Disertación dada en Consejo Evangélico Colombiano en la Iglesia Rios de Agua de Vida, Bogotá.
Fraternidad y convivencia.
En la historia de la humanidad, y en particular en las religiones monoteístas, la idea de la concordia, de la convivencia entre personas y grupos, ha sido central. Tanto es así que hay pensadores que consideran que la idea del Dios único hace concreta la idea de la religión en el sentido etimológico de re-ligar, re-unir lo que pudo haberse fragmentado, con la idea común de que todos somos iguales ante un mismo y único Dios. Las diferencias las han creado los hombres y es nuestra responsabilidad revisarlas, superarlas y reconocernos como hermanos.
Las máximas religiosas establecen reglas de convivencia y armonía tendientes a asegurar la continuidad de la vida y ponen un énfasis particular en definir el bien y el mal, alentar el primero y frenar al segundo, en el reconocimiento de que ambos son parte de la naturaleza social y humana.
Los Diez Mandamientos que el pueblo judío ha legado al mundo son un código moral con leyes esenciales para una convivencia posible. No matar, no robar, no mentir, no traicionar, honrar a los mayores, son máximas universales cuyo objetivo es atenuar en lo posible el mal. Pero el siglo XX ha demostrado que no son suficientes.
El siglo del genocidio.
El siglo XX quedará en la historia de la Humanidad como el siglo de los genocidios en cuyo centro de horror está emplazado el intento de exterminio del pueblo judío. Pero no ha sido lo único que pasó. Veamos una resumido recuento del horror: ya antes del Holocausto tuvo lugar en 1904 el asesinato de los Hereros y Namaquas en África, en 1916 el genocidio armenio, a partir de 1933 las grandes purgas soviéticas y en 1937 la masacre de chinos en Nanking. Millones de muertos en sucesivos hechos que desembocaron en el horror de la Shoá.
Cuando, luego de su finalización, el mundo conoció el alcance de lo sucedido el grito de “nunca más” fue universal. Pero, infortunadamente, quedó en grito. El horror continuó e incluso se afianzó como estrategia para dirimir conflictos o resolver cuestiones religiosas, económicas y/o geopolíticas. No quiero abrumarlos con el largo listado de genocidios que ocurrieron más tarde, tan solo recordar algunos de ellos entre decenas que callo por la vergüenza que siento como persona. El conflicto en los Balcanes con las limpiezas étnicas y las violaciones; la matanza de los nativos en Guatemala y la creación de los feticidios; el terrorismo de estado y las dictaduras en varios países de África, Asia y América latina; la masacre en Ruanda de los Hutus contra los Tutsis; en el Congo, en Indonesia. Y ahora los náufragos africanos en el Mediterráneo, el imperio de terror del ISIS con las masacres de cristianos y opositores y la actual situación en Siria.
¿Qué pasó con el “nunca más”? ¿Cómo es que se transformó en un “otra vez, y otra vez, y otra vez”?
La Shoá, el paradigma del mal.
Los sobrevivientes del Holocausto y todo el pueblo judío, testigo y víctima del horror, hemos asumido como propias las preguntas por el mal que asola a nuestra humanidad. La Shoá es el modelo del mal, estudiado, investigado y encarado como un hecho sin parangón en la historia de la humanidad. Uno puede preguntarse por qué se lo toma como modelo dado que no es la única masacre masiva que tuvo lugar. No se trata del número de víctimas ni del método de su asesinato.
La Shoá es un hecho sin precedentes porque:
- Por primera vez en la historia un pueblo fue designado a ser exterminado en su totalidad, no por algo que hubiera hecho sino por el mero hecho de haber nacido.
- Por primera vez en la historia un pueblo fue designado a ser exterminado sea donde fuera que estuviera, sin fronteras ni límites geográficos, se los perseguiría hasta en el último rincón del planeta.
- Por primera vez en la historia un pueblo fue designado a ser exterminado sin razón pragmática alguna (ni económica, ni geo-política, ni religiosa) sino por una superchería científica y delirante, la teoría racial.
- Por primera vez en la historia un pueblo fue designado a ser exterminado y sus cuerpos fueron la materia prima de la industria de la muerte.
