitismo. Argentina es una sociedad eminentemente católica y los argentinos católicos han recibido por siglos sermones antijudíos en las iglesias y las pequeñas parroquias. Los judíos éramos mirados, aunque no explícitamente, con desconfianza y sospecha. Si bien los ataque antisemitas eran, salvo algunas excepciones, verbales, había posiciones que nos resultaban inalcanzables, lugares donde no podíamos pertenecer. El argentino común, descendiente de italianos y españoles llegados en la gran ola inmigratoria de fines del siglo XIX igual que muchos judíos, es tolerante y amable; tiene un antisemitismo que llamaría latente pero que, hecho conciente, no reconoce ni defiende. Los focos antisemitas en la actualidad pueden ser hallados en las fuerzas de seguridad especialmente, la policía, el ejército, las fuerzas “protectoras” de la sociedad y en grupúsculos marginales acotados.

La Guerra Sucia. Durante la dictadura militar que sufrió la Argentina entre 1976 y 1983, un altísimo porcentaje de los desaparecidos era judío. Según el informe de la CONADEP, Nunca Más[5], sobre la cifra estimada de 30.000 desaparecidos, más de un 10% eran judíos -diez veces más que la proporción en relación a la población general.

Fela es frágil, pequeña y canta con nostalgia y melodiosidad las viejas canciones húngaras de su infancia en Budapest. Sobrevivió a Auschwitz, o, como ella suele decir “siguió viviendo”. Llegó a la Argentina en 1948, se casó, tuvo tres hijos, un varón y dos mujeres. En agosto de 1976 su hija mayor, que estaba por casarse, no volvió una noche de la universidad. Cuando la espera se hizo insoportable, dada la dictadura militar, Fela comenzó a llamar a las amigas. Nadie sabía nada, la hija había salido de su clase como siempre, a la misma hora. No volvió esa noche. Lo que siguió fue lo que tantas madres pasaron: búsquedas en oficinas, en destacamentos, malos tratos, ninguna explicación ni noticia. Fela se unió al primer grupo de lo que después se llamó Madres de Plaza de Mayo. Su propia vida no tenía importancia, no temía los riesgos de su búsqueda: debía encontrar a su hija. Luego de varias semanas milagrosamente lo consiguió. Tuvo la suerte que otras madres no tuvieron. Lo curioso es que Fela no lo quiere contar (éste no es su nombre verdadero porque prometí guardar el secreto de su identidad).´No lo quiero contar´, me dice, ´porque nunca se sabe qué es lo que puede pasar en el futuro y no quiero poner en peligro su vida ni la de sus hijos´. Los judíos, como prisioneros, sufrían torturas suplementarias, más humillaciones y crueldades que los demás[6]. Esto fue para los sobrevivientes una confirmación de lo peligroso de mostrarse judíos, peligro que podía hacerse extensivo a los hijos. Algunos sobrevivientes han tenido, efectivamente, la cruel desdicha de haber tenido hijos en condición de desaparecidos y siguen sin saber nada de ellos. No hay datos ciertos sobre su número porque como Fela, muchos no lo han querido contar. Conozco personalmente unos diez casos así que supongo que habrá algo más que eso.

LA RUPTURA DEL SILENCIO Los judíos ganan la calle: AMIA. El atentado y la impunidad posterior que aún persiste han instalado el tema de los judíos en la Argentina como nunca antes había sucedido[7]. La sede de la AMIA era el corazón de la vida social judía. El golpe ha sido tan profundo que los judíos en pleno nos volcamos a las calles a demostrar nuestra oposición e indignación. Nunca como antes la presencia judía fue tan evidente para los argentinos. Nunca como antes la presencia del sentimiento antijudío fue una realidad más evidente para los judíos. Nunca como antes muchos argentinos no judíos pudieron expresar su repudio a semejante ataque. La palabra “judío” empezó a ser pronunciada con un tono renovado. Había sido hasta entonces, una palabra que, pronunciada, afectaba al resto del discurso de un modo muy particular. Se empezó a llamar “judíos” a los judíos en lugar de los eufemismos habituales, israelitas, hebreos, paisanos, rusos. Comenzamos a salir a la luz, a exponernos en tanto judíos, a ser escuchados en tanto judíos, tal vez, por primera vez, a ser conocidos. También nuestras instituciones adquirieron un lugar protagónico en los centros urbanos porque están protegidas por bloques de cemento para impedir otro ataque con un coche bomba como los sucedidos. De esta manera, nuestros lugares, con la pretensión de ser preservados, están marcados. Una re-edición lúgubre de la estrella con la palabra Jüde.

La legitimación de Spielberg. No sólo el atentado a la AMIA, “La lista de Schindler” tuvo también un peso decisivo en la apertura del dique tras el cual los sobrevivientes vivían protegidos de sus recuerdos. Fue en ella que por primera vez se vieron legitimados y pudieron hablar. Así como en otras partes del mundo, el film de Spielberg legitimó la existencia de los sobrevivientes de la shoá y les permitió salir del encierro del silencio.

Nuevos oídos. La sociedad, paralelamente, se mostró progresivamente interesada en conocer nuestras experiencias. Fuimos y somos llamados a escuelas y diversas instituciones, judías y no judías. Los sobrevivientes tienen hoy presencia en la sociedad en general. Distintos grupos e instituciones que se ocupan de estos temas[8] llevan adelante la tarea de difusión y de enseñanza en ámbitos judíos y no judíos[9].

Hoy, nuevos problemas. La Argentina está viviendo su cuarto año de recesión económica. Esta profunda crisis ha destruido prácticamente a la clase media y muchos sobrevivientes enfrentan nuevos desafíos y penurias. La devaluación sorpresiva, el desempleo, el elevado costo de los gastos en general y los médicos en particular, resultan en que un tercio de los sobrevivientes deben recurrir a la ayuda económica. Pueden cubrir sus necesidades básicas gracias a la Fundación Tzedaká de Buenos Aires que distribuye el dinero provisto por organizaciones judías locales e internacionales. Por otra parte, los sobrevivientes, como tantos adultos mayores en Argentina, ven a sus hijos y nietos en un camino de emigración, con lo cual deben vivir, otra vez, el desgarramiento que implica la separación de sus seres queridos. Según estimaciones, cerca de 200 hijos y nietos de sobrevivientes de la Shoá están entre los 20.000 judíos que se fueron de la Argentina en los últimos dos años.

Las siguientes generaciones. Hoy los sobrevivientes de la Shoá saben que el destino de la memoria está en nuestras manos, en las manos de sus hijos y de sus nietos, acá o donde sea que la vida nos haya llevado. Igual que en otras latitudes, en la Argentina algunos de sus descendientes asumimos nuestro lugar en la cadena dorada con la esperanza de dejar nuestro mensaje ético y humanista.

[1] Versión en castellano del texto publicado en “Jewish Renaissance. Summer 2003”, Julio 2003, Londres como “Silence an Speech, Holocaust Survivors in Argentina”. [2] Con la colaboración editorial invalorable de Natasha Zaretsky , doctoranda en antropología en la Universidad de Princeton -su tesis está centrada en la memoria y la violencia en la comunidad judía de Buenos Aires-, quien, con calidez y paciencia, mejoró mi versión en inglés e hizo algunas sugerencias muy atinadas respecto del texto. [3] AMIA, Asociación Mutual Israelita Argentina, institución social y cultural central de la comunidad judía. Se ocupa de la red de escuelas judías, de los cementerios, de la cultura y las artes, de la asistencia social de los necesitados y enfermos, bolsa de trabajo, el sostén del asilo de ancianos, la biblioteca, la vida cultural, la representación comunitaria. [4] En “El silencio de los aparecidos” Acervo Cultural, Buenos Aires 1998, describo las diferentes razones –personales, familiares, sociales- para este silencio. [5] Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas. Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1984 [6] Mario Villani: Nazismo y antisemitismo en los campos de concentración de la Argentina. Informe presentado al Juez Garzón, Madrid, España, en abril 1999 y en el Ministerio de Justicia de Israel con la intención de someter a los genocidas a juicio en un tribunal internacional, cosa que aún no se ha conseguido. [7] Es imprescindible mencionar, que durante los años de la dictadura militar, hubo una reacción de algunos miembros de la comunidad judía liderados por el Rabino Marshall Meyer y el periodista Hermann Schiller y crearon el Movimiento Judío por los Derechos Humanos, que tuvo el coraje de exponer sus denuncias y exponerse a pesar del enorme riesgo que ello implicaba en aquellos momentos. [8] Sheirit Hapleitá, la Fundación Memoria del Holocausto-Museo de la Shoá, el proyecto de tomas de testimonios de la Survivors of the Shoah Visual History Foundation de Spielberg, Fundación Raoul Wallenberg, Centro Simon Wiesenthal, March of the Living, grupos de Niños de la Shoá y su film testimonial “Aquellos niños” dirigido por Bernardo Kononovich y el grupo de segunda generación de sobrevivientes [9] El pasado martes 15 de abril, el grupo “Niños de la Shoá en Argentina” ha sido honrado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por su trabajo en la “construcción de una Argentina ética y humanista” en un acto público en el que cada uno de sus miembros recibió de manos de los legisladores un diploma de agradecimiento. La mayoría de los honrados había entraron ilegalmente al país dado que la política de inmigración de entonces prohibía el ingreso de judíos. El reconocimiento oficial habla a las claras del cambio en la relación no sólo de los judíos con las esferas oficiales sino específicamente de los sobrevivientes de la Shoá respecto al sentido de testimoniar su experiencia.

