En una pelea nadie gana

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Una de las cosas más desgastantes de la convivencia son las peleas. Y para pelear, como para el tango, hacen falta dos.

¿Qué dispara una pelea? Casi siempre una conducta, gesto o comunicación, que hiere a quien lo recibe. No siempre el emisor lo hizo con ese propósito pero una vez que el receptor la ha recibido de ese modo ya no hay vuelta atrás. Las alternativas se abren en las elecciones que tenemos luego de eso. Si reaccionamos a lo que vivimos como un ataque con un contra ataque, la avalancha que sigue suele ser imparable.

Desprecios, críticas, burlas y órdenes son ataques, explícitos o disfrazados, que una piel sensible recibe y ante la que, rápidamente, reacciona en un reflejo que va de la piel a la boca y se responde con una agresión similar o más fuerte. Es casi automático, pre-reflexivo.

Cuando el otro habla enarbolando el dedo acusador, la mirada punzante, el juicio severo, ¿no se puede hacer otra cosa que recurrir a la respuesta de stock habitual y contraatacar?

Veamos la cosa un poco más de cerca. ¿qué nos pasa cuando recibimos una tal conducta o comunicación? Sentimos que nos dicen que no servimos y que no nos quieren, nos vemos reflejados en el espejo de la mirada del otro de la peor manera posible. Lo que es insoportable.

La burla, el desprecio, la crítica, la demanda, el reclamo tienen varias implicaciones en la vida de relación. Nos encierran en un sitio del que todos queremos escapar porque nos espanta vernos no valorados por el otro, o dañinos o, mucho peor, que no le importamos y que podría prescindir de nosotros. No nos gusta ese otro que se cree con derecho a opinar sobre nuestra conducta, a juzgarla, a subir o bajar el dedo de lo que está bien o lo que está mal. Su conducta lo ubica en una posición superior y si lo aceptamos y confirmamos, nos sometemos a esta estructura jerárquica en la que seremos, fatalmente, inferiores. Curiosamente, si contra atacamos, confirmamos la legitimidad del ataque recibido y nos declaramos inferiores.

Nadie acepta de buen grado que le señalen sus falencias, sus errores, sus incapacidades, sus dudas y vulnerabilidades. Tampoco que un otro se proponga como Master o Decálogo de lo que está bien hablando con el dedo enhiesto de la verdad revelada  y lo deje a uno como incapacitado, egoísta, ignorante, estúpido o mala persona. La reacción espontánea ante un semejante ataque es la misma reacción de cualquier mamífero: sometimiento, contraataque o huída. El sometimiento o la huida pueden ser estratégicamente útiles pero también pueden ser un no animarse, un no saber qué hacer, una postergación del conflicto que tarde o temprano explotará de manera arrasadora porque la bronca se acumula, se rumia y es altamente tóxica.

El contraataque (con burla, desprecio, juicio, crítica) abre una escalada violenta, es una respuesta que acepta la propuesta bélica. Quien responde al insulto con un insulto se ha sometido al escenario propuesto por el otro, al entrar en la batalla acepta su inferioridad. Una batalla en la que quien grite más fuerte o quien sea más hábil en la esgrima verbal o en los golpes cuando se llega a eso, supuestamente saldrá ganando. 

Pero nadie gana, En las guerras, en todas las guerras, todos pierden. Entre dos personas, en el contexto de una pareja las consecuencias son harto evidentes. El que atacó mejor o más fuerte y el que se quedó rumiando su resentimiento, los dos quedan mal y respiran un clima enrarecido que  a veces dura mucho tiempo en disiparse. Los efectos comprometen la condición física con taquicardias y otros síntomas que revelan la intensidad de lo sucedido. Si hay niños, ellos también recibirán el impacto de los ataques. Nadie queda ileso después de una escalada de violencia.

Si todo ataque es una propuesta de guerra y si un contraataque como respuesta es un sometimiento ¿cómo hacer para continuar sin someterse? Si aguantar o escapar no es el camino ¿se puede responder sin contraatacar?

Sí. Se puede. Pero requiere asumir la decisión de hacerlo, la convicción de que ninguna guerra en la que supuestamente alguno gane es mejor que un clima pacífico en el que se uno o ambos hayan cedido algo.

La pelea puede resumirse en uno que dice “yo sé más que vos y tengo razón” y otro que cree “no, yo sé más que vos y yo tengo razón” y cada uno querrá demostrarle al otro que sabe más, aunque ambos se destrocen en el camino. Como si en la pelea se jugara la subjetividad entera de cada uno y su derecho a decidir sobre su vida.

