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7 Reglas básicas de la netiquette para usuarios de grupos de whatsapp.

Los grupos de whatsapp son muy útiles en la comunicación cotidiana pero son tantos  los mensajes que terminan por no ser vistos, procesados y evaluados, que la aplicación termina siendo una molestia e incluso nos perdemos de saber lo que era importante. Para que esta valiosa herramienta recupere su utilidad y no abrumar a los contactos que participan seguramente de varios otros grupos, he aquí 7 reglas básicas de la netiquette para whatsapp.  

  1. Atenerse a la temática del grupo de manera breve y concisa absteniéndose de informaciones irrelevantes por más interesantes que parezcan. Para eso están twitter y facebook.

  2. Evitar las respuestas grupales, los “sí”, “no”, “ok”, emoticones de aplausos o corazones o similares, felicitaciones y tal. Enviarlo privadamente.

  3. Evitar en lo posible los mensajes de voz. Son más fáciles de enviar pero no de oír. Además, utilizan mucha memoria del celular.

  4. Evitar en lo posible las fotos y videos tanto personales como las cadenas de fotos y videos. El grupo del que se trate, a menos que sea un grupo familiar, no se ha armado para compartir fotos familiares o espirituales o de cualquier otro tema. Además, utilizan mucha memoria del celular.

  5. Atención a la hora en que se envía el mensaje porque puede interferir con el descanso de los miembros del grupo.

  6. No inundar el grupo con mensajes reiterativos. Evitar saludos (por cumpleaños, felicitaciones por nacimientos, bodas o premios).

  7. Lo personal o diálogo entre dos debe quedar fuera del grupo y ser enviado directamente con la persona involucrada.

El mal y el MAL. El bien y el BIEN.

Disertación dada en Consejo Evangélico Colombiano en la Iglesia Rios de Agua de Vida, Bogotá. Fraternidad y convivencia.

En la historia de la humanidad, y en particular en las religiones monoteístas, la idea de la concordia, de la convivencia entre personas y grupos, ha sido central. Tanto es así que hay pensadores que consideran que la idea del Dios único hace concreta la idea de la religión en el sentido etimológico de re-ligar, re-unir lo que pudo haberse fragmentado, con la idea común de que todos somos iguales ante un mismo y único Dios. Las diferencias las han creado los hombres y es nuestra responsabilidad revisarlas, superarlas y reconocernos como hermanos.

Las máximas religiosas establecen reglas de convivencia y armonía tendientes a asegurar la continuidad de la vida y ponen un énfasis particular en definir el bien y el mal, alentar el primero y frenar al segundo, en el reconocimiento de que ambos son parte de la naturaleza social y humana.

Los Diez Mandamientos que el pueblo judío ha legado al mundo son un código moral con leyes esenciales para una convivencia posible. No matar, no robar, no mentir, no traicionar, honrar a los mayores, son máximas universales cuyo objetivo es atenuar en lo posible el mal. Pero el siglo XX ha demostrado que no son suficientes.

El siglo del genocidio.

El siglo XX quedará en la historia de la Humanidad como el siglo de los genocidios en cuyo centro de horror está emplazado el intento de exterminio del pueblo judío. Pero no ha sido lo único que pasó. Veamos una resumido recuento del horror: ya antes del Holocausto tuvo lugar en 1904 el asesinato de los Hereros y Namaquas en África, en 1916 el genocidio armenio, a partir de 1933 las grandes purgas soviéticas y en 1937 la masacre de chinos en Nanking. Millones de muertos en sucesivos hechos que desembocaron en el horror de la Shoá.

Cuando, luego de su finalización, el mundo conoció el alcance de lo sucedido el grito de “nunca más” fue universal. Pero, infortunadamente, quedó en grito. El horror continuó e incluso se afianzó como estrategia para dirimir conflictos o resolver cuestiones religiosas, económicas y/o geopolíticas. No quiero abrumarlos con el largo listado de genocidios que ocurrieron más tarde, tan solo recordar algunos de ellos entre decenas que callo por la vergüenza que siento como persona. El conflicto en los Balcanes con las limpiezas étnicas y las violaciones; la matanza de los nativos en Guatemala y la creación de los feticidios; el terrorismo de estado y las dictaduras en varios países de África, Asia y América latina; la masacre en Ruanda de los Hutus contra los Tutsis; en el Congo, en Indonesia. Y ahora los náufragos africanos en el Mediterráneo, el imperio de terror del ISIS con las masacres de cristianos y opositores y la actual situación en Siria.

¿Qué pasó con el “nunca más”? ¿Cómo es que se transformó en un “otra vez, y otra vez, y otra vez”?

La Shoá, el paradigma del mal.

Los sobrevivientes del Holocausto y todo el pueblo judío, testigo y víctima del horror, hemos asumido como propias las preguntas por el mal que asola a nuestra humanidad. La Shoá es el modelo del mal, estudiado, investigado y encarado como un hecho sin parangón en la historia de la humanidad. Uno puede preguntarse por qué se lo toma como modelo dado que no es la única masacre masiva que tuvo lugar. No se trata del número de víctimas ni del método de su asesinato.

La Shoá es un hecho sin precedentes porque:

  • Por primera vez en la historia un pueblo fue designado a ser exterminado en su totalidad, no por algo que hubiera hecho sino por el mero hecho de haber nacido.
  • Por primera vez en la historia un pueblo fue designado a ser exterminado sea donde fuera que estuviera, sin fronteras ni límites geográficos, se los perseguiría hasta en el último rincón del planeta.
  • Por primera vez en la historia un pueblo fue designado  a ser exterminado sin razón pragmática alguna (ni económica, ni geo-política, ni religiosa) sino por una superchería científica y delirante, la teoría racial.
  • Por primera vez en la historia un pueblo fue designado a ser exterminado y sus cuerpos fueron la materia prima de la industria de la muerte.

Ninguno de estos aspectos tiene precedentes en la Historia de la Humanidad, pero, son un precedente y se convierten en un alerta que debe estar siempre encendido.

A partir de la Shoá ha quedado establecido que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro ser humano. En el plan Maestro nazi, los judíos serían las primeras víctimas a ser exterminadas por completo, acompañadas en un principio por opositores políticos, discapacitados físicos y mentales, testigos de Jehová, masones y homosexuales. Si no hubieran sido derrotados, habrían agregado a otros pueblos y grupos como blanco del exterminio: los africanos, los orientales, los indios y musulmanes, los nativos de los distintos continentes en su delirante plan de reingeniería biológica. El asesinato estaba pensado para ser planetario.

Al mismo tiempo el Holocausto un hecho universal porque sus etapas y metodologías han sido replicadas por los genocidios posteriores. Todos los aspectos que se pueden adscribir a un genocidio están presentes en el Holocausto y llevados a extremos previamente inimaginables, con pautas, modelos y pasos similares en el sufrimiento y la muerte, la tortura y la humillación, las violaciones y vejámenes. El dolor no puede ser medido y no hay diferencias en ese sentido entre ninguno de los genocidios o masacres de la Humanidad. Todos sangramos igual, no importa la herramienta que nos haya herido. Por ello es tan importante conocerlo y estudiarlo como modelo del MAL.

Diferencias entre el mal y el MAL

¿Cómo entender estos hechos aberrantes desde la idea del mal que conocemos, cómo prevenirlos, cómo frenarlos cuando se encienden y derraman? El mal que conocíamos y sus leyes nos resulta insuficiente porque ya no se trata de robar o mentir o traicionar, es un mal de otro orden que tal vez se rija por otras leyes y deba ser prevenido con otras medidas.

Es así que pensamos en el MAL con mayúsculas.

El mal con minúsculas es individual, personal, reactivo, emocional, espontáneo, entre dos personas y común al reino de los mamíferos. Es el mal de la vida cotidiana, el que cuando lo advertimos, nos genera culpa.

El MAL con mayúsculas, por el contrario no es personal, entre dos personas, sino que emana de un sistema -un gobierno, un estado, fuerza paraestatal. El perpetrador obedece una orden que le indica que debe atacar a la víctima porque pertenece a un grupo designado como enemigo interno al que se debe destrui. No es emocional sino racional, se lo ejecuta por una razón, sea política, económica, religiosa o étnica con el supuesto objetivo de alcanzar algún “bien superior”. Contrariamente al mal con minúsculas, el MAL con mayúsculas no genera culpa alguna puesto que los ejecutores están convencidos de que lo han hecho en pos de ese “bien superior”.

El mal con minúscula sigue el dictado del sujeto mientras que en el MAL con mayúsculas el perpetrador obedece el dictado de órdenes superiores. Ejecuta las acciones criminales en un estado de adormecimiento moral, de manera burocrática y automática, sin que su propia opinión tenga intervenga de manera alguna.

El MAL con mayúsculas engloba genocidios, torturas, asesinatos en masa, deportaciones, apropiación de niños, confinamientos arbitrarios, desapariciones, hambrunas provocadas y otros hechos similares relacionados con la destrucción y la muerte masiva.