Memoria Activa, discurso 2003

El doceavo mandamiento: no serás víctima. Era 1938. Sigmund Freud estaba por abandonar Viena, su Viena querida. Tenía 82 años. Había rechazado las reiteradas invitaciones para establecerse en el exterior porque consideraba que Austria era su lugar a pesar de haber sido echado de la Universidad, a pesar de que sus libros habían sido quemados por difundir la ciencia judía. Cuando una de sus hijas, Anna, fue detenida por la Gestapo, decidió que era suficiente, que debían irse. La escena es en la puerta de su casa en el 19 de la Bergasse. Freud sale de allí para siempre rumbo a Inglaterra. En la calle está el camión cargado con todas sus pertenencias, y se acerca un oficial uniformado quien, gentil pero firmemente, le dice “firmeg esto” y le entrega un papel. Freud comprende que es su salvoconducto, la condición para poder alejar a su familia del peligro. Lo lee. El documento era una declaración delirante sobre el excelente trato deparado por las autoridades alemanas, y dejaba constancia de que abandonaba Austria por su propia voluntad y en total libertad. Freud se encontró ante un dilema. Si, luego de las humillaciones sufridas, firmaba semejante barbaridad, excusaba a los nazis de todo lo que le habían hecho y dejaba un testimonio falso de su proceder. Pero, si no lo firmaba, estaba claro que ni él ni su familia podrían ponerse a salvo. Luego de un instante de reflexión, con una sonrisa en los labios dijo: “Firmaré esta declaración con mucho gusto Sr Oficial. ¿Me permite que agregue algo?”. El oficial aceptó de buen grado, y Freud agregó: “y puedo recomendar a los nazis a todo aquel que así lo solicite”. Con lo cual, magistralmente, resolvió su dilema, pues firmó la declaración según se le exigía y al mismo tiempo, aunque aparentemente la confirmaba, la descalificó de plano y desnudó la maniobra al incluir la palabra “recomendar”.

La carta pretendía ponerlo en un callejón sin salida. No sólo lo obligaba a testimoniar sobre la “cordialidad” de los nazis y su “don de gentes”, sino que lo instalaba en el lugar de la víctima, de alguien que está con las manos atadas y que no puede más que someterse pasivamente a lo que sucede. Con una magistral maniobra, no aceptó ese lugar y, al mejor estilo de los yudokas, invirtió las posiciones: de víctima se volvió en denunciante.

Los judíos hemos sido caracterizados muchas veces como víctimas. Para muchos, incluso para muchos judíos, la condición de víctima es parte central de su identidad. Eliahu Toker y Rudy acaban de nacer su segundo libro de humor judío. El título es un milagro de inteligencia y síntesis: “El pueblo elegido y otros chistes judíos”. Hay allí la famosa frase atribuida a Billy Cristal que dice que las fiestas judías se pueden resumir así: nos quisieron matar, no pudieron, a comer! El humor judío, tan revelador de nuestra fibra más íntima y vulnerable, tan impúdico en mostrarla, es elocuente: nos vemos a nosotros mismos como víctimas. En nuestro diálogo con Dios, ese diálogo personal que todo judío siente que tiene el derecho a tener, sea creyente o no, lo increpamos en primera persona, le reclamamos, ya sin ningún humor, ¿por qué hemos sido elegidos, por qué la gente no mira para otro lado y busca a otro pueblo con el cual agarrársela, qué tenemos de atractivo, cuál es el imán? En lugar de la marca de Caín, ¿cuál es la marca de Abel que llevamos en la frente?

Freud con su magistral maniobra, no acepta inscribirse en la condición de víctima, se sacude la impotencia, la desesperanza.

Es lo que siento cada lunes acá, en esta plaza. Memoria Activa también se ha sacudido el lugar de víctima. La víctima es pasiva, la víctima es inerme, la víctima se encierra para lamentarse, la víctima es impotente, la víctima, para seguir siendo víctima sólo puede llorar y aguantar. La condición de víctima nos ata las manos porque desde la posición de víctimas, estamos en manos del otro, dependemos de sus decisiones y conductas, nos anulamos como sujetos de acción y pasamos a estar objetos del otro. La condición de víctima, si bien para algunos pueda ser un espacio seguro de identidad porque es el conocido, nos hunde más y más en el regodeo del sufrimiento. Porque para seguir siendo víctimas, hay que mantener bien vigente el sufrimiento, no hay que emprender ninguna acción para cambiar nada, sólo sentarse a esperar la siguiente situación de ser victimizados, dicho así, en voz pasiva.

No es lo que pasa en Memoria Activa. No es el espíritu de esta gente. Lejos de guardarnos escondidos en un lamento perenne, el grito de “justicia, justicia perseguirás” invoca a la acción. Para perseguir hay que moverse, hay que caminar, hay que hacer, interpelar, reclamar, protestar, insistir, ser obstinados, inventar recursos, adivinar brechas. En este camino, lo que estamos haciendo, como Freud en la escena que describí, es salir del rincón supuestamente seguro y protector de la víctima al espacio inclemente de la calle, al aire libre de las bocinas y la gente que pasa pensando en otra cosa. Este movimiento es un riesgo, ocupamos espacios que no nos son tradicionales, espacios en los que decimos “judío” así, desnudo, sin necesitar de otros eufemismos más delicados, para que suene mejor. Nos hemos vuelto visibles de un modo que antes no había sucedido.

Siempre recurro a la Shoá, no sólo porque es parte de mi vida, sino porque sigue siendo una fuente inagotable de lecciones y aprendizajes. Algunas personas, no muchas, conocen cómo vivían los judíos en los guetos de la Europa ocupada por los nazis. Lo que pocas personas saben es todo lo que hicieron los judíos, además de los conocidos levantamientos, para salir de la condición de víctimas, las innumerables resistencias que emprendieron. Déjenme mencionar tan sólo algunas: mantenían escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, redes de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños. No aceptaron ser víctimas, no fueron pasivos, no había calles exteriores donde salir a demostrar a los no judíos, pero hicieron de las vidas de los que estaban en los guetos un espacio de dignidad que hoy reeditamos acá, ya no en un gueto sino en la calle, al aire libre, públicos y expuestos.

La Shoá sigue siendo una escuela tanto de lo peor como de lo mejor del ser humano. Voy a terminar con una cita del profesor Yehuda Bauer, erudito historiador de la Shoá, que propone que agreguemos tres mandamientos a los diez existentes:

Décimo primero: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca perpetradores”;

Décimo segundo: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no permitirán jamás ser convertidos en víctimas”; y

Décimo tercero: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca jamás observadores pasivos de asesinatos masivos, genocidios o –ojalá que nunca más suceda- una tragedia como la que fue el holocausto”.

Estos nuevos mandamientos le hablan a nuestra responsabilidad, tanto individual como social y querría que fueran enseñados en las escuelas, rezados en las oraciones, repetidos e incorporados a la ética humanista. Situaciones como la Shoá, como la Guerra Sucia que sufrimos los argentinos, los atentados y las oscuras complicidades de los perpetradores, y todas las situaciones de victimización, que son infinitas, que siempre se renuevan, sostenidas en la codicia, en el ansia de poder, nos fuerzan a revisar nuestra conducta constantemente y a medir cada paso.

Memoria Activa viene honrando estos tres nuevos mandamientos. El onceavo porque hace un firme rechazo y denuncia de las conductas criminales de los perpetradores. El décimo tercero porque ésta ha sido tribuna de denuncia de cuanto ataque ha sufrido la comunidad argentina y muchas veces la internacional, en formas de asesinatos, masacres y ejercicio criminal del poder. Pero en donde Memoria Activa es un ejemplo, es en relación al doceavo mandamiento, aquél que dice, y lo repito, “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no permitirán jamás ser convertidos en víctimas”. Memoria Activa es un ejemplo de rebelión contra la victimización. Aún cuando la justicia perseguida nos sea esquiva, el sólo hecho de no aceptar ser víctimas, es un hito en la órbita de lo judío. Y el no aceptarse como víctima es un acto que va de adentro hacia fuera. Nadie lo hace por otro, ningún candidato en la reciente campaña política hizo mención alguna sobre el tema de AMIA. Pues así son y así están las cosas. No nos aceptamos como víctimas, y sabemos que no es sólo por nosotros: es por nuestra y por vuestra dignidad.