De los laberintos se sale por arriba. Como hacen los hábiles toreros que no se ponen de blanco, Para no recibir en el pecho las cornadas del toro bravo, hacen una “verónica”, giran y dejan que pase sin tocarlos. 

Cada uno es dueño de sí mismo y puede decidir si el ataque del otro -la cornada- le cabe o no. Si le pone el pecho, si se entrega a recibir el ataque, uno se declara inferior. Pero uno también puede no aceptar el escenario de guerra, hacer un movimiento sutil y elegante, igual que el torero, y lograr que la cornada se diluya por la tangente. El torero no nace sabiendo hacer “verónicas”, debe estar convencido de que es la única manera de seguir vivo, aprender los movimientos y entrenarse. Nosotros también.

¿Cómo convencernos? Detengámonos a entender, en frío y a solas, por qué esa conducta del otro, a qué se debe su necesidad de mostrarse superior o mejor a nosotros. Podría ser la expresión de una enorme inseguridad, necesidad de reconocimiento o alguna carencia esencial que le carcome todo el tiempo y que exterioriza bajo la forma de ataque. 

Por ejemplo. Si tu pareja tiene el hábito de decirte que tendrías que haber hecho algo que no hiciste o que lo hiciste mal o lo que fuere que enarbole como ataque, pará unos segundos para decidir no entrar en la pelea de demostrarle que no es verdad. Tomá aire, pensá en el torero, no te pongas de blanco, no te coloques en el lugar de la víctima, no elijas el lugar de inferior y del sometimiento. Una vez hecho esto, con la mirada tranquila y el gesto relajado podés responder “mmmm, tal vez sea así como decís”, “lo consideraré”, “interesante sugerencia” es decir, ni sí ni no ni blanco ni negro, no entrás en una discusión, no precisás demostrarle al otro que no sabe nada, que hacés todo bien y que te trata de manera injusta o arbitraria. Le informás claramente y sin hostilidad que oíste lo que te dijo; en tu respuesta no lo estás aceptando o confirmando pero tampoco lo rechazás, no entrás en la pelea. Esto tiene un efecto mágico porque no confrontás ni querés demostrarle al otro su error sino que le dejás una vital salida de caballeros. Tu intención no es la destrucción sino la información clara de que aunque tal vez no  acuerdes con sus palabras no hacés una confrontación peleada porque prima en vos la relación y el respeto por su persona. La salida de caballeros es lo contrario del arrinconamiento y el encierro. Si respondés a su falta de respeto con una falta de respeto, la respetabilidad se hiere de muerte y la relación se va llenando de pústulas purulentas que pueden llevar a su destrucción.

Pero la decisión de no entrar en la pelea y deponer las armas requiere una preparación previa para que no caigas en la reacción espontánea habitual. En esa preparación es esencial ver y entender lo que está en juego y no someterse al escenario propuesto por el otro. Aunque en el calor de la convivencia pareciera haberse olvidado, uno es libre, tiene y puede tomar las riendas de su vida y elegir.

Publicado en La Nación, 8/10/19

Congreso Shoá y otros. Barranquilla, Colombia

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Conferencias y conversatorios en el seno del Colegio Hebreo Unión y otros espacios.

En el Colegio Hebreo Unión: Los Diez Mandamientos para el Nunca Más.

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con los alumnos del Colegio Hebreo Unión

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Universidad del Atlántico, conferencia sobre La Shoá en el mundo de hoy.

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Algunos asistentes en la Universidad del Atlántico

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Politécnico de niñas, en localidad Soledad. Hablé sobre las historias de los niños en la Shoá.

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conversatorio con el sobreviviente Sunik Amitai, Lilly Rozen y dos alumnos del Colegio.

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Conferencia Inaugural: La infancia robada

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Asistentes al Congreso

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Una de las 30 escuelas presentes

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Contando mi historia

Contando mi historia

Un sabor agridulce. Los niños franceses que sobrevivieron la Shoá. 

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Un sabor agridulce. Los niños franceses que sobrevivieron la Shoá. 


Presentación de “El país de mi infancia” de Hélène Gutkowski

Museo del Holocausto. 3 de septiembre de 2019

Mi mamá, igual que yo, nació en Polonia. Pronunciaba la erre más con la garganta que con la lengua y el paladar y cuando le preguntaban de dónde era, decía, orgullosa y suelta de cuerpo, “¡francesa!”. Francia era el colmo de la elegancia y la sofisticación, París era el centro del mundo, ese lugar idealizado y vestido del ropaje de la cultura, la estética y el buen vivir. Mis padres y sus amigos también sobrevivientes, dejaban caer cada tanto alguna palabra en francés, un signo inequívoco de finura y distinción. 

