Shoa

Racismo y antisemitismo, dos palabras a revisar.

(escrito para el número especial de Mundo Israelita en su 93º aniversario)

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Un poco antes de la fundación de Mundo Israelita hace 93 años, se dio a conocer El judío internacional. El libro, atribuido a Henry Ford se publicó en 1920 en un semanario antijudío dirigido por su secretario privado Ernest Liebold. El texto confirmaba que los judíos eran los culpables principales de todos los males del mundo. Retomaba las tradicionales acusaciones -el deicidio, los rituales demoníacos, la usura, la explotación- y las más nuevas basadas en la “teoría racial” y la conspiración internacional. Recién terminada la Primera Guerra Mundial estas ideas avaladas por el padre de la producción industrial en cadena tuvieron un éxito inmediato. Tanto es así que siguen vigentes aún hoy.

Sin embargo, los conceptos de racismo y antisemitismo derivados de la “teoría racial” son una falsedad científica que es preciso conocer y no difundir como ciertos.

Las razas no existen entre los humanos, la raza humana es una sola, sin divisiones ni sub-razas, las particularidades entre sus miembros -color de la piel, forma de ojos, tamaño de narices- son superficiales. El Proyecto de secuenciación del Genoma Humano determinó que los genes que determinan la apariencia física son el 0,01% del total, un reflejo mínimo de nuestra composición biológica, las diferencias físicas que observamos solo nos informan sobre los orígenes y las migraciones de nuestra especie (*).  Se encontraron más variaciones genéticas dentro de un mismo grupo racial que entre grupos diferentes.

Por otra parte, lo semita y lo ario no tiene que ver con la genética sino con el idioma. Entonces, ¿de dónde provienen estas palabras, raza y semita, que designan cosas que no son ciertas? ¿Cómo es que se han instalado con tanto peso de verdad que académicos, pensadores, políticos y comunicadores, tanto judíos como no judíos las usan? Para comprenderlo, es preciso conocer su origen y seguir las huellas de su evolución e instalación.

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El filósofo francés Arthur de Gobineau fue el primero en hablar de razas entre los seres humanos en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas publicado en 1853. El europeo tomaba como patrón su propia imagen. Colonizaba y sometía a las poblaciones nativas de América y de África, personas tan diferentes en culturas, tecnologías y especialmente en su aspecto físico que las veía como anormales, y, en tanto inferiores e incapaces, casi sub-humanas. La repartición y expoliación de África, requirió de la deshumanización de sus poblaciones y si algún reparo moral existía, esta teoría de la desigualdad racial tranquilizaba las conciencias y permitió al buen europeo seguir cometiendo tropelías. “No son humanos como nosotros” se decían “somos superiores, eso nos da derecho a decidir sobre sus vidas y destinos”.

EL LIBRO SOBRE FIRMIN

Hubo una voz que se opuso a esta propuesta de diferenciación e inferioridad racial, fue la del antropólogo haitiano Anténor Firminsin. Haití es el primer país en abolir la esclavitud a comienzos del siglo XIX y este pensador publicó en 1885 De la igualdad de las razas humanas, libro despreciado e ignorado por los académicos europeos que siguieron produciendo textos que justificaban la esclavización y colonización de las “razas inferiores”. La “teoría racial” tenía vía libre.

¿Y de dónde viene esto de semitas y arios? Otro francés como Gobineau, Ernest Renan, publicó en 1855 la Historia general y sistema comparado de las lenguas semíticas. Se hizo la pregunta de por qué algunas culturas sobrevivían mientras otras desaparecían y propuso la hipótesis de que tenía que ver con las lenguas que hablaban.

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Los pueblos que hablaban lenguas semíticas (árabe, hebreo, arameo, lenguas cananeas y etiópicas entre otras) tenían una evolución inferior y tendían a desaparecer, luego eran inferiores a los pueblos que hablaban lenguas arias (sánscrito, hindi-urdu, romaní, lenguas dárdicas, y las antecesoras del latín y el griego entre otras) que eran los más desarrollados y los que constituyeron  la civilización occidental.  No solo estableció que las lenguas semíticas eran inferiores sino que consideró que por el bien de la civilización debían mantenerse puras, no mezclarse con personas que hablaban las lenguas inferiores.

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Los elementos ya estaban dispuestos y solo hacía falta que alguien se atreviera a reunirlos e instalarlos como verdades científicas. Esa tarea la hizo Wilhelm Marr, periodista alemán, que usó la palabra “antisemitismo” en 1873 y en 1879 lo confirmó en el panfleto Informe sobre Antisemitismo. Fue un gran salto desde la lingüística a la biología que comportó una noción que va a ser crucial: los pueblos que hablaban lenguas semíticas o arias se transforman en pueblos que eran semíticos o arios, no las lenguas sino las personas. Este pase de magia de trasladar conceptos de las lenguas al reino de la biología fue recibido con beneplácito por el judeófobo europeo y corrió como reguero de pólvora. Fue una “noticia deseada” que se acopló tan bien al espíritu de la época y a las necesidades que el libro fue reeditado y traducido y sus ideas avaladas por intelectuales y académicos. Y si personas tan autorizadas lo creían así, el ciudadano de a pie no podía más que tomarlas por ciertas y hacerlas suyas.

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El camino, a partir de allí, fue arrollador pero faltaban aún algunos ingredientes esenciales. En 1886 Edouard Drumont decía en La Francia judía, ensayo de historia contemporánea que el pueblo judío era una “raza inferior” cuya misión era dominar y someter a la “raza aria” y que debía ser combatido. Ocho años después, en 1894, Francia se sacudió con el caso Dreyfus. En un momento político difícil, el juicio redireccionó, con éxito, el descontento popular hacia los judíos.

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La utilidad del procedimiento de culpar a los judíos atrajo a otros gobiernos en problemas. En Rusia los reclamos y las protestas sociales fueron desviados por la policía zarista con la publicación en 1902 de Los protocolos de los sabios de Sión. Este panfleto sumó una idea que resultó esencial, la de la conspiración judía internacional. Su texto fue tomado de dos fuentes: el Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu  de Maurice Joly, una sátira publicada en 1864 para burlarse de las ambiciones de Napoleón II, y la novela de Hermann Goedsche, Biarritz, de 1868, especialmente su capítulo El cementerio judío de Praga y el consejo de representantes de las doce tribus de Israel. Los Protocolos, documentaban pretendidamente la conspiración y el afán de poder y conquista del pueblo judío, temas que Henry Ford desarrollará in extensum 20 años más tarde en su texto antes mencionado.

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Nada nuevo bajo el sol se publicó en 1925 en Mi lucha, el libro que Hitler escribió en prisión luego de un intento fallido de tomar el poder.  Resumía y exponía negro sobre blanco y sin disimulo alguno todas las ideas anteriores como científicamente ciertas.

Entre la publicación de El judío internacional en 1920 y de Mi lucha en 1925, nació, en 1923, Mundo Israelita. En este rincón alejado de Europa, tan al sur del sur, se hizo oír con valentía la voz judía al tiempo que el mundo “civilizado” cobijaba y regaba,  alborozado y aliviado, la teoría racial y el antisemitismo.