El pianista (2002)

Yo, que soy una llorona, no lloré. Como el protagonista de “La naranja mecánica” en su proceso de rehabilitación cuando lo obligaban a mirar escenas de violencia, tenía los ojos bien abiertos frente al deslizamiento progresivo del Mal. No lloré. Tampoco escuché llorar a mi alrededor en el cine. Es que “El Pianista” no es una de llorar. “El Pianista” es una de pensar, de sentir, de dejarse penetrar por esa historia, nuestra historia. Polanski toma el relato de Szpilman y lo mezcla con sus propios ecos y le habla a los míos. No nos quiere contar la shoá, no se propone como historiador ni transmisor de mensajes. Tampoco hace un documental supuestamente objetivo, aunque hay un ahorro de comentarios y golpes bajos que uno agradece a cada paso. Nos cuenta la historia de la supervivencia de un judío durante la shoá, uno solo, con su pequeño universo de complejidades, sus cobardías y sus grandezas. Nos dice: “miren lo que nos fue pasando, miren quiénes éramos y cómo nos fueron haciendo deslizar en lo que nos era imposible anticipar” y nos muestra los seis años de reinado del Mal.

Cuenta la historia de Władek Szpilman un judío que se salvó. Como mis padres. Su historia, como todas las historias de sobrevivientes, se parece y no se parece, es siempre la misma y siempre es algo diferente. Vemos su camino particular y concreto que nos permite acompañarlo paso a paso, ser testigos del progreso en el plan de destrucción de la vida judía y observar, mudos y agradecidos, al azar que le permitió seguir viviendo contra toda expectativa.

La historia de la supervivencia de Władek Szpilman transcurre desde septiembre de 1939, en la Varsovia floreciente, hasta 1945, entre lo que quedó, las ruinas y su desgarradora soledad. La vida de los judíos en la Varsovia de fines del treinta, cosmopolita, urbana, sofisticada, nos es devuelta en imágenes y sonidos. La cotidianeidad, la ropa, los muebles, los adornos, los carteles, los pequeños detalles son lenguajes sensibles que evocan sabores, olores, aquello más primario del recuerdo. Vemos los nombres de las tiendas, los carteles, los afiches, los anuncios, en polaco y algunos también en idish con tal sensación de realidad que uno espera oír polaco, oír idish. Y muestra cómo esa vida va siendo atacada y se desliza en una caída fatal hacia la abyección y la muerte. El traslado forzado hacia el gueto, las restricciones progresivas, las humillaciones, las deportaciones, el “paso” al lado ario, los caminos tortuosos de la supervivencia y, para algunos pocos, la salvación.

Una vida puede ser relatada en pequeños detalles, detalles que nos permiten atisbar algo de ese mundo del gueto, de la persecución, de la impotencia, del miedo que nos es tan desconocido, del que la mayoría sólo tenemos un registro intelectual. ¿Cómo comprender desde nuestra “seguridad” cotidiana la progresión del hambre, del frío, el desamparo, la sed, de las pérdidas de personas, objetos, refugios, “seguridades”, “certezas”? En “El Pianista” están esos detalles que atraviesan las palabras y le hablan directamente a nuestra piel.

Temas caros a los sobrevivientes como las vergüenzas y los actos de arrojo –tanto de judíos, polacos, nazis-, las inconciencias y el puro azar, el horrible, maravilloso, injusto y arbitrario puro azar. Sin baraturas ni simplificaciones, no se nos ahorran las miserias ni las grandezas humanas. Se ve el sufrimiento judío pero también se ve su aprovechamiento por otros judíos. Se ve el judío que actúa como corrupto y en otro momento como salvador. Se ve la complicidad de la población polaca pero también se ve la ayuda que algunos proporcionaron. Se ve la crueldad de los nazis pero también la conducta de alguno que lo contradice. Polanski se atreve con la vida y con las cosas como de verdad son: grises mayores, grises menores, grises grises.

Los sobrevivientes se preguntan si “El Pianista” servirá para algo, si conseguirá acercar la experiencia a los afortunados que la desconocen. Difícil responderlo. Tal vez para muchos, incluso para muchos judíos, esta película será la primera aproximación a una de las irreparables pérdidas de la shoá: la vida judía polaca en su riqueza y complejidad. Lejos del habitante del shtetl, (esa imagen algo romántica del judío ingenuo, bonachón, crédulo y religioso de comienzos de siglo), en los varsovianos judíos de los años treinta vemos a los citadinos, a los profesionales, a los estudiantes, a las amas de casa, a los comerciantes, a los militantes, a los subversivos, y también a los criminales, los mafiosos, los aprovechadores. Los judíos, igual que cualquier otro grupo humano, se ven como fueron, en su diversidad real, dolorosa, compleja.

Se puede tener una idea de las dimensiones y alcances del monumental, abigarrado y superpoblado gueto de Varsovia, de las diversidades que anudaba, los interiores de las casas, las actividades, las ambigüedades y contradicciones, la confrontación de la opulencia de algunos frente a la total desesperación de otros... una pintura sin pretensiones de moralejas ni estridencias. El famoso muro, frontera de la vida y la muerte, escenario del heroico accionar de los pequeños contrabandistas que se jugaban la vida cotidianamente entrando comida primero y armas después, es un protagonista mudo y elocuente. Se ve también el puente que unía el gueto grande con el gueto chico y no puedo resistirme contar una anécdota que refleja el modo en que uno se va integrando a lo que le toca vivir, aún a lo más terrible: una sobreviviente que tenía diez años cuando se cerró el gueto, me contó que cuando cruzaba ese puente con sus amiguitas, jugaban a correr y no ser alcanzadas por las balas que disparaba algún nazi “divertido” desde abajo y cuando llegaban al otro lado lanzaban un triunfal “no me dio!”.

La película no es de llorar. No vi gente llorando en el cine. No tiene golpes bajos, es despojada, cruda, sin comentarios ni explicaciones. El protagonista parece transitar por su historia con cierto desapego, como si no creyera que eso le está pasando realmente. Muchos sobrevivientes cuentan la historia de la misma manera, sin dramatismos ni sobreactuaciones, ni iluminados protagonismos, como pidiendo perdón por el atrevimiento de contar.

Se les pregunta a los sobrevivientes cómo es posible que hayan continuado sus vidas casi normalmente, cómo es posible que la shoá no los haya convertido en monstruos o en psicóticos irrecuperables. Władek solo, escondido, desgarrado, digita en el aire escalas mudas, practica pianos ausentes, mantiene su cordura, arroja anclas que lo conservan humano, con obstinación, con sencillez. Lo hace sin heroísmos, sólo acunado por la fuerza de la vida. Y no se vuelve loco, no se vuelve un monstruo.

Suelo describir al período vivido por los sobrevivientes en la shoá como “el bache”. “El bache” es ese accidente que sobrevino de pronto, sin esperarlo, sin estar preparados, que los arrancó de sus vidas normales hacia esa otra legalidad desconocida y arbitraria, un pozo negro en el que fueron cayendo sin saber cuándo terminaría la caída o si alguna vez tendría fin. Al cabo de un tiempo infinito, un día tan misterioso y sorpresivo como el primero, salieron de “el bache” y fueron relanzados a la normalidad que ya creían haber perdido para siempre. Lo que habían sido y vivido en “El bache” quedaría sin procesar, sin poder ser integrado entre los normales pues debían reintegrarse a la vida, olvidar. Władek toca un concierto en la radio antes de entrar en “el bache” y lo vemos en el mismo lugar una vez afuera. “El bache” quedó en su corazón, encapsulado, guardado, esperando que el milagro de la música, de nuestra oreja, de nuestra compasión, preste algún sentido a lo que parece haberse perdido para siempre.

Un comentario final sobre la vida, su fuerza e irracionalidad sublime. Me refiero a la escena en la que nuestro protagonista toca el piano ante el oficial nazi: él no sabe, como no solían saberlo los judíos, qué haría el oficial con él, tal vez matarlo, tal vez burlarse. “Toque el piano” le había ordenado A uno se le detiene el aliento: ¿cómo hará para tocar? ¿cómo conseguirá volver del infierno y saltar en una vuelta carnero imposible de vuelta a la “civilización”? ¿recordará las armonías, volverán los acordes? ¿le responderán los dedos? ¿el hambre, el frío, el deterioro, la falta de práctica no le impedirán hacer lo que tiene que hacer? Las manos bajan lentamente sobre el teclado, dudando de sí mismas, se apoyan en algunas notas tímidas y pudorosas, y se dejan llevar por la misma música que sucede casi por propia voluntad en la voluntad de imponerse por sobre el horror, y se despliega y asciende y nos dice que sí, que milagrosamente la vida continúa, que la pérdida de lo humano es transitoria, que será olvidada y superada. La vida seguirá viviendo con la inconciencia de lo primitivo, de lo que no tiene razón.

