adulterio

Meter los cuernos

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Meter los cuernos. Así suele llamarse a la acción de tener una relación sexual fuera del matrimonio.

Tres palabras que suenan feo. A traición, a mentira, a mala intención. Deriva de ellas el verbo cornear para quien “perpetra” y el sustantivo cornudo/a para su “víctima” con las mismas connotaciones humillantes y degradantes.

Cuando se transgrede el pacto de exclusividad sexual, que a eso se refiere el concepto de fidelidad, será un delito, un pecado o una traición dependiendo del contexto y la circunstancia. Descubierto ataca, invariablemente, la confiabilidad básica que sustenta la vida en pareja.

¿Cuál es el origen de esas tres palabras que hoy son sinónimo de traición? Su historia se remonta a la Edad Media, a aquel sistema de gobierno de vasallos y señores que le daba al señor feudal el derecho de pernada. Conforme a ello, la recién casada de un vasallo, podía ser poseída por primera vez por su señor. Era un hecho público y sin posibilidad de oposición. Durante la desfloración se colgaba una cornamenta de ciervo en la puerta de la choza o cabaña, indicaba lo que estaba pasando adentro e impedía la entrada de quien pudiera entorpecerlo. El derecho de pernada estaba simbolizado por los cuernos, Los cuernos implican, inferioridad, sometimiento y humillación.

Algo similar sucede cuando se descubre a la pareja en otra relación aunque hay diferencias según sea el hombre o la mujer. Cuando en una pareja heterosexual el hombre descubre que su mujer ha tenido encuentros con otro hombre, su supuesto lugar de macho alfa de la manada se ve seriamente cuestionado, desplazado del lugar de preeminencia del que estaba orgulloso deja de sentirse respetado. Cuando es la mujer quien descubre que su compañero ha estado en otra relación ve hondamente afectada su autoestima, ya no es más la única ni la elegida, ya no la quiere y todo lo construido juntos parece derrumbarse. En ambos casos y también en parejas homosexuales, cuando se sabe que hubo o hay otra relación, y si no está pactado por anticipado, se lesiona seriamente el sustento de confianza sobre el que ambos están parados.

Claro. Si se descubre.

Pero muchos encuentros fuera del matrimonio transcurren sin ser descubiertos. Y suceden. Suceden mucho más de lo que nos atrevemos a considerar.

Lo que solía ser un secreto a voces hoy está siendo una noción que se encara más y más abiertamente, con menos hipocresía y, en un punto, más sufrimiento. Estamos viviendo vientos epocales en los que la monogamia definida como pacto de exclusividad sexual está siendo progresivamente cuestionada. Sin embargo, el mandato social y cultural está tan firmemente instalado que mantiene su vigencia.

A pesar de que sabemos que es un momento en que las suposiciones y expectativas de la dicha monogámica eterna trastabillan y que nos la pasamos tropezando a veces con nuestros propios pies, que la búsqueda de la felicidad instantánea es un camino muy tentador y tan a la mano, sigue siendo difícil y doloroso descubrir que nuestra pareja ha tenido encuentros con otra persona. Lo seguimos llamando infidelidad, traición, adulterio, pecado.

Ojos que no ven corazón que no siente. El hecho de saber cambia todo. En la película Eyes wide shut (Stanley Kubrick 1999 con Tom Cruise y Nicole Kidman) la tragedia se desencadena cuando la esposa le confiesa al marido que unos años antes había estado a punto de dejarlo por otro. Ni siquiera se trató de un encuentro sexual, fue tan solo el deseo, tan fuerte, que casi la lleva al abandono. No lo hizo, tan solo lo deseó. Para el marido, saberlo le es insoportable. ¿Qué cuestiona el saber que hay otra persona o que se ha deseado a otra persona? Cuestiona quién soy y cual es mi lugar en la pareja. ¿Soy tan indispensable como me gustaba creer que era? ¿Podría reemplazarme así como así por otra persona? Y lo más insoportable: ¿Yo era reemplazable?

Las imágenes pueden ser una pesadilla que agobia y tortura. Imaginar a mi otro besando y siendo besado, acariciando y siendo acariciado, penetrando y siendo penetrado, la piel, los ojos, las manos, los genitales, la boca, la lengua…. El saberlo fragmenta el piso que nos sostiene. ¿Cómo no me di cuenta? es la angustiante pregunta que cuestiona nuestra capacidad perceptiva. Y se suma una honda revisión de los supuestos de la relación, de la satisfacción o insatisfacción mutuas, del pasado, del presente, del futuro.

Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero a veces saberlo puede tener una faz constructiva. Aunque quien lo descubre puede sentir que lo que creía sólido y firme se derrumba y se deshace, el piso se transforma en resbaladizo e inseguro, el desconcierto aturde, a partir de allí podrán ponerse en juego nuevos recursos que dependen de lo que cada uno puede y del estilo de pareja. Superado el impacto y el dolor, puede ser una excelente oportunidad para revisar lo que estaba implícito, para poner a punto lo que tal vez ya no funcionaba tan bien, para re contratar la relación de una manera más realista de modo que cada uno pueda sentirse considerado y más satisfecho.

Publicado en La Nación online, “En Pareja” 26 de noviembre 2018.