¿Por qué alivio? ¿Por qué alborozo? Porque si se trataba de un tema genético el odio estaba justificado científicamente. “¡Es cierto!”, se decían, “¡los judíos no son deicidas y usureros solo porque son miembros de un pueblo satánico, lo son porque está en su sangre, es una cuestión biológica! Y si es una cuestión biológica no hay conversión que lo modifique porque son así genéticamente, son malos por nacimiento”. Podía aligerarse cualquier molestia en las almas piadosas que sospechaban de los judíos, no los querían cerca y unos años después permitían y aceptaban su deportación y asesinato. Era ciertamente una noticia recibida con alegría, regada, difundida, aceptada, mejorada y entronizada como una “verdad” incontrovertible.

Racismo y antisemitismo se siguen tomando como palabras válidas y apropiadas, instaladas de manera firme y portadoras de una tal potencia que las vuelve un atajo simbólico difícil de romper. Probablemente el estado de sospecha con que el mundo sigue mirando al judío no se ha modificado lo suficiente como para que estas palabrejas se pongan en cuestión y se revise su utilización.

El odio tradicional estaba dirigido al judaísmo en general. El odio del antisemitismo está personalizado en cada judío, una cuestión biológica, está en la sangre, es personal e indeleble.

Decir racismo y decir antisemitismo es validar las ideas que conducen a la Shoá. Tal vez se podría decir discriminación negativa en lugar de racismo y judeofobia en lugar de antisemitismo o alguien proponga alguna otra forma de decirlo que no tergiverse los hechos. Será un largo camino, lo sé, porque son palabras que han calado muy hondo en el imaginario popular.

Con el deseo de que dentro de 7 años, los 100 años de Mundo Israelita nos encuentren desarrollando a pleno esta tarea de docencia y esclarecimiento.

(*) Interesante ilustración de este punto en este video https://www.youtube.com/watch?v=tyaEQEmt5ls

Habitación y los niños escondidos

La Habitación poster- A partir del film “La habitación” (1) -

De este lado de la pared, todo el mundo. Del otro lado, nada.

En la primera parte de la película, madre e hijo, Ma y Jack, conviven en el espacio mínimo de Habitación de manera natural gracias al esfuerzo de Ma para que parezca totalmente normal. Secuestrados por Old Nick, Ma inventa juegos y mentiras para evitarle a Jack sufrimientos y angustias; él no tiene cómo saber que tras la pared hay otra cosa ni que se está perdiendo algo. Cercano a los delirios creativos del alocado Guido Orefice (Roberto Benigni) en “La vida es bella”, para proteger a su hijo Giosuè de la dura realidad del campo de concentración nazi, Jack crece a salvo de conocer la verdad de lo que sucede gracias a  la puesta en escena de Ma.

En la segunda parte, una vez liberados y ya del otro lado de la pared, Ma recupera su nombre, es Joy, y como tal regresa al mundo del que había sido arrancada. Jack, sin otro pasado que el de Habitación, ingresa de manera violenta al mundo que no sabía que estaba tras la pared. La liberación, tan deseada por Ma, es agridulce, compleja, penosa, difícil, no es un jardín de rosas. Durante los años de encierro la vida había continuado afuera y los padres de Joy ya no son quienes eran en el momento del secuestro.

La expulsión de Jack de Habitación y su ingreso al mundo del otro lado de la pared, lo llena de temores, incertidumbres y recelos. La escena en que intenta bajar una escalera por primera vez, es una poderosa metáfora de ese accidentado proceso de reconocimiento, aprendizaje y adaptación que encara con cautela y desconfianza. Todo es desconocido y amenazante y de pronto Jack extraña Habitación, aquel espacio acotado, chiquito, tan suyo y que conocía al dedillo. Libre, añora el encierro en su mundo conocido y confiable donde había construido su identidad. Es que no sabía que había sido una prisión.

La trama está basada en el sonado caso de Josef Fritzl, el ingeniero austriaco que mantuvo durante 24 años a su hija Elizabeth secuestrada, drogada y violada sistemáticamente. De los siete hijos nacidos, tres compartían su encierro, entre ellos Félix que tenía 5 años cuando fueron liberados.

La realidad es peor que la ficción.

También los sobrevivientes de la Shoá que fueron niños estuvieron encerrados en Habitación, escondidos en su identidad, viviendo con otras familias y con otros nombres y/o escondidos físicamente en sótanos, bosques, granjas, orfanatos. Muchos, igual que Jack, creían que lo que vivían era normal, no sabían que estaban escondidos y su liberación e ingreso al nuevo mundo fue un momento traumático.

Solo el encierro y el que los niños no supieran lo que estaba pasando tiene algún parecido con la Shoá. Éste fue un hecho colectivo generado por el nazismo mientras que la historia de Jack se debe a una patología individual del secuestrador. Pero la respuesta emocional tanto durante el encierro como luego de la liberación, es similar a lo vivido por los niños escondidos (2)  de la Shoá.

Durante la Shoá los padres judíos emprendieron una lucha descomunal en el intento de  salvar a sus hijos. Con pocos recursos, presos de una situación imposible, los que pudieron se las arreglaron para poner a sus hijos a salvo, sin saber si alguna vez los volverían a ver. Esos niños, entregados con pocos meses de vida o con muy pocos años, criados en variados contextos, no tenían memoria de sus padres, ni sus nombres y apellidos.

Los más chiquitos creían, igual que Jack, que las cosas eran simplemente así. Había que ocultarles la realidad, era peligroso que supieran que no eran quienes decían ser, tenían que ser desconocidos para ellos mismos para salvaguardar sus vidas y las de sus salvadores. Y también el momento de la liberación fue confuso y traumático porque tras la pared chocaron con otro mundo que les reveló que lo anterior había sido mentira. Recién entonces supieron quiénes eran y qué y cuánto habían perdido.

Pedro me decía que había escapado de Alemania con sus padres y llegaron a China donde fueron encerrados en el gueto de Shanghai. Estuvo allí desde sus cuatro o cinco años hasta los diez u once cuando llegó a la Argentina. Una vez acá conoció cómo habían sido las infancias de los otros chicos y recién entonces se dio cuenta de que en la suya no había sido feliz. En el gueto de Shanghai no tenía idea de que se podía estar o vivir de otra manera, eso era todo lo que había, todo lo que conocía y allí jugaba con los otros chicos que eran iguales que él y creció convencido de que era normal, de que así eran las cosas para todos los niños del mundo. Recién cuando atravesó la pared supo que había otra forma de vivir y resignificó sus años de encierro con algo de dolor y, igual que Jack, también nostalgia.

No todos los niños recuperaron su identidad, no todos salieron de Habitación, hay una incierta cantidad que siguió allí para siempre y no sabemos cómo continuaron sus vidas. Los que fueron liberados debieron despedirse de sus salvadores, llamarse de otra manera, rearmar una nueva historia con las piezas, a veces escasas, del rompecabezas disponible, conocer su identidad judía y volver a aprender a caminar.

No todos emergieron con felicidad de la difícil situación. Esta nueva identidad se superpuso a la de Habitación que resultó ser falsa y debió ser sumergida, ocultada. Los niños escondidos tienen así la experiencia de estar doblemente escondidos: la primera vez sin saberlo, en el escondite salvador, con otro nombre y la segunda, ya conscientes, al volver a su nombre e historia original y verse forzados a desechar y olvidar lo anterior. En este aprendizaje para afrontar las nuevas escaleras en las que se superponían sus dos realidades, forzados a olvidar, el olvido nunca fue total. Ocultaron con un silencio protector sus emociones y recuerdos, en especial los momentos de alegría y bienestar de cuando estaban en Habitación. Y si además extrañaban, como muestra el Jack de la película, debían enterrarlo en los pliegues más ocultos de su alma.

