Pareja y vinculos

Pagar matrícula para "Vivir en pareja"

Columna del 11 de marzo de 2022 para el espacio “Vivir en pareja” de Le doy mi palabra programa de radio Mitre conducido por Alfredo Leuco en Radio Mitre.

¡Listo! ¡Te enamoraste! Encontraste tu media naranja y deciden vivir juntos esperando que será siempre un jardín florido, el clima eternamente templado, sin tormentas y si las hay van a ser pasajeras, cada mañana será un nuevo renacer y en cada noche arderán en deseos y amor pasional. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

¿Sabes qué? No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos hicieron estos mitos irreales y tramposos! Nos engañaron con lo de la felicidad eterna y no nos dijeron que había que pagar una matrícula para convivir con un otro que nunca es exactamente como nos gustaría y ahí empiezan los problemas y las penurias. 

En lugar de jurarnos amor y fidelidad eternos, habríamos podido anticipar todo pagando la matrícula de la convivencia. 

Son tres promesas: 

Va la primera: NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Si tu otro no es exactamente como querés seguro que ya trataste de que sea diferente. El otro también intentó cambiarte para que seas como necesita. Y ninguno de los dos pudo, ¿no es cierto? Es que obligar a alguien a no ser como es es un juego dañino, irrespetuoso que produce frustración, porque ese cambio no sucede. Uno y otro, los dos, ven que no pueden cambiar al otro, el resentimiento crece, la convivencia se corroe y la va volviendo un infierno.

La mala noticia que tengo es que nadie puede cambiar a nadie. El solitario ama la soledad y no se siente cómodo entre mucha gente. El sociable ama estar con otros y evita la soledad. Pedirle a un solitario que quiera estar con gente o a un sociable que quiera estar solo, es pedirles algo que difícilmente puedan hacer porque contraría sus naturalezas. Y así con todas las cosas. La primera es entonces: no intentaré que cambies.

La segunda promesa es: NO CREERÉ QUE ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es, hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Si tu otro no domina el arte de la conversación, es silencioso y poco elocuente, esperar que hable, es esperar algo que difícilmente sucederá. Y no te lo hace a vos. Es así. No le sale hablar, no está cómodo hablando, no es que no quiere hablar con vos, es que el momento de hablar puede serle angustiante porque no está entrenado en hacerlo. Creés que te lo hace a propósito, por pura maldad, que no le importás, que ya no te quiere. Y las más de las veces, no es así. Es que hablar no es lo suyo y difícilmente cambie. Le estás pidiendo peras al olmo, y ningún olmo da peras. No te lo hace a vos. Es así. No es contra vos, por eso es tan importante tu promesa en el pago del peaje de no creer que te lo hace a vos, que lo aceptás cómo es. 

Ver que no se lo hace a uno es liberador, lo saca a uno de la queja, del reclamo, de la acusación porque se deja de esperar lo que el otro no tiene o no puede. La segunda promesa es entonces: no voy a creer que me lo hace a mí.

Y la tercera promesa es: NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. El otro está igual que uno, tampoco pide, también espera ser adivinado. Cada uno en su propia burbuja, creyendo que el otro sabe qué necesitamos, qué estamos esperando y cuando no sucede, vienen el dolor, la queja, la acusación de “¿Cómo que no sabe? ¡tiene que saber! lo que pasa es que no me ve, no le importo”. No, lo que pasa es que no adivina, si no decimos claramente lo que queremos, no lo sabe. Si no nos dice claramente lo que necesita no lo sabemos. Esperar que adivine es una perversa prueba de amor que no prueba amor sino la incapacidad del otro de adivinar. Es más realista, económico y efectivo pedir. La tercera promesa es no esperaré a que adivines.

Somos vulnerables, frágiles e imperfectos, esperamos ser reconocidos y satisfechos y perdemos de vista que al otro le pasa exactamente lo mismo, también espera ser reconocido y satisfecho. Y ojo que la matrícula no es opcional, es tan obligatoria como el cinturón de seguridad, nos protege de los accidentes de la vida y permite un viaje juntos amable, respetuoso y amoroso.

Y si no pagaste la matrícula al principio, siempre estamos a tiempo, capaz que es eso que creías que ya no funcionaba se reaviva con esta proposición tuya. Va de nuevo: 

me comprometo a 

  • no intentar cambiar al otro 

  • no creer que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperar que adivine, pedir lo que necesito

El amor y la felicidad. En "Vivir en pareja".

4 de marzo de 2022. Primer columna en el programa Le doy mi palabra conducido por Alfredo Leuco.

Voy a empezar a hablar, como carátula de la columna, del amor y la felicidad.

Mirá lo que me dijo María Marta: “No soy feliz. No tengo ganas de nada, mi marido no me habla, no me pregunta cómo estoy ni me cuenta nada, soy como un mueble para él, algo que está en la casa pero es transparente, siento que no le importo, que no existo ya como mujer ... ¿será que ya no me quiere? encima yo también dudo, no sé si lo quiero …”. Su voz, su gesto, eran de una desilusión y una tristeza infinitos. En su trabajo estaba bien, con sus hijos también, su infelicidad venía porque no se sentía amada por su marido.

Es que el amor y la felicidad vienen en un mismo paquete y la felicidad, pero de un solo tipo de amor, el de pareja, el que pone brillo en los ojos y te hace creer que todo es posible, que seremos felices eternamente. 

Pero resulta que no es eterno, es como las estrellitas que encendíamos en las noches de navidad y año nuevo y que mirábamos embelesados haciéndolas bailar pero que se apagaban demasiado rápido. María Marta, como tantos de nosotros, tenía esa estrellita en la mano ya sin luz y se preguntaba qué pasó, ¿dónde fue esa luz? ¿por qué se apagó si le habían prometido que estaría encendida siempre?

