Solicitud derogación - Uki Goñi

Buenos Aires, 21 abril 2005

Dr. Rafael Bielsa

Ministro de Relaciones Exteriores

Esmeralda 1212, Buenos Aires

Estimado Canciller:

En aplicación de la inhumana "Circular 11" emanada de Cancillería en 1938, mi abuelo Santos Goñi, cónsul argentino en el exterior durante la Segunda Guerra, denegó visados a judíos que huían del Holocausto.

Por esa razón, tuvo usted la amabilidad de recibirme en su despacho el 2 de septiembre del 2003, para escuchar mi petición de que esa orden sea tardíamente derogada y dada a la luz.

Le informé además que un original de la misma subsistía en el archivo de la Embajada Argentina en Estocolmo, firmada por el entonces Canciller José María Cantilo, el 12 de julio del 1938. Usted halló el documento donde yo le indiqué, y en una reunión posterior, se me exhibió el hallazgo. Sin embargo, la orden no ha sido aún derogada.

La inminencia del 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra, este 8 de mayo, me mueve a renovar el pedido de derogación como mínimo gesto de reparación por todas las muertes resultantes de la aplicación de la "Circular 11" por mi abuelo y tantos otros funcionarios de aquella Cancillería.

Atentamente,

Uki Goñi

"La segunda generación de sobrevivientes. Su lugar en el escenario del genocidio". 

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Introducción

Me referiré en particular, al tema que más conozco, que es el de la Shoá dado que soy hija de sobrevivientes judíos del Holocausto. Tal vez algunas de las ideas puedan coincidir con las experiencias de los hijos de sobrevivientes de otros genocidios. 

Desde que el tema de ser hijos de sobrevivientes de la Shoá se ha propuesto, hace unos veinte años, la así llamada “segunda generación”, ha venido buscando su lugar en el mundo, un lugar que no resulta fácil definir pero que, una vez descubierto y habitado, no podemos abandonar. Me pregunto, cuáles son los aspectos que hacen de este lugar algo resbaladizo, con bordes y fronteras oscuras, con ciertos riesgos, mandatos, prohibiciones y misiones. En una exploración de ese lugar y sus dificultades, tal vez se pueda ir pensando en su sentido y tarea.

 Siempre estuvo. La Shoá, el hecho primigenio, es nuestro contexto presente desde el comienzo de nuestra vida. Lo hemos incorporado con la primera inhalación de aire, con el lenguaje corporal de los silencios, los vacíos, los llantos, los temores, las angustias, las prevenciones, los arrebatos, climas para o pre verbales preñados de pesos y signos amenazantes y oscuros. Más tarde, cuando las hubo, llegaron las palabras. 

Las palabras. Relatos quebrados, silencios agruyerados, discursos rotos que irrumpían a borbotones y por sorpresa, erupciones imparables que nos cubrían de una lava pegajosa y caliente que no nos permitía hurgar más allá ni entender. Nombres extraños que se nos volvían familiares pero que no estaban asociados a imágenes, lugares en los que nunca habíamos estado, olores que se evocaban sin que nuestras narices los hubieran olido jamás pero por los que sentíamos una nostalgia que no alcanzábamos a comprender. Se hablaba de tíos, primos, abuelos cuyas caras no teníamos, cuyas pieles nunca habíamos rozado, cuyas voces nos serían por siempre desconocidas pero que eran tanto o más reales que los parientes reales cuando los había. 

Otra realidad, más real. Los relatos de horror, nos eran entregados entrecortadamente pero con tal peso que constituían de alguna manera un mundo concreto. Más real que el que vivíamos. Mitológicamente hiper-real. Oníricamente irreal. Patológicamente para-real. El “ALLÁ”, “LA GUERRA”, “ESO”, “LOS ALEMANES”, eran entidades poderosas, que no admitían discusiones ni preguntas, caían sobre nosotros con el peso de lo incontrovertible y fatal. Nuestra vida cotidiana, la escuela, los juegos, los deberes, eran lo otro-real que fluía y dialogaba en nuestras casas en dimensiones paralelas que rara vez se cruzaban. Lo real cotidiano inofensivo, dado y rutinario, coexistía con injusticias, maldades, horrores, muertes absurdas, universos irracionales y arbitrarios, letanías y anécdotas que se repetían, siempre igual, sin posibilidad de elaboración o comprensión. Vivíamos sin darnos cuenta, dos realidades, dos mundos que coexistían separadamente y se entretejían en nuestro interior. 

El lugar del sufrimiento. El sufrimiento era central y parecía la materia prima de las interacciones más verdaderas en el seno de la familia. La otra vida, la que había que vivir a toda costa como si fuera normal, se intuía oscuramente como una fachada, un esfuerzo porque todo estuviera bien, que por momentos se resquebrajaba y nos hundía en la noche. 

 Antes, el vacío. En el comienzo estaba la shoá. De grandes, muchos de nosotros nos sorprendemos al advertir lo poco que conocemos de las vidas anteriores de nuestros padres. Sus infancias, sus sueños, sus otras familias cuando las había, sus otros hijos, esposas o maridos. Una ausencia corporizada como vacío innombrable. Es como si la Shoá hubiera sido nuestro verdadero comienzo, el gran y único organizador, como si lo anterior hubiera quedado en una zona gris, hubiera sido una especie de croquis o borrador anulado por la contundencia del hecho en sí. Para muchos de nosotros, “en el comienzo fue la Shoá”, una Shoá que conocemos bien en nuestra carne y en la carne de nuestros padres, pero de la que no tenemos memoria efectiva ni conocimiento cierto. 

Nuestras versiones. Los hechos verdaderamente sucedidos entonces, lo que alcanzamos a saber, lo que logramos imaginar, sufren en nosotros una transmutación. Según lo que hagamos en ese proceso, se vuelven mito o historia, justificación o misión. 

Es como si hubiéramos hecho el camino inverso al realizado por nuestros padres. Ellos cayeron en la Shoá viniendo de la normalidad, nosotros tenemos que apoderarnos de la normalidad saliendo de la Shoá.

 

Secundariedad.  “Lo más importante de mi vida pasó antes de que naciera” le oí decir a un hijo de sobrevivientes. Lo que nos define, más que nuestra historia, es en consecuencia, nuestra pre-historia. Somos secundarios a nuestra propia historia. Cronológicamente pero también ontológicamente. Somos segunda generación. Esa secundariedad es probablemente la paradoja que no nos permite encontrar un lugar definido en el escenario. Somos herederos pero no testigos. Sufrimos algunas de sus consecuencias pero no podemos dar cuenta efectiva de ninguno de los sucesos. Estamos, seguimos estando, pero nunca estuvimos. Ocupamos una oscura topografía de la Shoá, una especia de bisagra entre nuestros padres y nuestros hijos. Tal vez sea ese espacio paradojal nuestra potencia. En la búsqueda de certezas, de fronteras claras y seguras, no advertimos que lo singular es precisamente lo que no está claro, lo que nos coloca en este espacio de delimitación problemática. Nuestra indefinición podría ser nuestra riqueza.  

La iatrogenia. Muchos de nosotros han sobrevivido no sólo a la Shoá de sus padres sino a tanta instrucción psicológica impartida por psicólogos y médicos que tardaron mucho tiempo en advertir que nuestra condición nos atravesaba. Atribuían nuestras características a diferentes e imaginativas patologías o neurosis. Características tales como ser sobre exigidos, exigentes, complacientes, demasiado responsables, seguidores de tradiciones familiares, apaciguadores, luchadores contra la discriminación, culpables por no haber sufrido lo que nuestros padres, desdichados si fracasamos porque entonces ellos se sentirán fracasados dado que somos su pasaporte el éxito, las dificultades en el establecimiento de relaciones íntimas, el individualismo, la irritación frente al autoritarismo. Suele ser grande nuestra sorpresa cuando descubrimos esa especie de fratría en la que estas características nos son comunes, que probablemente ese lugar tan difícil de definir es lo que nos ha constituido de esta manera. 

Misiones imposibles. Recibimos mandatos implícitos o explícitos, imposibles de cumplir: reemplazar a los muertos, justificar a los sobrevivientes en su supervivencia, compensarlos, curarlos, consolarlos, rescatarlos, deshacer con nuestras vidas el pasado una y otra vez. Igual que Hamlet, éramos visitados por fantasmas que nos hablaban al oído, sombras que nos exigían venganzas, justicias, reivindicaciones, sacrificios, devociones. 

Difusa (*).

Tiene una identidad difusa.

Será por la difusión de los espíritus

de sus ancestros  en el humo de Auschwitz,

de Dachau, de Treblinka.

Cuando se mira al espejo,

suele encontrar ceniza en sus mejillas. 

 Junto con las misiones imposibles, recibimos la prohibición de buscar explicitaciones abiertas de los aspectos más oscuros, doloroso, intrincados y vergonzantes. 

Reacciones. Ante el sufrimiento frente al que hemos sido testigos reaccionamos contradictoriamente simultáneamente con empatía y con desprecio, también con alguna envidia porque nuestro acceso a lo real que enuncia, es imposible. Aunque éramos entronizados como los tesoros que había que preservar a toda costa, recibíamos la dolorosa noción de que los muertos que nos precedían siempre estarían primero, en una complejización dolorosa de nuestra secundariedad y el mandato tácito de honrar la presencia de los muertos. Teníamos que ser felices sin hurgar en el pasado, escuchar el sufrimiento de nuestros padres pero hacer como que no estaba, ser su crédito en la vida sabiendo que nunca alcanzaríamos a ser los protagonistas. Pero lo curioso es que, aún cuando teñía y constituía gran parte de nuestra subjetividad, el hecho de ser hijos de sobrevivientes, no existió siempre como noción. 

Llevarlo puesto sin saberlo. Hace unos meses me diagnosticaron una hepatitis C. No tengo síntomas aparentes ni ninguna molestia que hasta ahora se hubiera atribuido a ello, especialmente porque no se sabía que lo tenía. Probablemente llevo esta situación crónica hace 25 años, cuando recibí una transfusión de sangre. Entonces no se conocía la hepatitis C, no había métodos para detectarla lo que recién sucedió en 1994. Mi hígado se ha ido deteriorando, no de manera que comprometa mi vida ni me ponga en serio peligro, pero me ha traído inconvenientes que no registraba como causados por ello. Algo parecido sucedió con ser hijos de sobrevivientes: no sabíamos que algunas cosas que éramos, que sentíamos, que hacíamos, que pensábamos o que temíamos, estaban vinculadas con ello. 

 La toma de conciencia. Hay un momento en que despertamos a nuestra condición de hijos de sobrevivientes. En nuestra búsqueda, tenemos una primera sorpresa al descubrir que lo que creíamos único, lo que guardábamos secretamente pensando que nuestra familia era un caso raro, resultaba similar en otros hijos de sobrevivientes, que había una fraternidad que desconocíamos. El camino que emprendemos a partir de allí es variado. Algunos “desentierran” lo enterrado trabajosamente y otros entierran la noción aún más hondo. Entre los primeros, los que deciden bucear y buscar, el paso siguiente suele ser pasar de la mitología a la historia. 

De la mitología a la historia. Se intenta conocer la historia familiar, armar el rompecabezas de la supervivencia de los padres, construir un “álbum familiar” mediante una especie de arqueología reconstructiva. Dónde estuvieron, cuándo, cuánto tiempo, con quién, qué pasó, de allí a dónde fueron, hasta cuando. Son preguntas, recorridos, secuencias, que no teníamos, que no nos animábamos a plantear. La versión mitológica lo traía todo junto, apelotonado, desordenado y confuso. La cronología, la geografía, el conocimiento de los hechos, brinda un contexto de significación para la conducta de nuestros padres lo que nos permite no sólo visualizarlos durante la Shoá sino comprender muchas de nuestras experiencias infantiles. Es difícil encarar este camino en soledad. En el seno de una fraternidad, los hallazgos de unos potencian y estimulan las búsquedas de otros, las sorpresas compartidas, las revelaciones son contenidas entre todos, y hay intercambios, recuerdos que se potencian y resignifican. Los nuevos datos abren nuevas preguntas que traen respuestas que vuelven a abrir preguntas en una apertura arborescente rizomática infinita. 