Maurice fue salvado por una familia católica en Francia. Cuando terminó la guerra apareció un señor que decía que era su tío a quien no recordaba. Supo que no era hijo de la familia que lo había salvado, que sus padres habían sido asesinados, que su apellido no era el que creía y que era judío. Hasta el día de su muerte Maurice cuando se le preguntaba de qué religión era decía, sin culpa alguna y con una sonrisa pícara: je suis juif-catholic, soy judío-católico. Tenía presente la gratitud a sus salvadores, fervientes católicos, a los que nunca quiso dejar de lado y olvidar.

Los niños escondidos guardan secretos y nostalgias, memorias vivas encadenadas bajo cuatro llaves. Muchos me han confesado sus añoranzas “pecaminosas” enredados en un conflicto de doble lealtad. No todos se atrevieron, como Maurice, a decirlo en voz alta.

Y hay muchas Habitaciones en nuestro mundo perverso. A los abusos y maltratos históricos de los niños se suman hoy las apropiaciones, la trata con fines pornográficos y los secuestros de ejércitos irregulares para disponer de carne de cañón sumisa y efectiva.

Hay muchos y diferentes encierros. Sabemos que los chicos no se rompen, que los humanos tenemos tal plasticidad que somos capaces de subir la empinada cuesta de la reconstrucción y albergar al mismo tiempo dos identidades dialogando. El bienhechor olvido no es tal. Todo está escondido en la memoria (3). Todo.

(1) “Room”, Irlanda-Canadá, 2015 Dirección Lenny Abrahamson. El título original, está mal traducido como “La habitación” pues no es “The room” sino “Room”, sin el artículo; los protagonistas viven en “Habitación”, como quien vive en un sitio con nombre propio como Buenos Aires, no la Buenos Aires o Tokio, no el Tokio. Novela y guión de Emma Donoghue. Protagonizada por Jacob Tremblay como Jack de cinco años y por Brie Larson que, como Ma, ganó el Oscar mejor actriz 2016.

(2) Wang, Diana: “Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires”. Editorial Marea. 2004.

(3)  La Memoria. Canción de León Giecco.

Diez Mandamientos para el Nunca Más

Aida Ender  

La presentación del Cuaderno de la Shoá 6 culminó con la lectura de los Diez Mandamientos para el Nunca Más leídos por Aída Ender. Aquí sus palabras:

 

 

El código moral derivado de los Diez Mandamientos, hace posible la convivencia porque legisla en contra del mal. Este código no es siempre respetado pero es un mandato cultural para que convivamos sin matarnos a cada paso.

El siglo XX es el siglo del MAL globalizado y planetario, ante el cual seguimos naufragando en tsunamis de horror tras horror, y la frase voluntarista “nunca más”  se ha vuelto un empecinado “otra vez y otra vez y otra vez” que nos llena de espanto y desolación.

Debemos incluir el MAL en nuestro horizonte de entendimiento y expectativas, como se ha hecho con los Diez Mandamientos siglo tras siglo, para no seguir tropezando, sufriendo y muriendo sin poder ni prevenir ni impedir ni detener los procesos genocidas.

Los Diez Mandamientos para el Nunca Más

  1. No asesinarás ni torturarás ni encubrirás crímenes aunque te sea ordenado.
  1. No obedecerás ninguna orden que atente contra los DDHH esenciales.
  1. No aceptarás la delegación de la responsabilidad por tus actos.
  1. No aceptarás justificaciones sobre muertes, torturas y detenciones arbitrarias.
  1. No serás indiferente a injusticias y arbitrariedades.
  1. Diferenciarás lo legal de lo legítimo.
  1. Desconfiarás de la propaganda.
  1. Conocerás y revisarás tus prejuicios.
  1. Resistirás la influencia del grupo o la multitud y pensarás por ti mismo.
  1. Expresarás tus ideas fundadas en el conocimiento y no en tu necesidad de ser aceptado.

Los miembros de Generaciones de la Shoá proponemos estos 10 Mandamientos para el Nunca Más para que se sumen a los Diez Mandamientos ya existentes, como un nuevo código moral de estos tiempos que haga posible la convivencia en paz.

Muchas Gracias

Cuadernos de la Shoá 6: Convivir con el MAL. Genocidios del Siglo XX

tapa cuad6Los que hemos sido directamente afectados por la Shoá, vivimos acuciados con la pregunta de ¿cómo ha sido posible? ¿por qué? crecimos oyendo los relatos de horror y viendo a nuestros padres derramar lágrimas incontenibles por todos sus familiares perdidos, por sus vidas truncadas, por todo lo que debieron dejar una vez emergidos de aquel tsunami devastador. La vida continúa y es tan imperiosa que no deja tiempo para lamentos, es preciso seguir, construir, armar una familia, adaptarse al nuevo lugar. Y hoy, tantos años después, aquella pregunta de ¿cómo es que fue posible? vuelve con insistencia y nos obliga a contestar, porque la esperanza de nuestros padres de que después del Holocausto el mundo habría aprendido, de que nunca más sucederían horrores como aquél, se estrella y estalla en pedazos.  Los genocidios y los espantos han seguido sucediendo. El genocidio armenio, que había pasado treinta años antes, no fue un hecho aislado sino el triste y desgarrador prólogo de un siglo de ignominia y vergüenza. Como dice Giorgio Agamben: el siglo XX es el siglo del MAL.

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Por todo esto es que consideramos que este cuaderno es imprescindible. Si la única esperanza reside en la educación, la Shoá debe integrar los programas educativos pero desde una perspectiva universal. Si miramos a la Shoá con la lente de los genocidios humanos, veremos allí todos los elementos que los componen. La Shoá es un muestrario inacabable de la capacidad y los alcances del MAL. Es notable ver sus réplicas en los genocidios que encaramos en este Cuaderno, los de Armenia, Camboya, Balcanes, Ruanda,  Guatemala y nuestra propia dictadura Cívico-Militar, entre tantos otros. Permite conocer y aprender el peligro que se abate sobre la gente común cuando está en manos de una dictadura o de un poder omnímodo. Todos y cada uno de los genocidios nos encuentran desnudos ante el avasallamiento, sin poder evitar ser víctimas si tenemos la mala suerte de pertenecer al grupo señalado como enemigo interno. Los genocidios son un despliegue de torturas, violaciones, apropiaciones, vejaciones, hambrunas, deportaciones y asesinatos en masa. Frente a las informaciones periodísticas y las fotos que recibimos por los diarios o por internet podemos paralizarnos, tomar estos horrores como un rayo fatídico contra el cual no se puede luchar, o mirarlos de frente como objeto de estudio, conocimiento y aprendizaje para tener alguna vez la posibilidad de impedirlos o frenarlos.

Aida Ender

Debemos hablar del mal. Del MAL con mayúsculas, el impersonal, el que se hace no por propia decisión sino por obediencia, el emanado de una autoridad y dirigido a los designados como enemigos. El mal con minúsculas, es el individual, cotidiano, reactivo y emocional y lo compartimos con los mamíferos. Mientras que el MAL con mayúsculas es colectivo y racional, suele suceder en estados dictatoriales o en conflictos bélicos, nunca en situaciones de paz con gobiernos democráticos. Y es exclusivamente humano.

