Shoa

Marek y Christian

Tenía que dar una charla para chicos de 11 años sobre el día del Holocausto. En el grado estaba una de mis nietas. ¿Qué decir? ¿Cómo decirlo? Tenía que ser de un modo que fuera comprensible para los chicos, que aprendieran alguna lección y que enorgulleciera a mi nieta. Decidí contar una historia protagonizada por dos chicos de 11 años. Me presentaron los docentes como una estudiosa del Holocausto, con varios libros y proyectos educativos y todas esas cosas que se dicen cuando a uno lo presentan. Los chicos hacían como que escuchaban pero era obvio, como casi siempre, que les entraba por una oreja y rápidamente se les escapaba por la otra. Tenía enfrente a estos 25 chicos, sentados inmóviles, con los ojos puestos en mi. Ubiqué a mi nieta que estaba sentada en la última fila, ¿por las dudas? pensé, por las dudas que lo mío fuera un plomazo… decidí dejar de mirarla porque no iba a poder hablar si la tenía en el foco de mi atención. Cuando terminó la presentación empecé a hablar. 

Sol le preguntó un día a su abuelo por qué viajaba tanto a Polonia. Habían terminado de comer, la abuela se había ido a dormir la siesta y Sol tenía ese rato con su abuelo en el que solían jugar al ajedrez. Su abuelo se lo había enseñado y a ella le encantaba jugar con él y mientras, a veces, charlaban, ella le contaba cosas del colegio o de las amigas, él le contaba cosas de su mamá cuando era chica. El abuelo estaba por viajar, nuevamente, a Polonia y a Sol le intrigaba por qué iba y por qué iba solo. Por eso le preguntó por qué viajaba tanto a Polonia.

¿De verdad querés saber? le preguntó el abuelo que había acomodado las piezas para empezar a jugar pero, ante la pregunta, se sacó los anteojos y la miró fijamente.

Sí, le dijo Sol, contame, dale.

Es una historia larga, le dijo el abuelo, ¿te la bancás?

Sí, claro, respondió Sol y se apoyó en el respaldo de la silla mientras el abuelo se pasaba la mano por los ojos como si fuera un telón que se corría para que empezara la película.

Vivíamos en un pueblito, en el este de Polonia. Una noche, cuando tenía once años, me despertaron ruidos, golpes en la puerta, voces guturales y feroces, ¡Juden rauss!, judíos afuera, gritadas por soldados nazis en medio del terror y del enloquecedor ladrido de sus perros y las respuestas enfurecidas de Sanson, mi perro. 

No sé si me caí por el susto o si me tiré abajo de la cama y me quedé acurrucado, hecho un ovillo y tapándome los oídos. Ví que unas botas entraban en mi pieza y arrancaban de la cama a mi hermanita que no se había despertado. Escuché que sacaban como a las rastras a mi mamá, a mi papá, a mi abuela que seguro que estaban en camisón. A mi no me vieron. Sansón enfurecido le mostraba los dientes a esos perros enormes, lo veía desde abajo de la cama, se le tiró encima a uno como para morderlo pero le pegaron un tiro y lo vi caer en el pasillo y quedarse quieto, quieto, quieto. Lo vi desangrarse y morir, desde el piso, paralizado. No sé cuánto tiempo pasó. Mi corazón hacía tun tun tun como un tambor que batía tan fuerte que me ensordecía, no me dejaba escuchar nada, los ojos abiertos así de grandes, secos, no podía llorar, y el corazón que me golpeaba y golpeaba. Después de no sé cuánto, se me fue aquietando y me sentí rodeado por el silencio más silencioso que escuché nunca. Me animé y me fui arrastrando despacio hasta la puerta. Pasé al lado de Sanson que ya estaba muerto, le acaricié la cabeza y miré para atrás para ver si había alguien en casa, pero no, las puertas abiertas, la oscuridad y el silencio me aplastaban, estaba solo. Me asomé con mucho miedo y vi que en la calle todo era desolación, cosas tiradas, puertas y ventanas abiertas, ni un alma a la vista, silencio de muerte. Estaba solo. Me puse de pie y me fui deslizando bien pegado a la pared y cuando llegué a la esquina empecé a correr, a correr como un desesperado, así como estaba, en piyama y descalzo. Todavía era bien de noche, no sé qué hora sería, pero estaba oscuro y no había nadie. Seguí corriendo hasta donde termina el pueblo, mis pasos hacían eco, tanto que me parecía que había alguien corriendo detrás, pero no, estaba solo y aterrado con la idea de que me descubrieran.

Sol escuchaba suspendida, sin atreverse a respirar para no interrumpir el relato pero el abuelo se quedó callado, como mirando al vacío, como volviendo a ver aquello como si fuera una película proyectada delante de sus ojos. De pronto volvió a mirar a su nieta, tal vez aliviado de ver que ya no estaba allí sino que estaba en su casa, a salvo, y suspiró hondo. Sol le preguntó entonces ¿Adónde ibas abuelo? 

Ya recuperado, esbozó una ligera sonrisa y le dijo que a la casa de Cristian, mi mejor amigo, el otro delantero del equipo de fútbol de la escuela.

¿En Polonia se jugaba al fútbol? 

Sí, igual que acá, nos encantaba. Yo era el 10 y Cristian el 9, ningún arco era invencible para nosotros. Habíamos ganado los últimos partidos con los equipos de las escuelas de los otros pueblos, yo había hecho 1 gol y él el otro en el partido de la semana anterior. Practicábamos después de clase con un maestro que nos enseñaba los trucos como él decía y nos hacía hacer ejercicios con la pelota para darle dirección y efecto. ¿Sabés lo que es darle efecto a la pelota?

No, abuelo, ni idea. Es cuando le pegás de tal manera que en lugar de salir derecho hace por ejemplo una curva y el arquero no tiene como atajar. Cristian era un poco mejor que yo pero le ponía voluntad y tantas ganas que al final era bastante bueno.

Su casa tenía un terreno grande y al fondo estaba la cucha de Tom y Mix, los dos ovejeros con los que jugábamos a la tarde después de practicar cosas del fútbol. Tom Mix era el súper héroe de entonces, todos los chicos lo admirábamos porque era fuerte y valiente. Estaba empezando a aclarar el cielo, levanté la alambrada y entré en la cucha. Los perros se me acercaron moviendo la cola porque me conocían, contentos de verme. No sé qué hora era pero el rocío me daba un poco de frío y no estaba abrigado, tenía solo el piyama y estaba descalzo, no había tenido tiempo de ponerme algo encima ni siquiera zapatos. Me fui al fondo de la cucha, me hice un bollito y me acosté. Al rato entraron los perros y uno, creo que fue Tom, apoyó su lomo en mi cuerpo y me dio calorcito. Estaba tan bien que, aunque te parezca mentira, me dormí. 

Cristian era el encargado de darles de comer a los perros, así que cuando vino a la mañana, me aseguré de que estuviera solo y asomé la cabeza. Cuando me vio, se quedó duro, sorprendido, con los ojos así de grandes, y preguntó ¿qué hacés acá? ¿dormiste en la cucha de los perros? ¿te fuiste de tu casa?. Me puse a llorar, recién ahí me puse a llorar, los ojos se me inundaron y no podía parar, me caían los mocos, me costaba respirar y le conté. Que se llevaron a mi mamá, mi papá, mi abuela y mi hermanita. Que habían venido en la mitad de la noche con gritos, perros y golpes. Que los habían sacado casi arrastrando. Que me había quedado solo. Que no tenía donde ir. Que habían matado a Sansón porque ladraba furioso. Que no sabía dónde estaban mis padres ni mi hermanita ni mi abuela. 

Me di cuenta de que la cara de Cristian cambiaba. Cerró los ojos y apretó los puños porque, me lo dijo mucho después, él sabía. Su papá era un antisemita feroz y el policía del pueblo y después me contó, entre lágrimas él también, que había sido  el encargado de señalar en qué casas vivían judíos. O sea que su papá tenía la culpa de que se hubieran llevado a mi familia. No me lo dijo ese día y en ese momento pero cuando escuchó lo que le decía, abrió los ojos y le vi la misma mirada de cuando iba a patear un gol seguro, concentrado y firme. ‘De acá no te movés’ me dijo. ‘No te va a pasar nada. Yo te voy a cuidar’. Y así fue. Un año y medio viví en esa cucha. Escondido, alimentado y abrigado por mi mejor amigo. Me trajo una almohada. Me trajo ropa para que me abrigue y después otra ropa para que me cambie. Me trajo una manta. Y también trajo su tablero de ajedrez y las piezas y cuando se podía, cuando había luz suficiente y nadie a la vista, jugábamos. No sé cómo lo hizo porque nadie en su familia debía saber que escondía a un judío. Pero lo hizo. Fueron los momentos en los que Cristian  venía, cuando jugábamos, los que me mantuvieron vivo, los esperaba hambriento. No era solo la comida, la protección y el abrigo cuando vino el invierno y la nieve lo cubría todo. Era su presencia, su compañía lo que me dio calor esos largos meses que viví con Tom y con Mix adentro de la cucha. Ahora me pregunto si de verdad su familia no se dio cuenta o si hicieron como si no se daban cuenta. Nunca lo sabré. La gente dice una cosa a veces y hace otra. La gente piensa una cosa por momentos y en otros piensa otra. Tal vez sabían que yo estaba ahí y se hicieron los que no por amor a Cristian que me amaba a mí. No te olvides que si los llegaban a descubrir los mataban a todos. Y era todo tan loco, porque el papá de Cristian era el que recibía las denuncias de que alguien protegía o escondía a algún judío y él era el encargado de castigarlo, al protector y a toda su familia en represalia. Así que si sabía que Cristian me escondía debería haberlo matado y a toda la familia. No sé. El hecho es que pude sobrevivir.

La guerra terminó un poco antes de cumplir los trece y las cosas fueron rápidas. No me acuerdo cómo fue el día en que salí de la cucha y volví a caminar libremente. No me lo puedo acordar por más que trate. Sé que fui a la que había sido mi casa y vi que había otra gente viviendo allí. No me animé ni a golpear la puerta. Ya no era mi casa. Ya no quedaba nada mío ahí. Mis padres, mi abuela y mi hermanita nunca volvieron, no supe nada de ellos y todos me decían que no los espere, que no iban a volver. Me llevaron a una oficina creo que del Joint, no estoy seguro, y de ahí a un orfanato de una ciudad cercana y a los pocos meses me dijeron que habían encontrado un pariente mío en la Argentina y que me mandarían para que viviera aquí con él. Era un primo de mi papá que había llegado antes de la guerra. Cumpli los 14 en su casa y fueron pasando los años. Te la hago corta. Fui a la escuela, después conocí a la abuela, nos casamos, trabajamos, tuvimos hijos y empezamos una familia. Tuve suerte porque empecé a trabajar en una imprenta y poco a poco fui creciendo, me hice socio del dueño y después le compré la parte. Me fue bien. Y un día, como veinte años después de llegar a la Argentina, busqué a Cristian, lo encontré y retomé el contacto. Se había quedado en el mismo lugar, en el mismo pueblo, gracias a eso lo pude encontrar. También se había casado y tenía hijos pero la estaban pasando muy mal con los soviéticos. ¿Sabés Sol? los judíos sufrimos mucho en la guerra cuando vimos a nuestros vecinos y amigos aprovecharse de nuestra desgracia, incluso denunciarnos para conseguir vodka, mermelada o carbón. Pero como se dice en el campo, la taba se dio vuelta, ahora era él el que estaba mal. Lo menos que podía hacer era devolver el favor de nuestra infancia, aquel acto de amor que me permitió salir vivo y ahora poder contártelo. Empecé a mandarle encomiendas con alimentos, latas, ropa, remedios, hasta carbón y si le hacía falta algunos dólares. Él cada tanto me hacía llegar algún diario y fotos de su familia. No había whatsapp, ni computadoras, la distancia requería paciencia. Cada encomienda demoraba semanas en llegar, igual que las cartas. Y un día, muchos años más tarde, me compré un pasaje y lo fui a visitar. Me recibían con alegría y agradecimiento, conocí a su esposa y a sus hijos y empezaron a ser parte de mi familia también. En uno de los viajes la llevé a la abuela y era muy divertido verla conversar con la esposa de Kristian cuando una no sabía polaco y la otra no sabía castellano. Pero no sé cómo, se entendían y aprendieron a quererse. Cuando supe que Cristian había sufrido un ACV y que estaba prisionero de su silla de ruedas como yo dentro de aquella cucha me desesperé. Y ahora te contesto tu pregunta querida Sol porque por todo eso, siempre que puedo, voy a Polonia. No puedo dejar solo a Cristian, mi amigo, que tanto me cuidó y gracias a quien sobreviví y nació tu mamá y después naciste vos. Tengo que ir porque está solo y me espera para jugar al ajedrez.”

