Otras cosas

Cuando un joven quiere oír a un viejo

 

El Proyecto Aprendiz y su impacto en los sobrevivientes.

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Tengo 91 años, sobreviví a la Shoá, puedo contar cosas que nadie puede imaginar y si las cuento no serán más que la millonésima parte de lo que viví en una hora de uno de los cientos de días que viví en el infierno”. Esto nos dice Lea Zajac, con su energía y lucidez intactas, con su gesto firme y su mirada frontal. “Dí mi testimonio a la Fundación de Spielberg, escribí un libro, voy donde me llaman a dar mi testimonio, pero nada de esto se parece a la experiencia que tuve con los jóvenes que hicieron conmigo el Proyecto Aprendiz. Cada uno de ellos, Brian, Nicole, Rocío, Darío y Melanie, trajo a mi vida un soplo de aire fresco, cada uno abrió un poco más la ventana de la esperanza, ese ansia que siempre tuve de que lo que vivimos los sobrevivientes pueda tener algún sentido para alguien”.

El Proyecto Aprendiz comenzó en 2009 como el intento desesperado de mantener viva la historia oral de la Shoá, para que cada una de las historias de los sobrevivientes siga tendiendo una voz que la cuente por varias décadas más. Hasta diciembre de 2017 ya son 130 las parejas de Sobreviviente-Aprendiz, 130 los Aprendices que han conocido a un sobreviviente, que han interactuado con él, dialogado, preguntado, respondido, que han visto sus fotos, su casa, que han llorado recordando sus momentos tristes, que han reído con las anécdotas, que han compartido el orgullo de los logros posteriores, desarrollos personales, familias, trabajos. Estos 130 Aprendices se comprometieron a seguir contando, cada uno, lo que vivió junto con su sobreviviente.

¿Por qué hizo falta el Proyecto Aprendiz? Porque no se puede conversar con los libros y las películas ni se les puede preguntar. A alguien que uno tiene enfrente, sí. Los Aprendices serán los encargados de seguir contando cada una de las historias pero no la historia sola sino la forma en que cada una los atravesó personalmente. Será la historia de cómo el Aprendiz incorporó la historia del sobreviviente. Un testimonio de segundo nivel, un testimonio de cómo fue recibido y metabolizado el testimonio. Como decía Elie Wiesel, que es el leit motiv del Proyecto Aprendiz: “Quien escucha a un testigo se convierte en testigo”.

Los Aprendices son adultos jóvenes de entre 20 y 35 años que se entregan al proyecto de manera total. Viven como privilegio la posibilidad de conocer a un sobreviviente de la Shoá y de dialogar con él todo el tiempo que quiera. De a dos, sin interferencias, el ojo en el ojo, la piel en la piel, abiertos a la emoción y los recuerdos, respetando los silencios y la cautela, se establece una relación única e insólita, diferente a cualquier otra relación conocida.

No son amigos. No son parientes. No es una clase. No es una entrevista con fines periodísticos o literarios. La relación Sobreviviente-Aprendiz es una nueva categoría relacional tan nueva que todavía no tiene nombre. Cada encuentro, cada confidencia, cada momento compartido, va tejiendo lazos de parentesco inéditos que muchas veces continúa durante los años siguientes.

La intimidad y proximidad emocional de este joven con alguien cinco o seis décadas mayor, les enseña a ambos una nueva lección. Se conocen, se ven, conversan, se escuchan y en ese proceso cada uno redescubre dentro de sí aspectos que no sabía o que había olvidado que tenía. Los jóvenes comienzan a preguntarse por qué no tienen un contacto así de íntimo y personal con sus propios abuelos. Muchas veces vuelven sobre sus pasos y este nuevo abuelo que incorporan a sus vidas les enseña el camino de acercarse a los suyos, invita a verlos con una nueva mirada y establecer un diálogo que nunca había tenido lugar.

La relación Sobreviviente-Aprendiz es la puesta en acción del mayor mandato de la tradición judía, le contarás a tus hijos. ledor vador, generación tras generación.

Y el sobreviviente comienza el Proyecto Aprendiz sin entender bien de qué se trata porque no es fácil explicarlo, no tiene precedente, es algo nuevo. Puesto que mo es una clase, no es un testimonio, no es una entrevista, se preguntan “¿Qué es esto? ¿Alguien va a venir a hablar conmigo? ¿Y es abogado, o médico, o director de algo y viene a hablar conmigo? ¿Qué puedo decirle yo?Insistimos con la consigna de que se abra al diálogo, a la conversación, que no tiene que saber nada en particular, que el joven lo quiere conocer, quiere saber cómo es, cómo vivió y sobrevivió la Shoá y también cómo fue su infancia, cómo siguió su vida, cómo es su familia, sus intereses y actividades. “¿Y eso a quien le interesa?” se preguntan y, otra vez ls resulta difícil de entender que lo que interesa es solo y nada menos que conocerlos, incorporar su neshamá, su espíritu  su naturaleza, su estilo y perspectiva en la vida, todo lo que ningún testimonio o clase puede dar, eso que solo se logra en el contacto personal y en la conversación en un contexto de confianza y respeto.

Sin embargo, aunque les cuesta entender, hay algo que les resulta atractivo y emprenden la aventura de hacer el Proyecto y recibir al joven. Y poco a poco, a medida que los encuentros se suceden, la experiencia comienza a resultarles iluminadora al tiempo que van creciendo la expectativa y el disfrute. Es que los que tienen el hábito de dar testimonios lo hacen ante una audiencia de varias, decenas o centenares de personas, mientras que en el Proyecto Aprendiz es ante una sola. Hablar con una sola persona, una persona joven que eligió hacerlo, que se moviliza hasta él, que recibe e incorpora lo que ve y oye, con delectación, respecto y reverencia, es algo que nunca antes les había pasado. No les había pasado con sus familiares, con sus amigos ni con los auditorios que los habían escuchado antes.