No me extraña que para este grupo de franceses tan bien retratados por Hélène Gutkowski, Francia siga resonando con aquella dulzura anhelada aunque pronto, sorpresiva y tristemente, se volvió agridulce. Los judíos llegados desde Polonia fueron objeto de las primeras persecuciones con el pretexto de no ser franceses. Más tarde no hicieron falta pretextos, la policía francesa arrasó con todos. Pero terminada la guerra los franceses cerraron los ojos y, como si allí no hubiera pasado nada, resurgieron los acordeones cantando al amor a orillas del Sena y Francia recuperó su cetro como símbolo del savoir faire

Hélène y su grupo se llamaron “¿Douce France?”  con signos de interrogación que tiñen de ironía la frase, vuelven amargo lo dulce. Aquella melodía, que aún hoy representa tanto lo francés, fue el sello de “aquí no ha pasado nada”, todo está bien. La canción es todo rosa y evoca imágenes idílicas, perfectas, de una nostalgia un tanto cursi pero muy sospechosa dado el año en que Charles Trenet tuvo la inspiración de componerla. A Trenet se le deben muchas otras canciones paradigmáticas de la francesidad como “La mer” y “Que reste-t-il de nos amours” entre otras, pero compuso Douce France en 1943, bajo el gobierno de Vichy. No solo es sospechosa su dulzura en esos años debido a la canción. Temiendo que se lo tomara por judío hizo público su árbol genealógico para dejar bien claro que no había una tal mancha en su linaje. Actuó también ante oficiales alemanes en el Folies-Bergère y en la Gaîté Parisienne, entretuvo a tropas nazis en cuarteles y en campos de detención y no se pronunció nunca ni en público ni en privado sobre las deportaciones ni los ataques a los judíos. 

Pero se le escapó un deslizamiento de sentido sospechoso. Dice: Douce France / cher pays de mon enfance / bercée de tendre insouciance / je t'ai gardée dans mon coeur” (Dulce Francia, querido país de mi infancia, acunado por una tierna despreocupación, te tengo en mi corazón).  ¿“Tendre ensouciance”? ¿Tierna despreocupación? ¿en 1943?. ¿No advirtió que allí estaba pasando algo? ¿despreocupación? ¿acaso no le preocupaba la falta de libertad, de igualdad y de fraternidad entre los entusiastas franceses colaboracionistas? pareciera que no.

Así y todo, la canción, una vez liberada Francia, reflejó al buen e inocente francés con su melodía dulzona y pegadiza. Douce France era la imagen del edén, el país idealizado, amado, autocomplaciente y narcisista, el non plus ultra de la superioridad estética y moral en el que todo francés fundamenta su identidad.

El original francés del libro se llamó “De la France occupée à la Pampa” pero la versión en castellano es “Querido país de mi infancia”, título heredero del nombre del grupo, el segundo verso de la canción, con la misma nostalgia e ironía de aquel Douce France entre signos de interrogación. 

Estas historias de niños en Francia durante la Shoá son presentadas acá por Hélène con minuciosidad artesanal. Construye una fina red, como un bordado, una filigrana, en la que cada adulto testimoniante se vuelve a ver niño en aquel lugar, en aquella situación, oyendo las voces, dialogando con sus recuerdos y sus olvidos, conteniendo alguna lágrima y no ahorrando ninguna sonrisa. Cada historia está precedida por un mapa en donde se puede ubicar el recorrido del protagonista y un prólogo esclarecedor del contexto particular que le tocó vivir. 

Francia es el piso común pero vemos que no ha sido igual para todos. Sin embargo es tan fuerte la marca de identidad francesa que todos han mantenido el idioma y disfrutan comunicándose con él. A diferencia de muchos sobrevivientes polacos por ejemplo que se han negado a seguir usando ese idioma porque les evocaba no solo lo sufrido durante la Shoá en manos del nazismo sino la traidora colaboración de sus vecinos y amigos polacos, sus delaciones, la apropiación de sus bienes y la participación de no pocos en las deportaciones y asesinatos. Mis padres me decían que de entre todas las cosas vividas una de las peores fue ver el grado de complicidad de los polacos, los que cinco minutos antes habían sido sus clientes, sus amigos, sus compañeros de escuela. Muchos sobrevivientes polacos borraron el idioma de sus vidas. ¿Por qué no pasó lo mismo con los franceses? Nunca escuché de ningún sobreviviente francés que hubiera renunciado a hablar en ese idioma como pasó con tantos polacos. Es que Francia, su idioma y todo lo originado allí sigue representado la cultura, la belleza y la elevada sofisticación. En algún punto, aquel querido país de sus infancias, sigue siendo un motivo de orgullo abonado por una poderosa mística. Una vez terminada la guerra, resultó que todos los franceses habían pertenecido al maquis. No hubo ningún colaborador, todos habían sido muy buena gente y el manto de negación y olvido cubrió la identidad nacional durante décadas. Con el fondo musical, claro está, de Douce France.