Resistencia en Francia. Dr Olivier Wieviorka

wieviorka.jpeg

Buenas tardes. Bienvenidos a una nueva conferencia del ciclo “La humanidad quebrada” a 80 años del inicio de la Solución Final, que realizamos desde el Museo del Holocausto de Buenos Aires con el auspicio del Instituto Auschwitz para la prevención del genocidio y las atrocidades masivas.

El tema de hoy será la resistencia en Francia para lo cual contamos con el Dr Olivier Wieviorka. 

Mi nombre es Diana Wang, soy, igual que el Dr Wieviorka, hija de sobrevivientes de la Shoá y es un honor presentarlo esta tarde.

El pueblo judío ha sido acusado durante algunas décadas de no haberse resistido suficientemente al plan de exterminio nazi. La frase de que hemos ido como mansas ovejas al matadero ha dejado de escucharse como antes aunque algunos lo siguen creyendo. Esta acusación de mansedumbre es en realidad una acusación de cobardía y fue una de las razones del silencio de los sobrevivientes durante décadas. Silencio que se potenciaba porque algunos le sumaban otra acusación, aún más hiriente, la de haber sido cómplices. Las víctimas fueron acusadas de cobardes y los sobrevivientes de colaboradores. Ambas acusaciones no son solo injustas. También son ofensivas y en la mayor cantidad de los casos, falsas.

No es verdad que no nos hemos resistido. Si entendemos resistencia como resistencia armada, es cierto que no pudimos hacer mucho. No éramos un pueblo guerrero, no teníamos los recursos ni la experiencia; el contexto de tiranía y horror hacía muy difícil la planificación y la organización. Aún así, hubo levantamientos en guetos y campos, hubo grupos de luchadores que se unieron a los partisanos soviéticos cuando estos se lo permitían o que actuaban independientemente. Pero las grandes resistencias judías fueron no armadas. Se trata de la resistencia de subsistencia, la cultural y la religiosa. La protección de las familias en especial de los hijos estuvo en el centro de la vida judía. Francia es un excelente ejemplo de ello porque hubo varias organizaciones que se ocuparon del rescate de los niños. Organizaciones judías y no judías. 

Francia tuvo la habilidad de instalar en el imaginario colectivo a la resistencia francesa como una reacción generalizada durante la ocupación nazi. Novelas, canciones y películas dejaron la idea de que el pueblo francés se levantó contra el invasor y defendió a sus judíos. Es una hermosa historia que no siempre se atiene a lo que pasó. Hubo muchas situaciones que señalan lo contrario, la complicidad, la colaboración y la codicia con un sustento de antisemitismo fuertenemente arraigado en la sociedad. Sin embargo, algunos franceses, no tantos como el mito de la heroica resistencia pretendió instalar, se resistieron. En su presentación el profesor Wieviorka nos ilustrará sobre lo que estos franceses hicieron, sobre la persecución, el rescate y la resistencia, cuánto y cómo hicieron, cuáles fueron sus contextos y dificultades, los prejuicios que conspiraban en contra, la participación de la iglesia y de algunas poblaciones civiles, cómo fue la lucha del llamado “ejército de las sombras”.... 

Tenemos el privilegio hoy de contar con la exposición del Dr Olivier Wieviorka, historiador e investigador de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra, integra una familia de intelectuales y académicos prestigiosos. Es el más joven de sus tres hermanos: el sociólogo Michel Wieviorka, la historiadora Anette Wieviorka y la psiquiatra Sylvie Wieviorka. Los cuatro hijos de sobrevivientes judíos de la Shoá.

Sus abuelos paternos fueron arrestados en octubre de 1943, llevados desde Niza al campo de  Beaune-la-Rolande y luego a Drancy desde donde fueron deportados a Auschwitz. Sus padres sobrevivieron refugiados, el padre en Suiza, y la madre en Grenoble.

Es miembro del Institut Universitaire de France y profesor del departamento de ciencias sociales en la École Normale Supérieure de Paris Saclay. Sus varias obras publicadas están centradas en la resistencia durante la Segunda Guerra y abordó temas como su relación con el ejercicio del poder, con el gobierno de Vichy y con los huérfanos de la república.  

Están traducidos al castellano: Los mitos de la Segunda Guerra Mundial y La Historia del desembarco de Normandía.

En reconocimiento de su distinguida carrera y producción en historia, en 2014 fue distinguido con el premio Eugene Colas de la Académie Française. 

Con ustedes, el Dr Olivier Wieviorka.


Historias de sobrevivientes

LA NIÑEZ COMO ESCUDO

La gente que lo vivió jamás pudo terminar de entender cómo no se puede aceptar algo que está comprobado: hay fotos, videos y, lo que más fuerza tiene, sobrevivientes. La única esperanza que tenían era saber que el sobrevivir iba a dejar el legado de `aquí estamos, sobrevivimos, esto pasó, no va a haber nadie que nos pueda callar y menos cuando tengamos hijos, sobrinos y nietos que continúen con esta lucha´”, dice Agustín Tokatlián, familiar de Esteban Pamboukdjian, sobreviviente del Genocidio armenio y autor de “El juego de las bestias”, un texto publicado en el Diario Armenia basado en el relato de Pamboukdjian, en el que cuenta su historia durante el Genocidio armenio comparándolo con un juego.

Tokatlián agrega que “el principal legado que Esteban ha dejado es que una persona luche por que ese negacionismo se haga cargo”. Explica que sus padres son armenios y que parte de sus familiares escaparon del genocidio. Estuvieron escondidos en la casa de una persona turca en un cuarto “invisible”, porque si abrían la puerta o salían corrían el riesgo de morir. Hubo un fusilamiento, disparos al suelo, y Esteban, que tenía ocho años, se desmayó. Cuando se despertó vio que su prima recién nacida también había sobrevivido: “Nunca se supo bien por qué no murió, por qué esas balas nunca llegaron a él. Se podría decir que quizás los padres recibieron las balas, estaban delante de él y él no murió junto con la bebé, porque la persona que sostenía a la bebé también murió. Cuando comenzó el fusilamiento familiar, cuando las balas empezaron a caer, él no se enteró, escuchó el ruido, vio la presencia de esos turcos y cayó rendido al suelo como si hubiera caído una bala sobre él, pero nunca se enteró”, relata.

Esteban Pamboukdjian en su adultez

En ese momento escaparon a un puerto, subieron a un barco y fueron a Siria. Después de que se formara la familia, vinieron a la Argentina. Los abuelos y la madre de Tokatlián le contaron que lo que se vivió durante esos meses de 1915 era miedo, terror, sufrimiento, escuchar lo que pasaba afuera y no saber cuál sería su destino: “Por tener un ‘ian’ en el final del apellido, ya estabas considerado cristiano y tenías un pie en el ataúd, no había posibilidad de vivir, o sea, sí había, pero negando quién eras. Hubo familias que la única posibilidad para que no las mataran fue cambiarse la parte final del apellido por ‘oglu’”, cuenta.

A partir de esa reconstrucción, Tokatlián se pregunta cómo Esteban, un niño de ocho años, pudo vivir aquello sin entender lo que había pasado y cómo los padres lograban darle “alegría” o alejarlo de lo que ellos entendían que era un sufrimiento: “Yo creo que, si hubiera sido más grande, no hubiera sobrevivido. Hay algo de la pureza de la niñez, que le permitió sobrevivir. Por eso, hubo muchos niños que sobrevivieron, creo que hay algo de la falta de comprensión de lo que vivieron que, luego, tuvieron la madurez para entenderlo”, cierra.

“ME QUIEREN MATAR POR JUDÍA”

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, miembro del Museo del Holocausto de Buenos Aires, escritora de Cuadernos de la Shoá, psicóloga y conferencista de charlas TED. Escribió libros como “Los niños escondidos: del Holocausto a Buenos Aires” e “Hijos de la Guerra: la segunda generación de sobrevivientes de la Shoá”. Wang afirma que tanto en el Genocidio Armenio como en la Shoá y en todos los genocidios posteriores se necesitan varias décadas para poder hablar.

La mayoría de los chicos no recuperaron a sus padres porque los perdieron. Si eran muy chiquititos no se acuerdan nada. El hecho es que tienen el agujero en la memoria de no saber, puntos oscuros de su identidad que desconocen. A veces hablan con otros sobrevivientes, imaginan ‘tal vez a mí me pasó lo mismo’ y van rellenando su historia para hacérsela comprensible, porque son como islas a las que necesitan ponerles puentes para armar una historia con sentido”, explica Wang. Y suma una historia que lo refleja: “Un sobreviviente que todavía está vivo tenía nueve años, vivía en Alemania y, cuando empezó toda la situación complicada, los padres decidieron irse de Alemania, tomaron el tren Transiberiano, atravesaron toda la Unión Soviética, llegaron hasta el puerto de Shangai y ahí los detuvieron”.

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, escritora y psicóloga

En ese momento, China estaba ocupada por los japoneses, aliados de los alemanes. “Pasaron la guerra en el gueto judío de Shangai”, dice Wang, y continúa con la historia del niño sobreviviente: “Cuando tenía 13 años llegó a la Argentina con sus padres. Conoció aquí lo que era una pelota. Fue a la escuela, se vinculó con otros chicos de su edad y empezó a escuchar cómo habían sido sus infancias, sus casas, que habían tenido cumpleaños. La reflexión que hizo fue: ‘Recién ahí me di cuenta de que no había sido feliz’”.

Wang relata que siempre supo que era hija de sobrevivientes y que había nacido en ese contexto, pero antes no le daba la misma importancia que ahora. Escuchaba a sus padres hablar del tema, pero lo naturalizaba porque no conocía una realidad diferente: pensaba que en otras casas se hablaba de lo mismo.

Yo nací en 1945 en Polonia y vinimos a la Argentina en 1947, dos años después de que terminara la guerra. Mis padres querían ir a Israel, pero todavía no existía como país, era el protectorado británico y era muy peligroso ir con una bebita a una travesía en la que te podían hundir el barco, detenerte y meterte en un campo de concentración”, cuenta Wang.

Una situación puntual fue bisagra para que tomara consciencia de su historia: “Fue cuando explotó la bomba en la AMIA. Me enteré porque mi mamá me llamó por teléfono y me contó. No se sabía todavía qué había pasado, me llamó cuando desde su ventana veía el humo y la frase que me dijo fue: ‘Nos quieren matar otra vez’. Me metió de lleno en el tema: ¿Por qué `nos`? ¿A mí me quieren matar? Yo no hice nada, entonces me quieren matar por judía. La segunda cosa, cuando dijo ‘otra vez’, la ligué con el Holocausto. Me tocó en mi identidad como judía, me asumí como hija de sobrevivientes y empezó a ser tema de mi identidad de manera oficial. En ese momento empecé a investigar y a escribir”, concluye.

La frontera del humor

El Señorr Carlos Reusser, abogado, Doctorr en derecho y Profesorr en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, tuiteó el pasado 18 de mayo: “Encontré a mi hija con una expresión entre cómica y afligida. Me dijo que había inventado un chiste, pero que no se atrevía a decirlo. Tras mucho tira y afloja, accedió a contármelo: -Un chico judío me pidió mi número. –Le dije que en esta época usábamos nombres.”

