Será dura, durísima la última siesta. En la reforma hicimos que el dormitorio del frente tuviera una plataforma que elevara la cama de modo que, una vez acostados, la ventana estuviera a la altura de nuestros ojos. Creo que es el punto máximo del departamento y el que todos los que durmieron en él recuerdan con más placer. Terminar de almorzar, sentir la modorra que solo se alivia en posición horizontal y hacerlo con semejante vista es un momento gema. El mar, el cielo, la playa, la península con el pequeño santuario de la Virgen de la Candelaria, los edificios que miran al norte (el Santos Dumont, el Mir, la Torre del Sol, el casino …) todo eso frente a mi… leo y cada tanto subo la mirada y la dejo que vagabundee, entrecierro los ojos y el ruido del mar es un arrullo adormecedor. Qué dura será la última vez.
¿Cómo es elegir lo que uno se lleva y lo que deja? Hay tanto acumulado en casi 50 años. Cosas de mis padres. Cosas nuestras. Cada una con su historia y evocación. ¿Cuál es el criterio? ¿La utilidad? ¿La emoción? Ante cada elemento las mismas preguntas. Algunas se responden fácil. Otras no. Mi hermano me dice que Joaquín compró una casa en el Tigre y necesita de todo, pero ¿cuánto se puede llevar mi hermano? Platos de varios modelos, playos, hondos, de postre…, fuentes, jarras, vasos grandes, vasos chicos, copas de vino, de licor de champagne, bandejas, sartenes, ollas de varios tamaños y usos, tapas de ollas, recipientes de plástico, budineras, torteras, flaneras, manteles individuales y de los otros, termos, cafeteras, teteras, servicios de té y café….. y sigue la lista. Y voy mirando uno por uno y con cada uno establezco un diálogo silencioso, me demoro, cierro los ojos y acaricio lo que sea que esté evocando en el elemento que tengo en mis manos (que calla, claro, calla porque no es la cosa en sí, es aquel momento, aquella tarde con papá, ese desayuno con mamá, ¿qué va a saber la cosa todo lo que trae consigo?).
Con mi proverbial enfermedad mental que me hace pensar en los sobrevivientes de la Shoá y en sus experiencias tan inasibles, me pregunto, junto con las otras preguntas, ¿cómo habrá sido el tener que decidir de un momento para otro qué llevar cuando debieron dejar sus casas para ser deportados? ¿Qué cabe en un bolso de mano? ¿Cuáles son las cosas preciosas de las que uno no se quiere desprender? ¿Se elige por utilidad o por afecto? Entre un álbum de fotos y algún alimento ¿qué llevaría? ¿o entre esa muñeca que hizo una abuela y un libro? Lo mío no es tan dramático, para nada, pero de alguna manera me es un alivio pensarlo porque desdramatizo la situación, la aligero…
No todo sucedió de manera fácil y fluida. El proceso tuvo características similares, desde que nos decidimos a poner en venta el departamento hasta el día en que lo dejaremos. Todo ha venido con dificultades e inconvenientes que parecían determinar que no iba a ser posible y a último momento se resolvía. La palabra “último'' otra vez. Nos tenía con el aliento contenido, ansiosos porque no podíamos ir planificando nada porque cada cosa se concatenaba con una anterior que hasta que no se resolviera imposibilitaba continuar. Fue todo así. Como si el azar tuviera alguna conciencia y hubiera comprendido que no nos estaba resultando fácil, que no me estaba resultando fácil. Que era que no que no que no y al fin era que sí. Y que cada que no era un listo, basta, no se hace. Y cada que sí abría un nuevo tramo y otros que no que no que no repetían la secuencia. Tal vez era nuestra ansiedad pero cada paso venía tropezado pero al final nunca nos caímos. La lógica indica venderlo, no podemos pagar los gastos anuales, lo usamos tan solo un mes en el año, si se alquila al menos un mes tampoco se cubre lo que hace falta y los últimos años se alquilaba solo una quincena, que estamos grandes, que era llegar e invertir para arreglar la persiana que se trabó, la canilla que gotea, alguna herrumbre nueva o mancha de humedad. Y uno ya está para venir y relajarse, no para ir a ferreterías y llamar plomeros y gasistas y cortineros y no sé qué más. Ya no. Aunque tenga ese matiz de tristeza, aunque quiera que sea eterno como quiero que sean tantas cosas, sé que no es así. Esta etapa se está cerrando.