Los niños retratados en este libro muestran otra realidad en distintos grados de evocación. Los que fueron mayores pudieron guardar mejor memoria, conocieron las caras de los que les dieron una mano y las caras de los que les dieron la espalda. Los que fueron más chicos recuerdan menos, dependen más de los relatos de sus mayores, padres y familiares, pero todos saben sobre la complejidad del alma humana y sobre los rincones oscuros que anidan en la misma. Los documentos rescatados, las fotos, las cartas, han ido reconstruyendo en cada uno el puzzle, nunca mejor traducido que rompecabezas, de sus propias vidas. La autora misma que era muy chiquita durante la Shoá toma de los relatos de cada uno fragmentos que iluminan sectores de su propia infancia que antes le habían resultado incomprensibles y que de pronto aparecen con una nueva claridad. Estos niños que hoy nos cuentan sus historias habían callado durante muchas décadas.

Cuando hablamos de la Shoá, uno de los temas que más suele cuestionarse es el del silencio de los sobrevivientes. Es habitual la suposición de que han optado por borrar esa memoria para evitar el sufrimiento de volver a presentificar momentos de angustia o de horror. Se habla de culpa, de la culpa del sobreviviente que se sigue preguntando por qué sobrevivió y no así el resto de su familia o amigos, se habla de negación. Como si los sobrevivientes fueran culpables de hablar recién ahora y fuera un rasgo patológico el que no lo hubieran hecho antes. ¿Cómo es posible que callaron tanto tiempo? ¿y por qué, de pronto, un día el dique del silencio se quebró y sus testimonios fueron cataratas imparables? Y, lo que es más incomprensible, es la evidencia de que no han olvidado nada, tal vez algunas cosas se confunden debido al paso del tiempo, pero no hay negación ni olvido. Está todo allí.

Ciertamente no todos los sobrevivientes se mantuvieron en silencio, unos pocos no lo hicieron y hablaron enfervorizadamente desde el comienzo, sobre todo al comienzo. No les fue bien. Por alguna razón que entonces no se comprendía, nadie quería escuchar y esta negativa los sumió en una tal desesperación que varios de ellos optaron por el suicidio. Paul Célan, Jean Améry, Bruno Bettelheim, la dudosa muerte de Primo Levi, son ejemplos de que el hablar prematuramente pareció volvérseles en contra. Lo dice claramente Jorge Semprún en “La escritura o la vida” ya en el título mismo de sus memorias de Buchenwald. Cuando terminó la guerra decidió guardar esa memoria hasta cuando pudiera ponerla en palabras porque mientras tanto debía elegir vivir, reconstruir su vida y apostar a ella. Como dice Dominique Frischer, el silencio de los sobrevivientes fue un silencio reconstructivo que hizo posible que todo el esfuerzo y toda la energía de las primeras décadas se pusiera al servicio de la vida. 

Conozco a varios sobrevivientes que hablaron desde el comienzo. La vida no les resultó fácil ni a ellos ni a sus familias que, abrumados por el peso de semejantes recuerdos, quería huir del barro cenagoso en el que los hundía el relato. 

A diferencia de ellos, varias décadas más tarde, las familias reciben hoy el testimonio de los sobrevivientes casi con orgullo. 

¿Qué pasó entre ambas situaciones? ¿Por qué aquel silencio, según la proposición de Frischer, hizo posible la reconstrucción? ¿No es acaso más saludable hablar que callar? ¿no es eso lo que nos enseña el psicoanálisis y la psicoterapia más básica? Reflexionando sobre ello propuse mi hipótesis de que no hay un solo silencio, hay dos silencios diferentes. El daño recibido, la situación traumática, tiene diferentes características según el contexto en el que se produce. El contexto es siempre un contexto dañino, malévolo, pero distingo dos males diferentes, el mal con minúscula y el MAL con mayúscula. El mal con minúscula es el perpetrado por un agresor sobre una víctima, un ataque individual, reactivo y emocional con un propósito personal y concreto, robo, violación, venganza, contra ataque, es una conducta que compartimos con los mamíferos y que, puede producir un sentimiento de culpa en el agresor. El MAL con mayúsculas no tiene dos protagonistas sino cuatro. Está el perpetrador y la víctima y están los colectivos sociales a los que ambos pertenecen. El perpetrador ataca no por su propio deseo sino siguiendo una orden, un estado o un para-estado. La víctima lo es porque es miembro de un colectivo que el estado ha designado como enemigo a exterminar. No es un ataque reactivo o emocional sino racional, no tiene un objetivo individual, no se ataca a una persona específica sino a quien es parte del grupo a destruir; el MAL con  mayúsculas no genera culpa y es exclusivamente humano. 