La hija del Profesorr Reusser tiene las cosas más claras que su padrre. Una vez que se le ocurrió el dudoso chiste, se lo comunicó “entre cómica y afligida” y agregó, con bastante sensatez, que no se atrevía a decirlo. No se atrevía porque sabía que había algo allí que no estaba bien. Lo hizo luego de la insistencia de su padre que, sin dudas ni miramiento alguno, lo publicó en un tuit.

Son dos los protagonistas de este hecho. La hija y el padrre.

La hija, cuya edad desconocemos, obviamente sabe qué fue el Holocausto, "judío" y "nombre" en lugar de número son menciones harto elocuentes. Me llama la atención sin embargo que la respuesta del chiste sea en primera persona, como si quien respondiera fuera también judío, con lo cual no sería ella misma, pero tal vez el padrre no lo transcribió fielmente. Lo cierto es que la hija no debe haber sido como quien me contó hace mucho que un compañero en la primaria le había preguntado “¿Sabés por qué los alemanes entierran a los judíos con el culo para afuera?” y que la respuesta “para estacionar sus bicicletas” no la había entendido, no veía cuál era el chiste porque no sabía nada sobre el Holocausto ni sobre judíos, que recién advirtió años más tarde su mal gusto y la enormidad que implicaba. La hija sabía que la comicidad de su invención era más que dudosa.

Pero el padrre, el padrre es otra cosa. Doctorr en Derecho el hombrre. Profesorr el hombrre. Padrre de familia el hombrre. ¡Mamita querida! Y tuiteó el mal chiste de su hija así, suelto de cuerpo, sin contexto ni consideración ni reflexión que indicara su posición al respecto. ¿Qué enseñará este hombrre en sus clases? ¿Qué rama o aspecto del derecho lo tendrá como doctorr? ¿Será como tantos Profesorres enseñoreados en la década del treinta en Alemania que disfrutaron de los puestos dejados vacantes por los judíos echados de sus cátedras?

Además de su dudosa ideología se muestra ignorante del mundo cibernético. Tuitear algo es hacerlo público y hacerlo de este modo, sin prólogo ni comentario es decir “estoy de acuerdo” y “qué ingeniosa es mi hija”. con lo cual establece de algún modo su posición respecto del tema, posición que no parece temer haber hecho pública ni anticipar que pueda traerle algún problema en su ejercicio profesional o catedrático. Además, ¿habrá sabido su hija que su padrre lo haría público? ¿Le habrá dado permiso? ¿El Profesorr se lo habrá pedido?

Hacer chistes sobre jabones y cremaciones, sobre duchas que emanan veneno, sobre narices que denuncian pecados, son de mal gusto, ofensivos y no tienen gracia alguna. Al menos para quien entienda lo que subyace, la denigración, el antisemitismo y la demonización de los judíos. El chiste le da un tinte de trivialización, hasta viste de aceptación el horror de lo sucedido, le confiere una pátina de legitimidad. Y ése es su verdadero horror.

Podría argumentarse que los chistes se valen en gran medida del prejuicio y de la incorrección política y que sus límites no siempre son nítidos. Es cierto. Pero hay espacios que siguen estando vedados para el humor porque tocan tanto dolor, tanta iniquidad, tanta vergüenza que resultan indigeribles e intolerables. El maltrato y abuso infantil, las violaciones, el abandono de los viejos, el hambre, la trata de personas, los asesinatos tanto individuales como en contextos genocidas no son solubles ni pueden ser aligerados en modo alguno. Duelen demasiado. Imposible reírse de esas cosas. Imposible para mí. Pareciera que no lo es para otros.

¡Qué nazi soy!

Ilustración: Vior

¡Los maté a todos! ¡Qué nazi soy! escribió Facu, 14 años, al chat de Fortnite, feliz por haber resultado vencedor. Buen alumno de una escuela bilingüe, con padres profesionales de clase media, su autofelicitación como nazi no le inquieta en lo más mínimo. Cree que nombra al que mata mejor, al más aguerrido, al más malo de todos, es el ganador por excelencia. Para él,  sus amigos y muchos como ellos, la palabra nazi es el emblema supremo del guerrero eficiente y dejan afuera, -¿ignorancia? ¿indiferencia?- qué es el nazismo. Sus amigos judíos paralelamente no se espantan porque nazi sea un elogio cool dicho en tono admirativo. Pero esto no nace de la nada.  Se tratan muy mal los chicos hoy llamándose con apodos denigrantes que, de tan usados, han perdido el valor del insulto. Se dicen “negro de mierda”, “puto de mierda”, “enano de mierda” junto con el ya naturalizado “boludo” muy lejos de aquel significado de “idiota o estúpido”. Y ahora nazi pero como alabanza. Los sentidos y horizontes se han pervertido,  campea el segual. Pero la palabra nazi viene con otra mochila, la del genocidio mientras que las otras palabras son sólo ofensivas. ¿Sólo ofensivas dije? ¿También yo estoy naturalizando el maltrato, el insulto, la ofensa?

¿Qué nos está pasando con la manera de hablar? En los juegos online gana quien mata al adversario, esto no es nuevo, tiene décadas. También en los deportes se utilizan palabras bélicas y mortales. Lo matamos. Lo aniquilamos. Lo derrotamos. Le pasamos por encima. Lo sepultamos. Desde el ajedrez hasta el Fortnite pasando por todos los deportes, al ganar se habla de muerte. El deseo de ganar, la necesidad de prevalecer, es parte de nuestra naturaleza y los juegos permiten satisfacerlo de manera sublimada. En lugar de matar, jugamos a matar.

Pero el que sean cool los insultos y las ofensas y que estén tan naturalizados que no se perciban como tales, es nuevo. Boludo, puto, negro, hdp, son usados por los chicos con ligereza. Pero no alcanza, suben la apuesta y le suman nazi. Es un escalón más. No se espantan, no se dan cuenta, o no les importa, lo que están diciendo.

¿Seguirían diciendo nazi si supieran que fueron torturadores, asesinos de niños y bebés, déspotas, autoritarios, tiranos, represores y asesinos de los que no pensaban como ellos, que se creían “dioses” con derecho a matar a cualquiera, incluso a estos mismos chicos que hoy se envanecen llamándose nazis? ¿Seguirían diciendo nazi si supieran lo que de verdad están diciendo?

Lo más probable es que no lo sepan. Nazi debe ser para ellos algo así como peor que malo, nada más, hasta ahí deben haber llegado. Lo preocupante es que si es así algo nos está fallando a todos. Hay algo que no estamos transmitiendo bien si la maldad humana aparece como herramienta que conduce a la victoria. Hay algo de la educación que no estamos haciendo bien. 

Facu gana y se cree nazi. Los chicos terminan la escuela sin entender lo que leen ni poder construir bien una oración y tampoco saben diferenciar lo que está bien de lo que está mal. Me pregunto si tiene sentido espantarme con el elogioso ¡Qué nazi soy! cuando los rusos atacan a Ucrania para desnazificarla. La maldad insolente en el cambalache del siglo XXI, sin aplaza'os ni escalafón. ¿Es lo mismo el que labura o el que no, el que mata o el que cura o está fuera de la ley? Dale Facu, lavate las manos y vení a comer, ¿vos nazi? no digas pavadas, sentate a la mesa mi chiquito, que la comida se enfría y el futuro está en tus manos.

Publicado en Clarin.

Sobre el verdadero Oskar Schindler - Herbert Steinhouse

 Prólogo 

EL artículo que sigue es, hasta donde podemos determinar, no solo el primer reportaje sobre Oskar Schindler, sino también el único relato que incluye entrevistas contemporáneas directas con el propio Schindler, así como con el contador Itzhak Stern.

La historia de Schindler y Stern, los personajes centrales de la película La lista de Schindler de Steven Spielberg, se dio a conocer al mundo previamente a través de la novela El arca de Schindler de Thomas Keneally de 1982. Keneally, un australiano, nunca conoció a Schindler, quien murió en 1974, pero trece años antes, en Los Ángeles, conoció a uno de los más de 1.000 judíos que Schindler había salvado de las cámaras de gas. Este encuentro casual lo estimuló en su investigación. Aunque el libro de Keneally sobre el oportunista empresario nazi que terminó redimiéndose en el torbellino del Holocausto era real, decidió llamarlo novela porque debía imaginar o “recrear” los diálogos necesarios para la narración

Desconocido para Keneally o Spielberg, otro escritor, un canadiense, se había topado con la historia de Schindler décadas antes. Herbert Steinhouse, un periodista, novelista y locutor nacido en Montreal, voló con la RCAF, la fuerza aérea canadiense, durante la guerra y luego se convirtió en oficial de información de la Administración de Rehabilitación y Socorro de las Naciones Unidas (UNRRA por su sigla en inglés). Mientras estaba destinado en París, trabajó para Reuters, pero en 1949 fue el jefe de la oficina de París de la CBC.

Fue unos meses antes, en Munich, cuando conoció a Schindler. Ya había conocido a algunos de los sobrevivientes del Holocausto que Schindler había salvado, los llamados Schindlerjuden, los judíos de Schindler, y le habían contado algunas de sus historias. En su etapa en la UNRRA, Steinhouse había escuchado varios relatos sospechosos del "buen alemán", pero con éstos sobre Schindler se despertó su intriga e interés que lo llevó a a buscar una verificación independiente.

Steinhouse fue presentado al mismo Schindler por dos judíos polacos que creían que la seguridad de su salvador y la mejor esperanza para su futuro podría suceder si se daba la máxima publicidad a su notable historia. Estaba en peligro porque todavía estaba clasificado como un "antiguo nazi", lo que frenaba sus posibilidades de emigrar a la mayoría de los países. "Schindler me cautivó como lo hizo con todos", recuerda Steinhouse. "Nuestras esposas también se llevaban bien. Cenamos y bebimos juntos. Él hablaba, yo tomaba notas".

La historia le siguió pareciendo a Steinhouse "descabellada", pero fue corroborándola más y más  en los recuerdos de los sobrevivientes y en los archivos clandestinos y de la resistencia. Finalmente, después de media docena de encuentros con Itzhak Stern, quien fue su fuente principal, cuatro entrevistas con Schindler y fotografías tomadas por Al Taylor, un amigo cercano (ya fallecido), Steinhouse se puso a trabajar y escribió su exclusiva nota en forma de un artículo de revista que envió a su agente de Nueva York.

El agente no le encontró lugar. Steinhouse, que ahora tiene setenta y dos años y está jubilado en Montreal, recuerda varias razones para ese rechazo: reflejando su propio escepticismo inicial, las revistas no querían otra historia sobre un "buen alemán"; se creía que el Holocausto se había vuelto agotador para los lectores; los editores de revistas pretendía poner una mirada optimista en sus publicaciones para la década del cincuenta para contrarrestar la sombría mirada de los miserables años cuarenta. En consecuencia, el relato de Herbert Steinhouse sobre Oskar Schindler ha permanecido sin ser leído en sus archivos durante la mayor parte de medio siglo. Aunque algo abreviado, ahora se publica por primera vez en Saturday Night, una publicación en la que el escritor fue colaborador en asuntos internacionales. Irónicamente, es posible que incluso haya ofrecido a la revista el artículo sobre Schindler en ese momento. Al leerlo, recuerde que Steinhouse escribía sobre eventos sucedidos solo cuatro años antes. Sigue siendo un documento importante por varias razones: porque corrobora lo que ya se conocía; por los detalles y anécdotas adicionales que no se encuentran ni en la novela de Keneally ni en la película de Spielberg; y, lo que es más importante, por el acceso directo y notable que brinda a los lectores al propio Oskar Schindler.