 De la historia a la misión. En este momento del proceso de pasar de la mitología a la historia, algunos hijos de sobrevivientes deciden que es suficiente, que les basta con lo conseguido. Para otros, tanto el espacio de la fraternidad como las nuevas preguntas proponen un sendero del que ya no quieren apartarse. Sigue a esto el sentimiento, la convicción de ser portadores de una misión mandatoria, que reinscribirá a la experiencia en un concierto social con sentido. El trabajo de la memoria para los sobrevivientes alude a la tensión entre recuerdo y olvido. En la construcción del sentido, tarea de la segunda generación, los temas son la reconstrucción histórica y la resignificación de lo no vivido -pero sí vivenciado- de manera explícita. La misión de los sobrevivientes es ser testimonio vivo y su trabajo es impedir el olvido. ¿Cuál es la misión de los hijos?

 Nuestra particularidad. Hemos tenido diferentes tipos de padres y de familias, diferentes tipos de estilos y vínculos, diferentes modelos y constelaciones familiares. Somos, consecuentemente, variada y ricamente diferentes unos de los otros, tanto en nuestras características físicas como en las psicológicas. Muchas de las características atribuidas a la segunda generación no han sido por otra parte debidamente chequeadas con la población común y sean probablemente encontradas en mucha otra gente que no ha pasado nuestra experiencia vital. Hijos de inmigrantes, refugiados, perseguidos políticos, habrán vivido en sus casas similares experiencias respecto a miedos, prevenciones, sobreprotección, obsesión en la alimentación, expectativas sobredimensionadas en general, como esperando que los hijos hagan realidad algún sueño inalcanzable para los padres. La emigración ha sido otra de las facetas dolorosas de la supervivencia y de nuestro crecimiento como segunda generación. Viviendo en la brecha del entre-idioma, de la entre-cultura, haciendo de puentes sin saberlo entre aquel mundo que ya no está y este nuevo desconocido, temido, incierto. Probablemente, la noción de formar parte de familias que sufrieron hechos de características universales como ha sido la Shoá o cualquier otro hecho similar en su trascendencia social, nos provee de un contexto histórico particular en su significación social y humana, que tiñe de manera específica nuestra vivencia que sea, por ello, diferente de la de los exiliados y desplazados en general. El hecho de ser parte de un hecho histórico paradigmático, nos confiere un lugar y una responsabilidad diferentes.

 Testigos. Somos testigos de primera mano de los protagonistas, los cronistas de sus historias, hemos presenciado sus esfuerzos en olvidar-recordar-olvidar-seguir adelante, sus ideas torturantes más o menos explícitas respecto a culpas que no terminan de definir, las imágenes de los seres queridos perdidos que persisten y los han acosado a lo largo de sus vidas, imágenes que permaneces agazapadas esperando, en un descuido, volver a aparecer, volver a desgarrar. Hemos visto su capacidad de recuperación y generación, sus costos, sus distintas estrategias: callar, hablar, acusar, gritar, distraerse, acusarse, recordar, olvidar, triunfar, fracasar y todo alternativamente, a veces al mismo tiempo o en distintos temas, como un juego de puertas que se abren y se cierran en un desorden armónico. Somos testigos de sus vidas después. 

Podemos dar testimonio de la forma en que creemos que esta experiencia se fue dibujando en nosotros, cuáles son las marcas que creemos haber recibido y las que quizá transmitamos a nuestros hijos y nietos. Sabemos de la transmisión de contenidos, tanto de vivencias traumáticas como de formar de salir de su influjo, hemos aprendido que se sufre pero también que se supera, que el olvido es bienhechor en un período y malsano en otro, que la fuerza de la vida es superior a cualquier intento por destruirla. 

Preguntas.   

Me surgen en este punto dos preguntas: 

- La particularidad de ser hijos de sobrevivientes, por sobre nuestras diferencias ¿nos convierte en un colectivo social? y 

- en caso de ser un colectivo social, ¿cuál es nuestra misión? 

 Colectivo social. De hecho tenemos un nombre, somos hijos de sobrevivientes, o simplemente, nos llamamos “la segunda generación”. La mera adjudicación de un nombre presupone que el objeto a ser designado precisaba serlo, designatum y denotatum se constituyen en un mismo acto como una necesidad surgida de un espacio de interacción social. Y para muchos de nosotros es no sólo una nueva matriz de identidad, es también un alivio, la ansiada pantufla cómoda que se puede usar cuando uno está entre pares a los que no es preciso explicarles por qué la pantufla resulta tan cómoda. 

Riesgos. Quiero señalar empero algunos riesgos de constituirnos en un colectivo social:

- Igual que lo que vemos muchas veces que sucede con los movimientos feministas u homosexuales, podemos hacer de este aspecto de nuestra subjetividad algo tan central y determinante que nos haga exagerar, cosificarnos, distorsionar, fijar nuestro lugar como segunda generación como un absoluto que opaque nuestra diversidad y complejidad.

- Tentación de ocupar una posición melancólica, ser por los que no fueron, lo que nos definiría en relación a los muertos y a nuestra secundariedad respecto de ellos. Si tomamos como misión la memoria de los muertos, la de las pérdidas, podríamos sumergirnos en el barro de la melancolía sin medir adecuadamente que las pérdidas de los abuelos, los tíos, los primos, los idiomas, la cultura han sido seguidas de una recuperación de la vida. 

- Justificar cualquier incapacidad, neurosis, frustración, fracaso y atribuirle a la condición de 2G toda la responsabilidad por nuestras penas y sufrimientos. Ello nos quitaría el esfuerzo que todo cambio requiere y nos cubriría con un manto de engañosa inocencia y forzada victimización.

Ventajas. Pero también existen indudables ventajas:

- Adjudicarle un nuevo sentido a aspectos de nuestras vidas que quedaban sin explicación

- Pertenecer a un grupo particular de personas, sentirnos hermanados en el calor de las experiencias comunes que potencien el trabajo de recuperación de la historia y el sentido.

- Establecernos en eslabones de la cadena de la continuidad de las vivencias familiares, ser parte de una estirpe, reconocernos como herederos de la experiencia de nuestros padres y después decidir qué hacer con ella, cuál de los mandatos recibidos serán sostenidos, cuáles revisados, cuáles nuevos creados; similarmente y como eslabones de la cadena en el otro sentido, qué mandatos transmitimos a nuestros hijos, cuáles revisaremos y cuáles crearemos.

- Transmitir a la sociedad en general tanto la fuerza de la transmisión de lo traumático como la fuerza de la transmisión de lo resiliente. 

La pregunta ética, tal vez nuestra misión sagrada Sea lo que sea que hagamos, lo que no podemos hacer más es mentir. La sociedad, la educación, las religiones, todos los dispositivos encargados de constituir nuestra subjetividad, están construidos sobre suposiciones racionales, mentiras voluntaristas, mentiras que encubren nuestra verdadera naturaleza, lo que efectivamente somos, tanto en nuestra capacidad para el Mal como en nuestra vocación para el Bien. Nuestra tarea, si es que tenemos alguna, es dejar de mentirnos a nosotros mismos, dejar de esperar conductas que difícilmente concretemos y asumir en toda su crudeza aquellos aspectos de nuestra naturaleza individual y social que son los que probablemente han conducido a una tragedia como la shoá y frente a los que los sistemas políticos, educativos y religiosos, aún no han construido herramientas adecuadas (o tal vez, en una hipótesis que se enuncia cada vez con más seriedad, ellos – los sistemas políticos, educativos y religiosos- hayan sido el sustento, el sostén y la generación de todo). Como parte de la mentira que debemos descubrir, se ponen en tela de juicio algunas suposiciones básicas que no tienen cómo sostenerse más. 

La pregunta incómoda: ¿Qué haría yo? Probablemente tengamos la responsabilidad de decir las cosas inconvenientes que se suelen eludir. Nosotros estamos habilitados para hacerlo, es parte de nuestra potencia. Por ejemplo: ¿qué haría yo? ¿qué habría hecho yo? ¿qué estoy haciendo yo? En lugar de enunciar en abstracto lo que hay que hacer, enfrentarse con lo que uno verdaderamente hace, con lo que uno tolera en su vida diaria y hace como que no ve, en nuestra indiferencias y comodidades. Lo que hay que hacer lo sabemos todos, porque todos los sistemas morales, todas las religiones coinciden en que no debemos matar, no debemos mentir, no debemos robar, no debemos traicionar la confianza de nuestro amigo, debemos tenderle una mano al necesitado, cuidar a nuestros padres y a nuestros hijos. Debemos preguntarnos, no en abstracto sino en situaciones concretas y particulares, qué estamos dispuestos a hacer nosotros. 

Los polacos, los alemanes, el resto del mundo declaraba acatar los diez mandamientos, pero permaneció inmóvil –y sigue permaneciendo- cuando son vejados y muchos de ellos los contravenían sin ningún sentimiento de culpa. Los fenómenos psico-sociales resultantes de la difusión de los prejuicios, de la manipulación de los medios son de tanta potencia que producen verdaderos lavados de cerebros colectivos que avalan y sostienen las más abyectas conductas como si fueran humanitarias. 

¿Qué haríamos nosotros? ¿Qué hacemos nosotros? No en el aire, sino inmersos en situaciones particulares donde el bombardeo de la información recortada y la propaganda tendenciosa, donde la presión social y el miedo a ser excluido, nos hace limar bordes y aceptar, poco a poco, cosas que decimos que no aceptaremos. 

 Asumir nuestra naturaleza para “dar de nuevo”. Tal vez nuestra misión nos conduzca a trabajar en la proposición de una nueva actitud, la de asumirnos –como personas y como sociedad- en nuestras limitaciones, comodidades, egoísmos, inseguridades y ver cuánto de esto podemos empezar a confrontar y a modificar. Nada que no se confronte con decisión, se puede revisar y modificar. Las disciplinas sociales, antropológicas y psicológicas vienen pensando, investigando y proponiendo estos espejos en donde podemos vernos y reconocernos en lo fáctico, no en lo idealizado. La segunda generación, la que intenta decir lo que para la primera era indecible, la que sabe quiénes somos y de dónde venimos, podría tomar con sus manos nuestra verdadera  y cruda materia y, como decíamos de chicos, empezar a dar de nuevo. 

Si ésta fuera nuestra misión, no será una misión sencilla de emprender ni fácilmente recibida por las personas e instituciones que están cómodamente apoltronadas en los lugares comunes estereotipados que nos han hecho, en tanto humanidad, girar en el vacío y que se han revelado incapaces de impedir este universo de ignominia ejemplarizado hasta el hartazgo por la Shoá. 

Requiere valentía, imaginación, creatividad y amor. 

Y los humanos tenemos, por suerte, esas cuatro cosas. 

También.

Septiembre 2004

(*) Autora: Rosa Piotrkowski

Ponencia para las IV JORNADAS DE ESTUDIO SOBRE GENOCIDIO, octubre de 2004, Grupo de estudio de Genocidio, Centro Armenio de la República Argentina y Cátedra Libre de Estudios Armenios, Secretaría de Extensión Universitaria, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

Publicado en: Nélida Boulgourdjian-Toufeksian, Juan Carlos Toufeksian, Carlos Alemian (comp): Análisis de la prácticas genocidas. Actas del IV Encuentro sobre Genocidio. Fundación Siranoush y Boghos Arzoumanian, Buenos Aires 2004.

 

Foreseeing the Future

How can the Shoah be alive? To imagine the Shoah as living seems to be a contradiction, for how can death be alive? And yet it is. It is alive in the survivors. It is alive in their children and in their grandchildren. It is alive and it is active. I am not trying to play games with language, or be clever. Memory, just like our very existence, is filled with mysterious corners -- places we sometimes visit holding someone else’s hand, or humming a comforting lullaby to make us believe we are not alone, or closing our eyes out of fear of a monster or shadow that may frighten us and make us falter. And then, if we get used to the darkness, we can find the key and even turn on the lights -- we can start to see and understand. If the place is illuminated, the stage looks different. What we feared may be confirmed, or it may vanish and turn into something completely different.

