Las palabras del ministro Esteban Bullrich en su visita a la casa de Ana Frank en Amsterdam el pasado 26 de marzo de 2017, han sido tan poco claras que llevaron a innumerables críticas que inundan las redes sociales y los medios periodísticos.
La prensa difundió que dijo que “Los sueños (de Ana Frank) quedaron truncos en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia”.
¿Eso fue todo lo que dijo o fue un recorte de la prensa? ¿Qué dijo antes? ¿Dijo algo después? La frase es, por cierto, sorprendente, lesiva y confusa. ¿De quién hablaba? ¿a cuál dirigencia se refería? ¿a la nazi? El antecedente en la frase sugiere que sí puesto que los nazis fueron los responsables de que los sueños de Ana Frank se truncaran con su asesinato. ¿Y a qué mundo aludió como promotor de la intolerancia?, una intolerancia instalada y promovida por el nazismo, no por el mundo. Debido a estas desdichadas formulaciones, las críticas y el repudio generalizado lo acusan de ignorante o, aún peor, de tibio, revisionista y complaciente ante el nazismo e incluso de antisemita.
En una primera lectura también me golpearon sus palabras. Me consta que el ministro Bullrich sabe qué fue la Shoá, el nazismo, las masacres masivas, la discriminación asesina, la industria de la muerte y, a estas alturas, salvo que alguien asuma de manera militante la negación del Holocausto cosa que el ministro no hace, nada de esto es ignorado aunque a veces advertimos dolorosamente que es usado para otros fines.
Sometí en consecuencia el texto a una lectura más exhaustiva y me fue evidente que se refería a la dirigencia de los gobiernos europeos que dejaron que el nazismo se desarrollara sin ponerle freno alguno. Puede verse en dos ejemplos. La política de apaciguamiento del primer ministro británico Chamberlain que apoyó la entrega de los Sudetes a Hitler con el argumento de que así se impediría el estallido de la guerra que se desencadenó pocos meses después. O el vergonzoso pacto de no agresión firmado por Alemania con la URSS una semana antes de la invasión a Polonia, mediante el cual se repartirían gran parte de Europa, pacto que fue roto por los nazis en 1941. La dirigencia europea fue ciertamente miope por decirlo amablemente, y coincido con el ministro, si ése fue el sentido de sus palabras, en que no fue capaz de unirse frente a un gobierno dictatorial que promovía la intolerancia. Pero, infortunadamente, Bullrich no lo dijo así. En lugar de hablar de un gobierno dictatorial habló de un mundo que promovía la intolerancia. ¿Cómo pudo decir algo así? ¿Cómo obvió la debida contextualización para que quedara claro lo que quería decir? ¿Era un tiro por elevación dirigido a cuestiones de la política argentina?
El ministro incurrió en el error de la “obviedización” si se me permite el neologismo. Parece haber creído que lo que decía respecto de las dirigencias que no frenaron al nazismo era tan obvio y claro y que no hacía falta explicarlo. Pero lo que resultó obvio es que no lo era porque no dijo lo que tendría que haber dicho para que se entendiera. Es imperdonable lo que no dijo dado que estaba hablando de aquel régimen asesino. Un docente no puede dar por sobreentendido que lo que dice es obvio. Lo primero que se aprende en el ejercicio pedagógico es a ponerse en el lugar del que no sabe y no dejar nada por supuesto, poner las cosas y las palabras en contexto y asegurarse de que lo que dice es lo que quiere que el otro reciba e incorpore. El ministro, además de sembrar confusión por su “obviedización” se perdió una oportunidad de enseñar las lecciones que la Shoá comportan para el mundo de hoy.
El Holocausto, los judíos y el antisemitismo son temáticas muy sensibles y que deben ser encaradas con mucho cuidado, en especial por gobernantes, docentes y comunicadores. En la difícil situación que vivimos en la Argentina, en la que ciertos sectores buscan y se regodean con delectación ante cada tropiezo del oficialismo -que, por suerte para ellos, ha tenido varios-, los gobernantes deben multiplicar su cautela cada vez que actúan o abren la boca.
Sería conveniente, y estaría muy bien que lo hiciera -como parece ser el hábito en esta administración-, que el ministro pidiera disculpas. No cambiaría lo que dijo pero al menos sería bueno que diera cuenta de su error y se dispusiera a enmendarlo con la debida explicación de qué es lo que quiso decir y decirlo fuerte y claro.