 

------------------------------------------------------------------------------------------------

El artículo de Herbert Steinhouse publicado en Saturday Night en abril de 1994:

Fue al contador Itzhak Stern al que le oí hablar por primera vez de Oskar Schindler. Se habían conocido en Cracovia en 1939. "Debo admitir ahora que tuve fuertes sospechas sobre Schindler durante mucho tiempo", confió Stern al comenzar su historia. "Sufrí mucho bajo los nazis. Perdí a mi madre en Auschwitz muy pronto y estaba muy amargado".

A finales de 1939, Stern dirigía la sección de contabilidad de una gran empresa de exportación e importación de propiedad judía, cargo que ocupaba desde 1924. Después de la ocupación de Polonia en septiembre, el jefe de cada empresa judía importante fue reemplazado por un Treuhander, un alemán de confianza, y el nuevo jefe de Stern pasó a ser un hombre llamado Herr Aue. El antiguo propietario, como era la orden, se convirtió en empleado, la empresa se convirtió en alemana y se contrataron trabajadores arios para reemplazar a muchos de los judíos.

El comportamiento de Aue fue inconsistente e inmediatamente despertó la curiosidad de Stern. Aunque había comenzado a arianizar la empresa y despedir a los trabajadores judíos de acuerdo con sus instrucciones, dejó los nombres de los empleados despedidos en el registro del seguro social, lo que les permitió a mantener sus esenciales cartas de identidad como trabajadores. Además, Aue proveía en secreto dinero a estos hombres hambrientos. Este comportamiento ejemplar impresionaba a los judíos y asombró al cauteloso Stern. Recién al final de la guerra, Stern supo que Aue también era judío, que su propio padre fue asesinado en Auschwitz en 1942 y que el polaco que pretendía hablar tan mal en realidad era su lengua materna.

Sin saber todo esto, Stern no tenía motivos para confiar en Aue. Ciertamente, no podía entender su intención cuando, solo unos días después de haberse hecho cargo de la empresa de exportación e importación, Aue le presentó a Stern a un viejo amigo recién llegado a Cracovia diciéndole  con indiferencia: “Mirá Stem, podés tener confianza en mi amigo Schindler". Stern intercambió cortesías con el visitante y respondió a sus preguntas con cuidado.

"No sabía lo que quería y estaba asustado", continuó Stern. "Hasta el 1 de diciembre, no habían molestado a los judíos polacos. Habían arianizado las fábricas, por supuesto. Y si un alemán te hacía una pregunta en la calle, era obligatorio que antes de responder dijeras  “Soy judío". ....' Pero fue recién el 1 de diciembre que tuvimos que comenzar a usar la Estrella de David. Fue entonces, cuando la situación comenzó a empeorar para los judíos, cuando la Espada de Damocles ya estaba sobre nuestras cabezas, que tuve una reunión con Oskar Schindler.

“Quería saber de qué lugar era yo, de qué zona judía. Me hizo muchas preguntas, que si era sionista o asimilado y esas cosas. Le dije lo que todos sabían, que era vicepresidente de la Agencia Judía para Polonia Occidental y miembro del Comité Central Sionista. Luego me dio las gracias cortésmente y se fue".

El 3 de diciembre, Schindler hizo otra visita a Stern, pero esta vez de noche y en su casa. Hablaron principalmente de literatura, recuerda Stern, y Schindler mostró un interés inusual en los grandes escritores judíos. Y luego, de repente, mientras tomaba un té, Schindler comentó: "Escuché que habrá una redada en todas las propiedades judías restantes mañana". Stern, que se dio cuenta de que era una advertencia, hizo correr más tarde la voz y salvó a muchos amigos del "control" más despiadado llevado a cabo hasta el momento por los alemanes. Se dio cuenta de que Schindler quería estimular su confianza aunque todavía no podía entender por qué.

Oskar Schindler, un industrial de los Sudetes, había llegado a Cracovia desde su ciudad natal de Zwittau, del otro lado de lo que había sido una frontera unos meses antes. A diferencia de la mayoría de los oportunistas que se precipitaron alegremente a la postrada Polonia para engullir la producción de la nación, recibió una fábrica no de un judío expropiado sino del Tribunal de Reclamaciones Comerciales. Una pequeña empresa dedicada a la fabricación de artículos esmaltados que había permanecido inactiva y en bancarrota durante muchos años. Comenzó a operar en el invierno de 1939-1940 con 4.000 metros cuadrados de superficie y un centenar de trabajadores, de los cuales siete eran judíos. Pero pronto trajo  a Stern como su contador.

La producción comenzó a toda prisa, porque Schindler era un trabajador astuto e incansable, y la mano de obra, ahora semi esclava, era tan abundante y tan barata que era el sueño más preciado de cualquier industrial. Durante el primer año, la fuerza laboral se expandió a 300, incluidos 150 judíos. A fines de 1942, la fábrica había crecido a 45.000 metros cuadrados y empleaba a casi 800 hombres y mujeres. Los trabajadores judíos, ahora 370, provenían todos del gueto de Cracovia. “Era una tremenda ventaja", dice Stem, "poder salir del gueto durante el día y trabajar en una fábrica alemana".

Las relaciones entre Schindler y los trabajadores judíos eran limitadas. En los primeros días tenía poco contacto con todos excepto con los pocos que, como Stern, trabajaban en las oficinas. Pero comparando su suerte con la de los judíos atrapados en el gueto donde ya habían comenzado las deportaciones, o incluso con la de aquellos que trabajaban como esclavos para otros alemanes en las fábricas vecinas, los trabajadores judíos de Schindler apreciaban su posición. Aunque no podían entender las razones, reconocieron que Herr Direktor de alguna manera los protegía. Un aire de relativa seguridad creció en la fábrica y los trabajadores pronto solicitaron permiso para traer a familiares y amigos para que pudieran compartir el refugio.

Se corrió la voz entre los judíos de Cracovia de que la fábrica de Schindler era el lugar para trabajar. Y, aunque los trabajadores no lo sabían, Schindler los ayudaba falsificando los registros de la fábrica. Los mayores figuraban como veinte años más jóvenes; los niños fueron catalogados como adultos; los abogados, médicos e ingenieros estaban registrados como metalúrgicos, mecánicos y dibujantes, todos oficios considerados esenciales para la producción de guerra. Se salvaron innumerables vidas de esta manera, ya que los trabajadores estaban protegidos de las comisiones de exterminio que escudriñaban periódicamente los registros de Schindler.

Al mismo tiempo, la mayoría de los trabajadores no sabían que Schindler pasaba las tardes junto a muchos de los oficiales locales de las SS y la Wehrmacht, cultivando amigos influyentes y fortaleciendo su posición siempre que era posible. Su fácil encanto pasaba por franqueza, y su personalidad y aparente confiabilidad política lo hicieron popular en los círculos sociales nazis en Cracovia.

Stern no se dejó impresionar por el aire de seguridad. Todos estaban haciendo equilibrio en el borde de un volcán, lo sabía. Desde detrás de su alta mesa de contador podía ver el despacho de Schindler a través de la puerta de cristal. "Casi todos los días, desde la mañana hasta la noche, funcionarios y otros visitantes venían a la fábrica y me ponían nervioso. Schindler solía servirles vodka y bromeaba con ellos. Cuando se iban, me invitaba a entrar, cerraba la puerta y luego, me decía en voz baja para qué habían venido. Él les decía que sabía cómo hacerles trabajar más a estos judíos y que quería que le trajeran más. Fue así que conseguimos meter familias y parientes todo el tiempo y salvarlos de la deportación". Schindler nunca dio explicaciones ni se reveló como un antifascista, pero gradualmente Stern comenzó a confiar en él.

SCHINDLER mantuvo vínculos personales con "sus judíos", especialmente con los que trabajaban en la oficina de la fábrica. Uno era el hermano de Itzhak Stern, el Dr. Nathan Stern, hoy un miembro respetado de la pequeña comunidad judía de Polonia. El Magister Label Salpeter y Samuel Wulkan, ambos miembros de alto rango del movimiento sionista polaco, eran los otros dos. Junto con Stern, eran parte de un grupo de enlace con el movimiento clandestino exterior. Pronto se les unió un hombre llamado Hildegeist, ex líder del Sindicato de Trabajadores Socialistas en su Austria natal, quien, después de tres años en Buchenwald, había sido contratado en la fábrica como contador. Estas actividades fueron lideradas por un trabajador de la fábrica, el ingeniero Pawlik, que posteriormente se reveló como un oficial de la clandestinidad polaca.

El propio Schindler no jugó un papel activo en todo esto, pero su protección cobijó al grupo. Es dudoso que estos pocos hombres tuviera influencia en una resistencia efectiva pero el grupo mismo cohesionó a los Schindlerjuden y los entrenó en una disciplina que más tarde resultaría útil.

Mientras amigos y padres en el gueto eran asesinados en las calles o morían de enfermedades o eran enviados a la cercana Auschwitz, la vida diaria en la fábrica continuó en tono menor hasta 1943. Entonces, el 13 de marzo, llegó la orden de cerrar el gueto de Cracovia. Todos los judíos fueron trasladados al campo de trabajos forzados de Plaszów, en las afueras de la ciudad. Se trataba de una serie de instalaciones en expansión que incluía campos subordinados, donde las experimentadas víctimas del terrible gueto de Cracovia encontraron condiciones aún más terribles. Cientos de prisioneros sufrían y morían o eran trasladados a Auschwitz. La orden de completar el exterminio de los judíos ya se había dado y había manos dispuestas llevarlo a cabo de la manera más eficiente y rápida posible.

Stern, junto con los otros trabajadores de Schindler, también habían sido trasladados a Plaszów pero, igual que otros 25.000 reclusos que habitaban el campo y trabajaban fuera, continuaron pasando sus días en la fábrica. Un día Stern se enfermó gravemente y le envió un mensaje a Schindler pidiendo ayuda con urgencia. Llegó de inmediato, con medicamentos esenciales y continuó sus visitas hasta que Stern se recuperó. Pero lo que había visto en Plaszów lo había dejado helado.

Tampoco le gustaba el giro que habían tomado las cosas en su fábrica.

Cada vez más indefenso ante los frenéticos odiadores y destructores de judíos, Schindler vio que ya no podía bromear con facilidad con los funcionarios alemanes que venían de inspección. El doble juego se estaba volviendo más difícil. Los incidentes sucedían cada vez con más frecuencia. En una ocasión, tres hombres de las SS entraron al piso de la fábrica sin previo aviso, discutiendo entre ellos. “Les digo que el judío es incluso inferior que un animal", decía uno. Luego, sacando su pistola, ordenó al trabajador judío más cercano que dejara su máquina y recogiera una basura del suelo. "Cómelo", ladró, agitando su arma. El hombre tembloroso se atragantó mientras lo hacía. "Ves lo que quiero decir", explicó el hombre de las SS a sus amigos mientras se alejaban. "Comen cualquier cosa. Incluso un animal nunca haría eso".

En otra ocasión, durante una inspección realizada por una comisión oficial de las SS, la atención de los visitantes fue captada por la visión del anciano judío Lamus, que se arrastraba por el patio de la fábrica en un estado de depresión total. El jefe de la comisión preguntó por qué el hombre estaba tan triste y le explicaron que Lamus había perdido a su esposa y a su único hijo unas semanas antes durante la evacuación del gueto. Profundamente conmovido, el comandante reaccionó ordenando a su ayudante que disparara contra el judío "para que pudiera reunirse con su familia en el cielo", luego soltó una carcajada y la comisión siguió adelante. Schindler permaneció de pie junto a Lamus y el ayudante.

—Deslízate los pantalones hasta los tobillos y empieza a caminar —le ordenó el ayudante a Lamus. Aturdido, el hombre hizo lo que le dijeron.

"Estás interfiriendo con toda mi disciplina aquí", dijo Schindler desesperadamente. El oficial de las SS se burló. Pero Schindler insistió:

"La moral de mis trabajadores se verá afectada. La producción de der Vaterland se verá afectada". El oficial sacó su arma.