Memoria activa, discurso 2002

En estos cien meses Después de 100 meses, uno ya no sabe qué más decir.

Se ha dicho todo. En estos 100 meses se ha dicho todo.

Se ha denunciado, se ha expresado el dolor, la rabia, la injusticia. Se ha prometido no cejar hasta el total esclarecimiento, se ha señalado a culpables, instigadores, aprovechadores, obstaculizadores y también a colaboradores, simpatizantes.

En estos 100 meses se ha dialogado con probos y corruptos que juraron, prometieron, insistieron, aseguraron que se llegaría a las últimas consecuencias, que no cejarían en su empeño sin que se castigara a los culpables.

En estos 100 meses se han transitado los vericuetos más que sorprendentes y curiosos que los funcionarios y estamentos de los distintos gobiernos han determinado. Distintos gobiernos, distintos funcionarios, el mismo callejón sin salida, la misma inconducencia; al mismo tiempo, la misma eficacia en tapar, disfrazar, oscurecer.

En estos 100 meses somos testigos de un juicio en marcha, una especie de premio consuelo, con muchos vicios de procedimiento y que juzga aspectos marginales que deja afuera el quiénes, el cómo, el por qué, el cuánto y el con qué.

En estos 100 meses se ha escuchado el desgarrado sonido del shofar semana a semana aullando a voz en cuerno nuestra impotencia por sobre el ruido de las bocinas y la gente que va y viene a nuestro alrededor y no se detiene, salvo algún curioso, a ver de qué se trata, qué hacen estos locos parados en la plaza, con cara seria, con lluvia o con calor, un shofar que a veces se queda afónico de tanto grito al aire, de tanto grito sin destino aparente.

En estos 100 meses hemos unido nuestras voces pidiendo justicia tantas veces, tantas veces, tantas veces que uno se para acá sabiendo que no hay nada nuevo que decir. Memoria Activa: crónica del país

Memoria Activa se ha constituído en testigo, víctima y crónica de estos últimos años de la vida argentina. Las distintas voces que han desfilado por estos micrófonos fueron dibujando en estos 100 meses la trama oculta y desgarrada del día a día de un país que ha perdido su rumbo. Así como las Madres de la Plaza fueron las que se animaron a hablar cuando el resto estábamos paralizados, aterrados de sacar la cabeza no fuera a ser que nos señalaran y nos secuestraran, torturaran y desaparecieran, y fueron las primeras que denunciaron lo que estaba pasando, de modo similar, las voces de Memoria Activa expresaron precozmente lo que hoy nadie duda. Un Estado que no sólo no cobija y protege a sus habitantes, sino que es la misma fuente de las injusticias y los delitos. Fue aca en donde la fiesta menemista dejó ver los entretelones, las trampas y los hilvanes, las manchas de grasa que no se veían por televisión. Fue acá donde la gente venía a poner la cara y el cuerpo y a expresar con su presencia, su profundo desacuerdo con un estado de cosas que nos ha llevado adonde hoy nos encontramos.Y no sólo fue la fiesta menemista. Lo que siguió, y que me eximo de recordar porque confío en la memoria de quienes me escuchan, no sólo no pudo mejorar nada, sino que ahondó aún más la huella que ellos habían marcado.

Lunes a lunes, Memoria Activa albergó los testimonios que reflejaban un país en caída libre. No es difícil de entender cómo no se ha encontrado a los culpables del ataque a la AMIA y a la embajada de Israel en medio de tanto rincón oscuro, de tanta mano sucia, de tanta codicia impúdica. Lo difícil es entender cómo, lunes a lunes, seguimos estando aquí. Lo difícil es entender cómo algunas cosas, a pesar de todo, sobreviven, siguen funcionando, los hospitales, las escuelas, los colectivos, la luz, el teléfono, el gas... Lo que no sabemos es por cuánto tiempo. El huevo de la serpiente

Se le atribuye a Bertold Brecht este texto famoso que tantas veces ha sido citado en este foro público:

Primero vinieron por los judíos, y yo no protesté, porque yo no era judío.

Luego vinieron por los socialistas, y yo no protesté, porque yo no era socialista.

Después vinieron por los sindicalistas, y yo no protesté, porque yo no era sindicalista.

Entonces vinieron por mí, y ya no quedaba nadie que protestara por mí.

Brecht se cansó de negar su autoría de este texto que hoy es universal y que en realidad le pertenece al pastor Martin Niemoeller de la Iglesia Confesional Alemana, luchador por los derechos humanos que sufrió siete años en campos de concentración.

Sí, algo de eso pasó con Memoria Activa y el país. Lo que pasó con los ataques, con los símiles de investigaciones, con los embarramientos de canchas, con las mentiras, con las trampas, pasó con todo el país. Hoy la protesta es de todos. La humillación y la vergüenza

Hoy el país hace agua por todos lados. Lo que hace unos años era una denuncia potente en Memoria Activa, algo que parecía importar sólo a los judíos, hoy es el contexto de todos. Pero ha habido cambios. Hoy el tema ya no pasa por la corrupción, por las estrategias y los negocios del poder. Hoy el tema ha bajado a todos y pasa por la vergüenza y la humillación en especial del desempleo, del país que se ha ido achicando y que nos duele en cada centímetro de la piel. La vergüenza y la humillación pertenecen a la esfera de lo individual, son sentimientos que muchos de nosotros sentimos frente a una realidad que nos es tan esquiva, que nos ha dejado, como el chiste de Jesús caído del crucifijo vagando “en pelotas y sin documentos”. Hoy, pedir justicia, es más que exigir el juicio a los culpables, ahora se trata de la dignidad del trabajo, del sustento diario. La vergüenza y la humillación van minando la autoestima, la dignidad y el honor. Los extranjeros nos dicen que les sorprende cuán severos que somos con nosotros mismos. Vienen y se encuentran con estos discursos, el que estoy haciendo yo en este momento por ejemplo, desanimados, autoconmiserativos, desesperados. Ven gente decente, trabajadora, inteligente, sensible, que se siente idiota por haber creído, que no sabe dónde dirigir su dolorosa desilusión y lo hacen contra sí mismos. Vergüenza y humillación. En carne y viva y llagados. Pido perdón a los que esperan una voz esperanzada, pero lo único que atiné a componer, es estas palabras que me permiten compartir con ustedes mi propio dolor, mi propia vergüenza y mi propia humillación. La continuidad de la vida

Como ustedes saben, soy hija de sobrevivientes de la Shoá. Yo sé de la fuerza de la vida. No puedo dejar de mencionar indicios alentadores que están pasando, las irrefrenable fuerza de la vida. Vemos, sin mucho ruido, el surgimiento de algunas formaciones originales, sorprendentes, con destino aún desconocido, pero que le hablan a nuestra fe en el futuro. Huertas comunales, asociaciones de trueque, cooperativas de trabajo, diferentes organizaciones que buscan salir de la vergüenza y la humillación, con decisión de unirse y prepotencia de trabajo. La vida continúa y la vida misma busca nuevos canales que le permitan vivir. Resistir, siempre resistir

Termino citando al filósofo y epistemólogo Edgar Morin§ que, hablando de este momento del mundo, dice y es mi homenaje a estos 100 meses de Memoria Activa:

“Debemos resistir a la nada. Debemos resistir a las formidables fuerzas de regresión y de muerte. En todas las hipótesis, es preciso resistir. El porvenir ya no es una fulgurante marcha adelante, o más bien, hay que resistir también a la fulgurante marcha delante de las amenazas de sometimiento y destrucción.... Tenemos que resistir sin cesar a la mentira, al error, a la salvación, a la resignación, a la ideología, a la tecnocracia, a la burocracia, a la dominación, a la explotación, a la crueldad. Más aún, debemos prepararnos para nuevas opresiones, es decir, para nuevas resistencias... Aunque deseemos sobre todas las cosas ver el cese de la humillación, el desprecio, la mentira, ya no tenemos necesidad de certidumbre de victoria para continuar la lucha. Las verdades exigentes prescinden de la victoria y resisten para resistir. Pero preparémosnos también para las liberaciones, incluso efímeras, para las divinas sorpresas, para los nuevos éxtasis de la historia... Resistir a la nada. Resistir a las formidables fuerzas de la muerte. Resistir.”