Un recuento de las cosas que pasaron. El depto está en venta hace varios años y ésta es la primera oferta que recibimos. La compradora quería firmar un boleto con una seña pero no lo podíamos aceptar porque no sabíamos cuándo podríamos ir debido a la pandemia y el cierre de fronteras. Iban y venían los mails, Alberto se negaba siempre. Una vez que el ingreso a Uruguay estuvo permitido hubo que decidir cómo viajar. Por tierra era complicado porque al regreso los pasos para entrar a la Argentina estaban cerrados, había que irse bien al norte para entrar. Decidimos ir por ferry pero para comprar el pasaje teníamos que cumplir con un trámite: mi acta de divorcio apostillada cuyo trámite se terminaba antes de un mes. Ya podíamos fijar una fecha para viajar. Ahora el problema era Max. Buquebus no admite mascotas salvo que se las deje en el coche. No queríamos hacer eso. Colonia Express las aceptaba pero siempre y cuando viajaran en un canil o en una bolsa ad hoc. Compramos el pasaje y compramos la bolsa. Todas las noches lo metía a Max en la bolsa y le daba una golosina de premio hasta que al final aceptó entrar allí y permanecer bien quietito. Mientras esperábamos el apostillado. Diciembre es un mes de festejos y feriados y no me garantizaban que estaría para antes del viaje. Le pedí a una persona conocida que trabaja en ese ministerio que agilice el trámite, cosa que no pudo hacer pero al menos consiguió que estuviera listo antes de nuestra partida. Finalmente llegó. En el camino al ferry, el viernes 31 de diciembre, nos avisan de Prosegur que se disparó la alarma en casa. Ya había pasado otra vez y había venido el servicio técnico que supuestamente lo había arreglado. Alberto quería volver, yo no. Seguimos viaje y llegamos al embarque y resultó que en el ferry todo el mundo llegaba con su perro, con una correa y listo y entraban lo más bien, compra del bolso al cuete. En el camino y una vez llegados a Punta, Damián nos avisaba que lo llamaban de Prosegur una y otra vez. Diana Sperling me decía que la alarma sonaba a cada hora y que los vecinos estaban que trinaban. Le pedimos que entrara en casa -tenía llaves- y la desactivara mientras esperábamos que el servicio técnico volviera a repararlo (se ocupará ella en recibirlos, la sospecha de Alberto y también un poco la mía, es que algo hice mal yo… veremos). Cada vez que llamaban de Prosegur o Damián nos avisaba, se nos ponían los pelos de punta y la angustia nos carcomía. Mientras, el lunes 3 tuvimos reunión en la inmobiliaria, entregamos los papeles, la escritura y todo lo que hacía falta a la escribana que dijo que se podía escriturar el jueves 6 o el viernes 7 y que una vez confirmado de nuestro banco que el dinero nos había entrado, todo estaba listo, lo que podía llevar unas horas o un día, pero si lo hacíamos el viernes la cosa terminaría el lunes. ¿Para qué fecha comprar el pasaje? y ¿Si entregamos el departamento donde estaríamos hasta el día del viaje? Mientras, el lunes 3 comenzamos el proceso de selección y categorización de los objetos. Ya con la cosa medianamente organizada, el martes 4 nos acostamos a hacer la siesta y se desató una tormenta eléctrica. Al levantarnos vimos que el modem estaba apagado y que el teléfono estaba mudo. Tenemos ambos servicios por fibra óptica. Cero internet. Cero celular salvo el mío que tiene datos. Pero teníamos que tener internet por las cosas por resolver que aún quedaban. Llamo al celular de la vecina del departamento de al lado para que nos preste su internet. Me dice que no están viviendo ahí, que lo tienen alquilado pero que la persona viene solo los fines de semana, que usemos su internet sin problemas. ¿Cuál es la clave? y no se acordaba pero dijo que estaba en un papel debajo del teléfono que le pidamos al encargado que nos abra y lo podíamos ver. El encargado no estaba. Debido a la lluvia se demoraba en llegar porque estaba todo anegado. Mientras intentaba comunicarme con Antel pero no lo podía conseguir. Nos mirábamos con Alberto como si fuéramos Caperucita perdida en el bosque y Alberto reflexionó y dijo “debe ser la fuente porque todo está apagado, hay que comprar otra” y yo me acordé que teníamos por ahí un viejo modem de Punta Cable que nunca habían retirado y que tenía una fuente que se veía parecida. Tomamos las dos y leímos con cuidado las especificaciones y resultó que era igual. Alberto desenchufó la supuestamente quemada, enchufó ésta que nunca habían retirado y ¡voila! ¡andó!. O sea, hasta último momento se aparece un obstáculo, nos angustiamos, sentimos que ya no, que se arruinó todo y de pronto se corren las nubes y vuelve a salir el sol.