Last Sunday, on March 28, 2004, 160 people came together to share the exploration of such difficult corners. In the Memory of the Holocaust Foundation-Shoah Museum (Fundación Memoria del Holocausto-Museo de la Shoá) in Buenos Aires, we began to walk the path that will take us to our November meeting -- “Facing the Future” -- the First International Meeting for Spanish-speaking survivors, their children and grandchildren, and other interested and involved people. This challenge was taken up by a group of intrepid explorers – four generations who came together, four generations with a common history of the Shoah reflected in one other.

That Sunday, there were shared moments, homages, songs, some words, delightful food and coffee. We made a map where each one of us pinned our place of origin, creating a graphic representation of us all that we built together. We had ten workshops, five during the morning and five in the afternoon, where everyone could participate and share their experience as survivor, child or grandchild, as well as their feelings as witness or scholar. Revelations were made, along with recognitions, tears, and laughter, and we had the opportunity to share the particular and subjective stories that make up the essence of our work and memory. The particular saves us from formality, from the rigid and meaningless concepts that we are used to hearing in the usual Shoah commemorations, as if we had to keep it far from us, as if it scared us. Each person’s particular experience is what is alive and we must focus on the particular to achieve our goals of transmission.

The Shoah is alive in us, in our lives, in the way we recognize ourselves from within, in the ease we feel with our peers. Again and again, people repeated this phrase at our meeting last Sunday: "I feel at last that I don’t need to explain anything." The Shoah is alive and vibrant if we take it down from the monuments, if we fill it with living meaning, with personal experience. The Shoah is alive and only this way will it have some sense and effect on others. The Shoah is alive in us and the only way of beginning a true reflection is to share it and expose it in its full subjectivity. The Shoah is alive in its consequences, in its teachings, in our testimony as witnesses and actors. The Shoah is alive in a world that walks on the thin edges of destruction, and we have something to say about it. And this is what we started to do last Sunday, March 28th.

"Facing The Future," the First International Meeting for Spanish-speaking survivors, their children and grandchildren, and others, is convened by the Memory of the Holocaust Foundation-Shoah Museum (Fundación Memoria del Holocausto-Museo de la Shoá) and Generations of the Shoah in Argentina. It will take place in Buenos Aires from November 21 to 24, 2004.

Interested in learning more? Please get in touch with us: Call us at (5411) 4811-3588 ext. 104 or e-mail us at secretaria@alfuturo.org

(English translation: Natasha Zaretzky)

Anticipando el futuro

Crónica del Pre-encuentro de "De Cara al Futuro". Marzo 2004

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¿Cómo puede estar viva la Shoá? Parece una contradicción en sí misma pues ¿cómo podría estar viva la muerte? Lo está en los sobrevivientes. Lo está en sus hijos y tal vez en sus nietos. Está viva y está activa. No son juegos retóricos. La memoria y nuestra existencia están plagadas de rincones misteriosos en los que a veces entramos de la mano de alguien, o cantando bajito para hacernos la ilusión de que estamos acompañados, o entrecerrando los ojos con el miedo de que nos asalte alguna araña pollito o una sombra amenazante se cruce y nos haga caer. Y cuando entramos y nos vamos acostumbrando a la oscuridad a veces logramos ver que había una llave y que se podía encender la luz. Cuando todo se ilumina, el escenario es otro. A veces lo que asustaba se confirma, otras, se desvanece y se vuelve algo diferente.

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El domingo pasado, 28 de marzo de 2004, 160 personas estuvimos juntas explorando esos rincones a los que uno se resiste a veces a entrar pero que forman parte de quienes somos y nos habitan. En la FMH-Museo de la Shoá, comenzamos el camino que nos llevará al Encuentro de noviembre, ese desafío que hemos emprendido un grupo de intrépidos exploradores. Cuatro generaciones coexistieron, cuatro generaciones con el pasado común de la shoá nos vimos unos en los otros. Hubo momentos compartidos, homenajes, canciones, algunas palabras, rica comida, cafés. Hubo un mapa expuesto en el que cada uno marcaba su lugar de origen, que se volvió una representación gráfica y potente de quiénes estábamos allí. Hubo momentos segmentados en los talleres con temáticas acotadas, diez talleres (cinco por la mañana y cinco por la tarde, simultáneos) en los que todos podían intervenir, aportar su recorte de la experiencia como sobreviviente, como hijo, como nieto, como interesado, como testigo. Hubo revelaciones, hubo reconocimientos, hubo lágrimas, hubo risas, hubo, principalmente, la posibilidad de exponer y compartir la historia particular, subjetiva, la savia y la esencia que nutre el trabajo que merece hacerse con la memoria. Lo particular nos salva de la formalidad, del acartonamiento, de los conceptos congelados y vacíos de significación con los que estamos habituados a conmemorar a la Shoá, como si tuviéramos que mantenerla lejos, como si nos diera miedo. Lo particular está vivo y desde ahí tiene potencia para ser transmitido.

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La shoá está viva en nosotros, en nuestras vidas, en la forma en la que nos reconocemos a nosotros mismos, en la comodidad que sentimos cuando estamos entre iguales. Fue reiterado el comentario de diferentes personas el domingo de “por fin no siento la necesidad de explicar nada”.

La shoá está viva y vibrante si la sacamos del freezer, si la bajamos de los monumentos, si la teñimos de contenidos vivos, de experiencias personales. La shoá está viva y sólo así tendrá algún sentido y efecto en los demás. La shoá está viva en nosotros y compartirla y exponerla de esta manera abre la posibilidad de una verdadera reflexión. La shoá está viva en sus consecuencias, en los aprendizajes que comporta y en nuestro testimonio como testigos y protagonistas. La shoá está viva en un mundo que sigue al borde de cornisas suicidas y nosotros tenemos algo que decir al respecto.

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Es lo que hemos empezado a hacer el pasado domingo 28 de marzo. “De Cara al Futuro” será el primer Encuentro Internacional en habla hispana para sobrevivientes de la shoá, sus familiares y toda persona interesada y comprometida con el tema. Convocado por la Fundación Memoria del Holocausto y Generaciones de la Shoá en Argentina, tendrá lugar en Buenos Aires entre el 21 y 24 de noviembre de 2004.

Para más detalles, fotos y crónica

La circuncisión de Berta y otras crónicas de Tsúrenberg - Rudy

La circuncisión de Berta y otras crónicas de Tsúrenberg.

17 de marzo de 2004

Hace varios meses, no me acuerdo cuántos, Rudy me prestó para leer un borrador de lo que es hoy este libro. Me traje para mi casa el manojo de hojas A4 impresas de un solo lado, con la expectativa entre curiosa y ansiosa que uno tiene siempre ante algo nuevo para leer, con el valor agregado de que se trataba de algo escrito por un amigo querido y admirado. Pero antes de contarles qué me pasó, debo hacer un pequeño desvío.

El humor, más que un sentimiento, es una relación con uno mismo y con el mundo. Tiene una fase de registro, en la cual uno percibe y se dice a sí mismo que esto es humorístico y una fase de expresión del registro que va desde una ligera sonrisa hasta la ruidosa carcajada unida a contorsiones poco elegantes. Esta exteriorización está vinculada al contexto en el que se ha producido el registro de lo humorístico. Por ejemplo, la misma película que uno ve en su casa por el televisor y que a uno le produce una sonrisa interior que a veces no llega a dibujarse en la cara, esa misma película vista en un cine con otra gente, nos provoca una carcajada estruendosa. Es difícil que una carcajada suceda en soledad. No sé por qué. Será el efecto contagio, la potenciación de la presencia del otro con su multiplicación de sentidos, no sé, pero uno no se ríe a carcajadas cuando está solo. Al menos no me pasa a mí y a varias otras personas a quienes les pregunté. No alcanza para validar una investigación científica sobre el humor y su exteriorización según el contexto, pero me sirve para lo que sigue. Vuelvo entonces al borrador que me entregó Rudy.

Me lo reservé para la siesta del sábado a la tarde, En realidad es la siesta de mi marido, no la mía que desde chica la odié como a la sopa. Era una tarde tibia, amable. Me hice un mate y elegí el sillón más cómodo del jardín. Y empecé a leer. Creo que no pasé de la primer página, habrá sido por el segundo o tercer párrafo y me di cuenta de que algo me estaba pasando, de que no veía bien, que las letras no eran claras. Es que las carcajadas me humedecían los ojos y no podía seguir leyendo. Estaba sola, riéndome a carcajadas. Nunca antes me había pasado.

Por si no queda claro, las crónicas de Tsúrenberg, me hicieron reír mientras las leía. No necesité las risas grabadas de las series norteamericanas para contagiarme del universo delicioso y gracioso de este mundo de Rudy. Y si lo que Rudy quería era hacer un libro de humor, pues conmigo lo ha logrado. Con esto sería suficiente como presentación. Llévenlo, compren varios para regalar, recomiéndenlo y espero que les provoque también alguna carcajada su lectura.

Pero no me voy a quedar en esto. Aunque básico y esencial, el hecho de que me cause gracia no agota el tema.

Por orden alfabético, me toca ser la última presentadora. Ya a estas alturas, tienen alguna idea de cuál es el contenido del libro, conocen los nombres de algunos de los personajes y accidentes geográficos y saben por qué nos ha gustado a los tres.

Quiero señalar algunas cosas que me han impresionado particularmente.

Una cuestión de género

La cuestión de género, tiene que ver con Aristóteles. El teatro era uno de los pilares en la constitución de la subjetividad del ciudadano griego. Aristóteles distinguía los géneros teatrales según quiénes eran sus protagonistas, cuáles las temáticas y objetivos de la representación. Diferenciaba así a la tragedia de la comedia. La tragedia se ocupa de temas trascendentales, la vida y la muerte, el odio y el amor, la lealtad y la traición. La comedia se ocupa de situaciones particulares y cotidianas, de las debilidades y vulnerabilidades, de las dudas e inseguridades del diario vivir. Mientras la tragedia trata sobre el destino del hombre, la comedia trata sobre la falible condición humana. La tragedia cumple la función de enseñanza, la comedia la de la identificación, ambas condiciones necesarias para la constitución del ciudadano de la polis griega. La tragedia está protagonizada por dioses y Héroes –semidioses-. La comedia, por el contrario, está habitada por gente común.

La palabra comedia hoy se entiende con ideas como ligereza, superficialidad, banalidad, siendo, por el contrario, el género que entroniza la cotidianeidad, el que habla de nosotros tal cual somos no como debiéramos ser. En este sentido, “La muerte de un viajante”, la desgarradora propuesta de Arthur Miller sobre la vida gris de Willy Loman, cabría sorprendentemente en el género de la comedia. Willy Loman es un hombre común, que vive situaciones particulares de una vida privada, se ocupa de temas como el de tener éxito, de ser alguien, del respeto de uno por uno mismo y la familia, de la ilusión y la desilusión gestada por un sistema de vida y de trabajo, propone ideas y temáticas que uno conoce y reconoce pero no pretende influir sobre las vidas de nadie. Cuenta lo suyo, chiquito y particular. “Copenhague”, la obra que vuelve a estar en cartel en el San Martín y que recomiendo calurosamente, cabría por el contrario en el género de tragedia. Sus protagonistas son personajes célebres, similares a los héroes griegos, personas que han influido en el curso de la humanidad y lo que discuten tiene directa influencia en las vidas de otros, hablan del bien y del mal, de la ciencia y la guerra, las grandes decisiones éticas, sus palabras son trascendentes.

Por todo esto digo que estas crónicas de Tsúrenberg son una comedia en el más fiel y cabal sentido aristotélico. Una comedia en la que nos podemos identificar, en la que nos encontramos tratados de una manera cariñosa, en nuestra más amable humanidad.

