El héroe deconstruido

Andrea: “Qué desdichada es la tierra que no tiene Héroes”

Galileo: “No. Desdichada es la tierra que necesita Héroes”. Bertold Brecht (Galileo Galilei)

La construcción y erección del Héroe, ese personaje público que hablará con palabras universales y eternas, que actuará con conciencia de su trascendencia histórica y morirá proverbialmente joven, es una estrategia manipuladora conocida y profusamente abordada tanto por los fascismos como por los diferentes sistemas políticos autoritarios y dictatoriales. Corporizado en estatuas gigantescas que lo muestran con gesto emprendedor, la mirada fija en un punto del futuro venturoso, el pecho pleno del aliento contenido presto a estallar en alguna acción dirigida al inequívoco bien común, el Héroe es el supremo ejemplo, la figura a imitar, “pedagógicamente” simplificada, maniquea y rectora indudable de los destinos de la comunidad.

ORIGEN DEL CONCEPTO El teatro era uno de los pilares en la constitución de la subjetividad del ciudadano griego. Aristóteles nos ilustra acerca de sus contenidos y características. Distingue a la tragedia de la comedia. La tragedia se ocupa de temas trascendentales, la vida y la muerte, el odio y el amor, la lealtad y la traición. La comedia se ocupa de situaciones particulares y cotidianas, de las debilidades y vulnerabilidades, de las dudas e inseguridades del diario vivir. Mientras la tragedia trata sobre el destino del hombre, la comedia trata sobre la falible condición humana. La tragedia cumple la función de enseñanza, la comedia la de la identificación, ambas condiciones necesarias para la constitución del ciudadano de la polis griega. La tragedia está protagonizada por dioses y héroes –semidioses-. La comedia, por el contrario, está habitada por gente común.

Pensando en el concepto de Héroe propiamente dicho, Tzvetan Todorov (“Frente al límite” 1993) agrega otros dos elementos, la necesidad del relato y el tema de la muerte. Respecto del primero dice que el héroe se manifiesta en el mundo exterior a sus actos en forma de relatos que expresan su gloria; sin relato que lo glorifique, el héroe no es héroe. En relación a la muerte, señala que en la elección entre una vida sin gloria y la muerte en la gloria, el héroe optará siempre por la muerte; la muerte está inscripta en el destino del héroe.

HÉROES DEL GUETO DE VARSOVIA. Es en este contexto de ideas en el que pretendo re-pensar la noción de héroes del gueto de Varsovia. Sin poner en duda la valentía y ejemplaridad de la conducta de Mordejai Anilevich y el resto de los combatientes, me propongo reflexionar sobre el concepto de héroe propiamente dicho y la necesidad de su construcción e implementación. Los combatientes del gueto de Varsovia, los otros de otros guetos, los partisanos así como los que protagonizaron rebeliones o atentados en los campos, lucharon como expresión de convicciones y militancia y en un contexto profundamente desalentador y de total desesperación. Sabían que su único camino era la muerte. No quisieron dejarla en manos de sus victimarios. En un supremo acto de libertad, decidieron por sí mismos cuándo y cómo morir. Así fue que lucharon, sabiendo que no cambiarían el curso de las circunstancias. No se llamaron a sí mismos “héroes”. Fue ésta una denominación surgida a posteriori y profusamente utilizada. Me preguntó por qué. Me pregunto para qué.

Desdichados los pueblos que necesitan héroes, decía Galileo en la obra de Brecht.

Desdichados los judíos si necesitamos de héroes para convalidar nuestra identidad.

LAS OVEJAS Y EL MATADERO. Abba Kovner en su célebre llamamiento a la lucha conminó a los judíos del gueto de Vilna a no dejarse llevar a la muerte como ovejas al matadero. Frase encendida y provocativa, dictada por la desesperación y la impotencia del que sabe y no consigue que los demás, más temerosos, le crean. No sé cuánto éxito tuvo en esta convocatoria. La desdichada frase tuvo, sin habérselo propuesto, un éxito contundente luego de terminada la Shoá y la Segunda Guerra Mundial, una vez conocidos el grado de las atrocidades y el número de los asesinados.

El mundo, y en especial el mundo judío, no salía de su asombro y estupor. Los relatos de los “aparecidos” y los primeros documentales que mostraban filas y filas de gente que iba, inexplicablemente si oponer resistencia, mansamente, a su propia muerte, no dejaban de atormentar a los que habían estado lejos de la ocupación nazi en Europa. Siglos de acusaciones antisemitas que los describían como cobardes y pasivos se abatieron sobre los judíos de la posguerra. Duramente cuestionados en la dignidad y el orgullo ¿cómo convivir con la identidad judía ante tamaña evidencia? ¿La cobardía proverbial del judío, tan propagada por las arengas antijudías, se mostraba al mundo entero de manera incontrovertible? ¿Por qué se dejaron matar? ¿Por qué no lucharon? ¿Por qué esa insolente pasividad que salpicaba a todos los demás?