Es tanta la potencia de estos genocidios que el habla ha incorporado palabras que no existían ni en la imaginación más afiebrada. El concepto de desaparecido, por ejemplo, fue enunciado e instalado por la Dictadura argentina. No es que antes no hubiera habido desaparecidos, los había pero fue recién a partir de 1976 estos seres sin entidad, como decía aquel infausto dictador, adquirieron una nueva categoría de identidad, la de desaparecidos. Muertos sin sepultura, ausencias fantasmales que no pueden terminar de ser lloradas porque no hubo un cuerpo que enterrar y así, el ciclo de la vida y de la muerte, nunca pudo ser cerrado.

Pero también y para compensar, tenemos en la Argentina el orgullo del Juicio a las Juntas Militares. Apenas recuperada la democracia un tribunal civil investigó, sentenció y castigó, en nuestro mismo país, con nuestras leyes vigentes, los actos criminales de quienes se arrogaron el derecho sobre la vida y la muerte de la población. Aquel juicio, y los que aún continúan, siguen siendo un ejemplo de valentía y determinación para el mundo entero.

Este Cuaderno que presentamos es un grito de alerta para que, ante el desparpajo y la desvergüenza de los criminales disfrazados de salvadores de la patria, despertemos de nuestro cómodo y peligroso adormecimiento moral estudiando, conociendo y deconstruyendo el MAL con mayúsculas.

Equipo de realización

Hanka le preguntaba a su mamá, a sus siete años, ¿por qué me quieren matar si me porté bien?

Nosotros, los sobrevivientes y sus descendientes,  asumimos .a obligación de contestar estar pregunta con la esperanza de que lo vivido y lo sufrido no haya sido en vano.

Que así sea.

Diana Wang. 5 de abril 2016

Cuadernos de la Shoá 6 se presentó el 5 de abril de 2016 en el Salón Dorado de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Equipo de realización

Emilio Cárdenas, presentación Cuadernos de la Shoá

El orador de la presentación fue el Dr Emilio Cárdenas. Embajador Argentino ante las Naciones Unidas que representó a nuestro país durante más de 15 años. Fue profesor en la Universidad Nacional de Buenos Aires, en la Universidad Católica Argentina y en las Universidades de Michigan y de Illinois, en Estados Unidos. Es Presidente de la International Bar Association y Co-Presidente de su Instituto de Derechos Humanos. Columnista del diario La Nación. Sus palabras: Dr Emilio Cárdenas

Agradezco de todo corazón la generosa invitación a participar en este acto, en el que se da a conocer el Sexto Cuaderno de la Shoá, dedicado a la trágica convivencia del mundo con el MAL, tal cual el mismo se expresara en los distintos genocidios de los que el mundo ha sido testigo. Se trata, a mi modo de ver las cosas, de un trabajo excepcional, de marcado perfil educativo y pedagógico. Imprescindible para nuestra juventud, particularmente.

Se trata de un esfuerzo en el que han estado empeñados –entre otros- los sobrevivientes de la Shoá que viven en nuestro país y algunos de sus familiares. Siento por ellos un profundo cariño y quiero rendirles mi sincero homenaje, extensivo a sus familiares.

Es cierto, el MAL es la forma más extrema de una enfermedad grave que aqueja a la humanidad. Y su accionar suele ser hijo de una planificación cuidadosa y estar precedido por toda una serie de señales que, con frecuencia, las sociedades dejan pasar, sin advertir el horror que ellas preanuncian.

También es verdad que los sufrimientos, atrocidades y vejámenes nos hacen sangrar a todos por igual. Sin importar quien empuña la herramienta con la que circunstancialmente se persigue, mata o tortura. Y que la propaganda del odio y la utilización perversa de los medios de comunicación forma parte de la cuidadosa logística del horror. Ella suele ser eficaz y mantener en el silencio a muchos que pudieron reaccionar cuando todavía estaba a tiempo de corregir los rumbos.

Entre los elementos con los que se construye el MAL hay pasos que deben ser reconocidos tempranamente para anticipar la deriva que ellos preanuncian. Y enfrentarla. Me refiero a las exclusiones, las demonizaciones, los simbolismos, la deshumanización, con sus mil caras, los negacionismos, etc. Con ellos se edifican las formas de atacar y debilitar a quienes serán las víctimas a las que se apunte.

Coincido en la enorme peligrosidad de una práctica reiterada en nuestra propia historia, la de predicar una visión binaria de la realidad y de la sociedad: ellos y nosotros. Amigos y enemigos, con la que se lastima al plexo social. Me refiero a lo que podríamos llamar la “cultura de la confrontación”, con frecuencia difundida desde la prepotencia y la arrogancia.

Como cuando uno trabaja en el tipo de esfuerzo cuyo resultado hoy admiramos, las cosas y los tiempos no se detienen. Aprovecho para destacar que los juicios contra los genocidas aún continúan en distintos rincones del mundo. Hace pocos días, en Alemania, cuatro acusados de genocidio han comenzado a ser juzgados pese al tiempo transcurrido, que no borra las responsabilidades.

Lo ocurrido en Polonia, Turquía, Camboya, Bosnia, Ruanda, Guatemala o entre nosotros mismos, se relata en el Cuaderno que comento, con duro realismo. Para que los jóvenes lo graven y no lo olviden, ni ignoren.

El Cuaderno que hoy se presenta está dedicado al genocidio. Un crimen colectivo que multiplica constantemente las atrocidades.

Respecto del cual se nos recuerda que lo contrario del amor no es el odio, sino la siempre peligrosa indiferencia.  Que tenemos que tomar partido ante las atrocidades, con el coraje que se requiera. Porque el silencio –que es hijo de la indiferencia- es un estímulo para los verdugos. Se nos dice, asimismo, que debemos conocer y revisar nuestros propios prejuicios y no ser jamás indiferentes frente a las injusticias. Porque, si no lo hacemos, el MAL se propaga, repite y crece. Y hasta es capaz de atraparnos. Y eso es efectivamente así.

En noviembre pasado se cumplió un nuevo aniversario de la “Noche de los Cristales Rotos”, hoy llamada “Pogrom de noviembre de 1938”. Esa noche –como relata el Cuaderno- se destruyeron las ventanas y las vidrieras de las casas y negocios de los judíos alemanes en una operación cuidadosamente planificada por el propio Goe​b​bels. Además, se consumaron múltiples vejaciones y asesinatos contra ciudadanos judíos. En toda Alemania. Coordinadamente. A la vista de todos, alemanes y extranjeros, que no pueden entonces sostener que ignoraron lo sucedido. Ni que fueron sorprendidos cuando la verdad se conoció.

Un asesinato, en París, encendió la hoguera. Un joven desesperado al descubrir que su familia había sido deportada a Polonia y encerrada en un campo de concentración perdió el control y asesinó al tercer secretario de la embajada alemana en París.

La actitud persecutoria contra los judíos alemanes había comenzado, en rigor en 1933 con una serie de episodios antisemitas con epicentro en la ciudad de Nuremberg. Allí los nazis dieron los primeros pasos en su campaña por deshumanizar a los judíos, que desde entonces fue progresiva e implacable y estuvo sostenida por un enorme aparato publicitario. Tal como se describe en el cuaderno que nos convoca. Exactamente así.

Las medidas deshumanizantes fueron muchas, como la prohibición a los judíos de trabajar en el periodismo o en la cinematografía. O la prohibición a los abogados judíos a ejercer su profesión en los tribunales alemanes. O la obligación de valuar sus propiedades y ponerlas a disposición del gobierno para ser “usadas de acuerdo a sus necesidades”.