Lo judío

El otro aspecto, tiene que ver con lo judío. Rudy barre con varios estereotipos judeófobos. Uno de los temas centrales de la judeofobia basal es que todos los judíos son ricos.

La pobreza judía. La pobreza es una de las grandes protagonistas de esta comedia humana. Rudy la coloca como uno de sus ejes centrales. El tema de la pobreza judía fue sacado a luz hace no muchos años por el servicio social de AMIA para sorpresa de no pocos judíos argentinos. Hacerlo protagonista y tejer con ello una trama multicolor puede ser hasta una proposición política que nos cuenta otra historia sobre nosotros mismos. Dice: “Los judíos de Tsùrenberg eran pobres. Siempre fueron pobres. Sus padres fueron pobres. Sus abuelos fueron pobres. Los abuelos de sus abuelos fueron pobres...En otros sitios, en las grandes ciudades, vivían los judíos ricos. Llámense los Rothschild, los Brodsky, los Hirsch, las familias tradicionales, empresarios, banqueros, profesionales que compartían la vida mundana y sofisticada de los burgueses gentiles, salvo en épocas de antisemitismo agudo, en las que también ellos podían llegar a compartir la suerte de los judíos de menos recursos. Pero esto ocurría en otros sitios. En Tsúrenberg no, porque no había ricos. Los pobres de Tsúrenberg sabían que en algún lugar del planeta había otros hombres que no pasaban necesidades, que comían otras cosas además de papas, que eran tan ricos que hasta tomaban café y comían bananas y ellos ni sabían qué eran esas cosas.”

El pogrom. Frente al estereotipo del judío sinárquico organizador de complots mundiales, trae como una tromba siempre presente el temido pogrom. El pogrom tiene una presencia trágica, en el sentido de eterna, sin discusión, dada, con el peso del destino, aparece a todo lo largo del texto, en comparaciones, a veces en comentarios marginales. Por ejemplo cuando habla del progreso en Tsúrenberg dice: “hasta los pogroms habían progresado. Ahora los cosacos venían con un traductor que iba gritando en idish lo que les podía pasar a los judíos que se escondiesen”.

La conversación. Frente a la definición negativa de lo judío, hay en estas crónicas mucho de lo positivo de lo judío, la inventiva para superar los desafíos, la creatividad para salir adelante ante carencias y dificultades, la alegría de vivir, los valores de la familia y la lealtad al grupo, la importancia del uso de la lógica, el razonamiento y la argumentación. Y lo hace como corresponde, con preguntas y réplicas, repreguntas y contrarréplicas. En ese estilo tan magistralmente jugado por muchos judíos que hacen de la conversación y la discusión una de las artes vitales más esenciales, conversación que no pretende llegar a conclusiones ni tener razón, tan solo pretende que el juego continúe, que la conversación siga.

- Papá, papá, ¿de veras existen los ricos?

- Sí, Pílquele, creo que sí. Yo nunca vi ninguno, pero dicen que en algunos sitios lejanos, pasando el río Shmendrik, el pueblo de Lomirkvetchn, los montes Akshn y algunos poblados más, como Geshtórbeneshpilke, Vuguéistemberg, Blintzenberg, Shlejtelokshn y Undzereáizn, hay ricos.

- Y ¿cómo son los ricos, papá?

- Como ellos quieren, Pílquele, los ricos son como ellos quieren. Si tienen mucho frío, se abrigan; si tienen hambre, comen; si tienen sed, beben y, cuando hay un pogrom, ellos se tienen que preocupar por sus familiares pobres que viven lejos, no por ellos mismos.

- Bueno pa, nosotros también nos preocupamos por los pobres que viven lejos cuando hay un pogrom, ¿o acaso los cosacos no son pobres y viven lejos de nosotros?

- No tan lejos como quisiéramos...

- No sé, a mí el rebe Meir Tsuzamen me dijo que los ricos son malos y que los pobres somos buenos; que los ricos son el opio de los pueblos, pero que los pobres todos unidos les vamos a ganar, les vamos a sacar sus riquezas y entonces nosotros vamos a ser los ricos y ellos pobres.

- ¿Eso te dijo el rebe?

- No, eso último se me ocurrió a mí porque seguro que si les ganamos nosotros vamos a tener riquezas y ellos, pobreza.”

Los tsures. En Tsurenberg, los tsures son una marca de identidad, una proposición filosófica que se opone a esta realidad cruel y exigente de la felicidad instantánea, del placer al paso, de la eternidad sin arrugas ni celulitis, pura cáscara sin róyinque ni taam. Los tsures son como las papas, como la Torá, como la vida, algo que está ahí, que no se discute, con lo que se convive y dialoga. Es este territorio de los tsures lo que hace de estas crónicas una comedia, porque nos permite la identificación amable y hasta positiva con nuestras imperfecciones, debilidades, vulnerabilidades y carencias.

Esta Tsúrenberg de Rudy, si hubiera existido, habría sido una de las 5.000 comunidades judías arrasadas por la Shoá. Rudy revive y reformula los relatos que escuchara de su abuela, los que leyera en diferentes textos, los que viera en chistes, refranes y maldiciones y recrea ese mundo en el que incluye fragmentos y miradas de nuestro mundo moderno. Como Kuitka que genera sus propios mapas de vida sobre colchones en donde se mezclan localidades y recorridos imposibles geográficamente pero expresión de la forma en que se nos enredan en el alma, así Rudy reinventa esos universos tan fácilmente reconocibles que nos traen historias de amores y odios, de envidias y sueños, de ideologías y tradiciones, de progreso y de ciencia, matizado con el rico refranero judío y el no menos rico acervo de sustanciosas maldiciones.

Tsúrenberg parece haber nacido en Europa pero la llevamos puesta. Rudy es un tsúrele, Eliahu es un tsúrele, Florencia es una tsúrele, todos ustedes probablemente sean tsúrelej, yo, ni les cuento.

Rudy hace malabares muy cómicos en su intento de ubicarla geográficamente. Tiene razón en su gesto descriptivo inespecífico: abriendo la mano con el brazo extendido y haciendo un gesto en círculo de un costado a otro, podríamos decir: Tsúrenberg es un lugar en el mundo que queda por acá.

El nombre de las cosas: Judeofobia en lugar de antisemitismo.

Propongo que dejemos de llamar antisemitismo al odio contra los judíos y lo llamemos así, odio contra los judíos o, si se quiere de la forma en que se está usando ahora, judeofobia con su matiz de miedo y rechazo. El siguiente texto es la fundamentación de la propuesta.

De la antipatía al odio-sospecha.

La antipatía a los judíos es una característica que acompaña al mundo cristiano desde el siglo III. En distintas geografías, con variadas suertes y en diferentes momentos históricos, los judíos hemos convivido con esta evidencia. A pesar de que la idea habitual es la de haber sido perseguidos en todo momento y en todo lugar, la realidad es que hubo momentos en los que hemos vivido sin ser acosados, con relativa tranquilidad. Incluso, en lo que hoy se llama “la España de las tres culturas” los judíos teníamos un lugar jerarquizado y respetado en el concierto social. Sin embargo, la sospecha, cuando no el odio, mantuvo su vigencia a veces latente otras con brotes de virulencia cambiantes, merced a los sempiternos argumentos demonizadores provenientes de los púlpitos cristianos.

La antipatía hacia los judíos es anterior al mundo cristiano, no así el odio. Textos griegos y romanos expresan su animosidad hacia las prácticas distintivas del pueblo judío. La circuncisión y las dietas alimentarias excluían a los no judíos, así como la negativa a trabajar en Shabat. Además no sólo rehusaban adorar a los variados ídolos religiosos: su divinidad propia era invisible!

La Iglesia, ya en el mundo medieval, adopta la antipatía hacia los judíos – que se ha vuelto odio/sospecha- con un carácter institucional. Se difunde la calumnia fantástica de que los judíos reviven la crucifixión de Jesús sacrificando a un niño cristiano y bebiendo su sangre o usándola en la elaboración del pan ázimo, matzá, usado en la celebración de Pesaj. Otro aspecto argumentado en el Medio Evo, de naturaleza económica, fue el retrato del judío prestamista descarnado, infame y cruel, así como del avaro, explotador y egoísta.

Nombrar lo que no tiene nombre.

¿Qué nombre tenía este odio/sospecha? ¿Tenía nombre? ¿Era visualizado como algo a ser nombrado o era tomado como natural, como lo dado, como aquello que no se ve porque está siempre? Como tantas otras cosas que se han ido invisibilizando respecto del mundo judío (como por ejemplo su contribución imprescindible a la identidad europea), ¿también lo fue el odio/sospecha que recibían?

Como sea, lo que hoy llamamos “antisemitismo” no fue siempre el nombre adjudicado a este sentimiento-convicción.

El antisemitismo

El antisemitismo es el nombre “educado” que se ha adoptado para designar al odio a los judíos. Tiene su historia y evolución, como tantas otras cosas.

I - Antisemitismo religioso. Se llamaba “antisemitismo religioso” al que fundaba su odio en la religión. Mediante la conversión –al catolicismo por supuesto- el judío “volvía” al camino de su redención y recuperaba el derecho a vivir una vida similar a la del resto de la gente. Acusaciones variadas a lo largo de los siglos así como persecuciones del tipo de la Inquisición Española, han producido matanzas, conversiones forzadas, éxodos y exilios para los judíos entre los siglos III y XIX. El antisemitismo religioso era alentado, sostenido y difundido por la Iglesia Católica y por las Iglesias Protestantes, y era uno de los caballitos de batalla de los sermones dominicales de las grandes y las pequeñas iglesias, de las clases de adoctrinamiento de los futuros pastores y clérigos y de los catequistas, transmitiendo y manteniendo viva la idea de lo judío como aspecto demoníaco de lo humano, como lo antihumano, como el “anticristo”.

Esto fue profundizado a partir del siglo XIX en un vuelco dramático, porque la conversión ya no era una solución posible.

Los nuevos derechos. La Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa dio un nuevo status a los judíos de Europa: conquistaban el derecho a la ciudadanía plena. El ejemplo de Francia fue seguido pocos años más tarde por el Imperio Austrohúngaro (Austria, Hungría, Checoslovaquia, sur de Polonia) con el Edicto de Tolerancia para los judíos promulgado por el emperador José II, el padre de Francisco José. Y también en Alemania, luego de la revolución de 1848/9 sobrevino una era en la que los judíos habían adquirido los mismos derechos que el resto de la ciudadanía. La Europa occidental y gran parte de la central se vieron de pronto inundados por aquellos estigmatizados, aquellos que habían aprendido a odiar, a temer, de los que sospechaban y desconfiaban.

El inconveniente de la igualdad. Estos recién llegados al mundo del derecho y la civilidad, estaban por todos lados, en las universidades, en los teatros, en la filosofía, en la literatura, en el periodismo, en la política, hasta en el ejército. Vestidos a la usanza occidental, abandonados ya los caftanes y sombreros medievales, afeitadas las barbas y cortados los aladares, hablando el idioma del lugar con el acento y la entonación perfectos, adoptados muchos de los hábitos y gustos europeos y tomados como propios. Muchos incluso se alejaban de la vida y las tradiciones religiosas, abrazando el laicismo que venía junto con el atractivo iluminismo occidental. Los judíos ya no vivían como tales y era imposible entonces de distinguirlos de los demás. Porque los nuevos vientos de leyes y decretos no habían cambiado nada: el odio y la sospecha eran los mismos, ahora había que exhibirlos menos o buscarles un sustento acorde a los tiempos, una base científica. Surge así el llamado “antisemitismo científico”.

II - Antisemitismo científico. Tres son los sostenes de esta conceptualización: Las ideas sobre la supremacía racial enunciadas por Gobineau, la proposición de la palabra “antisemitismo” enunciada por Marr y el supuesto plan secreto de los judíos exhibido en los protocolos de los sabios de Zion.