Cuando la víctima es atacada en un acto de a dos, cuando más pronto hable, ponga palabras al hecho, mayor sus posibilidades de quitarle el peso tóxico y malsano porque permite que se pueda operar con ello, comprenderlo y recuperarse. Pero cuando la víctima es sujeto del MAL con mayúsculas, por ejemplo en matanzas colectivas, genocidios, como en la Shoá, ordenado por el estado o por una fuerza paraestatal, se quiebra el contrato social más primitivo. Quien nos debería cuidar y proteger es quien nos quiere matar. Se fractura la confianza básica, ese piso sólido sobre el que estamos sostenidos y quedamos suspendidos en un equilibrio inestable de nuestra nuda vida, la vida que debe ser sostenida, alimentada y protegida a toda costa. Trastabillando sobre ese piso quebrado precisamos de varias décadas para que vuelva a sentirse firme bajo nuestros piés y así recuperar la confianza perdida. Años dedicados al desarrollo como personas, a armar familias y proyectos, a sentir que el mañana volverá a ser previsible y que los planes tendrán posibilidades de ser cumplidos, todo eso es lo que va reconstruyendo la firmeza del piso bajo nuestros pies y nos permite, ahora sí, mirar hacia atrás. ¿Nos hemos olvidado de algo? ¡No! todo está ahí, nada se negó, tan solo se esperó a que las condiciones permitieran el fluir el relato. 

En el caso de los niños, es preciso mencionar que una vez dispuestos a hablar casi ninguno se reconocía como sobreviviente. Se sentían privilegiados al compararse con lo que fueron deportados y encerrados en campos de concentración y exterminio y no se consideraban a sí mismos como sobrevivientes. 

Además está el tema de la edad y, en el caso de los más chicos, la amnesia natural de los primeros años. Si hacemos un esfuerzo podemos recordar más o menos bien lo vivido a partir de los 5 ó 6 años, los años anteriores nos vuelven como flashes, como fotos que incluso no sabemos bien si fueron así, si es lo que recordamos o si se trata de lo que nos contaron, siempre la duda. 

Incluso cuando recordamos,  y esto le pasa a todos los sobrevivientes,  está la duda de si lo que recordamos refleja lo que realmente pasó. La memoria no es fotográfica. La memoria, esa tensión entre recuerdo y olvido, es una conducta del presente y es elástica. Misteriosamente algún olor, algún comentario banal, alguna imagen vista al pasar abren de pronto un archivo que no sabíamos que teníamos y nos sorprende a nosotros mismos con hechos, palabras, emociones encapsuladas que explotan y nos revelan porciones de nuestro pasado que creíamos que habíamos perdido.

Este trabajo que estamos presentando es también un ensayo sobre la memoria rescatada como ejercicio de construcción colectivo. Hay varios momentos en el libro en que uno imagina esos momentos mágicos cuando de pronto alguno compartía un recuerdo que resonaba de maneras misteriosas en algún otro que así podía saber un poco más, visualizar un poco más, entender un poco más, en un diálogo que crecía y se enriquecía sobre la marcha, con nuevas lecturas, nuevas evidencias. 

Hélène construyó el libro con evidente intención didáctica e informativa y una factura literaria sin tropiezos, cuidada, poética e inspirada. Como todo buen libro, se lee fácil y de corrido, por momentos, con cierto suspenso por el derrotero de algunas historias. 

Sin embargo este libro no es un libro, es en realidad una colección de diez libros. El primero es el relato pormenorizado de la inmigración judía a la Argentina desde su comienzo hasta 1945. Excelentemente documentado Hélène ha superado a su anterior libro “Vidas. En las colonias: Rescate de la herencia cultural” publicado en 1991 en el que relataba los avatares de aquella inmigración judía de los comienzos del siglo XX. Los otros 9 capítulos toman las memorias y siguen las vidas de Maurice, Myriam, Francis, Micheline, Henri, Claire, Mariette, Nicolas y Elsa. Algunos ya no están y en el texto evoco sus voces, sus miradas, sus particulares inflexiones, gestos e intenciones reflejadas con minuciosidad y respeto. Cada uno de estos capítulos es un libro en sí mismo y puede leerse individualmente; cada uno está precedido por un mapa y por la descripción del contexto familiar, temporal y geográfico correspondiente. La autora transcribe fielmente los testimonios, a veces monólogos, otras diálogos con otras voces y los salpimenta con reflexiones propias que enriquecen los relatos con una nueva tridimensionalidad. Al mismo tiempo, leído de corrido, termina siendo una especie de thriller que guarda el misterio de la supervivencia, de la resignificación de lo vivido y del triunfo de haber generado una familia, una descendencia, un proyecto y un desarrollo personal, una vida plena de sentido. 