Un día conocés a alguien, se miran y les gusta lo que ven. Vemos a un otro que nos gusta y al mismo tiempo nos gusta ver que nos mira como nos gusta que nos vean. El amor se despierta en ese juego de seducción y conquista que promete un oasis de placer eterno. Se enciende la pasión que ahora es todo el cuerpo, estamos enamorados y ese otro es la llave de nuestra felicidad.

Y nos tomamos del brazo para caminar juntos, compartir la mesa y la cama, los desayunos y las cenas, el lavarropas y la heladera. Vamos tomados del brazo, construyendo, la vista al frente, uno al lado del otro y sin darnos cuenta, dejamos de mirarnos. Y un día, como dice la canción de la apertura de la columna, nos damos cuenta de que nos dejamos de ver ¿qué nos pasó? ¿No era que si vivíamos juntos seríamos felices? ¿y por qué no somos felices? 

Vivir en pareja es un desafío cotidiano. Creíamos que el amor lo podía todo, que si hay amor todo lo demás se arregla y que la estrellita seguirá brillando siempre. Tanto bolero y novela romántica nos metió en la cabeza que el amor basta. Pero vivir juntos es una empresa que necesita acuerdos como cualquier empresa, pero más acá porque su producto es que sus dos socios sean felices.

¿Y cuáles son los ingredientes de la felicidad? Reconocimiento y aceptación, estímulo y valoración, seguridad y paz. Fijate que no digo sexo o pasión no porque no importe, buen sexo importa pero sentirse bien necesita del diálogo franco, los modos amables, la escucha abierta. El amor no basta, hay que ponerle ganas porque, y lo digo de nuevo, los caminos que llevan a la felicidad son el reconocimiento y la aceptación, el estímulo y la valoración, la seguridad y la paz. 

Por eso voy a hablar del amor. Pero no de esa cajita mágica con mariposas de colores y estrellitas brillantes que tiene una vida breve y nos deja frustrados y desilusionados creyendo que quedó vacía. ¿Sabés qué? no es así. Hay más, mucho más y junto con Maria Marta la abrimos de nuevo a ver qué otras cosas había. Te lo digo yo que lloré tantas veces creyendo que la cajita estaba vacía enceguecida por una idea del amor que lo reduce a los primeros momentos de sexo y pasión. Cuando empecé a abrir con otros ojos la cajita romántica vi que había mucho más… esto es lo que quiero contarle a tu audiencia. 




María Marta enuncia una carencia que es muy común en las parejas convivientes después de un tiempo. Siempre digo que después de algunos años de vivir juntos todo matrimonio se convierte en incesto. Ese otro del que nos habíamos enamorado pasa a ser parte de nuestra familia, alguien querido, conocido, previsible, habitual, que siempre está ahí, que suele decir las mismas cosas, ubicarse en los mismos lugares, tener las mismas actitudes e intereses y todo aquello que nos enamoró parece haberse evaporado. ¿Dónde quedó? ¿Cómo es posible que la misma persona de la que nos enamoramos, que siguió siendo igual, nos desenamoró?

Y se abren una pila de preguntas. ¿Qué es el amor? ¿Es solo la pasión del comienzo? ¿El enamoramiento que te llena la panza de mariposas se gasta, las mariposas se cansan y se van? ¿Es verdad que la rutina mata al amor? ¿Es mala la rutina? ¿Y la felicidad? ¿Por qué parece escaparnos de las manos? ¿Es algo que hicimos nosotros o la culpa la tiene ese otro con quien convivimos que no nos quiere como queremos que nos quiera, que no nos mira como queremos que nos mire, que no nos dice lo que queremos que nos diga ni nos da lo que queremos que nos de? ¿Y nosotros? ¿Lo queremos como necesita que lo queramos, lo miramos como necesita ser mirado, le damos lo que necesita que le demos? 

Ya sé que en la pareja la culpa siempre la tiene el otro. Nunca nosotros. Ese otro pérfido y cruel que disfruta haciéndonos daño y negándonos justo eso que necesitamos y que sabe que tanta falta nos hace. Lo hace a propósito. 

La queja de María Marta es la queja de muchos que creían que la pareja iba a ser un oasis eterno y descubren defraudados que no es un camino liso, asfaltado y con indicaciones claras sino a veces un lugar con accidentes, que requiere trabajo, cuidado y atención, que no florece todo el año sino de a ratitos y lleno de trampitas que no sabemos como desactivar. Vivir en pareja nos desafía con todas estas cuestiones porque hemos sido educados con la ilusión de que el amor todo lo puede y que si no se está pudiendo es que ya no hay amor. Y no es así. 

10 Claves y 5 ejes para conversar con tu pareja

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La palabra es muy poderosa. Puede desatar una guerra o estimular una caricia. Esto se pone en juego cotidianamente en la vida de una pareja a veces desde el comienzo mismo, otras, a medida que las circunstancias van complejizando las situaciones y la mecha se va acortando. Las diferencias tanto personales como familiares y sociales requieren negociaciones cotidianas casi siempre implícitas y poco satisfactorias. Si no se pueden encarar, se transforman en conflictos, frustración y sufrimiento. ¿Cómo hablarlos? ¿Cómo hacerlo de modo que no se caiga en discusiones y peleas? ¿Es la evitación el mejor camino?  ¿Cómo poner en palabras lo que sucede sin que ello provoque un estallido y que invite al diálogo y a la resolución?

Haciendo siempre lo mismo se conseguirá siempre lo mismo. Presionar al otro miembro de la pareja para que cambie, con reclamos y acusaciones, no solo no conduce a su cambio sino que provoca que responda de manera airada e inclusive violenta.

Creemos que el amor todo lo puede. Si no puede todo, creemos que el amor se ha terminado, damos por terminada la pareja y nos hundimos en un doloroso sentimiento de fracaso. Pero todo esto, o casi todo, puede evitarse aprendiendo a conversar. 

