El doceavo mandamiento: no serás víctima. Era 1938. Sigmund Freud estaba por abandonar Viena, su Viena querida. Tenía 82 años. Había rechazado las reiteradas invitaciones para establecerse en el exterior porque consideraba que Austria era su lugar a pesar de haber sido echado de la Universidad, a pesar de que sus libros habían sido quemados por difundir la ciencia judía. Cuando una de sus hijas, Anna, fue detenida por la Gestapo, decidió que era suficiente, que debían irse. La escena es en la puerta de su casa en el 19 de la Bergasse. Freud sale de allí para siempre rumbo a Inglaterra. En la calle está el camión cargado con todas sus pertenencias, y se acerca un oficial uniformado quien, gentil pero firmemente, le dice “firmeg esto” y le entrega un papel. Freud comprende que es su salvoconducto, la condición para poder alejar a su familia del peligro. Lo lee. El documento era una declaración delirante sobre el excelente trato deparado por las autoridades alemanas, y dejaba constancia de que abandonaba Austria por su propia voluntad y en total libertad. Freud se encontró ante un dilema. Si, luego de las humillaciones sufridas, firmaba semejante barbaridad, excusaba a los nazis de todo lo que le habían hecho y dejaba un testimonio falso de su proceder. Pero, si no lo firmaba, estaba claro que ni él ni su familia podrían ponerse a salvo. Luego de un instante de reflexión, con una sonrisa en los labios dijo: “Firmaré esta declaración con mucho gusto Sr Oficial. ¿Me permite que agregue algo?”. El oficial aceptó de buen grado, y Freud agregó: “y puedo recomendar a los nazis a todo aquel que así lo solicite”. Con lo cual, magistralmente, resolvió su dilema, pues firmó la declaración según se le exigía y al mismo tiempo, aunque aparentemente la confirmaba, la descalificó de plano y desnudó la maniobra al incluir la palabra “recomendar”.
La carta pretendía ponerlo en un callejón sin salida. No sólo lo obligaba a testimoniar sobre la “cordialidad” de los nazis y su “don de gentes”, sino que lo instalaba en el lugar de la víctima, de alguien que está con las manos atadas y que no puede más que someterse pasivamente a lo que sucede. Con una magistral maniobra, no aceptó ese lugar y, al mejor estilo de los yudokas, invirtió las posiciones: de víctima se volvió en denunciante.
Los judíos hemos sido caracterizados muchas veces como víctimas. Para muchos, incluso para muchos judíos, la condición de víctima es parte central de su identidad. Eliahu Toker y Rudy acaban de nacer su segundo libro de humor judío. El título es un milagro de inteligencia y síntesis: “El pueblo elegido y otros chistes judíos”. Hay allí la famosa frase atribuida a Billy Cristal que dice que las fiestas judías se pueden resumir así: nos quisieron matar, no pudieron, a comer! El humor judío, tan revelador de nuestra fibra más íntima y vulnerable, tan impúdico en mostrarla, es elocuente: nos vemos a nosotros mismos como víctimas. En nuestro diálogo con Dios, ese diálogo personal que todo judío siente que tiene el derecho a tener, sea creyente o no, lo increpamos en primera persona, le reclamamos, ya sin ningún humor, ¿por qué hemos sido elegidos, por qué la gente no mira para otro lado y busca a otro pueblo con el cual agarrársela, qué tenemos de atractivo, cuál es el imán? En lugar de la marca de Caín, ¿cuál es la marca de Abel que llevamos en la frente?
Freud con su magistral maniobra, no acepta inscribirse en la condición de víctima, se sacude la impotencia, la desesperanza.
Es lo que siento cada lunes acá, en esta plaza. Memoria Activa también se ha sacudido el lugar de víctima. La víctima es pasiva, la víctima es inerme, la víctima se encierra para lamentarse, la víctima es impotente, la víctima, para seguir siendo víctima sólo puede llorar y aguantar. La condición de víctima nos ata las manos porque desde la posición de víctimas, estamos en manos del otro, dependemos de sus decisiones y conductas, nos anulamos como sujetos de acción y pasamos a estar objetos del otro. La condición de víctima, si bien para algunos pueda ser un espacio seguro de identidad porque es el conocido, nos hunde más y más en el regodeo del sufrimiento. Porque para seguir siendo víctimas, hay que mantener bien vigente el sufrimiento, no hay que emprender ninguna acción para cambiar nada, sólo sentarse a esperar la siguiente situación de ser victimizados, dicho así, en voz pasiva.