Ninguno de estos aspectos tiene precedentes en la Historia de la Humanidad, pero, son un precedente y se convierten en un alerta que debe estar siempre encendido.
A partir de la Shoá ha quedado establecido que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro ser humano. En el plan Maestro nazi, los judíos serían las primeras víctimas a ser exterminadas por completo, acompañadas en un principio por opositores políticos, discapacitados físicos y mentales, testigos de Jehová, masones y homosexuales. Si no hubieran sido derrotados, habrían agregado a otros pueblos y grupos como blanco del exterminio: los africanos, los orientales, los indios y musulmanes, los nativos de los distintos continentes en su delirante plan de reingeniería biológica. El asesinato estaba pensado para ser planetario.
Al mismo tiempo el Holocausto un hecho universal porque sus etapas y metodologías han sido replicadas por los genocidios posteriores. Todos los aspectos que se pueden adscribir a un genocidio están presentes en el Holocausto y llevados a extremos previamente inimaginables, con pautas, modelos y pasos similares en el sufrimiento y la muerte, la tortura y la humillación, las violaciones y vejámenes. El dolor no puede ser medido y no hay diferencias en ese sentido entre ninguno de los genocidios o masacres de la Humanidad. Todos sangramos igual, no importa la herramienta que nos haya herido. Por ello es tan importante conocerlo y estudiarlo como modelo del MAL.
Diferencias entre el mal y el MAL
¿Cómo entender estos hechos aberrantes desde la idea del mal que conocemos, cómo prevenirlos, cómo frenarlos cuando se encienden y derraman? El mal que conocíamos y sus leyes nos resulta insuficiente porque ya no se trata de robar o mentir o traicionar, es un mal de otro orden que tal vez se rija por otras leyes y deba ser prevenido con otras medidas.
Es así que pensamos en el MAL con mayúsculas.
El mal con minúsculas es individual, personal, reactivo, emocional, espontáneo, entre dos personas y común al reino de los mamíferos. Es el mal de la vida cotidiana, el que cuando lo advertimos, nos genera culpa.
El MAL con mayúsculas, por el contrario no es personal, entre dos personas, sino que emana de un sistema -un gobierno, un estado, fuerza paraestatal. El perpetrador obedece una orden que le indica que debe atacar a la víctima porque pertenece a un grupo designado como enemigo interno al que se debe destrui. No es emocional sino racional, se lo ejecuta por una razón, sea política, económica, religiosa o étnica con el supuesto objetivo de alcanzar algún “bien superior”. Contrariamente al mal con minúsculas, el MAL con mayúsculas no genera culpa alguna puesto que los ejecutores están convencidos de que lo han hecho en pos de ese “bien superior”.
El mal con minúscula sigue el dictado del sujeto mientras que en el MAL con mayúsculas el perpetrador obedece el dictado de órdenes superiores. Ejecuta las acciones criminales en un estado de adormecimiento moral, de manera burocrática y automática, sin que su propia opinión tenga intervenga de manera alguna.
El MAL con mayúsculas engloba genocidios, torturas, asesinatos en masa, deportaciones, apropiación de niños, confinamientos arbitrarios, desapariciones, hambrunas provocadas y otros hechos similares relacionados con la destrucción y la muerte masiva.
Suele suceder en estados de excepción, en el contexto de dictaduras o conflictos bélicos, nunca en situaciones de paz o con gobiernos democráticos. En el contexto del MAL se pierden los derechos. elementales y básicos, los ciudadanos pasan a ser las víctimas indefensas a merced del poder de turno y sin amparo judicial alguno.
La lectura de los periódicos nos alerta de que el MAL con mayúsculas sigue vivo.
Si no lo incluimos en nuestro horizonte de entendimiento y expectativas, como se ha hecho con los Diez Mandamientos siglo tras siglo, seguiremos tropezando, sufriendo y muriendo sin poder ni prevenir ni impedir ni detener los procesos genocidas. El MAL con mayúsculas debería ser un eje de formación moral en la construcción de ciudadanos responsables. Pensamos en unos nuevos diez mandamientos.
Diez Mandamientos para el “Nunca más”, que, igual que los anteriores, reúne prohibiciones y mandatos.
- No asesinarás ni torturarás ni encubrirás crímenes aunque te sea ordenado.
- No obedecerás ninguna orden que no compartas.