¿Aprender? ¿Si todos sabemos conversar? Cierto, pero no del todo. Hay toda una serie de cosas que pasamos por alto, que no consideramos ni implementamos a la hora de emprender una conversación, en especial, una conversación tan emocional como la que sucede con nuestra pareja. A continuación propongo 10 claves que le dan una oportunidad a la conversación y que evita los habituales enfrentamientos hirientes.


  1. Habilitar la escucha. Asegurarse de que el otro está disponible y con la intención de escuchar, evitar sorprender e irrumpir sin previo aviso ni permiso. Tocar el timbre y esperar que la puerta nos sea abierta y recién entonces entrar.

  2. Desconfiar de la espontaneidad. El entretejido de una pareja es complejo y hay que prepararse: tener claro lo que se quiere decir, controlar la propia reacción. La emoción nos puede jugar malas pasadas si no estamos preparados. Fundamentalmente tener claro qué es lo que uno no quiere que pase.

  3. Evitar descargar. Si va de descarga no es conversar sino atacar. Conversar es dialogar, pensar juntos. Eso no es posible si lo que se quiere es recibir reconocimiento, tener razón, descargar una molestia o acusar, no se está proponiendo una conversación sino una batalla. Querer ganar no es una propuesta de conversación sino de guerra.

  4. Asegurar la paz: deponer las armas. Toda propuesta de conversación levanta una amenaza, se espera el reproche, el ataque. Es preciso anticipar ese temor, informar explícitamente que se intentará un diálogo no una batalla y prestar atención todo el tiempo para que se mantenga así. El más mínimo gesto de hostilidad es un indicador que se debe registrar y disolver.

  5. No me lo hace a mí. Conocer, reconocer y aceptar al otro que no es como uno, no ve las cosas igual, no piensa igual, no tiene el mismo estilo de manejo de conflictos, ni las mismas capacidades o recursos. Las más de las veces lo que hace o no hace es solo lo que puede, casi nunca le está destinado voluntariamente al otro aunque sea el otro el lastimado. Si se entiende que el daño fue voluntario el dolor de la herida impide una verdadera conversación. Solo entendiendo que se debió a quien es, como es, qué puede y con qué recursos y habilidades cuenta, que “no me lo hace a mi” se podrá no atacar. Ante la duda: preguntar, no darlo por sentado.

  6. No pedirle peras al olmo, expectativas reales. Si conocemos al otro, si respetamos y aceptamos sus capacidades y habilidades, no esperaremos que haga lo que no puede hacer, regularemos nuestras expectativas según sus reales posibilidades. Esta ceguera respecto del otro es fuente de mucho sufrimiento y frustración porque se entiende que “no quiere” cuando en realidad “no puede”. Si se necesitan peras, es preciso recurrir a un peral, los olmos no tienen.

  7. Distinguir verdad de opinión. Todos creemos que nuestra visión del mundo es LA correcta, LA verdad, LO normal. El otro cree exactamente lo mismo. Esta creencia es la fuente privilegiada de enfrentamientos y peleas. Quien cree poseer la verdad avasalla y se impone sobre un otro a quien inferioriza y descalifica. La descalificación es un ataque, ante un ataque se contraataca, la guerra está declarada. Cuando la visión del mundo, o lo que sea, se enuncia como una opinión, se implica que puede haber otras. Naturalmente el tono y el gesto son menos tajantes, más amables y se le ofrece al otro la alternativa de la paridad. Solo así se abre la posibilidad de un diálogo.

  8. Usar el idioma de la necesidad. Hablar en primera persona usando el verbo necesitar y decidirse a pedir. Si se habla en el idioma de la queja, el reclamo, la acusación o la burla lo que se dice es respecto del otro, enunciado en segunda persona, es un ataque. Ataque, contraataque, guerra. Imposible conversar. El uso del idioma de la necesidad junto con el verbo necesitar por el contrario se dice en primera persona: “yo necesito, a mi me hace falta” no habla del otro sino que expone los propios sentimientos, las propias carencias y vulnerabilidades, no es acusatorio, es un puente, una mano tendida que el otro puede tomar o no, pero no se le impone la violencia. 

  9. Descartar la primera orina de la mañana: frenar la reacción. La espontaneidad es la peor enemiga en conversaciones de pareja en las que tantas veces se ha caído en los mismos argumentos y escaladas de las que se ha salido lastimado y frustrado una y otra vez. Ante una reacción o gesto hostil, tener preparada una salida no violenta ni reactiva. Perder el control echa por tierra cualquier posibilidad de dialogar. Desde respirar hondo hasta dejar el lugar un momento para recuperarse y evitar esa reacción que enciende la mecha y convierte el encuentro en un incendio. 

  10. No insistir si el clima no es pacífico. Si no se consigue un clima receptivo y amistoso, si en medio de la conversación se enturbia, dejarlo para otra vez. No siempre es fácil apaciguar un momento hostil. Insistirse en los mismos argumentos con la esperanza de conseguirlo hace las cosas peores. Una vez encendida la mecha bélica no se la puede apagar con los mismos recursos de siempre, los que antes no funcionaron. Es mucho mejor abandonar y dejarlo para otra vez. 


En resumen, si queremos conversar, es decir dialogar en lugar de atacar, es preciso ubicarnos alrededor de estos 5 ejes:

  1. Tener presente las necesidades propias y cómo es el otro y qué puede. 

  2. Si no lo hicimos al comienzo de la relación, debemos pagar ahora el peaje mandatorio por el cual nos comprometemos a  “Aceptar a mi pareja como es y no pretener que cambie”. 

  3. Considerar al otro como otro, con el mismo derecho que uno, lo que implica respetar sus decisiones y opiniones, darle el tiempo que necesita según sus capacidades, pedirle de modo amable lo que sus habilidades y características le permitan, abrir nuestras emociones y expresarlas en primera persona. 

