La circuncisión de Berta y otras crónicas de Tsúrenberg - Rudy

La circuncisión de Berta y otras crónicas de Tsúrenberg.

17 de marzo de 2004

Hace varios meses, no me acuerdo cuántos, Rudy me prestó para leer un borrador de lo que es hoy este libro. Me traje para mi casa el manojo de hojas A4 impresas de un solo lado, con la expectativa entre curiosa y ansiosa que uno tiene siempre ante algo nuevo para leer, con el valor agregado de que se trataba de algo escrito por un amigo querido y admirado. Pero antes de contarles qué me pasó, debo hacer un pequeño desvío.

El humor, más que un sentimiento, es una relación con uno mismo y con el mundo. Tiene una fase de registro, en la cual uno percibe y se dice a sí mismo que esto es humorístico y una fase de expresión del registro que va desde una ligera sonrisa hasta la ruidosa carcajada unida a contorsiones poco elegantes. Esta exteriorización está vinculada al contexto en el que se ha producido el registro de lo humorístico. Por ejemplo, la misma película que uno ve en su casa por el televisor y que a uno le produce una sonrisa interior que a veces no llega a dibujarse en la cara, esa misma película vista en un cine con otra gente, nos provoca una carcajada estruendosa. Es difícil que una carcajada suceda en soledad. No sé por qué. Será el efecto contagio, la potenciación de la presencia del otro con su multiplicación de sentidos, no sé, pero uno no se ríe a carcajadas cuando está solo. Al menos no me pasa a mí y a varias otras personas a quienes les pregunté. No alcanza para validar una investigación científica sobre el humor y su exteriorización según el contexto, pero me sirve para lo que sigue. Vuelvo entonces al borrador que me entregó Rudy.

Me lo reservé para la siesta del sábado a la tarde, En realidad es la siesta de mi marido, no la mía que desde chica la odié como a la sopa. Era una tarde tibia, amable. Me hice un mate y elegí el sillón más cómodo del jardín. Y empecé a leer. Creo que no pasé de la primer página, habrá sido por el segundo o tercer párrafo y me di cuenta de que algo me estaba pasando, de que no veía bien, que las letras no eran claras. Es que las carcajadas me humedecían los ojos y no podía seguir leyendo. Estaba sola, riéndome a carcajadas. Nunca antes me había pasado.

Por si no queda claro, las crónicas de Tsúrenberg, me hicieron reír mientras las leía. No necesité las risas grabadas de las series norteamericanas para contagiarme del universo delicioso y gracioso de este mundo de Rudy. Y si lo que Rudy quería era hacer un libro de humor, pues conmigo lo ha logrado. Con esto sería suficiente como presentación. Llévenlo, compren varios para regalar, recomiéndenlo y espero que les provoque también alguna carcajada su lectura.

Pero no me voy a quedar en esto. Aunque básico y esencial, el hecho de que me cause gracia no agota el tema.

Por orden alfabético, me toca ser la última presentadora. Ya a estas alturas, tienen alguna idea de cuál es el contenido del libro, conocen los nombres de algunos de los personajes y accidentes geográficos y saben por qué nos ha gustado a los tres.

Quiero señalar algunas cosas que me han impresionado particularmente.

Una cuestión de género

La cuestión de género, tiene que ver con Aristóteles. El teatro era uno de los pilares en la constitución de la subjetividad del ciudadano griego. Aristóteles distinguía los géneros teatrales según quiénes eran sus protagonistas, cuáles las temáticas y objetivos de la representación. Diferenciaba así a la tragedia de la comedia. La tragedia se ocupa de temas trascendentales, la vida y la muerte, el odio y el amor, la lealtad y la traición. La comedia se ocupa de situaciones particulares y cotidianas, de las debilidades y vulnerabilidades, de las dudas e inseguridades del diario vivir. Mientras la tragedia trata sobre el destino del hombre, la comedia trata sobre la falible condición humana. La tragedia cumple la función de enseñanza, la comedia la de la identificación, ambas condiciones necesarias para la constitución del ciudadano de la polis griega. La tragedia está protagonizada por dioses y Héroes –semidioses-. La comedia, por el contrario, está habitada por gente común.