En noviembre de 1937, cabe recordar, los nazis proclamaron urbi et orbila presunta “supremacía racial alemana”.

Para humillar y someter a la población judía  se la obligó también a pintar sus nombres con color blanco al frente de sus negocios, de modo de ser constantemente identificados y raleados. Los autos de los judíos recibieron -y circularon- con patentes con números “reservados” para ellos.

En paralelo, los judíos comenzaron a ser detenidos por pequeños delitos o infracciones. Como las del tráfico o las laborales. Y luego por su identidad. Así fueron luego llevados a los campos de concentración, que se multiplicaron. Desde agosto de 1938, sus pasaportes llevaron una “J” identificatoria y sus nombres fueron arbitrariamente cambiados por Israel, para los varones, y Sara, para las mujeres, siempre con el objeto esencial de humillarlos y deshumanizarlos.

Quiero detenerme aquí. En el tema horrible de la deshumanización, que no es la primera vez que trato. En las cabezas rapadas. Y los humillantes cuerpos desnudos. En los dormitorios comunes. En la desnutrición extrema. Todo contribuyó al objetivo sádico de deshumanizar. Lo que derivó en cambiar, para los encerrados en los campos de concentración, hasta el sentido mismo de la vida y la muerte.

Primo Levi se ha referido a esto con dos frases realmente tremendas que apuntan al tema de la deshumanización de los judíos por los nazis. La primera dice: “A la salida de la oscuridad se sufría por la conciencia renovada de haber sido envilecidos”. La segunda, a su vez, sostuvo: “Habíamos estado viviendo durante meses de manera animal. No por propia voluntad, ni por indolencia. Ni por nuestra culpa. Nuestros días habían estado llenos, de la mañana a la noche. Por el hambre, el cansancio, el miedo y el frío. Y el espacio de reflexión, de raciocinio, de sentimientos, había sido anulado. Nos habíamos olvidado no sólo de nuestro país y de nuestra cultura. Sino también de nuestra familia, del pasado y del futuro que habíamos esperado”. Esa descripción, brutalmente dura pero certera, se refiere a cómo se sentían los detenidos sometidos al proceso de deshumanización, objetivo central de la política nazi.

El recientemente fallecido Imre Kertész, él mismo sobreviviente de Auschwitz, nos dejó un legado que debiera golpear en todas las conciencias. El de la dimensión espiritual del Mal. “El Holocausto”,dijo, “es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización y una sociedad no puede permitir que se repita, que vuelva a presentarse una situación parecida. Pero la crisis económica, una crisis así, dio pie a la llegada de Hitler al poder. Por tanto debieran sonar todas las alarmas. Pero no suenan. Lo cual quiere decir que el Holocausto no está presente en las conciencias de los políticos europeos”.

Por eso es importante que existan trabajos didácticos, como el Cuaderno que hoy se presenta, que sirvan de recordatorio permanente que evite el adormecimiento de nuestros espíritus respecto de un Mal con mayúscula que, nos enseña la historia, puede apoderarse de muchos. Porque lo cierto es que cualquier horror es posible.

La población judía quedó presa en su propio país, sujeta a la arbitrariedad y a las más retorcidas crueldades. Para peor, los nazis pretendían expulsarlos, pero les quitaban los medios para escapar. No obstante, parte de la población judía alemana dejó atrás a Alemania. Previendo lo peor. Como cuando, en 1937, Hitler deportó a unos 500 judíos a la Unión Soviética, que quedaron allá alojados, en campos de concentración.

Los países de Europa, es bueno recordarlo, no aceptaron entonces abrirse a los inmigrantes judíos que presionaban por salir de Alemania, presintiendo lo que vendría. Esa fue la posición de países tan distintos como Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Italia, Suiza, Luxemburgo, o Francia. Los norteamericanos presionaron por una solución internacional y lograron que se convocara a la “Conferencia de Evian”, que poco y nada hizo por paliar sus penurias. Muchos alegaron en ese momento “el mal estado” de sus economías. Otros, como Australia, señalaron que no tenían “problemas raciales” y que simplemente no querían “importarlos”.

Holanda, sin embargo, suspendió las restricciones al ingreso de los judíos que escapaban de Alemania. La opinión pública británica forzó al gobierno de Chamberlain a mantener abiertas sus fronteras a los judíos. Y en los Estados Unidos se permitió a los judíos que ya estaban allí con visas de turismo renovarlas cada seis meses, hasta que pudieran adoptar la ciudadanía norteamericana.

No obstante, un silencio cómplice prevaleció en los diálogos oficiales, pese a la presión de los medios y de buena parte de la opinión pública. Mientras tanto, los trenes de transporte de ganado comenzaron a conducir a más y más judíos a los campos de concentración en Alemania y Polonia. La tragedia en marcha había entrado en su etapa decisiva. El veneno de la deshumanización se había apoderado de muchos que, envilecidos, reclamaban muertes. Y el martirio de los judíos entró en su fase más cruel.

Todavía el gobierno nazi no mencionaba oficialmente “la solución final”, esto es el genocidio. Pero Goering y Goebbels comenzaron de pronto a sugerir perversamente cual sería el destino de los judíos si los demás países no los aceptaban en su seno.

Mientras tanto, Alemania restableció el servicio militar obligatorio y su gobierno comenzó –en paralelo- a demonizar a la dirigencia e intelectuales de la oposición. A tratar de separarlos y excluirlos de la sociedad. De deshumanizarlos, entonces. Como aún hoy, algunos lo hacen en nuestra propia región.

Creo que hay en esto una importante advertencia: este tipo de “señales” no pueden pasar desapercibidas. Nunca. Por la gravedad lo que anuncian.

Algunos soñaron en su momento con que podía, quizás, encontrase algúnmodus vivendi con los nazis. Se equivocaron. De medio a medio. La difamación y los ataques deshumanizantes contra los judíos crecieron y se transformaron en una constante. En un vendaval. El ambiente –cada vez más hostil- anticipaba la tragedia que sobrevendría.

El mundo, ante lo que sucedía, comenzó a hacer oír sus protestas. Pero desde los gobiernos no se organizó respuesta alguna consensuada que pudiera detener la ordalía salvaje a la que se estaba sometiendo a la población judía alemana y polaca. Tampoco se escucharon discursos sobre la “responsabilidad de proteger”. Ni en defensa de los “derechos humanos”. Era tarde.

Los degüellos y las crucifixiones de los cristianos que hoy caen en manos de los milicianos del Estado Islámico sugieren que, en rigor, el mundo no ha aprendido la lección. A la luz de la historia, el silencio de muchos ante lo que sucede en Medio Oriente es grave. Y ha contribuido a que ocurrieran los atentados recientes de los militantes del Estado Islámico.

Más de 70 años después del infierno nazi, el mundo no ha cambiado demasiado. Los “ayatollahs” están, desde hace 36 años, gobernando a Irán, que sigue reclamando la destrucción de Israel, en lo que no es un eslogan, sino una amenaza real, que pocos denuncian.

A lo que se suman las atrocidades bárbaras del fundamentalismo “sunn​í​”, personificado en el horror del accionar del Estado Islámico.

