Disertación en la Asociación Israelita Montefiore, Bogotá, en el acto central de la Confederación de Comunidades Judías de Colombia conmemorando Iom Hashoá 2017.
Es hoy otro 27 de Nisan en que recordamos a las víctimas de la Shoá. Desde aquél de 1943 cuando jóvenes desesperados cobraron caras sus vidas en la rebelión del gueto de Varsovia, han pasado 74 años. Acá y en todas partes se honra y recuerda este día como de duelo y también de resistencia y lucha.
Hace 58 años que se conmemora esta fecha y año tras año se suman más actos y personas. Al principio fueron unos pocos porque en aquellos años se hablaba poco y nada de la Shoá. El mundo no quería oír, no había lugar todavía para el derrame del horror acaecido, los sobrevivientes todavía no podían hablar.
Pero desde hace unos veinte años, los oídos del mundo se han abierto, se quebró el dique de silencio de los sobrevivientes que no habían olvidado nada. Los académicos e investigadores toman hoy a la Shoá como su objeto de estudio y está siendo difundida cada vez más, está instalada en el mundo, tanto de la gente común como en el académico, como un hecho clave del siglo XX que ha cuestionado y obligado a revisar las bases y los valores de la Humanidad toda.
Sin embargo vemos y oímos con preocupación y sorpresa que algunos políticos y comunicadores, que creen que saben, usan a la Shoá para enfatizar algún argumento pero lo hacen inapropiadamente e incurren en aberración tras aberración. El último que tengo in mente es la gaffe del vocero del presidente de uno de los países más importantes del planeta que, en referencia al atentado con gas sarín en Siria, ha dicho que Al Assad era hasta peor que Hitler que no se había atrevido a usar gas venenoso. El azoro y la sorpresa en la conferencia de prensa fue tal que se disculpó ràpidamente diciendo que no, que claro que los nazis habían usado gas pero, y otra vez quiso subrayar la crueldad del sirio “aclarando” que los nazis no lo habían hecho contra su propia gente. ¿Su propia gente? ¿Qué habrá querido decir? ¿que éramos otra gente, menos gente, infra gente? Y, para refrendar su increíble animalada, si se me permite la palabra, intentó disculpar otra vez la disculpa agregando que sí, que los nazis habían usado gas, pero no en la calle sino en los centros del Holocausto. ¿Centros? ¿como centros recreativos o centros de abastecimiento o centros educativos? ¿nunca oyó la palabra campos de concentración y exterminio? ¿y, por último, el que los nazis lo hicieran en “centros” los hacía más inocentes que el atentado en plena calle en Siria?
Es imperdonable que el vocero del presidente de un país en cuyas manos está gran parte del mundo haya incurrido en semejantes barbaridades y afrentas. Por suerte Yad Vashem se ha ofrecido ya para impartirle un seminario intensivo, que espero tome, y que lo acompañen muchos políticos y comunicadores que pecan de su misma trivialización e ignorancia. Es cierto que tampoco la gente común no sabe, no tiene idea cabal de qué pasó, cómo fue y por qué es preciso estudiar la Shoá. Debemos ser pacientes e insistentes. No cejar en nuestro empeño y seguir contando porque la Shoá imparte y comporta lecciones imprescindibles para el mundo de hoy, lecciones que deberían formar parte de la educación básica general.
Los sobrevivientes son el documento vivencial más potente de lo sucedido y como ustedes saben no hay nada que supere la potencia de su testimonio. El paso del tiempo determina que cada vez sean menos los que puedan contarlo de manera presencial con todo el calor y fuerza de la evocación y la emoción. Es por eso que en Generaciones de la Shoá en Argentina hemos creado el Proyecto Aprendiz, gracias al cual hay hasta el momento más de 100 jóvenes que han conocido a un sobreviviente en particular, que han conversado con él durante muchas horas, el ojo en el ojo, la piel en la piel, y que se han comprometido a seguir contando su historia, lo que vivió en la Shoá pero también su infancia, su renacimiento y vida posterior. Estos jóvenes han incorporado la historia del sobreviviente a su propia historia, son los testigos del testigo porque, como decía Elie Wiesel, quien escucha a un testigo se convierte en testigo.
