- A partir del film “La habitación” (1) -
De este lado de la pared, todo el mundo. Del otro lado, nada.
En la primera parte de la película, madre e hijo, Ma y Jack, conviven en el espacio mínimo de Habitación de manera natural gracias al esfuerzo de Ma para que parezca totalmente normal. Secuestrados por Old Nick, Ma inventa juegos y mentiras para evitarle a Jack sufrimientos y angustias; él no tiene cómo saber que tras la pared hay otra cosa ni que se está perdiendo algo. Cercano a los delirios creativos del alocado Guido Orefice (Roberto Benigni) en “La vida es bella”, para proteger a su hijo Giosuè de la dura realidad del campo de concentración nazi, Jack crece a salvo de conocer la verdad de lo que sucede gracias a la puesta en escena de Ma.
En la segunda parte, una vez liberados y ya del otro lado de la pared, Ma recupera su nombre, es Joy, y como tal regresa al mundo del que había sido arrancada. Jack, sin otro pasado que el de Habitación, ingresa de manera violenta al mundo que no sabía que estaba tras la pared. La liberación, tan deseada por Ma, es agridulce, compleja, penosa, difícil, no es un jardín de rosas. Durante los años de encierro la vida había continuado afuera y los padres de Joy ya no son quienes eran en el momento del secuestro.
La expulsión de Jack de Habitación y su ingreso al mundo del otro lado de la pared, lo llena de temores, incertidumbres y recelos. La escena en que intenta bajar una escalera por primera vez, es una poderosa metáfora de ese accidentado proceso de reconocimiento, aprendizaje y adaptación que encara con cautela y desconfianza. Todo es desconocido y amenazante y de pronto Jack extraña Habitación, aquel espacio acotado, chiquito, tan suyo y que conocía al dedillo. Libre, añora el encierro en su mundo conocido y confiable donde había construido su identidad. Es que no sabía que había sido una prisión.
La trama está basada en el sonado caso de Josef Fritzl, el ingeniero austriaco que mantuvo durante 24 años a su hija Elizabeth secuestrada, drogada y violada sistemáticamente. De los siete hijos nacidos, tres compartían su encierro, entre ellos Félix que tenía 5 años cuando fueron liberados.
La realidad es peor que la ficción.
También los sobrevivientes de la Shoá que fueron niños estuvieron encerrados en Habitación, escondidos en su identidad, viviendo con otras familias y con otros nombres y/o escondidos físicamente en sótanos, bosques, granjas, orfanatos. Muchos, igual que Jack, creían que lo que vivían era normal, no sabían que estaban escondidos y su liberación e ingreso al nuevo mundo fue un momento traumático.
Solo el encierro y el que los niños no supieran lo que estaba pasando tiene algún parecido con la Shoá. Éste fue un hecho colectivo generado por el nazismo mientras que la historia de Jack se debe a una patología individual del secuestrador. Pero la respuesta emocional tanto durante el encierro como luego de la liberación, es similar a lo vivido por los niños escondidos (2) de la Shoá.
Durante la Shoá los padres judíos emprendieron una lucha descomunal en el intento de salvar a sus hijos. Con pocos recursos, presos de una situación imposible, los que pudieron se las arreglaron para poner a sus hijos a salvo, sin saber si alguna vez los volverían a ver. Esos niños, entregados con pocos meses de vida o con muy pocos años, criados en variados contextos, no tenían memoria de sus padres, ni sus nombres y apellidos.
Los más chiquitos creían, igual que Jack, que las cosas eran simplemente así. Había que ocultarles la realidad, era peligroso que supieran que no eran quienes decían ser, tenían que ser desconocidos para ellos mismos para salvaguardar sus vidas y las de sus salvadores. Y también el momento de la liberación fue confuso y traumático porque tras la pared chocaron con otro mundo que les reveló que lo anterior había sido mentira. Recién entonces supieron quiénes eran y qué y cuánto habían perdido.