Para contrarrestar al dudoso Charles Trenet y su edulcorada canción, cierro con una de mis poesías preferidas de Jacques Prévert. “Le cancre”, el mal alumno, ese niño que como  muchos de los del libro que estamos presentando, se rebela ante lo establecido, no hace lo que se supone que tiene que hacer y elige ser feliz. 

Dice no con la cabeza / pero dice sí con el corazón / dice sí a lo que quiere / pero le dice no al profesor / pasa al frente, lo interrogan / y todos los problemas se le vienen encima / de pronto una risa loca lo envuelve / y borra todo / los números y las palabras / los datos y los nombres / las oraciones y las trampas / y a pesar de los retos del maestro / y las burlas de los niños prodigio / toma tizas de todos los colores / y sobre el negro pizarrón de la desdicha / dibuja la cara de la felicidad.


Menciones:

  1. Jorge Semprún: La escritura o la vida. Tusquets, 1994

  2. Dominique Frischer: Les enfants du silence et de la reconstruction: la Shoah en partage, trois générations, trois pays : France, Etats-Unis, Israël. Grasset, 2008

  3. Jacques Prévert: Paroles, 1945


Con Beate y Arno Klarsfeld, Hélène Gutkowski, Jonathan Karszenbaum y Fabiana Mindlin

Con Beate y Arno Klarsfeld, Hélène Gutkowski, Jonathan Karszenbaum y Fabiana Mindlin

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No soy yo, sos vos.

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Todos “sabemos” que en la pareja, la culpa siempre la tiene el otro

¿La culpa de qué? Pues de nuestra infelicidad, del descenso de nuestra autoestima, de nuestra frustración porque nuestras necesidades no son satisfechas, de la falta de erotismo, en resumen, de todo y de cualquier cosa que nos haga sufrir. Nunca pensamos que tal vez sea una consecuencia de alguna conducta o característica propia que aleja al otro o que no le invita a acercarse y darnos eso que nos hace falta. No solo no pensamos eso sino que además estamos convencidos de que no hace eso que no hace porque no quiere, que si quisiera lo haría y santas pascuas. Pero en su maligna inmersión profunda y perversa en contra de uno, no quiere darnos eso que SABE que necesitamos, que nos hace bien. Porque estamos convencidos de que lo sabe y que no quiere. Como decíamos cuando éramos chicos (al menos así se decía cuando yo era chica) lo hace “al propósito”.

A la hora de la frustración no se nos pasa por la cabeza que pueda tratarse, simplemente, de que el otro sea como es, que no sepa o no pueda o no se anime o no advierta que estamos necesitando algo, que no lo haga por hacernos daño sino porque es lo que le sale naturalmente. Como decíamos de chicos, “sin querer”.

Oigo lo que tal vez me quiera decir quien lea esto: “A mi también hay cosas que no me salen naturalmente pero las hago porque sé que le gustan o lo necesita ¿por qué tengo que esforzarme solo yo, por qué no le sale alguna vez hacer algo que yo necesito?”.

Seguramente ese otro que tanto te priva está haciendo las cosas que a su juicio y según sus posibilidades son las que cree que necesitás. Eso si se lo preguntáramos, claro. Ante el reclamo puede decir que es injusto porque no siente que nada de lo que haga sea valorado ni apreciado, que solo recibe quejas y acusaciones como si fuera el malo de la película, que no espera agradecimiento pero algún reconocimiento alguna vez. 

Ambos se sienten no vistos por el otro o solo vistos en sus faltas y vuelve a generarse la espiral de demanda, acusación, frustración y enojo.

Por eso, antes de caer en las arenas movedizas de la ira en las que cuanto más uno patalea más se hunde y se aleja de la orilla firme y salvadora te invito a que dejes el lugar habitual de la confrontación salgas a dar una vuelta y tomes aire y te preguntes, sin la presencia de ese otro que ves tan malvado, si puede forzarse a alguien a no ser quién es.

En casi todas las consultas que recibo, cada uno viene con la agenda secreta de que cambie al otro. Que consiga, entre otras cosas y por arte de magia 

… que hable más / que hable menos / que adivine mis necesidades / que deje de indicarme siempre lo que hay que hacer / que no se duerma mirando la tele / que se despierte más temprano o que duerma hasta más tarde / que regenere el erotismo perdido / que quiera sexo todo el tiempo / que programe salidas todo el tiempo / que no quiera salir tanto / que inmiscuya a familiares o amigos en decisiones y/o desacuerdos / que no quiera salir con amigos /  que solo quiera salir con amigos / que derroche el dinero o que lo racione con avaricia ...