Diana Wang

§ Tomado de “Para salir del siglo XX”, Edgar Morin, citado en “Seis millones de veces uno” de Eliahu Toker y Ana Weinstein, publicación del Ministerio del Interior, 1999, pág.219.

EN BÚSQUEDA DE LA ESPERANZA PERDIDA

Palabras para Rosh Hashaná En nuestra larga historia, los judíos hemos vivido largos períodos de florecimiento y paz, alternados por otros, de sufrimiento y destrucción. La versión que muchos de nosotros nos contamos, esto es, la de haber sido siempre perseguidos, no es rigurosamente verdadera. Es cierto que lo hemos sido, y no una sino muchas veces, pero no en todas partes ni siempre. Hemos fluctuado entre períodos de estabilidad y períodos de incertidumbre. De ambos, no sólo de los momentos difíciles, hemos extraído enseñanzas, enseñanzas que se han vuelto estrategias para sobrevivir y persistir en el tiempo. La errancia, tan esencial para nuestra definición de nosotros mismos, nos ha enseñado de primera mano, la gran lección sobre la transitoriedad de la vida. Tanto desarraigo nos ha hecho crecer raíces más hondas y expansivas, que toman nutrientes en más de un lugar, de manera rizomática y multiplicadora.

Vivimos en la Argentina momentos difíciles. No por ser judíos –también podemos tener problemas ajenos a nuestra condición de judíos- sino por ser argentinos. Vivimos momentos difíciles porque muchas de nuestras viejas certidumbres se han desvanecido y nos hemos quedado estuporosos, en shock, como si hubiéramos perdido sentidos. Los judíos sabemos –o al menos debiéramos saber- acerca de cómo sobrevivir en situaciones inciertas dado que la transitoriedad ha sido nuestra constante.

Hemos perdido la certeza del trabajo. La promesa que recibían hace un siglo los inmigrantes de prosperar en esta tierra con la única condición de trabajar y ser honestos, se ha caído y fragmentado con la fragilidad de un espejo barato. El trabajo por sí mismo no es ya ninguna garantía porque el concepto mismo de trabajo ha cambiado tanto que los más viejos no lo podemos reconocer.

Hemos perdido la certeza de la formación profesional. La otra promesa, la que recibió la generación que siguió a la de los inmigrantes, de que una profesión liberal o el comercio o una pequeña industria iban a ser los pasaportes hacia una vida digna y permitirían las construcción de un futuro para los hijos, se deshizo en el aire y nos dejó a oscuras. Comercios quebrados, industrias desmanteladas, profesionales desempleados es la realidad que nos alberga.

Hemos perdido la certeza del mañana seguro. La vida era un camino que, si se hacían las cosas bien, desembocaba en la jubilación y el descanso y la salud protegidos. Lejos de ello, el desánimo cunde, la “mala onda”, resultante de un horizonte que no parece ofrecer salidas, es el contexto en el que nos despertamos todos los días. Y es bien difícil tomar la decisión de abrir los ojos cuando lo que uno espera es más de lo mismo, o sea peor.

Pero los ciclos son círculos que se cierran y se abren. En este nuevo año que comienza, nuestro mandato, como siempre, es el renacimiento de la esperanza. Cada nacimiento, cada comienzo, cada brote porta en sí mismo la semilla del cambio, de la ventura, o, deletreado de otro modo, de la aventura. No dejarse vencer por la frustración es el primer esfuerzo que debemos hacer. La humanidad –y de eso los judíos podemos dar testimonio cabal- ha superado muchas situaciones que parecían imposibles. La estupidez del ser humano sin embargo, sigue resultando sorprendente en su persistencia y potencia destructiva. Pero también lo son la creatividad y el deseo de vivir (es otra de las cosas que confirmamos en la Shoá).

Éste es el desafío para el nuevo año que iniciamos.

Lamentarse, temer, ponerse a la defensiva, encerrarse en fortalezas de pasadas certidumbres y nuevos temores, seguir esperando que “algo” suceda y la salvación caiga sobre nosotros... nada de esto tiene sentido,

Busquemos en este nuevo año recursos que aún no hemos estrenado. Están en nosotros mismos. No hace falta que nadie venga de afuera a enseñarnos. Nosotros, especialmente los judíos, tenemos una enorme experiencia en la supervivencia, en “hacer la plancha” cuando la transitoriedad (que se ha vuelto hoy sinónimo de realidad) se vuelve turbulenta e incluso hemos conseguido salir nadando contra la corriente más de una vez. Busquemos allí. Cada uno en su propia historia.

Nuestra historia de desarraigo podría sernos venturosa por una vez. Nos han echado –esta vez a todos- de donde estábamos, del lugar que creíamos ocupar en el mundo. Estamos siendo – esta vez todos- inmigrantes otra vez. Sin habernos movido, nos han cambiado el escenario, las expectativas, el idioma. Hemos migrado –otra vez: todos- a una nueva realidad aunque parezca que no nos hemos movido de país. Nuestra actual realidad es una nueva transitoriedad, una nueva “tierra de nadie”. Pensémosla como una nueva edición de nuestra historia, ese camino de certidumbres que caían indefectiblemente y que nos obligó a generar certezas que se sostuvieran por sí mismas y que fueran fácilmente transportables. De ahí, quizá, mucha de nuestra obstinación.

Hoy, en Rosh Hashaná, en la Argentina del 2002, hago un brindis por los que ignoran –a propósito o sin querer- la palabra “imposible”. Para ello, va este relato atribuido a Albert Einstein (buen ejemplo de obstinación y búsqueda de nuevos caminos ante certidumbres poco consistentes):

“Dos niños patinaban sobre una laguna congelada. De pronto, el hielo se reventó y uno de los niños cayó al agua. El otro, viendo que su amiguito se ahogaba debajo del hielo, tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró quebrar el hielo y así salvar a su amigo.

Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron cómo lo había hecho, cómo era posible que hubiera conseguido quebrar un hielo tan grueso sólo con una piedra y sus manos tan pequeñas.

Un anciano dijo que sabía cómo.

- ¿Cómo?... Le preguntaron. Y contestó:

- No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.”

El flaquito y yo

“Correte y no hagas nada!” escucho en mi oreja izquierda esta mañana al sacar el coche. La voz, urgente, mordida, me aterra. Casi no alcanzo a ver el arma que apunta a mi cabeza. Me corro. La puerta se abre y entra un muchacho como de veinte años con la piel de la cara toda poceada, y otro un poco más chico se mete en el asiento de atrás, un flaquito esmirriado. “Abrí el garage” me ordena el primero mientra siento en la cabeza el arma que me apoya el flaquito. En blanco. Estoy en blanco. Mi señora está leyendo el diario en la cocina, Melina y Mónica se están terminando de vestir para ir a la escuela. Abro el garage. Entramos. “Cerrá la puerta”. La cierro. Me siento un idiota, un inútil. El miedo por mi familia me ata las manos y el pensamiento. Me empieza a llenar de rabia la impotencia. Me vienen ideas heroicas que acallo. Mejor hacerles caso. Voy a hablarles tranquilo. Mejor no ponerlos nerviosos. Es lo último que pienso que pensé. A partir de acá todo se me vuelve un torbellino en el que fuimos sujetos impotentes. La invasión, los gritos, el horror en las caras de mis hijas. Querían la plata que había en casa. “No tenemos nada” le dije. No me creyeron. Revolvieron todo. Le pegaron a mis hijas. “No hay nada!” vociferaba yo desesperado. En una secuencia infernal terminaron llevándoselas en un coche que estaba afuera. El flaquito se quedó con nosotros, con su mirada fría, con odio desafectado. “Te las devolvemos cuando nos des la guita que tenés, hijo de puta. Si avisás a la cana, son boleta. Portate bien. Por ahí te las usamos un poquito pero van a volver. Los dólares, queremos los dólares”. Estábamos en sus manos. Sentados en la cocina, los tres alrededor de la mesa. El flaquito no hablaba. No nos miraba. No se molestó en atarnos. Nos sabía atados por el destino de nuestras hijas. Ordenó entredientes un café y un sandwich. Mi señora se los dio. Prendió la tele. Encontró un partido de fútbol de no sé quién contra no sé quién.¿Qué dólares? ¿Cuántos? ¿De dónde los iba a sacar? ¿Dónde estaban mis hijas? El flaquito nada, sólo decía con desgano “te van a llamar”. Como a las dos horas de inmovilidad y silencio preguntó dónde estaba el baño. Entró. Busqué la plancha de los bifes, lo esperé en la puerta y cuando salió le pegué con todas mis fuerzas. Nos quedamos aterrados mirando al flaquito caído a nuestros piés. Mi señora fue corriendo a buscar la cinta de enrollar cortinas que guardábamos en el garage por si había algo que atar. Comprobamos que estaba vivo. Lo atamos con furia y sin piedad. Llamamos a la policía. En pocos minutos estuvieron en casa. Delante nuestro comenzó el interrogatorio. No había tiempo que perder. Había que sacarle toda la información. El flaquito tenía antecedentes, estaba asustado. Yo no me reconocía a mí mismo. “Que lo revienten, que no lo maten hasta que diga dónde están las nenas, que lo hagan hablar pronto. Antes de que las violen y las lastimen. Que después lo hagan pedazos. No, que me dejen a mí, lo quiero matar yo”.¿De dónde me venían esos pensamientos? ¿quién estaba siendo yo? Yo, tan pacifista y reflexivo, tan buena gente y ciudadano responsable, tan respetuoso de la democracia y defensor del diálogo, yo me veía embargado de una violencia que no reconocía en mí. De pronto, el castigo físico me parecía bueno, necesario, justificado. De pronto el flaquito era la llave que podía impedir el Mal y no sólo no me importaba hacerle daño sino que lo exigía: nos tenía que decir dónde estaban las chicas! No me importaba el modo. Era “mis hijas o el flaquito”. Elegí a mis hijas. Es lo que elegiría cualquiera. Creo.