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La experiencia del joven que los mira y casi no respira por miedo a quebrar la magia del encuentro como si fuera un encuentro amoroso pero con otra pasión, con la pasión del descubrimiento, del amor por lo humano, del milagro de la vida y del cariño que nos va ligando a medida que nos entregamos y nos conocemos. “Gracias” dice Ruth, “gracias por esta idea maravillosa, a mi madre le han crecido nuevas alas, espera a Federico con muchas ganas, prepara todo, las masitas que sabe que le gustan, el rincón en donde suelen hablar, se arregla, se pone linda, hace tanto que no la veía así…

Y cuando termina el Proyecto Aprendiz los sobrevivientes, hoy octogenarios o nonagenarios, quedan maravillados con la experiencia, encantados con ese joven que han conocido y que se ha vuelto parte de su familia de una manera tan inesperada. Y quieren más. “Si hace falta, lo hago otra vez, me gustaría mucho” dicen y, de este modo, como sucedió con Lea, algunos tienen dos, tres, cuatro y hasta cinco Aprendices.

En una sociedad y una cultura que ve a la vejez como una patología incómoda, cuando no vergonzosa, que pone entre paréntesis a los viejos sin valorar lo que su experiencia, mirada y sabiduría podrían aportar, enseñar y alentar, el Proyecto Aprendiz los ha re instalado en el lugar del que sabe, el del Maestro. Así como los Maestros y Artesanos medievales transmitían su arte a un Aprendiz. Como los Maestros y Artesanos medievales transmitían su arte a un Aprendiz, así los sobrevivientes transmiten y delegan la historia que vivieron. Y al hacerlo inspiran y estimulan a los jóvenes brindándoles un nuevo y valioso horizonte ético. Estos jóvenes son un ramillete de promesas y futuro y SU Sobreviviente es para cada uno, el protagonista inolvidable, una estrella de su vida, documento y testigo de la dignidad, la vitalidad y el amor.

Sobrevivientes. Libro y muestra de Pablo Cuarterolo.

Propuesta poética en forma de fotografías. Prólogo

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Fotos escuetas, parcas y concisas, fotos de personas y fotos de lugares, breves comentarios como haces de luz abriéndose camino en la oscura inmensidad de lo ignorado, ésta es la colección de este trabajo emprendido por Pablo Cuarterolo luego de ponerse en contacto con la Shoá lo que lo condujo al imperativo del registro, un registro cargado de interrogantes. Caminó por Auschwitz, allá, en Europa y volvió a Buenos Aires sabiendo que encontraría, también acá, restos, marcas, personas y también lugares pregnantes que ocultan el escarnio tras fachadas inocentes. Sus fotos, a modo de ensayo o de poema visual no bajan línea ni explican, invitan a sumergirse en el universo del MAL, a cuestionarse y a reflexionar. Pero no queda ahí, convoca a algo más difícil: a intentar comprender, a sacudirse el corrosivo polvillo de la indiferencia y, lo que es infinitamente más difícil, a perdonarse por tanta mirada hacia lo lejos.

pieles, pieles arrugadas, pieles mudas
miradas fijas, detenidas, ¿acusatorias?
sombras, silencios, números
piedras, lápidas, muros, muros testigos,
pieles de personas
pieles de casas
frentes impenetrables, dolientes
alambres, alambres de púas
rieles, vías paralelas y dormidas ¿inocentes?
fotos, fotos de fotos, fotos que gritan ¿por qué?
miradas, ojos que aúllan ¿por qué?
ecos de preguntas, gritos ahogados, susurros punzantes
huellas, de allá y entonces, parece tan lejos
huellas, de acá y de hace tan poco, está tan cerca
¿dónde estaba yo?
¿donde estabas vos?
¿dónde estaba el mundo?

Es una colección personal atravesada por la sensibilidad y la mirada de Pablo Cuarterolo, su cámara aguda, honesta, bellamente despojada, registró imágenes elocuentes. Nos interpela, se cuela entre las resquebrajaduras de nuestros propios muros -los de la indiferencia-, penetra en cada poro de nuestra piel, sacude nuestra comodidad cotidiana al ponernos enfrente y recordarnos que todo hecho genocida involucra a personas, que siempre el blanco de los ataques es lo humano, eso que cualquiera de nosotros comparte con todos los demás. El crimen, el de la Shoá y cualquier otro, fue contra la Humanidad toda. Es totalmente pertinente decir, parafraseando ese compendio de enseñanzas y reflexiones rabínicas que es el Talmud, que “quien destruye una vida destruye algo del mundo entero”.

Los muros persisten mucho después de que los crímenes perpetrados en su interior parecen haberse olvidado, las casas mudas se ven inocentes e inofensivas. ¿Qué culpa tiene una casa? ¿Qué preguntarle a un muro? ¿Acaso el frasco de vidrio es responsable por el veneno que contiene? Y sin embargo ahí están, gritando que fue ahí que pasó lo que pasó.

Y las personas de estas fotos son el ADN universal, personas como yo, como cualquiera, cuando se las hiere sangran, como yo, como cualquiera, personas que no eligieron ni decidieron que les pasara lo que les pasó. ¿Importa que sean judías? ¿Importa que sean intelectuales, vendedores, actores o filatelistas? En cada milímetro de piel, en cada circunvolución de cada arruga, en cada destello y punto de luz de cada ojo, estamos todos. Porque, como bien dice Jorge Drexler: todo es cuestión de lugar y momento, cualquiera de nosotros pudo haber sido -o podrá ser, agrego yo- el pianista del gueto de Varsovia. Diana Wang

MUESTRA FOTOGRÁFICA EN LA EMBAJADA ARGENTINA EN WASHINGTON. 13 de noviembre 2018: 

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Prologo traducido al inglés expuesto en la muestra.

