Para el taller de capacitación de Zunilda Valencia.
Alcira vive a la vuelta de casa. Cuando mi hija era chica más de una vez se la llevé para que la cuidara cuando no tenía con quién dejarla y tenía que trabajar. Tanto ella como Agustín, su marido, fueron siempre generosos y solidarios. Agustín falleció hace pocos meses y Alcira, hoy muy grande, está sola. Sus hijos volaron y ni ellos ni sus nietos la ven con frecuencia. Alcira está sola y es muy orgullosa para pedir compañía.
La fui a ver con una tarta de ciruelas que sé que le gusta. Cuando me vio, su mirada iluminó la casa que estaba en tinieblas porque no había tenido fuerzas para levantar las persianas. La recuerdo coqueta, maquillada, vestida con colores de modo que su imagen gris y su ropa descuidada me golpearon fuertemente. ¿Cómo darle un poco de ánimo? “Mirá qué lindo día” o “está llegando la primavera” o “¿escuchás los pajaritos?” habrían sido desoídas por ella, tan inmersa en la soledad y el abandono, tan desconfiada de los lugares comunes y las frases hechas. No sabía cómo levantarle el ánimo. Se me ocurrió que no sabía nada de su vida cuando joven. Y se lo pregunté.
Fue como accionar una perilla invisible que le extendió los labios en una sonrisa mientras le chispeaban los ojos. “¡Cantaba y bailaba!” me dijo, “español, cantaba y bailaba español” y se puso de pie y con una mano en la cintura y la otra alzada sobre su cabeza hizo un paso de baile olvidando el bastón que la acompañaba siempre que se ponía de pie. Cuando se dio cuenta se sentó y estalló en una carcajada. “Me encantaba cantar y bailar.. ¡y también actuar!” Vio la sorpresa en mi cara que la alentó para seguir hablando. “Mi sueño era ser actriz, de comedia, de ésas que hacen reír, que cantan y bailan…. y me di el gusto de hacerlo”.
“Dale, contame, no te imaginaba en un escenario” le dije. “¡Ja! ¡no sabés lo que era! Me gustaba tanto que cuando empezaba la obra me transportaba, ya no era yo, era el personaje que me tocaba hacer, la esposa celosa, la jovencita descarriada, la profesora traviesa… yo qué sé, ya ni me acuerdo, pero sí que era muy pero muy feliz!”. Ya no tenía delante a la Alcira desanimada, oscura y apagada. Era pura luz y sonido, era energía y determinación, era risa y contento. “Contame más” le pedí. Y se zambulló con gusto en esos recuerdos, en aquellos días en que la vida tenía otras promesas para ella. “Resulta que yo trabajaba en Campomar, en Belgrano, en la parte administrativa, cuando se armó un grupo de teatro con varios del personal me dije ‘a mi juego me llamaron’ y me anoté. Fue lo más divertido que hice en mi vida. Tenía, yo qué sé… a ver…, y sí, tenía 20 ó 22 años, imaginate, hace más de 60…. Los ensayos después de hora, los chistes con mis compañeros, ¡qué momentos! ¡tan vivos! ¡tan alegres! La empresa nos prestaba un lugar, los carpinteros y electricistas preparaban la escenografía, se alquilaban los trajes y vestidos y poníamos la obra en escena. Venían los directivos, los demás compañeros y sus familias, autoridades, personas famosas del barrio, ¡hasta gente de la Iglesia! Y yo, nada de miedo, ¿qué iba a tener miedo si era lo que soñaba? Iba al cine y veía las películas de aquella época, te estoy hablando de los años cincuenta, por ahí, con Zully Moreno, Nelly Láinez, María Duval, Amelia Bence, Tita Merello, Olga Zubarry y, para mi la mejor, Nini Marshall… yo quería ser como ella pero, claro, no tenía ni por asomo su talento. Pero quería actuar en comedias ligeras, adoraba conmover y hacer reír… Fui tan feliz haciendo eso que un día me animé y me presenté a Delfor en La Revista Dislocada, me probó, pero no sé qué pasó que no quedé, no me llamaron nunca. Y al poco tiempo conocí a Agustín y me enamoré. Y ahí terminó mi carrera de actriz, me casé, tuve los hijos y había que ocuparse y estar en casa.”
Se quedó en silencio, los ojos abiertos pero no era las paredes de su casa lo que veía, ni me veía a mi, sus ojos miraban lejos, atrás, adentro. “Esperá” dijo de pronto y se levantó con un salto, fue hacia una cómoda, la abrió, revolvió papeles, álbumes, carpetas y “¡acá está!” gritó con voz cantarina y tomó una bolsa. Acercándose a mi la abrió y sacó de adentro un álbum de cuero marrón oscuro y fue desplegando hoja por hoja con las fotos que contenía.
“¿Ves? ésta soy yo haciendo de la esposa coqueta que quería salir y su marido barrigón vago y pesado que vivía tirado en el sillón no quería… Y acá hago de princesa, mirá, ese vestido me fascinaba porque era como siempre dibujábamos a las princesas y ¡hasta coronita conseguimos!!!! Y fijate en ésta con todo el elenco que me tienen en andas porque me había lucido como nunca esa vez….” Alcira sola. Alcira triste. Alcira en tinieblas había desaparecido. Era ahora Alcira encendida, Alcira dicharachera, Alcira sonriente. Vi tras su piel ajada, su pelo descuidado, sus uñas que hacía tanto no habían sido pintadas de rojo, a la coqueta, la inquieta, la pizpireta. No sé cuánto le habrá durado la alegría revivir esos recuerdos pero no tengo dudas de que esa charla le dio nuevos ánimos porque cuando me iba dijo: “¿Sabés qué voy a hacer? Voy a invitar a mis tres nietos y a sus parejas, voy a hacer una torta de naranja que tanto les gusta y les voy a contar todo esto, les voy a mostrar las fotos y, si me animo, les canto alguna de las canciones que amaba”. Me pareció una idea genial y le pedí que me cantara una a mí antes de que me fuera. Ni lerda ni perezosa lo hizo, te voy a cantar una canción de amor y de nostalgia, se la cantaba siempre a Agustín:
Una vez un ruiseñor, en las claras de la aurora
quedó preso de una flor lejos de su ruiseñora.
Esperando su vuelta en el nío, ella vió que la tarde moría,
y en la noche cantándole al río, medio loca de amor le decía:
¿Dónde estará mi vía, por qué no viene?
qué rosita encendía me lo entretiene.
agua clara de camina entre juncos y mil flores,
dile que tienen espinas las rosas de los rosales.
Dile que no hay colores que yo no tenga.
que me muero de amores, ¡dile que venga!
Y volví a casa, a la vuelta nomás, yo también con una nueva sonrisa pintada en la cara.