Suele suceder en estados de excepción, en el contexto de dictaduras o conflictos bélicos, nunca en situaciones de paz o con gobiernos democráticos. En el contexto del MAL se pierden los derechos. elementales y básicos, los ciudadanos pasan a ser las víctimas indefensas a merced del poder de turno y sin amparo judicial alguno.

La lectura de los periódicos nos alerta de que el MAL con mayúsculas sigue vivo.

Si no lo incluimos en nuestro horizonte de entendimiento y expectativas, como se ha hecho con los Diez Mandamientos siglo tras siglo, seguiremos tropezando, sufriendo y muriendo sin poder ni prevenir ni impedir ni detener  los procesos genocidas. El MAL con mayúsculas debería ser un eje de formación moral en la construcción de ciudadanos responsables. Pensamos en unos nuevos diez mandamientos.

Diez Mandamientos para el “Nunca más”, que, igual que los anteriores, reúne prohibiciones y mandatos.

  1. No asesinarás ni torturarás ni encubrirás crímenes aunque te sea ordenado.
  2. No obedecerás ninguna orden que no compartas.
  3. No aceptarás la delegación de la responsabilidad por tus actos.
  4. No aceptarás justificaciones sobre muertes, torturas y detenciones arbitrarias.
  5. No serás indiferente a injusticias y arbitrariedades.
  6. Diferenciarás lo legal de lo legítimo.
  7. Desconfiarás de la propaganda.
  8. Conocerás y revisarás tus prejuicios.
  9. Resistirás la influencia del grupo o la multitud y pensarás por tí mismo.
  10. Expresarás tus ideas fundadas en el conocimiento y no en tu necesidad de ser aceptado.

El BIEN.

Esto es lo que hemos aprendido de la Shoá, un antes y un después en la historia de la Humanidad, que evidenció el alcance del MAL pero también hizo urgente y necesaria la promoción de los valores básicos del BIEN.

En los genocidios junto al despliegue del MAL con mayúsculas, se dio a conocer su contracara, el BIEN con mayúsculas. En las condiciones más extremas hubo, hay y habrá gente que, contra toda lógica, se comportó de manera solidaria, arriesgada y generosa. Se trató de personas que, sin ser héroes, creyeron, sintieron y actuaron en defensa de lo mejor de lo humano. Otra vez la Shoá es un modelo, esta vez del BIEN con mayúsculas corporizado por los salvadores, las personas comunes que se condujeron de manera excepcional y temeraria, que no obedecieron reglas ni prohibiciones en su gesta de resistencia, ayuda y salvación. Son personas que han comprendido y ejercitado el BIEN y que se sorprenden al ser honradas por que dicen que hicieron lo que había que hacer.

El BIEN es una potencialidad tan humana como el MAL. Si se incorpora a la formación, si se lo visibiliza y enaltece, si se lo entrena, tal vez pueda volverse una parte central de nuestra vida y de nuestra identidad como civilización.  

Los genocidas y las víctimas están claramente definidos. Entre estos dos extremos está la gente común, los que ven y los que no quieren ver, los que temen y no se animan, los que siempre esperan que sea algún otro el que haga, los que creen que no pueden hacer nada. La fuerza de nuestra sociedad está en esta gente. Se trata de la mayoría silenciosa que, parafraseando al conocido poema del pastor Martin Niemöller, cree que como no soy comunista -ni sindicalista, ni indígena, ni judío- nada me va a pasar hasta que me pasa a mí pero ya es demasiado tarde. Sin esa mayoría silenciosa que se cree a salvo y deja hacer, ninguna dictadura puede triunfar, ningún genocidio puede tener lugar.

Por ello diferenciamos también el bien con minúsculas del BIEN con mayúsculas. El primero es una conducta mamífera, individual, natural y emocional, de cuidado y protección que se hace con quien uno tiene cerca y conoce, genera bienestar.

El BIEN con mayúsculas es exclusivamente humano; no es natural, individual ni espontáneo sino aprendido, es social y colectivo, político o religioso y genera modelos a imitar; se aplica también sobre desconocidos, incluso aunque esté prohibido; genera una recompensa poderosa en el hecho mismo de haber hecho el BIEN, empodera al individuo y estrecha los lazos de su pertenencia a la sociedad.

No hace falta ser un héroe, los héroes son excepciones. Así como los salvadores de la Shoá, los miembros de organizaciones como Médicos sin Fronteras, Cruz Roja Internacional, Cascos Blancos, quien tiende la mano al necesitado o protege al desvalido, en general personas anónimas y comunes que abandonan la comodidad de sus vidas cuando advierten que la arbitrariedad o la injusticia desgarra a la gente. Estas personas solidarias, generosas y sensibles al dolor ajena, dejan el poderoso mensaje de que el BIEN también es posible. Son una fuente invalorable de ética y responsabilidad social que debe ser enaltecido, estimulado y enseñado en el aula y en todo espacio de influencia. El BIEN, cada vez que se ejercita, deja en el camino una huella que conducirá, alguna vez, a ese destino que soñamos de justicia y dignidad para todos.

Parafraseando al corresponsal de guerra polaco Konstanty Gebert: Necesitamos personas con los ojos bien abiertos y que hagan el BIEN. Y necesitamos personas que, aunque les ordenen hacerlo y les digan que está bien, se nieguen a hacer el MAL.

¡Sean esas personas!

 

 

 

El día que ví la luz

Fue en el transcurso de una visita a Bogotá para dar unas disertaciones en diversos lugares de la comunidad judía en ocasión de Iom Hashoá, cuando me sucedió lo que sigue:

Era de noche, no demasiado tarde, pero las calles de Bogotá eran un memorable trancón que hacía difícil la circulación. Nos esperaban a las 7 y como acertamos a ir por los caminos menos obstruidos no temíamos llegar demasiado tarde.

El destino al que nos dirigíamos hacía que nos alejáramos de los sitios habituales en los que me había movido en los últimos días e íbamos entrando en barrios más planos, alejados de las estribaciones montañosas que hacen tan bello el paisaje bogotano. Las casas eran bajas, las veredas sucias y las gentes con miradas tristes volvían a sus casas al cabo de un día de trabajo.

Los bellos edificios revestidos de color ladrillo junto a la frondosa vegetación de calles y carreras de los barrios ricos habían quedado atrás. Creyendo que nos habíamos perdido, nos encontramos de sopetón con la dirección de nuestro destino. Nos había convocado la Confederación de Asociaciones Evangélicas de Colombia a un encuentro, supuestamente, con todos sus pastores para que me dirigiera a ellos en conmemoración de Iom Hashoá. Consideré que era una oportunidad importante para entregar no solo un mensaje de fraternidad, sino la noción de que la Shoá era una cuestión de la Humanidad, no solo un tema judío. Había preparado a ese efecto un texto relativo al mal y al MAL y al bien y al BIEN, que me parecía un mensaje universal apropiado para tan digna audiencia.

Era mi tercer día en Bogotá. Había llegado dos días antes y la misma tarde de mi arribo me llevaron a la “Marcha de la Vida” organizada por cristianos mesiánicos (1). Era en la plaza Bolívar, en el casco antiguo de la ciudad, en un día soleado, y llegué cansada luego de un largo viaje en el que no había podido descansar, con el compromiso de decir algunas palabras. No tenía idea de dónde estaba ni para qué era todo eso. Sentí una cierta molestia por el nombre de la convocatoria puesto que parafraseaba nuestra Marcha por la Vida, me sonó provocativa y ofensiva. Recordaba la Marcha de las Antorchas que hace algunos años se viene haciendo en Buenos Aires convocada y solventada por un grupo también cristiano que se llama Embajadores de la Paz (2), aquellas caminatas insólitas en Buenos Aires por la Avenida del Libertador hacia la plaza de la Shoá y la tarima cubierta de funcionarios del gobierno, miembros del cuerpo diplomático y dirigentes de la comunidad judía junto a algún sobreviviente que, con su palabra, le daría algún sentido al insólito desfile con banderas de Israel llevadas por alumnos traídos del interior de la Argentina. Es domingo en Bogotá, fuimos recibidos en la plaza por los organizadores con estentóreos y entusiastas “shalom”, “los amamos hermanos judíos” y “am Israel jai” entre decenas de banderas de Israel, abrazos, sonrisas y miradas de adoración. Bajo un sol rajante los altoparlantes vociferaban estruendosamente un ava naguila que la multitud agolpada festejaba cantando, aplaudiendo y bailando. Me llevaron a mi asiento y me rodearon con atenciones solícitas, ofertas de agua, sombrilla, gorro o lo que necesitara siempre con sonrisas edulcoradamente embelesadas y frases de honra sobre los judíos e Israel. Cuando vi que varios de los atentos colaboradores llevaban un gorro que decía “Ejército de Israel” comencé a dudar de mi cordura. ¿Será que el vuelo y el cansancio había nublado tanto mi entendimiento que estaba viendo visiones? (3)

Acompañada por algunas personas de la comunidad judía colombiana, se nos acercaban decenas de personas con honras, agradecimientos, bendiciones y miradas de delectación y embobamiento por nuestra presencia, como si no dieran crédito de que por fin tenían ante sí a un judío de verdad, tan cerca que hasta lo podían tocar. Rodeada de irrealidad e insensatez me vi inmersa en un completo delirio. Recordé la película “Un judío común y corriente” cuando el protagonista dice que le hace daño tanto el antisemita que lo odia como el filosemita que lo asfixia, esa adoración sin sentido -o, como estaba por saber, con un sentido equivocado (4)- me inquietaba, incomodaba y molestaba.