Pero lo cierto es que hoy Israel no está sola. Su civilización está mucho más extendida que su religión. Y el país está más inmerso en Occidente que nunca. Tiene un importante peso relativo en la comunidad internacional. Ocurre –además- que Israel ya no es sólo Esparta. Es Atenas y Esparta, a la vez.

Las disyuntivas graves de Israel son ahora –con frecuencia- las mismas de Occidente. Por esto aquello de los valores compartidos, los judeo-cristianos. Esos valores que hoy son blanco de un mismo odio fanático.

Sin embargo, las agresiones contra Israel continúan. Ejemplo de esto es que desde el 11 de noviembre pasado la Unión Europea ha decidido que los productos originarios de los territorios ocupados desde 1967 por Israel deben llevar una etiqueta que diga: “Hecho en los asentamientos”. Hablamos de Cisjordania, Jerusalén Este, y las Alturas del Golán.

De este modo quedaron excluidos del trato arancelario especial negociado por Israel con la Unión Europea.

Esta es una medida arbitraria y discriminatoria que apunta a caminar en dirección al “boicot” de los productos de Israel, a generar desinversión y, de ese modo, “penalizar” a Israel, sin que la situación entre Israel y Palestina sea analizada –con el debido equilibrio- en toda su integridad.

La medida referida tiene perfiles antisemitas y es hija de la presión de las poblaciones musulmanas en por lo menos 16 estados de los 28 que componen la Unión Europea. En mi opinión debe reverse, porque transita por un camino equivocado. Gran Bretaña ha decidido enfrentarlo. Cabe esperar que otros países sigan su ejemplo.

Mil gracias por la amable invitación a compartir esta oportunidad con Uds. dando la bienvenida a una obra importante y reflexionar juntos sobre un mundo que contuvo y contiene perversidad y que, por ello nos obliga a estar atentos y a no bajar nunca la guardia. Esto es, a no ser nunca indiferentes. Contamos ahora con el valioso instrumento de trabajo que el Cuaderno que acaba de nacer supone. Agradeciendo el esfuerzo de sus “constructores”, quiero cerrar esta intervención con un sincero: Dios los bendiga.

Proyecto Aprendiz. Revista 23

Proyecto Aprendiz - Marzo 2016

Transmitir la memoria

POR: Deborah Maniowicz

El Proyecto Aprendiz reúne a sobrevivientes del Holocausto que viven en la Argentina con jóvenes voluntarios que escuchan sus relatos. Las ventajas de la transmisión oral. Veintitrés reunió a tres parejas y a las creadoras del programa.

31/03/2016 - 17:24

Por Deborah Maniowicz

Enero de 1945. Lea Zajac tiene 18 años. La guerra llega a su final. Ella y su tía Sara acaban de ser liberadas. Son las únicas de su familia que sobreviven a Auschwitz. Hace frío, están sucias y harapientas. Se miran. Se observan. Se preguntan: “¿Y ahora qué? ¿Por qué luché tanto? ¿Por qué quiero sobrevivir? ¿Sobrevivir a qué y para qué, si ya no tengo a nadie?”. La respuesta llega con los años: “Sobrevivir para contarlo”.

Abril de 2013. Lea vuelve a Polonia después de 68 años. Acompaña a un grupo de jóvenes en un viaje educativo. Lo hace para dar testimonio. Una de las paradas de la visita es Majdanek, el campo de concentración al que el Ejército Rojo entró sin anunciarse, por lo que los nazis no tuvieron tiempo de destruir. Los hornos crematorios, las barracas y las cámaras de gas están prácticamente intactos. Lea se para en la puerta del campo y mira el horizonte. Los recuerdos se suceden como una película: la última mirada de su madre, las “selecciones” que pasó, los “dedos de araña venenosa” de Josef Mengele revisándola, la marcha de la muerte... Y se jura nunca dejar de contar su historia. “Mientras viva, tengo la obligación moral de dar testimonio. Tengo que hablar por todos aquellos que han sido acallados”.

Lea y Rocío

“Cuando me preguntan quién es Lea, contesto mi abuela”, sintetiza Rocío Trocki, de 20 años. Pero lo cierto es que no comparten sangre ni parentesco, porque Lea ya me repitió tres veces que es “la única sobreviviente de una familia de más de 80 personas y 900 años de judaísmo en Polonia”. Como si la repetición aminorara el impacto de la frase. Lea es su maestra. Y la disciplina que le transmite a Rocío es su propia historia: quién es y quién fue. Ella es su aprendiz, y el día de mañana se compromete a mantener vivo el relato. Se conocieron en agosto de 2015 gracias al Proyecto Aprendiz y es la mejor creación de Generaciones de la Shoá para que la historia del Holocausto judío perdure más allá de sus sobrevivientes. Durante los dos meses en los que participaron del proyecto, Lea y Rocío se encontraron cada sábado para conversar. “Me visita más que mis nietos”, bromea Lea. Al primer encuentro, Rocío llegó con un álbum de fotos, recortes y cartas: “Mi objetivo era hacer una presentación mutua, que ella se abriera sabiendo quién era yo. De otra forma, me hubiera parecido injusto”. Durante los encuentros no solo se hablaba de la guerra sino del antes y el después. “Yo le conté cómo fue mi vida antes de la Shoá. Cuando estalló la guerra tenía 12 años y acababa de rendir un examen brillante para entrar al colegio secundario, porque una judía no entraba así nomás. Como no tengo abuela, me tengo que alabar sola (risas) y lo cierto es que era brillante, la mejor. Aún soy esa niña de 12 años que espera con el portafolio en la mano ingresar al colegio, porque el 1º de septiembre empiezan las clases en el hemisferio norte y ese día Hitler invade Polonia y empieza la guerra, y a mí se me cae de las manos el portafolio y se rompen mis sueños, mi adolescencia y mi vida futura”. Rocío tomó notas de cada encuentro. Cuando terminó el Proyecto, quedó una bitácora de 25 páginas. Casi al final, escribe una de las reflexiones de su maestra: “No sé por qué sobreviví. No era ni la más fuerte ni la más inteligente, pero sí fui adquiriendo conciencia de para qué sobreviví. Debo transmitir. No para que me tengan lástima sino para que entiendan, saquen sus conclusiones y no permitan que vuelva a ocurrir. El perseguido mañana puede ser otro. Un pueblo sin memoria no tiene futuro”. Hace unos meses, Lea cumplió 89 años y Rocío la invitó a almorzar. Un matrimonio se sienta al lado. La mujer no saca la vista del brazo de Lea. “Qué divina tu abuelita, no puedo creer que se hizo un tatuaje. Es muy canchera, te felicito”. Lea cuenta hasta diez, toma aire. Pero la que responde es Rocío: “No es un tatuaje cualquiera, ella es sobreviviente de un campo de exterminio”. La frase corta el aliento de la señora. No encuentra palabras y se pone a llorar. “Por lo menos una vez por mes alguien me pregunta por el tatuaje. Muchos me dicen: ‘¿Pero vos estás segura de que esto pasó?’. Y ahí respiro hondo, me tranquilizo y cuento mi historia. Hay mucho desconocimiento, la gente no sabe qué pasó”.