1) La supremacía racial. Las ideas fueron propuestas por el conde Joseph Arthur Gobineau, un diplomático francés que vivió entre 1816 y 1882 y enunció la teoría de la supremacía racial nórdica. En su libro principal, el “Ensayo sobre la desigualdad de las razas” (1853–55), habla acerca de la jerarquía de las razas. Dice allí que sólo la raza “aria”, la creadora de la civilización, tiene las virtudes supremas del amor a la libertad y al honor y que las razas semitas son una degradación.

Gobineau, amigo de Wagner, fue la herramienta de una nueva manera, más profunda, más esencial, de expresar el viejo odio a los judíos. Tomaba argumentos de diferentes disciplinas, pretendidamente científicos, biológicos, y los aplicaba a otras sin tener en consideración ninguna la consistencia interna de la argumentación. Volvió la ideología en ciencia. Por ejemplo, los términos “ario” y “semita”, son categorías pertenecientes a la lingüística, absolutamente alejados de la biología. Los idiomas son semitas o arios, no las personas ni menos sus características físicas, psicológicas ni cuando menos sus genes.

Tomó el rechazo a los judíos ya existente y le prestó palabras científicas. Todo ello fue asumido rápidamente por alguna intelectualidad europea temerosa de esa invasión de indeseables estigmatizados ahora imposibles de diferenciarse de los demás y sedienta de sustentos “validados” para su esencial antipatía. (Nota al pie aunque esté a continuación, paradójica y cruelmente irónica: “intelectuales” fue el mote despectivo usado por personalidades francesas hacia Emile Zola y otros hombres de la cultura que protestaron ante la arbitrariedad de la acusación hacia Alfred Dreyfus[1]). Tamaños de cráneos, formas de narices, colores de pelos y de ojos empezaron a ser la evidencia, las pruebas visibles, de lo que ocultaba la sangre y la herencia, los indicadores de lo demoníaco que pretendía ser escamoteado y contaminar la sana honorabilidad europea. Era esencial conocer estas características para no dejarse engañar por los judíos advenedizos, deseosos de cosechar del mismo árbol de la modernidad del mundo occidental y para justificar lo que internamente se sentía. De este modo se podía ser democrático, libertario, igualitario, fraternitario y al mismo tiempo odiar a los judíos. La ciencia lo apoyaba.

2) la palabra “antisemitismo”. La palabra aparece en Alemania alrededor de 1880 en el libro de Wilhem Marr “El triunfo del judaísmo sobre el germanismo” (Der Sieg des Judentums über das Germanentum). Su difusión fue veloz, tanto es así que consta en el Nouveau Larousse Illustré de 1897 definido como “un movimiento de opinión dirigido contra los judíos, que tiende a tomar medidas de excepción en su contra".[2]

3) El mito de la confabulación judía. La publicación de “Los protocolos de los Sabios de Zion” a finales del siglo XIX con la aparente revelación del delirante plan secreto de los judíos para conquistar la dominación mundial fue el broche de oro que completó la bibliografía supuestamente científica y de referencia de muchos políticos e intelectuales que basaron sus campañas en furibundas diatribas antijudías. Se trata de una superchería copiada de una oscura sátira sobre Napleón III escrita por Maurice Joly “Diálogo en el infierno entre Montesquieu y Maquiavelo”. Los Protocolos se escribieron en Paris[3] entre 1895 y 1899 por un agente de la policía secreta zarista Pyotr Ivanovich Rachovsky, conocido falsificador de documentos e intrigante. Mientras que el texto original no tenía a los judíos como protagonistas, sí lo fue la versión del agente ruso. Fueron publicados primero, en 1905 en Rusia, por Nilus, otro agente secreto zarista y su más entusiasta promotor. Los expatriados rusos de la revolución de 1917 lo difundieron por el resto de Europa, arguyendo que la Revolución estaba sostenida por el poder judío. Uno de esos expatriados rusos, Boris Brasol, los llevó a los Estados Unidos en 1920 y allí se volvieron el corazón de la propaganda antijudía de Henry Ford.

Aún cuando la superchería fue denunciada ad nauseam, el contenido antijudío persistió como una confirmación necesaria y tranquilizadora de la vieja sospecha.

Este “antisemitismo científico” fue desde luego la base del edificio judeófobo nazi y que fue escuchado, tolerado, creído, repetido y asumido, por muchos buenos europeos que encontraban sustento serio, por fin, a lo que sus corazones “sabían” desde siempre: los judíos son de temer, más aún, son despreciables, peligrosos y es necesario estar alertas.

III - Antisemitismo político. Hoy somos testigos de una nueva mutación, de lo que podríamos llamar “antisemitismo político” en otra vuelta sorprendente para algunos del viejo odio conocido. Ahora las características demoníacas, la usurpación, la falta de derechos le son atribuidas a un país, un país construido y pensado como bahía segura para los judíos luego de 18 siglos de errancia. Durante la Shoá, gran parte del “trabajo sucio” fue realizado por manos ignorantes polacas, ucranianas, lituanas, rumanas, bajo la instigación, el amparo, el sostén y el aplauso de los ideólogos de guante blanco y buenas maneras. Hoy, uno podría preguntarse, quiénes sostienen a los atacantes palestinos, quiénes los amparan, les proveen de dinero y prensa, quiénes los sostienen y aplauden. Sin la ayuda de Europa, este estado de cosas sería imposible. La misma Europa entretejida con el alma judía pero atravesada por su odio visceral es la mano oculta que bendice esta moderna mutación del monstruo.

Cambio de denominación

Dejemos de llamarlo antisemitismo. No convalidemos con esa palabra la idea falsa de una raza semita y desnudemos su pretendida argumentación científica. Dejemos de disfrazar las cosas y empecemos a llamarlas por su nombre. Llamémoslo judeofobia, u odio a los judíos o una combinación de las dos. Desvistámoslo de todos los ropajes educados, “científicos”, potables, con los que nos lo quisieron exhibir. No es una enfermedad, no es un síndrome.

¿Es un prejuicio? Hasta pareciera que excede el concepto de prejuicio. Dado que es un concepto usado de manera tan exhaustiva y para tantos fenómenos (contra negros, mujeres, niños, discapacitados, sidosos, viejos, gordos, inmigrantes, exiliados, izquierdistas, fascistas, ricos, pobres, etc, etc), se aparece casi devaluado en su faz de simple característica humana que debemos conocer y aprender a domeñar. La judeofobia no está en el mismo nivel que los otros prejuicios, pareciera (tal vez me lo parezca a mí, asumo mi total subjetividad y me debo alguna reflexión más profunda sobre ello) que es otra cosa. Instituye una realidad dicotómica: cristiano –puro, bueno, noble- y judío –impuro, malo, innoble-. Lo cristiano se define en gran medida como lo no-judío, cuanto más cerca se está de lo primero y más lejos de lo segundo, más garantías de aceptación social. Atraviesa la subjetividad de los europeos –y sus descendientes que somos nosotros- de una manera esencial, atravesándonos en la constitución de nuestra identidad a lo largo de dieciocho siglos. Tan esencial es la judeofobia para la identidad europea que casi todos los judíos –en tanto descendientes de europeos- también la tenemos. En nosotros se expresa como el auto odio judío, el judío que se avergüenza ante la conducta o la apariencia percibida como judía, que se desvaloriza, que se lee a sí mismo con la ideología europea fatalmente incorporada y sufre ese conflicto que los judíos conocemos tan bien, esa sensación de diferencia que es nuestra compañía constitutiva y que mina muchas veces nuestra confianza.

Los nombres de las cosas determinan la manera en que se viven. Estamos dejando de llamarnos “israelitas”, “hebreos”, “paisanos”, “de la colectividad” o cualquier otro eufemismo alejado de lo que somos. Creo que en la Argentina, después de la bomba en AMIA nos animamos a llamarnos judíos. Y, no es sorprendente, que al mismo tiempo tengamos una presencia diferente, pisemos más firme. Aunque uno de nuestros idiomas, el hebreo, pertenezca a la categoría de idiomas semitas, nosotros no lo somos. Somos un pueblo, no una raza. Llamar “antisemitismo” a este rechazo ancestral que sufrimos es aceptar en la palabra misma la noción de raza y junto con ello, las ideas de supremacía y todas las demás acusaciones descriptas.

Tal vez cambiar la forma en que llamamos a este odio/sospecha/antipatía y nombrarlo como judeofobia, como odio a los judíos, colabore en nuestra toma de conciencia vívida del desaguisado perpetrado contra nosotros y del que nos hemos hecho cómplices involuntarios en nuestro deseo de ser aceptados y valorados. El mal social de la matriz judeófoba no es natural, no es forzoso, no es fatal. Pero no creo que se pueda cambiar en poco tiempo. Requiere del trabajo lento pero insistente generación tras generación, un trabajo similar o mayor aún, al que fue necesario en su construcción y afianzamiento.

De nuestro lado podemos aportar lo nuestro y cambiar nuestra propia definición. Deslizarnos desde la identidad negativa basada en la victimización para recuperar y vivir nuestra identidad positiva forjada en el legado ético, en el poderoso edificio de saberes y construcciones elaborado en nuestra historia de más de cincuenta siglos.



[1] Dato proporcionado por Damian Szvalb.

[2] Referencia proporcionda por Alberto Neuburger.

[3] Hago notar, por si había sido pasado por alto, cuánto de esta ideología ha tenido su cuna en la noble Francia. ¿La judeofobia actual sólo se debe –como creen algunos- a que la población musulmana es diez veces mayor que la judía en Francia? ¿Los nobles franceses ya no odian a los judíos?

Mis Ayeres - libro de Lena Faigenblat

“Lo más importante que me pasó en la vida pasó antes de que yo naciera”. Frase que puede identificarnos a muchos hijos de sobrevivientes de la shoá. También a otras muchas personas, porque todos nosotros somos herederos de las vidas de nuestros padres, somos consecuencias de sus andares y encrucijadas y tenemos toda una vida para tratar de encontrarnos a nosotros mismos permaneciendo al mismo tiempo fieles a nuestro pasado. No sé si es verdad que “los padres comieron dulces y los hijos tenían caries”, pero sí creo que las vidas de nuestros antepasados, la forma en que ello los ha constituido, nos sigue atravesando a nosotros. Uno es quien es porque es hijo de quien es hijo, porque sufrió y fue feliz de una manera determinada, en un clima determinado, con expectativas determinadas. ¿Y qué hace uno con las expectativas? Puede pasarse toda una vida contrariándolas, haciendo toda la fuerza posible por ser uno mismo. Muchas veces se entiende "ser uno mismo" como ser diferente, o mejor aún, opuesto a lo que querían que fuéramos, hasta descubrir, a veces demasiado tarde, que ser como se esperaba que fuéramos es lo que más cómodo nos calza. Un sabio filósofo decía que ser adulto es ser como los padres querían que uno fuera pero porque lo quiere uno. Elegir acomodarse a las expectativas, a los sueños de nuestros padres, es una forma de elegir ser libres porque hay una lucha estéril que se abandona y queda la energía necesaria para seguir construyendo. Paradojas de la vida, paradojas de la libertad.