El acto fue una sucesión de discursos de pastores, del gran rabino (¿?), de una representante de la embajada de Israel (¿?), y fuimos invitadas a dirigir la palabra dos hijas de sobrevivientes de la Shoá. Presa de la más total confusión no recuerdo qué dije pero imagino que algo relativo a la universalidad de las lecciones de la Shoá. Luego de que entregaran unas estatuillas a algunos sobrevivientes, la cosa terminó con un video de un alemán que contaba que la Marcha de la Vida (5) había comenzado en Tübingen, Alemania, que se estaba haciendo en varias partes del mundo y que se proponían hacerla el año próximo en Israel para lo cual solicitaba se inscribieran en un sitio web y si lo hacían antes de una determinada fecha recibirían un importante descuento, (¡!) ¡sic!, tras lo cual el grupo musical dizque klezmer que animaba comenzó a tocar “mazltov, zimantov…” como en los casamientos y los cientos de personas que cubrían la plaza aplaudían y a bailaban y nos rodeaban invitándonos a sumarnos al festejo.

Dos días después, bajando del coche en aquel barrio pobre y desangelado, volvieron a mi aquellas imágenes y vivencias insólitas y delirantes. Busqué la iglesia evangélica pero solo vi un portal con luz en medio de una cuadra oscura y algunas personas en actitud de espera y recepción. Era allí. Nos dirigimos con cierta cautela porque no parecía ser un templo con altos dignatarios como nos habían dicho que sería. Ni bien advirtieron nuestra presencia nos abrieron la puerta y nos abrazaron con los mismos “shaloms” y “amamos a los judíos” que había oído dos días antes en la plaza Bolívar. Entramos al garage de una casa donde fuimos recibidos, abrazados y bendecidos por varias personas vestidas con un uniforme y una plaqueta que decía “Ujier” y solícitamente nos preguntaron si queríamos un vaso de agua o un tintito (como se le dice al café en Colombia). Pedí el agua y me entregaron un vaso de plástico sobre un plato descartable grande, el vaso se deslizaba hacia un lado y hacia el otro y yo no conseguía mantenerlo erguido y temía volcar el agua…. fue un anticipo de lo que estaba por vivir. Nos invitaron a entrar en el recinto, o sea, el garage, que se ensanchaba un poco luego de un largo pasillo que desembocaba en un espacio de unos 10 metros de ancho por 6 de largo, cubierto con sillas de plástico azules en las que había sentadas unas 8 ó 10 personas. Me indicaron que ocupara mi lugar en el centro de la primer fila y había en frente de mi una tarima de madera con un atril y un trípode con un micrófono. Se sentó a mi lado una mujer de unos 50 años, de buen ver, vestida sencillamente, que acercó su cara a la mía y me clavó la mirada como no dando crédito al milagro de tenerme cerca. Así me miraba. Sin parpadear. Los labios ligeramente entreabiertos en mudo y total embelesamiento. Murmuraba cosas, como si rezara, sin que yo alcanzara a oírlas; no sé si me estaban destinadas, eran como una letanía susurrada que iba dejando salir entre labios que palpitaban como un corazón defibrilado. Mi incomodidad crecía a pasos agigantados, no sabía cómo sentarme ni hacia dónde mirar con esta mujer en estado de adoración. Vino a mi rescate un hombre delgado y enjuto que me invitó a subir a la tarima para “decir mi mensaje a los feligreses”. Recorrí con mi mirada el lugar y al ver que se habían sumado algunas personas pero que no había más que unos quince le dije lo más amablemente que pude que había tanto trancón en las calles que seguro estaban retrasados y que mejor esperábamos a que llegaran algunas personas más.

Encontré en la segunda fila a dos mujeres que me habían oído en una conferencia ese mismo día al mediodía en la Wizo  sobre la mujer en la Shoá y que me habían seguido hasta allí interesadas en lo que iría a decir. Fue un alivio verlas y nos cruzamos las miradas con la muda pregunta de qué era eso y qué estábamos haciendo allí. La persona de la comunidad que me había traído se paseaba en el fondo como león enjaulado sin desprenderse de su teléfono celular. Luego supe que estaba hablando con quienes habían organizado el evento furioso porque no tenía nada que ver con lo que nos habían anticipado. La diferencia era tal que no solo parecía que nos habíamos equivocado de dirección sino que habíamos aterrizado, literalmente, en otro planeta.

La gente fue llegando y al cabo de unos 15 minutos había unas 30 personas y ya era hora de dar por comenzada la actividad y conseguir que terminara lo más pronto posible.

Otro pastor tomó el micrófono, derramó un rosario de bendiciones sobre nosotros y me presentó como “miembro del pueblo hermano originario, del gran Israel del que todos venimos y como experta en yomjashóa (pronúnciese tal cual por favor) el martirio del pueblo judío”.

Me puse de pie para subir a la tarima aferrada a las hojas que traía escritas resistiéndome a la tentación de dar la vuelta y salir corriendo. En los 5 ó 6 pasos discutí conmigo misma y venció mi compromiso con la congregación judía que había considerado que mi presencia en ese lugar tenía sentido por alguna razón que me era desconocida, recién después supe que habían sido engañados en su buena fe. De pie ante el micrófono paseé mi mirada por la mísera asistencia que cubría una pequeña porción de las sillas. Las dos mujeres que me habían oído unas horas antes me alentaba en silencio con una semi sonrisa amistosa y cálida. Fueron mi bálsamo, mi ancla.

La audiencia estaba constituida por personas de diferentes edades, la mayoría entre 40 y 50 pertenecientes a un estrato social de recursos limitados. Todos, absolutamente todos, me miraban con devoción. Antes de empezar a hablar era sostenida casi en el aire por sus miradas expectantes, sus ojos abiertos y anhelantes, su respiración casi en suspenso esperando recibir mi voz y mi palabra como maná del cielo. Ante lo desmedido de semejante expectativa, estuve a punto, otra vez, de dar media vuelta y escapar. No lo hice. Abrí las hojas y comencé a leer. No se oía ni el “volido de una mosca”. Era un silencio de iglesia, parecían beber de mis labios y, encima, cuando llegaba a un punto final y cambiaba de párrafo decían “amén”. El primer amén me sacudió como un latigazo. Siempre soñé, y nunca lo pude cumplir, con trabajar en el teatro, actuar, cantar, hacer reír o llorar, el placer de llegar y conmover a un público con mi voz o con algo mío, pero nunca soñé con ser pastor evangelista. Venían a mí imágenes de tantas películas, algunas serias, otras paródicas, sobre el fenómeno evangélico en los Estados Unidos y su gran capacidad de lavar cerebros y de recaudar dineros de los que buscan milagros. Y allí estaba, en ese pobre garage que llamaban iglesia, con esos pastores del subdesarrollo y esos feligreses igualmente esperanzados con la llegada de Jesús y la salvación divina. Pero esta vez la palabra de Dios era yo. ¡Mamita querida! Y ¿qué me quedaba por hacer?, pues, como dice el famoso apotegma, relajarme y disfrutar. Y es lo que traté de hacer. Terminaba entonces algunos párrafos levantando un poco la melodía de mi voz para incitar al “amén” y ¡lo conseguía!, mi voz era como la batuta de un director de orquesta que conseguía subir o bajar el volumen de los instrumentos. Entregada a este happening o, si se quiere, a esta experiencia antropológica, casi me divertí e incluso llegué al final de mi texto cuyo contenido debe haber sobrevolado como si hubiera estado dicho en alguna lengua extranjera. Me aplaudieron, agradecí y fui de la tarima hacia mi silla de plástico azul dispuesta a recoger mis pertenencias y huir. La mujer seguía sentada en el mismo lugar donde la había dejado y su mirada ahora era como si hubiera visto la luz, me miró fijo y leí en sus labios “la amo”. Pensé en ese momento que era una pena que todo lo sucedido no hubiera quedado registrado porque sabía a esas alturas que ningún relato mío podía dar cuenta de lo sucedido.

Porque creía que ya todo había terminado.

Pero no fue así, aún faltaba algo más.