Prologo traducido al inglés expuesto en la muestra.

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Crónica estreno "Los últimos testigos" film de Bernardo Kononovich

El ojo que me cubro es el que vio o abominable, lo inenarrable.

El que dejo libre, sin cubrir, es el que me une a la vida,

el que me convierte en testigo, es el que me hace hablar…

Testigo es el que da testimonio, el que atestigua con su voz, su persona y sus recuerdos que algo ha sucedido. La Shoá, así como todo hecho histórico, tiene varias fuentes de conocimiento y validación. Una son las evidencias de los hechos mismos, los restos físicos, los documentos, las huellas de bombardeos, las construcciones bélicas, los artefactos. Otra las fotografías y películas que brindan una evidencia gráfica incontrovertible. Y otra son los registros escritos personales y los relatos de los sobrevivientes y testigos.

El testimonio de un sobreviviente no es necesariamente un documento de un testigo, puede llegar a serlo. La memoria se nutre de recuerdos y olvidos, no es una crónica fija de un momento determinado ni una foto fidedigna, dialoga con el presente. Según sea el contexto, la audiencia, las vivencias del testimoniante ese día y a esa hora, el relato incluirá algunas cosas o despertará otras que estaban olvidadas. La memoria es dialogal, es móvil y cambiante. Para que un testimonio sea un documento, es preciso que varios testimonios de personas que no se conozcan entre sí refieran lo mismo sobre un determinado hecho.

Para que un sobreviviente se convierta en testigo debe cumplir varias condiciones. Haber estado donde dice haber estado, haber vivido lo que dice haber vivido, tener la capacidad y la voluntad de recordar, y tener la capacidad de ponerlo en palabras. De entre los sobrevivientes devenidos en testigos, hay unos pocos que suman a las condiciones anteriores la capacidad de proponer y estimular la reflexión. Son los que tienen claro que contar el horror crudo y desnudo es obsceno e imposible. Saben también que aún si lo pudieran contar, tendría un efecto contrario al esperado, sería tan abrumador, caería con tal peso aplastante sobre el oyente que, aunque escuchara el despliegue morboso con fascinación, sus terminales reflexivas se irían apagando hasta quedar totalmente desconectadas. No se puede pensar ni aprender del crudo espanto. Este puñado de sobrevivientes-testigos que lo saben, han desarrollado otras maneras de decir, de contar, de transmitir.

Una de ellos es Lea Novera. Su voz, su énfasis, su convicción, su capacidad de conceptualizar y señalar lo que es importante, su cuidado en no buscar horrorizar sino hacer pensar, la han transformado en un referente privilegiado de lo que un testimonio debe brindar.

Bernardo Kononovich, que ya tiene una colección de films en los que explora el sentido y los límites del relato y el testimonio, ha emprendido en “Los últimos testigos” un nuevo desafío en su trayectoria de abridor de reflexiones, de cuestionador, de cineasta y psicoanalista que no teme entrar en algunas junglas de la memoria, haciéndolo con cuidado, agudeza y sensibilidad. Esta vez hace una propuesta innovadora: toma un testigo que dialoga con jóvenes y muestra ese diálogo. Son las voces, las preguntas y las inquietudes de un grupo de docentes y alumnos de la Facultad de Psicología que tienen a “Auschwitz”como tema de su materia, Dinámica de Grupos II. Son jóvenes sensibilizados e interesados en una exploración más profunda, cosa que solo pueden conseguir en un diálogo con alguien que haya estado allí y que lo quiera contar. Kononovich hace la propuesta exploratoria, posibilita el encuentro y lo registra con su cámara.

Se ve en el film que el encuentro entre los jóvenes y la testigo tuvo jornadas previas de preparación, que de todo el grupo que podría haber participado solo lo hicieron ocho. Es curioso que, habiendo integrantes judíos en la materia, ninguno de los ocho que aceptaron el desafío de dialogar con Lea lo sea. Nos dicen que los judíos, docentes y alumnos, cuestionaron la elección de la temática, que ellos ya sabían, que para los judíos era un tema habitual, que no les interesaba. Los que trabajamos con la temática y vamos a escuelas, a grupos, a instituciones, conocemos este sesgo de muchos judíos. Creen que saben. No saben que no saben. No saben cuánto y hasta dónde no saben. Nuestras visitas, clases o testimonios en instituciones judías no tienen la riqueza ni la trascendencia que tienen cuando vamos a instituciones no judías. Los no judíos saben que no saben, lo que abre canales de indagación y sensibilidad que hacen que la clase y el testimonio tenga un vuelo que no siempre se alcanza en sitios judíos. Fenómeno que invita a ser investigado. No tengo una respuesta.

El film tiene tres momentos. La preparación de los jóvenes, el momento en que comparten sus preguntas e intereses, sus miradas expectantes, su sed por conocer a Lea, por oírla e impregnarse de ella. Luego el encuentro mismo con Lea, su llegada, su frescura, las preguntas, el relato desacartonado, potente, espontáneo de esta testigo que tiene claro lo que debe decir y lo hace con énfasis, con inteligencia y con humor. El tercer momento es la visita de Lea al aula magna de la Facultad de Psicología con la presencia de todos los docentes y alumnos de la cátedra, momento en que la emoción la sobrecoge y se llena de alegría al ver a todos los jóvenes atentos y se recuerda a sí misma a esa edad y hace un canto conmovido por la libertad.