"Una botella de aguardiente si no le disparas", casi gritó Schindler, que ya no pensaba racionalmente.

“¡Perfecto!” y para su asombro, el hombre obedeció, sonriendo guardó el arma y tomó del brazo al conmovido Schindler y fueron a la oficina para recoger su botella. Y Lamus, arrastrando los pantalones por el suelo, siguió arrastrando los pies por el patio, esperando con desesperación la bala en la espalda que nunca llegó.

La creciente frecuencia de tales incidentes en la fábrica y lo que había visto en el campo de Plaszów probablemente fueron los responsables de que Schindler adoptara un papel antifascista más activo. En la primavera de 1943, dejó de preocuparse por la producción de electrodomésticos esmaltados para los cuarteles de la Wehrmacht y comenzó la conspiración, el manejo de hilos, el soborno y la astucia ante la burocracia nazi que finalmente salvaría tantas vidas. Es en este punto que comienza la verdadera leyenda. Durante los dos años siguientes, la obsesión siempre presente de Oskar Schindler fue cómo salvar al mayor número de judíos de la cámara de gas de Auschwitz, a sólo sesenta kilómetros de Cracovia.

Su primer paso ambicioso fue intentar ayudar a los hambrientos y aterrorizados prisioneros de Plaszów. Otros campos de trabajo en Polonia, como Treblinka y Majdanek, ya habían sido cerrados y sus habitantes exterminados. Plaszów parecía condenado. A instancias de Stern y el grupo de  la “oficina interna", Schindler convenció una noche a uno de sus compañeros de bebida, el general Schindle, sin parentesco alguno, pero bien ubicado como jefe del equipo de armamentos en Polonia, que los talleres de campo de Plaszow serían ideales para la producción de guerra realizados en serie. Hasta enconos solo se usaban para la reparación de uniformes. El general aceptó la idea y ordenó envíos de madera y metal para el campo. Como resultado, Plaszow se transformó oficialmente en un "campo de concentración" esencial para la guerra. Y aunque las condiciones apenas mejoraron, salió de la lista de campos de trabajo que estaban siendo eliminados. Temporalmente al menos, los fuegos de Auschwitz fueron privados de más combustible.

Ese paso también ubicó a Schindler en una buena posición ante el comandante de Plazów, el Hauptsturmführer Amon Goeth, quien, con el cambio, elevó su estatus a una nueva dignidad. Cuando Schindler solicitó que los judíos que continuaban trabajando en su fábrica fueran trasladados a su propio subcampo cerca de la planta "para ahorrar tiempo en llegar al trabajo", Goeth accedió. A partir de ese momento, Schindler descubrió que podía introducir alimentos y medicinas de contrabando en los barracones con poco peligro. Los guardias, por supuesto, fueron sobornados, y Goeth nunca descubriría los verdaderos motivos de la petición de Schindler. 

Schindler comenzó a tomar mayores riesgos. Interceder por los judíos que fueron denunciados por un "delito" u otro era un hábito peligroso a los ojos de los fascistas, pero Schindler ahora comenzó a hacer esto casi con regularidad. "Dejen de matar a mis buenos trabajadores", era su técnica habitual. "Tenemos una guerra que ganar. Estas cosas siempre se pueden resolver más tarde". La artimaña tuvo éxito suficiente para salvar docenas de vidas.

Una mañana de agosto de 1943, Schindler fue el anfitrión de dos visitantes sorpresa que le había enviado la organización clandestina que la agencia de bienestar judía estadounidense, el Comité Judeo Americano de Distribución Conjunta, conocido como el Joint, que operaba entonces en la Europa ocupada. Satisfecho de que los hombres hubieran sido enviados por el Dr. Rudolph Kastner, jefe del aparato secreto del Joint cuya cabeza estaba bajo precio en Budapest, Schindler llamó a Stern. "Hable con franqueza a estos hombres, Stern", dijo. Hágales saber lo que ha estado pasando en Plaszów.

“Queremos un informe completo sobre las persecuciones antisemitas”, dijeron los visitantes a Stern. "Escríbanos un informe completo".

“Adelante”, instó Schindler. “Son suizos. Es seguro. Puedes confiar en ellos. Siéntate y escribe".

Para Stern, el riesgo era inútil y temerario, y lo puso en alerta. Dirigiéndose enojado a Schindler, le preguntó: "Schindler, dime francamente, ¿no es esto una provocación? Es muy sospechoso".

Schindler, a su vez, se enojó por la repentina desconfianza de Stern. "¡Escriba!” le ordenó. Stern tenía pocas opciones. Escribió todo lo que se le ocurrió, mencionó los nombres de los vivos y de los muertos, y redactó la larga carta que, años después, descubrió que había circulado ampliamente y ayudó a disipar las incertidumbres en los corazones de los familiares de las víctimas repartidos por todo el mundo fuera de Europa. Y cuando posteriormente desde la clandestinidad recibió cartas de respuesta desde América y Palestina, se desvaneció cualquier duda que aún pudiera tener sobre la integridad o el juicio de Oskar Schindler.

La vida en la fábrica de Schindler continuó.

Algunos de los hombres y mujeres más débiles murieron, pero la mayoría continuó obstinadamente con sus máquinas, produciendo objetos esmaltados para el ejército alemán. Schindler y su círculo "interior de la oficina" de cautelosos pasaron a aprensivos, preguntándose cuánto tiempo podrían continuar con el juego de engaño. El propio Schindler seguía encontrándose con oficiales locales pero el cambio de rumbo que siguió a Stalingrado y la invasión de Italia,  descontroló los ánimos. Una firma en un papel podría enviar a los trabajadores judíos a Auschwitz y a Schindler junto con ellos. El grupo se movió con sumo cuidado, aumentó los sobornos a los guardias del campo; la fábrica luchó por sobrevivir gracias a los alimentos y medicamentos que Schindler introducía de contrabando. El año 1943 volvió 1944. Diariamente, la vida terminaba para miles de judíos polacos. Pero los Schindlerjuden, para su propia sorpresa, seguían vivos.

En la primavera de 1944, la retirada alemana en el frente oriental ya era un hecho. Se ordenó vaciar Plaszów y todos sus subcampos. Schindler y sus trabajadores no se hacían ilusiones sobre lo que implicaba mudarse a otro campo de concentración. Había llegado el momento de que Oskar Schindler jugara su carta de triunfo, una apuesta atrevida que había ideado de antemano.

Comenzó su trabajo sobre sus compañeros de trasnochadas, sus contactos en los círculos militares e industriales de Cracovia y Varsovia. Sobornó, engatusó, suplicó, trabajó desesperadamente contra el tiempo y luchó contra lo que todos le aseguraron que era una causa perdida. Se subió a un tren y vio gente en Berlín. Y persistió hasta que alguien, en algún lugar de la jerarquía, tal vez impaciente por terminar con ese negocio aparentemente insignificante, finalmente le dio la autorización para trasladar una fuerza de 700 hombres y 300 mujeres del campo de Plaszów a una fábrica en Brněnec en su Sudetenland natal. La mayoría de los otros 25.000 hombres, mujeres y niños en Plaszów fueron enviados a Auschwitz, para encontrar allí el mismo final de varios millones de judíos. Pero gracias a los esfuerzos obstinados de un hombre mil judíos se salvaron temporalmente de esa gran calamidad. Mil seres humanos medio muertos de hambre, enfermos y casi destrozados vieron conmutada su sentencia de muerte conmutada por un indulto milagroso.

Resultó que el traslado de la fábrica polaca a las nuevas instalaciones en Checoslovaquia no transcurrió sin incidentes. Un lote de cien salió directamente en julio de 1944 y llegó sano y salvo a Brněnec. Otros, sin embargo, encontraron su tren desviado sin previo aviso hacia el campo de concentración de Gross-Rosen, donde muchos fueron golpeados y torturados y donde todos fueron obligados a pararse en filas regulares en el gran patio, sin hacer absolutamente nada más que ponerse y quitarse la ropa de manera uniforme durante todo el día. Finalmente, Schindler una vez más demostró tener éxito en mover los hilos. A principios de noviembre, todos los Schindlerjuden se unieron nuevamente en su nuevo campo.

Y hasta la liberación en la primavera de 1945 continuaron burlando a los nazis en el peligroso juego de permanecer con vida. Aparentemente, la nueva fábrica estaba produciendo piezas para bombas V2, pero, en realidad, la producción durante esos diez meses entre julio y mayo fue absolutamente nula.

Los judíos que escaparon de los transportes y luego evacuaron Auschwitz y los otros campos más orientales antes de que los rusos se aproximaran encontraron allí refugio sin hacer preguntas. Schindler incluso pidió descaradamente a la Gestapo que le enviara a todos los fugitivos judíos interceptados: "en interés", dijo, "de continuar la producción bélica". Cien personas más se salvaron de esta manera, incluidos judíos de Bélgica, Holanda y Hungría. “Sus hijos” alcanzó la cifra de 1.098: 801 hombres y 297 mujeres.

Los Schindlerjuden a estas alturas dependían completamente de él y temían su ausencia. Su compasión y sacrificio fueron mayúsculos. Gastó todo el dinero que aún le quedaba y también cambió las joyas de su esposa por comida, ropa y medicinas, y por bebida con la que sobornar a los  de las SS. Equipó un hospital secreto con equipo médico robado y conseguido por el mercado negro, luchó contra epidemias y una vez hasta hizo un viaje de 450 kilómetros cargando dos enormes frascos llenos de vodka polaco y llevándolos llenos de medicamentos que se necesitaban 

En la fábrica, se comenzaron a fabricar falsos sellos de goma, documentos militares de viaje y los documentos oficiales especiales necesarios para proteger la entrega de alimentos comprados ilícitamente. Guardaron y ocultaron uniformes y armas nazis, junto con municiones y granadas de mano, preparados para cualquier eventualidad. Los riesgos aumentaron y creció la tensión. Sin embargo, Schindler pareció haber mantenido un equilibrio prácticamente inquebrantable. "Quizás me había vuelto fatalista", dice ahora. "O tal vez solo tenía miedo del peligro que vendría una vez que los hombres comenzaran a perder la esperanza y actuaran precipitadamente. Tenía que mantenerlos llenos de optimismo".

Pero hubo dos grandes sustos que perturbaron su normal calma durante los constantes peligros de esos meses. La primera fue cuando un grupo de trabajadores, queriendo tontamente expresar gratitud, le dijeron que habían escuchado una transmisión ilegal de radio con la promesa de que se nombraría "Oskar Schindler Strasse". a una calle en la Palestina de la posguerra. Durante días esperó a que viniera la Gestapo hasta que 

El otro ocurrió durante una visita del comandante local de las SS. Como era costumbre, el oficial se sentó en la oficina de Schindler bebiendo vaso tras vaso de vodka y emborrachándose rápidamente. Viéndolo tambalear peligrosamente cerca de una escalera de hierro que conducía al sótano, Schindler, cedió repentinamente a la tentación con uno de sus raros actos no premeditados. Le dio un ligero empujón, luego un aullido y un ruido sordo desde el fondo. Pero el hombre no estaba muerto. Al regresar a la habitación, con sangre en su cuero cabelludo, gritó que Schindler le había disparado, y mientras salía corriendo lo maldijo con rabia  diciendo: "No vivirás hasta la liberación, Schindler. No creas que nos engañas. ¡Tú mismo perteneces a un campo de concentración, junto con todos tus judíos!".

Schindler entendía a "sus hijos" y empatizaba con sus miedos. Le habían dado una villa, cerca de la fábrica, bellamente amueblada desde la que se veía la longitud del valle del pequeño pueblo checo. Pero como los SS podían llegar tarde en la noche, Oskar y Emilie Schindler nunca pasaron una sola noche en la villa, sino que durmieron en una pequeña habitación en la propia fábrica.

Cuando algún judío moría, era enterrado en secreto con ritos completos a pesar de la orden nazi de cremarlos. Las fiestas religiosas se observaban clandestinamente y ese día se entregaban raciones adicionales de alimentos conseguidas en el mercado negro.