Si el flaquito era uno de los muchos hijos de una familia desdichada, mal conformada, que vivía en una realidad en la que el delito era la vía más eficaz de sobrevivir, en donde la injusticia social era flagrante; si la arbitrariedad de nuestra sociedad lo había puesto en un lado y a mí del otro; si yo había nacido en una familia que me educó en el respeto por el semejante, en la que nunca faltó nada, que nos tomábamos vacaciones todos los veranos, que íbamos a la escuela mientras mamá y papá constituían una versión un poco menos romántica de los Perez García mientras que seguro que las cosas habían sido muy diferentes en la vida del flaquito, todo eso, todo eso, en ese momento, aunque lo sabía, me importaba un bledo. Yo quería reventarlo, quería hacerlo doler yo, quería sentir en mis nudillos el impacto de su cuerpo que guardaba el secreto de la salvación de mis hijas.

Yo sabía que mis antepasados de piel blanca habían venido a este rincón del planeta al sur de América, la habían ocupado y colonizado mientras unos pocos años antes los antepasados del flaquito habían sido echados al destierro de su propio lugar y sus culturas reducidas, desnaturalizadas. Yo sabía de esa injusticia y no la compartía. Había educado a mis hijas en la reflexión del debido respeto a todos y en la conciencia de lo arbitrario de que algunos tengamos y otros fueran carecientes de lo que permite vivir con la mínima dignidad. Sabía todo eso, pero no lo podía considerar en el momento en que mis hijas estaban en sus manos. Sólo las quería recuperar, sólo quería que fuera pronto para que no las lastimaran. No era momento de reparar heridas históricas ni de compensar el robo ocurrido desde la Conquista del Desierto ni de reivindicar nada. No era tiempo de pelear por una sociedad más justa en la que la distancia social no fuera tanta para que todos sus miembros tuvieran de verdad las mismas oportunidades, aunque seguía y sigo pensando que es una pelea necesaria. Era tiempo de conseguir la información para que a mis hijas no les pasara nada, para que volvieran con vida y enteras.

Los hechos no son los mismos cuando están encarnados en alguna situación concreta. In abstractum, las cosas se pueden ver en un contexto de reflexión y ponderación. Desde adentro, preso del clima tormentoso del miedo, la impotencia y la furia, todo se ve diferente, uno puede descubrir nuevos pensamientos, nuevas reacciones que desconocía. El otro deja de ser un semejante para convertirse en un enemigo cuando penetra en nuestro espacio corporal, cuando nos puede matar, violar, cuando esgrime un arma y se lo ve dispuesto a usarla, no es un otro con el que se pueda hablar. No es un momento para reflexiones y retóricas.

Pero ¿cómo ve la situación una persona que está afuera y, por ende, puede pensar?. No es lo mismo para el periodista, para el sociólogo, para el juez, para el historiador, para el formador de opinión o para el político, para el observador o el evaluador, quienes están más alejados y pueden –y deben- ver el cuadro más ampliado.

Suponiendo que el tal evaluador no tuviera ulteriores intenciones o intereses ocultos, que fuera honesto, vería que el flaquito y sus cómplices no son malos naturalmente sino que son exponentes de una realidad que implica una sucesión de injusticias y violaciones de la que están presos con pocas alternativas de elección. Se los puede comprender, se los debe comprender, pero no justificar ni permitir la continuidad de sus conductas delictivas.

Suponiendo que este evaluador se acerque al fenómeno con genuina voluntad de entendimiento, comprenderá también que el hombre desesperado por defender a su familia puede recurrir a cualquier medio, incluso al castigo físico. Lo comprenderá, y hasta se preguntará –si es honesto- qué haría puesto en su lugar aunque no podría justificar –como con el flaquito- su conducta como modelo a imitar. Sabrá que la escalada de violencia no lleva a otra cosa que a más violencia. Pero sabrá también que ante la desesperación de recuperar a sus hijas y ante la inminencia de la violencia a la que podrían someterlas, cualquier cosa que haga para impedirlo es lo que cualquiera de nosotros haría en su lugar.

La tentación de pensar al flaquito y sus cómplices como las víctimas y de arrojar sobre el hombre la acusación de perpetrador sanguinario es mayúscula. Después de todo, el hombre tiene un buen pasar, ha recibido una buena educación, tiene más y mejores recursos, mejor expectativa de vida, es un buen ciudadano respetuoso de una ética de convivencia, debería dejar que las cosas siguieran su curso, que los cómplices del flaquito violen a sus hijas, buscar con desesperación el dinero en efectivo sin saber si lo podría conseguir, sin saber si recuperaría a sus hijas si lo entregaba. Se constituiría en un eslabón más de la cadena de confirmaciones de que el delito rinde, de que se puede y se premia el tomar las cosas por la fuerza y así otras familias podían sufrir lo mismo que habían pasado ellos y la sociedad toda se volvería un jungla de supervivencia incierta.

¿Son estos protagonistas culpables de la realidad circundante? Aunque exponentes de aspectos tan dispares, injustos y arbitrarios resultantes de sucesos anteriores a sus existencias y que los han llevado a ser quiénes son, ¿son responsables personalmente –y punibles- por este estado de cosas?

En nuestra necesidad de simplificar para entender las cosas rápidamente y adjudicar a uno la condición de “bueno” y a otro la condición de “malo”, ¿Cuál es la víctima? ¿para qué sirve pensar en víctimas? ¿para justificar? ¿no son acaso los dos víctimas en distintos momentos, con distintas historias, en distintos grados? ¿podemos acusar a este hombre desesperado de ser un perpetrador vil y cruel? ¿no tiene derecho a defender a los suyos? ¿debe sentarse y esperar con amabilidad y don de gentes a que dispongan de su familia y decidan su vida o su muerte?

Han guiado estas palabras, mi intento personal de comprender desde la distancia algunos ingredientes que integran lo que está sucediendo entre israelíes y palestinos, esta desgarradora lucha de una causa justa contra una causa justa y el creciente apoyo de la población israelí a la política beligerante de Sharón. Quería intentar meterme en la piel de un israelí desde mi realidad argentina y judía, en especial, el cambio de bando de algunos prestigiosos intelectuales que integraron Shalom Ajshav (Paz Ahora) y que hoy reconocen la inutilidad de sus esfuerzos porque sienten, como el personaje ficticio de mi relato, que con el flaquito no se puede hablar, que no le importa, que está jugado, que al flaquito hay que pararlo y hablar después.

El héroe deconstruido

Andrea: “Qué desdichada es la tierra que no tiene Héroes”

Galileo: “No. Desdichada es la tierra que necesita Héroes”. Bertold Brecht (Galileo Galilei)

La construcción y erección del Héroe, ese personaje público que hablará con palabras universales y eternas, que actuará con conciencia de su trascendencia histórica y morirá proverbialmente joven, es una estrategia manipuladora conocida y profusamente abordada tanto por los fascismos como por los diferentes sistemas políticos autoritarios y dictatoriales. Corporizado en estatuas gigantescas que lo muestran con gesto emprendedor, la mirada fija en un punto del futuro venturoso, el pecho pleno del aliento contenido presto a estallar en alguna acción dirigida al inequívoco bien común, el Héroe es el supremo ejemplo, la figura a imitar, “pedagógicamente” simplificada, maniquea y rectora indudable de los destinos de la comunidad.