“Los últimos testigos” se están yendo. Bernardo Kononovich tuvo la virtud de registrar este rito de pasaje en el que Lea traslada a los jóvenes sus reflexiones y su mensaje.

Tuvimos el privilegio de compartir el estreno el pasado 28 de octubre de 2017 en el auditorio Borges de la Biblioteca Nacional. La sala repleta de gente vibró de emoción ante cada palabra, rió con delectación ante el fino y oportuno humor de Lea con esa virtud de bajar a tierra lo que vivió, de tender la mano a cada uno e invitar a que se sume a la gesta de mantener el diálogo y la fraternidad como banderas de resistencia. La presencia de Lea fue una nota conmovedora para todos. Un aplauso cerrado y prolongado hacia ella y hacia el director del film fue la culminación del estreno.

Presentó el film Denise Najmanovich, con su proverbial calidez e inteligencia, puso en contexto el valor y la importancia de este testimonio tan alejado de una memoria estereotipada de frases hechas vacías de contenido. No es así el testimonio de Lea. Lea viva. Lea abierta. Lea dice cuando habla. Lea llega cuando mira. Lea, un canto a la vida.

Bernardo Kononovich tiene la gran virtud de mostrarlo en este nuevo trabajo.

Por ello, y por su empeño en registrar en tantos films los laberintos y vericuetos de la memoria de los sobrevivientes y por convertirlos en testigos, muchas gracias.

Tatuajes. El cuerpo, ¿tesoro inviolable o página en blanco?

Tenemos hoy la posibilidad de intervenir nuestros cuerpos de un modo que hace pocos años sonaría a ciencia ficción. Las posibilidades técnicas, los avances de la cirugía y los nuevos hallazgos ofrecen una sorprendente bandeja de alternativas tanto estéticas como terapéuticas.

  • Lo que era una muerte segura hoy se resuelve muchas veces en un quirófano.
  • El género sexual puede hacerse realidad en un nuevo cuerpo para que se corresponda con el vivido.
  • La edición de porciones de ADN para corregir o evitar enfermedades ya es una realidad casi al alcance de la mano.
  • Nos podemos arreglar narices, mentones, cinturas, pechos y asentaderas.
  • También nos podemos adornar con dibujos y colores, piercings y tatuajes.

El cuerpo humano puede ser una página en blanco a ser llenada y transformarse así  en una vidriera personalizada con mensajes, promesas, amores, honores. Hoy nuestro cuerpo puede ser un lugar en el que instalamos una nueva y exclusiva marca de identidad. Otro triunfo del homo sapiens sobre la naturaleza.

Pero para los que estamos atravesados por el Holocausto, la idea de elegir voluntariamente ser tatuado toca un nervio y chirría un poco. El tatuaje, el tatuaje del número, es para nosotros sinónimo de sometimiento, la marca de haber sido objeto de un otro, de haber perdido la capacidad de decidir sobre uno mismo.

Los sobrevivientes tatuados lo han vivido de diferentes maneras.

Para algunos fue y es un testimonio, un documento que pueden exhibir abiertamente o guardar pudorosamente para sí.

Para otros fue y es una incomodidad, algo que exige explicaciones que no tienen deseos de dar, especialmente a extraños.

Y  por último hay otros que lo han vivido como la huella del horror y decidieron quitárselo.

Dice el nieto de Judith “Recuerdo su cicatriz en la muñeca. Ella se quitó el tatuaje que le hicieron los alemanes cuando ingresó al campo. Para quitarse un tatuaje se utiliza un láser que quema la piel. Reemplaza la tinta por una quemadura. La cicatriz significa que ahí hubo algo y que ahora, hay otra cosa. Nadie en la familia recuerda el número que llevaba tatuado. Una capa arrugada de piel se interponía entre el pasado y el presente, entre el número y su verdadera identidad. Esos centímetros de piel rugosa, marcaron el final de una etapa y el comienzo de otra. No significaba olvidar sino avanzar”.

Csanád Szegedi, miembro fundador del partido Jobbik, el de los nacionalistas húngaros antisemitas, descubrió en 2012 que su abuela era judía y que lo había ocultado, junto con su número tatuado en el brazo siempre cubierto con mangas largas para que nadie lo viera. 

Elie Buzyn, un sobreviviente francés, harto de que le preguntaran qué era ese tatuaje, se lo quitó. Pero conservó la piel con el número, la procesó a modo de pergamino para que ese documento con su propia piel no desapareciera tras su muerte. Iba con ese pergamino toda vez que daba un testimonio, exhibido como prueba suprema del horror vivido. Pero sufrió  un asalto, y entre las posesiones que le robaron estaba el sobre con el precioso pergamino. Tenía 80 años y sentía que había perdido su posesión más valiosa, lo que pensaba dejar como herencia y testimonio. Desesperado, quiso volverse a tatuar, extraer su piel y hacer otro pergamino igual al perdido. Pero aunque el tatuaje fuera igual al original, aunque fuera en el mismo brazo, aunque fuera en su misma piel y aunque con ello hiciera el mismo pergamino que antes, no era igual. No era igual porque esta segunda vez el tatuaje era voluntario, era su decisión personal, lejos de la víctima pasiva que no podía decidir sobre su propio cuerpo. Y esto cambiaba radicalmente el sentido y el producto del acto.

Sara Rus, contó que había sido deportada a Auschwitz-Birkenau en los últimos años de funcionamiento del campo de exterminio cuando habían dejado de tatuar a los prisioneros. Su brazo no lleva la infausta marca. Curiosamente, esto le ha generado dos incomodidades. Una en el campo mismo puesto que al no estar tatuada se sentía diferente a sus compañeras. La otra fue cuando comenzó a dar testimonio y le pedían que exhibiera su número/documento y ella debía explicar que no lo tenía y por qué. Lo hacía casi como pidiendo disculpas, como si la audiencia pudiera desilusionarse y su testimonio perdiera valor.