“Mi hija se llama como mi maestra”

Irene y Gastón

En 2014, cuando Gastón Donzis, de 31 años, terminó Proyecto Aprendiz, le regaló a su maestra, Irene Dab, una muñeca de porcelana y un ramo de rosas: “En una de las tantas casas donde se escondió durante la guerra vendían muebles. Cuando tocaban el timbre, ella tenía que salir corriendo y esconderse dentro de un armario. Y por ahí estaba horas hasta que se iba la gente… Lo único que tenía para jugar era la madera del mueble y esa textura le hacía recordar al pétalo de las rosas. La muñeca se la di porque durante su infancia casi no tuvo juguetes. Pero un día, sus cuidadores la premiaron con una muñeca de porcelana por cumplir muy bien la consigna de no contestar la puerta”. Gastón viene a la entrevista con su hija de un año. Se llama Jazmín Irena. Y aunque la respuesta parece obvia, le pregunto: –¿Por qué Irena? –Como un homenaje en vida a Irene, en polaco, Irena. Me encanta aclarar que es por ella y por Irena Sendler, “El Ángel del Gueto de Varsovia”. Además, es una forma de tener siempre presente su historia. Irene es una de las sobrevivientes más activas. Da charlas, entrevistas y hasta publicó un libro, Contar para vivir, con su historia. Hasta 1986 fue su padre el encargado de contar lo vivido, pero cuando él murió, ella tomó la posta. –¿Cuál es la historia de Irene? Gastón: –Es polaca, de Varsovia. Hasta los 6 años, cuando empezó la guerra, llevaba una vida normal. Al tiempo, su familia es trasladada al gueto. El padre, que sabía alemán, consigue trabajo en una fábrica. Seis veces se las ingenia para sacar a Irene en una bolsa de herramientas para que la cuiden distintas familias. La última, con la que estuvo dos años, la trata muy bien: le cambia el apellido, la adopta, la bautiza y la manda al colegio. Irene: –Un día mi supuesta tía, porque yo la llamaba así, me dijo: “Vamos a pasar por la calle y vas a ver a alguien que conocés. No te podés acercar, ni hablar, ni nada”. Ahí la vi a mamá y supe que vivía. Los encuentros se desarrollaron siempre en la casa de Irene y duraron alrededor de dos horas. Gastón ya había recorrido campos de trabajo y exterminio de Polonia y Alemania, así que estaba empapado de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Pero le faltaba poder apropiarse de una historia. Conocer detalles, preguntar y repreguntar. Proyecto Aprendiz fue la llave para conocer a fondo un relato. Lo que más le impactó a Gastón de la historia de Irene fue cómo se reencontró con sus padres: “Un día la vino a buscar una persona y le dijo ‘¿Vos sos Irene? Vení conmigo’. Era de una organización judía que resguardaba a los padres de Irene en una casa alejada. Venía a buscarla para que se reencuentren. Uno suele estudiar el levantamiento del gueto pero poco se habla de este otro tipo de resistencias. Hubo personas que se metían en las ciudades haciéndose pasar por polacas y salvaban a los chicos de a uno. Así, ella se reencontró con sus padres después de casi dos años”. Si bien durante el proceso Gastón fue compartiendo con amigos y familiares la historia de Irene, aclara que “hoy la idea es que las charlas las dé Irene: yo puedo acompañarla, pero ella está acá”.

Ocho campos en cuatro años

Mendel y Wanda

Así como hay sobrevivientes que nunca hablaron con nadie y hay otros que dedicaron su vida a dar testimonio, el Proyecto no resulta igual para todos. Mendel Zelcer tiene 91 años y pasó por ocho campos de concentración en cuatro años. Cuando Steven Spielberg viajó a la Argentina para tomar testimonio de los sobrevivientes, Mendel decidió, junto a su mujer, Fela –que también era sobreviviente y falleció hace doce años–, no participar. “Todo el mundo recuerda episodios, pero un sobreviviente de un hecho traumático los revive, los siente en el cuerpo. Por eso mi señora no quería participar”, explica. Hace unos años, su nieto grabó su testimonio, pero la primera vez que se animó a hablar del tema con alguien que no conocía de antemano fue con Wanda Holsman, aprendiz de 24 años. “Ya estoy cerca del final, sentía que tenía que dejar algo. Pero no podría repetir el Proyecto... Aunque el saldo es muy positivo, me costó esfuerzo terminarlo. A esta edad me daña la salud. Pensá que yo soy apenas unos años mayor que vos (risas), pero se notan”. Mendel es simpático y generoso. Después de las fotos, invita al fotógrafo a merendar, y para hacer esta entrevista nos recibe con budín, café y aclara que tiene todo el tiempo del mundo para contestar mis dudas. Trae recortes de diario, libros, fotos y no escatima explicaciones. Tiene la mirada profunda y pícara. “No se apichona –dice Wanda–. Siempre cuestionó todo. Es un ejemplo de fortaleza y vitalidad, encara la vida con alegría y es extremadamente simpático”. –¿Por qué te involucraste? Wanda: –Mis abuelas son sobrevivientes, pero todo mi conocimiento de la Shoá es del lado alemán. Y cuando sos familia, no te enterás de todo. Cuando le mostré al nieto de Mendel la bitácora, se emocionó mucho. Otro día, que nos filmaron para un documental, yo le pregunté a Mendel si creía en Dios y me contó una de las anécdotas que más le cuesta recordar. Su hija, que estaba escuchando escondida, se puso a llorar… Nunca había escuchado ese relato. –¿Qué te contó? Wanda: –En uno de los traslados, estaba con otros prisioneros parado en el tren, hacía mucho frío y a medida que iban muriendo, iban apilando los cuerpos congelados. Entonces empiezan a discutir si podían sentarse sobre los muertos o no, y aparece un practicante que dice que “en condiciones extremas, Dios perdonaría”. Y se sientan. En un momento, Mendel siente que en la pantorrilla algo lo rasca, lo toca. Primero piensa que está alucinando, pero la segunda vez que lo siente se para y se da cuenta de que uno de los cuerpos de abajo se había descongelado por el calor. Estaba vivo y lograron reanimarlo. –¿Y usted cree en Dios? Mendel: –No puedo creer en Dios. Vi matar chiquititos… Un millón y medio murieron. Soy judío y respeto las fiestas, pero ya no creo. Lo que más le impactó a Wanda de la historia de Mendel fue cómo él se atrevía a responderles a los oficiales: “Como el padre de Mendel era carpintero y él había aprendido el oficio, en uno de los campos se anota para hacer las barracas. Un día Mendel llama al ingeniero que estaba a cargo del proyecto –y venía quejándose porque trabajaban muy lento– y le dice que en las aldeas cercanas había muchas plantaciones de papas, que vaya todos los días a traerles un poco y que de esa forma ellos iban a poder rendir más. Al principio el ingeniero se sacó –¿cómo un judío le iba a hablar así?–, pero después accedió. Y la picardía no terminó ahí, sino que Mendel les dijo a sus compañeros que trabajen solo un poco más, pero no mucho, porque si no les iban a seguir exigiendo. Tenía 18 años y se animaba a enfrentar a todos”. Wanda insiste con que este es solo un botón de muestra de la historia de Mendel. Que hay cientos de anécdotas parecidas. Al final de la charla, me dirijo a Mendel como “maestro” y él se ríe: “Me causa gracia ser el maestro, cuando ni siquiera terminé el secundario”. “Para mí es un ejemplo”, agrega Wanda. Y nos vamos. En el ascensor, pienso en la frase del escritor húngaro y sobreviviente Elie Wiesel: “Cuando se escucha a un testigo, uno se convierte también en testigo”. Y me voy con la responsabilidad de seguir contando estas historias.