¿A qué viene todo esto? No es un delirio desatinado, aunque bien podría serlo. Esto fue lo que me produjo la lectura de “Mis ayeres” de la querida Lena. “Lo más importante de mi vida pasó antes de que yo naciera” es una frase que podría definirme en muchas búsquedas. Cuando estuve en Polonia, cuando miré a sus gentes, hablé su idioma, olí sus olores, me senté en sus casas, comí sus comidas, comprendí cuánto de lo que yo creía que era judío era también polaco. No es de sorprenderse. Si uno toma a un judío de Buenos Aires hoy, un judío que come asado, que le gusta el tango, que toma mate, que le gusta el fútbol, y cree que así es ser judío, pierde de vista que así es ser judío en la Argentina, y esa particular forma de ser judío la llevará donde quiera que vaya. Así como se cristianiza así se judaiza, dice un conocido refrán en idish, es decir, los judíos, trashumantes de la historia, aprendemos a vivir como se vive en el lugar que nos cobija y con ello vamos enriqueciendo tanto al lugar como a nuestro ser judío. Polonia nos ha cobijado por diez siglos. No es de extrañarse que en sus calles yo haya re-encontrado mis propios gestos, esas formas de moverse y decir, la forma de decorar una casa, aspectos a veces intangibles pero claramente reconocibles para mí y que, hasta ese momento, consideraba judíos. Era la forma en que éramos judíos en Polonia. Pero no lo sabía hasta que lo ví allá. Hasta ese momento, no sabía por qué en mi casa hacíamos algunas cosas de manera diferente que en otras. Pensaba que era porque éramos europeos, pero nunca encontré gestos familiares en Francia, en Italia, en Austria. Recién los encontré en Polonia. Y entonces sentí con fuerza arrolladora el dolor de lo perdido, el dolor de no recordar lo no vivido y que sigue vivo en mi cuerpo, en mis gestos, en mis movimientos, en mis gustos. Tengo encuentros con sobrevivientes y a veces los inundo con preguntas, como queriendo hacer míos sus recuerdos, poder verme allá, entonces, apropiarme de lo que soy y que me es tan esquivo. Lena me presta, con sus cálidas fotografías en palabras, retazos de vida, instantes robados a la memoria, que me permiten estar allí una vez más. Mi familia no era de Varsovia, mi familia no era ni por asomo de su nivel social ni cultural, pero hay tanto ecos que encuentro que me permite vivir la ilusión de lo vivido. “Mis ayeres” el libro de Lena, es (¿son?) en muchos sentidos también “mis” ayeres. No creo que ella lo haya escrito pensando en mí o en otros como yo, pero debe saber que nos ha prestado un servicio impagable: el de contarnos de primera mano eso que nuestros padres no han podido hacer.

He sufrido en diferentes oportunidades el escarnio que ha caído sobre el idioma polaco entre algunos miembros de la comunidad judía de Buenos Aires. En mi casa, como en tantas otras de judíos de Polonia, se hablaba polaco. El polaco es mi lengua materna. Leer en las páginas de Lena sus “mamusha”, “tatush”, “nania” han sido, otra vez, un resaltado confirmatorio, un espacio común entre los que mamamos de similares sonidos, y una forma sutil de decirnos que los idiomas son inocentes. No podemos caer en lo mismo que quienes confunden idiomas con genética, idiomas con destinos.

Por último, un comentario agradecido sobre el estilo elegido por Lena.

Una de las cosas que más atentan contra el interés en los libros de testimonios, es la pretensión de contar La Historia, La Economía, La Geopolítica. Dejemos eso para los historiadores, los economistas, los políticos. En un libro de testimonios uno quiere encontrar el testimonio, el relato de vida, el rincón que la memoria suele olvidar y que tan eficaz es en la reconstrucción de un momento del pasado, que ilumina siempre un cuadro mucho mayor. En la poca pretensión se encuentra habitualmente la mayor riqueza. Lena nos ha ahorrado las a veces tediosas descripciones y se adentra con delicadeza y pudor, con una brillante frescura, con una ligera ironía a veces, con una inteligencia ejemplar siempre, en momentos verdaderos de su vida. Cada uno de esos momentos, expresados con palabras justas, respetuosas del lector porque no lo abruman, son como manos tendidas que nos dicen “vení conmigo, acompañame, mirá, me acordé de otra cosa más” . Y ahí se abre la puerta. Vemos una mesa cubierta con un mantel blanco, bordado a mano, un servicio de té con vasos de vidrio -en portavasos de plata, claro-, una tetera humeante y los cálidos, curiosos, agudos ojos de Lena invitándonos a su mesa. Nos tiende el recipiente con los terrones de azúcar y uno toma uno con esa pinza pequeña y delicada, se lo pone sobre la lengua de modo que cuando el té lo moje se endulce justo lo necesario. En el aire un pianísimo nocturno de Chopin en la media luz del atardecer y uno no puede más que entregarse, acomodarse confiado, con ganas de que le cuente otra cosa más.

If Irena Sendler would also have saved my little brother...!

On October 23,2003, Irena Sendler received the Jan Karski Award in Washington D.C. The Local Polish Embassy, echoed this event by honouring her in Buenos Aires. A lot of people gathered on the occasion. Jews and Christians, mostly Polish, Shoah survivors with numbers tattooed, children of survivors, members of the Polish local community, members of the intellectuality, lots of people. Irena Sendler is a Polish Catholic woman that saved 2.500 Jewish children from the Warsaw Ghetto. Not only her story must be told, but it should be an example of the “positive pedagogical teaching”. Irena Sendler shows that there were acts of Absolute Goodness during the Shoah. I must admit that they were quite a few, but given the conditions, let us see them as role models to show our children and grand children the difference between legal and legitimate, the ethic affirmation enriched with pedagogic potentiality. It is essential for our persistence as human humanity.

There were some speeches at the Embassy the night of October 23. The words of the Ambassador Ratajski praising Irena´s behaviour, pointing it as a model for dignity to the Polish people covered us with oniric unreality. It overlapped with the images and stories we had about so many anti-Semitic, murderous accomplices, treacherous Poles, and built a complex mosaic coloured with hope. But I won’t write about the speeches, nor about the personalities that were present. I want to share what happened with a song. Four songs were sang. Two, from the Polish resistance, in Polish; two beautiful songs that were followed by some of the assistants, even some Jewish survivors. The other two songs were yiddish songs. Yes, at the Polish Embassy, over Polish land and with the official presence of the Ambassador, Yiddish was spoken. First “Ich benk aheim” by Leib Rosenthal, the tore woe of having lost home, street, daily horizons, belongings, smells, the song that was sang in the ghettos because it expresses the horror of the five thousand Jewish communities lost. The other yiddish song was the Partisaner hymn, the Jewish hymn by Hirsh Glick, the other face of the Hatikva, the strength and persistence of life. When announced, some of us decided to sing it along with the singer. We use to sing it in acts, in Jewish activities, where it means chutzpah, daring, rage, pain. On the night of October 23 it was pride, honour, dignity and humanity. Our Jewish voices repeating the words we all know so well: “mir zainen do!” –we are here- looking ahead, eyes wide open, chest firm and the promise “vi a parol zol guein dos lid fun dor tsu dor” –our song will be our password from generation to generation-. Around us, the non Jewish witnessed this recovery of rights with certain surprise while our voices stood firmly, may be for the first time, over Polish soil. A thousand years of Jewish life in Poland is more than transitory. More than 90% perished in the Shoah, whichh is much more that statistics. We were part of the surviving 10%, its seed and its energy, we were there and we were listened respectfully, with consideration and emotion.

It is true: one can never say that this is the last path. Life is unpredictable. And as Tevie used to say “when God closes a door, a window opens somewhere".

I regret two things. One is that my parents are no more with us therefore they did not have the opportunity to experience what I did last October 23 at the Polish Embassy. The other is the thought that if Irena Sendler would have been in charge of the salvation of my little brother, I would not be still looking for him. Why? Because Irena Sendler, not only saved 2.500 children, but she also wrote down their names and the names of the adopting families, put the lists into glass bottles, buried them, so after the Shoah was over, the children were able to recover, if not their families, at least their true identities.

The Raoul Wallenberg Foundation, that hosted the Award, distributed a biography of Irena at: http://www.irwf.org.ar/Isendler/indexen.htm. Please read it thoroughly, tell others about it, and honour her example by offering your hand to the needy without asking if he/she is the same as you, and say, as she says: “I could have done more".

Si Irena Sendler hubiera salvado a mi hermano..!

Primero un flash de abril 1995: veníamos cansados después de un largo vuelo. Buenos Aires-Río, Río–Roma, Roma–Varsovia. Las bocas secas, los ojos enrojecidos, las piernas encogidas, el aliento contenido. Mirábamos hacia abajo, apretándonos ante las ventanas amarretas que tienen los aviones. Buscábamos los bosques, esos bosques de los que tanto habíamos escuchado hablar, esos bosques polacos con hongos, humedad, frambuesas, silencio, protección, escondites. Doce argentinos. Doce argentinos volvíamos a Polonia. En realidad sólo una de nosotros volvía verdaderamente, la querida Tauba que ya no está entre nosotros. Llevaba una placa de mármol para dejar en Auschwitz, último lugar donde había visto a su hermana. El resto de nosotros iba con un volver ancestral, íntimo y reivindicatorio. Cuando oímos el consabido “Levanten las mesitas, vuelvan los asientos a posición vertical, ajusten los cinturones que estamos descendiendo sobre el aeropuerto en Varsovia”, Miguel dijo con voz ronca: “cantemos el himno de los partisanos” y de las doce gargantas brotó incontenible el “zug nisht keinmol az du gueist dem letstn veg” y, no sé qué les pasó a los demás, pero yo no pude contener las lágrimas. El 23 de Octubre 2003 se le otorgó a Irena Sendler el premio Jan Kasrki en Varsovia. La Embajada de Polonia en Buenos Aires, como eco del premio, hacía un homenaje a su compatriota. Había mucha gente en la residencia de Palermo Chico, mucho calor. Judíos y católicos, casi todos polacos, sobrevivientes de la Shoá con números tatuados, hijos de sobrevivientes, miembros de la comunidad polaca, representantes del mundo de la cultura, mucha gente, mucho calor.

Para los que no lo saben, Jan Karski es otro Justo entre las Naciones, un hombre que llevó la información al mundo de lo que pasaba en Polonia pero no fue escuchado. Irena Sendler, la homenajeada, es una polaca católica que sacó a 2.500 niños del gueto de Varsovia y los salvó de los nazis. Su historia no sólo merece conocerse, sino que debiera ser el eje de lo que Marcos Aguinis llamó, cuando hizo uso de la palabra, “la pedagogía positiva”. Irena Sendler es un ejemplo de la Bondad absoluta que fue ejercida por algunos durante la Shoá. Me dirán que fueron pocos. Lo concedo. Pero dadas las condiciones, veámoslos como modelos alrededor de los cuales enseñar a nuestros hijos y nietos la diferencia entre legalidad y legitimidad y su afirmación ética preñada de potencialidad pedagógica. Es esencial para nuestra persistencia como humanidad humana.

Hubo varios discursos en la embajada la noche del 23 de octubre. Escuchar las palabras del embajador Ratajski loando la conducta de Irena, estableciéndola como modelo de dignidad para todo el pueblo polaco nos sumía en una irrealidad onírica. Se superponía con las imágenes y relatos de tantos polacos antisemitas, usurpadores, entregadores, en un mosaico que pinta con color esperanza, como canta Diego Torres, al género humano. Pero no quiero hablar de los discursos, ni las menciones, ni las personalidades presentes. Quiero hablar de una canción. Se cantaron cuatro. Dos de la resistencia polaca, en polaco, dos bellas canciones que fueron seguidas por algunas personas, incluso algunos sobrevivientes que las reconocían y recordaban. Y también se cantaron dos canciones en idish (sí, en la embajada de Polonia se habló idish): “Ij benk aheim” de Leib Rosenthal, el lamento desgarrado de haber perdido la casa, la calle, los horizontes cotidianos, las pertenencias, los olores, canción que se cantaba en todos los guetos y que expresa hoy el horror de las cinco mil comunidades judías perdidas. Y también se cantó El himno partisano, el himno judío de Hirsh Glick, la otra cara del Hatikva, la de la fuerza y la persistencia de la vida. Cuando lo anunciaron, algunos decidimos cantarlo junto con la cantante. Me ví otra vez en aquel avión, en aquel viaje llegando a Polonia. Y lo que entonces fue chutzpá, atrevimiento, rabia, dolor, en la embajada fue dignidad, honor, humanidad. Nuestras voces judías diciendo las palabras que todos conocemos tan bien: “mir zainen do!” mirando al frente, con los ojos bien abiertos, la frente alta, el pecho erguido, y prometer “vi a parol zol guein dos lid fun dor tsu dor”. Veía a nuestro alrededor a los polacos no judíos ser testigos de este acto de derecho recuperado, con cierta sorpresa, y nos veía a nosotros mismos animándonos a pisar firme, tal vez por primera vez, en territorio polaco. Mil años de vida judía en Polonia no son un mero tránsito. El 90% exterminados en la shoá no es un dato estadístico. Éramos parte del 10% que había sobrevivido, éramos su savia y su energía, estábamos ahí y éramos escuchados con respeto, consideración y emoción.

