El Proyecto Aprendiz y su impacto en los sobrevivientes.
“Tengo 91 años, sobreviví a la Shoá, puedo contar cosas que nadie puede imaginar y si las cuento no serán más que la millonésima parte de lo que viví en una hora de uno de los cientos de días que viví en el infierno”. Esto nos dice Lea Zajac, con su energía y lucidez intactas, con su gesto firme y su mirada frontal. “Dí mi testimonio a la Fundación de Spielberg, escribí un libro, voy donde me llaman a dar mi testimonio, pero nada de esto se parece a la experiencia que tuve con los jóvenes que hicieron conmigo el Proyecto Aprendiz. Cada uno de ellos, Brian, Nicole, Rocío, Darío y Melanie, trajo a mi vida un soplo de aire fresco, cada uno abrió un poco más la ventana de la esperanza, ese ansia que siempre tuve de que lo que vivimos los sobrevivientes pueda tener algún sentido para alguien”.
El Proyecto Aprendiz comenzó en 2009 como el intento desesperado de mantener viva la historia oral de la Shoá, para que cada una de las historias de los sobrevivientes siga tendiendo una voz que la cuente por varias décadas más. Hasta diciembre de 2017 ya son 130 las parejas de Sobreviviente-Aprendiz, 130 los Aprendices que han conocido a un sobreviviente, que han interactuado con él, dialogado, preguntado, respondido, que han visto sus fotos, su casa, que han llorado recordando sus momentos tristes, que han reído con las anécdotas, que han compartido el orgullo de los logros posteriores, desarrollos personales, familias, trabajos. Estos 130 Aprendices se comprometieron a seguir contando, cada uno, lo que vivió junto con su sobreviviente.
¿Por qué hizo falta el Proyecto Aprendiz? Porque no se puede conversar con los libros y las películas ni se les puede preguntar. A alguien que uno tiene enfrente, sí. Los Aprendices serán los encargados de seguir contando cada una de las historias pero no la historia sola sino la forma en que cada una los atravesó personalmente. Será la historia de cómo el Aprendiz incorporó la historia del sobreviviente. Un testimonio de segundo nivel, un testimonio de cómo fue recibido y metabolizado el testimonio. Como decía Elie Wiesel, que es el leit motiv del Proyecto Aprendiz: “Quien escucha a un testigo se convierte en testigo”.
Los Aprendices son adultos jóvenes de entre 20 y 35 años que se entregan al proyecto de manera total. Viven como privilegio la posibilidad de conocer a un sobreviviente de la Shoá y de dialogar con él todo el tiempo que quiera. De a dos, sin interferencias, el ojo en el ojo, la piel en la piel, abiertos a la emoción y los recuerdos, respetando los silencios y la cautela, se establece una relación única e insólita, diferente a cualquier otra relación conocida.
No son amigos. No son parientes. No es una clase. No es una entrevista con fines periodísticos o literarios. La relación Sobreviviente-Aprendiz es una nueva categoría relacional tan nueva que todavía no tiene nombre. Cada encuentro, cada confidencia, cada momento compartido, va tejiendo lazos de parentesco inéditos que muchas veces continúa durante los años siguientes.
La intimidad y proximidad emocional de este joven con alguien cinco o seis décadas mayor, les enseña a ambos una nueva lección. Se conocen, se ven, conversan, se escuchan y en ese proceso cada uno redescubre dentro de sí aspectos que no sabía o que había olvidado que tenía. Los jóvenes comienzan a preguntarse por qué no tienen un contacto así de íntimo y personal con sus propios abuelos. Muchas veces vuelven sobre sus pasos y este nuevo abuelo que incorporan a sus vidas les enseña el camino de acercarse a los suyos, invita a verlos con una nueva mirada y establecer un diálogo que nunca había tenido lugar.
La relación Sobreviviente-Aprendiz es la puesta en acción del mayor mandato de la tradición judía, le contarás a tus hijos. ledor vador, generación tras generación.