Una mujer vestida de blanco, maquillada y adornada con collares y aros dorados, que se llamó a sí misma pastora, tomó el micrófono, me buscó, me levantó de mi asiento con gesto enérgico, me llevó al frente y me tomó de la mano mientras decía de manera monótona sin pausas y cerrando los ojos “gracias Señor por esta bendición en la voz de esta bella persona que nos trajo la luz de tu verdad gracias Señor por la compañía de nuestros queridos judíos a quienes adoramos y reverenciamos gracias Señor por iluminar nuestra vida con la llama de tu luz y abrirnos la senda de la verdad y por defender a Israel desviando los misiles y haciéndolos explotar en el aire gracias Señor por cuidar a nuestro querido Israel y por bendecir a los judíos que nos han traído al mesías y con él al amor y la bondad para toda la eternidad gracias Señor por derramar sobre nosotros tus bienes y enseñarnos el shalom baruj atá adonai elonaidu avir” -sic- (había empezado bien pero se fue despistando en un hebreo que se volvió tal vez antiguo arameo o algo ininteligible que decía con unción y delectación)... y seguía con los agradecimientos al señor como no encontrando la forma de terminar y entonces agregaba nuevas frases con las mismas palabras puestas en otro orden siempre sin respirar como una letanía monocorde teniéndome de la mano y con los ojos cerrados y yo no sabía donde meterme, como pararme, qué cara poner… No podía quitar mi mano de la suya, la espiaba con un ojo para ver si tenía rollo para rato y tenía, seguía y seguía…. fueron largos minutos que culminaron en “y agradezcamos todos al Señor por tantas bendiciones y abramos nuestros corazones y nuestros bolsillos con un diezmo en honor a esta maravillosa presencia que nos ha acompañado en el día de hoy” y esas palabras fueron una invocación que produjo una caja de madera que alguien colocó sobre la tarima y la gente comenzó a desfilar dejando dinero allí. Me soltó la mano -finalmente-, di media vuelta, tomé mi abrigo y mi cartera y me dispuse a retirarme cuando la pastora enjoyada se me acercó con un sobre gordito que puso en mis manos. ¡El dinero recolectado era para mi! ¡Me quise morir! ¡De ninguna manera lo podía a aceptar! se lo comencé a decir pero comprendí instantáneamente que sería ofensivo no aceptarlo (6). Lo recibí, lo acepté, lo agradecí y me cubrieron en respuesta con un rosario de agradecimientos y bendiciones, y hubo gente que me pedía que la bendijera (¡a mí! ¡que yo los bendijera!) y que insistían diciendo por enésima vez que amaban a Israel, que amaban a los judíos, que me amaban a mí, que yo había traído la luz a sus vidas.

Afuera la calle seguía igual, la noche había caído sobre Bogotá y salimos los cuatro judíos cubiertos de bendiciones, mudos después de este happening sesentoso, esta vez no en Londres del siglo XX sino en Bogotá en el siglo XXI.

El destino del dinero (unos 80 dólares al cambio del día) fue a Generaciones de la Shoá junto con este texto informativo.

Notas:

(1) Supe después que se llaman a sí mismos mesiánicos porque se basan en la venida de Jesús a quien llaman Yeshúa, el mesías de los judíos. Leen y estudian la Torá y tienen como objetivo declarado la defensa a ultranza del Estado de Israel como el origen de Yeshúa y de los judíos. Su agenda secreta, creo yo, es la conversión de los judíos al cristianismo sostenidos tal vez por algo político de otro nivel que no alcanzo a comprender.

(2)  Otro movimiento cristiano supuestamente evangélico que se caracteriza por una gran capacidad de convocatoria y con muchos recursos económicos con los que consiguen una importante movilización y la presencia de autoridades gubernamentales y judías.

(3) Supe después que el fenómeno de los movimientos evangélicos se ha generalizado en Colombia y que casi todos ellos coinciden en la adoración de Israel y los judíos. Pululan miles de grupos y grupúsculos tanto en sitios grandes como en pequeños, habitualmente garages de casas. Se los llama las iglesias de garage.

(4)  Aceptaría con gusto y agrado recibir simpatía de todos y cualquiera por mi condición de judía en tanto respeto de la diferencia y diversidad cultural, también respecto del apoyo a la existencia del Estado de Israel. Pero este es un fanatismo religioso, no es un tema de derechos humanos ni una cuestión de política internacional sino que está basado en la condición de judío de Jesús, que es el mesías que ha venido a salvarnos, y que debido a ello los judíos participamos de su misma santidad, no me resulta aceptable ni apoyable. Todo parece un circo con fanáticos enceguecidos presos de un fervor emocional irracional.

(5) http://www.marchoflife.org/

(6) Es que a pesar de mi vivencia de circo e hipocresía, lo que veía en la gente era una total entrega, una fe ciega en lo que se decía, una sincera esperanza de redención… tal vez no en todos, no sé, tal vez en algunos era un cálculo avieso, tal vez en otros era un supremo esfuerzo por creer, pero en la mayoría, igual que había visto en la plaza Bolívar, había una apertura sincera y confiada. Dicen que la fe puede mover montañas, ¿quién era yo para despreciar así la fe que tan evidentemente mostraban y que probablemente les resultaba más que útil para vivir y sobrevivir?

¿Qué nos enseña la Shoá?

Disertación en la Asociación Israelita Montefiore, Bogotá, en el acto central de la Confederación de Comunidades Judías de Colombia conmemorando Iom Hashoá 2017.

 

Es hoy otro 27 de Nisan en que recordamos a las víctimas de la Shoá. Desde aquél de 1943 cuando jóvenes desesperados cobraron caras sus vidas en la rebelión del gueto de Varsovia, han pasado 74 años. Acá y en todas partes se honra y recuerda este día como de duelo y también de resistencia y lucha.

Hace 58 años que se conmemora esta fecha y año tras año se suman más actos y personas. Al principio fueron unos pocos porque en aquellos años se hablaba poco y nada de la Shoá. El mundo no quería oír, no había lugar todavía para el derrame del horror acaecido, los sobrevivientes todavía no podían hablar.

Pero desde hace unos veinte años, los oídos del mundo se han abierto, se quebró el dique de silencio de los sobrevivientes que no habían olvidado nada. Los académicos e investigadores toman hoy a la Shoá como su objeto de estudio y está siendo difundida cada vez más, está instalada en el mundo, tanto de la gente común como en el académico, como un hecho clave del siglo XX que ha cuestionado y obligado a revisar las bases y los valores de la Humanidad toda.

Sin embargo vemos y oímos con preocupación y sorpresa que algunos políticos y comunicadores, que creen que saben, usan a la Shoá para enfatizar algún argumento pero lo hacen inapropiadamente e incurren en aberración tras aberración. El último que tengo in mente es la gaffe del vocero del presidente de uno de los países más importantes del planeta que, en referencia al atentado con gas sarín en Siria, ha dicho que Al Assad era hasta peor que Hitler que no se había atrevido a usar gas venenoso. El azoro y la sorpresa en la conferencia de prensa fue tal que se disculpó ràpidamente diciendo que no, que claro que los nazis habían usado gas pero, y otra vez quiso subrayar la crueldad del sirio “aclarando” que los nazis no lo habían hecho contra su propia gente. ¿Su propia gente? ¿Qué habrá querido decir? ¿que éramos otra gente, menos gente, infra gente? Y, para refrendar su increíble animalada, si se me permite la palabra, intentó disculpar otra vez la disculpa agregando que sí, que los nazis habían usado gas, pero no en la calle sino en los centros del Holocausto. ¿Centros? ¿como centros recreativos o centros de abastecimiento o centros educativos? ¿nunca oyó la palabra campos de concentración y exterminio? ¿y, por último, el que los nazis lo hicieran en “centros” los hacía más inocentes que el atentado en plena calle en Siria?

Es imperdonable que el vocero del presidente de un país en cuyas manos está gran parte del mundo haya incurrido en semejantes barbaridades y afrentas. Por suerte Yad Vashem se ha ofrecido ya para impartirle un seminario intensivo, que espero tome, y que lo acompañen muchos políticos y comunicadores que pecan de su misma trivialización e ignorancia. Es cierto que tampoco la gente común no sabe, no tiene idea cabal de qué pasó, cómo fue y por qué es preciso estudiar la Shoá. Debemos ser pacientes e insistentes. No cejar en nuestro empeño y seguir contando porque la Shoá imparte y comporta lecciones imprescindibles para el mundo de hoy, lecciones que deberían formar parte de la educación básica general.

Los sobrevivientes son el documento vivencial más potente de lo sucedido y como ustedes saben no hay nada que supere la potencia de su testimonio. El paso del tiempo determina que cada vez sean menos los que puedan contarlo de manera presencial con todo el calor y fuerza de la evocación y la emoción. Es por eso que en Generaciones de la Shoá en Argentina hemos creado el Proyecto Aprendiz, gracias al cual hay hasta el momento más de  100 jóvenes que han conocido a un sobreviviente en particular, que han conversado con él durante muchas horas, el ojo en el ojo, la piel en la piel, y que se han comprometido a seguir contando su historia, lo que vivió en la Shoá pero también su infancia, su renacimiento y vida posterior. Estos jóvenes han incorporado la historia del sobreviviente a su propia historia, son los testigos del testigo porque, como decía Elie Wiesel, quien escucha a un testigo se convierte en testigo.