Entrevista Diana Wang y Aida Ender, de Generaciones de la Shoá

“Deberíamos haber empezado diez años antes”

Aída y Diana

Los sobrevivientes de la Shoá –el Holocausto judío– superan los 75 años. En la Argentina, no se sabe si son 200, 500 o 1.000. Algunos dieron charlas, a otros los documentó Steven Spielberg y están los que jamás hablaron de su infancia con nadie. Una semana cualquiera de 2008, murieron cinco. Cinco historias desaparecieron en solo siete días. A Diana Wang, integrante de Generaciones de la Shoá (asociación que nuclea a sobrevivientes, sus hijos, nietos y familiares), le invade una angustia tremenda. “¿Cómo será cuando ya no quede ninguno? ¿Cómo mantener viva la potencia motivadora del testimonio vivo?”. Enseguida recuerda Fahrenheit 451, la obra de Ray Bradbury que describe un mundo donde los libros están prohibidos y para salvar las historias cada “rebelde” memoriza uno. La angustia de Diana se aliviana. Fahrenheit 451 es la respuesta a sus preguntas. Si un sobreviviente –el Maestro– le cuenta su experiencia a un joven –el Aprendiz– y este se compromete a mantener vivo el relato, las historias no se pierden. Diana cuenta entusiasmada el proyecto en Generaciones y prende enseguida. Junto a Aida Ender –secretaria general– y el resto del equipo le dan forma y lo impulsan. Lo bautizan “Proyecto Aprendiz”. –¿Son hijas de sobrevivientes? Wang: –Sí. Hay un hecho puntual que marca mi vida comunitaria. Cuando bombardearon la AMIA me llama mi mamá llorando y me pide perdón: “Yo no sabía, vinimos a la Argentina porque pensaba que era seguro, que no nos iba a pasar nada. Perdón… Nos quieren matar otra vez”. Y esta fue la frase fundante de esta otra actividad en la que se volcó mi vida. Ese “nos” y ese “otra vez” me marcaron. Lo primero que me dije fue “tengo que averiguar, tengo que saber”. Con el tiempo me di cuenta de que ya sabía muchísimo. Mis padres decían que ellos no eran sobrevivientes porque no habían estado en campos. Mi mamá me decía: “¿Qué querías que te dijéramos si nosotros nos salvamos?”. Ender: –Esa era una categorización que se daba entre los sobrevivientes. Lo mismo pasaba con las sospechas. Mis padres no querían contar porque siempre estaba el “¿qué hiciste para salvarte?”. –¿Qué consiguen los testimonios en primera persona? Wang: –A nosotros nos impresionaba el cambio de la recepción de las audiencias cuando hablaba un sobreviviente. Podemos ir a dar una charla y pasar una película pero cuando viene un sobreviviente pasa otra cosa. Además, en la presencia podés repreguntar y en ese repreguntar aparecen las pequeñas anécdotas, la emoción, si tenía miedo o frío. Y esta es la clave de Proyecto Aprendiz. Ender: –La idea es que los aprendices puedan contar el día de mañana cómo era esa persona, qué le gustaba, qué no, más allá de su historia en la Shoá. –¿Cuántas parejas pasaron? Ender: –Ciento diez. –¿Cómo se elige quién va a ser el aprendiz de qué maestro? Wang: –Algunos por azar, otros por cercanía, otros porque creemos que las historias pueden funcionar… –¿Cuántos encuentros realizan? Ender: –Tienen que cumplir un mínimo de 8 horas. Los encuentros pueden ser en cualquier lado y el aprendiz debe tomar notas. Previo al primer encuentro, se capacita al aprendiz. Por otro lado, este firma un compromiso ético que lo compromete a seguir la historia por varias décadas más. –¿Por qué el aprendiz tiene que ser un joven de entre 25 y 30 años? Wang: –Para que haya salido de la inundación hormonal de la adolescencia y que sea lo suficientemente joven para transmitir el relato muchos años. –¿Tiene que ser judío? Ender: –No. La experiencia no solo es del aprendiz sino también de sus círculos concéntricos: familia, trabajo, facultad. Los jóvenes suelen ir compartiendo la vivencia con la gente que tienen alrededor. –¿Por qué muchos sobrevivientes prefieren hablar con extraños? Wang: –Porque con tu familia no hablás de cosas importantes. ¿Tu abuela te cuenta cosas tristes? Es mucho más fácil hablar con el abuelo de otro que con el abuelo de uno, y es mucho más fácil hablar con el nieto de otro que con el nieto de uno. Ender: –Hace unos años, una sobreviviente falleció y en el velatorio los nietos se acercaron a la aprendiza y le dijeron: “Nos tenemos que encontrar para que nos cuentes la historia de la abuela porque nosotros no la conocemos”. Tu abuela no te cuenta cosas tristes. Te preserva. –¿Murieron muchos sobrevivientes en estos años? Ender: –Unos diez. –¿Podrían hacer este proyecto con Abuelas de Plaza de Mayo, por ejemplo? Wang: –Sí. Se necesitan al menos seis personas para coordinar la estructura y cuidar a maestros y aprendices. –¿Cómo reaccionan los sobrevivientes cuando les cuentan del proyecto? Wang: –No entienden nada. Se imaginan que van a ir a dar testimonio y lo que se les pide es otra cosa. Es “andá, reunite y hablá de lo que quieras”. Nosotros les decimos a los aprendices que dejen que el maestro les cuente todo lo que quiera. Después empieza el proyecto. Y a los sobrevivientes los maravilla que los jóvenes destinen su tiempo a escucharlos. Ender: –¿Sabés lo que es para una persona de 85 o 95 años que un joven que no es de su familia, y quizá que ni es judío, quiera escuchar lo que tiene para contar? –¿Qué balance hacen del proyecto? Ender: –Estamos muy contentas. La única crítica es que deberíamos haber empezado diez años antes.

Gastón, Wanda, Rocío

Irene, Mendel, Lea

Terror en Paris. Un peldaño más.

Carta de Lectores publicada en La Nación, edición impresa del domingo 15 de noviembre de 2015. La Shoá, el paradigma del MAL del siglo XX, fue un genocidio con algunas características sin precedentes en la historia de la Humanidad. Una de ellas es que las víctimas serían asesinadas donde estuvieran, ​no había​ límites geográficos para la cacería​. La derrota militar de Alemania en la II Guerra impidió que este programa de horror se hiciera realidad. Estado Islámico aplica en su guerra santa ese aspecto de la Shoá, decidido a acabar con el infiel donde sea que esté, sin límites geográficos​ ni frontera alguna​. En París o Túnez, en Kuwait o Nueva York, en Siria o Pakistán, la Tierra entera es su teatro de operaciones y acción. Pero, sube un peldaño más​ por sobre​ el precedente de la Shoá​, al​ ensanch​ar​ la mira y globaliz​ar​ a las víctimas. Son ahora: musulmanes que no respetan a rajatablas la sharía, cristianos, judíos, hinduistas, budistas, shintoistas, taoístas, brahamanistas y el resto del mundo.

Para Estado Islámico no hay fronteras, igual que con la Shoá y, dado que ahora todos somos las víctimas designadas, ha establecido un nuevo parámetro de lo posible en la estructura del MAL.

La Shoá fue un antes y un después en la conciencia de occidente. Estado Islámico pone en duda el después de la Humanidad.

​Lic. Diana Wang. DNI 10134355
Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina​

Link en La Nación: http://goo.gl/KaGylV