Es verdad: nunca se puede decir que uno pasa por última vez por un camino. La vida es impredecible. Y como decía Tevie “cuando Dios cierra una puerta, en algún lado se abre una ventana”.

Dos cosas que lamento. Una, que mis padres hayan muerto sin haber vivido lo que yo he tenido la fortuna de vivir el 23 de octubre en la embajada de Polonia. Y la otra, es el dolor de pensar que si Irena Sendler hubiera sido la encargada de salvar a mi hermanito yo no estaría buscándolo como lo sigo haciendo. Porque Irena Sendler, no sólo salvó 2.500 chicos sino que registró sus nombres y los nombres de las familias que los adoptaron, guardó la lista y la enterró, de modo que cuando la shoá terminó, los chicos pudieron recuperar, cuando no a sus familias, por lo menos su identidad.

Biografía de Irena Sendler en: http://www.irwf.org.ar/Isendler/indexsp.htm. Ruego leerla con detenimiento, difundirla y honrar su ejemplo dando una mano a quien lo necesita sin preguntarse si es igual que uno, y decir, como ella “podía haber hecho más”.

VICTIMIZACIÓN E IDENTIDAD. Reflexiones serias a partir de textos humorísticos

Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.

¿RESCINDIMOS EL CONTRATO?

Ha circulado por e-mail un texto en inglés, sin mención de autor, llamado “Terminación de contrato”. Expresa, de modo humorístico la relación carnal que mantenemos los judíos con las desgracias y, en especial, una cierta vocación a ser blancos designados, a ser víctimas de cuanto cataclismo suceda o se invente. Es un texto agridulce, como mucho del humor judío que nos caracteriza. Ese humor tan judío que nos hace decir “mazltov” cuando se rompe una copa, o que nos convence de que la lluvia no arruina la fiesta sino que, por el contrario, trae suerte. “Terminación de contrato” me pareció tan paradigmático que lo traduje y lo hice circular también por e-mail, no sólo para compartirlo sino para ver qué efectos producía. El eco casi inmediato confirmó mi impresión: el texto expresaba un sentimiento colectivo, el de ser víctimas, algo que parece que nos identifica. Al menos a los judíos Ashkenazíes. No conozco cómo se expresa esta condición en los Sefaradíes. Hay quien dice que no es constitutivo de su identidad y que, por ende, su particular visión del mundo no está constituida por relatos que lo transmitan y mantengan vivo.

El texto de marras es un documento que el pueblo judío le dirige al creador en el que rescinde el contrato por el cual había sido designado como su pueblo elegido. Es una crónica exhaustiva de las desgracias derramadas sobre el pueblo judío a lo largo de su existencia documentada (las destrucciones de los templos, los griegos, los romanos, la dispersión, la diabolización en la Edad Media, las cruzadas, el nazismo, etc). Ya lo había resumido magistralmente Sholem Aleijem con su aguda frase: Pueblo elegido, pueblo elegido..., Dios mío no podrías haber elegido a otro pueblo?

OTROS EJEMPLOS.

Pero no sólo ese texto. Hay otras citas provenientes de la literatura humorística judía ashkenazí que resaltan el aspecto mencionado. A título de ejemplos:

Billy Cristal, con una sorprendente concisión dice que las fiestas judías podrían resumirse en una oración: “nos quisieron matar, no pudieron, a comer!”

Rudy, nuestro querido humorista, inventó un shtetl que llamó Tsúrenberg. Ya el nombre mismo, monte de los tsures, resume lo que tanto en nuestro folclore centroeuropeo se ha construido. Dice allí:

“Nunca fue fácil la vida en el pequeño poblado de Tsúrenberg. Dicen que fue fundado hacia fines del siglo IX d.C. a la vera del río Szmendrik, afluente ignorado del Vístula”, Shmendrik es alguien que es poca cosa, casi nada o menos que nada y encima hasta el afluente es un afluente ignorado, (...) “por un grupo de judíos que venían huyendo de los romanos que habían destruido el Sagrado Templo de Jerusalem” , o sea, en la fundación misma estaba el hecho fundante de la persecución, de la huída, de la destrucción.

(....) “el progreso llegaba a Tsúrenberg. Hasta los pogroms habían progresado. Ahora los cosacos venían uniformados, con un traductor que venía gritando en idish lo que les podía pasar a los judíos que se escondiesen”. Asocia la idea del progreso al progreso en la agresión, como si en el único momento en el que los judíos eran tomados en cuenta era cuando eran atacados.

( ...). “Llegamos así a la turbulenta primera década del siglo XX. La Belle Epoque de la burguesía francesa y la Pogrom Epoque del proletariado judío de Tsúrenberg”, mientras en otras partes, otros pueblos, tenían ricos, los judíos tenían pobres –dicho como si fueran los únicos-, mientras otros disfrutaban de cosas bellas, los judíos se hacían expertos en pogroms.

(....) “Los únicos que podían entrar a la sinagoga sin cubrirse eran los cosacos porque no entraban a rezar sino a saquear”, otra vez, para el no judío éramos sujetos a rapiñar.

(...) “Se cuenta –dice de un personaje- que fue perseguido por la policía zarista por su condición de comunista, otros creen que lo perseguían los polacos por su condición judía”, a los judíos se nos persigue por comunistas y por capitalistas, por voluntariosos trabajadores y por banqueros, por religiosos o por ateos, por intelectuales o por proletarios, en suma, se nos persigue por cualquier cosa, cualquier pretexto es bueno.

Mel Brooks explica por qué se dedicó al humor: “Observa la historia judía. La lamentación constante sería intolerable, por eso, por cada diez judíos golpeándose el pecho, Dios designó a uno para que sea el loco y divierta a los que se golpean. Desde los cinco años supe que ese loco era yo.”

Groucho Marx: “Ya lo ve, yo empecé de la nada y sin embargo ahora estoy en la miseria más absoluta.”

Y no quiero dejar afuera a esa construcción que tanto nos identifica, la idishe mame. De los infinitos chistes que se han hecho a su costa, cito dos carteles sugeridos para pegar en el auto: “Vos tocá la bocina nomás que yo sufro en silencio” y “No me choques que mi mamá sufre.” O aquel texto en la matzeive que decía: “¿vieron que era cierto que estaba enferma?” o el conocido mensaje del contestador telefónico que dice: “Este es el teléfono del consultorio del doctor Goldstein. Deje su nombre y teléfono y ojalá que lo llame pronto porque a mí, que soy la madre no me llama nunca”.

SÓLO EN IDISH.

El sufrir desgracias parece sernos tan patognomónico que en idish hubo la necesidad de distinguir con más precisión a las personas que las sufrían y se diferenció así entre el shlimazl y el shlemil. Como tuvo a bien explicarme Eliahu Toker: el shlimazl es un desgraciado en el sentido de un hombre de muy mala suerte. El shlemil, es un torpe, un infeliz al que las cosas se le caen siempre de las manos. El shlemil tropieza y se le vuelca la sopa, el shlimazl es quien la recibe sobre su traje, preferentemente recién estrenado. Tanto shlimazl como shlemil significan “desgraciado” en el sentido de “infortunado”, el que tiene mala suerte, aquél a quien siempre le suceden las desgracias. Lo curioso es que en castellano, “desgraciado” también podría corresponder a “mala persona”, sentido que no encontramos en idish.

EL HUMOR, UN FORMA DE HABLAR DE LA REALIDAD.

En esta Buenos Aires tan colonizada por el psicoanálisis, no es preciso explicar cuál es el sentido, uso e importancia del humor. Sabemos que se construye con materiales de la realidad y que permite su abordaje de una manera inteligente y amable, pero al mismo tiempo incisiva y contundente. Por ello, tanto el texto mencionado de la “Terminación de contrato” como la pequeña muestra de humor, me ha servido de punto de partida para reflexionar sobre esa noción de “pueblo elegido” ligado a la sucesión de desastres sufridos, que parece ser una de las ideas que nos constituyen como pueblo.

PUEBLO ELEGIDO.

Curiosamente, la idea original de “pueblo elegido” tenía como sentido, ser el pueblo portador de la original idea del monoteísmo y de una edificio conceptual con reglas morales, relatos y estructuras que legislaran la vida cotidiana. Este sentido ha sido tergiversado. Los judeófobos nos leen como arrogantes, creídos de ser mejores por haber sido elegidos. Para muchos de nosotros, por el contrario, el lugar de elegidos nos sume en la más negra victimización.

¿SIEMPRE PERSEGUIDOS?

La idea de que siempre fuimos perseguidos es una falsedad histórica. Hubo grandes períodos en los que no sólo no hemos sido perseguidos sino que nuestra presencia ha sido valorada, tuvimos un florecimiento e integración fluidos con el medio circundante y pudimos desarrollarnos y crecer. Menciono, por ejemplo, los siglos de coexistencia en la España de las tres culturas, período que está siendo reflotado afortunadamente por el Centro de Cultura Sefaradí. No son pocos los judíos que se sorprenden ante estas informaciones, como si la idea de la persecución constante formara parte de la definición de nosotros mismos y este nuevo dato produjera la necesidad de una redefinición.

Pareciera ser, en consecuencia, que parte de nuestra autodefinición como judíos está sustentada en la hipótesis de la victimización. Y para que la hipótesis siga viva, es necesario alimentarla constantemente.

¿TENEMOS LA CULPA?

Patricio A. Brodsky, sociólogo, que acaba de publicar “Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo”, dice que los judíos de Israel, confrontados con la afirmación de que "Los judíos -de la diáspora- poseen pautas de conducta que generan hostilidad en su contra", acuerdan en un 55% con esta proposición. En países con una fuerte tradición antisemita como Polonia, Austria, Eslovaquia o república Checa, las opiniones afirmativas con relación a este estereotipo alcanzaron sólo el 19%, el 14%, el 14% y el 6% respectivamente. O sea que los judíos de Israel triplican o cuadruplican estos valores. Los judíos de Israel creen, en un 55% de los encuestados, que los judíos que vivimos fuera de Israel hacemos cosas que nos ponen en el lugar de víctimas de ataques antisemitas. Es decir, siguiendo con el razonamiento, los judíos de Israel nos ven como buscando ser victimizados. Esta posición es consistente con el propósito explícito de construcción del nuevo judío en Israel, uno de cuyos fundamentos fue una redefinición opuesta a la condición de víctimas.

EL ALMA JUDÍA DE EUROPA.

Dice la periodista catalana Pilar Rahola: ....”el alma judía es parte esencial de Europa. Europa no puede ser explicada sin el alma judía pero tampoco puede ser explicada sin el odio a los judíos. Europa puede ser explicada por su componente judío y por su odio a los judíos....En un análisis final ¿quién, si no Europa, ha creado el problema judío para el mundo? En cierto sentido uno puede decir incluso que Europa es el fundador real del Estado de Israel.... Europa expulsó a sus judíos –a sus judíos españoles, a sus judíos rusos, a sus judíos franceses, a sus judíos alemanes... Los expulsó de su cuerpo aún cuando estos judíos se sentían profundamente europeos.”

Y no hay dudas de que nuestra definición como judíos, me refiero, repito, a los ashkenazíes, está profundamente enraizada con los siglos vividos en Europa. Si la hipótesis que propone Rahola es correcta, hemos sido para Europa su lado “víctima” en muchos momentos, chivos expiatorios, el “otro” por antonomasia. Y uno termina creyendo que es o siendo lo que ha ido viviendo.

ASPECTOS DEL LUGAR DE VÍCTIMA.