  4. Usar las dos P como llaves maestras: preguntar y pedir. 

  5. Y, como decía John Lennon: darle una oportunidad a la paz.

Publicado en Clarin

Hablamos de hablar, una charla en Mishkan

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Comenzando Slijot, los días previos a los Días Terribles, “Iamim Noraim” que van entre “Rosh Hashaná” el comienzo del año y “Iom Kipur”, el día del perdón, el inicio de las reflexiones tendientes a dar un pasito más para ser mejores personas.

Charla en el Centro de Espiritualidad Judía, Mishkan, con Daniel Helft que hizo posible un intercambio fluido y relevante sobre ideas relativas a la culpa y al perdón, al hablar para comunicar en lugar del hablar para atacar y a la importancia de considerar al otro, al que escucha, del que dependemos, tanto para vivir como para ser perdonados.

La charla se transmitió online y al final (los últimos 4 minutos) el rabino Reuben Nisenbom intervino de manera conmovedora.

Entrevista y concurso Radio con vos

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“No sabemos hablar”, dijo la psicoterapeuta Diana Wang, especialista en conversaciones difíciles

Por Martina Tortonesi 

Los humanos son seres sociales por naturaleza, pero en momentos de grieta, desencuentro y pérdida, suele confundirse hablar con conversar y las discusiones llegan para tomar protagonismo.

“Hay un hablar que conversa y otro que ataca. Si hay ataque, no hay conversación posible”. Esto es lo que sostiene la psicoterapeuta Diana Wang, que aconseja a personas que deben enfrentar situaciones ríspidas e incómodas, discusiones o peleas que impiden el diálogo.

La escritora y especialista en vínculos –miembro del Museo del Holocausto de Buenos Aires y de TEDxRiodelaPlata– habló con Diario Con Vos sobre su próximo curso para enfrentar conversaciones difíciles.

-¿Con qué inquietudes suele llegar la gente a tus cursos? ¿Qué tipo de gente suele ir?

-Viene gente de diferentes ámbitos puesto que cuando se trata de la interacción humana pasan las mismas cosas en todas partes. Recibo tanto personas interesadas en resolver alguna conversación difícil en el ámbito familiar como en el social o el laboral. Las inquietudes suelen coincidir en el desánimo por haberlo intentado muchas veces y no haber podido conseguir conversar. La gente suele venir herida y con poca esperanza.

-¿Qué puede generar en una persona el guardarse una conversación difícil?

-Las conversaciones difíciles tienen un trámite doloroso porque para evitar la pelea, que es donde suelen desembocar, a veces se las calla esperando el momento adecuado, que no llega porque el temor al enfrentamiento lo posterga una y otra vez. Y hacen bien porque, y este es mi descubrimiento para nada novedoso, no sabemos hablar. No sabemos hablar y dialogar, lo que solemos hacer es hablar y quejarnos, hablar y acusar, hablar y demandar.

No sabemos hablar y dialogar, lo que solemos hacer es hablar y quejarnos, hablar y acusar, hablar y demandar.”

-¿Tus cursos tienen un enfoque especial por la pandemia? ¿Qué tipos de conversaciones difíciles surgieron en este último tiempo?

-Empecé los cursos durante la pandemia y como resultado de ella, así que no sé cómo serán una vez que termine. Las dificultades para conversar ya las tenía descriptas previamente pero el encierro forzoso y la convivencia obligada las puso de modo protagónico y tal vez lo que antes se podía ocultar ahora está resultando más difícil.

-¿Hay diferencias entre los hombres y las mujeres? ¿Es cierto que a los hombres les cuesta más abrirse o son más reservados?

-Claro que hay diferencias, tantas como diferencias entre las personas. Una de las cosas que enfatizo en los cursos y en mis conferencias es que la gente no cambia, hay características que nos definen y nos acompañan toda la vida. Sociables o recluidos, conversadores o callados, optimistas o pesimistas, activos o reflexivos, planificadores o repentinistas… y puedo seguir con este tipo de categorías que no cambian. Y esa es una de las fuentes de conflictos más común, la expectativa de cambiar al otro. Es el motivo universal de las consultas de pareja que recibo: ambos vienen pidiendo y esperando cambiar al otro. Aunque ciertamente es más común encontrar mujeres que tienen más desarrollada la conexión de sus emociones y que se frustran cuando su compañero masculino no responde de la misma manera. También es más común que los hombres tengan desarrollada la actitud de ir directo a la solución de algo, que el diálogo les resulte incómodo. Más común no quiere decir que todos lo hagan ni siempre ni del mismo modo. Pero estas y otras diferencias están en la base de muchos desencuentros y penurias.

-¿Hay diferencias generacionales? ¿Los niños, adolescentes y adultos enfrenta conversaciones diferentes?

-Hay diferencias etarias, aunque no en la metodología de encarar una conversación que sea un diálogo y no una pelea. En la base de un verdadero intento de dialogar debe estar la consideración por el otro, la convicción de que el otro tiene tanto derecho como uno a opinar e incluso a opinar distinto, porque es un otro, es distinto que uno. Incluso los hijos. Si nos acercamos pontificando, con un discurso de superioridad, enarbolando la insignia de la verdad que solo nosotros poseemos, no podemos ver al otro. Y si el otro, sea niño, adolescente o adulto, no es visto, no es atendido, no es respetado, ninguna conversación podrá tener lugar. Será un monólogo, o dos monólogos paralelos, cada uno creerá que el otro no lo ha escuchado y tendrá razón: nadie fue escuchado. Si queremos conversar de modo dialogal, el requisito indispensable es tener abierta la oreja mucho más que la boca.

La gente no cambia, hay características que nos definen y nos acompañan toda la vida. Y esa es una de las fuentes de conflictos más común: la expectativa de cambiar al otro.”