Dato de color. Ahora sabemos quien es la compradora. Se apellida Kyzka que creo que corresponde a kiszka que en polaco quiere decir intestino, en idish kishkes, entraña, la sede de las emociones. Los empleados de migraciones escribían como podían esos apellidos llenos de consonantes de extranjeros venidos de Europa y no sería raro que un kiszka terminara siendo escrito kyzka. No es por cierto un apellido aristocrático, más bien parece uno de esos burlones impuestos por el imperativo tributario napoleónico. Era común que los funcionarios hicieran eso, en especial con los judíos pero no solamente con ellos. Me acuerdo de una amiga de la Baba que se llamaba Cesia Gąska, apellido que bien pronunciado era “gounska” que quiere decir “ganso”, tampoco un apellido de lustre en Polonia. Que se llame “intestino, entraña, kishke” es otro juego de la vida que señala en la lectura que hago cuanto estoy inmersa en el reino de las emociones más básicas.
Y no solo eso, además la compradora es una muchacha joven, alta ejecutiva de una empresa farmacéutica, ingeniera industrial recibida en el ITBA como Judy aunque unos pocos años mayor.
Es divertido pensar que provenga de una familia polaca, no judía, no sé por qué me la juego en ésa, pero polaca, como si se pusiera en acción acá el retorno de lo reprimido o no sé qué juego en el que somos peones sin riendas ni decisión alguna.
Jueves 6 de enero. Luego de firmar la escritura y de conocerla me entero de que su apellido es eslovaco y ella dice que quiere decir algo así como yoghurt. No lo encontré en el traductor. Lo que encontré en una primera búsqueda fue que en esloveno quiere decir “concha”. Muy emocionante el acto de escritura. Valeria Kyska es una muchacha elegante, inteligente y de muy buen ver. Anillos, pulseritas, pantalón y blusa al tono, cartera con plateados, buen reloj, uñas pintadas. No sé cuál es su historia -divorciada y estaba con una pareja a su lado- pero cuando nos despedimos me dijo, con lágrimas en los ojos, “es mi sueño hecho realidad” y me fui con eso.
Luego, en la tarde, vino mi hermano a llevarse lo que quería tanto para él como para Joaquín. Se llevó los dos sillones del balcón, los dos sillones-director y una silla de playa. Platos blancos de cerámica Olmos y copas de vino. Toallas, sábanas, 5 frazadas, un juego de cubiertos de asado, tuppers y algunas cosas más.
Sorpresa: llama mi hermano diciendo que Raúl, con quien está en su casa, tiene síntomas, dolor de cabeza, ganglios inflamados y fiebre. No podemos ir allí, tampoco sabe si podrán viajar el lunes 10. Otra dificultad inesperada. Opción: mudarnos al departamento que alquiló la compradora hasta el día de nuestro viaje. Confirmado, nos mudaremos allí (voy escribiendo a medida que pasan las cosas)
Viernes 7. Salimos a caminar por la playa y planificando este último día en el departamento. Cargaremos el coche con todo lo que llevamos y dejaremos afuera solo lo que necesitaremos para los tres días restantes que pasaremos en el departamento que nos prestan.
Reflexión. Los nervios, la ansiedad, la tristeza, todo eso quedó atrás. Una vez que me puse en modo acción, una vez que las cosas se encaminaron y solo hay que hacer, el panorama cambió. El hacer diluye la anticipación. La angustia está en la anticipación, en la duda, en la incertidumbre, en el futuro. Cuando el futuro es presente, cuando no es pensar ni imaginar sino hacer, todo cambia. Es la primera vez que me doy cuenta de eso. Y ahora que lo pienso me pasa siempre que tengo que exponerme en alguna situación incierta -un examen cuando estudiaba, una charla, una entrevista- y una vez que estoy ahí recupero mi capacidad de pensar, me relajo y aprovecho a full lo que sea que sepa en ese momento. Sé que no es lo que le pasa a la gente que se paraliza ante la presión y que necesita recular para recuperar la capacidad de pensar. ¿Será que viven la anticipación de otro modo y lo que yo siento lo sienten en el momento de comenzar la acción? Me quedo pensando.
Viernes 7, 19.45. El último atardecer. Las cosas que llevamos y que no vamos a usar más ya están en el coche. La cena está lista. Mañana a la mañana pondremos en los bolsos la ropa y las cosas que tenemos que tener a mano estos tres días que estemos en el otro departamento. El domingo tenemos turno para el PCR que ya pagamos y estoy expectante por saber cómo les fue a mi hermano y a Raúl que se lo hicieron hoy.