¿Y por qué esta insistencia en seguir contando? ¿Por qué es imprescindible que sea parte de la educación en general? ¿El relato es solo para los judíos? En definitiva, ¿qué nos enseña la Shoá?
La Shoá nos enseña la importancia de advertir los primeros brotes y arrancarlos si es posible. Como el baobab que debía arrancar el Principito todas las mañanas para asegurarse de que no creciera ni invadiera la tierra, debemos estar alertas a esa tierna hierbita que si puede crecer será asesina. Y otra vez aparece la pregunta de si lo vemos ¿qué hacer? ¿cómo detener el crecimiento del mal? ¿a quién recurrir? ¿quién nos oye? Y la educación es la respuesta, la educación no solo de los alumnos sino la educación de los dirigentes, de los políticos, de los comunicadores, de los empresarios y gobernantes, de aquellos que tienen alguna influencia en las decisiones que nos comprometen a todos. Educar es la llave maestra.
La Shoá nos enseña que cuando se desata un hecho genocida, sea de las características que sea, tiene su propia dinámica y es muy difícil, casi imposible, intervenir, frenarlo y detenerlo. Lo hemos visto en los Balcanes, en Ruanda, en Camboya, lo estamos viendo en Siria. Con el alcance y la inmediatez de los medios en la actualidad, vemos en la televisión, leemos en los diarios lo que está pasando y seguimos con nuestras vidas porque ¿qué podríamos hacer? ¿qué influencia tiene cualquiera de nosotros en las decisiones geopolíticas y en las políticas de gobiernos dictatoriales o de fuerzas para militares? Los sobrevivientes vivimos con dolor la no intervención del mundo durante la Shoá, y nos preguntamos qué pensaba la gente que leía las noticias en la comodidad de sus casas. Y debemos aceptar, con pena y angustia, que probablemente hacían lo mismo que nosotros, que decimos ¡qué terrible! pero ¡qué horror ese chiquito muerto en la costa mediterránea! y seguimos comiendo.
La Shoá nos enseña que el MAL es parte de la sociedad humana y que no debemos relajar nuestra atención ni dejarlo pasar. Que el siglo XX será recordado como el de los genocidios y que siguen habiendo poblaciones y grupos humanos, en el siglo XXI, sujetos a similares tropelías, amenazas y hechos criminales. Nosotros sabemos. Lo hemos vivido. Tenemos mucho para decir y nos debemos al mundo.
La Shoá nos enseña que es esencial estimular el juicio crítico en los jóvenes para que estén adecuadamente defendidos de los lavados de cerebro instilados por los medios y los formadores de opinión. Y no solo sobre cuestiones de discriminación étnica o religiosa, también de discriminación de género, corporal, y tantas otras. Nos enseña el enorme poder de la propaganda que ha conseguido reformatear las cabezas de tantos alemanes durante el nazismo, de tantos europeos durante siglos respecto a los judíos que les ha llevado a tomar por ciertas las patrañas más increíbles y malévolas. Esta misma propaganda, con los mismos principios, construye consenso y opinión, vende candidatos políticos y mercancías. Si hubiera en las escuelas una materia que se llamara “Deconstrucción de la propaganda” y que tomara los avisos publicitarios y los analizara: ¿a quién le hablan? ¿qué nos quieren hacer creer? ¿qué quieren conseguir de nosotros? se podría entrenar a los jóvenes a un pensamiento crítico liberador.
Pensando en los jóvenes que murieron en el levantamiento del gueto de Varsovia, la fecha que se recuerda hoy, la Shoá nos enseña que los héroes fueron los menos, que la gran mayoría de la gente hace lo que puede para sobrevivir de la mejor manera que puede. Que nadie quiere morir, que todos queremos salvarnos y salvar a nuestras familias. Los judíos han mostrado todas las formas de resistencia humanamente posibles. De entre ellas la única que ha sido considerada fue la armada que, con todo lo valerosa y desesperada que fue, no consiguió frenar las acciones criminales nazis salvo de manera esporádica y tampoco consiguió salvar vidas, lucharon para salvar su honor y el nuestro, y lo han logrado. Las otras resistencias, secretas y silenciosas, han permanecido invisibles. Se trata de la resistencia de subsistencia, la cultural y la espiritual. Las dos últimas elevaban la moral de la gente, les permitía seguir viviendo, alentaban la esperanza y daba fuerzas cuando la desesperación los cubría. Las resistencias de subsistencia fueron centrales para la supervivencia de quienes sobrevivieron. Conseguir escondite, documentos, comida, huidas, salvar a los niños, fue una gesta descomunal. Se estima que alrededor de un millón los judíos sobrevivieron y en gran medida fue gracias a estas resistencias empecinadas y silenciosas que debemos conocer y difundir.