LA VERGÜENZA. Para muchos judíos del mundo, después del horror y el dolor, lo que sobrevino fue la vergüenza. Esos judíos que “se dejaron llevar como ovejas al matadero”, esos judíos impotentes, inoperantes, individualistas, inermes e inútiles, amenazaban con representar para todo el mundo a todos los judíos, amenazaban cubrir con vergüenza a toda la condición judía. Eran los años de la efervescencia con el regreso a Israel cuando en el seno de los movimientos sionistas, se intentaba refundar al nuevo judío que levantaría su dignidad y honra ante todos los pueblos del mundo. Esta nueva imagen fue lacerada con las que llegaban desde el hondo horror de la Industria de la muerte. Las voces de los constructores de la nueva identidad se levantaron enfáticas: ése era el judío que había que erradicar, el judío “guético”, el sometido, el pasivo, el humillado. Hay testimonios de la vergüenza y el desprecio por este tipo de judío –curiosa y dolorosamente muy parecido al judío pintado por el imaginario nazi- en diarios israelíes de 1945 y 1946 que me eximen de todo comentario, muchos de los cuales fueron expresados por Ben Gurion mismo. Fue ésta una de las razones por las cuales, luego de los primero momentos catárticos, los sobrevivientes decidieron callar.

EL LAVADOR DE LA VERGÜENZA. El “Héroe de la Resistencia” surge entonces como el contrapeso que permite mantener el equilibrio, será quien demostrará con énfasis que hay otro judío posible. Se trata del combatiente del gueto y de los bosques, el partisano, alguien cuyo valor no puede ser puesto en duda, cuyo compromiso y claridad ideológica, cuya involucración social y comunitaria y cuya decisión de cobrarse cara la vida dejaba un mensaje inequívoco de coraje y determinación al mundo entero. Era el nuevo faro en la trágica y vergonzosa oscuridad dejada por quienes, supuestamente, se habían dejado matar.

No voy a detenerme acá en lo inapropiado, ofensivo e impertinente de la frase “se dejaron llevar como ovejas al matadero” ni en el exiguo sustento fáctico de la vergüenza ni en las preguntas clásicas de por qué no se defendieron porque excedería el propósito de estas líneas. Tan sólo menciono a Raquel Hodara quien dijo que el que se hace estas preguntas o propone tales conceptos revela su total desconocimiento de cómo fue la Shoá.

HÉROES Y RESISTENCIA ARMADA El concepto de héroe está directamente relacionado al de resistencia armada. Tan fuerte fue esa proposición que dejó en las sombras a todas las otras Resistencias, en especial, las que se ha dado en llamar actos de rescate.

Hay una línea en la historiografía actual liderada por mujeres que plantea la necesidad de revisar hechos del pasado a la luz de una mirada no sólo masculina. Aunque etimológicamente no corresponda, proponen que la his-tory –la historia- también sea una her-story para poder construir una our-story que refleje más acabadamente otros aspectos de la realidad usualmente pobremente considerados.[1]

Desde este punto de vista, si abordamos el concepto de resistencia armada, veremos que sigue los parámetros de cierta subjetividad “tradicional” masculina: la conducta beligerante, el uso de armas, la acción en la esfera pública. En la his-story, o sea, el punto de vista masculino de la historia, se han glorificado aquellos actos que responden a los parámetros mencionados, tomando como paradigmático, a la “Heroica Sublevación del Gueto de Varsovia”.

Desde el punto de vista tradicional –hegemónico y masculino- de resistencia hubo muchas otras sublevaciones en distintos guetos (Bialistok, Lodz, Vilna, etc), en varios campos (Treblinka, Sobibor, etc), incluso la dinamitación y destrucción de uno de los crematorios de Birkenau (Auschwitz II). Hubo muchas rebeliones individuales que permanecen desconocidas porque sus protagonistas fueron muertos en el acto. Pero también hubo otras resistencias, menos espectaculares, menos públicas, más silenciosas, más “femeninas” (otra vez, en el sentido más “tradicional” de su concepción genérica). En los guetos, en todos y de manera constante y cotidiana, se trató por todos los medios de que la vida continuara. La escuela, la salud, la organización del abastecimiento mediante el contrabando, tanto de comida como de armas y documentos, negociaciones con autoridades, hasta la recreación, la cultura y la celebración de las fiestas judías, fueron organizadas y llevadas a cabo por muchos resistentes anónimos, callados, que no han sido glorificados en los relatos oficiales. Hombres, mujeres, niños, en silencio, permitieron, no sólo mantener alta la moral de la población, sino que proporcionaron alguna esperanza y fundamentalmente posibilitaron que el plan de deshumanización nazi no pudiera tener todo el éxito que sus ideólogos habían planificado y que los judíos se mantuvieran humanos a pesar de todo.