Hay desde hace algunos años un movimiento de jóvenes, nietos de sobrevivientes, que se tatúan el número de sus abuelos. Lo hacen como una provocación en un mundo que sigue indiferente y para rendir tributo a su memoria ante la evidencia de que cuando mueran desaparecerá ese documento acuñado en tu propia piel. Durante décadas, muchos de los ahora abuelos de Auschwitz trataron de cubrir e incluso retirar quirúrgicamente sus números tatuados mientras que sus nietos lo asumen como parte de su herencia y lo exhiben orgullosos, como documento y reivindicación.

Estos jóvenes se enfrentan con dos oposiciones. Por un lado la prohibición judía de modificar el cuerpo por cuestiones estéticas o voluntarias. Solo son admitidas la circuncisión y las intervenciones quirúrgicas destinadas a salvar la vida. El cuerpo es considerado una creación divina, por ello, inmodificable, para los más observantes hacerlo es un pecado.

La segunda oposición es la acusación de que el gesto de tatuarse voluntariamente es una afrenta y una banalización de la Shoá y que es una moda que perpetúa uno de los símbolos de humillación contra el pueblo judío.

Lo cierto es que, igual que en el caso de Elie que se quiso volver a tatuar el número, se trata de un gesto individual, elegido y decidido voluntariamente, lejos del contexto de sometimiento y victimización original,  con lo que, en su esencia, está en las antípodas de lo que pretende memorializar y simbolizar.

Kipur, shabat y mi abuelo

Antes de que terminara el viernes, cuando el shabat era inminente, Eliezer dejaba sus libros, lapiceras y tintas, se quitaba el delantal de trabajo, dejaba el negocio de cueros donde llevaba las cuentas y salía a hacer su recorrido habitual. Iba con su campanita anunciando la llegada del shabat, conminando a los comerciantes y artesanos a que terminaran su trabajo, a las amas de casa que sacaran la jalá del horno, terminaran el chulent, cubrieran la mesa con el mantel blanco, arrearan a sus hijos, los bañaran y vistieran para recibir al shabat, la novia con la que terminaba la semana. Eliezer era el shulklaper, cuidador del shabat.

Había perdido a su esposa por causa de una pulmonía y de sus 6 hijos tenía especial predilección por la más chiquita, Chipele, mi mamá. Pero también él se fue temprano, a los 14 años mi mamá ya era huérfana de ambos padres. Mi abuelo Eliezer murió en 1927, en Stryj que entonces era Polonia. No conoció al novio que iba a tener mi mamá, mi papá, no supo que se casaron y tuvieron a Zenus. No supo que lo perdieron durante la Shoá ni de mi nacimiento, ni de nuestra llegada a la Argentina en 1947 ni del nacimiento de mi hermanito más chico unos años después.

Pasé el ritual de Izkor en Mishkan, junto a Marisha con quien nos hermanan tantas cosas, una de las cuales es que nuestras dos madres nacieron el mismo día. Leer la plegaria por los muertos en medio del hondo silencio de la meditación compartida me elevó a alturas insospechadas y a lágrimas nuevas. Y de pronto mi abuelo Eliezer, fallecido hacía 90 años, ahí, a mi lado, me tenía de la mano y me sonreía complacido. Papá era totalmente anti religioso y mamá debió plegarse a ello salvo en Iom Kipur. Ayunaba, encendía la vela del iurtzait e iba al shil, sola y en silencio. “¿Por qué mamá?” le preguntaba yo año tras año. “Por los muertos, me decía, para recordar a los muertos. Y para honrar a mi papá”.

Mi abuelo Eliezer, el papá de mi mamá, estuvo conmigo durante el Izkor en Iom Kipur y yo sentí que habitaba un linaje, que allí, junto a toda esa gente, lo estaba honrando yo, que era mi turno. Y me gustó. Me gustó mucho.

Gracias a Reuben Nissenboim y a Diana Grzmot por su cálida recepción, por el espacio y por el cariño. Y la música, ¡qué maravilla! Gracias Eliezer. Gracias mamá.

Jack Fuchs Z'L. Inolvidable

Ninguno de nosotros es eterno pero hay muertes que resultan inimaginables. Las palabras de Jack, sus reflexiones, sus cuestionamientos, su hondura casi poética, sus esperanzas y sus frustraciones, su disposición a hablar y contar y decir y hacer pensar, su firme determinación de abrir cabezas y corazones aún cuando ello contradijera su doloroso escepticismo, sus libros, sus charlas, sus comidas que nos cocinaba cuando lo visitábamos, su mirada húmeda y tierna, su lengua valiente y filosa, su humor irónico y corrosivo, su media sonrisa acariciante, todo eso y mucho más fue Jack para quienes lo conocimos, lo tuvimos cerca y lo quisimos. Su pérdida, aunque anunciada los últimos tiempos, resultaba imposible de imaginar.

Tuvo tres Aprendices en el Proyecto Aprendiz de Generaciones de la Shoá: Ana Trentin, Jonathan Karszenbaum y Nano Utin quien escribió lo siguiente:

Desde ayer que ya no lo tenemos más Jack Fuchs Z''L en persona, pero nos dejó mucho para la eternidad, para reflexionar y aprender.

Tuve la oportunidad de ser su aprendiz, disfrutarlo y compartir muchos días de profundas conversaciones en su casa. Porque él no solo hablaba de Shoá, sino que todos los días leía los diarios de todo el mundo, en diferentes idiomas, para transmitir su pensamiento y visión sobre el mundo de hoy y la "suciedad" (como le gustaba llamar a la sociedad actual).