- No aceptarás la delegación de la responsabilidad por tus actos.
- No aceptarás justificaciones sobre muertes, torturas y detenciones arbitrarias.
- No serás indiferente a injusticias y arbitrariedades.
- Diferenciarás lo legal de lo legítimo.
- Desconfiarás de la propaganda.
- Conocerás y revisarás tus prejuicios.
- Resistirás la influencia del grupo o la multitud y pensarás por tí mismo.
- Expresarás tus ideas fundadas en el conocimiento y no en tu necesidad de ser aceptado.
El BIEN.
Esto es lo que hemos aprendido de la Shoá, un antes y un después en la historia de la Humanidad, que evidenció el alcance del MAL pero también hizo urgente y necesaria la promoción de los valores básicos del BIEN.
En los genocidios junto al despliegue del MAL con mayúsculas, se dio a conocer su contracara, el BIEN con mayúsculas. En las condiciones más extremas hubo, hay y habrá gente que, contra toda lógica, se comportó de manera solidaria, arriesgada y generosa. Se trató de personas que, sin ser héroes, creyeron, sintieron y actuaron en defensa de lo mejor de lo humano. Otra vez la Shoá es un modelo, esta vez del BIEN con mayúsculas corporizado por los salvadores, las personas comunes que se condujeron de manera excepcional y temeraria, que no obedecieron reglas ni prohibiciones en su gesta de resistencia, ayuda y salvación. Son personas que han comprendido y ejercitado el BIEN y que se sorprenden al ser honradas por que dicen que hicieron lo que había que hacer.
El BIEN es una potencialidad tan humana como el MAL. Si se incorpora a la formación, si se lo visibiliza y enaltece, si se lo entrena, tal vez pueda volverse una parte central de nuestra vida y de nuestra identidad como civilización.
Los genocidas y las víctimas están claramente definidos. Entre estos dos extremos está la gente común, los que ven y los que no quieren ver, los que temen y no se animan, los que siempre esperan que sea algún otro el que haga, los que creen que no pueden hacer nada. La fuerza de nuestra sociedad está en esta gente. Se trata de la mayoría silenciosa que, parafraseando al conocido poema del pastor Martin Niemöller, cree que como no soy comunista -ni sindicalista, ni indígena, ni judío- nada me va a pasar hasta que me pasa a mí pero ya es demasiado tarde. Sin esa mayoría silenciosa que se cree a salvo y deja hacer, ninguna dictadura puede triunfar, ningún genocidio puede tener lugar.
Por ello diferenciamos también el bien con minúsculas del BIEN con mayúsculas. El primero es una conducta mamífera, individual, natural y emocional, de cuidado y protección que se hace con quien uno tiene cerca y conoce, genera bienestar.
El BIEN con mayúsculas es exclusivamente humano; no es natural, individual ni espontáneo sino aprendido, es social y colectivo, político o religioso y genera modelos a imitar; se aplica también sobre desconocidos, incluso aunque esté prohibido; genera una recompensa poderosa en el hecho mismo de haber hecho el BIEN, empodera al individuo y estrecha los lazos de su pertenencia a la sociedad.
No hace falta ser un héroe, los héroes son excepciones. Así como los salvadores de la Shoá, los miembros de organizaciones como Médicos sin Fronteras, Cruz Roja Internacional, Cascos Blancos, quien tiende la mano al necesitado o protege al desvalido, en general personas anónimas y comunes que abandonan la comodidad de sus vidas cuando advierten que la arbitrariedad o la injusticia desgarra a la gente. Estas personas solidarias, generosas y sensibles al dolor ajena, dejan el poderoso mensaje de que el BIEN también es posible. Son una fuente invalorable de ética y responsabilidad social que debe ser enaltecido, estimulado y enseñado en el aula y en todo espacio de influencia. El BIEN, cada vez que se ejercita, deja en el camino una huella que conducirá, alguna vez, a ese destino que soñamos de justicia y dignidad para todos.
Parafraseando al corresponsal de guerra polaco Konstanty Gebert: Necesitamos personas con los ojos bien abiertos y que hagan el BIEN. Y necesitamos personas que, aunque les ordenen hacerlo y les digan que está bien, se nieguen a hacer el MAL.
¡Sean esas personas!