¿Y por qué esta insistencia en seguir contando? ¿Por qué es imprescindible que sea parte de la educación en general? ¿El relato es solo para los judíos? En definitiva, ¿qué nos enseña la Shoá?

La Shoá nos enseña la importancia de advertir los primeros brotes y arrancarlos si es posible. Como el baobab que debía arrancar el Principito todas las mañanas para asegurarse de que no creciera ni invadiera la tierra, debemos estar alertas a esa tierna hierbita que si puede crecer será asesina. Y otra vez aparece la pregunta de si lo vemos ¿qué hacer? ¿cómo detener el crecimiento del mal? ¿a quién recurrir? ¿quién nos oye? Y la educación es la respuesta, la educación no solo de los alumnos sino la educación de los dirigentes, de los políticos, de los comunicadores, de los empresarios y gobernantes, de aquellos que tienen alguna influencia en las decisiones que nos comprometen a todos. Educar es la llave maestra.

La Shoá nos enseña que cuando se desata un hecho genocida, sea de las características que sea, tiene su propia dinámica y es muy difícil, casi imposible, intervenir, frenarlo y detenerlo. Lo hemos visto en los Balcanes, en Ruanda, en Camboya, lo estamos viendo en Siria. Con el alcance y la inmediatez de los medios en la actualidad, vemos en la televisión, leemos en los diarios lo que está pasando y seguimos con nuestras vidas porque ¿qué podríamos hacer? ¿qué influencia tiene cualquiera de nosotros en las decisiones geopolíticas y en las políticas de gobiernos dictatoriales o de fuerzas para militares? Los sobrevivientes vivimos con dolor la no intervención del mundo durante la Shoá, y nos preguntamos qué pensaba la gente que leía las noticias en la comodidad de sus casas. Y debemos aceptar, con pena y angustia, que probablemente hacían lo mismo que nosotros, que decimos ¡qué terrible! pero ¡qué horror ese chiquito muerto en la costa mediterránea! y seguimos comiendo.

La Shoá nos enseña que el MAL es parte de la sociedad humana y que no debemos relajar nuestra atención ni dejarlo pasar. Que el siglo XX será recordado como el de los genocidios y que siguen habiendo poblaciones y grupos humanos, en el siglo XXI, sujetos a similares tropelías, amenazas y hechos criminales. Nosotros sabemos. Lo hemos vivido. Tenemos mucho para decir y nos debemos al mundo.

La Shoá nos enseña que es esencial estimular el juicio crítico en los jóvenes para que estén adecuadamente defendidos de los lavados de cerebro instilados por los medios y los formadores de opinión. Y no solo sobre cuestiones de discriminación étnica o religiosa, también de discriminación de género, corporal, y tantas otras. Nos enseña el enorme poder de la propaganda que ha conseguido reformatear las cabezas de tantos alemanes durante el nazismo, de tantos europeos durante siglos respecto a los judíos que les ha llevado a tomar por ciertas las patrañas más increíbles y malévolas. Esta misma propaganda, con los mismos principios, construye consenso y opinión, vende candidatos políticos y mercancías. Si hubiera en las escuelas una materia que se llamara “Deconstrucción de la propaganda” y que tomara los avisos publicitarios y los analizara: ¿a quién le hablan? ¿qué nos quieren hacer creer? ¿qué quieren conseguir de nosotros? se podría entrenar a los jóvenes a un pensamiento crítico liberador.

Pensando en los jóvenes que murieron en el levantamiento del gueto de Varsovia, la fecha que se recuerda hoy, la Shoá nos enseña que los héroes fueron los menos, que la gran mayoría de la gente hace lo que puede para sobrevivir de la mejor manera que puede. Que nadie quiere morir, que todos queremos salvarnos y salvar a nuestras familias. Los judíos han mostrado todas las formas de resistencia humanamente posibles. De entre ellas la única que ha sido considerada fue la armada que, con todo lo valerosa y desesperada que fue, no consiguió frenar las acciones criminales nazis salvo de manera esporádica y tampoco consiguió salvar vidas, lucharon para salvar su honor y el nuestro, y lo han logrado. Las otras resistencias, secretas y silenciosas, han permanecido invisibles. Se trata de la resistencia de subsistencia, la cultural y la espiritual. Las dos últimas elevaban la moral de la gente, les permitía seguir viviendo, alentaban la esperanza y daba fuerzas cuando la desesperación los cubría. Las resistencias de subsistencia fueron centrales para la supervivencia de quienes sobrevivieron. Conseguir escondite, documentos, comida, huidas, salvar a los niños, fue una gesta descomunal. Se estima que alrededor de un millón los judíos sobrevivieron y en gran medida fue gracias a estas resistencias empecinadas y silenciosas que debemos conocer y difundir.

La Shoá nos enseña acerca de los múltiples recursos de que disponemos en pos de nuestra supervivencia. El ejemplo de pueblo judío es excelente para mostrarlo. Los judíos hemos sido un pueblo pacífico durante los largos siglos de convivencia en Europa, un pueblo que alienta el estudio, la lectura, la higiene corporal y alimentaria, que tiene como objetivo la protección del desamparado y del necesitado. No había, por ejemplo en idish, palabras para denominar armas ni acciones bélicas, no había necesidad de que existieran porque no era un pueblo guerrero. Con estos antecedentes y en ese contexto, en medio del terror desatado y con recursos miserables, algunos se levantaron en armas, sabotearon vías férreas, se rebelaron en campos, destruyeron una cámara de gas en Auschwitz, y lo hicieron con ingenio, con arrojo, con creatividad. No todos pudieron, no todos consiguieron sostener el desafío imposible en condiciones de penurias, desnutrición y encierro. Pero algunos, muchos más de lo que pensamos, recurrieron a cuanto medio tuvieron a mano para sobrevivir y  salvar a sus familias. Esta es una de las lecciones más importantes a transmitir y que habla de los judíos y de la naturaleza humana, capaz de sobreponerse y vencer aún ante lo imposible. La fuerza de la vida es como ese caminito hecho por el agua, cuando se obstruye, el agua insiste inexorable, cava en la tierra dura un desvío, abre otro curso y continúa, imparable, imposible de frenar en la construcción de un nuevo camino.

En Colombia tenemos los millones de desplazados como consecuencia de tantos años de militarización y conflicto. Toda guerra, todo hecho genocida, toda lucha armada genera poblaciones migrantes, demografías cambiantes, sucesivas pérdidas y fracturas.  Desplazados ayer, desplazados hoy. La tragedia de las migraciones forzosas, el refugiado, el inmigrante, el sobreviviente que sufre la ruptura de lazos con la comunidad en la que creció, la gente, las conexiones, la posibilidad de trabajo, idioma, costumbres, puntos de referencia, códigos. Para algunos el nuevo refugio es la promesa de una nueva vida, para otros es la continuación de la mutilación. En unos y otros advertimos la increíble capacidad de adaptación de los humanos. Recuerdo a mi mamá, sobreviviente de la Shoá, que siempre me decía que su deseo era que yo nunca supiera de cuánto yo misma era capaz, que nunca la vida me desafiara a probarlo, que ella sabía que cuando uno dice “no puedo más”, siempre puede más. Y eso también lo sabemos los judíos, entrenados y expertos en responder a desafíos y persecuciones, manteniendo en alto la fuerza de nuestros valores y el sostén de nuestra identidad contra viento y marea. Cuando la tormenta arrecia nos doblamos como un junco flexible; no nos partimos y cuando escampa y sale el sol generamos fértiles brotes que dan bellos ramilletes y frutos. La fuerza de lo humano supera lo que uno puede imaginar y esa es otra cosa que los judíos y los sobrevivientes de la Shoá podemos enseñar y transmitir. Por eso nuestro himno partisano se ha vuelto un himno a nuestra capacidad de recuperación, a la fuerza de la vida que no pregunta si se puede, simplemente continúa porque no debemos decir nunca que éste es nuestro último camino, aunque el cielo nos cubra de nubarrones grises, sabemos que mientras retumben nuestros pasos con fuerza y determinación nuestra hora soñada llegará porque, ¡mir zainen do! ¡estamos acá! y es nuestro deber enseñar cómo lo hemos conseguido, cómo pudimos llegar acá.

 

Carta lectores, tema Bullrich

Publicada en La Nación

http://www.lanacion.com.ar/2004071-cartas-de-los-lectores

 

El ministro Bullrich dijo que "los sueños [de Ana Frank] quedaron truncos en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia".

Su gaffe comunicacional hizo pensar, en una lectura rápida, que se refería a la dirigencia nazi. Las acusaciones inundaron los medios: desde insensibilidad hacia el Holocausto, ignorancia o, peor aún, tibieza y complacencia con el régimen hitleriano, hasta negacionismo y antisemitismo.