No es lo que pasa en Memoria Activa. No es el espíritu de esta gente. Lejos de guardarnos escondidos en un lamento perenne, el grito de “justicia, justicia perseguirás” invoca a la acción. Para perseguir hay que moverse, hay que caminar, hay que hacer, interpelar, reclamar, protestar, insistir, ser obstinados, inventar recursos, adivinar brechas. En este camino, lo que estamos haciendo, como Freud en la escena que describí, es salir del rincón supuestamente seguro y protector de la víctima al espacio inclemente de la calle, al aire libre de las bocinas y la gente que pasa pensando en otra cosa. Este movimiento es un riesgo, ocupamos espacios que no nos son tradicionales, espacios en los que decimos “judío” así, desnudo, sin necesitar de otros eufemismos más delicados, para que suene mejor. Nos hemos vuelto visibles de un modo que antes no había sucedido.
Siempre recurro a la Shoá, no sólo porque es parte de mi vida, sino porque sigue siendo una fuente inagotable de lecciones y aprendizajes. Algunas personas, no muchas, conocen cómo vivían los judíos en los guetos de la Europa ocupada por los nazis. Lo que pocas personas saben es todo lo que hicieron los judíos, además de los conocidos levantamientos, para salir de la condición de víctimas, las innumerables resistencias que emprendieron. Déjenme mencionar tan sólo algunas: mantenían escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, redes de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños. No aceptaron ser víctimas, no fueron pasivos, no había calles exteriores donde salir a demostrar a los no judíos, pero hicieron de las vidas de los que estaban en los guetos un espacio de dignidad que hoy reeditamos acá, ya no en un gueto sino en la calle, al aire libre, públicos y expuestos.
La Shoá sigue siendo una escuela tanto de lo peor como de lo mejor del ser humano. Voy a terminar con una cita del profesor Yehuda Bauer, erudito historiador de la Shoá, que propone que agreguemos tres mandamientos a los diez existentes:
Décimo primero: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca perpetradores”;
Décimo segundo: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no permitirán jamás ser convertidos en víctimas”; y
Décimo tercero: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca jamás observadores pasivos de asesinatos masivos, genocidios o –ojalá que nunca más suceda- una tragedia como la que fue el holocausto”.
Estos nuevos mandamientos le hablan a nuestra responsabilidad, tanto individual como social y querría que fueran enseñados en las escuelas, rezados en las oraciones, repetidos e incorporados a la ética humanista. Situaciones como la Shoá, como la Guerra Sucia que sufrimos los argentinos, los atentados y las oscuras complicidades de los perpetradores, y todas las situaciones de victimización, que son infinitas, que siempre se renuevan, sostenidas en la codicia, en el ansia de poder, nos fuerzan a revisar nuestra conducta constantemente y a medir cada paso.
Memoria Activa viene honrando estos tres nuevos mandamientos. El onceavo porque hace un firme rechazo y denuncia de las conductas criminales de los perpetradores. El décimo tercero porque ésta ha sido tribuna de denuncia de cuanto ataque ha sufrido la comunidad argentina y muchas veces la internacional, en formas de asesinatos, masacres y ejercicio criminal del poder. Pero en donde Memoria Activa es un ejemplo, es en relación al doceavo mandamiento, aquél que dice, y lo repito, “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no permitirán jamás ser convertidos en víctimas”. Memoria Activa es un ejemplo de rebelión contra la victimización. Aún cuando la justicia perseguida nos sea esquiva, el sólo hecho de no aceptar ser víctimas, es un hito en la órbita de lo judío. Y el no aceptarse como víctima es un acto que va de adentro hacia fuera. Nadie lo hace por otro, ningún candidato en la reciente campaña política hizo mención alguna sobre el tema de AMIA. Pues así son y así están las cosas. No nos aceptamos como víctimas, y sabemos que no es sólo por nosotros: es por nuestra y por vuestra dignidad.