Entre muchas cosas, él me decía: “Yo no vengo de un mundo lógico.”...“La historia de la humanidad es la historia de matanzas.”, “Yo hablo porque yo no quiero que mi pasado sea el futuro de ustedes.”

Espero que descanses en paz y puedas reencontrarte con tus padres y hermanos.

Gracias Diana y Aida por permitirme participar del "Proyecto Aprendiz" de Generaciones de la Shoá en Argentina

Como diría él mismo “todos nos creemos importantes pero no somos nada, el mundo seguirá girando igual cuando no estemos” y en un punto es cierto. Es cierto para el mundo. Pero no para los que lo conocimos. Nuestro mundo seguirá girando, claro que sí, pero un poquitito más inclinado, o más cansado, o un tanto descolorido. Y como dijo alguien hoy en su entierro: tenemos la fortuna de haberlo conocido y el privilegio de guardarlo en nuestros corazones.

En “El árbol de la muralla”, film de Tomás Lipgot, está Jack de cuerpo entero. Se puede ver acá https://www.youtube.com/watch?v=DOXHxr6HVVw&app=desktop

Un día como hoy, hace 70 años...

Hoy hace 70 años que llegué.

Era un barco de carga. Con mis padres y otro matrimonio de sobrevivientes de la Shoá, cruzamos el Atlántico y llegamos al puerto de Buenos Aires. Faltaba un mes para mi segundo cumpleaños. No tengo memoria del viaje ni de esos día. Tengo guardado un flash, una foto detenida que mi mamá confirmó: me veo sentada sobre las piernas de alguien, frente un espejo y delante de mí hay un tocadiscos de esos grandes con el cuerno y un disco que se movía y que yo miraba hipnotizada. No recuerdo sonido alguno, solo esa imagen como de película muda. Cuando se la conté a mi mamá se sorprendió mucho y me contó que yo era la mascota del capitán que amaba la música y me pasaba mucho rato con él oyendo sus discos y que, efectivamente, el gramófono estaba sobre una saliente delante de un espejo.

No recuerdo la llegada a Buenos Aires ni aquellos primeros días y meses en esta nueva lengua. Había una foto que se perdió no sé cómo ni cuándo en la que se me veía a mí sentada sobre la borda, toda vestida de blanco, con mamá y papá a cada lado, una foto tomada desde el muelle. Creo recordar que nos veíamos bien en ella, como mirando con expectación esa nueva vida que se nos abría fuera de los límites del puerto.

Me llamaba Danuta (se ve en el pasaporte de mi mamá, también se ve el mes de mi nacimiento con un agujero de cigarrillo; era para poder hacer el primer grado inferior libre, nacida en agosto no me lo permitían). A poco de llegar alguien comenzó a llamarme Diana creyendo que era la traducción de mi nombre polaco. Cuando me hice la cédula con los datos de testigos que aseguraban quien era yo, donde había nacido y tal, elegí usar los dos nombres. Soy Danuta Diana Wang en mis documentos.

Después supe que habíamos ingresado como católicos y años más tarde, luego de la derogación de la Circular 11 emitida en 1938 y que prohibía el ingreso a judíos, solicité que en mi registro migratorio se cambiara el “católica” por “judía”. Y así fue.

Hace unos días, Uki Goñi, el insistente propulsor del reconocimiento de la existencia de la Circular 11 y de su derogación en 2005, me envió este documento que encontró en sus archivos:

El escribiente transformó el Danuta en Damita en mi ficha de pasajero de ultramar. Claro, Danuta rimaba feo en castellano, ¿cómo ponerle a una hija un nombre con una rima tan ofensiva? debe ser Damita que suena distinguido, estos inmigrantes son tan raros…!  (La Dama y el Vagabundo se estrenaría recién en 1955 así que este hombre fue un pionero de la nominación).

Llegué el 4 de julio de 1947, en el Bialystok procedente de Gdynia. Sexo femenino, edad 2, soltera y sin profesión alguna. No leo ni escribo, hablo polonés (sic), nací en Polonia, en Byton, -en realidad es Bytom pero el hombre hacía lo que podía, pobre-,  en tránsito, nunca había estado antes en la Argentina y no entraré al Hotel (¿será el de inmigrantes?).  No tengo defectos, gozo de buena salud y soy católica. En las observaciones del visitador de inmigración, subraya que no tengo visado y agrega que estoy detenida a bordo.

Nuestra visa era para Paraguay. No sé cuántos días estuvimos “detenidos” en el barco ni cómo conseguimos bajar con nuestras magras pertenencias, salir del puerto y entrar en la ciudad. Me imagino que este documento fue en su momento un tesoro de supervivencia  porque nos aseguraba un lugar donde vivir. A mi y a mis padres que seguramente tenían sendos certificados similares. Una cartulina rosa, con el borde doblado en una oreja como la que se nos hacía en los cuadernos cuando le pasábamos el brazo con descuido y en el otro lado un manchón en rojo, un trazo que vendría tal vez de otro escrito y de otra historia.

Hoy hace 70 años que llegué a la Argentina.

Hace 70 años  que nací a un nuevo idioma, a nuevos olores y comidas, a nuevos códigos  y culturas. Hoy el tango, el dulce de leche y el mate son parte de mi, míos como mis canas y mis arrugas  y se me suman al idish y al polaco, al guefilte fish y los piroguis, en un acorde variopinto y armonioso entre Guebirtig, Chopin y Piazzola.  

Hace 70 años.

Hoy.