Me consta que el ministro conoce muy bien el Holocausto y que no es ni negacionista ni antisemita. Pero creo que no sólo no fue claro en lo que dijo, sino que omitió algo que podría haberlo puesto en su contexto adecuado.

Obviamente la dirigencia de la que habla no es la nazi, sino la de los gobiernos europeos que con entusiasta miopía no pusieron freno al delirio asesino que diseñó la industria de la muerte. La política de apaciguamiento de Chamberlain y el pacto de no agresión y repartición de Europa con la URSS son sólo dos ejemplos. Pero no lo dijo, lo que es imperdonable en un docente y peor aún en un ministro de Educación.

El Holocausto, los judíos y el antisemitismo son temas muy sensibles y deben ser encarados con mucho cuidado. Hoy hay quienes se regodean ante cada tropiezo del oficialismo -que, por suerte para ellos, ha tenido varios-; los gobernantes deberían multiplicar su cautela cada vez que actúan o abren la boca.

Sería conveniente que el ministro pidiera disculpas, como han hecho otros. Ello no modificaría lo que dijo, pero tendría la oportunidad de decir lo que no dijo: que Ana Frank fue asesinada debido a la política exterminacionista del nazismo y a que el resto del mundo permitió que sucediera.

Diana Wang

DNI 10.134.355

Presidenta de Generaciones de la Shoá

Prologo libro "Monumento" (Gustavo Nielsen, comp)

El Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto, de los arquitectos Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, se encuentra emplazado en la Plaza de la Shoá, en la intersección de las avenidas del Libertador e Intendente Bullrich, en l…

El Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto, de los arquitectos Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, se encuentra emplazado en la Plaza de la Shoá, en la intersección de las avenidas del Libertador e Intendente Bullrich, en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

vista parcial del Monumento

vista parcial del Monumento

¿Cómo hacer presente la ausencia?

  • ¿Qué tienen que ver estos bloques cuadrados con el Holocausto?

  • No se entiende nada, ¿qué quiere decir todo eso?

  • Es un insulto a los que sobrevivimos y a la memoria de los que fueron asesinados.

  • ¿Por qué no hay objetos judíos, acaso no nos pasó a nosotros?

  • ¿Los cassettes y los auriculares no existían en esa época, para qué están en un monumento que nos representa?

Cosas así dijeron algunos sobrevivientes en una presentación de la obra realizada especialmente para ellos. No todos, claro está, pero varios, y algunos de manera airada, expresaron su frustración y dificultad en comprender el sentido del monumento. No tenía los símbolos o códigos habituales en su imaginario representativo, sin víctimas ni perpetradores, sin escenas sangrientas ni banderas reivindicatorias ni brazos levantados implorando al cielo. No sabían todavía que estaría ubicado entre dos líneas férreas que con el sonido y la vertiginosidad del paso de los trenes, evocarían cada tanto aquellos otros, los que iban llenos y regresaban vacíos. Lo que veían era un muro con bloques de piedra con huecos de objetos cotidianos que no les hablaban de la “cosa en sí”. Era un idioma extraño que les era ajeno.

La Shoá y todos los hechos genocidas, como tragedia, son representados tradicionalmente agigantando el mal hasta volverlo ominoso, abominable y acentuando lo sufrido por las víctimas. Son representaciones para ser miradas desde lejos, siempre referidas a valores centrales de la sociedad, firmemente aleccionadores. Como en la tragedia aristotélica, suelen contener claros símbolos que hablan sin intermediarios del Bien y del Mal para que el ciudadano comprenda y haga suya la lección. La tragedia, según Aristóteles, debe ser pedagógica y estimulante en la construcción de la moral social, sus protagonistas son dioses, semidioses y héroes continuamente enfrentados con la vida y la muerte, el bien y el mal, la verdad y la mentira.

Los creadores del Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto Judío, Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, tomaron el riesgo de mostrarlo desde otro ángulo, el que Aristóteles llamaba comedia. No se trataba de un espectáculo de humor como se cree hoy sino la representación de lo humano pequeño y concreto, individual, falible y vulnerable; sus protagonistas eran personas comunes cuyas vidas cotidianas anónimas tenían experiencias similares a las de los espectadores que podían así identificarse con los protagonistas y sentirse parte de la representación. Cada objeto aquí mostrado sigue esta línea que habla sobre vidas anónimas pero le suma a ello la alusión a aquellas otras despedazadas y silenciadas. Cada objeto es ese objeto, pero, también y junto con él, infinitos otros que podrían haber estado ahí, que cualquiera de nosotros podría haber entregado para dejar testimonio y decir: acá alguna vez vivió alguien.

Claude Lanzmann cree que es irreverente e improcedente pretender representar lo irrepresentable, esos hechos de tal horror que superan lo concebible, que en el intento de mostrarlo lo bastardean y banalizan. No se han inventado aún sistemas de registro y medición para la Shoá y los otros cataclismos que han seguido sucediendo, no hay sismógrafos que midan y evalúen, seguimos mudos y espeluznados ante lo que los humanos somos capaces de hacerle a otros humanos.

En este monumento, la representación es conceptual, habla más allá de la piedra y enmudece ante lo perdido. La ausencia deliberada de la figura humana se potencia en el vacío dejado por la huella de los objetos huérfanos de humanidad, perdidos, olvidados que interpelan al caminante desprevenido con interrogantes como ¿por qué si es en homenaje a víctimas, no hay ninguna? ¿a quién pertenecían estos objetos? ¿cómo fue? ¿qué pasó? ¿por qué está acá? Y alguno, más atrevido, tal vez llegue a preguntarse ¿cuál objeto podría representarme cuando yo no esté? ¿Con cuál objeto podría dejar constancia de haber estado y de haber sido arrancado de la vida violentamente y sin motivo alguno? Y si hubiera alguien que se animara a recorrer con la mano cada hueco, cada vacío, cada marca, y respirara hondo dejándose impregnar por tanta ausencia, tal vez podría advertir que no se trata solo de la Shoá, que lo representado la excede, porque lo que allí sucedió hirió de muerte a una concepción de lo humano que nos atañe a todos. Y la herida sigue abierta y sangrando. Por eso los objetos son de hoy, porque el peligro sigue activo y todos podríamos ser la próxima víctima.

Son objetos cotidianos, pequeños, insignificantes, con los que interactuamos a diario, parte de nuestra subjetividad y se constituyen en marcas indelebles de una arqueología urbana universal. Esa muda hendidura dejada en la piedra por esos objetos remite a aquellos otros que quedaron tras tantas vidas cercenadas, interrumpidas, acalladas, ésos que, huérfanos de sus dueños, pasaron a ser objetos sin objeto. Son, en palabras de sus autores, “fósiles urbanos … que a diario pasan inadvertidos pero que cuando el sujeto ya no está, cobran la fuerza de una presencia”. Cada objeto en este monumento fue entregado y usado con algún sentido. Este libro recolecta esas historias.

El vacío es el protagonista conceptual de la obra para dar cuenta del agujero, la mutilación que todo hecho genocida deja en el cuerpo de lo humano. Pero, como el fotón que no puede ser medido porque para medirlo hay que iluminarlo y en ese acto se lo modifica, ¿cómo iluminar la oscuridad? ¿cómo hacer presente la ausencia? ¿cómo gritar el silencio? Es un oxímoron y parece haberse salvado en esta representación de la ausencia, una ausencia al cubo, ausente el objeto, ausente su dueño, ausentes las víctimas. Este monumento, gestado poéticamente, probablemente no habría sido comprendido tampoco por mis padres, sobrevivientes de la Shoá, pero seguirá hablando de ellos, de quienes fueron, de cuánto perdieron y de cómo sobrevivieron.

Pienso en mi mamá que tanto sufrió durante la Shoá y que ya hace tanto que se fue. ¿Cómo poner en imagen por ejemplo su ausencia? ¿Cómo contar sobre su sutileza y picardía, su elegancia, su sabiduría? Lo haría con un colgante que ella solía llevar en el cuello, un pececito de oro con escamas movibles con el que me gustaba tanto jugar de chica. El pez es un símbolo de la vida, de la frescura y el agua, curiosamente fue el primer símbolo del cristianismo antes de que se instaurara la cruz, un instrumento de tortura.

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Cuando mamá se fue, con mi hermano nos repartimos sus pertenencias; todo fue fácil y fluido hasta que le llegó el turno al pececito. Lo queríamos los dos. Decidimos someterlo al azar y lo ganó él. Yo conseguí un tiempo después un pececito parecido, no de oro y lo guardo sabiendo que no es, pero como cuenta Gustavo con el gato chino, me miento como si lo fuera y a veces juego con él en un diálogo silencioso y privado con mamá. Si yo hubiera ofrecido algún objeto para la construcción de este monumento, habría sido ese pececito de escasos 4 centímetros pero que, para mí, es enorme. Y estaría su huella en medio del concreto, fijo en la piedra para toda la eternidad y tal vez alguien, alguna vez, lo miraría y se preguntaría ¿para qué habrán puesto un pececito en un monumento al Holocausto? y tal vez esa misma persona construiría su propia historia acerca de qué estaría representando semejante objeto tan alejado de lo que supuestamente se quiere expresar.