ORIGEN DEL CONCEPTO El teatro era uno de los pilares en la constitución de la subjetividad del ciudadano griego. Aristóteles nos ilustra acerca de sus contenidos y características. Distingue a la tragedia de la comedia. La tragedia se ocupa de temas trascendentales, la vida y la muerte, el odio y el amor, la lealtad y la traición. La comedia se ocupa de situaciones particulares y cotidianas, de las debilidades y vulnerabilidades, de las dudas e inseguridades del diario vivir. Mientras la tragedia trata sobre el destino del hombre, la comedia trata sobre la falible condición humana. La tragedia cumple la función de enseñanza, la comedia la de la identificación, ambas condiciones necesarias para la constitución del ciudadano de la polis griega. La tragedia está protagonizada por dioses y héroes –semidioses-. La comedia, por el contrario, está habitada por gente común.

Pensando en el concepto de Héroe propiamente dicho, Tzvetan Todorov (“Frente al límite” 1993) agrega otros dos elementos, la necesidad del relato y el tema de la muerte. Respecto del primero dice que el héroe se manifiesta en el mundo exterior a sus actos en forma de relatos que expresan su gloria; sin relato que lo glorifique, el héroe no es héroe. En relación a la muerte, señala que en la elección entre una vida sin gloria y la muerte en la gloria, el héroe optará siempre por la muerte; la muerte está inscripta en el destino del héroe.

HÉROES DEL GUETO DE VARSOVIA. Es en este contexto de ideas en el que pretendo re-pensar la noción de héroes del gueto de Varsovia. Sin poner en duda la valentía y ejemplaridad de la conducta de Mordejai Anilevich y el resto de los combatientes, me propongo reflexionar sobre el concepto de héroe propiamente dicho y la necesidad de su construcción e implementación. Los combatientes del gueto de Varsovia, los otros de otros guetos, los partisanos así como los que protagonizaron rebeliones o atentados en los campos, lucharon como expresión de convicciones y militancia y en un contexto profundamente desalentador y de total desesperación. Sabían que su único camino era la muerte. No quisieron dejarla en manos de sus victimarios. En un supremo acto de libertad, decidieron por sí mismos cuándo y cómo morir. Así fue que lucharon, sabiendo que no cambiarían el curso de las circunstancias. No se llamaron a sí mismos “héroes”. Fue ésta una denominación surgida a posteriori y profusamente utilizada. Me preguntó por qué. Me pregunto para qué.

Desdichados los pueblos que necesitan héroes, decía Galileo en la obra de Brecht.

Desdichados los judíos si necesitamos de héroes para convalidar nuestra identidad.

LAS OVEJAS Y EL MATADERO. Abba Kovner en su célebre llamamiento a la lucha conminó a los judíos del gueto de Vilna a no dejarse llevar a la muerte como ovejas al matadero. Frase encendida y provocativa, dictada por la desesperación y la impotencia del que sabe y no consigue que los demás, más temerosos, le crean. No sé cuánto éxito tuvo en esta convocatoria. La desdichada frase tuvo, sin habérselo propuesto, un éxito contundente luego de terminada la Shoá y la Segunda Guerra Mundial, una vez conocidos el grado de las atrocidades y el número de los asesinados.

El mundo, y en especial el mundo judío, no salía de su asombro y estupor. Los relatos de los “aparecidos” y los primeros documentales que mostraban filas y filas de gente que iba, inexplicablemente si oponer resistencia, mansamente, a su propia muerte, no dejaban de atormentar a los que habían estado lejos de la ocupación nazi en Europa. Siglos de acusaciones antisemitas que los describían como cobardes y pasivos se abatieron sobre los judíos de la posguerra. Duramente cuestionados en la dignidad y el orgullo ¿cómo convivir con la identidad judía ante tamaña evidencia? ¿La cobardía proverbial del judío, tan propagada por las arengas antijudías, se mostraba al mundo entero de manera incontrovertible? ¿Por qué se dejaron matar? ¿Por qué no lucharon? ¿Por qué esa insolente pasividad que salpicaba a todos los demás?

LA VERGÜENZA. Para muchos judíos del mundo, después del horror y el dolor, lo que sobrevino fue la vergüenza. Esos judíos que “se dejaron llevar como ovejas al matadero”, esos judíos impotentes, inoperantes, individualistas, inermes e inútiles, amenazaban con representar para todo el mundo a todos los judíos, amenazaban cubrir con vergüenza a toda la condición judía. Eran los años de la efervescencia con el regreso a Israel cuando en el seno de los movimientos sionistas, se intentaba refundar al nuevo judío que levantaría su dignidad y honra ante todos los pueblos del mundo. Esta nueva imagen fue lacerada con las que llegaban desde el hondo horror de la Industria de la muerte. Las voces de los constructores de la nueva identidad se levantaron enfáticas: ése era el judío que había que erradicar, el judío “guético”, el sometido, el pasivo, el humillado. Hay testimonios de la vergüenza y el desprecio por este tipo de judío –curiosa y dolorosamente muy parecido al judío pintado por el imaginario nazi- en diarios israelíes de 1945 y 1946 que me eximen de todo comentario, muchos de los cuales fueron expresados por Ben Gurion mismo. Fue ésta una de las razones por las cuales, luego de los primero momentos catárticos, los sobrevivientes decidieron callar.

EL LAVADOR DE LA VERGÜENZA. El “Héroe de la Resistencia” surge entonces como el contrapeso que permite mantener el equilibrio, será quien demostrará con énfasis que hay otro judío posible. Se trata del combatiente del gueto y de los bosques, el partisano, alguien cuyo valor no puede ser puesto en duda, cuyo compromiso y claridad ideológica, cuya involucración social y comunitaria y cuya decisión de cobrarse cara la vida dejaba un mensaje inequívoco de coraje y determinación al mundo entero. Era el nuevo faro en la trágica y vergonzosa oscuridad dejada por quienes, supuestamente, se habían dejado matar.

No voy a detenerme acá en lo inapropiado, ofensivo e impertinente de la frase “se dejaron llevar como ovejas al matadero” ni en el exiguo sustento fáctico de la vergüenza ni en las preguntas clásicas de por qué no se defendieron porque excedería el propósito de estas líneas. Tan sólo menciono a Raquel Hodara quien dijo que el que se hace estas preguntas o propone tales conceptos revela su total desconocimiento de cómo fue la Shoá.

HÉROES Y RESISTENCIA ARMADA El concepto de héroe está directamente relacionado al de resistencia armada. Tan fuerte fue esa proposición que dejó en las sombras a todas las otras Resistencias, en especial, las que se ha dado en llamar actos de rescate.

Hay una línea en la historiografía actual liderada por mujeres que plantea la necesidad de revisar hechos del pasado a la luz de una mirada no sólo masculina. Aunque etimológicamente no corresponda, proponen que la his-tory –la historia- también sea una her-story para poder construir una our-story que refleje más acabadamente otros aspectos de la realidad usualmente pobremente considerados.[1]

Desde este punto de vista, si abordamos el concepto de resistencia armada, veremos que sigue los parámetros de cierta subjetividad “tradicional” masculina: la conducta beligerante, el uso de armas, la acción en la esfera pública. En la his-story, o sea, el punto de vista masculino de la historia, se han glorificado aquellos actos que responden a los parámetros mencionados, tomando como paradigmático, a la “Heroica Sublevación del Gueto de Varsovia”.

Desde el punto de vista tradicional –hegemónico y masculino- de resistencia hubo muchas otras sublevaciones en distintos guetos (Bialistok, Lodz, Vilna, etc), en varios campos (Treblinka, Sobibor, etc), incluso la dinamitación y destrucción de uno de los crematorios de Birkenau (Auschwitz II). Hubo muchas rebeliones individuales que permanecen desconocidas porque sus protagonistas fueron muertos en el acto. Pero también hubo otras resistencias, menos espectaculares, menos públicas, más silenciosas, más “femeninas” (otra vez, en el sentido más “tradicional” de su concepción genérica). En los guetos, en todos y de manera constante y cotidiana, se trató por todos los medios de que la vida continuara. La escuela, la salud, la organización del abastecimiento mediante el contrabando, tanto de comida como de armas y documentos, negociaciones con autoridades, hasta la recreación, la cultura y la celebración de las fiestas judías, fueron organizadas y llevadas a cabo por muchos resistentes anónimos, callados, que no han sido glorificados en los relatos oficiales. Hombres, mujeres, niños, en silencio, permitieron, no sólo mantener alta la moral de la población, sino que proporcionaron alguna esperanza y fundamentalmente posibilitaron que el plan de deshumanización nazi no pudiera tener todo el éxito que sus ideólogos habían planificado y que los judíos se mantuvieran humanos a pesar de todo.