Wang resumió que “de todo esto es que se trata el curso. Es adquirir una nueva habilidad, una súper habilidad, porque una vez adquirida, la podemos naturalizar y aplicar a todos los ámbitos de nuestra vida. Una vez que vemos con qué poco podemos revertir una situación que parecía imposible, esta habilidad queda incorporada. No hay nada mejor para mantener un cambio que el éxito. Lo que enseño no es mágico ni requiere poderes especiales: son cosas que todos conocemos, que tenemos a mano y que no solemos usar“, finalizó.

Publicado en Diario con vos

Desnudez emocional: parejas, conversaciones, intimidad...

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“Las nuevas constelaciones de pareja son un ejercicio de libertad, y también un salto al vacío”

¿Todas las parejas están condenadas al fracaso? ¿Por qué? ¿Qué características nos llevan inevitablemente a él?

De ninguna manera. Ni todas ni la mayoría, tal vez muchas, pero son números inciertos y todas/mayoría/muchas son apreciaciones. ¿Qué es fracaso por otra parte? ¿Separarse? ¿Estar juntos en la desdicha? El fracaso se mide por cuál es la expectativa de éxito. Entonces ¿qué es éxito? ¿no discutir nunca? ¿vivir la atracción sexual igual que el primer día? Tanto fracaso como éxito son subjetivos y dependen de cuanto las expectativas coinciden con los logros. Cuanto más alta la expectativa más se alejará del logro, o sea que una expectativa alta conducirá a una vivencia de fracaso doloroso. 

  • ¿Cómo, y por qué, sostener un proyecto de a dos a pesar de que el “para siempre” ya no lo creemos más? (¿O sí lo creemos?) ¿En qué lugar nos deja ese cambio de la subjetividad? Como señalás en tu libro Te amaré para siempre: ¿dónde quedaron las perdices?

El título de mi libro (es Te amaré eternamente) refiere al mito romántico que puede resumirse en “el amor todo lo puede”. El “para siempre” es un anhelo de cuando la vida terminaba alrededor de los 50, cuando los hijos estaban criados y ya estábamos viejos y a punto de partir. Hoy cambió la expectativa, los 50 son años jóvenes, le siguen los 60, los 70, los 80 y hasta los 90 en actividad y con proyectos. ¿Cómo esperar un “para siempre” cuando a lo largo de todos estos años se van cambiando expectativas, necesidades, proyectos? Los caminos a veces divergen y la pareja deja de ser la mejor compañía o hasta entorpece los nuevos pasos. Por otra parte, en la convivencia nos vamos construyendo juntos, gran parte de lo que vamos siendo es consecuencia de como va siendo nuestra pareja y lo que vamos tejiendo juntos; uno es uno y también lo que va siendo junto con el otro. No es fácil elegir separarse y si uno lo hace se lleva consigo parte de lo que construyó en la convivencia. Un maestro mío decía que el divorcio no existe, que llevamos en nosotros cada una de las parejas con las que convivimos y con las que nos fuimos haciendo. 

  • El amor romántico está hoy en la mira, ¿cómo reconvertir ese sentimiento/anhelo sin (tantos) velos ni ideales imposibles?

Aquel ideal romántico que tenemos hondamente incorporado y que sigue siendo lo que esperamos, dura poco y no hay engramas o estructuras de las que aprender para saber cómo seguir cuando la infatuación, el enamoramiento, la pasión, se van apagando y sigue el día a día, las negociaciones acerca de conductas, actitudes y costumbres. Muchos hoy lo saben aunque esperan que el flechazo sea persistente, ¿quién sabe? capaz que el milagro suceda. Pero saber que no dura le quita sal y pimienta al gusto de la pareja, desanima. El velo quitado nos dice que el amor eterno se reconvierte y eso parece reducir el atractivo de aquella promesa romántica y son no pocos los adultos jóvenes que, por esa causa, no se entregan a la aventura de armar una pareja y seguirla.  

  • Los cuestionamientos a la monogamia -por ejemplo, de la mano del poliamor, y en contra de la infidelidad- replantean el concepto de pareja “estable”. ¿Qué desafíos supone esta redefinición para parejas, y también para solteros?

Estamos en un momento complejo en este sentido. Las ansias de dibujar el propio destino, de construir las relaciones de modos que se adapten a alguna necesidad del momento, las nuevas constelaciones de pareja, son por un lado un ejercicio de libertad pero por el otro un salto al vacío. Paul Watzlawick, el original psicólogo de la Escuela de Palo Alto, decía que era adulta aquella persona que hacía lo que sus padres querían pero porque lo quería ella. Es decir, la estructura cultural que uno tiene incorporada es la que a uno lo configura, le guste o no, con un mapa claramente marcado, con calles, avenidas y reglas de tránsito. Las nuevas búsquedas amorosas se transitan sin caminos previos, abriendo senderos en bosques espesos sin saber cómo sigue, cómo será y muchas veces sin tener los recursos necesarios para la aventura y en riesgo. Tras el placer de abrir sendas vírgenes, el placer del adelantado, del conquistador, puede haber una vivencia de desolación ante peligros que sorprenden. Por ejemplo, la pareja tradicional se funda en el compromiso mutuo de no tener relaciones extramatrimoniales, lo que se suele llamar infidelidad. Algunas de las nuevas modalidades eximen a sus miembros de ese compromiso. Pero los celos, la necesidad de confirmación, la sed de pertenencia, el temor a la exclusión y a la soledad son características que integran nuestra subjetividad. La pareja tradicional lo ha reglado a lo largo de siglos como sus “reglas de tránsito”, que regulan incluso su transgresión y continuidad. Las nuevas parejas o constelaciones deben improvisar, reglarlo una y otra vez e incluso ir cambiando las reglas a medida que las relaciones van creciendo o complejizándose, requiere un trabajo de negociaciones a veces agotador y lo que es promesa de libertad se torna en una inesperada prisión. Y se me abre la pregunta de cuánta es la libertad que podemos esperar al momento de unirnos emocionalmente a una u otras personas. La idea de la libertad es más compleja de lo que parece. No es hacer lo que uno quiera en el momento en que uno quiera. Es aprender a respetar lo que uno quiere al tiempo que se respeta lo que quiere el otro. Y el otro es siempre un límite a nuestra ansia de libertad.