De entre las historias y anécdotas que alimentaron la leyenda que los Schindlerjuden repiten en los cuatro continentes es la que ilustra gráficamente el papel adoptado por Schindler como protector y salvador en medio de la indiferencia general y amoral. Justo en el momento en que el imperio nazi se estaba derrumbando, una llamada telefónica desde la estación de tren una noche le preguntó a Schindler si le importaba aceptar la entrega de dos vagones de tren llenos de judíos casi congelados. Los vagones habían sido cerrados por congelación a una temperatura de -15 grados y contenían casi cien hombres enfermos que habían estado encerrados desde que el tren había sido enviado desde Auschwitz diez días antes a una fábrica dispuesta a recibirlos. Pero, cuando se le informó de la condición de los prisioneros, ninguna los aceptó. "¡No estamos dirigiendo un sanatorio!" era la respuesta habitual. Schindler, asqueado por la noticia, ordenó que el tren se enviara a la fábrica de inmediato.

Era impresionante verlo. Se había formado hielo en las cerraduras y hubo que abrir los vagones con hachas y sopletes de acetileno. En el interior, los miserables despojos de esos seres humanos estaban rígidos y congelados. Hubo que sacar a cada uno como si fuera un esqueleto con carne congelada. Trece estaban indudablemente muertos, pero los demás aún respiraban.

A lo largo de esa noche y durante muchos días y noches siguientes, Oskar y Emilie Schindler y los trabajadores se encargaron sin descanso de los esqueletos congelados y hambrientos. Una gran sala de la fábrica se vació con ese fin y, aunque tres hombres más murieron, con el cuidado, el calor, la leche y la medicina, los otros se recuperaron gradualmente. Todo esto se había hecho en secreto, manteniendo a los guardias de la fábrica debidamente sobornados como de costumbre. La convalecencia de los hombres también tenía que efectuarse en secreto para que no fueran fusilados como inválidos inútiles. Más tarde se convirtieron en parte de la fuerza laboral de la fábrica y se unieron a los demás en la tarea de fingir una producción de guerra.

Así era la vida en Brněnec hasta que la llegada de los victoriosos rusos el 9 de mayo puso fin a la constante pesadilla. El día anterior, Schindler había decidido que tendrían que deshacerse del comandante local de las SS en caso de que de repente recordara su amenaza de borracho y tuviera alguna idea desesperada de último momento. La tarea no fue difícil, porque los guardias ya habían comenzado a salir del pueblo presos del pánico. Desenterrando sus armas escondidas, un grupo salió de la fábrica a altas horas de la noche, encontró al oficial de las SS bebiendo hasta el olvido en su habitación y le disparó desde afuera de su ventana. Temprano en la mañana, una vez seguros de que sus trabajadores finalmente estaban fuera de peligro y de que todo estaba en orden para enfrentar a los rusos, Schindler, Emilie y varios más desaparecieron discretamente y no se supo de ellos hasta que aparecieron, meses después, en la Zona Estadounidense de Austria. Schindler sabía que, como propietario de una fábrica alemana de mano de obra esclava, mejor no arriesgarse a que las tropas rusas le dispararan sospechando de sus referencias personales o sus puntos de vista sobre el régimen fascista.

En los cuatro años que siguieron, los Schindlerjuden recuperaron su salud y se dispersaron por muchos países. Algunos se unieron a familiares en Estados Unidos, otros encontraron su camino, legal o ilegalmente, yendo a Israel, Francia y América del Sur. La mayoría regresó a Polonia, pero muchos de ellos se marcharon de nuevo y comenzaron la vida de las personas desplazadas (DP) en los numerosos campos de la UNRRA en Alemania. La mayoría inevitablemente perdió el contacto con su buen amigo Oskar Schindler.

Para él, la vida cotidiana se volvió difícil e inestable. Como alemán de los Sudetes, no tenía futuro en Checoslovaquia y, al mismo tiempo, ya no podía soportar la Alemania que una vez había amado. Durante un tiempo intentó vivir en Ratisbona. Más tarde se mudó a Munich donde dependía en gran medida de los paquetes de Care que le enviaban desde Estados Unidos algunos de los Schindlerjuden, pero era demasiado orgulloso para suplicar más ayuda. Las organizaciones benéficas judías polacas lo rastrearon, lo descubrieron necesitado y trataron de brindársela incluso en medio de todos sus amargos problemas de posguerra. Finalmente, la cuestión de efectuar algún tipo de compensación fue delegada al Joint.

Empezó a recibir de este organismo una ración completa de comida y cigarrillos, mientras vivía como cualquier desplazado judío del país y sobrevivía mientras buscaba una mejor solución. Se volvió tan anti-alemán en sus sentimientos como cualquiera de los DP judíos que ahora se convirtieron en sus únicos amigos. Y demostró ser útil para las autoridades estadounidenses, aunque atrajo un montón de hostilidad peligrosa sobre su propia cabeza, al presentar a la potencia ocupante una documentación detallada sobre sus antiguos compañeros de bebida, sobre los viciosos dueños de las otras fábricas de esclavos que habían estado cerca, todo sobre su grupo podrido con el que había bebido y al que había adulado para salvar las vidas de personas indefensas.

Tal es la historia de Schindler que hoy cuentan más de mil personas en muchos países diferentes. La pregunta desconcertante que queda es qué hizo funcionar a Oskar Schindler. Es dudoso que alguno de los Schindlerjuden haya descubierto la verdadera respuesta. Uno de ellos supone que lo motivó en gran medida la culpa, ya que parece seguro suponer que, para ganarse una fábrica en Polonia y la confianza de los nazis, debe haber sido miembro —quizás uno importante— del Partido Alemán de los Sudetes, el movimiento fascista de antes de la guerra en Checoslovaquia. Otro está de acuerdo con esta hipótesis pero la reformula en base a un rumor. Schindler se separó por primera vez de los nazis, dice este teórico, cuando un joven e impetuoso soldado de asalto alemán entró en su casa y golpeó salvajemente a su esposa, Emilie, frente a él durante la marcha de 1938 hacia los Sudetes.

Las investigaciones en Checoslovaquia han producido más confusión que esclarecimiento. Un testigo, Ifo Zwicker, no solo estaba entre los judíos a los que Schindler salvó, sino que, por una feliz coincidencia, había vivido durante años en Zwittau, su lugar de nacimiento y  también ña ciudad natal de Schindler. Sin embargo, después de confirmar con entusiasmo la ahora familiar saga de Schindler, Zwicker solo pudo agregar incertidumbre: "Como ciudadano de Zwittau, nunca lo habría considerado capaz de todas estas hazañas maravillosas. Antes de la guerra, todos aquí lo llamaban Gauner [estafador o vivillo]". Pero, ¿era un Gauner tan vivo que se había convertido en antifascista porque suponía que los nazis estaban condenados? Difícilmente se sabrá la respuesta que explique una conversión en 1939 o 1940 que lo llevó a  un centenar de graves riesgos de muerte rápida si era descubierto.

La única conclusión posible parece ser que las hazañas excepcionales de Oskar Schindler surgieron de ese sentido elemental de decencia y humanidad en el que nuestra era sofisticada rara vez cree sinceramente. Un oportunista arrepentido vio la luz y se rebeló contra el sadismo y la criminalidad vil que lo rodeaba. La inferencia puede ser simple y desilusionante, especialmente para los psicoanalistas aficionados que preferirían encontrar un motivo más profundo y misterioso que queda, es cierto, sin investigar ni valorar. Pero una hora con Oskar Schindler estimula a a creer en la respuesta simple.

Hoy, a los cuarenta años, Schindler es un hombre de una honestidad convincente y un encanto extraordinario. Alto y erguido, de hombros anchos y un tronco poderoso, suele tener una sonrisa alegre en su rostro fuerte. Sus ojos francos, de azul grisáceo, también sonríen, excepto cuando se tensan por la angustia al hablar del pasado. Entonces toda su mandíbula sobresale de manera belicosa y aprieta sus grandes puños que golpea con furia lenta. Cuando ríe, es una risa infantil y cordial, que todos sus oyentes disfrutan al máximo. "Es su personalidad más que cualquier otra cosa lo que nos salvó", comentó una vez uno del grupo.

Hace unos meses, los esfuerzos que muchas personas finalmente dieron sus frutos. Después de años de intentarlo, el Joint recibió la autorización para su salida definitiva de Alemania. La organización le entregó una subvención en efectivo, una visa para Argentina y un boleto de barco, y lo ayudó a poner fin a la confusión y la pobreza de los años de la posguerra. Oskar y Emilie Schindler abordarán un barco en Génova y navegarán hacia su futuro desconocido. Muchos de "sus hijos" esperan en Sudamérica para saludarlos.

Varios meses después, los Schindler llegaron a Argentina, pero la vida de posguerra de Oskar fue un desastre. Se separaron en 1957 y tuvo luego repetidos fracasos comerciales. Al regresar a Alemania Occidental después de la ruptura de su matrimonio, fue dependiendo cada vez más de las limosnas de los siempre agradecidos Schindlerjuden. Cuando murió en 1974, sus hazañas durante la guerra aún no habían sido ampliamente descritas, aunque fueron reconocidas en Israel, donde Oskar Schindler fue declarado Gentil Justo Entre Las Naciones y donde sus restos, transportados desde Frankfurt, fueron enterrados en un cementerio en el Monte Sión en Jerusalén. Por lo que Thomas Keneally pudo descubrir, él era el único miembro del Partido Nazi tan honrado.

fuente http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Traducción Diana Wang.

—————————————————————————————————————————————————-

Quien lo ha dado a publicidad ahora es Stanley Diamond en:

La nota original poco conocida que cuenta la historia de Oskar Schindler. Dice:

Me gustaría referirme a otro aspecto de la historia de Oskar Schindler desconocido por la mayoría del público. Solo un periodista conocía bien a Oskar y escribió su historia mucho antes que Thomas Keneally escribió "El arca de Schindler". Ese periodista es el difunto habitante de Montreal, Herbert Steinhouse, en aquel  momento, el corresponsal de noticias de Europa occidental para la Compañía Canadian Broadcasting.

El artículo que escribió en 1949 permaneció intacto en sus voluminosos archivos durante 45 años después de que fuera rechazado por Atlantic Monthly y varias otras revistas importantes... pocas personas querían escuchar entonces historias sobre “buenos alemanes”. Finalmente accedió a la publicación del artículo original después de ver la película de Spielberg  con el placer de ver que este director había capturado las esencias del hombre y no le había dado a la historia un tratamiento hollywoodense lavado.

Fue publicado en la revista canadiense "Saturday Night": http://writing.upenn.edu/~afilreis/holocaust_new/steinhouse.php

Tras la publicación en "Saturday Night", Steinhouse fue entrevistado en Noticias de la noche en Canadá: https://youtu.be/XGSzuNNImGY.

Los archivos de Steinhouse están ahora en los Archivos Nacionales Canadienses y comienza con su biografía https://data2.archives.ca/pdf/pdf001/p000000741.pdf) que en parte dice: "La aparición de la película de Steven Spielberg "La lista de Schindler" en 1993 convenció que le presentara su antiguo manuscrito “El alemán que salvó mil vidas”, escrito medio siglo antes, a la revista “Saturday Night”. Su publicación como “The Real Oskar Schindler” trajo a Steinhouse un reconocimiento tardío como el periodista que había descubierto por primera vez la historia de Schindler y cuya ardua investigación respaldó las afirmaciones de la película y la novela "ficticias". El artículo fue traducido y reimpreso en todo el mundo.”

En aras de la divulgación completa, el difunto Herbert y yo somos primos hermanos.

Stanley Diamond, HSH (Montreal), Z’L .