Pedro me decía que había escapado de Alemania con sus padres y llegaron a China donde fueron encerrados en el gueto de Shanghai. Estuvo allí desde sus cuatro o cinco años hasta los diez u once cuando llegó a la Argentina. Una vez acá conoció cómo habían sido las infancias de los otros chicos y recién entonces se dio cuenta de que en la suya no había sido feliz. En el gueto de Shanghai no tenía idea de que se podía estar o vivir de otra manera, eso era todo lo que había, todo lo que conocía y allí jugaba con los otros chicos que eran iguales que él y creció convencido de que era normal, de que así eran las cosas para todos los niños del mundo. Recién cuando atravesó la pared supo que había otra forma de vivir y resignificó sus años de encierro con algo de dolor y, igual que Jack, también nostalgia.
No todos los niños recuperaron su identidad, no todos salieron de Habitación, hay una incierta cantidad que siguió allí para siempre y no sabemos cómo continuaron sus vidas. Los que fueron liberados debieron despedirse de sus salvadores, llamarse de otra manera, rearmar una nueva historia con las piezas, a veces escasas, del rompecabezas disponible, conocer su identidad judía y volver a aprender a caminar.
No todos emergieron con felicidad de la difícil situación. Esta nueva identidad se superpuso a la de Habitación que resultó ser falsa y debió ser sumergida, ocultada. Los niños escondidos tienen así la experiencia de estar doblemente escondidos: la primera vez sin saberlo, en el escondite salvador, con otro nombre y la segunda, ya conscientes, al volver a su nombre e historia original y verse forzados a desechar y olvidar lo anterior. En este aprendizaje para afrontar las nuevas escaleras en las que se superponían sus dos realidades, forzados a olvidar, el olvido nunca fue total. Ocultaron con un silencio protector sus emociones y recuerdos, en especial los momentos de alegría y bienestar de cuando estaban en Habitación. Y si además extrañaban, como muestra el Jack de la película, debían enterrarlo en los pliegues más ocultos de su alma.
Maurice fue salvado por una familia católica en Francia. Cuando terminó la guerra apareció un señor que decía que era su tío a quien no recordaba. Supo que no era hijo de la familia que lo había salvado, que sus padres habían sido asesinados, que su apellido no era el que creía y que era judío. Hasta el día de su muerte Maurice cuando se le preguntaba de qué religión era decía, sin culpa alguna y con una sonrisa pícara: je suis juif-catholic, soy judío-católico. Tenía presente la gratitud a sus salvadores, fervientes católicos, a los que nunca quiso dejar de lado y olvidar.
Los niños escondidos guardan secretos y nostalgias, memorias vivas encadenadas bajo cuatro llaves. Muchos me han confesado sus añoranzas “pecaminosas” enredados en un conflicto de doble lealtad. No todos se atrevieron, como Maurice, a decirlo en voz alta.
Y hay muchas Habitaciones en nuestro mundo perverso. A los abusos y maltratos históricos de los niños se suman hoy las apropiaciones, la trata con fines pornográficos y los secuestros de ejércitos irregulares para disponer de carne de cañón sumisa y efectiva.
Hay muchos y diferentes encierros. Sabemos que los chicos no se rompen, que los humanos tenemos tal plasticidad que somos capaces de subir la empinada cuesta de la reconstrucción y albergar al mismo tiempo dos identidades dialogando. El bienhechor olvido no es tal. Todo está escondido en la memoria (3). Todo.
(1) “Room”, Irlanda-Canadá, 2015 Dirección Lenny Abrahamson. El título original, está mal traducido como “La habitación” pues no es “The room” sino “Room”, sin el artículo; los protagonistas viven en “Habitación”, como quien vive en un sitio con nombre propio como Buenos Aires, no la Buenos Aires o Tokio, no el Tokio. Novela y guión de Emma Donoghue. Protagonizada por Jacob Tremblay como Jack de cinco años y por Brie Larson que, como Ma, ganó el Oscar mejor actriz 2016.
(2) Wang, Diana: “Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires”. Editorial Marea. 2004.
(3) La Memoria. Canción de León Giecco.