  • Los y las sexólogas son furor en Instagram y en lanzamientos editoriales. ¿Qué opinás de esta liberación sexual y el discurso del “derecho a gozar”? ¿Qué riesgos hay de que se convierta en una especie de “deber ser”?

Forma parte de lo que creemos que es el amor y de cómo definimos y consideramos una sexualidad satisfactoria. Estamos viviendo momentos privilegiados respecto a los derechos al placer y a la satisfacción de las necesidades. Nunca antes en la historia de la humanidad se ha planteado todo esto como un derecho, y un derecho universal. El derecho implica la idea de que es legítimo conseguir lo que a uno le hace falta pero veo que muchas veces no se considera del mismo modo que a todos no nos hace falta lo mismo. Cuando se habla de sexualidad muchas veces pareciera que se habla solo de gimnasia, del desarrollo de una habilidad, dando por sentado que es una necesidad de todos. Y no siempre lo es. No me refiero a la sexualidad reproductiva sino a la placentera, a la que se elige solo “perche mi piace”, son dos necesidades de diferente orden, el primero colectivo y el otro personal.  No todos tenemos la misma apetencia sexual, ni la misma intensidad ni la misma necesidad. Podemos pasar largos períodos de nuestra vida sin encuentros sexuales y sin que sea un desmedro de ningún tipo ni una carencia básica, traumática y dañina. No es forzoso ni obligado ni indispensable. Lo que sí lo es, es el ansia de intimidad. Suele suponerse que lo íntimo tiene que ver con la desnudez y la genitalidad, y en parte es cierto, porque la intimidad requiere de la desnudez emocional, de una relación con tal confianza que permite que se muestre lo que yo llamo la “mancha de caca en la bombacha”, eso que todos tenemos y que nunca jamás exhibiremos. Encontrar una relación en la que podamos relajarnos y entregarnos confiadamente aún cuando expongamos nuestra mancha, aunque no haya sexo, es el anhelo más profundo que tenemos.

  • En la era de las comunicaciones, necesitamos aprender a comunicarnos mejor. ¿Por qué nos cuesta, o no sabemos, mantener conversaciones asertivas? ¿En qué fallamos (habitualmente)?

Es que no nos enseñaron a hablar. Balbuceamos palabras creyendo que los sonidos que emitimos son propuestas comunicativas y las más de las veces son ataques. Cuando nos dirigimos a otro intentando comunicar algo que nos pasa con esa persona es habitual usar el idioma de la queja, el reclamo, la crítica, el juicio y el de la acusación. Son todos ataques. Son todas diferentes maneras de decirle al otro que todo lo que pasa es por su culpa. Y ante un ataque, como todo mamífero, nos defendemos. La escucha defensiva es una escucha obturada, no se puede escuchar si uno está pensando cómo defenderse de lo que vive como un ataque. Y no nos damos cuenta de que lo hacemos, creemos que estamos siendo objetivos y que estamos describiendo la realidad y no advertimos que si lo hacemos acusando, el mensaje no se oye, solo llega el ataque. El hablar en segunda persona, el hablar del otro, el ponerse en el lugar del fiscal acusador hace imposible la comunicación comunicativa. Aprender a hablar se puede, no es difícil ni imposible, se puede entrenar como una nueva habilidad que, creo, es una súper habilidad porque nos permitirá comunicar cuando hablamos y encontrarnos con nuestro otro en un territorio amigable y cooperativo en lugar del habitual escenario bélico que tanto nos daña a ambos.

  • En tus cincuenta años de ejercicio como terapeuta de parejas, ¿por qué razones te consultaban las personas cuando empezaste a trabajar, y por qué acuden hoy? ¿Cuáles fueron/son los principales cambios a lo largo de este tiempo?

Las razones no han cambiado. Todos vienen con una pesada mochila de desdicha que esperan se aligere. La desdicha tiene ingredientes similares: no le importo, me critica, me descalifica, no me entiende, me agrede, no quiere sexo, me excluye, no me quiere. El pedido que recibo es siempre el mismo: que cambie al otro, la visión que tenemos es que lo nuestro es la norma de lo que está bien, de la verdad y de la salud, que es el otro quien desacuerda, quien lo transgrede, quien hace todo mal. Obviamente, el otro cree exactamente lo mismo. 

  • Entre tu estudio del psicoanálisis, la teoría sistémica y tu propia intuición e investigación, ¿qué aprendiste, o qué descubriste con el tiempo, en relación a las dinámicas de pareja y el amor?

Que no estamos dispuestos a pagar la matrícula sine qua non. Cuando nos unimos a alguien en un proyecto de pareja dejamos de considerar, porque no lo hemos pensado, porque no lo hemos aprendido, porque no nos lo han enseñado, porque preferimos no verlo, que si no pagamos la matrícula de ingreso todo lo que siga se pondrá en peligro. La matrícula indispensable son dos promesas que nos comprometemos a cumplir:  1) aceptar al otro así como es y 2) no intentar cambiarlo. Es muy cara, lo sé, pero es la única garantía de que la aventura de convivir tendrá posibilidades de ser pacífica.

  • Asegurás que no tenés problemas en involucrarte con tu vida personal en el diálogo del consultorio. ¿En qué medida llevaste estos aprendizajes a tu propia vida, tu vida personal?