Por todos los que fueron asesinados solo por haber nacido judíos cuyas voces forman un coro atronador y fantasmático casi imposible de oír.

Por los que sobrevivieron luego de esa cruel ordalía y de haber perdido familias, infancias, la pelota de fútbol, la muñeca, la bicicleta, el abrigo favorito, los zapatos para la nieve, los libros, casas, idiomas, países y se reconstruyeron en otra lengua mientras aprendían a comer asado y a tomar mate.

Por todos los que lo pueden ver y por los que lo seguirán viendo cuando pasen caminando tal vez distraídos y quizás se pregunten por cada uno de esos objetos cuál es la historia que acecha detrás, cuáles las ilusiones, las penas, los sueños y las alegrías de esas personas anónimas para las que cada uno de ellos fue un ancla en lo humano que nos es común a todos.

Nota: el libro reúne textos sobre los objetos donados para la realización del Monumento a las víctimas de la Shoá. Aún está iné

Lo que debió haber dicho el ministro Bullrich y no dijo.

Las palabras del ministro Esteban Bullrich en su visita a la casa de Ana Frank en Amsterdam el pasado 26 de marzo de 2017, han sido tan poco claras que llevaron a innumerables críticas que inundan las redes sociales y los medios periodísticos.

La prensa difundió que dijo que “Los sueños (de Ana Frank) quedaron truncos en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia”.

¿Eso fue todo lo que dijo o fue un recorte de la prensa? ¿Qué dijo antes? ¿Dijo algo después? La frase es, por cierto, sorprendente, lesiva y confusa. ¿De quién hablaba? ¿a cuál dirigencia se refería? ¿a la nazi? El antecedente en la frase sugiere que sí puesto que los nazis fueron los responsables de que los sueños de Ana Frank se truncaran con su asesinato. ¿Y a qué mundo aludió como promotor de la intolerancia?, una intolerancia instalada y promovida por el nazismo, no por el mundo. Debido a estas desdichadas formulaciones, las críticas y el repudio generalizado lo acusan de ignorante o, aún peor, de tibio, revisionista y complaciente ante el nazismo e incluso de antisemita.

En una primera lectura también me golpearon sus palabras. Me consta que el ministro Bullrich sabe qué fue la Shoá, el nazismo, las masacres masivas, la discriminación asesina, la industria de la muerte y, a estas alturas, salvo que alguien asuma de manera militante la negación del Holocausto cosa que el ministro no hace, nada de esto es ignorado aunque a veces advertimos dolorosamente que es usado para otros fines.

Sometí en consecuencia el texto a una lectura más exhaustiva y me fue evidente que se refería a la dirigencia de los gobiernos europeos que dejaron que el nazismo se desarrollara sin ponerle freno alguno. Puede verse en dos ejemplos. La política de apaciguamiento del primer ministro británico Chamberlain que apoyó la entrega de los Sudetes a Hitler con el argumento de que así se impediría el estallido de la guerra que se desencadenó pocos meses después. O el vergonzoso pacto de no agresión firmado por Alemania con la URSS una semana antes de la invasión a Polonia, mediante el cual se repartirían gran parte de Europa, pacto que fue roto por los nazis en 1941. La dirigencia europea fue ciertamente miope por decirlo amablemente, y coincido con el ministro, si ése fue el sentido de sus palabras, en que no fue capaz de unirse frente a un gobierno dictatorial que promovía la intolerancia. Pero, infortunadamente, Bullrich no lo dijo así. En lugar de hablar de un gobierno dictatorial habló de un mundo que promovía la intolerancia. ¿Cómo pudo decir algo así? ¿Cómo obvió la debida contextualización para que quedara claro lo que quería decir? ¿Era un tiro por elevación dirigido a cuestiones de la política argentina?

El ministro incurrió en el error de la “obviedización” si se me permite el neologismo. Parece haber creído que lo que decía respecto de las dirigencias que no frenaron al nazismo era tan obvio y claro y que no hacía falta explicarlo. Pero lo que resultó obvio es que no lo era porque no dijo lo que tendría que haber dicho para que se entendiera. Es imperdonable lo que no dijo dado que estaba hablando de aquel régimen asesino. Un docente no puede dar por sobreentendido que lo que dice es obvio. Lo primero que se aprende en el ejercicio pedagógico es a ponerse en el lugar del que no sabe y no dejar nada por supuesto, poner las cosas y las palabras en contexto y asegurarse de que lo que dice es lo que quiere que el otro reciba e incorpore. El ministro, además de sembrar confusión por su “obviedización” se perdió una oportunidad de enseñar las lecciones que la Shoá comportan para el mundo de hoy.

El Holocausto, los judíos y el antisemitismo son temáticas muy sensibles y que deben ser encaradas con mucho cuidado, en especial por gobernantes, docentes y comunicadores. En la difícil situación que vivimos en la Argentina, en la que ciertos sectores buscan y se regodean con delectación ante cada tropiezo del oficialismo -que, por suerte para ellos, ha tenido varios-, los gobernantes deben multiplicar su cautela cada vez que actúan o abren la boca.

Sería conveniente, y estaría muy bien que lo hiciera -como parece ser el hábito en esta administración-, que el ministro pidiera disculpas. No cambiaría lo que dijo pero al menos sería bueno que diera cuenta de su error y se dispusiera a enmendarlo con la debida explicación de qué es lo que quiso decir y decirlo fuerte y claro.

Visitar la Europa judía

Recibí este pedido:

Hola Diana. Mi hijo David acaba de volver de un viaje a Polonia y Praga realizado con otros jóvenes para mantener viva la memoria de la Shoah. Ha vuelto muy conmovido y movilizado por esta fuerte experiencia y por esto quiero publicar sus vivencias para que puedan ser trasmitida a otros jóvenes que desconocen estos eventos. Quiero solicitarte alguna reflexión tuya sobre este tipo de experiencias para esclarecer mejor sobre la importancia de la memoria. Desde ya muy agradecido. Un gran abrazo. Guido Maisuls. 21/2/17

Lo que está y lo que ya no está.

Es conmovedor ir y estar en los sitios que fueron judíos durante tantos siglos. Restos de una vida rica, potente, heterogénea, estructuras que hablan de lo que allí hubo, de lo que pasó, pero también de lo que ya no está.

Pisar esos lugares en la vieja Europa, tocar las piedras, oler el aire, caminar los espacios, dejarse cubrir por el denso silencio, nos llena de una especie de mística intangible, de una añoranza con múltiples caras. Uno se queda quieto esperando ver aparecer a un hombre barbado, con traje y sombrero negros, murmurando sus oraciones mientras su cuerpo se bambolea hacia adelante, hacia atrás, en una coreografía ancestral. O quizás se asome por una ventana una mujer con un delantal manchado, las mejillas sonrosadas por tanto atender a su clientela tras el mostrador de su taberna en el cruce de caminos. O tal vez pudiera venir un hombre pobremente vestido, con las manos callosas, sudoroso y llevando una herramienta en sus manos, un martillo tal vez, buscando algún yunque en donde moldear las herraduras que le ha pedido su cliente. O una viejita con una falda larga y ancha, un pañuelo gris cubriendo su cabeza con una cesta llena de huevos que ofrece con un pregón melodioso. O niños con rulos negros y ojos profundos corriendo contra el viento y riendo junto a niñas traviesas y juguetonas con los zapatos embarrados. O un violinista apurado llevando su instrumento al ensayo, o un intelectual cargando pesados libros yendo a dar su clase, o una costurera con el dedal puesto en el dedo mayor o un filósofo mesándose la barba frente a preguntas que no acierta a responder. ¿Dónde quedó ese mundo de tantos millones de personas que alimentaron y enriquecieron a la civilización occidental con su trabajo artesanal, intelectual, comercial, artístico y científico?

Visitar esos lugares es honrar a quienes les dieron sentido y lo llenaron de anhelos, pujanza y realizaciones, es conocer y dejarse contagiarse por aquel florecimiento y aquellas luces. Pero también es advertir, con un golpe artero y sorpresivo, que ya nada de eso está, que cada construcción, cada sinagoga, cada cementerio, cada casa de estudios, son evidencias del tsunami nazi que arrasó con todo, que dejó a la Europa central y del este casi sin judíos, sin sus shtetlaj, sin su cultura, sin sus constantes estímulos y desafíos que tanto enriquecieron al mundo.

Es doloroso ver lo que hubo y ya no está. Pero es imprescindible ir, verlo, enorgullecerse y comprometerse a trabajar para que los hechos genocidas como la Shoá vayan quedando en un pasado vergonzoso de la Humanidad y los que seguimos, miremos al frente y sigamos haciendo el bien.

Diana Wang.

22 de Febrero 2017

 

27 de enero de 1945, el día del descubrimiento.