Cada uno espera recibir lo que necesita y culpa al otro de maldad si no lo da. Nadie advierte qué de su conducta puede haber conducido a que el otro no responda satisfactoriamente. Incluso las más de las veces no lo hemos pedido, esperamos que suceda mágicamente y cuando no pasa, nos quejamos, reclamamos, acusamos. Parecemos creer que somos claros, que nos lo merecemos, que no hace falta pedirlo porque “el otro SABE”. ¿Sabe? ¿de verdad creés que sabe? ¿alguna vez se lo pediste directa, clara y amablemente o te lo pasás esperando que lea tu mente, que te adivine? Por otra parte ¿tenés la seguridad de saber qué es lo que tu otro espera y necesita de vos? El juego de jugar a las adivinanzas es una puerta abierta a la frustración, el enojo y la desdicha. Solemos ser muy torpes en nuestras interacciones con los que más queremos y como estamos tan cerca nos construimos la ilusión de una comunión en la que no hace falta explicar ni pedir. 

Además de la elemental conducta de pedir, también conviene considerar las características propias y las del otro, los estilos y cualidades innatos que no dependen de la voluntad,  que hacen que uno sea quien es y que sea igual a sí mismo siempre. En suma, que “no me lo hace a mí”. Las más de las veces, eso que te hace daño no fue hecho a propósito de dañarte sino probablemente es lo mejor que pudo hacer dado quien es, el momento y las circunstancias. 

La pretensión de cambiar al otro es imposible. Cada uno es como es y es muy poco lo que se puede modificar de esas características personales. Pero a veces ese poquito puede hacer un mundo de diferencia. En este caso la invitación a pensar en las propias pretensiones y en cuánto se compatibilizan con las posibilidades reales del otro, cuánto de nuestra frustración estriba en que no sabemos pedir o en que no respetamos quien es el otro y le estamos pidiendo peras al olmo. 

El olmo no da peras, no por su innata maldad o porque no quiere sino porque no puede. El olmo da un fruto que se llama sámara, es un fruto seco con alas que favorece la dispersión de las semillas. No sé si la palabra samaritano tiene origen en este fruto, pero sé que quiere decir humanitario, benévolo. El olmo no da peras pero dá un fruto benévolo. ¿Cuántas frutos como éste de tu otro estás dejando de ver? ¿Se podrán hacer sámaras al borgoña como las peras o habrá que encontrar e inventar recetas para hacer las sámaras? ¿cuántos frutos alados de tu otro, cuántas de sus semillas fértiles y prometedoras te son invisibles porque solo esperás peras? Y encima seguro que a tu otro le pasa lo mismo, también espera solo peras de vos y tampoco alcanza a ver las buenas semillas que dispersan tus alas y que siembran la tierra con promesas que pueden florecer y dar alegría.

Publicado en LN el 14 de agosto de 2019

Te amaré eternamente.... y otros mitos

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Nos arrojamos a las relaciones de pareja ilusionados y convencidos de que el amor y el deseo durarán por siempre. Pero esa sensación de mariposas en la panza, que algunos llaman infatuación, no es eterna. Con suerte, cuando el fuego se va apagando, queda el rescoldo tibio y amable de una buena relación, confianza, lazos familiares y expectativas a futuro.

Nos hemos formado en una cultura que lee todo lo anterior como un pobre consuelo ante la falta del fuego sublime de la pasión desatada. Y pasado un tiempo, descubrimos que tenemos poco en común con el otro, que las peleas son una constante y que no coincidimos en casi nada.

Con la extensión de la vida y el cambio de paradigma de este siglo, la pareja de larga data tambalea, aunque el tema ha recibido poca atención en nuestra sociedad. ¿Cómo hacemos para sostener un proyecto de a dos en un mundo donde la idea de enamorarse para siempre ya no tiene tanta fuerza?

La psicóloga Diana Wang, con casi cinco décadas de ejercicio como terapeuta de parejas, recaba algunas observaciones, consejos y lecciones que fue aprendiendo tanto de sus pacientes como de su experiencia personal. Con humor, calidez y realismo, aborda temas como el dinero, el sexo, la monogamia, la fidelidad, los hijos, los nietos, los suegros, el espacio personal, los secretos, los divorcios, las nuevas parejas y las familias ensambladas. Este libro extraordinario es una lectura imprescindible para todos los que quieren seguir apostando a la misteriosa aventura de compartir la vida con otra persona.