Nota personal: falleció en 2017, era genealogista y tuvimos varios intercambios. Diana Wang

Los judíos y la pizza

“¿En qué se diferencian los judíos de la pizza?” preguntó la profesora Irene García Méndez en una clase virtual que dictó desde el Centro de Estudios Superiores San Ángel de la ciudad de México. Ante el estupor y el silencio de los alumnos, ella misma respondió diciendo “que las pizzas no gritan cuando se las mete al horno”. 

En abierta señal de oposición una alumna dejó la clase y el video, con el supuesto chiste, se viralizó inmediatamente. La profesora lo justificó diciendo que su intención había sido aligerar la clase. Pero la Universidad reaccionó rápidamente y comunicó su oposición ante semejante contenido e informó que la profesora había dejado de ser parte del plantel docente.

¿Qué nos dice de la profesora el dudoso chiste? Que es tonta, insensible, ignorantte y/o antisemita. Tonta porque no hay nada de gracioso en la idea de resistirse a ser metido en el horno. Insensible porque parece no advertir que está hablando de personas. Ignorante porque los judíos no llegaban vivos a los hornos, no gritaban allí sino en las cámaras de gas. Y antisemita porque banaliza y se burla de ese asesinato industrial perpetrado por el nazismo. ¿Cuál es la gracia finalmente? Solo entre tontos, insensibles, ignorantes y antisemitas podría tal vez tener algún viso de gracioso. Los mismos que le contaron el supuesto chiste y que ella difundió suelta de cuerpo.

Llama la atención que lo haya dicho en una clase que se estaba grabando, o sea que se sentía impune o bien no se daba cuenta de lo que estaba diciendo. Impune porque creía que lo que decía no iba a ser objetado creyendo que tal vez era lo que pensaban todos. Y si no se daba cuenta del alcance de lo que decía, ahí va lo de tonta.

Pero junto con este desaguisado tenemos la respuesta de la universidad que no esperó demasiado para hacerse oír. Me parece que es un ejemplo que más de una institución debería atender y seguir. Cuando un miembro comete una falta que no coincide con la posición institucional y la agravia, aceptarlo es ser cómplice. Mantenerlo en su puesto es ser cómplice. Hacerse el distraído con excusas poco creíbles es ser cómplice. 

El canciller sabía que Mohsen Rezai iba a estar en la re asunción de Ortega en Managua. El embajador también lo sabía. Dada la gravedad del hecho lo debería haber sabido el presidente. Según el protocolo de eventos internacionales todos saben quién estará, dónde se sentará, qué hará y con quién se sacará la foto. Nada sucede sorpresivamente y sin el acuerdo con los gobiernos.  

Si al embajador lo retaron, si lo mandaron al rincón y le pusieron orejas de burro, si lo echaron de la clase y le hicieron repetir el grado, no lo sabemos porque sigue ahí, representado a nuestro país. Su conducta no parece haber merecido la expulsión del servicio diplomático aún cuando departió amigablemente con un terrorista buscado internacionalmente como parte de los que planearon el ataque a la AMIA, el mayor atentado que sufrió nuestro país. El gobierno argentino no hizo lo que la universidad mexicana con su profesora chistosa. Hubo solo palabras. Pero, sin la conducta consecuente son palabras sin respaldo, como nuestro pobre peso. Emitir declaraciones altisonantes es barato pero son sonidos vacíos, devaluados y fraudulentos. Son, como el mal chiste de la profesora pescada in fraganti, una burla con muy mal olor.  Y la ligera disculpa vacua y tardía implica la idea del gobierno de que nos encanta tragar sapos, que somos tontos y nos encanta creer en espejitos de colores.   

Envié el texto a Clarin pero no fue aceptado. Escribí una nueva versión quitando la mención explícita de nuestros funcionarios, pero al final, decidí no mandarlo. Hela aquí:

Los judios y la pizza.

“¿En qué se diferencian los judíos de la pizza?” preguntó la profesora Irene García Méndez en una clase virtual que dictó desde el Centro de Estudios Superiores San Ángel de la ciudad de México. Ante el estupor y el silencio de los alumnos, su respuesta sumó indignación: “la diferencia con los judíos es que las pizzas no gritan cuando se las mete al horno”. 

En abierta señal de oposición con el supuesto chiste una alumna dejó la clase y el video se viralizó inmediatamente. La profesora lo justificó con el argumento de que lo había hecho con la intención de “aligerar la clase”.  Afortunadamente la Universidad tuvo una rápida y drástica reacción, emitió un comunicado en el que expresó su firme oposición ante semejante contenido e  informó que la profesora había dejado, inmediatamente, de ser parte del plantel docente.

La profesora de marras con su desdichado “chiste ligero” que nos deja boquiabiertos nos invita a preguntarnos qué tipo de persona es. Probablemente se trata de una persona tonta, insensible, ignorantte y/o antisemita. Una, varias o las cuatro cosas. Tonta porque no hay nada de gracioso en la imagen de una persona resistiéndose a ser metida en el horno. Insensible porque parece no advertir que, precisamente, se trata de personas siendo asesinadas de manera cruel. Ignorante porque evidencia no saber que los judíos no gritaban ante los hornos crematorios porque llegaban ya muertos, gritaban en las cámaras de gas. Y antisemita porque banaliza y toma de modo burlón el asesinato industrial perpetrado por el nazismo. ¿Cuál es la gracia finalmente? ¿Quién puede reírse de esto? Solo los  tontos, insensibles, ignorantes y antisemitas podrían ver allí algo gracioso. Los mismos que le contaron el supuesto chiste y que ella difundió suelta de cuerpo.

Obviamente creía que lo que decía no merecía reparo alguno puesto que lo hizo en una clase que estaba siendo grabada. ¿Se sentía impune porque creía que lo que decía no iba a ser objetado creyendo que tal vez era lo que pensaban muchos? ¿Es tan potente el antisemitismo, está tan naturalizado, que no se dio cuenta del alcance de lo que estaba diciendo creyendo que era chistoso y ligero hablar de judíos a punto de ser asesinados? 

Pero el hecho tiene otro aspecto digno de mención y que dibuja lo sucedido de otra manera. Junto con el pesado “chiste” de la docente tonta-ignorante-insensible-antisemita, la reacción de la universidad que no esperó demasiado para hacerse oír resulta un modelo de respuesta, un ejemplo que más de una institución debería atender y seguir. Cuando un miembro comete una falta que no coincide con la posición de la organización a la que pertenece y la agravia, dejarlo pasar, no reaccionar con presteza, aceptar que siga siendo parte es convalidar, es ser cómplice. 

Toda persona tiene el derecho de decir o hacer, hasta ciertos límites,  lo que le place. La organización a la que pertenece tiene el derecho de decidir qué hacer con eso, cuál es su reacción y su posición respecto de lo sucedido.

Callar es consentir. Responder tibiamente es consentir. Esgrimir pretextos es consentir. Mantener a la persona en su cargo es consentir. 

La universidad de San Ángel, en una reacción digna de ser imitada por otros organismos, echó a la docente estableciendo así, de modo claro y contundente, que no consentía con lo sucedido, que no era cómplice.

Discursos de odio y propaganda

Intervención para un video que realiza La Casa de Ana Frank para la International Holocaust Remembrance Alliance.

1- ¿Cómo se reproduce en la actualidad este fenómeno (tema específico del video) ocurrido durante el nazismo?

Los mensajes de odio, tan hábilmente usados por el nazismo, se siguen usando. 

Los mensajes de odio ordenan el mundo en nosotros y ellos. Un mundo binario de amigos y enemigos. Si no sos como yo, si no pensás como yo, si no actuás como yo, sos mi enemigo, pensás mal, actuás mal, sos malo. 

Los mensajes de odio dividen las aguas y generan estas brechas que estamos viendo en diferentes partes del globo. 

Los mensajes de odio hacen imposible la conversación, no se puede conversar con alguien que creemos que es malo. Al malo hay que destruirlo. Es lo que planteaba el nazismo. No solo contra los judíos. Los opositores políticos fueron los primeros en ser vistos como malos esenciales, esos que se empeñaban en discutir lo que proponía Hitler. Oponerse y discutir era clara señal de maldad y de que eran irrecuperables. Lo mismo pasaba en la Unión Soviética donde decenas de millones de opositores fueron asesinados, “purgados” decían ellos, contaminaban a la sociedad, debían ser asesinados por el bien superior de la sociedad. 

Los discursos de odio son una herramienta privilegiada en la construcción de tiranías y despotismos que son el paso previo a los genocidios. Los líderes dictatoriales han aprendido muy bien la perversa lección provista por el nazismo en la división de la población entre buenos y malos, amigos y enemigos. Son una herramienta efectiva de control social y de sometimiento de los opositores. Los alemanes fueron bombardeados con mensajes de odio hacia los judíos por todos los medios posibles. Salían a la calle y veían posters en los que los judíos eran caricaturizados como malignos y diabólicos. Veían películas en los que se los hacía aparecer como ratas o insectos ponzoñosos. Discursos políticos, programas de radio y teatro, rumores, chistes, todo confluía en el odio a esos seres que amenazaban a los alemanes. Publicaciones como diarios, revistas, panfletos y textos escolares distribuían constantemente mensajes sobre la peligrosidad de los judíos y la necesidad de deshacerse de ellos por el bien de la nación. 

Los dictadores y líderes totalitarios saben muy bien el enorme poder que tiene la propaganda y luego del nazismo han aprendido a usarla y hoy se potencia con el alcance universal de las redes sociales.

Una mentira dicha insistentemente, una y otra vez, bombardeada a todas horas, de maneras diferentes, por distintos medios y apoyada por personas prestigiosas, se vuelve una verdad. “Si todos dicen que los judíos son como las ratas y que traen infecciones ¿quién soy yo para decir lo contrario? debe ser así” es la conclusión a la que llegan los que incorporan pasivamente estos mensajes. 

Todos los pueblos que encararon una guerra debieron hacerlo enarbolando un discurso de odio porque solo viendo al otro como enemigo se lo puede asesinar. El peligro de los discursos de odio es que borra la sensación del otro como un semejante y lo transforma en un otro esencial, un otro que se me opone, un otro que me pone en peligro, un otro con el que no se puede dialogar, un otro perverso al que solo me queda destruir. 

2- ¿En qué ejemplos de la realidad usted ve que se usan hechos del nazismo para violentar y distorsionar, en el presente, lo actuado o realizado por los alemanes en el pasado? 

Lo actuado por los alemanes en el pasado es visible en las decenas de hechos genocidas ocurridos luego del Holocausto, en Camboya, en los Balcanes, en Ruanda, en Guatemala, en nuestra Dictadura Militar, y en tantos otros, los discursos de odio abonaron el terreno en donde brotó el asesinato. En nuestro país fue la guerra de Malvinas en la que la propaganda tuvo una acción determinante para su legitimación. Recordemos las filas interminables de gente que iba a entregar sus cadenitas y medallitas de oro para ganarle a los ingleses, los chicos que se presentaban como voluntarios para ir al combate y recuperar lo que nos había sido robado 150 años antes con la idea de que era un paseo de domingo, de que las ganas vencerían a la poderosa maquinaria bélica de Inglaterra. Iban alegres y aplaudidos por periodistas y medios, por la gente en la calle, iban a defender el orgullo nacional y a darles una paliza a los piratas ingleses que se iban a dejar ganar sin ofrecer resistencia. “¡Qué venga el principito!” gritaba Galtieri como un gallito provocador desde el balcón de la rosada y la intensidad de la propaganda acallaba el descontento de lo que se vivía en otros órdenes, se encolumnó a toda la gente tras esta ilusión y por unas semanas parecimos haber olvidado a la opresión de la dictadura y los desaparecidos. 

3- ¿Qué piensa sobre el uso de hechos o situaciones de la época del nazismo para calificar, violentar o denigrar personas o grupos en la actualidad? 