La palabra comedia hoy se entiende con ideas como ligereza, superficialidad, banalidad, siendo, por el contrario, el género que entroniza la cotidianeidad, el que habla de nosotros tal cual somos no como debiéramos ser. En este sentido, “La muerte de un viajante”, la desgarradora propuesta de Arthur Miller sobre la vida gris de Willy Loman, cabría sorprendentemente en el género de la comedia. Willy Loman es un hombre común, que vive situaciones particulares de una vida privada, se ocupa de temas como el de tener éxito, de ser alguien, del respeto de uno por uno mismo y la familia, de la ilusión y la desilusión gestada por un sistema de vida y de trabajo, propone ideas y temáticas que uno conoce y reconoce pero no pretende influir sobre las vidas de nadie. Cuenta lo suyo, chiquito y particular. “Copenhague”, la obra que vuelve a estar en cartel en el San Martín y que recomiendo calurosamente, cabría por el contrario en el género de tragedia. Sus protagonistas son personajes célebres, similares a los héroes griegos, personas que han influido en el curso de la humanidad y lo que discuten tiene directa influencia en las vidas de otros, hablan del bien y del mal, de la ciencia y la guerra, las grandes decisiones éticas, sus palabras son trascendentes.

Por todo esto digo que estas crónicas de Tsúrenberg son una comedia en el más fiel y cabal sentido aristotélico. Una comedia en la que nos podemos identificar, en la que nos encontramos tratados de una manera cariñosa, en nuestra más amable humanidad.

Lo judío

El otro aspecto, tiene que ver con lo judío. Rudy barre con varios estereotipos judeófobos. Uno de los temas centrales de la judeofobia basal es que todos los judíos son ricos.

La pobreza judía. La pobreza es una de las grandes protagonistas de esta comedia humana. Rudy la coloca como uno de sus ejes centrales. El tema de la pobreza judía fue sacado a luz hace no muchos años por el servicio social de AMIA para sorpresa de no pocos judíos argentinos. Hacerlo protagonista y tejer con ello una trama multicolor puede ser hasta una proposición política que nos cuenta otra historia sobre nosotros mismos. Dice: “Los judíos de Tsùrenberg eran pobres. Siempre fueron pobres. Sus padres fueron pobres. Sus abuelos fueron pobres. Los abuelos de sus abuelos fueron pobres...En otros sitios, en las grandes ciudades, vivían los judíos ricos. Llámense los Rothschild, los Brodsky, los Hirsch, las familias tradicionales, empresarios, banqueros, profesionales que compartían la vida mundana y sofisticada de los burgueses gentiles, salvo en épocas de antisemitismo agudo, en las que también ellos podían llegar a compartir la suerte de los judíos de menos recursos. Pero esto ocurría en otros sitios. En Tsúrenberg no, porque no había ricos. Los pobres de Tsúrenberg sabían que en algún lugar del planeta había otros hombres que no pasaban necesidades, que comían otras cosas además de papas, que eran tan ricos que hasta tomaban café y comían bananas y ellos ni sabían qué eran esas cosas.”

El pogrom. Frente al estereotipo del judío sinárquico organizador de complots mundiales, trae como una tromba siempre presente el temido pogrom. El pogrom tiene una presencia trágica, en el sentido de eterna, sin discusión, dada, con el peso del destino, aparece a todo lo largo del texto, en comparaciones, a veces en comentarios marginales. Por ejemplo cuando habla del progreso en Tsúrenberg dice: “hasta los pogroms habían progresado. Ahora los cosacos venían con un traductor que iba gritando en idish lo que les podía pasar a los judíos que se escondiesen”.