El lugar de la víctima, que tan conocido nos resulta, tiene aspectos cómodos y aspectos incómodos. Merece una mirada más detenida, pero a los fines de esta presentación, esta aproximación puede bastar.

Lo que espera la víctima. La víctima pretende y espera recibir empatía, simpatía, compasión, apoyo, sostén porque es el “padecedor” directo y concreto, es alguien sufriente. Pero para recibir lo que espera debe seguir sufriendo. Más aún si no recibe la respuesta que espera. Puede volverse entonces una persona demandadora y centrar sus interacciones con los demás desde su condición de víctima en un círculo autoconfirmatorio creciente: cuánto menos reconocimiento recibe más persiste en su victimización.

Lo que suele recibir. Generalmente recibe poco o nulo reconocimiento porque genera en su interlocutor dos sentimientos diferentes y paralelos: irritación y culpa. Estas reacciones se incrementan si se trata de alguien cercano, un hijo, el cónyuge. La irritación podría deberse a esta conducta de la víctima de sentirse con derecho a la queja, al reclamo, con una impronta de resentimiento y pesadez. La culpa podría ser una reacción tanto a la queja de la víctima que se vuelve acusación y también a la molestia por tener que escucharla.

Rechazo y manipulación. En una espiral vertiginosa también la víctima puede generar desconfianza si asume conductas manipulatorias y a veces hasta agresivas y hostiles. La persistencia en el relato de la victimización se vuelve una justificación en las relaciones que, paradojalmente, va siendo un factor de aislamiento y resentimiento creciente. La víctima que tanto reconocimiento y aceptación necesita y solicita recibe en cambio rechazo.

La deuda eterna. Desde el reclamo, la víctima propone una jerarquía en la que se ubica en una posición superior al interlocutor: a la víctima se le debe, siempre se le debe, a la víctima parecen corresponderle derechos compensatorios. Ya lo señalaba Freud respecto al Ricardo III descripto por Shakespeare cuando decía que la naturaleza había sido tan cruel con él habiéndolo construido defectuoso que ya había pagado todo lo que la vida le exigía y que ahora sólo le correspondía cobrarse de ella, que todo lo que hiciera, cualquiera fuera la atrocidad, le estaba permitido. De hecho es ésta una de las acusaciones que recibimos los judíos de parte del mundo judeófobo, que, culpable por su sentimiento anti judío y su conducta consecuente, se escuda en nuestro trabajo por la memoria y nuestra búsqueda de justicia y reconocimiento para acusarnos de manipulación y aprovechamiento.

Sujeto del otro. Pero, mirado más profundamente, la víctima ocupa esta jerarquía superior de manera superficial. Desde su definición en la relación interpersonal, es sujeto del otro, depende del otro, es el victimario quién lo define. La culpa del daño y la fuente del resarcimiento están siempre en el otro. La víctima es de una dependencia extrema, tanto así que otra de sus características es la pasividad, dado que lo que sucedió, le sucedió, le fue hecho por decisión y voluntad de otros. La noción de víctima está asociada, en un deslizamiento de sentidos, con la de impotencia, incapacidad o imposibilidad de defensa o acción activa o reactiva. Y son estos contenidos –culpa, desconfianza, pasividad- con los que solemos vernos los judíos, como si nuestra condición de víctimas fuera natural, como si formara parte de la mochila de nuestra identidad.

VICTIMIZACIÓN IGUAL A PASIVIDAD: ¿LA SHOÁ?

Pues así como es una falsedad histórica que hemos sido siempre perseguidos, es también falso que hemos recibido pasivamente los ataques. Son los relatos los que han ido modelando esta noción, los relatos nos han congelado en la victimización. Uno de los ejemplos más flagrantes de esta falsedad tomada y dada como cierta, es la conducta durante la shoá. La frase “marcharon pasivamente a su propia muerte como ovejas al matadero” es una cabal expresión de ello. Encaré en otros textos la impertinencia de la misma y lo impropio de su descripción. Ha sido precisamente al revés: ninguno de los pueblos ocupados por los nazis en Europa se ha levantado de manera espontánea del modo que lo hemos hecho los judíos. No sólo en los diferentes levantamientos armados en guetos y campos de trabajo y de exterminio, no sólo en las luchas de los partisanos, los sabotajes, sino en los mil y un aspectos de la continuidad de la vida en los largos años de la shoá. Los cien mil niños salvados, pudieron ser salvados gracias al empeño de sus padres, a las redes de salvataje tendidas en toda Europa. Permítaseme citar parte de la hagadá de la shoá que hemos escrito con Charles Papiernik: resistimos con todas nuestras fuerzas y de todas las formas posibles: en los guetos manteníamos escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, un sistema de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños; en los campos tratábamos de mantener alta la moral y fuimos capaces de conductas de solidaridad que siguen siendo ejemplares dado el grado de inhumanidad al que nos pretendían someter. Los judíos nos hemos comportado con dignidad a pesar de la aceitada maquinaria nazi que nos pretendía deshumanizar para hacer más fácil para ellos nuestro asesinato: casi no hubo suicidios entre nosotros y emprendimos las luchas que fueron posibles, salvando gente, escondiendo, alimentando, curando, consolando, desde la clandestinidad, actuamos con heroísmos cotidianos sosteniendo la vida y resistiendo a las fuerzas de la muerte, huimos cuando pudimos a Rusia y nos escondimos en bosques, casas, graneros, cambiamos de identidad, fuimos ayudados algunas veces por personas no judías, pocas es cierto, pero debemos recordarlas por su valentía, intervinimos en actos de sabotaje y debemos rendir un homenaje especial a nuestros niños, los pequeños contrabandistas que sostenían la vida en los guetos entrando alimentos primero y armas después. Morir no enorgullece a nadie, pero sostener la vida cuando todo a nuestro alrededor nos muestra su inutilidad, es un acto de heroísmo y eticidad.

DE VÍCTIMAS A PROACTIVOS.

Sin embargo, muchos de nosotros nos seguimos viendo en el lugar de las víctimas y alimentamos esta definición. Observo un cambio poderoso en la Argentina en este sentido: a partir de la bomba en AMIA, hemos salido a la calle, empezamos a dejar de llamarnos por eufemismos, “israelitas”, “hebreos” “paisanos”, “de la cole” y hoy somos “judíos” sin que ese sonido raspado de la jota caiga como una mancha en el discurso, lo estamos diciendo con naturalidad, propiedad y derecho. Las marchas públicas, los reclamos, las acciones emprendidas, no siempre con el apoyo debido de las instancias oficiales, grupos como Memoria Activa, nos están definiendo desde otro lado. La posición de víctima nos está empezando a resultar ajena, como un ropaje que se vuelve cada vez más incómodo.

EL LUGAR DE VÍCTIMA: ¿ESPACIO POLÍTICAMENTE DESEADO?

A muchos de nosotros nos resulta desgarrador el actual estado de cosas en el conflicto entre árabes y judíos en Medio Oriente donde la condición de victimización, para algunos medios supuestamente esclarecidos, se ha invertido dolorosamente en una mueca caricaturesca, una burla desgarradora. Los encargados de difundirlo son algunos medios periodísticos prisioneros por un lado de sus compromisos económicos y también por la izquierda europea, culpable, como dice la mencionada Pilar Rahola, por viejos pecados contra los judíos. Señalarnos como culpables hoy de perversidad y crueldad contra las nuevas víctimas, los palestinos, exonera de pecados a los europeos que fueron indiferentes al intento de exterminio durante la segunda guerra.

El lugar de víctima parece ser un lugar anhelado dado que permite el reclamo, da derechos, genera un espacio de demanda y reivindicación. En este mundo maniqueo de extremos, blancos y negros, buenos y malos, sólo parece caber ser víctima o victimario. Víctima es bueno, victimario es malo. Víctima es inocente, victimario es culpable. Víctima es pasiva, victimario es activo.

LA SALIDA DE LA VICTIMIZACIÓN

La salida del lugar de víctima, implica un movimiento de gran profundidad y de algún riesgo. Si la condición de víctima es una de las constitutivas de nuestra identidad judía, su cambio implicará un cambio también en la vivencia y expresión de esa identidad. La bomba contra la sede de la AMIA fue un antes y un después para el colectivo “judíos argentinos”. Pero nuestra reacción, que parecía local, trasciende las fronteras nacionales y pasa a formar una comunidad con otras, por ejemplo en estos días la francesa. Las digresiones de nuestros representantes comunitarios en oportunidad de los atentados acerca de la pertinencia o no de salir a la calle, el riesgo de volvernos demasiado visibles y por ello, blancos de nuevos ataques, están siendo replicadas en la actualidad en la comunidad judía francesa ante los más de mil ataques antijudíos sufridos en los dos últimos años; también ellos, también sus dirigentes, se cuestionan, como los nuestros entonces, qué es mejor, si esperar a que todo se calme o si salir a la calle de una manera proactiva. Se preguntan, en suma, qué hacer: seguir ubicados en el lugar de las víctimas o tomar de alguna manera las riendas de nuestro destino y hacernos oír con pleno derecho.

Los judíos argentinos hemos salido a la calle, aparecemos en los medios en nuestra condición de judíos, y hay un pisar más firme, una voz mejor timbrada, una actitud que quiebra, de manera pública y explícita la vieja condición constitutiva de víctimas. El reclamo de justicia, gritado a voz en cuello por ejemplo por los asistentes semanales a Memoria Activa, es una expresión de esta salida del estado de victimización.

IDENTIDAD

Nos resulta familiar vernos como víctimas, como víctimas casi naturales, como representantes de un pueblo que ha sufrido tortuosas y múltiples violaciones a su derecho a vivir, a restringir su residencia en lugares determinados, a asumir funciones y tener impedido el acceso a otras, a no poder ejercer con plenitud su libertad de ser y decidir. Como trabajadora en el tema de la shoá, vengo hace un tiempo reflexionando alrededor de la condición de víctimas en el intento de salir de la misma, de vernos y hacernos en otra posición. Reconociéndonos como víctimas, que lo fuimos, pero saliendo del lugar de la victimización cuando damos testimonios, cuando difundimos las lecciones de la shoá, cuando enseñamos, cuando producimos hechos de reflexión y comprensión, cuando buscamos y encontramos sentidos en la transmisión misma.

Tal vez esta mirada sobre nosotros mismos como víctimas tenga una raíz muy profunda en la poderosa exigencia ética que nosotros mismos alimentamos. No sólo hemos sido, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, el único que tuvo levantamientos y resistencias espontáneas y populares, también, y esto es esencial a esta presentación, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, somos los únicos que nos hemos cuestionado si hemos hecho lo suficiente, los únicos que nos hemos cuestionado en nuestras reacciones defensivas y hasta hemos llegado a acusarnos de cobardía o pasividad.

Tal vez de lo que somos víctimas, en un sentido hondo y esencial, es de nosotros mismos, de un relato en el que nos hemos constituido y de la resistencia a reconocernos potentes y a tener que asumir la responsabilidad que ello comporta. La victimización nos sumerge en lo más profundo del gueto impuesto de la identidad negativa. Digamos y vivamos “judío” con suavidad y firmeza. Digamos y vivamos “judío” acariciando la jota inicial que es también la de júbilo y jubileo, la de juego y juglar, la de junco, la de juntos y, por sobre todas las cosas, la de justicia.

BIBLIOGRAFÍA

Brenner, Marie: “France´s Scarlet Setter”, Vanity Fair, Junio 2003.

Brodsky, Patricio: Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo. Publicado en “La voz y la opinión” junio 2003

Hayley, Jay: “Tácticas de poder de Jesús Cristo”. Editorial Siglo XXI, Buenos Aires,1975.

Papiernik, Charles- Wang, Diana: “Hagadá de la Shoá”. 2003.

Rahola, Pilar: Entrevista con Marc Tobiass, 2 de octubre 2002.

Rudy-Toker, Eliahu: “La felicidad no es todo en la vida, y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2001

Rudy-Toker, Eliahu: “El pueblo elegido y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2003.

Toker, Eliahu: comunicación personal.

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[1] Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.