Con la conciencia sucia: Objetos nazis encontrados en Argentina

Se ha producido esta semana el descubrimiento de una colección de objetos relativos al nazismo, ocultos por un anticuario detrás de una biblioteca. La causa fue iniciada por la Interpol hace 9 meses en prevención del tráfico de bienes del patrimonio arqueológico y palentológico (arqueología prehispánica de la cultura Condorhuasi, piezas egipcias, estatuillas chinas) y por ello se ordenaron los allanamientos. En ese contexto se encontraron los objetos nazis con toda esta repercusión mediática. Integrarán la colección que se conservará en el Museo del Holocausto. Son varios los impactos que proporciona la noticia y sus derivaciones.

La biblioteca. El que el escondite estuviera tras una biblioteca remite en mi memoria al escondite de Ana Frank y su familia. Dos mismos escenarios, una biblioteca y un secreto, guardan dos cosas tan vinculadas y fuertemente opuestas entre sí. En ambos casos los libros eran una barrera contra el MAL, solo que el MAL estaba en distintos lados. En el caso de los Frank estaba del lado de afuera, en el del anticuario del de adentro. Si no hubiera pasado de verdad merecería ser parte de alguna ficción.

La sorpresa. Todo el mundo parece haberse sorprendido, como si el nazismo hubiera desaparecido del mundo, como si toda esta simbología fuera vista igualmente por todos como ecos y herramientas del MAL. Pues parece que no es así, parece que sigue habiendo gente que ve al nazismo, a Hitler y a lo sucedido, no solo con ojos amistosos sino hasta con admiración. El ideólogo del nazismo permanece para ellos como modelo de líder y su política algo a replicar. No se reconocen necesariamente como antisemitas aunque, dado que la ideología nazi tiene una base en la supuesta “teoría racial” y en la amenaza de la existencia del pueblo judío,  estos seguidores probablemente dirían que, aunque no estén del todo de acuerdo con exterminarlos, la implementación de cualquier política siempre conlleva daños colaterales. Hay gente que piensa así. No es ninguna sorpresa. Es doloroso.

Los objetos en sí. No tanto las cruces gamadas y las caras de Hitler, lo más fuerte es ver el instrumental de medición. Guardar esos objetos, atesorarlos, es como guardar el garrote vil o cualquier otra herramienta de tortura. Son evidencias del grado de ignominia alcanzado y es escalofriante ver lo bien hechos que estaban, de manera “profesional”, con buenos materiales, diseñados por algún experto, guardados en finos estuches como si se tratara de gemas preciosas. Revelan el grado de ingenio para el MAL y hablan sin palabras de los expertos, ingenieros e intelectuales que estuvieron detrás de todo esto. No eran brutos salvajes exiliados de la cultura, eran personas educadas, con excelente nivel formativo y sofisticación intelectual y artística. Es el verdadero horror de la civilización.

La difusión internacional. Los titulares de todo el mundo y los contenidos de las notas publicadas se centran casi exclusivamente en que este hallazgo confirma a la Argentina como EL lugar de ingreso de nazis. Hay una curiosa complacencia en ello que vale la pena desmenuzar un poco. Que a la Argentina ingresaron nazis es un hecho. Pero también lo es que no ingresaron solo acá, muchos otros países los han recibido y algunos, como EEUU y la URSS, con gran beneplácito porque alimentaban la escalada armamentística y el desarrollo espacial; se quedaron con lo mejorcito y nos dejaron el resto a los países menos poderosos de América Latina. También algunos siguieron en Europa incluso ocupando cargos como si nada hubiera pasado. Aunque es verdad que algunos llegaron a la Argentina, no fueron todos ni Argentina fue el único lugar. Pero es una noticia deseada la confirmación de que el gran puerto de refugio de los perpetradores nazis fue la Argentina, como si fuera el único.

¿Noticia deseada? El concepto lo desarrolló Miguel Wiñazki y se refiere a aquellos mitos que alimenta la cultura basados en un prejuicio o en una necesidad social (Yabrán no murió, los americanos no llegaron a la luna, Disney está congelado). Todo aquello que aparezca confirmando el deseo se convierte en noticia y se autoalimenta y nutre el prejuicio. ¿Qué deseo satisface el hallazgo de estos objetos nazis y su inmediata relación con la Argentina como su receptora voluntaria? Tal vez simplemente la conciencia sucia de muchos países que se comportaron indignamente: aplaudieron la “milagrosa” reconstrucción de Alemania en la década del treinta, denunciaron a sus ciudadanos judíos, hicieron la vista gorda ante el plan de exterminio, no permitieron el ingreso a judíos ni antes ni durante ni después de la guerra. Cuando la conciencia está sucia viene muy bien encontrar un chivo expiatorio y cargarlo con toda la culpa. A la Argentina le ha tocado ese triste lugar.

Junio 2017

publicado en

Agencia Judía de Noticias: http://agenciaajn.com/opinion-la-conciencia-sucia/

Iton Gadol: http://www.itongadol.com/noticias/val/104699/opinion-con-la-conciencia-sucia-.html

Video de AFP https://www.youtube.com/watch?v=3CngQMhPIyA

Noticia difundida por AFP https://www.afp.com/es/noticias/209/hallazgo-de-piezas-nazis-en-argentina-la-fascinacion-por-el-horror-sigue-vigente

Publicada en TVN Noticias, Panamá: https://www.tvn-2.com/mundo/suramerica/Hallazgo-piezas-Argentina-fascinacion-vigente_0_4786771349.html

Caminemos... con Eva y María

Se oye “caminemos”, lo canta un hombre. Entro en el hall y me recibe un olor… ¿a qué? ¡café! ¡huele a café! café recién filtrado, pero no es para mí. “Para vos hay Toddy con leche” dice Eva. Su amiga está en la cocina… ¿cómo se llamaba? ¡María! ¡se llamaba María!