La conversación. Frente a la definición negativa de lo judío, hay en estas crónicas mucho de lo positivo de lo judío, la inventiva para superar los desafíos, la creatividad para salir adelante ante carencias y dificultades, la alegría de vivir, los valores de la familia y la lealtad al grupo, la importancia del uso de la lógica, el razonamiento y la argumentación. Y lo hace como corresponde, con preguntas y réplicas, repreguntas y contrarréplicas. En ese estilo tan magistralmente jugado por muchos judíos que hacen de la conversación y la discusión una de las artes vitales más esenciales, conversación que no pretende llegar a conclusiones ni tener razón, tan solo pretende que el juego continúe, que la conversación siga.

- Papá, papá, ¿de veras existen los ricos?

- Sí, Pílquele, creo que sí. Yo nunca vi ninguno, pero dicen que en algunos sitios lejanos, pasando el río Shmendrik, el pueblo de Lomirkvetchn, los montes Akshn y algunos poblados más, como Geshtórbeneshpilke, Vuguéistemberg, Blintzenberg, Shlejtelokshn y Undzereáizn, hay ricos.

- Y ¿cómo son los ricos, papá?

- Como ellos quieren, Pílquele, los ricos son como ellos quieren. Si tienen mucho frío, se abrigan; si tienen hambre, comen; si tienen sed, beben y, cuando hay un pogrom, ellos se tienen que preocupar por sus familiares pobres que viven lejos, no por ellos mismos.

- Bueno pa, nosotros también nos preocupamos por los pobres que viven lejos cuando hay un pogrom, ¿o acaso los cosacos no son pobres y viven lejos de nosotros?

- No tan lejos como quisiéramos...

- No sé, a mí el rebe Meir Tsuzamen me dijo que los ricos son malos y que los pobres somos buenos; que los ricos son el opio de los pueblos, pero que los pobres todos unidos les vamos a ganar, les vamos a sacar sus riquezas y entonces nosotros vamos a ser los ricos y ellos pobres.

- ¿Eso te dijo el rebe?

- No, eso último se me ocurrió a mí porque seguro que si les ganamos nosotros vamos a tener riquezas y ellos, pobreza.”

Los tsures. En Tsurenberg, los tsures son una marca de identidad, una proposición filosófica que se opone a esta realidad cruel y exigente de la felicidad instantánea, del placer al paso, de la eternidad sin arrugas ni celulitis, pura cáscara sin róyinque ni taam. Los tsures son como las papas, como la Torá, como la vida, algo que está ahí, que no se discute, con lo que se convive y dialoga. Es este territorio de los tsures lo que hace de estas crónicas una comedia, porque nos permite la identificación amable y hasta positiva con nuestras imperfecciones, debilidades, vulnerabilidades y carencias.

Esta Tsúrenberg de Rudy, si hubiera existido, habría sido una de las 5.000 comunidades judías arrasadas por la Shoá. Rudy revive y reformula los relatos que escuchara de su abuela, los que leyera en diferentes textos, los que viera en chistes, refranes y maldiciones y recrea ese mundo en el que incluye fragmentos y miradas de nuestro mundo moderno. Como Kuitka que genera sus propios mapas de vida sobre colchones en donde se mezclan localidades y recorridos imposibles geográficamente pero expresión de la forma en que se nos enredan en el alma, así Rudy reinventa esos universos tan fácilmente reconocibles que nos traen historias de amores y odios, de envidias y sueños, de ideologías y tradiciones, de progreso y de ciencia, matizado con el rico refranero judío y el no menos rico acervo de sustanciosas maldiciones.

Tsúrenberg parece haber nacido en Europa pero la llevamos puesta. Rudy es un tsúrele, Eliahu es un tsúrele, Florencia es una tsúrele, todos ustedes probablemente sean tsúrelej, yo, ni les cuento.

Rudy hace malabares muy cómicos en su intento de ubicarla geográficamente. Tiene razón en su gesto descriptivo inespecífico: abriendo la mano con el brazo extendido y haciendo un gesto en círculo de un costado a otro, podríamos decir: Tsúrenberg es un lugar en el mundo que queda por acá.