El uso de lo sucedido durante el nazismo aplicado para calificar, violentar o denigrar, me parece un uso espurio y perverso. Denominando hechos, situaciones o personas actuales basándose en la información superficial que se tiene sobre el nazismo tomada de series y películas y no de un conocimiento fundado, revela el desconocimiento de qué pasó y cómo fue la vida durante el nazismo. En especial para los judíos, los discapacitados, los opositores y todo aquel que era designado como enemigo a ser detenido y silenciado en unos casos y exterminados en su mayoría. 

Llamar nazi a una persona autoritaria es desconocer que nazis eran los que querían exterminar a gran parte de la gente, no solo  a los judíos, empezaban por los judíos y las primeras víctimas de otros colectivos, pero su plan era global, era la reingeniería de la raza humana, una reingeniería según sus propios criterios. Para un nazi estaba permitido y justificado el exterminio de todo aquel que no correspondía a lo que creían que era la raza superior. Un nazi no es solo alguien autoritario y despótico, es alguien que cree tener el derecho de decidir quien vive y quien no. Es de un orden lógico muy alejado de cualquier situación cotidiana, aunque sea de autoritarismo y sometimiento. Llamar nazi a cualquiera a tontas y a locas es poner en evidencia su ignorancia, su superficialidad y su carencia de argumentos.

4- ¿Qué opinión le merece el uso de elementos o consignas del holocausto para agredir o descalificar a organizaciones o personas en nuestros días? 

El uso de palabras derivadas del holocausto es impropio y tergiversa los hechos al dejar de lado aquel contexto. Se denigra e insulta incurriendo en una falsedad histórica, y así se violenta tanto aquella realidad como ésta. El nazismo determina una fuerte repulsa social, un profundo rechazo emocional porque se lo visualiza como el mal absoluto. Al usar esos elementos y consignas del holocausto se apela a esta emoción, se superpone el pasado al presente, se confunde y distorsiona al tiempo que se tiñe con el manto de maldad absoluta a quien se quiere denigrar, cubriendo a la persona que tuvo una supuesta conducta maligna con una mancha tóxica y pegajosa. 

En los discursos de odio las palabras que tienen que ver con el nazismo vienen como anillo al dedo. El Holocausto ha tenido tanta difusión que algunas de sus cosas han pasado a ser parte del habla común pero con un abaratamiento de su contenido. Se toman ideas impactantes sin revisión ni conocimiento y se las aplican a situaciones menores, alejadas de lo que fue el horror del exterminio nazi. Palabras como “hitler, campos de concentración, goebbels, nazi…” (con minúsculas porque se dicen como sustantivos comunes) pueden referirse a diferentes cosas usualmente sin relación con muertes o asesinatos. Autoritarismo, despotismo, arbitrariedad y cosas por el estilo pueden ser denominadas a modo de exageración o enfatización con este tipo de palabras. Dan a entender por un lado que lo que quieren denominar es terrible pero por el otro abaratan, banalizan lo que pasó durante el Holocausto, le quitan peso, lo transforman en algo no tan terrible, algo que le puede pasar a cualquiera. Los sobrevivientes y los que estamos atravesados por aquel horror sentimos que nuestro dolor es tergiversado, ofendido y menospreciado. Si cualquiera es un nazi o un hitler, también lo que pasó es algo común que no merece ser señalado de manera alguna. Si cualquiera es un hitler, si la orden de quedarse en casa durante la pandemia es como estar en un campo de concentración, entonces hitler al final no era como se dice que fue ni los campos de concentración son para tanto. Transformar en ordinario lo extraordinario es darle permiso. Es más que banalizar. Es legitimarlo, darle la oportunidad de que vuelva a suceder.

5- ¿Qué situaciones, consecuencias o elementos puede disparar el uso de un discurso de odio para agredir, denostar o denigrar a sujetos, organizaciones o hechos en la sociedad contemporánea?

El uso de los discursos de odio es una conocida técnica manipulatoria para construir y desviar la así llamada “opinión pública”. Dicho de otro modo, una manera de instalar en la población la idea de que un determinado colectivo o persona perteneciente a un determinado colectivo, representa el mal y debe ser silenciado, detenido, excluido y, si la escalada continua, asesinado. 

La propaganda totalitaria conoce muy bien este recurso y lo entroniza de manera privilegiada. Una de las maneras de aglutinar a una población heterogénea es instalando la idea de un enemigo común, ese colectivo entre nosotros que atenta contra nuestro bienestar. Un enemigo común junta a todos. Por ejemplo un ataque exterior, una guerra, una pandemia, un terremoto, cualquier ataque lima las diferencias y tendemos a responder de manera homogénea. Pero cuando no hay un ataque real, el nazismo nos enseñó que es igualmente útil inventarlo. Los judíos fueron para la Alemania nazi el enemigo inventado al que había que señalar, excluir y finalmente asesinar. Es el recurso que adoptan todas las dictaduras y regímenes totalitarios y lo hemos visto repetirse una y otra vez en los genocidios que siguieron al del Holocausto. 

Durante la dictadura el terrorismo subversivo era el enemigo común que debía ser detenido no importa si de manera legal o ilegal, lo importante era detenerlo por el bien del país. Y así se perdió el estado de derecho que es lo que se pierde siempre cuando se justifica el daño con el supuesto bien superior.

Por ello, toda vez que se pretenda emprender alguna política que no asegure la aceptación de la mayoría, apelar a la lucha contra ese enemigo común permite la homogeneización y el acuerdo. Pero no olvidemos que el fin no justifica los medios, los medios son el fin. 

6- ¿Qué propone como posible solución a este problema?

Los discursos de odio y su uso por la propaganda totalitaria están instalados alrededor del globo. La causa es sencilla: El enemigo común une a los diferentes, les da un propósito común que licúa las diferencias y los hace manejables. 

Enseñar sobre el Holocausto y sobre genocidios en general es imprescindible pero no alcanza. Es preciso extraer de allí las enseñanzas que se instalen y formen una nueva conciencia. Enseñanzas que muestren cómo aquello sucedido allá y entonces se aplica aquí y ahora, en ejemplos y situaciones concretas que toquen personalmente a quien lo oye. La discriminación hacia ciertos colectivos como la gente con sobrepeso, con determinado aspecto o condición social, de género o de etnia por mencionar unos pocos, está presente todo el tiempo en todas partes y genera situaciones de penuria, ataques, bullying, exclusiones y arbitrariedades. Es ahí donde hay que apuntar porque es ahí donde duele, donde está vivo. Todo conocimiento es incorporado si viene con la carga de sentido y emoción que lo hace pertinente, solo así se oye, solo así se apropia, solo así puede producir algún cambio. Los modos de hablar, las palabras que se usan, las conductas verdaderamente inclusivas y los conceptos que lo sostienen deberían atravesar toda la escolaridad, desde el jardín hasta el post doctorado. 

La ética de la aceptación del otro cuando es diferente, y especialmente cuando es diferente, sigue estando poco presente en la formación y la reflexión cotidiana. Lo inclusivo es más que las terminaciones de algunas palabras. Incluir implica conocer, comprender y aceptar lo diferente, lo no familiar, lo que no es como uno, lo que no es como uno cree que debería ser, lo que no es como uno está habituado a ser o pensar. Requiere un esfuerzo porque no es sencillo aceptar a quien no es como uno. Una particularidad de los mamíferos es que nos sentimos cómodos con los que se nos parecen, los que son de nuestra misma “familia” o “tribu” y tendemos a ver a los diferentes como potenciales enemigos. Es una herencia filogenética porque antiguamente, en la época de las cavernas, los de otras tribus eran peligrosos, nos podían robar el fuego o el alimento de varios meses. Seguimos estructurados de manera similar y el aceptar al diferente nos pide una conducta nueva que, para que suceda, debe ser sostenida por la formación y la educación. 

Hasta ahora ni las religiones ni la educación formal han conseguido diluir la potencia de la instalación de ese enemigo común, el temor que implica y la aceptación de modos de evitarlo. Todos los mamíferos tenemos el mismo temor ante el peligro de eso que nos amenaza, pero solo los humanos lo usamos para manipular al grupo. Creo que esclarecer este fenómeno es esencial para empezar a pensar en cómo resolverlo, en políticas educativas que integren en las currículas la formación ética, la reflexión crítica y el aprendizaje de pensar. Sería interesante que una materia sea “El mundo de las redes sociales” que enseñe a usarlas, leerlas y defenderse de tantos de sus contenidos lesivos y peligrosos. Es un desafío que todavía espera ser encarado. 

7- Si tuviera que idear una guía para periodistas y comunicadores, ¿Qué recomendaciones sugeriría para evitar el uso de la banalización y distorsión del holocausto y el discurso de odio?

Los periodistas y comunicadores debieran hacer una seria reflexión acerca de la responsabilidad que porta su tarea y prestar atención al uso oportunista de la banalización del holocausto y de los discursos de odio. Los requerimientos actuales en los medios, la sed de rating que asegura la llegada y la facturación que permite vivir al medio del que se trate, terminan siendo una trampa mortal. Sin caer en el amarillismo que requiere sangre, impacto y mucho morbo, el rating es tan voraz y perentorio que avasalla la capacidad crítica. ¿Hasta dónde llegarán para conseguir un punto más? ¿Cuál es el límite? Ante la necesidad de conservar el trabajo, de prevalecer, de ser reconocido, no pareciera que muchos se lo pregunten o lo cuestionen. Creo que debemos instalar la necesidad de un tal cuestionamiento para que cada uno entienda por qué es necesario y cuál es el daño que le hacen al tejido social, a sus propios hijos y nietos. Las distorsiones y banalizaciones así como los discursos de odio, cuando no son a propósito y guiados por algún objetivo particular, son una consecuencia de la ignorancia, de la no reflexión ética y también de la falta de tiempo y disposición para hacerlo. Así como se requiere el elemental triple chequeo de cada noticia que se difunde, cosa que tantas veces no sucede y se derraman fake news distorsivas, conocer y comprender los pasos que llevan a un genocidio es un camino, que en principio, puede permitir esa reflexión ética imprescindible. 

8- Si el discurso de odio fue constructor del nazismo, ¿ante qué riesgos estamos si se utiliza el discurso de odio en la actualidad?

Los discursos de odio, una columna central del nazismo, son un riesgo poderoso en la actualidad. Pretenden homogeneizar a la población, instalar el partido único, la desaparición de los opositores, la obediencia ciega ante consignas que no se deben cuestionar ni combatir. El riesgo en la actualidad suma a este propósito la enorme potencia difusora y virósica de las redes sociales con su llegada universal. Las redes sociales fagocitan las subjetividades porque para ser visto, para ser leído, para ganar seguidores, los mensajes deben ser contundentes, simples y provocativos.  No hay tiempo para pensar ni para conceptualizaciones ni argumentos. El impacto requiere brevedad y consignas explosivas. Gran parte de la población mundial convive con hambre, carencias básicas y expectativas sombrías, pero el teléfono celular es una potente herramienta globalizadora. Todos podemos subir un mensaje, se genera una proximidad inédita, una horizontalidad que nunca antes vivió la humanidad y para ser visto en esa marea de mensajes se genera una nueva necesidad, los likes y los seguidores que aseguren que existimos. De este modo las redes sociales potencian los discursos de odio y los entronizan, a veces como el único recurso disponible que da la ilusión de ser visto, de ser reconocido y considerado, especialmente para quienes no son vistos ni reconocidos ni considerados, o para los que tienen la habilidad de usar las redes para instalar enemigos, ideas y odios con la pretensión de reacomodar las piezas de este mundo a su gusto y antojo. Los discursos de odio difundidos por las redes han subido un nuevo nivel el riesgo de la convivencia humana.

Oratoria de Hitler

Puede verse las dotes de oratoria que hicieron de este líder despótico y genocida ese personaje arrollador que atraía e hipnotizaba a las masas. Atención a su postura, sus gestos pero, fundamentalmente, al uso de los increscendos en su voz y al de los silencios, en especial, al del comienzo en el que espera a estar seguro de concitar sobre sí todas las miradas y todas la atención. Excelente para usos pedagógicos en los que se estudie la construcción de genocidios y las características de los líderes genocidas.