Y el sobreviviente comienza el Proyecto Aprendiz sin entender bien de qué se trata porque no es fácil explicarlo, no tiene precedente, es algo nuevo. Puesto que mo es una clase, no es un testimonio, no es una entrevista, se preguntan “¿Qué es esto? ¿Alguien va a venir a hablar conmigo? ¿Y es abogado, o médico, o director de algo y viene a hablar conmigo? ¿Qué puedo decirle yo?” Insistimos con la consigna de que se abra al diálogo, a la conversación, que no tiene que saber nada en particular, que el joven lo quiere conocer, quiere saber cómo es, cómo vivió y sobrevivió la Shoá y también cómo fue su infancia, cómo siguió su vida, cómo es su familia, sus intereses y actividades. “¿Y eso a quien le interesa?” se preguntan y, otra vez ls resulta difícil de entender que lo que interesa es solo y nada menos que conocerlos, incorporar su neshamá, su espíritu su naturaleza, su estilo y perspectiva en la vida, todo lo que ningún testimonio o clase puede dar, eso que solo se logra en el contacto personal y en la conversación en un contexto de confianza y respeto.
Sin embargo, aunque les cuesta entender, hay algo que les resulta atractivo y emprenden la aventura de hacer el Proyecto y recibir al joven. Y poco a poco, a medida que los encuentros se suceden, la experiencia comienza a resultarles iluminadora al tiempo que van creciendo la expectativa y el disfrute. Es que los que tienen el hábito de dar testimonios lo hacen ante una audiencia de varias, decenas o centenares de personas, mientras que en el Proyecto Aprendiz es ante una sola. Hablar con una sola persona, una persona joven que eligió hacerlo, que se moviliza hasta él, que recibe e incorpora lo que ve y oye, con delectación, respecto y reverencia, es algo que nunca antes les había pasado. No les había pasado con sus familiares, con sus amigos ni con los auditorios que los habían escuchado antes.
La experiencia del joven que los mira y casi no respira por miedo a quebrar la magia del encuentro como si fuera un encuentro amoroso pero con otra pasión, con la pasión del descubrimiento, del amor por lo humano, del milagro de la vida y del cariño que nos va ligando a medida que nos entregamos y nos conocemos. “Gracias” dice Ruth, “gracias por esta idea maravillosa, a mi madre le han crecido nuevas alas, espera a Federico con muchas ganas, prepara todo, las masitas que sabe que le gustan, el rincón en donde suelen hablar, se arregla, se pone linda, hace tanto que no la veía así…”
Y cuando termina el Proyecto Aprendiz los sobrevivientes, hoy octogenarios o nonagenarios, quedan maravillados con la experiencia, encantados con ese joven que han conocido y que se ha vuelto parte de su familia de una manera tan inesperada. Y quieren más. “Si hace falta, lo hago otra vez, me gustaría mucho” dicen y, de este modo, como sucedió con Lea, algunos tienen dos, tres, cuatro y hasta cinco Aprendices.
En una sociedad y una cultura que ve a la vejez como una patología incómoda, cuando no vergonzosa, que pone entre paréntesis a los viejos sin valorar lo que su experiencia, mirada y sabiduría podrían aportar, enseñar y alentar, el Proyecto Aprendiz los ha re instalado en el lugar del que sabe, el del Maestro. Así como los Maestros y Artesanos medievales transmitían su arte a un Aprendiz. Como los Maestros y Artesanos medievales transmitían su arte a un Aprendiz, así los sobrevivientes transmiten y delegan la historia que vivieron. Y al hacerlo inspiran y estimulan a los jóvenes brindándoles un nuevo y valioso horizonte ético. Estos jóvenes son un ramillete de promesas y futuro y SU Sobreviviente es para cada uno, el protagonista inolvidable, una estrella de su vida, documento y testigo de la dignidad, la vitalidad y el amor.