ACTOS DE RESISTENCIA Y RESCATE. Pero los actos de resistencia más profusos y los que lograron más éxito en números concretos, fueron los actos de rescate. Es difícil encontrar un solo sobreviviente de la Shoá que no deba su supervivencia, en algún momento, a alguien, judío o no judío, que lo escondió, que lo alertó, que lo protegió, que lo alimentó, que le consiguió documentos falsos, que le dio dinero o datos vitales, que lo salvó. Se estima que por cada judío escondido se precisaba de una red de sostén y mantenimiento de otras diez personas. ¿Quién se ocupó de que ese ejército en las sombras funcionara? Los movimientos de resistencia franceses, belgas, holandeses así como los polacos que se ocuparon de salvar judíos, contaron con gente en la población que asumió el riesgo de proteger judíos pero fueron casi invariablemente los mismos judíos los gestores de cada uno de los salvamentos y muchas veces sus planificadores y estrategas. Hubo redes judías de escape y organización para conseguir documentos y refugios. Hubo incluso grupos judíos que se ocuparon de rescatar gente de los aparentemente inviolables campos de concentración. Lejos, muy lejos del judío vergonzante, estos judíos se mantuvieron alertas siempre. Actuaron en secreto de manera efectiva tejiendo redes eficaces e imaginativas de salvación. Claro que sus actos no podían ser dados a conocer, eran por definición secretos y, lamentablemente permanecieron así. Los gestores del concepto de héroe parecen no haber comprendido el valor de los actos de resistencia y rescate, por ello sólo glorifican la resistencia armada.

En números concretos de vidas salvadas, (se estima que han sobrevivido algo menos de un millón de judíos) han sido las resistencias menos espectaculares y en especial los actos de rescate, los que hicieron posible la supervivencia de la mayoría de los sobrevivieron.

Al concepto de “héroe” le debemos el relato glorificado que permite construir monumentos ejemplarizadores. A la existencia de los actos de resistencia y rescate les debemos la vida de los sobrevivientes.

OTRA CARA DEL MANIQUEÍSMO: HÉROES VERSUS JUDENRAT. La construcción del Héroe precisa del antiHéroe, del traidor. El antiHéroe proporciona la contracara que destaca aún más el protagonismo del héroe. De entre los antihéroes de la Shoá, los supremos e imbatibles son los miembros de los Judenräte. Los miembros de las dirigencias comunitarias en Europa, forzados y en las peores condiciones imaginables, trataron en su abrumadora mayoría de salvar la mayor cantidad de vidas posibles; sufrieron más tarde una campaña de desprestigio y abominación tan profunda y exitosa que en Argentina, en ciertos círculos supuestamente esclarecidos, decir “Judenrat” es sinónimo de traidor.

Otra vez, como en el tema de las resistencias, se distorsiona, se ideologiza la historia, no se quiere saber. Conocer los hechos y las circunstancias, ponderar cada suceso según el contexto no permitiría la simplificación que cualquier polarización facilita en su intento de manipulación social: buenos y malos, ángeles y diablos, todo está claro, la línea divide claramente el Bien del Mal. Se pretende mantener la experiencia lejos de la posibilidad de identificación porque la verdadera reflexión lo hace insoportable. Sigamos con héroes, antihéroes y tragedias, no pensemos en personas comunes, en las debilidades e incertidumbres que determinan que hagamos sólo lo posible en cada circunstancia. Para los urgidos en borrar la vergüenza, el escenario de la tragedia es proverbial porque presenta una realidad simplificada, sencilla, que se entiende de un golpe de vista, sin complejidades confusas. Sobretodo evita ponernos frente a las angustiantes opciones, a los dilemas éticos, las choiceless choices[2], de las que estuvo llena la Shoá y en especial las atormentadoras decisiones de los dirigentes comunitarios miembros de los Judenräte. Los críticos, los puros, los enjuiciadores, los opinadores blanco-negro, los linchadores, los que nunca tuvieron que tomar decisiones que implicaran las vidas de otra gente –y que ojalá no se vean en la obligación de tomarlas nunca-, no tienen problemas, les basta ver la realidad en las dos dimensiones que necesitan y emiten sentencias sumarias como si la Shoá –o cualquier experiencia humana- respondiera a una ecuación matemática con una fórmula sencilla y aplicable a todos los casos en todas las circunstancias.