Diana Wang se casó dos veces. Su primer matrimonio duró dos años. El segundo cumplió 44 en 2019. Ambas experiencias, sumadas a su ejercicio profesional, le han enseñado todo lo que escribió en este libro: alegrías y desdichas, frustraciones y logros, aburrimientos y despertares.

Nacida en Polonia a poco de terminada la Segunda Guerra Mundial, Diana reside en Buenos Aires desde los dos años. Sus padres tuvieron la suerte de sobrevivir a la ignominia nazi y llegaron a la Argentina en 1947. Enamoradiza y entusiasta, la autora recibió a los doce años su primer beso en un atardecer de verano. La parábola de la vida en pareja comenzó muy temprano. Cuando su mamá supo de aquel noviecito al que llamaba "simpatía" la abrazó diciendo: "¿Qué apuro tenés? Se sufre mucho en el amor". Diana se ha empeñado desde entonces en que el amor sea fuente de disfrute y alegría y que la sombra del sufrimiento se mantuviera lejos y a resguardo. No siempre lo ha logrado. Pero lo que sí aprendió es que se puede.

Egresada de la Universidad de Buenos Aires, Diana trabaja en su consultorio privado desde hace casi cincuenta años, especializada en vínculos de pareja. Además, es columnista de La Nación y miembro del Museo del Holocausto. Como autora, publicó De terapias y personas junto con Musia Auspitz (1997), El silencio de los aparecidos (1998), Los niños escondidos: del Holocausto a Buenos Aires (2004), Hijos de la guerra: la segunda generación de sobrevivientes de la Shoá (2007), Volver: crónicas en forma de cartas sobre un viaje de regreso a Polonia y Ucrania (2012), Con una piedra en el zapato (2013) y Surviving Silence (2013). Hoy disfruta de su familia y acompaña a sus cuatro hijos y ocho nietos con las mismas dudas, incertidumbres y fragilidades que ella tuvo en la vida y en el amor.

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Megustaleer

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en Kindle, Amazon

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me lo mandó Aielet

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Firmando ejemplares para periodistas y medios

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Después de la entrevista, en el estudio de Radio Mitre

Después de la entrevista, en el estudio de Radio Mitre

La psicoterapeuta, conferencista y escritora Diana Wang, visitó el estudio de Nacional AM 870 y conversó con Silvina Chediek sobre su nuevo libro “Te amaré eternamente y otros mitos de vivir en pareja”. La obra revisa en su publicación los distintos conflictos que atraviesan las personas en pareja, desde el inicio de una hasta las que tienen muchos años de convivencia. https://bit.ly/2IHR1RI

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De izquierda a derecha: Ariel Hergott cine y series, Daniel Cacioli deportes, Silvia Maruccio locución, Silvina Chediek, Diana Wang, Adriana Balaguer política y actualidad, Damian Dreizik

De izquierda a derecha: Ariel Hergott cine y series, Daniel Cacioli deportes, Silvia Maruccio locución, Silvina Chediek, Diana Wang, Adriana Balaguer política y actualidad, Damian Dreizik

PROMOCION PRESENTACIÓN:

Flyer presentación. Leerán y comentarán: Diana Sperling, Ariel Schapira, Aida Ender, Franco Fiumara y Fanny Mandelbaum.

Flyer presentación. Leerán y comentarán: Diana Sperling, Ariel Schapira, Aida Ender, Franco Fiumara y Fanny Mandelbaum.

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En el estudio de Radio Hermes, con Lena Reingold y Marcelo Della Mora en su programa Programa Radio Psi. Sábado 10 de agosto de 2019.

En el estudio de Radio Hermes, con Lena Reingold y Marcelo Della Mora en su programa Programa Radio Psi. Sábado 10 de agosto de 2019.

Después de la charla, Lena Reingold y Marcelo Della Mora en la sede de Radio Hermes, el emprendimiento cultural de Pablo Duarte.

Después de la charla, Lena Reingold y Marcelo Della Mora en la sede de Radio Hermes, el emprendimiento cultural de Pablo Duarte.

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Algunos de los presentes… por ahí atrás mis nietas Caro y Valu

Algunos de los presentes… por ahí atrás mis nietas Caro y Valu

Vista desde afuera cuando estaba comenzando

Vista desde afuera cuando estaba comenzando

en el camarín de la Televisión Pública, esperando para grabar Cada Noche con Silvina Chediek

en el camarín de la Televisión Pública, esperando para grabar Cada Noche con Silvina Chediek

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Revista VIVA, Clarin, domingo 22 de septiembre 2019

Revista VIVA, Clarin, domingo 22 de septiembre 2019

Mención de Fanny Mandelbaum en La Noche de Mirtha Legrand, 19 de octubre de 2019 (entre los minutos 25.13 y 25.35)