La Shoá nos enseña acerca de los múltiples recursos de que disponemos en pos de nuestra supervivencia. El ejemplo de pueblo judío es excelente para mostrarlo. Los judíos hemos sido un pueblo pacífico durante los largos siglos de convivencia en Europa, un pueblo que alienta el estudio, la lectura, la higiene corporal y alimentaria, que tiene como objetivo la protección del desamparado y del necesitado. No había, por ejemplo en idish, palabras para denominar armas ni acciones bélicas, no había necesidad de que existieran porque no era un pueblo guerrero. Con estos antecedentes y en ese contexto, en medio del terror desatado y con recursos miserables, algunos se levantaron en armas, sabotearon vías férreas, se rebelaron en campos, destruyeron una cámara de gas en Auschwitz, y lo hicieron con ingenio, con arrojo, con creatividad. No todos pudieron, no todos consiguieron sostener el desafío imposible en condiciones de penurias, desnutrición y encierro. Pero algunos, muchos más de lo que pensamos, recurrieron a cuanto medio tuvieron a mano para sobrevivir y salvar a sus familias. Esta es una de las lecciones más importantes a transmitir y que habla de los judíos y de la naturaleza humana, capaz de sobreponerse y vencer aún ante lo imposible. La fuerza de la vida es como ese caminito hecho por el agua, cuando se obstruye, el agua insiste inexorable, cava en la tierra dura un desvío, abre otro curso y continúa, imparable, imposible de frenar en la construcción de un nuevo camino.
En Colombia tenemos los millones de desplazados como consecuencia de tantos años de militarización y conflicto. Toda guerra, todo hecho genocida, toda lucha armada genera poblaciones migrantes, demografías cambiantes, sucesivas pérdidas y fracturas. Desplazados ayer, desplazados hoy. La tragedia de las migraciones forzosas, el refugiado, el inmigrante, el sobreviviente que sufre la ruptura de lazos con la comunidad en la que creció, la gente, las conexiones, la posibilidad de trabajo, idioma, costumbres, puntos de referencia, códigos. Para algunos el nuevo refugio es la promesa de una nueva vida, para otros es la continuación de la mutilación. En unos y otros advertimos la increíble capacidad de adaptación de los humanos. Recuerdo a mi mamá, sobreviviente de la Shoá, que siempre me decía que su deseo era que yo nunca supiera de cuánto yo misma era capaz, que nunca la vida me desafiara a probarlo, que ella sabía que cuando uno dice “no puedo más”, siempre puede más. Y eso también lo sabemos los judíos, entrenados y expertos en responder a desafíos y persecuciones, manteniendo en alto la fuerza de nuestros valores y el sostén de nuestra identidad contra viento y marea. Cuando la tormenta arrecia nos doblamos como un junco flexible; no nos partimos y cuando escampa y sale el sol generamos fértiles brotes que dan bellos ramilletes y frutos. La fuerza de lo humano supera lo que uno puede imaginar y esa es otra cosa que los judíos y los sobrevivientes de la Shoá podemos enseñar y transmitir. Por eso nuestro himno partisano se ha vuelto un himno a nuestra capacidad de recuperación, a la fuerza de la vida que no pregunta si se puede, simplemente continúa porque no debemos decir nunca que éste es nuestro último camino, aunque el cielo nos cubra de nubarrones grises, sabemos que mientras retumben nuestros pasos con fuerza y determinación nuestra hora soñada llegará porque, ¡mir zainen do! ¡estamos acá! y es nuestro deber enseñar cómo lo hemos conseguido, cómo pudimos llegar acá.