No fue liberación. Fue descubrimiento. Aquel 27 de enero de 1945, en su avance hacia el oeste tras el ejército nazi derrotado, el Ejército Rojo se dio con Auschwitz.Los altos mandos aliados sabían y lo ocultaron priorizando el frente bélico. Los ejércitos, los soldados, la gente, no sabía. Lo encontraron. Se chocaron, se toparon, se tropezaron con el pantano más maloliente de la Humanidad.

Los soldados rusos no podían creer lo que veían. La huida nazi había sido tan abrupta que no pudieron disponer de las pilas de cadáveres expuestos impúdicamente, de las montañas de objetos desparramados por todas partes, zapatos, prótesis, anteojos, maquinitas de afeitar, ropa de bebés, ropa de niños, ropa de adolescentes, valijas de cuero, valijas de cartón, valijas de tela, dentaduras postizas, restos inhumanos que alguna vez habían sido de alguien. Y junto con todo eso, en medio de todo eso, por sobre todo eso, unos esqueletos inmóviles que de pronto parpadeaban porque aún estaban vivos ya sin fuerzas siquiera para decir acá estoy. Eran los muertos vivos, los zombies, los aparecidos, seres casi transparentes sin grasa ni músculo, piel y huesos de verdad, no era metáfora, casi inhumanos en su naturaleza carcomida, vacíos y desesperanzados, ni siquiera impúdicos por  sus desnudeces vergonzantes. Vergonzantes no para ellos. Vergonzantes para los soldaditos rusos que no podían ni parpadear, también ellos paralizados, mudos, impávidos, vacíos de palabras y sentidos.

Así fue aquel 27 de enero de 1945 en Auschwitz.

En ese mismo día, los miles de judíos que diez días antes habían sido forzados a dejar el campo para que no quedaran testigos, eran arreados, caminando hacia la Alemania profunda, bajo la nieve, sobre campos helados, sin cobijo ni protección alguna. Se arrastraban para no desfallecer ni tropezar. porque la marcha no podía ser frenada, los guardias disparaban a todo el que caía.

Aquel 27 de enero fue para ellos el último peldaño del horror, las Marchas de la Muerte. Hubo muchas, no solo desde Auschwitz. Todos los campos y sitios de concentración y detención en Polonia fueron evacuados. La guerra estaba perdida, el Reich de los Mil años se había reducido a doce, no debían quedan huellas del plan macabro ni testigos que pudieran documentar o incriminar a nadie.

¿Liberación? Parece broma. Humor negro. ¿De qué estaban libres ahora estos tristes despojos? Tal vez para morir. Cuenta Jack Fuchs que después de que fuera encontrado por los aliados, ya internado en un hospital, limpio, habiendo bebido agua, entre sábanas blancas y rodeado de cuidados, se dijo “ahora me puedo morir”. Claro, recién entonces, si moría, su muerte sería humana. Porque hasta para morir se requieren algunas condiciones, rituales, cuidados y respetos.

En algunos sitios, como en Francia, hubo bailes y alegría por la liberación, la gente salió a las calles a festejar luego de los años de opresión pero la mayoría había mantenido un contexto de vida humano durante la guerra. No fue así con los judíos sobrevivientes devastados, aplastados, torturados, hambreados, enfermos, desgarrados y humillados por los nazis y que, en su mayoría, habían perdido a toda su familia y sus puntos de referencia.

Aquel 27 de enero de 1945 no hubo liberación alguna. Es una formulación edulcorada que encubre y oculta que el fin aún no había llegado, que los judíos seguían penando y muriendo. Es como llamar “noche de los cristales” al pogrom de noviembre, o “desaparecidos, seres sin entidad” a los asesinados. Y el mundo parece no darse cuenta y se festeja la fecha como si fuera un día de recuperación y alegría.

Aquel 27 de enero de 1945 no hubo liberación sino un escalofriante descubrimiento que se repitió en todos los campos con los que se chocaban los ejércitos aliados. Auschwitz, Bergen-Belsen, Buchenwald, Mauthausen, Gross Rosen, Ravensbrück y tantos otros confrontaron a los soldados con escenas igualmente agónicas que revelaban la magnitud de lo sucedido. Un descubrimiento, como el de América, inesperado, no planeado ni buscado y que ha sido una bisagra en la comprensión de lo humano. Llamarlo liberación es dar por buenos los espejitos de colores y luego de los actos y discursos, dejarlo descansar hasta el siguiente año en el que se repetirá lo mismo. Y mientras el mundo sigue bullendo y el MAL sigue siendo amo y señor.

El 27 de enero de 1945 la Humanidad recibió un golpe del que aún no se ha podido reponer y del que todavía no ha conseguido extraer las lecciones para que el soñado “nunca más” sea finalmente eso: nunca más.

Ver "Auschwitz no fue liberado" de Jack Fuchs, 2005 :

https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-46681-2005-01-27.html

El nombre

Lo vio por primera vez en enero. Ese lunes le tocaba el primer piso. Golpeó la puerta de su habitación justo cuando él salía. La dejó pasar con una sonrisa y un gesto galante, dijo algo que ella no comprendió y se fue. Una vez adentro, le sorprendió que la cama ya estuviera hecha, que las toallas colgaran en su lugar, que todo se viera ordenado. No era común en los turistas, menos en los jóvenes. Se miró al espejo y su piel oscura se encendió el evocarlo, alejándose por el pasillo, rubio, con la barba incipiente y tímida, los ojos transparentes, igualito igualito al Jesús de la estampita que repartía el pastor. Verlo y enamorarse perdidamente fue todo uno. No sabía su nombre. No se animó a preguntar en la recepción. No lo volvió a ver.Volvió a mediados de marzo. Él tampoco sabía su nombre. La recordaba de aquel día de enero, prendado de su belleza color tierra, de su altivez y el desafío de esos ojos oscuros un poco achinados y su media sonrisa seductora. No salió del cuarto, la esperó. Ya se animaba con algunas palabras en castellano. Pensé en vos estos dos meses, dijo, te traje algo, ¿te lo puedo dar?. Hubo un sí en la hondura de sus ojos negros y recibió en sus manos una cajita que guardaba una pequeña flor de amancay tallada en piedra. Volvió al día siguiente sabiendo que la estaría esperando. Cruzaron solo un saludo y sonrisas ruborosas. Al tercer día ella se atrevió a mostrarle la estampita, el documento incontrastable del anuncio y la confirmación, con los bordes ajados de tanto anhelo y mirada. Él vio con sorpresa y algún deleite su enorme parecido con aquel Jesús iluminado. Verlo acunando en sus manos suaves la estampita, ahora concreta, ahora viva, la invitó a acercarse, como si tuviera derecho. Dibujó con sus dedos el perfil de su cara, acarició sus mejillas y fue arrimando su cuerpo en una sucesión natural, como el día que sigue a la noche, la calma que sigue al dolor, el derrame que sigue al deseo. Olía a araucarias, olía a tierra, olía a deshielo cordillerano. Sus labios se entreabrieron y lo invitaron a entrar. Quiero un niño así de lindo, así de rubio, así de ojos claros. Quiero mi niñito Jesús. Y él se hundió en ese nido tibio y húmedo, como si hubiera llegado por fin a la tierra de la leche y de la miel.

Se amaron todos los días hasta que se fue, llevándose consigo la estampita que ella no precisaba más.

No le sorprendió la primer falta. Había soñado con un milagro y cada mes encendía una nueva luz que lo hacía realidad. Mientras pudo se guardó la noticia, pero el brillo de su mirada y su creciente redondez hicieron que su secreto ya no fuera tal. Acusada por el pastor de haberse dejado tentar por el demonio, de haber caído en las tinieblas del mal, nunca se sintió en pecado ni se arrepintió ni pidió perdón ni hizo acto de contrición alguno. Por el contrario, se deslizaba ligera e iluminada como el Jesús de la estampita, rozando apenas la tierra, como si levitara, como si ese vientre henchido fuera un escudo mágico que la protegía contra todo y contra todos.

El niño nació el 25 de diciembre, un poco después de la medianoche, ya en Navidad. Hasta eso le fue concedido. Lloró el primer llanto desde sus ojos claros, tendido sobre su madre que acariciaba, como un mantra, la pelusa rubia en su piel. El cacique y sus padres no entendieron por qué lo había llamado Nissim. Eso no es un nombre mapuche, dijeron. Quiere decir milagro, les tradujo, Nissim quiere decir milagro en hebreo, en el idioma del padre.

januca-navidad

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Si de magia se trata, un comentario adicional. Una de mis nueras, Mariana, embarazada esperando un varón, me contó que dos días antes de leer este cuento, León, su hijo de 5 años, se había acercado a su cama a la noche y había murmurado: "ma, ya sé que estás dormida, pero pensé ¿qué tal si le ponemos Milagritos al bebé?". Milagritos, además de que es nombre demujer, nunca fue mencionado en la casa como nombre posible para el futuro bebé.