LA COMPLEJIDAD DE LA SHOÁ Lamento desilusionarlos. La conducta de los judíos en la Shoá no es un teorema lógico que se pueda resolver con la fórmula adecuada ni con estructuras de razonamiento exteriores a ella. Ha sido un fenómeno móvil, cambiante, con sus particularidades específicas según el momento, el lugar, los participantes y las circunstancias. Se habla de LA SHOÁ como si se trata de un hecho unívoco, como si en su transcurso las condiciones y leyes hubieran sido uniformes, como si se las podría medir con los parámetros de la vida normal. Se habla de LA SHOÁ y sólo se conoce, y superficialmente, lo que se ha constituido en monumentos congelados que la han vaciado de sentido: Auschwitz, hornos crematorios, seis millones, levantamiento del gueto de Varsovia, Hitler. Se habla de LA SHOÁ como si hubiera sido igual en Polonia o en Hungría, en Holanda o en Francia o en Transnistria. Se habla de LA SHOÁ como si hubieran sido iguales las circunstancias en 1939, en 1941 o en 1944. Se habla mucho de LA SHOÁ, se la usa profusamente, especialmente en discursos llenos de buenas intenciones en los que la voluntarista frase “nunca más” es cita obligada. Para el mundo entero, LA SHOÁ es hoy el representante inequívoco del Mal Absoluto, de lo que sin lugar a dudas, nadie quiere que vuelva a suceder. El contenido efectivo de lo que sucedió, los grados de complejidad y de los dilemas éticos que tuvieron que sobrellevar sus protagonistas permanece sin embargo en las sombras tal vez porque todavía sea insoportable sumergirse en el desgarro para la condición humana que representaría conocerlo.

SABER PARA OPINAR Adentrarse en ello precisa dedicación, paciencia, conocimiento, y especialmente, capacidad de ponerse en el lugar del otro. Son condiciones de una gran exigencia que requieren de un interés particular que el común de la gente no tiene y no tiene por qué tener. Con la Shoá sucede como con muchos otros temas de la vida: no podemos ser expertos en todo. Se habla de economía pero son muy pocos los que saben efectivamente de qué se trata, cómo funcionan, entre otras cosas, las redes financieras y bancarias, ¿cómo pretender, similarmente, que se sepa a fondo cómo fue la Shoá? A poca gente le interesa de verdad saberlo. Y no está ni bien ni mal que así suceda. Es un hecho y debemos tomarlo de ese modo. El problema es que, igual que con la economía, el tema de la Shoá, nos afecta de tal modo, especialmente a los judíos, que nos sentimos con derecho a opinar, a juzgar y a criticar, porque hemos sido sus víctimas y porque nos involucra en nuestra propia definición. Y la mayor parte de nosotros, lo que sabe y frente a lo que reacciona es ante la indignación del sufrimiento de lo que ha escuchado por sus familiares, opina según las visiones parciales de quienes han sido sus testigos, o por libros y por películas y no pondera que eso debiera ser comprendido en un contexto más amplio, para lo cual se requiere información precisa y acudir a la extensa bibliografía existente y que se incrementa día a día. La Shoá es unos de los hechos de la historia mejor documentados. No sólo los hoy más de cincuenta mil testimonios videograbados de la Fundación Spielberg, ni los miles de libros escritos por los sobrevivientes, sino cientos de trabajos de tesis doctorales de historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos hasta las investigaciones específicas de académicos de la Shoá. También hay una profusa cantidad de films documentales rodados in situ especialmente por los nazis y una extensa cantidad de documentación diversa como cartas, diarios, archivos de periódicos y textos de resoluciones gubernamentales por no mencionar los testimonios en los diferentes juicios desde el célebre de Nüremberg hasta el reciente de Priebke. Para comprender, para opinar, para tener una cabal idea de lo sucedido, es preciso abrevar en esas fuentes. Los testimonios de algunas víctimas, aún siendo ciertos, no alcanzan a cubrir el complejo espectro de la Shoá, no alcanzan para comprender las diferentes facetas que implicó

Honremos a los jóvenes que mostraron a los nazis y al mundo que la condición humana tiene recursos infinitos pero devolvámosles su humanidad y rescatemos a su lado, a los miles de luchadores anónimos y silenciosos –judíos y no judíos- que colaboraron en la salvación casi imposible de la mayoría de nuestros hermanos. La gesta de la dignidad y la salvación no precisa de héroes ni de antihéroes: han sido personas comunes, como usted, como yo.

[1] Juego de palabras en inglés, his es adjetivo posesivo masculino (su), her es femenino (su) y our es el plural (nuestro) [2] “Las elecciones que no se pueden elegir” como caracteriza Lawrence Langer a lo dilemas éticos que debían enfrentar los judíos durante la Shoá