Es un ida y vuelta constante. Las parejas que veo me enseñan día a día cómo enfrentar cosas de un modo que a mí no se me había ocurrido. Agradezco la nueva opción que surge y aplico luego a mi propia pareja. Al mismo tiempo, cosas que voy descubriendo en mi pareja me son muy útiles en las consultas. La profesional y la esposa son la misma persona. Cada consulta me enfrenta con mis propios conflictos, me los redefine y me permite cambiar la perspectiva. Es una tarea que abre un sinfín de alternativas, siempre originales porque vienen con esos matices personales que siempre me sorprenden. Y es maravilloso seguirse sorprendiendo ante cosas que en su planteo parecen siempre iguales. Cuanto más porosa sea, cuanto más deje que cada experiencia ilumine un nuevo rincón oscuro de esos que tengo como tenemos todos, más me enriquezco, atenta en el consultorio, hoy por zoom, o sentada a la mesa, con mi marido saboreando, a veces en silencio, una cálida copa de vino. 

Publicado en Clarin

"¿Querías que te acompañara?"

“Mujer llorando” Al estilo de Gustav Klimt

“Mujer llorando” Al estilo de Gustav Klimt

La hermana mayor de Carina, Juani, estaba internada, ya en condición terminal. Ya sin sus padres, Carina y sus otros hermanos, Inés y Ricky, se turnaban para estar con Juani en esa triste habitación de la clínica.  Carina se levantó angustiada, se vistió casi sin mirar lo que se iba poniendo, se cepilló los dientes y el pelo como ausente. No quería ir a la clínica. No quería mirar a Juani, inconsciente. No quería ser ella la que estuviera a su lado en su último suspiro. Pero le tocaba ese día. Tenía que ir. 

Era feriado, día en que las rutinas semanales bajan un cambio y el desayuno habitual de un café bebido a las apuradas, era un largo recorrido por el diario con la taza al lado que se sorbía lentamente. Entró en la cocina y vio a Pachi, su marido, inmerso en la lectura con las diferentes secciones del diario desparramadas sobre la mesa. Los chicos dormían todavía. El silencio era envolvente, el calor de la cocina y la tenue luz que entraba por la ventana, un contexto acogedor, Pachi no levantó la vista cuando Carina entró. “¿Se acordará que hoy me toca a mí?” se preguntó mirándolo suspicaz, “seguro que no, seguro que está, como siempre, en su mundo, sin saber ni importarle lo que me pasa..” y se servía el café que la esperaba calentito en el termo que había preparado Pachi. No se sentó a tomarlo, no podía. La angustia la pinchaba, la revolvía, la hacía temblar. Terminó el café. Tomó la cartera y las llaves del coche, se puso la campera, le dirigió una última mirada, ya no angustiada sino irritada mientras se decía “no se acuerda, y si se acuerda no le importa, no va a venir, no me va a acompañar”. Cerrando la campera y con un gesto airado dijo “chau” y dio media vuelta. La furia le estaba subiendo como la erupción de un volcán, imparable, caliente, explosiva. No escuchó si le contestó. Abrió la puerta, salió y la cerró con violencia. Fue al coche casi tambaleando, los ojos húmedos no le permitían ver donde pisaban sus pasos, entró al coche automáticamente, puso la llave en el contacto y estalló. El llanto era imparable, la rabia, la soledad, la pena, esa sensación de salir a la intemperie del dolor más fuerte sin tener a su marido al lado empatizando con su desgarro, estando ahí. Apretó los dientes junto con el embrague y vio pasar por la calle a una persona arrastrando un carrito de supermercado con sus pobres pertenencias. Esa imagen fue como un cachetazo que la despertó. Bajó del coche. Entró en la casa. Fue a la cocina donde Pachi seguía en la misma posición en que lo había dejado, sosteniendo una parte del diario con una mano y la taza en la otra con los anteojos de leer cabalgando en la mitad de la nariz y llorando, gritando, sorbiendo los mocos que se le escapaban le gritó “¿es que no me vas a acompañar? mi hermana se está muriendo y vos te vas a quedar lo más pancho en casa mientras yo estoy en esa clínica desangelada esperando que llegue la muerte?”. Pachi levantó sus ojos grises, se quitó los lente y la miró, en su cara pintada la sorpresa, tras unos segundos de reubicación como si una nube se le hubiera corrido y produjo la siguiente pregunta: “¿Querías que te acompañara?” a lo cual Carina respondió “¡Sí! ¡Claro que quería! ¡Quiero y lo necesito! ¡No puedo estar ahí sola todo el día!”. Pachi juntó el diario, se lo puso bajo el brazo, tomó la campera que estaba sobre la silla y le dijo “Dale, vamos” y estuvo con ella todo ese triste día. De buen grado. No solo sin protestar sino sintiéndose bien porque la estaba acompañando.  

Ese día fue un antes y un después en la vida de ambos. Los dos aprendieron algo y como era gente inteligente y se querían como se quiere la gente que vive junta hace mucho tiempo y tiene ideas similares sobre lo que está bien y lo que está mal, decidieron poner en práctica eso que habían aprendido. 

En este caso se trataba de la importancia preguntar que ellos hicieron extensiva a la importancia de pedir. Lo llamaron “la clave de las dos pes”. Hablaron mucho sobre eso. Leyeron, consultaron con profesionales, conversaron con amigos y se les fue abriendo un nuevo panorama que les facilitó muchas cosas en la convivencia.

Se dieron cuenta de que no sale solo, que hay que entrenarse, aprenderlo y ejercitarlo para que se vaya incorporando y se transforme en natural. 

A Pachi le gustaba jugar al fútbol y sabía que, como en cualquier deporte, hay  movimientos que uno no trae espontáneamente, por ejemplo manejar, patear una pelota, el saque o cualquier golpe de tenis, el swing en el golf… entrenar la respiración y la colocación de la voz para cantar. Se acordaba que cuando Matías, su hijo mayor, era chiquito, pateaba la pelota con la punta del pie, como hacen todos los chicos. Resulta que para darle la dirección, efecto y la velocidad que uno quiere hay que patearla con la cara interior del empeine. Eso no sale naturalmente, hay que enseñarlo y practicarlo. Cada vez que Carina o Pachi no preguntaban o no pedían y asumían que el otro sabía, (¿cómo no va a saber?) y si no hacía lo que tenía que hacer o si no decía lo que tenía que decir, se enojaban y reclamaban…. el otro decía “no con la punta… pateála con el empeine” y el conflicto en ciernes se transformaba en una broma compartida.