Eva se reía de mi mamá con lo que llamaba sus “krembuleunsh”, esa palabreja burlona que había inventado para mofarse de los frunces, adornos y puntillas que usaba mi mamá con coquetería.

Eva andaba de pantalones, camisa y cinturón, zapatos bajos acordonados. Tenía una pierna ortopédica. La habían ametrallado cuando se tiró del tren que la conducía a la deportación y a vaya uno a saber qué nefasto destino posterior (aunque me lo puedo imaginar). Una bala la hirió de tan mala manera que hubo que amputarle la pierna. Se cortaba el pelo a la garçon, se lo peinaba para atrás con un poco de gomina y se recogía con una hebilla negra un mechón rebelde que le caía sobre la frente. No usaba aros ni collares ni adorno alguno.

A veces pasaba varios días en casa. Mis padres la protegían. Era después de que la rescataban de alguna comisaría. “¿Por qué la metieron presa?” preguntaba yo. “Porque usa pantalones, está prohibido que una mujer use pantalones por la calle” me decían y yo lo creía. No ponía en dudas todavía lo que me decía un adulto. Intuía, olía, que había secretos, silencios sospechosos, me daba cuenta de que callaban cuando yo me acercaba. Yo hacía como que no me daba cuenta de todo ese juego, Les aseguraba que seguía sin saber, que seguía siendo inocente, que me habían cuidado para que no supiera lo que de verdad pasaba. Los tranquilizaba haciéndoles creer que no me había dado cuenta de que Eva era lesbiana, aunque esa palabra todavía no existiera para mí. No se podía hablar de eso en la década del cincuenta. Ni de eso ni de tantas cosas más.

Aún hoy cuesta hablar de la sexualidad durante la Shoá. “¿Y si te abrías de piernas te salvabas?” reflexionaba mi mamá con total naturalidad, “es barato, no entiendo por qué hacen tanto lío con eso” agregaba irritada ante la moralina hipócrita de la sociedad judeo-argentina de entonces. Mamá veía a la sexualidad como parte lógica de la vida pero sabía que hablar de la homosexualidad de Eva era más complicado.

Supe después que Eva lo había asumido tempranamente ya en su adolescencia en Polonia, andando en su moto junto con los motoqueros de la ciudad. Su vida no había sido para nada fácil. Aún antes de los nazis. El amor de María la salvó. Sobrevivió escondida por ella en el tambo de su familia, ocultándoles tanto que escondía a una judía como que se trataba de la mujer que amaba. Cuando terminó la Shoá y algunos quisieron tomar represalias con los polacos, le tocó el turno a Eva de salvarla. Dijo que era su cuñada y con ese engaño consiguió traerla a la Argentina haciéndola pasar por judía.

Me avergüenza hoy haberles seguido el juego a todos y hacer como que no sabía, no haberle preguntado cosas a Eva, no haberle confirmado que su sexualidad no era, para mi, ni buena ni mala, no haber hablado más con María y su sonrisa melancólica, sus ojos transparentes y tristes. Pero era el color de los tiempos. Me alivia pensar que las miraba con la mirada más límpida posible, nada de juicio ni crítica, nada de pensarlas como bichos raros. Admiraba a Eva. Era muy lectora, siempre tenía un libro cerca que leía con arrobo. Y fumaba, claro. Escuchábamos las tres juntas la novela de las 5 de la tarde de Radio Splendid y tenían una enorme colección de discos de boleros de los cuarenta. “Caminemos” era el preferido. Tomé mucho de Eva, fue un importante modelo de identificación, sin saberlo, una mentora de provocación, jutzpá y libertad; también del costo asumirse con honestidad y de sus consecuencias.

Y como dice al final del bolero…. “caminemos, tal vez la vida nos vuelva a juntar”.

¿Europa nazi?

El doble rasero de la prensa internacional. Va la noticia y luego un comentario que fue publicado como carta de lectores en La Nación el 12 de junio.

  • Noticia del 4 de junio: Londres volvió a vivir en la noche del sábado momentos de pánico cuando tres hombres mataron al menos a siete personas e hirieron a decenas en un ataque que la policía ha calificado de terrorista. Sobre las diez de la noche (once en la España peninsular), los atacantes arrollaron con una furgoneta a una veintena de peatones junto a la estación del Puente de Londres. Después, continuaron circulando hasta el cercano mercado gastronómico de Borough Market, donde se bajaron y apuñalaron a varias personas. La policía mató a tiros a los tres terroristas, ocho minutos después de la primera llamada. Doce personas han sido detenidas este domingo en relación con lo ocurrido, según la policía.

El comentario. Los que acusan al Estado de Israel de genocida por defenderse de actos terroristas -bombas, cuchillos- callan hoy ante hechos similares. Si fueran consecuentes con sus críticas podrían haber dicho algo así: "El sábado 3 de junio la policía de Londres cometió un brutal acto represivo. Disparó a mansalva asesinando a tres combatientes que acababan de atropellar y acuchillar a algunas personas. Lograron matar a siete y dejaron muchos heridos, todos pertenecientes al mundo occidental, herético y pervertido que debe ser expurgado por el bien de la humanidad. La conducta de las fuerzas represivas obedece a políticas europeas, nazis y genocidas, destinadas a destruir a estos mártires que bregan incansablemente por imponer al mundo la luz y la fuerza de Alá. Denunciamos al gobierno inglés y a los que se solidarizaron con él por esta violenta represión perpetrada sobre luchadores de la libertad y el amor".

Corre frío, ¿no? El doble estándar corroe y duele, pero hay que señalarlo.