ACTOS DE RESISTENCIA Y RESCATE. Pero los actos de resistencia más profusos y los que lograron más éxito en números concretos, fueron los actos de rescate. Es difícil encontrar un solo sobreviviente de la Shoá que no deba su supervivencia, en algún momento, a alguien, judío o no judío, que lo escondió, que lo alertó, que lo protegió, que lo alimentó, que le consiguió documentos falsos, que le dio dinero o datos vitales, que lo salvó. Se estima que por cada judío escondido se precisaba de una red de sostén y mantenimiento de otras diez personas. ¿Quién se ocupó de que ese ejército en las sombras funcionara? Los movimientos de resistencia franceses, belgas, holandeses así como los polacos que se ocuparon de salvar judíos, contaron con gente en la población que asumió el riesgo de proteger judíos pero fueron casi invariablemente los mismos judíos los gestores de cada uno de los salvamentos y muchas veces sus planificadores y estrategas. Hubo redes judías de escape y organización para conseguir documentos y refugios. Hubo incluso grupos judíos que se ocuparon de rescatar gente de los aparentemente inviolables campos de concentración. Lejos, muy lejos del judío vergonzante, estos judíos se mantuvieron alertas siempre. Actuaron en secreto de manera efectiva tejiendo redes eficaces e imaginativas de salvación. Claro que sus actos no podían ser dados a conocer, eran por definición secretos y, lamentablemente permanecieron así. Los gestores del concepto de héroe parecen no haber comprendido el valor de los actos de resistencia y rescate, por ello sólo glorifican la resistencia armada.

En números concretos de vidas salvadas, (se estima que han sobrevivido algo menos de un millón de judíos) han sido las resistencias menos espectaculares y en especial los actos de rescate, los que hicieron posible la supervivencia de la mayoría de los sobrevivieron.

Al concepto de “héroe” le debemos el relato glorificado que permite construir monumentos ejemplarizadores. A la existencia de los actos de resistencia y rescate les debemos la vida de los sobrevivientes.

OTRA CARA DEL MANIQUEÍSMO: HÉROES VERSUS JUDENRAT. La construcción del Héroe precisa del antiHéroe, del traidor. El antiHéroe proporciona la contracara que destaca aún más el protagonismo del héroe. De entre los antihéroes de la Shoá, los supremos e imbatibles son los miembros de los Judenräte. Los miembros de las dirigencias comunitarias en Europa, forzados y en las peores condiciones imaginables, trataron en su abrumadora mayoría de salvar la mayor cantidad de vidas posibles; sufrieron más tarde una campaña de desprestigio y abominación tan profunda y exitosa que en Argentina, en ciertos círculos supuestamente esclarecidos, decir “Judenrat” es sinónimo de traidor.

Otra vez, como en el tema de las resistencias, se distorsiona, se ideologiza la historia, no se quiere saber. Conocer los hechos y las circunstancias, ponderar cada suceso según el contexto no permitiría la simplificación que cualquier polarización facilita en su intento de manipulación social: buenos y malos, ángeles y diablos, todo está claro, la línea divide claramente el Bien del Mal. Se pretende mantener la experiencia lejos de la posibilidad de identificación porque la verdadera reflexión lo hace insoportable. Sigamos con héroes, antihéroes y tragedias, no pensemos en personas comunes, en las debilidades e incertidumbres que determinan que hagamos sólo lo posible en cada circunstancia. Para los urgidos en borrar la vergüenza, el escenario de la tragedia es proverbial porque presenta una realidad simplificada, sencilla, que se entiende de un golpe de vista, sin complejidades confusas. Sobretodo evita ponernos frente a las angustiantes opciones, a los dilemas éticos, las choiceless choices[2], de las que estuvo llena la Shoá y en especial las atormentadoras decisiones de los dirigentes comunitarios miembros de los Judenräte. Los críticos, los puros, los enjuiciadores, los opinadores blanco-negro, los linchadores, los que nunca tuvieron que tomar decisiones que implicaran las vidas de otra gente –y que ojalá no se vean en la obligación de tomarlas nunca-, no tienen problemas, les basta ver la realidad en las dos dimensiones que necesitan y emiten sentencias sumarias como si la Shoá –o cualquier experiencia humana- respondiera a una ecuación matemática con una fórmula sencilla y aplicable a todos los casos en todas las circunstancias.

LA COMPLEJIDAD DE LA SHOÁ Lamento desilusionarlos. La conducta de los judíos en la Shoá no es un teorema lógico que se pueda resolver con la fórmula adecuada ni con estructuras de razonamiento exteriores a ella. Ha sido un fenómeno móvil, cambiante, con sus particularidades específicas según el momento, el lugar, los participantes y las circunstancias. Se habla de LA SHOÁ como si se trata de un hecho unívoco, como si en su transcurso las condiciones y leyes hubieran sido uniformes, como si se las podría medir con los parámetros de la vida normal. Se habla de LA SHOÁ y sólo se conoce, y superficialmente, lo que se ha constituido en monumentos congelados que la han vaciado de sentido: Auschwitz, hornos crematorios, seis millones, levantamiento del gueto de Varsovia, Hitler. Se habla de LA SHOÁ como si hubiera sido igual en Polonia o en Hungría, en Holanda o en Francia o en Transnistria. Se habla de LA SHOÁ como si hubieran sido iguales las circunstancias en 1939, en 1941 o en 1944. Se habla mucho de LA SHOÁ, se la usa profusamente, especialmente en discursos llenos de buenas intenciones en los que la voluntarista frase “nunca más” es cita obligada. Para el mundo entero, LA SHOÁ es hoy el representante inequívoco del Mal Absoluto, de lo que sin lugar a dudas, nadie quiere que vuelva a suceder. El contenido efectivo de lo que sucedió, los grados de complejidad y de los dilemas éticos que tuvieron que sobrellevar sus protagonistas permanece sin embargo en las sombras tal vez porque todavía sea insoportable sumergirse en el desgarro para la condición humana que representaría conocerlo.

SABER PARA OPINAR Adentrarse en ello precisa dedicación, paciencia, conocimiento, y especialmente, capacidad de ponerse en el lugar del otro. Son condiciones de una gran exigencia que requieren de un interés particular que el común de la gente no tiene y no tiene por qué tener. Con la Shoá sucede como con muchos otros temas de la vida: no podemos ser expertos en todo. Se habla de economía pero son muy pocos los que saben efectivamente de qué se trata, cómo funcionan, entre otras cosas, las redes financieras y bancarias, ¿cómo pretender, similarmente, que se sepa a fondo cómo fue la Shoá? A poca gente le interesa de verdad saberlo. Y no está ni bien ni mal que así suceda. Es un hecho y debemos tomarlo de ese modo. El problema es que, igual que con la economía, el tema de la Shoá, nos afecta de tal modo, especialmente a los judíos, que nos sentimos con derecho a opinar, a juzgar y a criticar, porque hemos sido sus víctimas y porque nos involucra en nuestra propia definición. Y la mayor parte de nosotros, lo que sabe y frente a lo que reacciona es ante la indignación del sufrimiento de lo que ha escuchado por sus familiares, opina según las visiones parciales de quienes han sido sus testigos, o por libros y por películas y no pondera que eso debiera ser comprendido en un contexto más amplio, para lo cual se requiere información precisa y acudir a la extensa bibliografía existente y que se incrementa día a día. La Shoá es unos de los hechos de la historia mejor documentados. No sólo los hoy más de cincuenta mil testimonios videograbados de la Fundación Spielberg, ni los miles de libros escritos por los sobrevivientes, sino cientos de trabajos de tesis doctorales de historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos hasta las investigaciones específicas de académicos de la Shoá. También hay una profusa cantidad de films documentales rodados in situ especialmente por los nazis y una extensa cantidad de documentación diversa como cartas, diarios, archivos de periódicos y textos de resoluciones gubernamentales por no mencionar los testimonios en los diferentes juicios desde el célebre de Nüremberg hasta el reciente de Priebke. Para comprender, para opinar, para tener una cabal idea de lo sucedido, es preciso abrevar en esas fuentes. Los testimonios de algunas víctimas, aún siendo ciertos, no alcanzan a cubrir el complejo espectro de la Shoá, no alcanzan para comprender las diferentes facetas que implicó

Honremos a los jóvenes que mostraron a los nazis y al mundo que la condición humana tiene recursos infinitos pero devolvámosles su humanidad y rescatemos a su lado, a los miles de luchadores anónimos y silenciosos –judíos y no judíos- que colaboraron en la salvación casi imposible de la mayoría de nuestros hermanos. La gesta de la dignidad y la salvación no precisa de héroes ni de antihéroes: han sido personas comunes, como usted, como yo.

[1] Juego de palabras en inglés, his es adjetivo posesivo masculino (su), her es femenino (su) y our es el plural (nuestro) [2] “Las elecciones que no se pueden elegir” como caracteriza Lawrence Langer a lo dilemas éticos que debían enfrentar los judíos durante la Shoá