En sus trayectos de investigación aprendieron que la adivinación es una expectativa muy común en la gente que cree que por el hecho de ser familiares o de vivir juntos el otro sabe lo que uno quiere y lo que uno no quiere y que si no lo hace es por maldad o locura.

Advirtieron cómo esta expectativa de adivinación enturbia todas las relaciones porque nos hace creer que si pedimos nos estamos rebajando. Porque pedir tiene mala prensa mientras que esperar lo que el otro no tiene ni idea parece ser una prueba de amor. Su círculo de amigos escuchaba estas disquisiciones primero divertidos pero pronto uno y otro comenzó a ponerlo en práctica en sus contextos de vida. Fue una revelación para todos eso de patear con el interior del empeine en lugar de darle una y otra vez con la punta del pie y mandar la pelota a cualquier parte. 

Y lo de preguntar antes de opinar, antes de asumir que se sabe cuál era la intención, cuál el objetivo, fue otra conquista que se volvió grupal. Hasta lo volvieron un juego porque se preguntaban las cosas más obvias que, descubrieron que no eran superfluas, que muchas veces habían creído que sabían pero que en realidad no sabían. “¿Te gustó este café?”, “¿Dormiste bien?”, “¿Preferís sentarte de este lado o te gusta más el otro?”. No solo en sus parejas, también con sus hijos, con sus padres, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo y Raúl, uno del grupo, contó que preguntar le había abierto una puerta inesperada en la reunión de equipo de su trabajo, que él siempre aportaba ideas y muchas veces eran resistidas, se las rebotaban y se quedaba frustrado porque creía que estaban buenas y que no estaban siendo atendidas. Y con esto de preguntar, formuló una idea nueva para el proyecto que tenían entre manos, no como afirmación sino como pregunta, y de pronto todos prestaron atención, todos escucharon, creía, y así se lo contó al grupo, que era la primera vez que sintió que no hubo resistencia alguna. “Tal vez lo que hacía antes era decirlo enfáticamente, casi como imponiéndome y parece que eso no le gusta a nadie” reflexionó.

Juani, la hermana de Carina, falleció un atardecer de otoño con ese cielo multicolor que a veces tiñe a Buenos Aires de nostalgia. Carina y Pachi, los descubridores y estimuladores de “patear con el empeine” y el uso de las “dos pes”, preguntar y pedir, la lloraron juntos, de la mano y en paz.

Publicado en La Nación

Lo que aprendí después de Aprender de Grandes

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Aprender de Grandes, el espacio que creó, conduce y disfruta Gerry Garbulsky, está cumpliendo 100 episodios. Se hizo un festejo tan innovador como nos tiene acostumbrados. En él algunos de nosotros compartimos lo que habíamos aprendido después de haber participado en el ciclo:

Melina Furman, Gala Diaz Langou, Glenda Vieites, Fabian Skornik, Alberto Rojo, Ximena Saenz, Susana Galperín, Sebastián Campanario, Cesar Silveyra, Sergio Mohadeb, Andrei Vazhnov, Alberto Naisberg, Santiago Bilinkis, Laura Aresca, Guadalupe Nogués, Alejo Cantón, Gustavo Pomeranec, Manu Ginobili, Jorge Drexler, Andres Miguens, Eduardo Saenz de Cabezón y yo.

Acá todos los aprendizajes relatados:

  • Manu Ginóbili aprendió sobre el sueño y a andar en bicicleta.

  • Melina Furman reconoció la importancia de evocar para aprender.

  • Mariano Sigman descubrió el rol de los facilitadores para aprender algo nuevo.

  • Jorge Drexler expandió su música con el bajo eléctrico.

  • Adrián Paenza aprendió algo gracias a su cepillo de dientes.

  • Andrés Miguens aprendió a dibujar en vivo, haciendo los dibujos de Aprender de Grandes.

  • Gala Díaz Langou aprendió algo sobre los vínculos de su hija de un año y medio.

  • Glenda Vieites encontró una manera de manejar el estrés creciente de los editores de libros.

  • Fabián Skornik aprendió sobre el multitasking y la espiritualidad.

  • Alberto Rojo aprendió sobre las conversaciones entre las plantas y el tamaño de los planetas.

  • Diana Wang se dio cuenta de que en su trabajo, la herramienta es ella misma y otras cosas más.

  • Ximena Sáenz compartió cómo preparar flores para comerlas.

  • Susana Galperin reconoció el poder de las redes para conectarse con gente.

  • Sebastián Campanario le está sacando más jugo a su trabajo con extraterrestres.

  • César Silveyra vive en el presente y lo canta así.

  • Sergio Mohadeb (Derecho en Zapatillas) reflexionó sobre el control preventivo y el derecho.

  • Andrei Vazhnov habló sobre el fin de universo.

  • Alberto Naisberg descubrió por qué se emociona cada vez que piensa en su abuelo.

  • Eduardo Sáenz de Cabezón reconoció la importancia de sacar a la ciencia de la discusión política partidaria.

  • Santiago Bilinkis reflexionó sobre lo que podemos cambiar como sociedad.

  • Laura Aresca mostró cómo tener un propósito en la vida puede resultar en beneficios en la salud.

  • Guadalupe Nogués quiere agrandar el mundo, aprendiendo de otros y con otros, para lo cual necesitamos aprender a conversar.

  • Alejo Canton reconoció que cuando algo es lindo no necesita marketing y reflexionó sobre valor de ser escandaloso.

  • Gustavo Pomeranec aprendió a hacer un podcast.